Relatos de la cuarentena
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Tláloc Israel Galo Ibarra Palacios Miguel García Ramírez Bertha Carrillo Mariana Fernández Gloria Cárdenas Olga Micha Raye Armando Molina Keysi Fuentes Piña César Sepúlveda A. Lady Corazón Marcelo Medone Daniela Albarran Bernal María Fernanda García Valdez Nancy González Blanca Muñoz L Julio César Sánchez Chilaca L.C.Bornio Francisco Javier Arce Peralta Citlalli Cajigas Bodegas Carmen Elizabeth Carrillo San Miguel Osmand Romero Angelo Marandino Héctor Daniel Olivera Campos
Emilio Sagreiros Oshy Navarro Nohemí Damián de Paz Claudia Fernández Rusvelt Nivia Castellanos Luis Eduardo Alcántara Max Haro Díaz Aideé Coronado Cervantes Andrés Lucio Michelle Pérez Katherine Quirós Bonilla Fernando Martínez Moreno Miguel Ángel Izquierdo Sánchez Astro Damus Paulo Neo Óscar Páez Manuel Arteaga
Palabras escondidas Tláloc Israel
Este encierro me sabe menos mal que cuando se fue Paulina. Me he quedado sin vecinos, ya no hay ruido. Me saben a nada los tacos que aún mastico. Desearía verme en los ojos de ella otra vez. El sillón se aparta de mí, ya no quiere que me siente. El fregador me lastima las manos, ya el agua no es tan clara como mis lágrimas. La casa se hace cada vez más grande, y yo me hago cada vez más pequeña. Ay, mi Paulinita… cómo te extraño. Este encierro tiene tu fragancia, Pau. Te recuerdo caminar por el jardín, echando agua a tus plantas que desde la primaria nunca estuvieron tan solas. Si las vieras ahora, Paulina. El rosal ya no guarda una sola gota de agua, ni a pesar del chubasco que se nos vino hace dos días. Tu ropa, Paulie, se la daré a Martina, estoy segura que guardará en algún rincón de la casa tu fragancia, cuando juguemos a las escondidas o a los encantados, porque ella es encantadora y yo siempre voy a perder como perdí contigo. Ay, mi vida… cómo nos haces falta. Este encierro guarda a una sola voz tus canciones favoritas en un karaoke, y guarda cada palabra por ti escrita en la pared de huéspedes para darles la bienvenida. Parece un baúl de recuerdos, porque no puedo salir y tú no puedes salir de mi pensamiento, corazoncito mío. Le haces falta a Martina. Desearía reencontrarme con aquellos poemas que escribiste cuando conociste a Ricardo, tu primer amor. Qué va… tu primer encuentro con el des-amor. Lo bueno fue que se fue con otra, él no te merecía. Mira que me estoy volviendo un poco loca, Paulie, porque sé que no vas a leer esto, ni escucharás detrás de la puerta cuando lo lea en voz alta como lo hice con la primera página de mi diario. Este encierro está orillando a Martina a hacer muchos balbuceos, creo que tiene preguntas que hacerme y no sabré cómo ni qué responder. Ayer, te cuento, soñé que decía sus primeras palabras, o mejor dicho, hacía sus primeras preguntas. Lo primero que me preguntó fue ¿Por qué las flores no nadan? La segunda no fue menos extraña: ¿Por qué aquí las aves solo vuelan y no paran de volar? Creí que eran pesadillas, Pau, pero no, yo te estaba escuchando a ti. ¿Qué cosa no me contaste?
¿Por qué me lo quieres contar ahora que no estás? ¿No es suficiente con no tenerte ya entre mis brazos, hija mía? Las lágrimas hicieron su primer charco frente a mi silla favorita, entre el televisor y las cajas que contienen aún tus camisetas verdes y moradas y tus banderas de arcoíris y con el puño en alto. Terminé de tomar mi té de flores y fui a tu cuarto, como todas las noches a contarte un cuento, a rezar por ti, por tu padre que está en el cielo y por Martina que crece muy rápido. La tormenta empezó a caer como a la una de la madrugada. Tu ventana se quedó abierta hasta que fui a cerrarla, tu cuarto siempre huele a ti, fragancia Paulie bella, más bella que las flores que adornan el sabor de mi té de media tarde. Cambiaba de canal en la televisión para no tener que olvidar que Martina se encontraba más aburrida que yo y se dormía cada cinco, cada diez, a veces cada tres segundos o minutos, la verdad yo también me quedé dormida una vez viendo las caricaturas. Se prohíbe en esta casa ver las noticias. El otro día vino tu tía Marcela a platicar conmigo, dice que pasa de vez en cuando para escucharnos hablar, yo creo que tras la muerte de tu tío Salomón se volvió un poco loca, pero no se lo digo porque la entiendo, yo también sufrí tras la muerte de Armando, tu padre, aunque sé que no lo conociste. Era un buen hombre. Se me estaba ocurriendo, Pau, que cuando podamos salir, vayamos de compras, ya sabes, las tres, o si quieres también invitamos a tu tía Marcela, no es tan aburrida como una vez me dijiste, basta con conocerla mejor, también tiene un sentido de la moda mejor que el mío, así que sería bueno que convivieran, ya vez que ella no tuvo hijos. No te preocupes, no me voy a poner celosa, de igual forma ella fue la primera tía que te tuvo en brazos y se enamoró de ti igual que todos. Un día gris se empezó a tornar un tanto verde, vinieron a visitarte, Paulinita, baja y trae a Martina contigo, creo que es el autobús del que me hablaste, diviértanse mucho, aquí las estaré esperando con un té de tila o de menta, tú me dirás de cuál te gustaría más. Tienes mi bendición igual que siempre, dale a Martina su regalo, el que le compré cuando fuimos a la playa, ¿te acuerdas? Dile que pronto nos veremos, espero que donde estén haya playa, pero si no, ojalá podamos ir a comer juntas. Tenemos cosas pendientes, no lo olvides, corazoncito.
P- Señor, ¿qué hacemos con esto? Es una carta. C- ¿Tenía familiares? P- Me parece que sí, una hermana, pero está infectada y es de alto riesgo, ¿se la damos? C- No, dejémosla aquí, ojalá esto termine pronto. Quizá alguien más venga un día a reclamar la casa. P- ¿No le da curiosidad? C- No. Y aunque me diera curiosidad, no es mi trabajo leer algo cercano a un testamento. P- ¿Y si no se trata de un testamento? Usted sabe que no tenía más familia. C- Aprenda a observar, colega. Hay algunos juguetes, aquí seguramente vivía una niña o una joven. P- Lo que usted diga, pero no pasa nada si le doy un vistazo, ¿no? Igual el sobre no está sellado. C- Usted no aprende, ¿verdad? ¿Sabe qué? Haga lo que quiera, pero llévesela de aquí, porque si no, se mete en problemas con los peritos. No sabía cómo contar esto, contar esta carta, esta historia… Me quedan muchas dudas ahora, después de leer todo esto. Dije en enero que este año no lo olvidaría, pero nunca supe cómo o qué perpetuaría este recuerdo. Desearía haber podido ayudar a esta señora en algo, pero creo que estaba muy ocupado en hacer lo políticamente incorrecto hasta yo mismo convertirme en asesino y corrupto. Solo sé que cuando todo esto termine, no quiero volver a ser el malo de la historia, de ninguna otra carta, aunque sé que probablemente merezca esta muerte que ya me carcome por la pura culpa.
Fotografía de Galo Ibarra Palacios
Los peces de cuarentena Miguel García Ramírez
El primer domingo de cuarentena mi madre compró un pez dorado en el tianguis de la colonia, un pececito regordete de color naranja con las escamas relucientes y ojos saltones, como si estuviera siempre a las vivas o espantado. Aún la cuarentena era un chisme sin importancia, un “seguro que es una cortina de humo porque en E.U. acaban de testificar que nuestro ex presidente negociaba con el narco” y “claro que la 4T no va a meter las manos en el asunto, ya ven que perro que ladra”. Incluso yo llegué a pensar que sería cosa de un par de días, que era una gripe pero más tortuosa, total la influenza ya era cosa de todos los inviernos y hasta nos preparábamos con un botiquín de Ibuprofenos y antigripales. El siguiente domingo, ya empezados en el encierro, ya con las altas cifras de muertos en las Europas, mi madre volvió del tianguis con otros cinco peces nuevos. Me levantó de un grito para enseñármelos: “¡Miguel, ven, mira, traje más amiguitos para el pez!”. Y me sonó como quien lee un cuento fantástico a mitad de una guerra. Los peces eran de distintos colores, una selección escrupulosa de variedades marinas, arcoíris acuático de ojos saltones. Mi hermano improvisó una pecera con una cubeta gigante y la puso a mitad del patio como intento de jardín japonés tercermundista. Yo me quedaba largos ratos viendo a los peces, que desde el primer momento aprendieron a amontonarse los unos con los otros, como protegiéndose del coronavirus y cualquier otra posible hecatombe. Tras investigar un poco entendí que los peces crean grupos de la misma especie llamados cardúmenes, esos en pequeñas cantidades de miembros, o bancos de peces cuando se tratan de cientos o de miles. Ningún pez fue rechazado, se aceptaron y se abrazaron sin mirarse las escamas. Mientras las noticias eran alarmantes, con mi-
les de muertos y cientos de miles de infectados, en casa nos resguardábamos como un pequeño cardumen, mirando de lejos la tragedia pero cuidándonos las espaldas, como quien se refugia debajo de un árbol frondoso de una torrencial lluvia. Por mi parte el insomnio comenzó a hacer de las suyas, mismo que me ha provocado levantarme a la 1 de la tarde, y la primera cosa que hice las primeras semanas era salir a darle de comer a los peces. Más tarde mi hermano también dejaba caer esas bolitas de alga para alimentarlos, después de un tiempo supimos que los peces dorados japoneses no sabían de satisfacción alimentaria, que comían siempre que tuvieran comida cerca, provocándoles inflamación del estómago misma que podía llevarlos a la muerte. Un mes después y con el semáforo de la pandemia en rojo, justo en el día con más muertes, rondando las 500 personas tan solo en el país, hallamos uno de los peces muerto, volteado boca arriba, era el más pequeño de todos, con el cuerpecito blanco y una mancha rojiza en la cabeza. Mi hermano se encargó del cuerpo e intenté volver a mis actividades de cuarentena: leer los libros que por tanto tiempo estuve postergando e intentar mantenernos en una especie de cardumen que no sale de su pecera: o cualquier otra cosa que me aleje pensar en el clímax de la tragedia: la muerte. Aunque los peces no me ayuden del todo.
Bertha Carrillo
De pronto me cubrí nariz y boca fue la orden perdí las riendas del carruaje el sol se oscureció pensé que el agua del mar se acabaría y también el encanto de tocar la lluvia todo se volvió un traje azul una careta un ir venir de los médicos un hospital el virus se encarnó en mi mente se volvió miedo se volvió presente enrareció el aire huele a muerte
Bertha Carrillo
Qué inquieta pesadumbre pareciera que vivo en el destierro no escucho las campanas de la iglesia ni el momento de mi desayuno no hay miradas no hay besos la fiebre incierta me invade entre la playa de la casa y los grandes monumentos de la sala hoy es un doliente día en el calcitrante encierro en el que me confino ahora sé que no necesito tus ojos para adentrarme en la luna no necesito tus pies para pasear por las dunas no necesito tus manos para acariciar la lluvia no necesito tu cuerpo como suave nectario hoy descolgué la libertad que tenía olvidada en el armario
Bertha Carrillo
¿Sabes qué hay detrás de la cortina donde embalsaman los cuerpos? ¿acaso has visto la muerte? contéstame no encuentro mi taza de café y el tiempo se me acaba el cubrebocas ya se me encarna y nadie dice nada tan solo bajas miradas ¿dime la has visto?
Bertha Carrillo
Y cuando al fin pude levantarme mi cruz estaba rota y ensangrentada habĂa mucho dolor las mariposas se veĂan a lo lejos la luz apenas entraba por debajo de la puerta con la timidez de un silencio profundo estoy enferma no tengo calma la fiebre anda por doquiera bajo el mismo cielo que se conmueve por la orfandad que me ha dejado desierta no puedo abrazarte estoy lejos y recorro uno a uno los barrotes de mi cuerpo eterna pandemia
Nueva rutina Mariana Fernández
En estos días de encierro mi mente vagabundea por la casa, acompañada de alcohol desinfectante y manos irritadas, respira profundo llenando mis pulmones a tope, sin reservas, consciente del placer de respirar, consciente de la probabilidad de perder la autonomía para hacerlo, ignorando el hambre que se alimenta de angustia. ¿Hasta cuándo nos durará la despensa / el ahorro / la reserva? Mi mente trata de mantener los pies en la tierra, leyendo las cifras, los casos, los recuperados, los muertos. Al mínimo descuido se pierde en el enjambre de las redes sociales que la llevan lejos y la aturden mientras intenta desenredar toda una telaraña de información. Se cansa de buscar la realidad entre fake news, intereses políticos y teorías de conspiración. A veces se detiene a lavar un baño, barrer un piso, limpiar un cuarto y sin darse cuenta se limpia a sí misma. A veces se sorprende con la sonrisa de mi madre, quien la abraza con su filosofía y la invita a jugar cartas. Otras veces la alcanza la llamada de un amigo, un mensaje, una foto, una broma y energía nueva. Mi mente también se escapa en soledad, a pasear al perro o tomar un baño caliente. Busca recluirse en rezos antiguos, pero termina inventando los propios. Se entretiene un rato buscando paz dentro de ella misma.
En la noche, cuando termina el turno de los vivos, recibe a los espíritus con 2 copas de mezcal, les platica sobre el rompecabezas que es estar vivo, de sus planes rotos y los nuevos tesoros reencontrados en el día a día. Los despide y los deja ir acompañados del pasado y sus promesas. Ya solas y tranquilas, antes de dormir, mi mente me convence de abrazar la intensidad de estos tiempos de incertidumbre. De darle el sí a otro día más, a la vida.
FotografĂa de Gloria
a Cรกrdenas
Q
ué difícil ha sido apagar el ruido y encender el silencio. Ese estruendo del exterior de pronto se convirtió en mutismo. Las calles abarrotadas, las horas en el tráfico, la agenda llena. Qué feliz era, pensé al terminar la semana inaugural del encierro. Miraba el celular de manera compulsiva, buscaba noticias, actualizaciones, índices de cadáveres y alguna solución. Mi cabeza estaba en un punto de ebullición continuo. Los hechos indicaban que la humanidad estaba siendo amenazada por una partícula invisible, abundante y letal. Junto con la angustia de la falta de planes, venía el temor a enfermar. Los espacios muertos se fueron llenando de dificultad para respirar, de dolores de cabeza y de una congoja psicológica fatal. Los muros de mi casa dejaron a la vista sus imperfecciones, esa mancha lateral de la que no me había percatado, apareció en mi campo de visión como algo evidente y estorboso. El polvo, que antes daba a mi espacio cierto glamour, se convirtió en un fastidio. En realidad, y eso lo comprendí después, el estorbo lo tenía yo, adentro de mi cabeza. No estaba acostumbrada a estar conmigo en ese estrepitoso silencio. Día con día fui bajando la guardia. Al final no queda de otra, o te dejas de defender o terminas hiriéndote con tu propia espada. Extrañaba los planes. No me atreví a cancelar aún el viaje que tenía previsto para dentro de tres semanas. En ese estado de incertidumbre abrasiva, yo me sostenía de una fibra deshilachada llamada esperanza. Las botellas de vino y las latas de cerveza formaron parte de mis víveres básicos. Los preparativos volvieron a ser parte de mi día a día. No es fácil deshacerse de hábitos antiguos. Esta vez, la lista no consistía en acudir a la cita número uno a las nueve de la mañana, llegar derrapada al desayuno de las diez, salir corrien-
do a la reunión de las once y responder los correos mientras me engullía el almuerzo de las tres. Ahora, los planes eran distintos, qué película ver, qué preparar de comer o qué libro empezar a leer. Intenté ocuparme, ejercitar mi cuerpo y atascar mi mente con algún entretenimiento. Con mucho que hacer hay menos tiempo para pensar. Fue fácil, durante el primer mes, pero al día treinta y cinco, cuando el modo automático se convirtió en neutral, cuando mi cabeza y mi cuerpo se lograron tranquilizar, cuando entendí que nada está bajo control, fue cuando les di entrada a algunos cuestionamientos. ¿Para qué tanto plan?, ¿por qué nunca me detengo?, ¿qué hago con mi tiempo?, ¿qué estoy haciendo con mi vida? También se asomaron con insistencia algunas afirmaciones, la vida es efímera, nadie tiene las respuestas y la más insistente; me puedo morir, mañana, al rato o ahora. Yo y cualquiera de mis seres queridos. Sí, eso lo sabía desde antes, pero esta vez lo sentí, bien adentro, en las vísceras. Los espacios vacíos se fueron llenando de creatividad, dejé de ver el reloj y de anticipar un futuro imaginario. Me topé con varios muros, pero después, descubrí lo inestimable; el mutismo proviene de afuera, el estruendo lo tengo en mi interior. Olga Micha Raye
FotografĂa de Gloria CĂĄrdenas
Búnker
Armando Molina
Hay una especie de contaminación de la que no queremos ser parte, dijo el hombre barbado a su cuchara y luego la hundió para atiborrarla de hojuelas de maíz y leche. No está fresca pero no está mal, aseveró el hombre imitando la voz de la cuchara; luego, se la llevó a la boca, mientras gotas blancas le escurrían por la barba. Cronch, chonch, cronch. Sonrió y vertió el plato hondo sobre su boca para beber los restos del plato. Se los dije: mi venganza sería im-pla-ca-ble. Algo rascó la puerta pero era demasiado temprano para considerarle humano. Desde que los horarios y los calendarios se habían dejado de usar en el mundo, cada cual se guiaba por su propio ritmo. Casi nadie iniciaba actividad con el día. El ruido en la puerta cesó y el hombre caminó hasta el sofá donde tenía una tabla con hojas blancas y carboncillo para dibujar. La mañana comenzaba a calentar así que los calzoncillos era la única pieza que vestiría hasta alguien llamase a la puerta... Dibuja, maldito, dibuja como si fuera a terminarse el mundo, el más pequeño de los restos de carboncillo. Pero es el fin del mundo, le dijo y lo aplastó contra el papel para dibujar el rostro de una joven mujer. Una más en la galería de arte que solo exhibía el rostro de aquella mujer. Yo tampoco la espero, dijo el hombre mientras se limpiaba una lágrima y se pintaba el rostro de negro, accidentalmente. La ciudad allá fuera continuaba su ritmo normal, de un día normal, de un año como tantos otros... Es cierto que ningún hombre es una isla, a veces un hombre es un búnker.
Un cambio nuevo Keysi Fuentes Piña
Conforme pasaban los días del encierro por la cuarentena, sin poder salir, las noticias sobre los incrementos de casos de covid-19 en México y en todo el mundo, sabía que día a día nos enfrentábamos a retos ya sea por crisis económica, emocional, sociales y entre otros. Era de preocuparse ya que no estábamos preparados para una pandemia mundial, tomando con una alternativa obligatoria nuevas medidas de higiene, trabajo, educación y más. Empecé a descubrir, poco a poco que es lo que podía hacer para mi bien, es decir para no tener problemas emocionales y buscar un bienestar personal que sea positivo; evidentemente comencé por cambiar mi rutina y a ordenar mi tiempo. Los primeros días fueron difíciles pero no imposibles, me levantaba y buscaba rutinas en YouTube para ejercitar mi cuerpo, desayunaba y tomaba clases en línea, en mis tiempos libres investigaba acerca del cuidado de las plantas, eso me inspiró y decidí sembrar árboles al igual que mis propios cultivos de alimentos como: tomate, chile morrón y zanahoria. Reforcé habilidades en la cocina, aprendí nuevas recetas de postres y por primera vez hice pan, trato de ocupar mi tiempo en cosas productivas claro, dentro de mi casa y apuesto que es mucho mejor que ver televisión todo el día. Para muchas personas incluyéndome esta situación es de otro nivel, muy difícil, pienso que lo mejor que podemos hacer es tener siempre una actitud positiva, conservar esperanza. También darle amor a nuestra vida y a nuestro alrededor.
FotografĂa de Gloria CĂĄrdenas
Solo los reyes portan corona César Sepúlveda A.
Circula por las calles Oriundo del oriente Victorioso vencedor Intrépido y volador Dedicando la noche y los Días a su recorrido Insaciable perdura en Estrategia llevando muerte Caminando entre nosotros Irradiando obscuridad en la Nueva normalidad, amenazante, Unicornio cabalgante de muchos Exterminador poderoso de Vida para unos cuantos más Efímero personaje mortal.
La Cuarentena me encontró Lady Corazón
Van más de 110 días de la cuarentena más larga que existió, la verdad no sé que me motiva a seguir en este mundo, será el instinto de supervivencia, pero esto cada vez está peor. Una parte de mí está tranquila, no salir de casa, no andar siempre de prisa. El tráfico que en esta ciudad consiste en pelear en los carriles de las avenidas que a diario están colapsadas de ríos de autos, con filas interminables, ir corriendo a toda prisa ya que siempre se me hace tarde. Para mí fue un alivio ver las calle vacías, sin tráfico, ya no existe nada. Como decía Mafalda:¡paren el mundo que me quiero bajar!, pues lo pararon y me bajé, creo que una parte de mí disfruta ser antisocial, pasar días con la misma ropa, no maquillarme, ni salir al menos a la calle a tirar la basura, hasta me siento aliviada de no tener que fingir y saludar a los vecinos y ser hipócrita, fingiendo que me importan sus platicas, los oigo tan lejanos, y ya no sé cómo decirle que se callen, no me interesa su vida, quisiera solo dar la media vuelta e irme. Ni se diga de las reuniones de las madres de la escuela, no encajo, nunca voy a sus reus, de juevecitos, ¡ay no! Mi ser lo aborrece, eso por eso que la cuarentena, la disfruto enormemente, pero en mi isla solitaria, no todo es felicidad, ya que con el Sr. X, todo está peor, ya no lo aguanto. Recuerden que soy feliz sola, y ahora tenerlo 24 horas al día es asfixiante, cada quien en lo suyo, él en su teléfono, ni me interesa si anda con alguien o tiene una aventura, tiene muy bien definidas sus prioridades (sus pretextos) para tenernos abandonados, ¡Tengo mucho trabajo! ¡Estoy ocupado!¡Tú no te preocupas de nada! ¡Yo sí trabajo! ¡Tú solo cuidas a los niños! Y le digo: Es que los hijos quieren una figura paterna, pero, no te importa, ¡creo que te importa más ver mujeres en Tick Tok! Como
si fuera un eterno adolescente, y solo por decir que tienen un padre, somos dos extraños que procrearon y se multiplicaron. Sabe más de los chismes de Facebook de lo que sienten sus hijos, lo veo como un bulto con ojos, que no se involucra en ningún aspecto con sus hijos, es triste aceptar esta realidad, antes al menos estaba sedada, quería callar mi inconformidad con el tráfico, las mil vueltas, y no quería reconocer que todo estaba mal. Con esta cuarentena, nos encerramos en la casa, pero salieron todos nuestros defectos, me duele aceptar que soy una codependiente en todos los sentidos del Sr. X. Sepulté mis sueños de ser una gran fotógrafa, ¡eso no sirve! me dice y me lo grita cada que puede, me siento devaluada, hecha pedazos, incapaz de siquiera de levantar la mano para pedir ayuda, pero en mis delirios, aún y que estoy derrotada, me veo tirada y denigrada solo por tener un lugar seguro donde vivir, y ya no quiero eso, quiero volar con mis propias alas, apasionarme por la vida, salir adelante a pesar suyo… Creo que esta cuarentena nos quitó las máscaras que nos ponemos para sobrevivir y fingir que somos felices y que no pasa nada. ¿En dónde olvidé mis ganas de triunfar? Creo que la cuarentena las encontró…por eso a mí el encierro me hizo feliz.
FotografĂa de Gloria CĂĄrdenas
FotografĂa de Gloria CĂĄrdenas
ENCIERRO INHUMANO Marcelo Medone
Ya llevo más de cien días en esta casa solitaria y se me hace difícil sobrellevar el encierro. No veo la hora de que pueda salir y vagar libremente por las calles y los parques, pasear por la costanera del río, visitar los mercados de artesanos, los restaurantes otra vez llenos, las colas de los cines y de los teatros, las fiestas callejeras, incluso los cementerios. Quisiera colarme en cada pequeño rincón de esta ciudad sin tener la necesidad de llevar puesto un barbijo o guardar una ridícula distancia social de dos metros. ¿Quién dijo que un virus no puede contagiar a esa distancia? ¿Por qué no un metro? ¿O tres? Los científicos no saben nada. Y los políticos, menos. Nos están condenando a un encierro criminal, inhumano. Todos los días pasan en la televisión las cifras de los infectados y de los muertos, hablan de curvas, de mesetas, de tasas de infección, tasas de contagio: hay que ser experto en geografía y en estadística, según parece. Como si la información fuera el único sustento para sobrellevar la cuarentena. Pero a mí lo único que me interesa es si voy a poder salir de esta casa en la que estoy prisionero desde que, hace casi cuatro meses, luego de una semana de fiebre y tos, María de los Milagros Fernández, viuda de Severino Gaona, se murió de Covid-19 como se llama oficialmente a la enfermedad de este coronavirus chino que tiene recluidas hasta a las almas de los fallecidos. Estoy esperando que en algún momento alguien abra la puerta para poder escapar de aquí y flotar libre.
Voraz Daniela Albarran Bernal
Nos mudamos antes de que comenzara el encierro, compramos una casa muy hermosa, cerca del bosque, con grandes ventanas desde donde podíamos ver los árboles moverse en las noches y el ruido de los pájaros nos ayudaba a meditar. No nos preocupaba ni la enfermedad ni el encierro, pues decidimos aprovechar los momentos que pudiéramos tener juntos. Tanto Víctor como yo trabajábamos desde nuestro ordenador y no teníamos que salir, a menos que tuviéramos una emergencia, nuestro plan era pasarlo increíble con las niñas; hace poco había nacido Luz quien le hiciera compañía a nuestra hija Martha de cinco años, la verdad es que estábamos emocionados de no tener que ir a la oficina y quedarnos a dormir hasta tarde. Tanto Víctor como yo teníamos una habitación propia para trabajar, entonces podíamos concentrarnos muy bien y nos tomábamos alguno que otro receso donde los besos y los jugueteos con las niñas no podían faltar, pero cada día que pasaba, las niñas se volvían más demandantes; es cierto, normalmente, Luz estaría en la guardería y Martha en el prescolar, pero ahora que ellas no tenían una actividad constante rebosaban de energía. Decidimos ponerle a Martha un horario muy estricto, levantarse temprano, correr en el bosque, desayunar, hacer tarea, colorear, jugar, bañarse, y un largo etcétera que intentamos seguir con mucho entusiasmo, pero Martha se aburría de esa rutina y Luz se la pasaba llorando, nuestras reuniones en Zoom se veían interrumpidas por el llanto y gritos de las niñas, nos empezábamos a desesperar y nos propusimos tomar el auto y salir a la ciudad a tomar un poco de aire, el encierro nos estaba nublando la vista, además también teníamos que comprar alimentos, pues nuestra reserva se estaba agotando, pagar el Internet, la luz, y nuestros celulares también era apremiante. La mañana era soleada, así que decidimos ir a la ciudad, subimos a Martha al auto, yo me senté con Luz en los brazos y Víctor se disponía a
manejar. Metió la llave al acelerador, pero no se escuchó el motor, lo intentó otra vez, y tampoco pudo. Qué sucede, Víctor. No lo sé, creo que nos quedamos sin gasolina, me dijo, el auto no enciende. Como que no enciende, yo misma lo llené de gasolina antes de que empezara la cuarentena. Me asusté. Bajamos del auto y vimos que efectivamente, el auto estaba vacío a causa de una fuga que no previmos. Y ahora qué vamos a hacer, tenemos que hacer los pagos, no podemos quedarnos incomunicados y tenemos que comprar alimentos, en unos días nos vamos a quedar sin nada. La angustía se le empezaba a subir en el rostro de Víctor. Tranquilízate, me ordenó, llamaré a mi hermano para que nos haga el súper y que nos traiga un poco de gasolina ¿está bien? Víctor le llamó a su hermano, pero nos dijo que le daba mucho miedo salir de su casa, temía contagiarse y que en el camino le saquearan el auto así que nos dejó en el total abandono. Yo, en mi desesperación, decidí ir con los vecinos, la casa más próxima se encontraba a unos 3 kilómetros en bici, pero cuando llegué ni siquiera me abrieron la puerta, me gritaron que me alejara, que no podían ayudarme. Regresé a la casa sin saber qué hacer. Luz no paraba de llorar, tenía hambre y la fórmula se nos había acabado, yo ya no tenía leche pues nunca quise darle, me la acerqué al seno reseco, pero ni una gota de leche pude darle, me sentí tan mal; Martha también tiene hambre y a duras penas pude sacar unas galletas de la alacena que estaban medio rancias, ya nos habían cortado el internet y con los pocos datos que nos quedaban intentamos pedir un Rappi y un Uber Eats pero por desgracia no llegaban tan lejos de la ciudad. Estábamos incomunicados y a punto de quedarnos sin comida. Intentamos racionalizar los alimentos durante tres días, pero era casi imposible, nosotros resistíamos, pero las niñas no, no sabían qué pasaba. Víctor tampoco hacía nada, se le agotaron las ideas. Todos teníamos hambre. De pronto la casa se me empezó a hacer muy chiquita y se nublaron los grandes ventanales donde entraba el sol. Ya no entendía por qué se nos había hecho buena idea comprar una casa en medio de la nada, todo quedaba muy lejos. También me di cuenta que Víctor era un bueno para nada, que nunca hacía nada en la casa, y que tampoco intentaba siquiera ayudar en esta situación. Vi a las niñas, estaban llorando desesperadas, y decidí que tendría que hacer algo, bajé al sótano donde guardábamos un rifle y unos cuchillos. Subí a la sala le informé de mi decisión a mi inútil marido: saldré al bosque a cazar. Por supuesto que no me creyó. Estás locas, ni siquiera sabes agarrar el rifle, te puedes lastimar. Discutimos y en un arranque de odio, lo aventé y se golpeó en la cabeza, no sangró. Martha empezó a llorar, la tomé de la mano, y a Luz en los brazos, el rifle estaba en mi espalda y así salimos las tres. Regresé sola a la casa con algo de carne en los brazos. Víctor ya
estaba sentado en el sofá, justo como estaba antes de que discutiéramos. Le dije que la metiera en el congelador, lo hizo y se metió a la cocina a preparar lo más parecido a un banquete. La carne estaba deliciosa, tierna y jugosa. Comimos con apetito voraz. Cuando Víctor se dio cuenta que las niñas no habían venido conmigo me preguntó. Están jugando en el bosque, no quería que nos vieran así. Así cómo. Míranos, tus manos y mi vientre están llenos de sangre.
La generación del COVID haciendo historia. María Fernanda García Valdez
Somos la generación que ha vivido de todo, desde tener el conocimiento de guerras lejanas, el miedo debido al fin del mundo en el 2012 y la posibilidad de la 3era guerra mundial a inicios de este año. Somos la generación de la resiliencia; y aún así, nada nos preparó para esta situación, ni siquiera la influenza diez años atrás. Cuarentena; una palabra, diez letras. Bien conocida por nosotros, al escucharla por primera vez, como: lejana, antigua y externa. Actual creadora y catalizadora de los sentimientos más reprimidos que tenemos: estrés, miedo, preocupación, soledad. Las noticias también son desfavorables, cada día vemos más muertes, más contagios, más aislamiento, más cuarentena, más de esta pesadilla en vida. La gente está cansada, sin propósito; navegando en esta telaraña de pensamientos sin saber que hacer, sentir u opinar. Y aún así, hacemos historia. No es visible ni evidente para algunos, pero con cada post de Facebook, Twitter, Instagram; compartimos nuestros sentimientos, nuestra soledad por el aislamiento y al mismo tiempo nuestra fe y esperanza por un mejor futuro. Y aún así, hacemos historia. En cada palabra, cada cuento, cada historia, cada poema, cada ilustración y cada anécdota que hacemos, ponemos nuestros pensamientos, ideas, sueños; dónde nuestra alma se queda ligada a ellos. Y al final, cuando volvamos a leer cada cosa que dejamos atrás, nos daremos cuenta que nos convertimos en mejores personas, más sabias. Somos la generación del COVID, la generación de la resiliencia, y creo firmemente que saldremos de esta situación, victoriosos y más fuertes que nunca.
Still de video: https://www.youtube.com/ watch?v=1I55vzmYXAo&t=14s
“Todo se acaba” o “Mi abuela como una estrella que se apaga” Nancy González Mi abuela ingeniosamente tuvo 7 hijos. Desde hace unos años, la cuida uno por cada día de la semana. Ahora, desafortunadamente, esto representa un riesgo para su salud. Tiene 89 años. Mi madre, su hija mayor, la trajo a casa por algunas semanas o meses, el tiempo que sea necesario. Mientras escribo esto, la veo andando despacito de un lado a otro por los rincones de mi hogar. Al atardecer está de mejor humor, porque se sienta afuerita a sentir el aire que anuncia la noche. La acompañamos un rato para escucharla repetir la misma historia una y otra vez. Con las mismas y con diferentes palabras. A veces cambia nombres. Es un circuito eterno de recuerdos. Porque ella ya está cansada. De comer, de caminar, de vivir. Y yo la veo mientras recita sus historias de juventud y vitalidad con un brillito en sus ojos que de rato se apaga cuando mi mamá la fuerza a comer algo. Y no reparo de verla como una estrella que se está desvaneciendo. Tilita a lo lejos, en melancolía. En nostalgia de mi abuelo, de las hermanas que ya no están, de los nietos que ya crecieron. Camina jorobada de los años que le pesan, de la soledad que se carga para todos lados desde que su prieto se le fue. El fulgor de mi abuela es de estrella. Como bien se sabe, cuando una estrella muere, en algunos lugares del universo se sigue apreciando la luz que esta emanaba, como si siguiera ahí, ya que la velocidad de la luz no va tan rápido como para que se note su ausencia. Y así será también con ella. abril 2020
Mi ciudad interior Blanca Muñoz L – julio 2020
En un abrir y cerrar de ojos, mis niñas ya no podían volver al colegio y estábamos los cuatro en casa intentando adueñarnos de un espacio de uso personal; un lugar donde cada uno fuera capaz de continuar la vida, de adaptar este sitio mágico en un salón de clases, la sala de juntas de la oficina, un estudio funcional de yoga y con mucha imaginación y anhelo, convertirlo incluso en la cancha de tenis del club. Y fue justo aquí donde se hizo presente la consciencia: fue como si al igual que las avenidas y el tráfico de la ciudad, mi ciudad interior se hubiera detenido dejando las calles libres para ella. Con qué claridad se notaba que dentro de la casa y como familia, estábamos completamente conectados y compartíamos más de lo que imaginábamos. Aunque cada uno iniciaba el día en un lugar determinado, teníamos que hacer turnos y compartir el estudio o la sala para realizar nuestras tareas. También estábamos muy al pendiente del uso del Internet para no afectar la calidad de las sesiones en línea y coordinábamos con detalle las horas de comida para no interrumpir nuestras actividades. Empezamos a cuidarnos más porque éramos conscientes de que si uno se enfermaba, la posibilidad de contagiar a los demás era elevada y era así como se hacía evidente una vez más la intensidad de nuestra conexión y el cariño que nos tenemos. La consciencia había entrado por la puerta principal agudizando cada uno de mis sentidos y como si de una entrevista importante se tratara, empezó a hacerme preguntas que ni yo misma ni nadie me había hecho antes: ¿Es tan importante hacer planes a detalle?, ¿es necesario andar de prisa todas las tardes?, ¿cuánto extrañas abrazar a una persona querida?, ¿te gustaría poder viajar ahora mismo? ¿qué tan importante es que participes en un triatlón este año?, ¿y qué me dices de tus noches de karaoke con las amigas, la clase de tenis en el club y las escapadas de excursión a las montañas?, ¿tus uñas siempre pintadas con los más lindos colores y tu “curly” en el cabello te reclaman de vez en cuando?, ¿echas de menos poder tomar un café completamente sola y en silencio para poner tu
mente en blanco y no pensar en nada más?, ¿quisieras tener unos minutos para poder llorar por tu Papá que hizo su mejor viaje hace poco más de un mes sin que nadie te vea y se preocupe?, y así, la lista continuaba, pero era suficiente para concluir con la primera entrevista. La pandemia ha sido lo más contundente que he vivido para entender y aprender que, así como en una familia o en un grupo de seres vivos que comparten un mismo espacio para vivir, todos los seres que habitamos este planeta estamos CONECTADOS y somos UNO. El impacto positivo o negativo (cariño, desprecio, compasión, gratitud, violencia) que genera un ser vivo estará siempre relacionado con todos independientemente del lugar geográfico o espacio energético en que nos encontremos.
FotografĂa de Galo Ibarra Palacios
LA CASA DE LOS ESCLAVOS
In memorian Rubem Fonseca
Julio César Sánchez Chilaca "Porque Jehová pasará hiriendo a los egipcios; y cuando vea la sangre en el dintel y en los dos postes, pasará Jehová aquella puerta, y no dejará entrar al heridor en vuestras casas para herir" el presbítero Claudio Viali recordó este pasaje cuando apenas iniciaba la cuarentena, y en su mente creyó imaginar que el ángel de la muerte hería con el virus a las personas que se hallaban en las calles. Sin embargo, él estuvo resguardado en su apartamento, protegido con la sangre del cordero que se representaba con la obediencia. En la televisión contempló en su momento, los miles de ataúdes de los fallecidos que terminarían en el crematorio y con ello él comenzó a murmurar: "Se levantó aquella noche Faraón, él y todos sus siervos, y todos los egipcios; y hubo un gran clamor en Egipto, porque no había casa donde hubiera un muerto”. La noche en que el ángel pasó, para Viali duró varios meses. Después de mucho tiempo el primer ministro anunció el fin del cerco sanitario y que la gente podía salir sin ningún temor de sus hogares; y para el Pastor fue igual como cuando Israel se liberó del yugo de Egipto además de mirar cómo su Dios exterminó a su ejército en el mar rojo, mostrándose aquella nación agradecida con toque de pandero y alabanzas ante su salvador. En la acera la felicidad en los ojos de Viali fue evidente pero corta, porque aunque las personas ya eran libres, rememoró los castigos que Dios infligió a su pueblo por cometer diversos pecados en contra de sus leyes, a pesar de no tener mucho de haber salido de su cautiverio, y eso cruzo en la mente de Claudio al contemplar a sus semejantes, porque después de estar cautivos en la cuarentena, ignoraba si en realidad ellos sabían distinguir al igual que el antiguo Israel, lo que implicaba la verdadera libertad.
BACTERIA L.C.Bornio
Al final solo yo y el gato en este departamento que es todo el mundo. Al final tal vez más que yo el gato porque me han convertido en bacteria. Escucho sus risas en las paredes de mi encierro. El silencio me abre la puerta para que a gatas recoja los trocitos de libertad que han regado por el piso como migajón. Respiro las ventanas imaginando el exterior y al terminar borro todo rastro de mí para no exponerme al exilio de esta pecera, porque me han convertido en bacteria. Se refugian de mi aire tóxico. Huyen de mi incómodo dolor. Así que deseo ser tan fantasma que no pese. Deseo ser tan falsa que me sonrían. Así que Alondra cautiva no cantes. Niña índigo no llores. Bacteria intrusa aíslate.
Sucedió en la cuarentena... Francisco Javier Arce Peralta
En la mesa vieja de madera apolillada solo tenían un pan duro de tres semanas después de su elaboración, que Don Roque le regaló a Juanito cuando pasó buscando entre la basura del día algo que comer, en aquella casa de paredes en obra inconclusa y techo de cartón, donde vivía la familia Arévalo Sarmiento, pues el padre tenía varios días buscando trabajo y no encontraba, después de que lo habían corrido desde hace tres meses de la fábrica, que se declaró en quiebra cuando inició una terrible pandemia. La situación cada vez se ponía más difícil, pues les habían cortado la luz y batallaban para juntar agua en las barricas para usarla en lo mínimo indispensable, ya las plantas se estaban secando por el insoportable calor, los padres discutían continuamente en la mañana, y en ocasiones terminaban con golpes entre ellos, Lupita la hermana mayor lloraba y les suplicaba que ya se calmaran. Ayer miraron que pasó por la calle una camioneta con despensas, pero las dejó en casa de doña Ana la presidenta de la colonia, quien se las repartió a sus familiares y solo les mandó tres a unos vecinos cercanos, mi mamá le reclamó y la señora con groserías la corrió de la casa. Ya no había frijoles que comer, ni dinero para las tortillas, el trabajo se escaseaba, la mamá no podía ir a las casas a limpiar, el papá caminaba por las calles de la ciudad sin poder encontrar empleo. Por las noches la mamá se reunía con los niños, y les decía gracias a Dios tenemos salud, no pierdan la esperanza de conseguir dinero.
Presente famélico Citlalli Cajigas Bodegas
Estoy siguiendo una dieta. Es simple y sencilla, no es costosa pero da pesadillas. Un almohadón hasta mediodía. Dos vasos de agua, porque la mesa no está servida. No olvido la bendición de Dios, para despertar al otro día. Corro un kilómetro, son como mil vueltas del buró a la rejilla. Hago diez respiraciones y deduzco horas con cifras de las noticias, espero que cambien de la noche a la mañana porque ya me brotan las costillas. Nos hemos quedado sin dinero, comida y trabajo; ahora todos somos delgados. Es la dieta de la pandemia, resultados garantizados.
FotografĂa de Carmen Elizabeth Carrillo San Miguel
Real del Monte, Crónica de un encierro forzado Osmand Romero
Real del Monte se ha distinguido a través de los anales del tiempo por ser un pueblo de abolengo minero, el cual ha sobresalido a nivel local y nacional, sin embargo, en la década de los noventa fue disminuyendo poco a poco, lo que llevó a sus habitantes a buscar otro tipo de actividades económicas, esto no fue de principio una tarea sencilla, ya que el pueblo por mucho tiempo no se le brindó el debido cuidado ni espacios para desarrollar otras actividades. Un hombre oriundo del lugar de nombre Jesús Murillo Karam, logró alcanzar el cargo de Gobernador del Estado de Hidalgo. Una de sus primeras actividades fue el darle vida a su tierra, convirtiéndolo en un atractivo turístico, esta hazaña se llevó a cabo entre 1996 y 1998. Atractivo de principio local, posteriormente nacional y en los últimos años internacional, esto debido a la herencia británica desarrollada entre (1824-1849). En octubre del año 2004 Real del Monte se incorpora al programa de pueblos mágicos, ¿qué es un pueblo mágico? Un Pueblo Mágico es una localidad que tiene atributos simbólicos, leyendas, historia, hechos trascendentes, cotidianidad, en fin, magia que te emanan en cada una de sus manifestaciones socioculturales, y que significan hoy día una gran oportunidad para el aprovechamiento turístico. Hoy en día, en Real del Monte un 70% de la población se dedica al sector turístico, en las ramas de servicio como el Restaurantero, hotelero, guía y actividades de entretenimiento. Lo cual ha modificado el ritmo de vida de los realmontenses, ya que el flujo turístico es la fuente principal de ingresos de las familias. Ante la amenaza epidémica, en el Estado de Hidalgo se comienza a realizar una campaña de medidas precautorias, entre las más destacada es la apertura de un Hospital inflable para tratar pacientes infectados por COVID-19, así también como la instalación de lavaderos públicos en focos donde hay mayor circulación de gente como las plazas principales y personal que se encarga de medir el calor por medio de un aparato portátil; sin embargo el día 19 de marzo en la página oficial del gobernador Omar Fayad Meneses dio a conocer que se habían manifestado los dos primeros casos, estos fueron dos hombres de 39 y 43 años de edad. El primero se contagió en Francia y el segundo era proveniente de Estados Unidos. Las medidas que se han tomado para evitar la propagación de esta enfer-
medad son las que la OMS ha decretado. La primera y más importante es el aislamiento o distanciamiento social, esto implica el no salir y quedarse en casa, ya que esta medida se ha utilizado en otras grandes pandemias que han quedado registradas en la historia. Esto con el fin de no exponer a la gente sana con la infectada, dicha medida funciona siempre y cuando se tome al pie de la letra. Del mismo modo se ha optado por la sana distancia, la cual consiste en que las personas deben estar separadas como mínimo un metro y medio uno de otro. Esta medida se ha puesto en marcha en tiendas de auto servicio, farmacias, mercados, así como en establecimientos donde hacen fila para realizar tramites como son los bancos, ópticas y restaurantes que ofrecen comida para llevar. El día 24 de marzo declaró el Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud Hugo López-Gatell Ramírez que México entró a fase 2, esta consiste entre otras cosas en la suspensión de eventos masivos y algunas actividades laborales, así como intensificar las medidas de higiene y de aislamiento. Los primeros casos que se registraron fueron el Pachuca, Mineral de la Reforma, Emiliano Zapata, Atotonilco de Tula, Huasca de Ocampo, Huejutla de Reyes, Epazoyucan, Tizayuca, San Agustín Tlaxiaca y Mineral del Monte, estos datos se dieron a conocer el día 7 de abril. En Mineral del Monte con su primer infectado se hicieron varias versiones de quien fue, la primera es que fue un taxista que llevaba a un turista de Real del Monte a Pachuca, al momento de pagar la tarifa por medio de su dinero le transmitió la enfermedad. Otra versión que se maneja es que una vecina del Barrio del Hiloche, de profesión Enfermera, en el cumplimiento de su deber fue contagiada. En vísperas de la semana santa la cual se celebró del 5 al 12 de abril se decidieron tomar medidas de prevención y seguridad para los habitantes de este mineral, esto consistió en cerrar todo atractivo turístico, restaurantero, de servicios al turista y espacios públicos como Jardín Juárez, la Cancha 11 de julio, el parque Pedro Romero de Terreros, Jardín Principal y la Explanada de Dolores. De igual manera el no hacer procesiones de viacrucis para evitar aglomeraciones en el centro histórico y sus alrededores, algo que históricamente nunca se había suscitado. Esto causó malestar entre los creyentes, ya que no podían cumplir con sus dogmas dentro de su iglesia. La primera acción consistió en ubicar a policías y patrullas en las principales entradas, para informar y persuadir al visitante de no entrar al municipio, ya que no había ningún tipo de servicio ni atractivo abierto, esto con el fin de evitar contagios de gente de fuera y no afectar a la población. Mineral del Monte en estos días se ha convertido en un pueblo fantasma, hecho que no se veía desde hace más de 25 años. El lunes 13 de abril a las 6 de la mañana me dispuse a realizar una pequeña caminata matutina para conocer un poco más sobre la situación, tomando las medidas necesarias me dispuse a salir, pude notar un aire de completo silencio y poco movimiento en varios barrios
se notaba claramente el aislamiento entre los habitantes, solo se percibían unas voces casi afónicas entre paredes y corredores dentro de las casas. En la caminata me dirigí a la parte boscosa pude observar varios animalitos que se dejaban ver sin ningún temor a que el ser humano les haga algún tipo de daño. Se escuchaba al pájaro carpintero trabajar desde la copa más alta de un árbol, el trinar de pájaros de varios colores y el ver a la ardilla correr de un lugar a otro de manera acelerada, así brincando y volando por todas partes, esto hacía que parecieran que se estaban dando un aire de alivio y un respiro por no ver personas cerca. El periódico digital MIRAHIDALGO anunció que el día 14 de abril se dio el décimo deceso por COVID-19, esto ocurrió en Mineral del Monte, los pobladores se encuentran alarmados e incrédulos ante esta situación que están viviendo. El día 20 de abril el periódico MILENIO publicó una nota que llevaba por titulo “No creo que el coronavirus llegue hasta acá, por eso venimos a Real del Monte”. Gran parte de la población ha acatado las medidas sanitarias, sin embargo, los turistas que han querido tomar esta cuarentena como si fueran vacaciones se llevan la sorpresa de que no hay servicio de hotel, lo que ha ocasionado la mala respuesta a los policías, a los prestadores de servicios turísticos y comerciantes. Los visitantes son de Estados circunvecinos como Morelos, Estado de México, Ciudad de México y Veracruz, muchos turistas piensan que alejándose de su lugar de origen no encontrarán noticias de contagio, aquí tenemos los siguientes testimonios: “Venimos un rato a Real del Monte porque queríamos salir y pues sabemos que hay contingencia, pero no creo que pase nada si solo andamos unos momentos paseando”, señaló Bertha Rodríguez, turista proveniente del estado de México. En otro testimonio muy parecido tenemos lo siguiente: “No creo que el coronavirus llegue hasta acá, por eso venimos a Real del Monte, porque queríamos un poco de aire fresco”, indicó un hombre, que llegó acompañado con cuatro personas más, provenientes de la Ciudad de México. Ignoran también que en Real del Monte ya se registró un caso y un deceso hace pocos días, lo que da como conclusión que no importa que tan lejos te encuentres de la capital del país o zona metropolitana, puedes contagiarte de COVID-19, esto sucede a pocos días de anunciarse la fase 3. En la vida cotidiana del municipio, mucha gente permanece en su casa distanciada de más personas, salen solo con las medidas necesarias, tratando de evitar el contacto físico, principalmente al realizar compras y retirarse lo más rápido posible, muchos locatarios mantienen cerrado sus negocios, pocas ventas se tienen registradas, lo que ha provocado incertidumbre y temor por cerrar permanentemente ya que de esa manera se pierdan una gran cantidad de trabajos, ya que muchas personas han minorizado sus in-
gresos. 21 de abril, en la conferencia matutina del presidente Andrés Manuel López Obrador, el Subsecretario López-Gatell anuncia que se ha comenzado en México la fase 3 del coronavirus. Esta medida ha restringido aún más los eventos masivos, así también como las reuniones en masa, limitando el acceso a una sola persona a centros comerciales al momento de comprar alimentos. 25 de abril. El sector turístico se ha visto envuelto en severos problemas económicos debido a la emergencia sanitaria. Por su parte, Miguel Torruco Marques Secretario de Turismo de la República, en videoconferencia “externó que es fundamental asumir una actitud positiva que lleve a implementar acciones concretas hacia una pronta reactivación del sector, una vez concluida la emergencia sanitaria”. También se comprometió a visitar a cada uno de los pueblos mágicos del país, los 121. Esto con la finalidad de anunciar un programa de relanzamiento para cada uno de dichos pueblos mágicos. Así también se está proponiendo que el 5 de octubre fecha en el cual se recuerda al nombramiento del primer pueblo mágico, el cual es Huasca de Ocampo, se declare día de los pueblos mágicos. A pesar de los esfuerzos por intentar buscar una salida en cuanto a impulsar la economía, mucha gente se he quedado sin trabajo o lo hace de manera irregular, ya que el patrón no tiene muchas fuentes de ingresos, esto debido al forzoso aislamiento de la sociedad y cierre de las fuentes de trabajo. En espera de que esto mejore se ha generado un completo miedo por ser tocado por otra persona, la incertidumbre del que pasará cuando esto termine se ha agigantado a pasos colosales, obligando a renunciar a sus actividades específicas y buscar otra. Lo más difícil es el alejarse de los seres queridos, el no poder visitar, acercar, ni dar muestras de cariño ha causado una cierta tristeza entre todos los seres humanos, pero siempre esperanzados que se dé un mejor mañana, pero por ahora lo único que nos queda es superar esta prueba difícil de este encierro forzado en Real del Monte municipio del Estado de Hidalgo México
Mi sono sentito così, cieco e rotto, a parlare con me stesso cosa mi rende felice? il rumore delle automobili si abbassa, nessuna canta in strada e nemmeno il vento ha voglia di suonare. Cosa mi rende felice? Spengo gli occhi, allargo la mente e respiro profondo tanto profondo che il mondo smette di girare. Fermi, immobili, entrambi Cosa mi rende felice? sorrido perche non so volare ma so come cadere. iO so come cadere. Mi alzo, sollevo il cuore, osservo il sole. Anche lui sa come cadere, cadere e tornare. So cosa mi rende felice. Mi rialzerò. Sarò di nuovo lì, col buio che ci riserva il giorno e con la luce che ci regala la luna e ti racconterò ancora di me, a te che vuoi ascoltare di quei giorni in cui anche il vento non suonava. Quei giorni in cui il mondo immobile si raccontava, senza di me Nessuna sorpresa, solo un'altra storia come le altre ma guarda fuori che bello. Che silenzioso il giorno, che illuminata la notte.
Nos caímos de nuestro nido, sin alas, de repente, sin estar listos y frágiles. Me sentí así, ciego y roto, hablando solo ¿Qué me hace feliz? pensé. Se baja el ruido de los carros, nadie canta en la calle y ni siquiera el viento quiere tocar. ¿Qué me hace feliz? Apago los ojos, abro mi mente y respiro tan profundamente que el mundo deja de girar. Parados, inmóviles, ambos ¿Qué me hace feliz? Sonrío porque no puedo volar pero si sé caer. Yo sí, sé como caer. Me levanto, levanto mi corazón, miro el sol. También él sabe cómo caer, caer y regresar. Sé lo que me hace feliz. Me levantaré. Estaré allí de nuevo, con la oscuridad que nos depara el día y con la luz que nos da la luna y te contaré más sobre mí. Para ti que quieres escuchar de esos días en que el viento ni siquiera sonaba. Esos días cuando el mundo quieto contaba de sí mismo, sin mí. Ninguna sorpresa, solo otra historia como las otras, pero mira qué lindo. Qué día tan silencioso, qué iluminada esta noche.
Angelo Marandino
CUMPLEAÑOS EN HOBBITON Héctor Daniel Olivera Campos
Cuando el señor Bilbo Bolsón de Bolsón Cerrado anunció que muy pronto celebraría su cumpleaños centesimodecimoprimero con una fiesta de especial magnificencia, hubo muchos comentarios y excitación en Hobbiton. En el consiguiente ágape hubo una espléndida tarta de cumpleaños cuyas velas apagó Bilbo con un soplido huracanado, además de comida y bebida en abundancia, regalos sorprendentes, baile y alaracas y besos y abrazos. Todo ello sin respetar la distancia de seguridad y sin mascarilla alguna. A la semana siguiente Hobbiton se hallaba confinada a causa de la extensión inmisericorde de la pandemia y sus habitantes permanecían recluidos y aterrorizados en casa. Las sirenas de las ambulancias ululaban su tétrico canto.
Fotografía de Emilio Sagreiros
20-20 Oshy Navarro
El 20-20 ha causado revuelo en mis pies. Un virus que poco a poco mata una parte de la población mundial, dicen que tal vez fue creado por el hombre, lo cierto es que sin más se instaura y que lo más probable es que sea parte del equilibrio de nuestro planeta. Causa revuelo en mis pies: a raíz de una caída en mi jardín el año pasado tuve que andar a cuatro pies, luego a tres. Las muletas no son cómodas, fueron meses muy fuertes en donde no podía hacer mucho, mi terapeuta me invitaba a escuchar y hablarle a mi cuerpo. Mis miedos no me dejaban caminar, así que comencé a pisar en la grava para que se activaran los puntos sensibles de las plantas de los pies. Extrañaba mis viajes en algunas partes de la selva, al bosque, al mar y tenía que contenerme en casa. Luego de la recuperación parcial, iniciaba de vuelta a caminar en la playa. Estar en mi casa de nuevo, es volver a hablar con mi cuerpo. Dar seguimiento del desarrollo de los cempasúchiles, de los girasoles y de las otras plantas sembradas en macetas que tenemos en la azotea; escuchar el tumulto que hacen los pájaros en el limonero y del pájaro kurkuvich que anuncia desgracias, según mis abuelos. Observo a un gusano, le he llamado jardinero, se come a ton ni son a las plantas. El espíritu de la tierra se encuentra herida, los abuelos de mis abuelos iban al corazón de la montaña, a las cuevas, a la laguna, a la cañada para pedir las lluvias para las siembras; preparar el atol y la carne ahumada para festejar el levantamiento de la primera cosecha, a danzarle a la luna cuando llegaba el eclipse. Quizá hoy los abuelos ya hubieran encendido velitas de colores y sahumarían hacia los cuatro puntos cardinales para pedir por la salud de la madre tierra y de sus habitantes. Escribo bajo el techo de mi casa, escucho gritar, reír y correr a mis vecinitos detrás de una pelota y alguien por ahí grita: ¡Portero ambulante! me recuerda mi infancia cuando no había tanto peligro para habitar la calle. Llegando de la escuela comíamos y no había más obligación que ser niño, niña, correr por las
calles hasta llegar al gran campo, jugar futbol, a ¿Lobo estás ahí? Y a las otras rondas que hacían el círculo de naranja dulce y limón partido. Hace días que no escuchaba el tremendo barullo en las calles que me hicieran regresar a la infancia cuando jugábamos con los primos y vecinos. Luego crecimos y dejamos esas andadas, antes de este virus ya sabíamos que las calles huelen a peligro. Ahora al resguardo forzoso. A diario subo a la azotea. Ahí soy libre. Observo las plantas, una parte de la ciudad, a los cerros mutilados, ahora son bancos de arena, me producen nostalgia; luego otras montañas con árboles altos como la que está enfrente de la casa, danzan y elevan su oración al cielo. Los nubarrones beben gotas, vuelan alto, los zanates y otras aves que graznan al viento y asaltan el corral donde están los gallos y las gallinas. Los colibríes que visitan el limonero junto, observo a las abejas, su zumbido hacen que mis ojos las busquen. Camino. Para evitar que los perros saquen la cascara de frutas de las macetas, tapo con algunos pedazos de madera, al cruzar esta barrera siento que he pisado a un insecto, rápido vuelvo los ojos al suelo: una joven abeja tirada, la levanto y la coloco en la palma de mi mano, quiero reanimarla pero está inerte. La muevo suavemente de un lado a otro y clava su coraje, el dolor recorre a la altura de la muñeca, espero un momento y la dejo en la tierra. Tres pares de patitas, su abdomen dividido en seis segmentos, su celda geométrica de seis lados, se puede inscribir la figura de una estrella de seis picos símbolo del macrocosmos, de lo divino y de lo espiritual. ¡Mensajera de los dioses!, ¡endulza la vida!, ¡Ah! ¡Los días son grises por el virus del horror y del miedo! Es sabido que no somos los mejores cuidadores de la madre tierra.
Amanda
Nohemí Damián de Paz A mi madre y a mi hermana, quienes con su apoyo incondicional me alentaron a escribir de nuevo
Mis ojos se dirigen por quinta vez al reloj que está arriba del refrigerador. Doce en punto, es mediodía. ¿No cumplirá su promesa? Estoy cansado de encaminarme a la ventana y notar que no está en el patio. Ella es muy independiente, elegante y tenaz, cualidades que, si bien le admiro, más de una ocasión le han provocado problemas. Sé que nuestros encuentros no deben efectuarse, lo sé desde aquel día que prohibieron las reuniones y las salidas para prevenir la propagación de ese virus que hasta ahora no deja descansar a la Muerte, pero nuestra conexión es tan íntima… parece imposible no saber del otro. Amanda es su nombre. Siempre creí que su propio nombre fue un presagio de lo que ocurrió ese viernes, el que ignoraba representaría el final de mi libertad, cuando la vi sentada en esa banca del parque. Tranquila y con una mirada despreocupada, la descubrí esa última tarde que podía estar afuera de mi hogar, y por ese motivo, no lo pensé dos veces y me acerqué a ella. El silencio ha sido nuestro acompañante desde que estamos juntos; sin embargo, ese hecho nunca me ha molestado, todo lo contrario, me da la oportunidad de observarla sin premura. A partir de ese momento han pasado seis meses y se convirtió en el mejor de mi existencia ya que soy prisionero de estas cuatro paredes. Aunque, supongo, estoy exagerando, antes de su compañía estaba acostumbrado a encerrarme en mi cuarto rentado y pasar casi todo el tiempo solo enfrente de mi computadora. No tenía la necesidad de salir con frecuencia porque todo lo que requiero para sobrevivir en este lugar semiurbano y desértico está aquí: los servicios del agua, de la luz, del gas, del teléfono y del Internet nunca faltan. Cada servicio lo pago a tiempo y mis vecinos son moderados respecto a las molestias. Nadie se ha metido con-
migo y eso es más que suficiente. Bueno, excepto uno, existe alguien. Amanda es sensual sin proponérselo y por esa razón me irrito en sobremanera. Cuando camina por la calle donde vivo, pareciera que sus pasos se alargaran más y más para llegar a mi casa. En esos instantes me imagino que esa manera de andar tan hipnótico se debe porque sabe que estoy esperándola con los brazos abiertos para darle la atención y el cariño que se merece. Sin embargo, sus peculiares pasos también los examina un vecino con ojos inconcebibles. La primera vez que lo descubrí, quise enfrentarlo y exigirle que alejara su mirada, pero nunca me han gustado los problemas, por no decir que soy un cobarde, y solo me comí las uñas hasta que Amanda ingresó a mi cuarto. Mis uñas desaparecen con regularidad. A este ritmo me pondré uñas postizas, ese último pensamiento me causa gracia. Doce quince. Ya pasaron quince minutos. Me sirvo un vaso con agua fría y le agrego dos cubos de hielo. El calor del verano es insoportable, sobre todo cuando el viento se ausenta en esta época del año. Aunque la velocidad del ventilador está al máximo, no es suficiente para tolerarlo. El sudor recorre con insistencia mi rostro. En ocasiones sospecho que esas gotas son tan gordas que tienen la resistencia suficiente para aterrizar en las puntas de mis pies. No aguanto más y me dirijo a la ventana. La veo parada enfrente de la puerta, a un metro de distancia, como si estuviera dudando en pasar. No puedo alejarme, sé que entrará pronto y también el insoportable vecino estará pegado en su ventana, observándola. Y ahí está, como si supiera, sus ojos saltones profanan a Amanda. Empiezo a morderme el pulgar, casi no hay uña, solo trato de calmar mi ira porque no tiene la culpa de ser cautivadora. Al acercarse a mi puerta, la abro completamente, sin importar que incluso entre la arena y ensucie el piso recién trapeado, eso no importa, ella está conmigo. La puerta se cierra, mis brazos rodean el cuerpo pequeño y le doy un beso en la mejilla, mientras ese vecino intruso detrás de su ventana nos señala y le grita a su madre. Debería saber que no es de su propiedad, aun cuando fue criada por él. Amanda interrumpe el silencio y maúlla por primera vez.
HOME OFFICE Claudia Fernández
I La nevera. La ambulancia. Los ruidos en la azotea. Las luces del edificio. Las ventanas abiertas. La luz azul en el rostro. El sonido de los ácidos gástricos. Las noticias. Los muertos. Un golpeteo en los parpados. Una secadora de pelo. El aullido de un perro. Son las dos de la tarde en China. II Esta noche encontré un escorpión en mi almohada. No es un verso surrealista. Hace calor y no he limpiado la casa. III Tomo jugos para la buena salud. Meto una porción de verduras en la licuadora. No puedo meter mis dedos y licuar mis uñas. Trituro la comida y me cuido de las arrugas. Tomo jugos para no subir de peso y fumo tres cigarrillos en la cena. IV Ensayo para morir dos veces. Evito el lugar común. Busco un nuevo semblante. Una sonrisa de muerte con calma aparente. La forma menos dolorosa para mi madre y su sorpresa al verme tirada en la azotea. Ensayo de nuevo. Busco una nueva posición, una que no parezca un lugar común. La cabeza sobre el brazo derecho, la pierna derecha ligeramente inclinada. Las dos palmas, una sobre otra en el vientre. Boca abajo, con las marcas del cemento.
CARTOGRAFÍA DEL CUERPO Claudia Fernández
1 Los codos. Me recuesto en la cama. Hay tiempo de sobra para escudriñar el cuerpo. El codo era una medida antigua. El hombre alguna vez fue la medida de las cosas. Miro mis codos oscuros y rasposos. Pienso en el número de veces que los recargo en la mesa. Pienso en las veces que he roto la etiqueta. Pienso en las veces que los he sobado para atraer la mala suerte. 2 Las uñas. Desde niña me muerdo las uñas. Ajos, cebolla y un golpe para evitarlo. Las muerdo hasta que rozan la piel del dedo. Tengo una colección de uñas rotas. Dice mi madre que la onicofagia es el hábito de comerse las uñas. Mis dedos quedarán deformes y tendré cristales en los labios, dolor en la mandíbula y las cervicales. Desde niña me muerdo las uñas. Las corto de raíz para no enterrar mis heces en la arena. 3 El lunar. Lo único que me queda del abuelo. Lo único que tengo de mi padre. Una mancha rugosa en la mitad del brazo. Lo oculto. Decía mi abuela que era una marca del diablo. De niña pensaba que había aplastado a una cucaracha durante la noche. 4 Las rodillas. Tengo una cicatriz en la rodilla izquierda. Recuerdo todas las veces que me he arrodillado. Rezaba junto a mi abuela. Enterramos las tijeras esperando a que se fuera la tormenta. Recuerdo cuando apagábamos las luces y enterraba las rodillas en la cama. Cuando me besaste las rodillas como a una estatua. Mis rodillas son gruesas y ásperas.
FotografĂa de Key
ysi Fuentes PiĂąa (cosecha de cultivo de cuarentena)
Ciegos en las tinieblas Rusvelt Nivia Castellanos
Sé a los fanáticos obnubilados, confieso que ellos están trasnochados y juntos como una pandemia, deambulan dispersos por entre la porquería, todos sucios, van con su vulgaridad. Como mayoría, ellos circulan detrás de las quimeras; salen temprano a buscar codicias ordinarias, se meten en medio de desfiles grotescos; ni nadie puede frenarlos en sus excesos, hurtan, tragan y vician allí hasta saciarse; realizan una comedia de día. La fascinación por desorden los nubla. De repente, unos entre otros, trasbocan sus fuertes burlas; presumen tener en su poder la fama, pero a trasluz ella los acosa y subyuga; ahoga sus realidades de pesadillas y por necesidad ofenden para aplacarse; la altivez consigue encandilarlos. Así conozco a estos sujetos ensombrecidos, siempre se refugian atrás de los espejos, para cubrir sus propios espantos, menos con el tiempo, cuando surgen sus vidas ante la nueva lumbre, ellos quedan volcados contra los callejones, hundidos en el sufrimiento y la penalidad.
La cuarentena en otros confines Luis Eduardo Alcántara 1) Sherezada reemplaza el velo de seda por el cubrebocas de poliéster. 2) Por su propia seguridad frente a la epidemia, el Sultán evita salir de palacio. Para no aburrirse, alquila una alfombra mágica que lleva y trae diariamente bailarinas exóticas. 3) Durante 40 noches consecutivas, Sherezada narra con lujo de detalles el recuento cotidiano de muertes, sucesos y la evolución que va teniendo la pandemia. 4) El Sultán no quiere datos duros, solo busca escuchar historias suaves. 5) En el reino queda abolido el toque de queda, de esta forma surgen más historias que después serán narradas por la hermosa consorte. 6) En la última de las noches, Sherezada revela a su esposo que está contagiada. 7) El Sultán abandona rápidamente el palacio para someterse a un exámen médico. 8) El resultado del estudio clínico indica que permanece sano. 9) De puro gusto el Sultán reparte cubrebocas gratis entre los habitantes del reino, así como botellas de gel y panecillos de jengibre. 10) Para no hacer el cuento largo, Sherezada encuentra al único culpable de esta historia: el conductor de la alfombra, personaje con el que nunca buscó mantener la famosa sana distancia.
DIA 36 DIARIO EN EXILIO REFLEXIONES SOBRE UNA INTROVERSIÓN VOLUNTARIA El cielo es casi azul, casi sol el clima y la calle está tranquila. Estoy mirando desde tus ojos el verano pasado. La ventana está cerrada y se siente tu ausencia estrangulada en la ventana. Han pasado treinta y seis días desde que inició el aislamiento obligatorio para unos, y para otros el encierro voluntario. Sé que muchos piensan lo mismo. Ha habido demasiada hambre. Demasiada ignorancia. Demasiado miedo. Demasiada suspensión perfecta (o imperfecta). Demasiada sobrefacturación de mercados. Demasiada cama de hospital. Desde mi ventana, veo una anciana comprar el pan calientito cada mañana a las 7.a.m. A las 7 p.m. también veo una enfermera regresar del hospital con la bata sobre el hombro adolorido y deprimido. Se desviste la crisis y se revelan sus verdades. Una niña de mejillas escarlata la espera con los brazos abiertos interminables. Ella está parada en el umbral del cielo. Y se pasa de frente. Pasa. En las noches, siento una nostalgia que llega y cruza la puerta de mi adolescencia, donde brincaba alto, muy alto, en el jardín generoso que ahora alimenta a los pájaros. Así, fecundo útero adolescente. De aroma a tierra húmeda y de sabor a higo maduro. Ahora, descansa en su propio encierro. Y lucha con la última rama que se niega caer. No me importa. En sus caídas hojas sabe que llegará la primavera. Frágil introversión voluntaria. En mi mente los pensamientos caminan lento, excluyendo recuerdos y descontando espaldas. A mis espaldas, el crudo se desplomó -una realidad en picada donde los recortes de producción no son suficientes. A mis espaldas, el dólar sube, y los préstamos y alquileres se anudan al cuello como una soga y te ahoga. A mis espaldas, la recesión asola mi esperanza recien parida.
Es el mayor fracaso que recuerde. Vamos a tirar un volado y esperar a ver que pasa. Es el mayor éxodo en tiempos de amonio caternario y de caminos asoleados. Dolor y más dolor de sierra hundida en su miseria y el regazo materno que nunca llega. Vuelve a volver. La espera lejana donde la empatía y la solidaridad fracasan. Los niños se lavan las manos con alcohol al 70% y se emborrachan en Internet. Los argentinos apagan la barbacoa. Los italianos cantan en sus balcones. En Inglaterra los abuelos deben sacrificarse por sus hijos o nietos. Y en Perú, aplausos y palmaditas invisibles en la espalda. La oscuridad arropa las carencias. Es un crisol de mentiras a medias y de medias verdades. En cualquiera de los dos escenarios veo una sociedad desgarrada y temerosa. Una descompocisión espontánea. El miedo al virus nos recuerda: el bien y el mal. Leo por ahí: "En tiempos de crisis los pillos se enriquecen y los imbéciles aplauden";. En otro lugar: "en cuarentena comes saludable, haces ejercicio y sin embargo igualito engordas". En el Perú no se puede ser flaco. En el Perú no se puede ser imbécil. Lo mismo aquí que allá. Lo mismo. Una cadena de restaurantes me recuerda que la oferta nunca volverá hacer la misma: "de paladar exigente y billetera gorda". O me equivoco. Tengo miedo. Unos serán más ricos y otros perderán la vida. La crisis que amanece, muy puntual cada mañana, probablemente cubra de calima y maresía los valores más íntimos y profundos. Los ciudadanos del mundo ya no son los mismos. Los ciudadanos del mundo ya no serán los mismos. Nos aislamos en la biblioteca o en la cocina, en la playa o en el campo, en la miseria o en la abundancia. Frente al cristal roto de la ventana o frente al horizonte amplio y arremolinado del cielo crisocola. Frente a los hijos. Frente a los abuelos. Frente a los padres. Frente a la esposa. Frente al espejo. Unos leen libros y otros escriben. Unos cocinan y otros se dejan seducir por Instagram y Netflix. Unos hacen ejercicio y otros ordenan el armario. Y no habrá quien desempolve nostalgia y recuerdos. Una foto antigua y recortes de periódicos amarillentos que se postean en Facebook. Quizás despierten pasiones y anhelos adormecidos. Tal vez se queden dormidos frente al televisor o se levanten aturdidos por las redes sociales.
Emoticones. Placebo. Cada día resultan más irrelevantes los medios. Y más devaluados los discursos. Nuestra familia no será la misma. Se reforzarán los lazos omnímodos o el hilo angular se romperá. Empiezo a entender los paradigmas que, asertivamente y en estricta complicidad, cargamos como nuestros. Y en un inesperado y repentino momento una tenaz, continua, sostenida y eficaz enfermedad nos paraliza. De entre los artilugios, muy cerca al oído, se escucha Echecachichlti. Me apena ver como un virus doblega la entereza humana. La mente y el corazón. La ideologia y la religión. La vida y la muerte. Hasta siempre. ¡Adiós! Max Haro Díaz Lima, abril 2020
Y
te levantas creyendo que todo es parte de una creación de tu mente pero no es así, es real, sigues pensando como algo tan pequeño puede causar un cambio tan grande. Entre cuatro paredes, siendo un ave enjaulada que conforme escuchas el tic tac del reloj sabes que es un segundo menos estando en el exterior, un segundo menos de vivir. Te alejas del mundo, te alejas de todos, una distancia frívola, negra. Se te quitan las ganas de hacer lo que te causaba energía en el estómago y simplemente te quedas paralizada, el mundo se detiene, un silencio abrumador. Tratas de llenar ese vacío con alimentos que lo único a lo que te encaminan es a una muerte lenta. Luego vas a la soledad que se encuentra en cada esquina de tu cuarto, es mejor estar ahí, nadie te cuestiona, nadie te critica, no hay juicios ¿O sí? O sí porque te enfrentas contigo, sabes que nadie gana la batalla. En el limbo me quedo contemplando cómo el sol y la noche pasan por mi ventana mientras observo la brecha entre la vida de mis amigos y la mía. Decido quedarme ahí aunque bueno no hay opción de dónde más estar, ahogada, excluida. Impresionada, una noche antes estás en un avión satisfecha de un buen viaje y al aterrizar te aterroriza observar el caos en el aeropuerto, bajo las escaleras eléctricas de la depresión al enfrentarme conmigo ante cuestiones, ¿QUIÉN SOY? Una lucha entre mi antigua Aideé y la nueva. Entonces llega una pregunta que te sube a un barco sin destino: el crucero de la ansiedad. ¿Qué va a pasar ahora? Y no tienes ninguna respuesta, nadie la tiene.
Aideé Coronado Cervantes
Bajío Andrés Lucio
Veo la urna de madera con la cruz plateada que contiene las cenizas de mi abuela sobre la mesita de la sala, junto al teléfono inalámbrico que ya no se paga, porque todos tenemos celulares. La urna lleva cuatro años ahí. Mi madre llora a veces. El día de muertos, el día que murió su madre. Otros días que no están marcados en el calendario. La urna lleva cuatro años ahí. Manejo junto al cementerio fresón en el que está enterrado mi abuelo, frente a la reserva natural de la ciudad. No trajimos la urna al principio, porque no teníamos dinero para pagarle al cementerio. Después no la trajimos porque nos acostumbramos a tenerla con nosotros. Pasando el cementerio, manejo junto al rancho que lleva la esvástica de los Caballeros Templarios (el cártel de Michoacán) grafiteada en el tanque de agua. Luego paso junto al rancho del gobernador. Junto a tres cuerpos de agua y dos remanentes de bosque. Es el Bajío maravilloso. Leo las palabras del mensaje de Uno Noticias en mi teléfono: 24 muertos en Irapuato, narcobloqueos y balaceras en Celaya y Salamanca por la detención de la madre del “Marro”, huachicoleo en la frontera de Querétaro con Guanajuato. Veo las torres que se alzan en los cerros alrededor de la ciudad. Tres nuevas cada año desde hace al menos cinco años. Se detuvieron por fin. Se detuvo el mundo. Casi. Veo fotos de la carne asada en el rancho del gobernador. De la inauguración del nuevo estadio olímpico, la cual preside el gobernador. Sigo manejando. Me pongo el cubrebocas durante tres minutos cuando sé que pasaré enfrente del retén. Nos detienen. Anotan nuestros nombres en una lista porque no me lo puse a tiempo. No pasa nada. Hablo con un amigo sobre la política local. El PAN manda madrear a los tianguistas porque no respetan el proceso de remodelación de la plaza principal. El PAN manda madrear a la gente de San Francisquito porque no respetan el proceso de remodelación de otra plaza principal. El PAN manda madrear. Leo los titulares: “Seguidor de Morena se alía con la infame Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación”. “Delegado de Morena cobra cuotas desmedidas”. “Gobernador inaugura nuevo estadio olímpico”. Es el Bajío maravilloso.
Visito a mi hermano. Sus amigos me preguntan si quiero ir de compras, dicen que hay ofertas. Me invitan a una carne asada donde nos burlamos de los muertos de la guerra contra el narco, donde nos burlamos de la experiencia de acoso sexual que uno de ellos recuenta. Mi hermano manda besos a sus amigos. Exageran el joteo cuando sus novias están presentes. Se mandan besos entre sí. “Ya no seas puto”, se dicen entre risas. Estoy en otra casa con palmeras plantadas al frente. Con un Jeep estacionado en la cochera. Una casa como tantas. Donde la dueña se jacta de haber vivido en Misisipi. O donde sea, ya no recuerdo qué estado. Ese fin de semana entrevisto a unos alfareros que se jactan de haber vivido en Misisipi. U otro lado. Tampoco recuerdo el estado. Acabo de llegar de Inglaterra. Me inscribí a una maestría chafísima que pensé que me traería a las puertas del éxito. Llego a México después de un intento de suicidio. Todo sigue igual. No veo la “nueva normalidad”. Veo las bancas emplayadas para que los transeúntes no se puedan sentar. Veo el café más famoso de la ciudad quebrando porque cobrar precios bajos y pagar sueldos altos no le permite sobrevivir. Este año me endeudé como nunca. Pensé que me traería a las puertas del éxito. Todo sigue igual. Renuncio a los dos o tres trabajos que tenía para pagar la renta en la ciudad de México. Dejé de leer a consciencia por dos o tres años por estar leyendo las pendejadas que esta gente me pagaba por leer. Dicen que la sociología cuantitativa es de lo más insulsa ¿no es cierto? Que la planeación urbana es de lo más insulsa, también. Que la consultoría de políticas públicas está destruyendo el mundo. Y tienen razón. Uno no puede escuchar sus críticas si quiere pagar la renta, pertenecer a la ficción de la pequeña burguesía mexicana. Llego a México y entiendo que llevo cinco o seis años por un camino equivocado. Que, cuando mis tíos de sesenta y setenta años me dijeron que la universidad en México era una ficción, que no encontraría nada al terminar, tenían razón. Que, cuando me decían que la gente de la ciudad de México era una porquería, de lo más falso que había, tenían razón. Recuerdo mi departamento en la calle de Donceles, con la bañera original de los años cuarenta, el lavamanos original de los años cuarenta, la tapa de la cisterna donde se leía: “Partido Revolucionario Institucional”. Recuerdo la Unión de Trabajadores Anarquistas (el bar) a dos o tres casas. El danzón frente a la Ciudadela. El bar con motivos taurinos que había sido famoso en los noventa. El mapa que compramos que tiene todos los lugares que visitaban los
artistas extranjeros que vivían en la calle de Licenciado Verdad. Los edificios semiabandonados y el caos de la venta callejera en cuanto uno cruza la calle de la Moneda. La ciudad de México era un sueño. Veo los pilotes del tren México-Toluca alzándose sobre Santa Fe. Enrique Peña Nieto salvando a México. Veo la toma de protesta de López Obrador en el Zócalo. Escucho vívidamente a un par de hombres gritar, mientras corrían hacia el Zócalo, “¡El presidente de los pobres!” Veo la cara de López Obrador en las pantallas del metro y recuerdo pensar que ese evento perforó la realidad. Es la primera vez que veo en las pantallas del metro proyectarse algo real. Recuerdo a las señoras sentadas en el vagón, diciendo que alguien fue a reconstruirles sus bardas después del temblor de 2017, que les dijo que votaran por Morena. Me pregunto si es clientelismo o si es la primera vez en algunos años que estas personas reciben un apoyo tangible. O ambas. Leo textos viejos de Carlos Monsiváis, en los que se burla de las casas de San Ángel y Coyoacán como las “arcas de Noé” ante el desastre que es esta ciudad. Llego a mi departamento de Donceles. Las paredes están decoradas con obras de arte que me regalaron mis amigos. La mitad de los muebles son del mercado de la Lagunilla. La otra mitad son de Amazon México. Me burlo del vecino de abajo que tiene el departamento infestado de cucarachas. Del vecino de arriba que es músico de tecno. De los vecinos de al lado, que viven cuatro en un solo cuarto. Me burlo de los vecinos de enfrente, que reciben operativos antinarcóticos en su edificio cada cierto tiempo. La inmobiliaria empieza a subir las rentas, a correr a los vecinos. A mí no me corren. Yo tengo tres trabajos. “Yo trabajo muchísimo”, dice una señora de Las Lomas en una de las primeras marchas anti-AMLO. Me tomo un café en Las Lomas, con mi prima, en la cafetería de su pareja. Desayuno con mi prima en 5 de mayo. Ella paga. Leo un texto sobre cómo los pobres (casi todo el país, de hecho) creen que las casas de Infonavit les dan estatus, porque las asocian a los suburbios gringos. México mágico. Me pregunto sobre mi existencia. Reacomodo mis libros. Reacomodo mis lámparas. Me pregunto si todavía existo. Una parte de mí cree que la pandemia no hizo nada y otra que me abrió los ojos. Con tanta fuerza que me orilló al suicidio. Me dijo: tú no estás haciendo nada.
FotografĂa de Emilio Sagreiros
Un día entré en mi casa. Michelle Pérez Ayer entré en mi casa para no volver a salir y no sé por cuánto tiempo. De ahora en adelante iba a lidiar con los muros de mi habitación, aquellas paredes que me hacían sentir ahogada y provocaban en mí una recaída por mi trastorno de ansiedad, ¿cómo me sentía realmente?, ¿estaba enojada?, ¿estaba fastidiada? Me sentía impotente. Hace semanas entré en mi casa para no volver a salir y no sé por cuánto tiempo. Mi padre ha reído frente al televisor, era el secretario de salud hablando sobre la situación y las medidas de emergencia que debemos acatar. ¿Era una cortina de humo? Observo hacia las afueras de mi ventana y noto como unos niños juegan a la pelota, ¿no les da miedo? Yo tampoco tengo miedo, estaba convencida de que el COVID-19 no era más que una mala broma gubernamental, claro eso debe ser. Armada de valor e ignorando los gritos de mi madre decidí cruzar la puerta y respirar el aire fresco, bueno, un tanto contaminado de la ciudad. Miré hacia atrás, mi hogar cada vez se hacía más pequeño, un sentimiento de culpa me invadió por completo, tragué saliva y corrí de nuevo a mi casa, abracé a mi madre y me disculpé por lo irresponsable que fui. No debo dejar llevarme por malos impulsos… Hace meses entré en mi casa para no volver a salir y no sé por cuánto tiempo. Platicando con unos amigos por medio de mensaje nos dimos cuenta de que tal vez, solo tal vez la situación sanitaria en México no esté tan mal, ellos decidieron juntarse para mirarse en persona, algo en mí me decía que era mala idea. Dejando a un lado el pensamiento escéptico que me carcomía, dije que no. Papá volvió a reír frente al televisor, dio un sorbo de agua y notó mi presencia. — Sigo firme como un árbol después de meses de trabajo duro bajo
el sol. Usted no crea en esas mentiras, piensan que somos como los borregos, ya no más. — Él miró el ceño fruncido de mi madre, notaba lo decepcionada que estaba ante esas palabras. He perdido la cuenta de cuándo entré en mi casa para no volver a salir. Por falta de alimento y despensa decidimos ir a un supermercado, todo estaba agotado, sentí un miedo profundo. Comenzaron a saquear el local, mi madre me tomó del brazo y corrimos dentro del auto, mi madre temblaba al tratar de encenderlo, yo miraba el caos tras la ventana mientras me sentía en una película de zombis o del fin de la humanidad. Hace mucho que entré en mi casa para no volver a salir y no sé por cuánto tiempo. Mientras veíamos televisión pedí cambiar el canal en donde transmitían la conferencia de salud, necesitaba que dijeran que esto terminaría pronto, que todo iba a estar bien… Nada nuevo. Escribí una carta para los muertos que ya no pudieron ver a sus familiares, me imagino lo terrible que es sentirte hundido y solo en una enfermedad sin cura. La guardé debajo de mi almohada con la esperanza de que fuera leída en mis sueños. Desperté en la madrugada por un ruido fuerte en el pasillo, me levanté y al abrir la puerta noté como mi padre tosía una y otra vez con dolor. Él me miró con temor… Un día entré en mi casa para no volver a salir y no sé por cuánto tiempo…
FotografĂa de Emilio Sagreiros
Partido de las 11 Sigo atrapado en la frontera. Tengo ansiedad, se diluye por mi ropa, en el aire y en mis huesos. Es un virus y ya no quiero saber más. ¡No toques, no respires! Lo escucho en la radio, los comerciales y el periódico. Otro día y se destruye todo. Uno a uno y de repente somos cien, mil... ¡Ya basta! Ni siquiera reconozco el actuar de mis vecinos ¡Ya vete! Al fin me sentía un poco calmado, con la última cerveza en la mano cuando de repente cancelan el partido de las 11 por una nueva conferencia de prensa.
Katherine Quirós Bonilla Costa Rica
Mi verdad, mi memoria y realidad individual y colectiva en el auge del covid-19 como fenómeno patológico, político, económico y social Fernando Martínez Moreno
Tras la entrada de la segunda década del presente milenio y siglo correspondientes, se han venido arrastrando una serie de sucesos de alto impacto desde los inicios de la primera década cronológica, sin embargo el marco de sucesos de carácter coyuntural que van de la mano con la tendencia del fenómeno de la globalización ha derivado en una serie de estragos de todo tipo, pero ninguno tan arrasador como el fenómeno patológico denominado como covid-19. Desde principios del año en curso tras el reporte ascendente de los casos del fenómeno patológico, mismo que obligo a cada individuo a asumir las medidas de contención asignadas por los gestores de la salud pública entre ellas la del aislamiento social siendo quizás de las medidas más remarcadas ante el auge del presente fenómeno patológico. Mientras asumía las indicaciones de confinamiento, pude generar una serie de reflexiones así como de percepciones de forma analítica del como todo lo que alguna vez conocí en términos, económicos, políticos y sociales se encontraba en un proceso de fragmentación acelerado debido a que el fenómeno de estudio presente ha pasado a remarcar de forma acentuada las deficiencias múltiples en cada ámbito de la gestión humana. En términos de mi pasión por la escritura científica así como literaria he podido establecer nuevas brechas de oportunidad y de libertad de expansión creativa, dando inicio a partir del mes de marzo del año en curso, lo cual hasta el presente mes de julio, conseguí estructurar una nueva serie de contenidos literarios, mismos que me hicieron fortalecerme en mis capacidades cognoscitivas de igual manera me llevo por una serie de viajes más allá de lo tangible. Del mismo modo, también pude expresar el estado de mi esencia y entidad como individuo de forma sistemática, lo cual conllevo a la expresión masiva de mi mente y alma fragmentados debido a mi bizarra y enigmática naturaleza, al modo de darme de nueva cuenta la oportunidad de compartir mi obra literaria y científica en diversos puntos del
plano geográfico, gracias al poder de los medios digitales, mismos que de forma directa e indirecta me otorgaron la oportunidad de ser acreedor a ganar distinciones en diversos concursos literarios, al igual que el poder publicar en grupos sociales estudiantiles. Por consecuente, de igual manera los contenidos generados de mi propia autoría me permitieron perfeccionar y consolidar una nueva propuesta de investigación para mi tesis doctoral, la cual me encuentro elaborando al igual que ando concluyendo mi doctorado en educación, algo que me ha traído distintas satisfacciones al poder generar una nueva forma sistemática practica de gestionar y mejorar el pensamiento y sentido cognoscitivo del alumnado y de la sociedad en general en México. En conclusión parcial, actualmente me encuentro en constante movimiento en la creación de nuevas herramientas literarias y científicas, mismas que han sido parte de una gran necesidad por mantener un equilibrio a través de este medio, técnica y forma lo cual ha representado un legado de mi para con mis semejantes, algo que me mantiene en un estado de lucha permanente por ser mejor cada día.
Los primeros cuatros días de confinamiento. Miguel Ángel Izquierdo Sánchez
Primer día de confinamiento. Llegada la noche, cuando me fui a acostar, mi compañera ya estaba tendida sobre la cama, dándome la espalda. Me recostaba cuando advirtió: - A un metro y medio de distancia, como lo recomiendan las autoridades sanitarias. - ¿Qué dices? - Que te acuestes a un metro y medio de mí. - ¡Ah caray! –contesté enfadado. Me dispuse a calcular con la mano extendida, a palmos, la distancia que planteaba. El metro y medio daba justamente en el borde de la cama, ¡por lo medido quería que me quedara a dormir en el aire! Me defendí: - No da para metro y medio, ¿no querrás que duerma en el suelo? - No, pero puedes dormir en el sofá de la sala, por seguridad de ambos y de los hijos. - Mmmmm –contesté por demás contrariado. Fui a la sala, soñoliento, con sábana en mano y al disponerme a colocarla sobre el sofá, ahí estaba “Bati”, el dogo argentino consentido de mis hijos que me enseñó sus colmillos de singular quijada, gruñendo. Para quien no lo sepa, apenas nace uno de estos perros, y casi con los ojos cerrados, buscan un sofá para descansar, los muy perros. Si no me lo creen, googleen y sabrán esta verdad universal, descubierta por célebres etólogos. Bueno, el caso es que no estaba para combatir desigualmente con un contrincante de tal dentadura, teniendo yo los colmillos más pequeños en toda la familia, y cascados. Así que avancé dos pasos para recostarme en un mullido sillón floreado, que está junto al sofá. Tendí la sábana, me envolví el cuerpo, y extendí las piernas
para recargarlas en un brazo del sofá. El Bati volvió a gruñir, esta vez con más fuerza y amenazador. La verdad es que me intimidó, pues yo no sabría caminar a falta de algunos dedos, así que recogí mis piernas y en posición fetal, dormí a pedazos, como los de un cristal de auto que rompen a martillazos, como pude. Eso fue lo más relevante del primer día y de la primera y maldita noche de nuestro encierro. Si me ven despeinado y desvelado, ya sabrán por qué.
El segundo día del confinamiento. Preparé todo para dormir en nuestra cama, por eso llegué quince minutos antes a la recámara, respecto de nuestra hora acostumbrada. Tenía el argumento sólido conmigo de que quien primero llega, es primero en derechos, por aquello de que mi pareja reclamara su espacio y me mandara al sofá del Bati. En eso que suena mi teléfono en la sala, yo estaba seguro de haberlo apagado, como lo hacía a diario antes de pasar a dormir. Molesto por mi descuido, fui por él no tanto para contestarlo, sino para apagarlo. Vi su procedencia: era mi compañera, ¡qué extraño!, pensé mientas le contestaba extrañado: -¿Qué pasó? -Alguien abandonó el lecho conyugal, y quien primero llega, es primero en derecho. Lo siento querido, te ganaste otra vez el sofá –era ella que llegó corriendo a la cama apenas supo que estaba yo recogiendo el teléfono en la sala. Machetazo a caballo de espadas. Ganó la segunda partida. Tomé la sábana para envolverme y antes de pasar a la sala, saqué del refrigerador una chuleta enorme para tentar al Bati a salir al patio y que me dejara el sofá. Tal hice, atinadamente, y cuando lo tuve afuera cerré con llave, haciéndole una seña de perdedor. Me acosté en el sofá, envuelto en la sábana de la victoria. A los cinco minutos de que el Bati acabó su bocado de calidad suprema, empezó a arañar la puerta con sus uñas sobre la parte de vidrio. No ladraba, pero yo creo que sabía muy bien lo que hacía, acabar con mis nervios con aquél chirriante sonido, extremadamente agudo y continuado de sus diez uñas de las manos sobre un vidrio que registraba sus estridentes notas. Seguro debió tomar clases de desesperación. No pude soportarlo ni quince minutos. Tuve que abrirle y mientras entraba triunfante
a su sofá, le dije: - No creo que dures dos días más en esta casa, Bati. Te salva la contingencia y que es muy noche. Te crees el señor de la casa y NO lo eres. Derrotado, fui a ocupar mi sillón, dejando al Bati en el que pretendía, era su sofá. El tercer día del confinamiento. Tenía que cambiar mi táctica, si quería dormir en cama. Así que a la segunda noche llegué antes que ella. Me acosté cuan ancho era, esperando su llegada, y que trajera un metro para resolver el asunto de la “distancia de cortesía”. Casi todo eso sucedió apenas media hora después. Llegó muy confiada, se acostó y volvió a demandar la “separación sanitaria”: - Mide un metro y medio de aquí para allá. - Se mide de aquí para allá, yo llegué primero –contesté muy seguro de ganar la disputa esta vez– te toca dormir en el sofá. - Pues si gustas eso hacemos, pero debes saber que conmigo el Bati se pone muy coqueto. - ¡¿Qué qué?! - ¡Lo que dije! ¡Muy coqueto! Hubiera sido demasiado masoquista pedirle aclaraciones de lo que debía yo entender por ponerse muy coqueto, conociendo a los muy p...... perros. Derrotado por tercera vez, fui a dar al sillón. Tenía clara conciencia de las noches previas, de modo que jalé una mesita de centro para extender sobre de ella mis piernas. El tal Bati ni se inmutó por mis movimientos. Sabía que estaba claro cuál era su territorio. No se molestó en gruñirme. “¿Para qué?”, se ha de haber preguntado. Por mi parte tenía todos los pedacitos de la noche para pensar una mejor táctica que me diera posesión de mi cama. El cuarto día de confinamiento. Cuando tengo coraje, las manos y el cerebro se me entumen, las teclas se me cuatrapean y toda frase que redacto tiene algo de galimatías. Por eso escribo hasta pasada la resaca, con retraso. El cuarto día amanecí con la claridad de que debía demostrarle al tal Bati, quién mandaba en casa. Después de desayunar lo invité a un paseo en el coche, al que subió complacido, y con la ciudad desierta, circulamos sin parar en dirección a Temixco.
Cuernavaca era un pueblo fantasma, desconocido, y otro tanto la colonia por la que nos adentramos al municipio vecino. Elegí la primera avenida, por estar saturada de casas, con calles laterales muy sinuosas, de lomerío, por las que yo mismo jamás había pasado, y por lo mismo, fáciles para extraviarse. Cuando vi un lote baldío en que jugaban unos perros, únicos que habían salido a la calle, decidí parar y ensayar que el Bati se entretuviera con ellos. Eso precisamente sucedió. Apenas se alejaron correteando, subí apresurado al auto y arranqué de regreso. Era la gran oportunidad de liberarme del yugo de su presencia dominante. Por las calles garigoleadas venía mirando el espejo retrovisor, asegurándome de que el Bati no me perseguía. Tal hice desde Temixco hasta Cuernavaca, por lo que logré el total convencimiento de que me había librado del perrísimo opresor. Era una sensación de descanso bien ganado: en delante podría dormir a gusto, si fuera el caso, en el sofá. Al llegar a la casa, abrí el portón, metí el auto, y cuando estaba a punto de cerrar, a paso de trote, entró muy ufano el tal Bati, lengua de fuera, mirándome de reojo. Sentí desfallecer y me detuve del portón con una mano, mientras que con la otra froté mi frente para asegurarme de que aquello no era una pesadilla. ¡No lo era! Entonces tuve clara conciencia: Bati era el tirano, que entraba triunfante y majestuoso y yo, el operador de las puertas de su reino. No había más que googlear “camastros”, en los grupos de compra y venta de Morelos.
FotografĂa de Emilio Sagreiros
¿Qué es un cuerpo?
Este cuerpo que tengo, ¿acaso soy yo? A mí me atraviesa la enfermedad del depredador: Retumba en mis venas, en mis músculos, en mis vértebras, Sacude la lluvia de mi vientre, tiembla en las fosas de mi corazón… Toda esa jauría de lo que soy está colonizada por un solo raptor al que le doy de ofrenda mi vida para que él, a cambio, me otorgue el gran ideal del Yo. Estoy en medio de una estampida de cuerpos: chocan entre sí, se pulverizan en un solo momento. Solo unos cuantos de ellos pueden ser nombrados y su nombre es la prueba definitiva de su inmunidad. Son los privilegiados. Los demás habitan en el silencio. Cuerpos blancos, masculinos, bien dotados; Cuerpos fálicos, activos, oradores. No necesitan rendirle tributo a nadie, no necesitan dirigirse a otro. Ellos son libres y su libertad consiste en ser los merecedores de la vida, nunca de la muerte. La muerte tan solo es permitida a aquellos cuerpos que no tienen nombre. Cuerpos negros, femeninos, discapacitados; Cuerpos frágiles, pasivos, silentes. Ellos pagan el sacrificio con su carne para hacer comunidad, porque la comuna solamente es real para unos pocos, para la minoría que somos todos los de afuera, los extranjeros al borde del yo, los que se resguardan en lo desconocido, fuera de cualquier dominio: los innombrables.
Mientras un cuerpo de un viejo funcionario muere arropado en los brazos entubados de una máquina en un hospital bien forrado, bien blanco, completamente sanitario, un migrante solitario es arrojado a la fosa común, una mujer es enterrada en el limbo más profundo de una maceta, un homosexual es lanzado a un río como un guijarro bellísimo que nadie se atreve a ver. Y se nos dice que ante el virus “todos somos iguales”. No. La epidemia es el verbo encarnado del Dios muerto que levanta el dedo para decir quién vive y quién no. El virus es el espejo de eso otro que no queremos mirar. Dar cuenta de nuestra condición de extraños (ante los demás, ante nosotros mismos), es abrir la brecha que existe entre la ley y lo que somos. Hay que aprender a olvidar: que somos el cuerpo cifrado, el matrimonio binario, la raza fuerte o débil, la clase alta o baja, el primer mundo o el cuarto. Este cuerpo que somos es una utopía. La utopía que nos dicta, a manera de manual, cómo debemos relacionarnos, cómo debemos amar; a quién tenemos que ignorar en la calle y pasar de largo, a quién le tenemos que dar la mano y no esperar nada a cambio. El virus es aquel cerrojo por el cual podemos mirar que todos los cuerpos se estigmatizan distinto: la amenaza son los que están enfermos, pero, ¿según quién se determina la enfermedad? Mucho tiempo la prostituta fue culpable de la sífilis, el homosexual, del sida. El vagabundo, de la peste. Todos ellos siempre fueron los enfermos, los enemigos, los que tenían que erradicase hasta el final.
Mucho tiempo se ha perseguido a los cuerpos, se les ha torturado y despedazado en campos de concentración que ahora están acondicionados al pensamiento. Siempre seremos los culpables por darle asilo a aquello extraño que nos acecha desde otro lado, como si esperara el momento idóneo para lanzarse y triturarnos entre sus dientes. Pero nunca contamos con que eso, acaso ajeno somos nosotros, soberanamente frágiles, infinitamente desconocidos y que el enemigo no es más que una ficción. Cuando conozcamos la lengua del olvido retornaremos a la herida profunda, esa que habita detrás de los huesos de la voz, esa que continuamente nos llama al estar sentados en la orilla de la soledad con las manos abiertas y los ojos borrados. Así, el cuerpo ya no recibirá un título, ni una organización ni un dictamen, ni un “nosotros”. Aprenderá de la hospitalidad de abrirse a lo que no es él, lo invadirá una parvada de fuerzas indomables, y entonces, solo entonces, será.
Astro Damus
FotografĂa de Emilio Sagreiros
No tarda en subir Paulo Neo
El extasiado y el que se ahoga: ambos alzan los brazos. Franz Kafka I Me gusta fumar en la terraza, únicamente de noche. Es un buen momento, de los pocos que me quedan. A veces me paso un par de horas, encendiendo el nuevo con las cenizas del anterior, mirando las estrellas. Mientras los sonidos del barrio se apagan y los latidos en mi cabeza dejan de retumbar un poco. Solo logran distraerme los pájaros, con sus graznidos y su pesado batir de alas. Insoportables, los odio con cada célula de mi ser. II Ahí está Gimena, la del tercero. Siempre supimos que el marido la golpeaba y nadie hizo nada. El pelo largo y rubio se derrama sobre el piso y todavía, en la poca luz de acá arriba, se le notan los moretones y los cortes en los brazos. III Se supone que el uso de las terrazas está prohibido, pero hasta ahora nadie se dio cuenta de que vengo a casi a diario. De todas maneras, ninguna previsión es poca y siempre espero a que todos ya estén dormidos. Subo lentamente, en total silencio, a oscuras. Con el miedo de toparme con alguien en las escaleras y tener que dar explicaciones, que no tengo.
IV Hoy le escribí a Anton, el del cuarto. Anton es extranjero, francés o algo así, no lo sé muy bien. Apenas si hablamos, la verdad. Cuando le escribo, solo le digo que lo necesito y ya, lo entiende enseguida y no tarda en subir. No tengo idea que tipo de excusas le pone a su esposa. Si es que se entera de sus salidas, digo. Cuando aparece, sonriente y lascivo, me agarra con fuerza y nos enroscamos como víboras hasta que acabamos. Se va a los pocos minutos. Está bien así, lo disfruto más. V Si me asomo un poco, también puedo ver a Guido, el del sexto. Está tendido en una postura graciosa, el cuerpo quebrado como un maniquí viejo, desarticulado. Le falta la oreja derecha y se está hinchando. VI Nuestro departamento es grande. Pero la convivencia con Marta es inaguantable. No soporto su frivolidad y su extrema paranoia. La evito todo lo posible. Me la paso en mi cuarto leyendo o pintando –por suerte tenía unos cuantos lienzos y bastidores–. Intento salir solo cuando escucho la televisión de la sala. Aprovecho y me quedo un buen rato en la cocina, donde tenemos el otro televisor. Mientras preparo algo para comer, me entero de los avances de la situación. VII En las noches encuentro calma. Fumo bastante y pienso. Pienso como nunca antes había pensado y de a poco voy encontrando los temas para mis pinturas. Algunas son oscuras y demenciales, es cierto. Pero también hay otras que resultan luminosas, como restos de un eclipse deshilvanándose en la tarde de una pequeña ciudad de campo. Si no fuera por los pájaros, podría decir que soy feliz.
VIII Ahora también trajeron a Rosa, la señora del primero. Me entristeció verla sobre los otros, en pijama y mientras los pájaros le tironeaban las cuentas del rosario del cuello e intentaban cortarle un dedo a picotazos. Es solo cuestión de tiempo para que lo logren. También las ratas rondan, esperando. Enciendo el último cigarrillo y pienso qué estará haciendo Anton. IX No entiendo a Marta. Peor aún, creo que nunca la entendí ni lo haré nunca tampoco. No existe entre nosotras ninguna conexión. Me parece imposible aquello de la intensa unión de los hermanos. Evidentemente, no es nuestro caso. X Volví a escribirle a Anton. Subió un rato después, nunca se había tardado tanto. Habrá tenido algún problema con su esposa. Dijo estar muy cansado y por más que lo intentamos, no pudo. Me pidió un cigarrillo y se quedó largo rato conmigo mirando las estrellas y asomándonos a ver el crecimiento del grupo. Los pájaros no paraban, estaban frenéticos.
FotografĂa de Emilio Sagreiros
El encierro y sus monstruos. Óscar Páez Los primeros días de estar conmigo mismo, fue una lucha constante y definitivamente una locura. Hasta este día, han pasado ciento siete días encerrado, sin poder ver a mis amigos, sin poder abrazar a mis seres queridos y con el corazón roto, porque mi ex pareja decidió que era mejor terminar nuestra relación en plena pandemia, así que no la pasé muy bien que digamos. Se extraña el trabajo, los amigos, los vicios, los encuentros con extraños y todas esas cosas que hacemos para renunciar muchas veces a nuestra propia existencia, eso que nos ayuda un poco a sobre llevar nuestra propia realidad. En estos momentos recuerdo la frase de Isaac Asimov escritor y bioquímico estadounidense que dice “Negar un hecho es lo más fácil del mundo. Mucha gente lo hace, pero el hecho sigue siendo un hecho”. El haberme descubierto real y existente ante mí mismo, me hizo enfrentarme a mi propia inconformidad, a mis miedos y sobre todo, a mi propia compañía. Al principio pensaba que el encierro sería una oportunidad para crear, pensar y tal vez, para estar más cerca de los míos, pero como todo, llega un momento en que ni el perro te soporta. Traté de mejorar mi entorno en el que vivo, pero el mismo entorno se encargó de hacerme sentir atrapado en mi propia casa. A través del tiempo me fui moldeando una idea errónea de quien soy en realidad, nunca me había detenido a mirarme por dentro, siempre lo hacia por fuera, la mayor parte del tiempo escuchaba o veía mis virtudes en bocas de otros, incluso mis defectos, es aquí donde entendí que, —el ser humano huye de todo, incluso de el mismo—. Aprender a soportarme y a convivir conmigo fue una tarea difícil de llevar. Al estar en esta posición de aislamiento, la reflexión y el análisis de mí mismo sacó a la luz mi verdadero yo, en algún momento me caía bien y en otras no, jamás me había detenido a analizar mi forma de actuar, ante ciertas situaciones, los primeros días las lecturas, las series y las tecnologías me ayudaron a sobre llevar el dolor de excluirme del mundo exterior, pero con el paso de los días y las semanas, mi propia compañía, me enseñó más cosas de mí mismo que las que yo pensaba conocer, y es que muchas veces se piensa que uno mismo se conoce, pero solo basta con estar unos días encerrado, para darnos cuenta, que como humanos somos demasiado tóxicos y que a veces, esa toxicidad, la contagiamos. A mí, lo primero que me
atacó fueron mis pensamientos, me ametrallaban mis dudas y miedos, lastimando mi disfraz de persona fuerte y confundí la depresión con cansancio y estrés. No fue fácil, pero tuve que hacer las paces con la persona que más había descuidado y a la cual le había hecho mucho daño. — A mí mismo—. Con la mal llamada nueva normalidad, tuve que volver al trabajo con miedo, pero con una visión diferente de la vida y de cómo me gustaría que los demás me traten, mejorando mi forma de tratar a las personas. Corregí aquello que me molestaba, y mi tolerancia hacia otras personas mejoró, sé que fui afortunado al tener de comer y un lugar donde dormir, otras personas en verdad sufrieron. No siempre se tiene un tiempo para sacar lo mejor de sí mismo y conocerse realmente. Yo disfruté el proceso de estar conmigo mismo y ahora sé que el conocerse como realmente es uno, es un acto de valentía.
La vida en tiempos de Coronavirus. Manuel Arteaga
Nos despertamos en una mañana tardía. Con esfuerzo nos levantamos de nuestras camas. Desanimados y cansados, tomamos el desayuno. Un día gris y largo nos espera donde nuestra única tarea, es llenar los espacios de aburrimiento, donde antes ocupaban nuestras tareas diarias. En algún momento nos damos cuenta, que lo que estamos haciendo, ya lo hicimos ayer, y que cada día se va convirtiendo en una batalla más ardua para vencer el aburrimiento. Vemos por la ventana de nuestra casa, y comprendemos que nuestro hogar se convirtió en nuestra prisión. Que navega estancada en el mismo día desde el momento en el que decidimos estar en cuarentena. Porque venimos viviendo el mismo día cada mañana. El tiempo en nuestras prisiones se ha detenido en una espesa espuma, en un bucle destinado a repetir el día anterior y el anterior a este. Pero la vida fuera continúa, los días han pasado sin tregua, las estaciones continúan cambiando sin darnos cuenta. El leve frío de marzo, fue erradicado por un pegajoso viento caliente de abril, junto con las efímeras lluvias de julio. Todo continúa mientras nosotros nos estancamos en nuestra nostalgia. Cae la tarde, y la desesperación aumenta. Nuestro contacto se reduce a una videollamada, una voz metálica, una imagen falsa, una conversación corta, pero llena de esperanza.¿Qué se puede hablar cuando en nuestras vidas ya no pasa nada?, solo nos queda evocar los recuerdos de nuestra vida en libertad. De vivir en la melancolía del pasado. De promesa fantasiosa de eventos que haremos al salir de nuestros hogares. La llamada termina, el aire se siente un pequeña esperanza, erradicada, con las noticias dispersas de la tarde, que un día nos dan la seguridad de que saldremos, solo para que el siguiente nos dejen caer para decirnos que todo está peor. La noche llega. El ruido en la televisión de fondo nos distrae por unos minutos, para pronto volver al estado de nostalgia en el que estamos viviendo. Tratamos de dormir, pero los pensamientos nos hunden en el insomnio. La ansiedad que nos ahoga se nos hace más fuerte, no hay nadie a quien abrazar para calmarnos, nadie con quien llorar para desahogarse, estamos en un sufrimiento solitario. La hora en que dormimos es indefi-
nida, soñamos con que mañana todo termine. Que se nos diga que ya podemos salir, que continuemos nuestras vidas, que sigamos persiguiendo nuestros sueños. Un breve momento de paz. Solo para despertar al día siguiente, viviendo en el mismo día que el anterior, en la misma rutina, la misma plática, las mismas pesadillas. En un futuro lleno de incertidumbre, donde todo parece tan lejano e indefinido, en esta nuestra vida en tiempos de coronavirus.
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Diseño y edición: Virginie Kastel Relatos de la cuarentena X, Primera edición, 2020 © 2020, los autores © 2020, Tresnubes SAPI de CV © 2020, Universidad Autónoma de Nuevo León UANL Rogelio G. Garza Rivera Rector Santos Guzmán López Secretario General Celso José Garza Acuña Secretario de Extensión y Cultura Antonio Ramos Revillas Director de Editorial Universitaria Padre Mier No. 909 poniente, esquina con Vallarta Centro, Monterrey, Nuevo León, México, C.P 64000 http://editorialuniversitaria.uanl.mx/ editorial.uanl@uanl.mx TRESNUBES EDICIONES Reforma 427, San Pedro Garza García, C.P 62400 https://www.kichink.com/stores/tresnubes tresnubesediciones@gmail.com