Memoria de una comunidad de escritura de Vertebrales en la que se escribieron cartas
Querétaro, 6 de septiembre, por la tarde.
Tía Chole. ¡Quiero saludarte desde donde estoy! Estoy sentada en la sala y veo hacia afuera. Veo los geranios que tenemos en tu memoria en nuestro jardín. Están rojos, rojos y floridos, floridos. Pienso mucho en ti y a menudo me pregunto cosas que ya nadie me responderá. Me gusta imaginar que tenemos más cosas en común que en lo que realmente tenemos. Me veo en ti. Pienso en que las dos fuimos maestras de secundaria, de matemáticas. Por ahí alguna vez escuché que fuiste muy buena y que te topaste alumnos que te recordaban, aun cuando llevabas tantos años jubilada. Nuestro estilo de enseñanza han de haber sido casi opuestos. Pero no me cabe duda que eras sumamente inteligente. En casa las anécdotas giran en torno a lo listo que son los hombres, pero yo sé que las mujeres de la familia somos las que tenemos un cerebro que va a mil revoluciones (por hora). Viendo por la ventana me pregunto qué hacías los domingos. Me vendría bien saber, que por más que haga, no los lleno. Me gustaría que hubiéramos estado más en la vida de la otra, que no te hubiera conocido tan pocos años antes de tu muerte. Que hubieras sido mi tía, no tía abuela y que hubiéramos vivido en la misma ciudad, en el mismo país, en el mismo lado del mundo. Que las videollamadas hubieran sido inventadas antes. Siento que llegué tarde a tu vida, me hubiera gustado poderte apapachar más. Poder conocerte más. Ya sé que es egoísta de mi parte. Significas tanto para mí, tu historia, el haberte conocido. Lo mágico de tu casa. Lo nuestro fue amor a primera vista, o así lo sentí. Mamá me tuvo que advertir de lo directas que eran las españolas, para que no me sintiera con lo que me fueras a decir.
Quería agradecerte por tu herencia, lo hiciste por estirpe y mi abuelo fue al que se le ocurrió tener tantos hijos. Eso hizo que se repartiera entre todos mis tíos y a varios de ellos no les gustó la idea porque a una prima suya hija única le tocó 7 veces lo que a ellos. Sin embargo, yo estoy eternamente agradecida porque con tu herencia me fui de intercambio. Mis papás me lo cedieron, dijeron que a ti te hubiera entusiasmado haberme ayudado con mis estudios. Me gustaría escuchar tu voz, la manera en que creas tus frases tan a la española. Con los geranios en casa me aseguro de pensarte seguido, en tu porte, tu cabello, tu casa llena de geranios, en la entrada y en todas las ventanas. El sabor del queso cabrales, tu forma de escanciar la sidra, en cómo me agarrabas de bastón cuando nos pasearon por las ciudades cercanas y lo pronta que eras para quitarte los zapatos cuando llegábamos a la playa de la Huelga. Quisiera saber si fuiste feliz, qué fue lo que más gozaste y por qué decidiste quedarte en tu pueblo. Te mando un fuerte abrazo y dos besos, uno en cada mejilla. No te preocupes, que te traigo cerquita, Tieta. Tu sobrina nieta jaiba, Ana. PD: En nuestra casa oficialmente las flores favoritas son los geranios. :)
Cuadro de mi mamá, que hoy recordé que se titulaba justo así “los geranios de Chole”.
Niña Liti Pienso mucho en ti, te recuerdo con mucha frecuencia. Si de verdad la vida es un viaje, tú eres uno de los países en donde he sido más feliz. A veces tengo la fantasía de encontrar la manera de comunicarme contigo y avisarte de algunas cosas, pero enseguida me alegro de no poder hacerlo. Por ejemplo, ¿de qué te serviría tener la certeza de que tu peor miedo se va a convertir en realidad? Menos mal que la imaginación no te alcanza para saber lo que vas a sentir cuando se muera tu papá ni para visualizar lo complicado que va a ser que vivan juntas y solas tu mamá y tú. Es más, a estas alturas ya aprendí que todos esos miedos que tienes se te van a cumplir y que hasta es probable que el hecho de sentirlos sea lo que los fue llamando y los hizo realizarse. Pero lo bueno es que salimos delante de todo hasta ahora y si quedaba alguno de tu lista, ya se esfumó. Para que veas que esa si es una noticia que me gustaría que supieras: llegó el momento en la vida en que no tenemos temores inmanejables. Tienes harta suerte. No te das cuenta, pero no fuiste una niña deseada. De hecho, fuiste tremenda sorpresa para una mujer que no quería tener más hijos y para un hombre que se quiso volver loco de felicidad con tu llegada. De lo que sí te das cuenta es de que eres muy amada. Como cuando tú naciste ya tenían más tiempo libre, se pudieron organizar para estar contigo todo el tiempo, por lo menos uno de los dos. Navegas con bandera de buenecita. Tu mamá dice que te entretienes sola y que cuando eras una bebita te podía dejar en una cama con un montón de collares y con eso estabas tranquilita viendo los colores y las formas… No te preocupes. Tu mamá no se va a dar cuenta de tus andanzas hasta que se lo cuentes ya siendo adulta. Entonces se va a enterar de la vez que casi te electrocutas por andar de curiosa y de las veces que te ibas a recorrer sola toda la colonia en patín del diablo aprovechando que ella estaba durmiendo siesta. La apariencia de buenecita te va a durar (y servir) siempre. Pero también te va a durar hasta ahora ese gusto bastante absurdo por las aventuras sin red, aunque la ventaja es que consigues no arriesgarte tanto como para meterte en problemas de los que no puedas salir.
Me caes muy bien, Liti y te quiero un montón. A pesar de la cantidad de años que han pasado, sigo recordando con ternura aquella vez que te pusiste a cantar Pin Pon en el Museo de Antropología e Historia en la Ciudad de México o la vez que ibas caminando por la calle, que un perro ladró en una ventana y te asustó tanto que corriste a llorar en los brazos de tu papá. Como te dije al principio de esta carta, pienso mucho en ti. Con frecuencia reviso tus recuerdos, tus gustos, tus juegos, la música que oyes y tus sueños. Te cuido mucho porque no quiero que te vayas. Quiero que sigas viva en mí; esa niña Liti ayuda mucho a la Andrea adulta en las dificultades de la vida cotidiana. Muchas veces tú eres la que me da las herramientas para seguir adelante. Te quisiera dar un abrazo y un tazón de fresas. De alguna manera lo haré. Gracias por seguir presente en mi vida, besitos muchos.
Andrea
22/08/2020 Monterror, Nuevo León ¡Hola morra!
Te extraño bastante. Hace rato veía las fotos que tomamos el día que fuimos a la Huasteca con las chicas de Mérida en épocas del Congreso Ciclista. ¿Te acuerdas que antes te había platicado que un día me trabé en la escalera de la presa Rompepicos y quedé ahí un rato prendida por mi miedo a las alturas? Pues sigo sorprendida de que la vez que fui con ustedes, gracias a las porras de Amanda y tuyas logré subir sin atorarme y hasta me animé a tomarme fotos brincando y lanzando patadas al aire, en nuestra propia versión de póster de película femininja. Después de eso, nos llevaste al “AL” a probar el panecito bañado en mantequilla que siempre presumías.
¡Fue un día bien chido!
Ese día resume muy bien la manera en que se desenvolvía mi amistad contigo: Hacerle frente a un miedo y después un panecito “p’al susto”. Me causa gracia esa incidencia con el tema del pan, porque podría jurar que fácil saco unas 10 historias o más donde el pan es nuestro protagonista. Y eso, sin contar el pan líquido (cheve)...que para ese tengo un diario aparte.
*Mi nutrióloga ha abandonado el chat.*
“ Si en mi revolución no hay abrazo, sexo y postre, no es mi revolución”. Cómo te encantaba repetir esa frase, la ponías en tooodddooo. Es de Luciana Peker ¿no? Del libro donde habla del feminismo del goce Putita Golosa, que por cierto te presté y te quedaste. Jajaj, no es reclamo, yo también tengo dos libros tuyos, uno de Inteligencia Emocional (que nunca supe si me prestaste como indirecta) y el de Aristóteles y Dante que te iba a devolver cuando nos vimos pero se me olvidó en la casa…¡En fin! Volvamos a la frase, porque creo que explica mucho el por qué de la glotonería presente en nuestra amistad. Siempre resulta más fácil transitar los miedos que nos acechan cuando usamos la voz y la libertad, si se les acompaña con gozo y dulzura. ¿no crees? Si en la vida hay postre, no perdemos las ganas de vivir. En eso de vivir, tú eras muy experta y le enseñaste un montón a esta cula profesional llamada Lucía Anaya. Fue ese mismo día, en que sacamos la foto en la Huasteca que te confesé la razón por la cual me animé a rodar en bicicleta. Era tu cumpleaños y te celebraste con una rodada. Obviamente habría un after para el festejo, pero como a veces las rodadas eran impredecibles no había hora fija para el comienzo. Yo moría de miedo
de andar en bicicleta en la calle, pero igual no quería llegar a la fiesta sola y esperar miles de años a que llegaran todas. Entonces me animé. Todo fuera por alcanzar la fiesta.
Cuando estábamos a punto de salir, pensé en echarme para atrás, pero ya me habías prestado tu casco y ubicado en primera fila para marcar el paso como principiante. Como si esto no hubiera roto lo suficiente mi zona de confort, me regalaste varios stickers para ir pegando en el camino. Tus famosos stickers con consignas feministas, mensajes contra la violencia e ilustraciones curiosas que encontrabas por ahí. Ese día me sentí clandestina y poderosa. “¡Somos libres!” pensaba sintiendo el viento sobre mi cara y pedaleando recio al ritmo de La papa sin catsup.
La fiesta que le siguió a esa pedaleada fue increíble, llegó un montón de gente y bailamos cumbias rebajadas toda la noche. Siempre te dije que tenías un gran poder de convocatoria y lo sigo confirmando hasta la fecha. Hace poquito te hicieron un homenaje ¿sabes? Otra vez llegó demasiada gente, para mí transcurrió como un sueño raro. ¿Ves que sigue eso del coronavirus? Claro que sabes, lo último que me regalaste fue un gel antibacterial jajaja. Pues yo pensaba que este año vería multitudes sólo en mis sueños, pero tenías que salir tú con el súper poder de convocatoria, como siempre a cambiarme la jugada. Pinche Kari.
Siempre que pienso en el día que hablamos de “los súper poderes” me gana el sentimiento y me pongo a chillar. Íbamos saliendo del Gargas una noche y nos quedamos conversando en una banca en la Plaza de las Mujeres. No me acuerdo porqué pero estabas triste, yo intentaba motivarte y te dije que siempre te veía bien poderosa. Ese día acordamos que tu súper poder era convocar y convencer, tú dijiste que el mío eran las palabras. Se olvidó la tristeza y volvimos sonrientes a casa. Poderosas. Pero otra vez me estoy desviando, volvamos a lo de tu homenaje, cómo me hubiera gustado que lo vieras. Estaban todas, hasta las que no te imaginas. Rodaron rumbo a Leones, a ese cruce feo con Rangel Frías que tú recorrías a diario. Yo me hice cargo de la playlist. Te debía una desde la última vez que fuimos a pedalear, usé casi la misma. Todas al borde del llanto pero al ritmo de “Monstruo Verde” y “Tuve que quemar”. Fue un momento de energía desbordante.
Un grupo de morras hermosas y valientes (tú sabes quiénes son) te hicieron una mantita bien chida y nos regalaron a todas tus amigas rosas rojas tejidas, bien bellas. La manta la colgamos junto con la bici blanca (No fue tu bici. Ya que, ni Carolina, ni tu casco de tortuga aparecen y no sabes cómo lamento eso, morra). Hubo brindis y aunque tú ya no pisteabas, nos dimos un mezcal a tu salud. Estaban tu mamá, tu papá y Bombón, él ahora vive con una de tus amigas más cercanas, (seguro sabes quién, hasta la has de visitar de vez en cuando) y he visto que le dan sus vueltas en la bici para que no pierda la costumbre de andar sobre ruedas el perrito pedorro. Kari, yo tengo mucho chisme que contarte, ojalá pudieras leerme. Han pasado muchas cosas desde el último día que hablamos. Son días complicados para mí y trato de llenar mi tiempo con actividades para no pensar...bueno para no pensar tanto en lo feo. Pero hay cosas de las que una no puede escapar, verás: Una de las ocupaciones que elegí es una comunidad de escritura. En ella exploramos el formato epistolar y cada sesión tenemos una misión diferente. Nuestra última misión fue escribir una carta pensada para ser enviada, el destinatario: nuestra mejor amiga. Estoy haciendo todo mal porque esta carta nunca va a ser enviada y mucho menos va a llegar a ti, pero tú eras mi mejor amiga y yo necesitaba escribirte. Mi psicóloga hace un mes me sugirió que te escribiera, yo aplacé la tarea pues no quería hacer frente al hecho de que ya no estás aquí. El momento en que acordamos que escribir a la mejor amiga sería nuestra siguiente misión de escritura, me cayó la realización como un balde de agua fría: a mi mejor amiga recién la perdí. Las palabras nunca me van a alcanzar para escribir todo lo que pienso y siento al respecto. Te quiero mucho morra y te extraño a diario. Lucía
Hay cosas que aunque no queramos se joden y se joden bien.Yo estoy jodida; quería pensar que los 3 meses pasados estaba realmente jodida pero curiosamente mientras más pasa el tiempo más dudo de esa teoría. Porque a veces lo mejor es pensar que la tristeza nos jode porque nos hace llorar, nos hace no comer, pasar noches en vela, no prestar atención a nada, etc… pero no es así, la tristeza no nos jode lo suficiente y cuando la realidad te alcanza todo ese escenario se transforma a lo que es y no puedes cambiar; lo que jode de verdad es la confusión, la maldita confusión de no saber qué quieres o a dónde vas, la confusión que no te permite decidir con suficientes huevos lo que vas a hacer mañana… si vas a leer un libro o vas a ver la tele, si te tomas un té o mejor se antoja un mezcal, si quieres un elote con chile del que pica o con el que no pica… si el agua la prefieres de limón o de Jamaica… y no es porque te dé igual, no, porque esa etapa de la duda ya la pasaste, es porque de verdad de verdad no lo sabes, no sabes quién eres ni qué es lo que prefieres … y así cada uno lo vive en su momento y les pega de diferentes formas y definitivamente yo me quebré cuando me di cuenta que no podía escribir más.Y es que pareciera que en estos 3 meses me he tragado a mí misma junto con la vida y con todo lo que me rodea, me lo he tragado para tratar de ya no sentir dolor, para anestesiarme un poco y darle una mano al alcohol que no ha servido para nada. Me costó mucho pero ya entendí que te fuiste, que no vas a regresar nunca, que estás tratando de componer lo que andaba mal en tu vida, que yo fui eso que forzosamente tuviste que hacer a un lado, ya lo lamenté mucho, ya lloré, ya dormí 2 días seguidos, ya salí a correr, me tatué, me corté el cabello, cambié de color favorito 30 veces… pero además de todo eso dejé de escribir, y ahora al sentarme para escribir esto espero con todo mi corazón sacar lo atorado y poder ser libre de ti, de mí, de nosotros, de lo que éramos. Porque cada vez que me doy cuenta de lo confundida y perdida que estoy pienso en que necesitaba agradecerte antes de que te fueras, necesitaba decirte que gracias a ti soy una mejor persona porque me enseñaste tanto de mí que nunca podré pagártelo; estoy agradecida contigo, con la vida, con Dios porque ese mensaje que enviaste a principios de año hizo que hoy me encuentre aquí, mas perdida que nunca pero más cerca de lo que quiero ser; fue lo mejor que pudiste hacer por mí. Quería que supieras que todas las noches antes de dormir pienso en que te mereces ser muy feliz y lo deseo mucho. Sé que algún día voy a dejar de extrañarte, sé que va a llegar un día en que las canciones suenen diferente, en que ya no esté perdida ni confundida, pero hoy aún hay noches en las que me lleno de miedo, en las que el insomnio entra y se acuesta a mi lado y con esto que hoy te escribo quiero nada más que lo sepas, porque pienso que si lo escribo y lo sabes yo voy a curarme, porque necesito salir de este letargo, de estos días que
parecen sueños… quería que supieras que Arturo (mi alumno sordo mudo) terminó el ciclo leyendo, ¡lo logré!, que no pasa de este año para terminar los trámites para mi primera publicación, que si esta pandemia me lo permite en septiembre me iré a España… que quiero soltarte para sentirme mejor pero a veces te siento tanto, a veces creo que te acuerdas de mí como yo lo hago de ti y eso me arrastra a un remolino sin salida. Dicen que la palabra es poder y por primera vez en todo este tiempo acepto que necesito soltarte, pero antes decirte que en mi corazón solo tengo amor para darte, todo es bueno… todo fue bueno, sincero, transparente y eso es lo que más vale; quedan las canciones por si algún día mi recuerdo se te aparece. Nunca olvides que mereces ser muy feliz y que me hubiera gustado decirte que te esperaré aquí todo lo que me queda de vida pero sería muy injusto para los 2 y más ahora que mi vida comienza a detenerse tanto, que siento que me estanco, es ahora cuando sé que necesito seguir y para seguir hoy me toca soltar todo lo que lleva tu nombre porque aunque había entendido tantas cosas no había podido terminar de entender que al sentir todo esto me estaba olvidando de mí. No tenía muchas opciones, créeme que hice lo que pude con lo que tenía y solo eran 2 caminos; pensar que fue tan fuerte tu decisión que pudiste tomarla aún amándome o pensar que fue tan fácil de un día a otro tomar esa decisión porque jamás me amaste y siempre opté por la primera, siempre defendí tus palabras, tu recuerdo, siempre lo he guardado donde nadie pueda hacerle daño, pero hoy me doy cuenta que creer en eso me está acabando; mi vida me exige que crea en lo que es mucho más real y es que nadie se va amando… Tú pudiste irte, pudiste darle la vuelta a la página, quizá hasta me olvidaste ya y es que pienso que el amor no se puede esconder, el amor es tan auténtico que uno siempre lo elige… así que me quedo con ese último abrazo en el que sentí tu adiós, ese abrazo que me dijo que era el último… y que ignoré. Eres un ser humano increíble y quien esté contigo estoy segura será feliz siempre. Lamento que mi despedida llegará tan tarde pero ese viernes, en esa última llamada no pude ni hablar, no pude decirte lo más importante y hoy después de 3 meses solo quiero decir: Gracias por aparecer en mi vida. Yo también prefería lamer siempre mis heridas antes de que tu amor perdiera filo… pero hoy, me obligo a aprender que poder decir adiós, es crecer… Cristina Cavazos
Nuevo León, a 07 de Septiembre del 2020 !!
Estimada Buelin. Con harto gusto te escribo, porque lo necesito, sé que no vas a leer esta carta, pero también sé que la energía que se mueva en este sentido, de algo nos servirá, a mi donde estoy y a ti donde estés. Que de verdad espero que estés en un lugar muy bonito, rodeado de buenaondez, porque estoy convencida de que te lo mereces. Tu familia no está convencida de ello, nadie, es super raro que de todos los que salieron de tu ser, a todos esos a los que les diste vida, hablen bien de ti, o digan que te extrañan, de hecho ninguno de ellos se ha atrevido a decirlo, porque no creo que no te extrañen, sino simplemente no se atreven a decirlo, sin embargo hay muchas quejas de cómo los trataste, no hay ni una sola reunión familiar en la que no escuche una queja de ti, qué bárbara. Yo trato de recordarte en todo momento como la abuelita chida que mucha raza tiene, entonces me voy a mis recuerdos de esa vez que no sé qué estaban pensando mi papá y mi mamá y mi abuelito y tú cuando nos llevaron de Monterrey al De Efe en tren, en el denominado “El Águila Azteca”, ¿ te acuerdas ? Me acuerdo que nos asábamos, el calor era insoportable, salimos desde las 8:00 am del De Efe y llegamos a las 6:00 am del siguiente día, y me acuerdo también que sacaba medio cuerpo en las ventanillas del vagón en cada parada para que tú me sostuvieras y pudiéramos comprar nopales, y tunas, gorditas de chicharrón y pan. Ni me acuerdo qué tipo de pan era, pero me acuerdo que nos supo bien sabroso, me acuerdo que te pregunté por qué había mucha gente de pie, que nos aplastaba a los que íbamos sentados y tú me respondiste que ellos no tenían la suerte de tener un abuelo maquinista como yo. Vaya, ¡Qué afortunada fui!, pinche abuelo maquinista, el mismo que te amenazó pedo con pistola en panza y que te dijo que si el bebé que traías en la panza (mi tío Alfredo) no nacía hombre, lo iba a matar y de pasada a ti, y que tú fuiste a rezarle a San José Obrero para que te hiciera el milagrito, de que te mandara a un hombre, y le prometiste ponerle su nombre, José, y el Santo te lo cumplió, y cuando nació mi tío, mi abuelo maquinista no dejó que le pusieras José, porque qué, ¿quién chingados era ese cabrón?, que debía llamarse como su padre, Alfredo. Y luego, ya pasados los años, fuiste a hablar con la esposa de mi tío Alfredo, para que te ayudara a pagar la cuota con San José Obrero, y por eso mi primo Freddy se llama José Alfredo. Pos según esto, nadie se sabe esa historia, según todos me dicen que yo la inventé, pero cómo la voy a inventar, si tú misma me la contaste. También me contaste que el cabrón de mi abuelo, tuvo hijos con la perra de la barda de atrás, como tú le decías, y que les puso los mismos nombres que ya había usado con sus 12 hijos que tuvo contigo, para no batallar. Te tenías que tragar por años esa historia de la vecina de la barda de atrás.
Buelin, todavía recuerdo la cara que pusiste cuando te enteraste de que estaba embarazada, porque no lograbas comprender cómo carajos había donado toda la “canasta” sin haberme casado. Ahora me río, pero en su momento si sentí que te fallé, pero fue lo mejor Buelin, si me hubiera casado ahorita sería muy infeliz, pero no me atreví a decírtelo nunca. Perdóname. Me acuerdo que cuando llegué del hospital con mi hija la viste con tus ojos ya maculados por la diabetes, y me dijiste, “qué hermosa tu muñequita” y así le decías a mi hija, “muñequita” y cuando te la presenté me dijiste: “Bueno, al menos eres muy afortunada, que porque de perdida sabías lo que hacías”... porque cuando el cabrón de mi abuelo maquinista te robó a tus 16 años, ni sabías lo que hacías (o que él te hacía ) y que tu pensabas que los bebés venían guardados dentro del baúl de la partera, me contaste que según, en tu mundo, te dolía el estómago, le llamaban a la partera y ella del baúl sacaba la medicina para curarte del dolor y de una vez entregarte a quien sería tu hijo, o hija en turno. 12 huercos. Buelin, te debo todo mi agradecimiento, por todo lo que hiciste por tus 12 huercos. Te respeto ampliamente, no te juzgo, nunca lo haré, te lo prometo, cuando le hablo de ti a mi hija honro tu nombre, porque gracias a ti estamos aquí, y creo que nunca te abracé ni te dije que te amaba, porque en tu familia todos son bien raros, así como tú no lo hiciste con mi mamá, y mi mamá no lo hizo nunca conmigo, pero ya no lo repetiré Buelin, te lo tenía que decir, acá con mi hija, sí celebramos la navidad, y los cumpleaños, y la abrazo todos los días y todos los días le digo que la amo, y la lleno de besos, porque aunque todos tus hijos no quieran aceptar que tienen sentimientos, y no quieren abrazar nunca, yo ahí la llevo, y cuando mi mamá me dijo, con tus mismas palabras, pareciera que te veía reflejada en ella, me dijo que no abrazara a mi hija y que no la besara porque la iba a echar a perder, le contesté que prefería que estuviera echada a perder de amor, y que yo sería feliz si mi hija se quejara de eso toda su vida, que su mami si le decía que la amaba y la abrazaba y besaba siempre. Te lo tenía que decir Buelin, pero no te lo reprocho, no te juzgo, te agradezco eternamente porque gracias a ti y a tu temple somos quienes somos, como me gustaría que estuvieras aquí y poder decírtelo de frente, y ahora sí, abrazarte, aunque no te dejaras, a ver si me atrevo empezando con mi mamá. Yo te cuento.
Patto Velasco
19 de agosto 2020, Monterrey Nuevo León Querida Laura: Tengo miles de años queriéndote escribir una carta pero ¿cómo te la puedo mandar si dejaste de vivir a los once años de edad? En el fondo sé porque nadie puede tomar tu lugar en esta aventura de sacarme el corazón con letras. Recuerdo como si hubiera sido ayer el día que te conocí, éramos unas niñas de cuatro o cinco, tu familia rentó la casa de enfrente de la mía y en la mudanza mi mamá nos llevó para presentarnos, nos conocimos en el cuarto de juegos, estábamos sentadas una frente a la otra y ahí fue cuando en tu mirada me ví, lo que quiero explicarte es que en ese momento por primera vez existí, si ya había nacido hace años, formaba parte de una familia de muchos hijos, mi papá era el doctor Tomás y mi mamá la señora Olí, pero yo siempre había sido nada, no sé que hiciste, ni que dijiste, pero desde ese día entendí que era un ser vivo y que tenía una amiga con la que jugaba todos los días, ¿será que no existes hasta que encuentras a tu mejor amige? No tengo respuesta pero creo que en mi vida así fue. Ahora que te puedo contar de mí si la que dejó de existir tan pronto fuiste tú, cuando un golpe en seco en una caída de caballo acabó de inmediato con tu vida. Te puedo asegurar que no hay nada más triste que la muerte de un niño o una niña, que ni siquiera la pandemia o la crisis mundial puede ser más doloroso que la muerte de un pequeñito. Después de tu partida, nunca pude volver a tu casa, me dolía tanto, por años le pedía a Diosito que me llevara contigo, pero no, los años pasaron y sigo en este mundo, estoy casada y tengo un hijo y una hija. Cuando nacieron fueron dos bebitas y la segunda nació el día de tu cumpleaños, cuando iba a la sala de partos le dije a mi marido se va a llamar Laura Cecilia en tu honor, pero a los diez años Laura, mi hija cambió, entró en un mundo solitario y confuso, no fue hasta los 16 que nos dijo que era transgénero, nos dijo: “Quiero que ustedes escojan mi nombre sentido”, mi esposo dijo “Luis como el mío “, y yo escogí Roberto porque cuando era muy chico fuimos en familia a un concierto de Bob Dylan y se sabía todas las letras de sus canciones, quedó entonces en Luis Roberto. Para mí Bobby, y a pesar de todo lo que implicó el proceso de transición: tomar testosterona, cambiar su ropa, terapias, acta de nacimiento, etc., “ Laura” no murió sino al contrario volvió a la vida, la depresión crónica desapareció y su sonrisa de bebé que tenía siglos sin ver volvió a surgir. Es tan guapo, estamos muy orgullosos de él. Si me dolió dejar de decirle Laura, creía que era una manera de tenerte presente, pero Bobby sigue siendo el mismo ser, los nombres no son tan importantes. Ahora te imagino como a Beatriz la musa de Dante Alighiere, que por amor, viajó al infierno, pasó por el purgatorio hasta llegar al paraíso, siento que el motivo por el que yo sigo con vida y tú ya no, es porque como Dante he tenido que pasar por infiernos, purgatorios y descubrir Paraísos, ahí es donde siempre te vuelvo a encontrar con un precioso espejo en tus manos, que sirve para verte a los ojos y así tú mi mejor amiga nunca dejarás de vivir, ese espejo me lo prestas, para que poco a poco aprenda a conocerme. No hay nada más triste que la muerte de una niña o de un niño, esas penas nunca se van. Te extraño. Ceci.
7 de Septiembre de 2020, Santa Catarina.
Muy estimada Selma,
Comienzo a escribirte y recién apareces en el estu… dio. Ya saltaste al escritorio, justo sobre el teclado de la lap top, luego te cargué y te puse sobre la impresora, vi tus patitas frágiles querer asirse a la superficie de plástico, pero miraste fijamente mi regazo, y con eso me lo dijiste todo. “Ok”, te dije, planché mi falda con mis manos y entonces tú, tan bella que eres, bajaste de la impresora al escritorio, y del escritorio, con mucha más cautela, a mis muslos. Comienzas a lavar. Nunca pudimos ponernos de acuerdo sobre eso. Confieso que terminé cediendo al dolor de sentir que me entierras tus garras. Sé que lo haces con cierta precaución porque cuando escuchas que te dijo noooooo, nooooooo, ¡hey! ¡Selmaaaa!, le bajas una rayita a la intensidad. Dentro de poco, ya cuando decidas que ha sido suficiente, te echarás. Mientras esto pasa ronrroneas cada vez con mayor fuerza. Es un in crecsendo que me es sumamente familiar. Ahora, después de haber dado algunas vueltas sobre tu propio eje, decidiste echarte. Mi querida, te veo respirar. ¡Cuántos días hemos representando la misma pieza! Uy, amiga, ¡tantos! De hecho, eres una de mis relaciones significativas más longevas, ¿sabías? ¿Qué tanto sabes, Selma? Ese es un de los misterios que quedarán sin resolver. ¿Te estaré todo el tiempo sobre interpretando? Insensata, pensarás. Y yo mejor ya no contesto. Sólo te miro. Te miro, y en ese túnel en el que se encuentran tus ojos verdes y mis ojos azules, digo, al revés, en ese encuentro, me pasa el mundo encima, sabes, con todas sus creencias obsoletas como, por ejemplo, que tú y yo no podemos entablar una amistad, es más, que no podemos amarnos a nuestro modo. Mi querida Selma, tú eres mi tía, mi roomie, mi visita, mi ama. Eres mi siempre fiel. Mi más dura crítica en esta familia. Y me encantas, querida amiga. Han sido catorce años de relación. Aún recuerdo cuando llegaron tú y tu hermana Icara a la casita de pisos de pasta. Recuerdo verte salir de la transportadora, tan angustiada, tan en tu papel de poquita cosa, porque claro, eres la señora con ese halo de superioridad –que reconocemos en tu familia- porque tienes los dos lados, como la
luna. Y ese día, estabas super asustada. Todo estaba mal para ti. Lo único que permanecía era tu hermana a tu lado. Ella gordita, ojito redondo, pompona, grácil, toda una gatita modelo, y tú, una existencialista francesa, desgarbada, flacucha, con una voz más de ganso que de gato. ¡Mi Selma! ¡No te vayas a enojar conmigo! Esos días fueron felices. Me acuerdo que aquella tarde en la que las conocimos, llegaban como prueba –ajá– y con tan sólo verlas salir de sus naves, yo me olvidé de toda duda. Ahí empezó nuestra historia de amor. No tendrá ningún caso negar –y menos ahora que Icara está hecha cenizas– que siempre fuiste –y sigues siendo– mi consentida. Ahora que llegaron Peligro y Futuro, reconocí que tienen la misma actitud de Icara, un tanto autistas, como que viendo no me ven. No generan ese contacto afectivo que es imposible ignorar. Tú me miras. Esa mirada me salva, me nombra, me ama. Me miras y sabes que te miraré de vuelta. Si no me conviene hacerte caso, te ignoraré, pero entonces me mirarás con más presión. Estás a punto de gritarme ¡insensata! Pero antes de lograrlo, te atiendo. Por cierto, me acordé del día que Elisa llegó corriendo, tendría unos tres o cuatro años, a reportarme, muy impresionada, que le habías dicho: ¡no! jajaja, cómo me reí. Elisa se habrá sentido todavía más contrariada. Yo, por supuesto, le creí. Y me dio mucha ternura pensarte tan desesperada con la niña gato que haciendo un esfuerzo sobrefelino colocaste las cuerdas vocales de tal modo que conseguiste hablar. Una sílaba, sí, pero tan bien dicha que lograste que la niña saliera corriendo y te liberara. Loca. ¿Qué te estaría haciendo la gorda? Acaso haciéndote bailar, creo que por esa época le gustaba mucho hacer eso, a Icara le gustaba que la levantara y le diera vueltas. Al principio la regañé por hacer eso, pero luego me di cuenta que a Icara le gustaba mucho volar. No mostraba el menor signo de molestia, y cuando aterrizaba, nunca se iba de inmediato, antes bien, se quedaba ahí, viendo si habría otro boleto para “las tazas locas”–y a Elisa siempre le sobraba uno. De muchas formas, las cuatro representábamos bien una escena del sombrero loco de Alicia en el País de las Maravillas… pero esa época, como la imagen en el carrusel de transparencias, se terminó. Pasamos a la otra. Icara ya no llegó a ésta, tu novena mudanza. Llegó en un saquito de terciopelo y vive en la sala (¿sí te has dado cuenta que Elisa siempre la nombra como parte de los habitantes de esta casa? Me encanta eso). Lo peor de esta casa fueron las escaleras, lo supongo, pero realmente creo que tu vida mejoró muchísimo. Más espacios interesantes y, particularmente, un jardín. Ahí pasas parte de las mañanas y parte de las tardes. Lo disfrutas muchísimo desde el día uno. Te vi acostumbrarte al pasto. Era tan divertido ver cómo adquirías una actitud de exploradora en la selva con un simple zacate. Juntas hemos gozado la cons-
trucción del jardín. Todas las mañanas tú y yo regando. Todas las mañanas contemplamos juntas los cambios de nuestro pequeño cosmos. Después de regar, pongo la manguera en la vasija verde y tú, muy contenta, te acercas a tomar agua corriente. Yo tomo mi café y tú tomas agua fresca de la boca de la manguera. Felicidad. Seguimos en las mismas. Te he sobado la patita. Con eso tienes para despertarte y, sin mirarme, preguntar, ¿¡Quién chocó!? Jaja… toda modorra. A los pocos segundos ves que no hay respuesta y vuelves a colocar tu cabecita sobre mi pierna. Ahora estás con las piernas sueltas, a gusto. Es una tarde de lunes y es un lujo que estemos en silencio, escribiendo en el estudio. Estaba por despedirme, pero creo que es necesario, ya que te escribo esta carta, decirte que fue muy duro dejar de verte cuando me fui a Portugal. Me acuerdo y me dan ganas de llorar. Porque, además, siempre sentí que no nos despedimos. Seguramente no pude cuando era el momento de hacerlo, y me creí que luego pasaría a casa de Rodolfo a hacerlo, pero el tiempo se me vino encima. Me acuerdo de estar en Walmart a las 3 de la mañana, comprando maleta con Mar. Tuve que aceptar que ya no nos despediríamos. Y eso me dolió en el alma. Te extrañé todos los días. Pero, ¿qué hacía? ¿llamarte por teléfono? ¿Escribirte una carta? Me tardé unos añitos, mi querida, pero aquí estoy. Ay, justo ayer le contaba a Venecia y a Dino de cuando supe que volvería a verte. No podría creerlo, me llené en un salto de felicidad. Volverte a ver, querida amiga, cuando te sentí perdida para siempre. Govinda y Sidharta juntas. Las señoritas Vivanco de nuevo conmigo. A Elisa tuve que explicarle muchas
veces por qué lloré cuando supe que estaban en adopción. Le hablé de la emoción de volverlas a ver, a mis queridas amigas, mis roomates… luego, con el tiempo, le quedó claro el amor y dejó de preguntarme. Ese día que llegaron en sus transportadoras luego de un viaje en avión, y Rodolfo cortó los cinchos y salieron a su nueva casa, Icara salió casi igual que la primera vez, y tú, con la misma actitud más unos setenta años de edad. ¡Selma! Pero no pude abrazarte, corriste a resguardarte en la primera cama que encontraste, la de Elisa. Yo me quedé hablando con Rodolfo un rato más. Cuando lo despedí y cerré la puerta sentí una gran emoción de pensar: “están aquí”. Me costó trabajo entender que no me reconocías. Que todo te era espantosamente ajeno, pero un buen día las imágenes que estaban sueltas se tomaron de las manos, y creo
que me reconociste. A partir de ese verte al abrir la puerta de mi cuarto, todas las mañanas, es mi primer gran consuelo del día. Te veo bajar las escaleras con más torpeza cada vez. Llegará la hora en que te bajaré en brazos, mi querida amiga. Sentiré tus huesitos, y tú graznarás reprochándome algo con tu aliento a pescado. Qué desastre, Selmis. Selmish, Selmuca-muca, Selmuquis, encarnas todo el amor que siento y que recibo de la naturaleza. Te amo siempre,
Ximena
Esta comunidad de escritura de cartas tomó lugar en el mes de septiembre del año de 2020. Para información acerca de las comunidades de escritura de Vertebrales, puedes escribir al siguiente correo: talleres@vertebrales.com Esta memoria fue diseñada por Tresnubesediciones.
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