Relatos de la cuarentena 9

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Relatos de la cuarentena

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Brenda Guardado Andrea Luna Eleno Palacios Laura Silva Martín Drolesza Carolina Oranday de la Garza Cielo Pinilla Graciela Enriquez Ramsés Vázquez Jhaan Ruiz Carlos Alberto Díaz López Amrut Madana Om Violetta Ruiz José Rodolfo Spinoza Juan José Herrera Raymundo Gilberto Elizondo Flores Roberto Peña Tarsis Eguren Celeste Espinoza Uribe Alfonso Zarzoza Areli Vázquez Huitrado Itzel Mendoza Paola Alejandra Alfaro Eloísa Campos Valles Gloria Cárdenas Fatima Abigail Barrientos Balboa Elva Corpus Alejandro Martín Morales Garza Gela Manzano Ashley González Casas Vanessa I. Villarreal Flores Verónica Ramírez



Cómo escuchar que el tiempo se detuvo Andrea Luna

La llegada de un auto viejo a la colonia y el inminente divorcio de mi hermana mayor, fue presagio de que algo estaba por detenerse. El molesto ruido del motor, aunado a los gritos del hombre que se dice mi vecino, consumieron la tranquilidad de una de las pocas noches habituales que me quedaban. Mi hermana llegó minutos después, con algunas maletas cargando, dos niños y lágrimas en los ojos. Intenté relajar el ambiente, encendiendo el televisor. Aún recuerdo haber puesto en vídeo un top de sucesos con el título de "virus letal" que estaba aconteciendo en un lugar -hasta entonces- ajeno al mío. Comencé a preocuparme por la pandemia en días posteriores, aunque la esperanza de pasar inadvertidos ante la enfermedad creciente, me era viable. Los altos índices de violencia en el país, pobreza e injusticias, fungían en la mente como una serie de acontecimientos a los que no debía sumarse una desgracia más. Eso sin contar las dificultades familiares que seguían en puerta. Estaba equivocada. COVID e incertidumbre se colaron por todos los rincones. En un mundo lleno de preguntas con pocas respuestas, todos deseábamos la culminación de un mal sueño. Pero no fue así. Meses después, sigo sentada frente al monitor de la vieja computadora de escritorio, preguntándome si el trabajo realizado será retribuido a tiempo y así, sobrellevar los gastos.


Termino la faena pendiente. Ensimismada, me sorprendo tarareando una canción de la que hace unos momentos, días o semanas -ya no importaignoraba la melodía; tal vez, en un intento de ocultar las preocupaciones. El desvío ininterrumpido de pensamientos, me hace recordar haber tenido control sobre el tiempo, con solo doblar el brazo izquierdo y mirar de reojo los números grabados en la circunferencia blanca. Dicha hazaña constituía la seguridad de seguir en existencia. Con el ajetreo rondándome, prefería mantener sujeto a mi muñeca el objeto de finas manecillas con extensibles metálicos. Ahora que los días se desdibujan en confinamiento, el reloj yace postrado en la mesita de noche, como parte del rompecabezas que hay en la superficie. Me resulta inevitable no escuchar el segundero por la madrugada. Una vez que el miedo se apodera de la habitación y las ojeras comienzan a crecer como surcos en el rostro, el tic tac se clava lentamente hasta las entrañas. Observarlo al amanecer, es recordatorio de que algo importante estuvo ahí, aunque ahora se desvanezca entre los dedos. La paradoja de Schrödinger se presenta más aterradora ante los acontecimientos recientes. Inclinarse hacia alguna de las opciones, con el felino dentro, es similar a deambular en el limbo terrenal, donde el tiempo no se percibe en términos conocidos. Existo pero no existo. El flujo de ideas se estanca en la frase que destaco en voz alta. Nunca fui, no soy, no seré. Desconozco el dictamen que antes ofrecía ante mí, multiplicidad de opciones. Buenas o malas.


Creía saber el funcionamiento de quedarnos en un solo sitio, de salir con precaución al trabajo o alejarse, sin saber lo que implicaba realmente. La clepsidra se desestabilizó y nosotros con ella. En ocasiones, soy recolectora de la rutina, que apilo sin filtros. La vivencia de la “nueva normalidad" propicia agujeros, de los cuales, entendemos nada, y yo, me mantengo días seguidos sin dormir, gracias al segundero que late incansable.

Fotografía de la primera página: Brenda Guardado


FotografĂ­a de Eleno Palacios


Dicen que el tiempo… Eleno Palacios Algo se desenvolvía en el pecho, avanzaba hasta el estómago y regresaba; empecé a sentirlo profundamente desde hace años, cuando noté mi cuerpo cansado por la monotonía y mi infelicidad constante que se iba transformando en rabia. Rabia hacia mí por no ser lo suficientemente valiente y arrancarme los miedos. Rabia con mi madre por haberme convertido en la persona nostálgica que buscaba siempre refugio en la sombra y el silencio. Rabia con los rostros de las sonrisas falsas que me sugerían que debería buscar un mejor empleo, que debería obtener un posgrado, que debería comprar un carro nuevo, que a mi edad debería tener una pareja a mi lado, que debería buscar una casa grande, que debería y debería y debería y… Silencio. Cuando era pequeño soñaba con bailarle al mundo y conectar con la música, pero me moldearon en la adolescencia porque no cabía en la cajita social que nos enseñan desde la escuela primaria. Cuántas veces me repitieron de los dientes para afuera que soñara en grande y llegaría a ser lo que quisiera; pero no me permitían desenvolverme porque ya era parte del sistema; uno obsoleto y sin sentido que nos adorna la desgracia con horas extras y aguinaldos, una espectacular semana de vacaciones, descuentos a meses sin intereses y puestos de lamebotas para, según dicen, tener un mejor futuro. Dicen que si no tomas las riendas cuando tienes que hacerlo, la vida te tomará por sorpresa cuando menos te lo esperes. Y entonces en medio de la rutina diaria, el estómago vacío, el agotamiento constante y el sudor por correr a alcanzar el autobús de las 6:45 de la mañana, el mundo se detuvo… Silencio. Nos quedamos encarcelados en cuatro paredes, a saber con el individuo que dormía a mi lado, con los proyectos pausados y la


ansiedad de frente. No podía quedarme quieto un momento, me programaron el cerebro para HACER no para SER. Espérame. ¿Y ahora para dónde me voy? Dicen que si no tomas las riendas cuando tienes que hacerlo, la vida te tomará por sorpresa cuando menos te lo esperes. Yo era de esas personas que para excusarse ante lo verdaderamente importante vomitaban “no tengo tiempo”. Ahora el tiempo me sobraba. Parecía que era el momento exacto para planear y llevar a cabo las ideas con las que antes había soñado. Ahora el mundo estaba apagado. Me parecía raro, al principio, sentarme hacia la ventana de mi casa para ver el cielo y la puesta de sol. Tomaba caminatas largas durante la noche con la música fuerte para ensordecerme la desesperación y cansarme hasta la mente. Tomé uno de esos libros que tenía guardados desde hace quién sabe cuánto, que seguramente compré por curiosidad en alguna de las calles del centro. Mindfulness lleva por título. Silencio. Estoy por cumplir 4 meses de encierro obligado. Meses de no abrazar a los míos, de soñarlos todas las noches y mandarnos besos por medio de algún dispositivo electrónico. Extrañando lo que era… lo que me creía que era. Destrozándome las máscaras y borrando las memorias de aquellos que se marcharon ahora que aprendí a decir que no. Aceptando los cambios profundos que vinieron de golpe con el tiempo. Tiempo bendito en el que empecé a ver para adentro, a abrazar a mi niño interno y a perdonar a mi madre. A ejercitar las manos con las pinturas sobre papel y estirarme más, hasta alcanzarme las plantas de los pies en la posición de yoga que descubrí ayer en Internet. Tiempo en el que desempolvé el armario, los libros guardados y el entusiasmo de hablar italiano y de aprender a cantar. Tiempo en el que valoro lo que soy, lo que tengo, lo que me mueve por dentro y a quién camina conmigo. Porque cuando nos abran la puerta no volveremos a ser los mismos. Dicen que si no tomas las riendas cuando tienes que hacerlo…


FotografĂ­a de Laura Silva, de la serie Ventanas de familia en cuarentena


Ruleta rusa Martín Drolesza

Bastará decir que jamás comprendí las reuniones carentes de un propósito, tanto familiares como amistosas, tampoco hallaba la congruencia de llevarlas a cabo durante la contingencia, tal vez podría entenderlo durante alguna festividad, y realizándolas con las medidas preventivas recomendadas hasta el hartazgo por profesionales y medios de comunicación, incluso era empático con aquellos que vivían al día y su necesidad verdadera para arriesgarse al salir, porque la familia, los seres queridos o ellos mismos dependían y precisaban ese ingreso. Aunque ni el Diablo sabe qué orillaría más de veinte güeyes sin cubrebocas a reunirse en una casa para jugar a la lotería, beber alcohol mientras otros asaban carne y el karaoke a tope con el volumen desde las diez de la noche hasta las seis de la mañana. Tres reportes al 911 desde diferentes celulares, pero un mismo mensaje en la tríada de llamadas: "los operadores están atendiendo otras llamadas. Lo atenderemos a la brevedad. Favor de mantenerse en la línea"; por un instante, lamentábamos haberlos reportado, porque no solo la pandemia por el COVID-19 estaba afectando a la economía mundial, también anímicamente acechaba de manera silenciosa la depresión, exteriorizada con las acciones de exigir atención, vivir al máximo y experimentar la rutina previa al confinamiento. Para el primer reporte, dos conocidas como “granaderas” pasaron a un lado de la vivienda con el barandal abierto, el interior podía apreciarse repleto de gente embriagada y atenta a sus tablas de la lotería. No sucedió nada; para el


segundo reporte, otra granadera pasó al inicio de la cuadra, se detuvo y siguió su rumbo, es decir, tampoco intervinieron; para el tercero, una unidad de tránsito ingresó a la calle, parecía que la tercera había sido la vencida, que era imposible ignorar a treinta personas inmersas en su relajo y efectivamente, no hubo una llamada de atención, ni siquiera se detuvo para decirles que no era la hora ni el contexto para que estuvieran congregados. De rato, desde lo alto de la casa, me percaté que, al inicio de la cuadra, otra unidad de tránsito detuvo con agresividad a un conductor, quien poseía su cubre bocas, después sabríamos por una vecina, también atenta a los sucesos relatados, que ese muchacho perseguía a su mascota, recién escapada porque, previamente, los que estaban reportando habían usado pirotecnia en el patio trasero. El patrullero se veía agresivo con el muchacho; mientras tanto, los vecinos estaban en la cúspide de la algarabía y derramando la cerveza (literalmente). Este tipo de situaciones crearon dudas sobre la veracidad del proceso de contagio de este bichito “muy selectivo”. El panorama actual parecía una película de terror, como si su distopía no fuera suficiente. En el apartado de los reportes, los operadores de Emergencias hicieron su trabajo, no había duda de su capacitación para atender casos y su responsabilidad en contactar a las autoridades, pero lo indignante radicaba en la sátira encarnada en la Policía que, en otros estados, incluso empleaban un grado de violencia de temer. Con palabras francas, al igual que quien vivió esto, los vecinos eran unos don nadie, no se trataban de narcotraficantes, empresarios o gente con “inmunidad diplomática” ante la Policía. Con lo atestiguado, no me extrañaría que sean inmunes, kármica y físicamente hablando. ¿Se reflejará esta falta dentro de quince o veintiocho días? No lo sabemos, casi mejor que abstenerse a desear o predecir lo peor porque cuál sería la satisfacción de que se cumpliese.


Mi relato de la cuarentena Carolina Oranday de la Garza

Han sido tiempos confusos, difíciles, frustrantes, en ocasiones me sentía relajada y en otras las ansias me carcomían. Vivo con mi hermana y mi madre en un apartamento pequeño que nos heredó nuestra abuela, por lo que no pagamos renta, pero sí los servicios. Solo tenemos dos cuartos, entonces la privacidad escasea bastante, y mi familia en particular es conocida por ser ruidosa, por lo que tampoco puedo expresar que tuviera accesibilidad a un momento de tranquilidad o silencio. Desde mi niñez he tenido problemas familiares, y estos han provocado secuelas en mi adolescencia y adultez, problemas que apenas se reflejaron en mi vida y también en mi trabajo a principios de este año. Problemas como la desconfianza en los hombres, provocada no tan solo por la ineficacia de mi padre en su trabajo de cuidar y procurar por mí, sino también por ser victima de violencia de género por el cotidiano acoso callejero y la inasistencia de las autoridades ante mis quejas. El acoso callejero llegó a tal punto que no podía salir sin sentir que cualquier día no regresaría a casa. El evento que causó definitivamente mi pánico y mi ansiedad constante fue un acontecimiento en específico. De camino a casa de la facultad, recorro aproximadamente 10 minutos caminando del metro a mi casa, siendo esta una calle que va en el mismo sentido nunca la vi como un riesgo. Pero en una ocasión que iba caminando por la calle, un carro que previamente me dio el paso, apareció frente a mí después de dar la vuelta a la avenida contigua, me impidió el paso y el hombre que conducía


el auto me dijo que me conocía, que me había visto antes, y quería saber si podría irme con él a platicar. En ese instante corrí hacia mi casa, ya que quedaba poco por llegar y su carro estaba en contra, por lo que me daría al menos unos minutos para que diera la vuelta y yo pudiera esconderme. Mejor me metí a un Oxxo y esperé 10 minutos ahí, llorando. No podía hacer nada, no había pruebas, no vi la matricula del carro porque salí corriendo, solo sé que el carro era rojo, y que, si viera el rostro de ese hombre, lo reconocería donde fuese. Poco después recibí apoyo de mis amigas, y al ver como los índices de violencia contra las mujeres y en específico, los casos de feminicidios récord en Nuevo León, ante la ineficacia del estado, también recibí apoyo de mujeres que forman parte de movimientos sociales feministas y algunas otras que practican artes marciales y defensa personal. Organizamos una actividad semanal en el parque Fundidora para poder ofrecer a mujeres clases de defensa personal por 10 pesos la sesión cada sábado. Esto se logró por 3 semanas antes que comenzara la cuarentena, pero un objetivo sí se logró, empoderar a las mujeres, entre ellas a mí. Una semana antes de que se anunciara la suspensión de clases y actividades no esenciales, una semana antes de que instituciones gubernamentales y servicios sociales cerraran apenas había conseguido que me atendieran como paciente, y estaba esperando ir a mi segunda cita con un psiquiatra. Desde muy joven tengo ansiedad y depresión, solo que no lo sabía. También mi hermana. Esta semana antes del encierro y el aislamiento, antes de tratarme no podía dormir, no podía estudiar, pensar, o siquiera leer. Tuve un poco de suerte y previo a mi segunda cita ya tenía medicamento para 3 meses. Antidepresivos y anti ansiolíticos. En detalle tengo ansiedad social. ¿Por qué esto es importante? Porque ya no podía salir de mi casa sin pensar que alguien podría tan solo llevarme a algún lado a platicar, y dejaría atrás a mi hermana y a mi madre solas. A partir de ese día todos los autos rojos que veía eran de él. A partir de ese día me sentía presa. Y eso tan solo empeoró cuando me dieron la atención que necesitaba y esta se esfumó tan rápido como llegó, ni siquiera creo que se acuerden de mi nombre o mi caso, porque la doctora que me atendió prometió llamar y sigo esperando.


Mis pastillas ayudaron. El estar más tiempo con mi familia, aunque ruidosa, ayudó mucho, ya que pudimos enmendar lazos rotos por el tiempo y el pasado, y supimos comprender como cada una de nosotras vivió una experiencia similar desde una perspectiva diferente, y siendo personas diferentes, nuestras emociones y acciones pueden externarse de distintas maneras, y eso ahora lo entiendo y nos ha unido como familia. Durante la cuarentena, poder ver a mi novio una vez cada 15 días no ayudó mucho, porque él es mi soporte. Cuando tengo problemas con mi mamá él es con quien acudo, y no tengo espacio en mi casa para hablar abiertamente de esto sin que me escuchen, añadiéndole al problema que las conversaciones por medios electrónicos no son lo mismo. Pero era algo por lo que permanecer positiva. En cuanto al mundo afuera de mi apartamento, no quería saber de las noticias, solo me deprimirían más, así que enfoqué mi frustración y mi ansiedad en algo productivo, hice ejercicio. Pero las cosas no se arreglan así. Puedo hacer ejercicio y quejarme de la ineficiencia de las instituciones del gobierno que dejan a sus ciudadanos en hambruna, muriendo en sus casas porque sus centros de salud no están preparados para atendernos. Y esto pasa porque no se previenen estos acontecimientos, esto pasa cuando los recursos no son distribuidos efectivamente, porque se tiene un pensamiento retrógrado que ignora el hecho de que la ciencia es indiscutible, y el ser egoístas ante una amenaza mundial que no nos afecta a todos por igual es inaceptable, es inaceptable que ante las tasas de mortalidad el gobierno ya tenga a la mitad del país trabajando. Es inaceptable que exponga a sus ciudadanos al realizar sus giras completamente innecesarias para promover sus planes presidenciales que al menos en los próximos dos años no serían prioridad de nadie y busque verdaderamente procurar SALUD, PROSPERIDAD Y SEGURIDAD a su país. Es INACEPTABLE que el presidente le mienta a su país aclamando que la violencia contra la mujer al mantener a los agresores enclaustrados en sus hogares, de hecho “tanto la Secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, como varias organizaciones de la sociedad civil han señalado un incremento considerable en el número de llamadas sobre violencia contra mujeres y violencia in-


trafamiliar que se atienden durante la Jornada de Sana Distancia” . ¿Qué he aprendido? Aprendí que los únicos que podemos salvarnos de los demonios del mundo (que tan solo son otros humanos), somos nosotros mismos. Porque durante la cuarentena me puse delgada y con ganas de patearle los traseros a aquellos acosadores, tengo la cabeza donde debería estar, en paz, y estoy despierta y soy crítica de mi gobierno y mi país porque lo amo, y por eso mismo se deben señalar sus defectos, noto los fallos sistémicos, y estos van a terminarse el dinero, nuestra tierra y la paciencia del pueblo más rápido de lo que se va a terminar de construir el tren maya.

Fotografía de Laura Silva, de la serie Ventanas de familia en cuarentena


A mi abuela: Supongo que siempre ha sido más fácil dejar este mundo desde casa, en silencio, acompañado de los tuyos, con personas que te quisieron a lo largo de tu vida, orando por tu vida después de la vida, tal vez agradeciendo el tiempo que estuviste en este viaje, así por lo menos, aunque seas consiente o no de que te vas, puedes cerrar los ojos en paz porque los últimos rostros que ves son los que más amaste en tu vida. Lo difícil es para los que nos quedamos, sin saber qué hacer, sin saber por qué llorar, sin saber si lloramos por qué te vas o porque no sabemos cuándo nos volveremos a ver. Lo difícil, es tratar de vivir un duelo que no se puede vivir con la “normalidad” con la que se podría vivir hace unos meses, no pudimos abrazar a tus amigos, no pudimos organizar alguna ceremonia para despedirnos, no hubo ritual, no hubo reunión para celebrar tu vida ni para despedirnos de tu presencia. Qué difícil es morirse en estos tiempos. Que difícil recibir pésames por una llamada o por un mensaje de WhatsApp. No hubo tantos abrazos como debería, no hubo reclamos al cielo, no hubo platicas hasta la madrugada. Entre papeleos, burocracia, antibacterial, guardar la distancia, entre llanto a medias, confusión, todo fue raro. A veces parecería que aún no te vas y que nos dices lo que hay qué hacer en estos casos. Te fuiste en tiempos raros, en tiempos difíciles, donde se recomienda no abrazarse, no tocarse, no besarse. Te fuiste donde salir a la calle es un riesgo casi mortal, donde mucha gente la está pasando mal, te fuiste en medio de la incertidumbre por el futuro, entre lo caótico que resulta el presente, te fuiste donde todos añoramos el pasado inmediato, entre la nostalgia de cómo vivíamos y los hubiera que se quedaron atorados entre medicamentos y sueros. Te fuiste en el qué hubiera pasado si te llevábamos a un hospital. Pero sin sentirnos culpables. Porque tu decisión, hasta el final de tus días, fue quedarte en casa. Como si supieras que era lo mejor, como si hubieras estado escuchando todos los días las conferencias de prensa, como si pudieras predecir el futuro. Pero no eras adivina, solo eras una abuelita con muchas canas, solo


eras una persona muy sabia, que aprendió con el paso de los años que todo tiene su inicio y fin en la casa, en tu hogar. Lo difícil de fallecer en estos tiempos, es inventarnos un duelo para poder llorarte y dejarte ir, como siempre decimos: “déjalo ir”. Como si nosotros tuviéramos el poder de no hacerlo, como si nosotros tuviéramos el poder de algo. Lo difícil es tratar de ordenar nuestros recuerdos para darte una despedida digna. Para estar a tu altura, para que te puedas sentir orgullosa de nosotros. Para que desde el cielo puedas sonreír y sentirte feliz por habernos heredado todo lo bueno de ti, lo que no se puede ver, lo que no se puede comprar, lo que no se puede reclamar en los testamentos. Porque aprendí a cocinar, porque somos independientes, porque creemos en Dios y queremos confiar en él. Porque, aunque nos duela, tener fe en estos tiempos, es lo menos recomendado para seguir adelante, porque nadie habla de los sentimientos ni de la fuerza de voluntad, de las cosas intangibles o inexplicables. Porque solo vemos los números, las cifras, las estadísticas. Pero nosotros, los que te conocimos, te aprendimos mucho y no hemos dejado de aprender. Tal vez algún día, nos acerquemos un poco más a ti, para seguir viviendo en paz. Para darnos un respiro, una pausa de todo lo que nos rodea y nos agobia. Fuiste la primera hija de mi bisabuela y fuiste la primera en irte con ella. Trabajaste mucho, todo el tiempo, desde la oficina, viajando en carretera, conociendo mucha gente, todo tipo de gente y aún desde casa no paraste de trabajar, pero de otras maneras; tal vez de forma espiritual. Para escribir de ti, tendría que hacer muchas preguntas a mi mamá o entrevistar a cada una de tus amigos y amigas. Sin embargo, no necesito mucha información para describir y hablar del significado de tu vida en mi vida. A veces quiero pensar que te fuiste en el tiempo correcto y me duele. Duele el autoconvencimiento. Duele creer en el “tenía que ser así”. Pero es lo único que me ayuda, saber que no tenías por qué vivir en tiempos complicados, tuviste suficiente con lo que viviste. Tu risa y tu sentido del humor me recuerdan que hay que seguir caminando. Hay que seguir viviendo y hay que seguir creyendo. Que no hay razones


por las que no hay que creer, al contrario, es el tiempo perfecto para ser fuertes o intentar serlo. Ahora nos toca llorarte, pero habrá un día en que solo vamos a sonreír hacia el cielo y sabremos que estás ahí. Tanta vida tú nos diste… Cielo Pinilla


70 días Graciela Enriquez

Setenta días sin ver la vereda, sin salir a la calle, sin ver la luz del día sobre el barrio. Mis hijos me dicen "tranquila" y yo me pregunto"¿Cuánta más PACIENCIA tendré que tener? Los días transcurren en amaneceres somnolientos, depresivos, envueltos entre sábanas de esperanzas y ganas de abrazar a mis seres queridos. De pronto se escucha el tic-tac, de las agujas del reloj marcando el mediodía de otro día más, sin sorpresas, sin más esfuerzos que el desayunar a deshora. La siesta llega sin pedir permiso y se nos hace tarde para descansar, porque solo hace un rato la mañana se fue. Con RESPETO y acuerdo cada uno de los integrantes de la familia se pone a trabajar en la casa, la limpieza se hace más cómoda, y todo brilla más, aún en la cuarentena parece que se ve hermosa, reluciente y bella, ¿quién quisiera estar vestida de gala de noche y de día?; así se ve porque estamos escoba en manos, a cada rato. Se extiende un mantel limpio, una cortina con olorcito a lavanda. La tarde no dura para siempre y el tiempo tampoco; el calor del sol se escabulle, se ha vuelto como un remolino, y se va a dormir más temprano. El viento que enfría mi cara, mis manos que ya no siente su calor, una estufa que se enciende y luces que se prenden porque ya no se ve.


Todo cambia, el otoño se despide de a poco, recibiendo al frío invierno, y más en estos tiempos de incertidumbres, desolación, pensamientos que quiero borrar y muchas veces se instalan sin dar marcha atrás. El recuerdo de las risas de mis nietos, de mis hijos escuchando música, el disfrute de cumpleaños, y la pasión del baile familiar. Todo quedó a un lado, todo quedó retrasado en el tiempo, parece que fue en otras vidas. El viernes después de setenta días salí por primera vez de mi encierro me mareé, me sentí indefensa, chiquita, y débil. No entendía nada, vecinos, niños y grandes con barbijo; ojos desorbitados, miradas que intentan decir "Aléjate de mí". Todos voltean de un lado al otro temiendo que alguien se acerque, pasos fuertes, pisadas que se apuran por llegar a sus casas a un lugar seguro. Setenta días tal vez setenta más, no lo sé, ya nada será igual. La noche parece eterna, el cielo azul. La ventisca, las nubes que cubren las estrellas, el tiempo que nos queda para reinventarnos. Volver a empezar, continuar y procurar vivir con este enemigo invisible, pero seguro de atacar sin importarle a quien. Aunque con COOPERACIÓN entre todos, sean altos o bajos, rubios o morenos, grandes o chicos unidos seremos invencibles porque confiamos el uno del otro que cada quien se cuidará y así un día tal vez cercano ya, te vuelva a abrazar, besar, a decir te quiero, te amo, eres mi amigo, amiga. Todo lo que ahogaba en mi garganta, en silencio. Setenta días o más, ya no importa porque aunque haya cambios, tú y yo, nosotros seremos siempre una gran familia. Seremos eternamente humanos, yo tu amiga incondicional.


La casita de mi infancia Graciela Enríquez

Parecía una locura, aunque en realidad estaba hecha de dulces, paletas, y chocolates. Soñaba cada noche con que amanezca, para que mamá me diera algo del jardín. Un helado, una frutilla, un hombre de las nieves todo cubierto de crema. Esa imagen durante años permaneció en mi mente y sus sabores en mi boca degustando su dulzura. En cada cuento que mamá me contaba la casita de mi infancia, aparecía deslumbrando mis sentimientos, abriendo mis ojos tan pero tan grandes, para poder imaginar todo lo rico que sería reclamar cada dulce. El tiempo fue pasando y la infancia se escondió tras sus puertas de chocolate y coco, llevándose todos los gustos que sentía cada día con cada cuento de mi mamá. Hoy en cada letra que mi pluma describe hay en ella resto de dulzura y caramelos, paletas, helados y caminos de inocencia de pureza infantil. Mis montañas de problemas se desvanecen, al imaginar aquellas que tenían copos de crema y chocolate, cielos limpiados teñidos de nubes imperiales. Casa de mi infancia hoy te llevo prendida en un rinconcito de mi corazón. Imágenes que trajeron restos de mi inocencia infantil.


FotografĂ­a de Laura Silva, de la serie Ventanas de familia en cuarentena


¿Corregiremos nuestros errores? Ramsés Vázquez

Es 29 de junio del 2020, y para mí la cuarentena empezó el 14 de marzo de 2020 a las 3 de la tarde cuando el grupo de Whats de mi salón reportó que la Universidad cancelaba clases y que volveríamos el 20 de abril, oh que bella y dulce mentira. Al estar encerrado me pregunto ¿cambiaremos en algo todos los humanos o solo unos cuantos? Tan pocos que será imperceptible que estuvimos consigo mismos durante tanto tiempo, teniendo esta lucha interna para dejar el ego a un lado. ¿Respetaremos a la madre naturaleza? ¿Podremos cuidar todo aquello que se nos ha devuelto ahora que estamos encerrados? El lobo europeo salió en Francia; la civeta de malabar no se había visto desde 1987; la tortuga Laúd en el Caribe mexicano; un hocofaisán salió por una caminata en un parque de Cancún; y un dios bajo de su palacio para visitar a los mortales que lo han olvidado en Tulum, amarillo y pinto, jaguar le dicen. El odio debió de terminar hace mucho, pero George Floyd será un mártir por eso, esperando que con su vida salve a millones, un héroe involuntario. ¿Cuántas mujeres han perdido la vida en sus propias casas? A manos de personas que dicen amarlas. Absolutamente nadie puede decir que la culpa era suya por cómo andaban y por cómo vestían.


Ro mp e r e n ca s o de e m e rge nc ia Jhaan Ruiz

La cordura se rompe cuando la justicia corrompe, el débil impone cuando el justo no dispone. ¡Hay que romper lo racional y volverse irracional para ser escuchado, pues otra manera no hay! Pero que la hipocresía desaparezca y que de la doble moralidad salga una única y honesta. Son estos tiempos cuando nos damos cuenta que el débil siempre fue el más fuerte y que la justicia debe ser quebrada en casos de emergencia.


CUARENTENA. DÍA 10 Muchos imbéciles se ven aún en las calles, en las terminales, en los supermercados, etc. Definitivamente falta más compromiso e inteligencia de algunos colombianos. ¿Habrán pensado en purgarse a ver si tienen razones para gastarse todo ese papel higiénico que creo compraron? El virus sigue atacando y creciendo el número de infectados, va ganando la batalla. Ya ni el televisor me entretiene, pues ese mundo es en el que quisiera estar, y no encerrado entre cuatro paredes. Mientras escribo esto, he visto a través de la ventana, pasar a seis motociclistas y quince personas a pies. ¿A qué horas harán ellos cuarentena?

CUARENTENA. DÍA 11 Cada vez me siento como un prisionero, estando rodeado de cuatro paredes y limitado a las mismas cosas. No veo noticias para no angustiarme con lo que está pasando afuera del entorno en el que habito. Ya casi termino una novela que hace tiempo tenía pendiente por acabar. Veo pasar a muchos en su moto bien relajados y da rabia que mientras que unos nos cuidamos, otros viven como si nada estuviera pasando y que más fácil nos contagiamos nosotros que ellos. Sigo aumentando de peso, y a este paso creo me engordaré al igual que esas que no han podido ir al gimnasio, y que hoy su más grande amiga, es la ansiedad y las ganas de comer.


CUARENTENA. DIA 12 Alguna vez pensé que cuando viviera en medio de una pandemia, mi mundo exterior sería parecido al de Resident Evil, Z nation, The Walking Dead, Dead Set o Soy leyenda, pero no es así. En cambio solo se ve a los mismos de siempre montados en sus motos de arriba para abajo, y a los que no acatan la orden de quedarnos aislados. La rutina sigue siendo la misma, escribir, leer, ver películas de terror, comer y dormir. Los infectados siguen creciendo en el mundo, el número de muertos también.

CUARENTENA. DÍA 17 No hay más solución que estar encerrado, sigue muriendo gente por ese infame virus. Los dueños de las funerarias de mi pueblo deben estar orando para que no haya tanto muerto, pues esas entidades pierden dinero cuando se les mueren sus clientes, ojalá sus rezos sirvan de algo. Ya me conozco la casa de extremo a extremo, hasta he encontrado unos calzoncillos que había como perdido, y una moneda de quinientos pesos que se me había caído por un orificio. Sigamos en cuarentena mientras otros imbéciles siguen para arriba y para abajo sin control.

Carlos Alberto Díaz López


Collage anรกlogo de Amrut Madana Om



TRÍPTICO Violetta Ruiz Texto basado en imágenes de Rebecca Inés Zamudio Ruiz

I.

Mirarnos

Mirarnos, ya sean los pies o las manos. Tú alargando tus piecitos, pidiéndome llenarlos de besos, como si ya intuyeras que nos asimos a la tierra cuando otros nos tocan. Yo te abrazo con fuerza, y huelo tu cabello: agradezco a fuerzas sobrenaturales que estemos juntas hoy, en los últimos días del tacto en la tierra. Tus ojos miran a través de la cámara, ¿qué miran? La esponja del piso, colores primarios y, el tapete que guarda la memoria de extinciones masivas. Planta sobre planta, hueso sobre hueso aplastado en la memoria fotográfica del álbum de las cosas que pasan en la Tierra. El dinosaurio de plástico es semi protagonista, tú también quieres aparecer en el recuerdo que se guarda en mi teléfono, con la constancia con que el sol nos imprime en esta geografía que algún día, eones


después, habrá de desaparecer. II.

Ouroboros

“Todo es uno”, y todo cabe también dentro del círculo. Tú estás a la tangente, eres la miradora: la serpiente se engulle a sí misma en un ciclo sin fin, el anillo de oro gira, eres pequeña, pero sabes el secreto, tus pies se posan firmes ante la rotación infinita de los cuerpos celestes. Así queremos pensar el cosmos, como un espacio mítico y perdurable. Un lugar donde hemos vivido antes como partícula o chispa. Algo parecido a un mantel




de luz, pegajoso como tus stickers, con estrellas poderosas e infinitas. III.

Jinetes

Me observas mientras le hablo a la pantalla y no te pongo atención. Me duele no poder hacerlo, que nuestra sobrevivencia dependa de los momentos en que te ignoro y dejo de escuchar tu lengua celeste. Les digo que a pesar de la distancia vivimos un momento histórico, “no es cualquier cosa que nos haya tocado la peste”. Me pides que toque el botón de tu corcel. Su llanto trae consigo mi miedo infantil: mi madre hablando de los justos y los impíos,


EL ENCIERRO “La vitalidad se revela no solamente en la capacidad de persistir sino en la de volver a empezar”. Francis Scott Fitzgerald José Rodolfo Spinoza Otra vez me he levantado a orinar. Es bastante molesto tener que salir de la cama en la madrugada solo porque mi vejiga no puede pasar más de tres horas sin querer vaciarse. Me duelen las rodillas y la espalda. Escucho el chorro de pipi chocar con el agua del inodoro. Se siente bien. Es extraño el vello púbico de los viejos. Tan blanco que parece artificial. Lo rasuraría de no ser porque temo cortarme. La piel está muy arrugada ahí abajo…bueno, en todas partes. Camino hacia el sillón y enciendo la luz de la sala. He perdido el sueño. Tomo el libro que dejé en la mesita: El curioso caso de Benjamin Button. Se trata de una persona que nace como un anciano y se va haciendo joven conforme pasa el tiempo. Ojalá yo también me hiciera joven. Solo debo aguantar, en unas semanas más volveré a mi cuerpo. Espero. “Cuando Benjamin cumplió los dieciocho estaba tan derecho como un hombre de cincuenta; tenía más pelo, gris oscuro; su paso era firme, su voz había perdido el temblor cascado: ahora era más baja, la voz de un saludable barítono. Así que su padre lo mandó a Connecticut para que hiciera el examen de ingreso a la Universidad de Yale”. He estado leyendo mucho estas últimas semanas. En parte porque me siento cansado casi todo el día, en parte porque mi celular continúa perdido y el abuelo destruyó mi laptop sin querer cuando comenzó todo esto. «Si tan solo Pamela respondiera mis mensajes». Mi error fue llamarle cuando me lo pidió. Apenas escuchó mi voz, me tachó de degenerado. Ahora ha bloqueado el número de papá. Quisiera salir, así podría verla. «¡Qué tonterías piensas Raúl! Si te viera con este aspecto,


seguro te golpearía, o te denunciaría como un viejito rabo verde». Dejo el libro a un lado. Me paro frente al espejo de la sala. El reflejo me devuelve la imagen de un anciano encorvado, gordo, con un espeso bigote canoso y el cabello ralo y alborotado. Aunque si cierro los ojos un momento y los abro, puedo ver por una fracción de segundo al muchacho que fui hace poco. Con mi cabello negro y mi piel joven. Alto, delgado y sin joroba. Nunca me di cuenta de lo mucho que me gustaba mi cuerpo. Un día antes de cambiar también me estaba viendo en el espejo. Había tomado un poco de gel para peinarme con la mano. Acompañaría al abuelo al bazar, a cambio él me prestaría su auto el fin de semana, tenía pensado invitar a Pamela a salir el domingo. Esa salida, por supuesto, nunca ocurriría. El bazar Sobek era un sitio muy concurrido. Se ponía una vez al mes en la ciudad y casi siempre está lleno, en su mayoría, por ancianos. Ignoro porque los ancianos gustan tanto de las antigüedades, a mí me gusta todo nuevo. Mientras el abuelo hablaba con sus amigas, yo mensajeaba con Pamela. Le mandé una foto de mi pene, me la había tomado en el baño antes de salir, lo había sacudido hasta dejarlo erecto y había tomado la fotografía en un ángulo que lo hacía verse más grande de lo que era. Ella me respondió el mensaje con una berenjena y una carita babeando. Le escribí que no era justo que solo yo enviase fotos. Estaba ansioso por verle las tetas. Ella me contestó que pronto me enviaría una. Stickers de besos y corazones. —¿Quieres dejar ese aparato? —era el abuelo. Traía en las manos una figura de metal, del tamaño de un garrafón de agua —cárgala por mí. En el momento en que me la entregó, sentí un escalofrío, como si la electricidad recorriera todo mi cuerpo. Él pareció sentirlo también. Miré la figura, se trataba de un cocodrilo, estaba erguido, en dos pies y usaba uno de esos tocados que portan los faraones en los jeroglíficos. Tenía los brazos cruzados y sujetaba una especie de bastones en las manos. Pesaba mucho. —Vamos a pagarlo —dijo el abuelo después de un par de minutos de silencio. Caminamos hasta la caja registradora que era atendida por una muchacha como de mi edad, con el cabello purpura, un piercing en la nariz y algunos jeroglíficos tatuados en los brazos. —Son cinco mil pesos. —¡Qué! Ni que me estuvieran vendiendo la pirámide de Kefrén.


—Este Tótem tiene más de cuatro mil años de antigüedad. —¿Cree que nací ayer? Si fuera cierto, debería estar en un museo. El abuelo hizo tanto coraje que regresamos a casa con las manos vacías. Al llegar, mamá nos informó de la pandemia y que se podría el país en cuarentena. Ya había vivido la epidemia de influenza hace diez años, pero estaba vez la gente parecía más alarmada, la situación era tan seria que cerraron las escuelas y todos los negocios que no eran indispensables. Aun así, estaba decidido a salir con Pamela. Nos pusimos de acuerdo para vernos el día siguiente. El cine estaba cerrado, así que le propuse ir a comer. Pero no pasó. La mañana del domingo me desperté en la habitación del abuelo. Cuando me lastimé la espalda al tratar de levantarme, supe que algo no estaba bien. Me miré las manos. Estaban hinchadas y llenas de arrugas. Busqué mi celular, pero solo encontré el del abuelo, un aparato pequeño de color azul fosforescente, con cámara de cuatro megapíxeles e infrarrojo. Entonces corrí a la sala a toda prisa, solo para descubrir el horror ante el espejo. Justo la imagen que observo ahora. Estoy seguro que esto lo ha hecho el tótem. Cuando hablé con el abuelo, —quien parece muy feliz de estar en mi cuerpo— me dijo que podíamos comprarlo. Buscamos el sitio del Bazar, cuya sede está en Monterrey e hicimos la compra. Pero a causa de la pandemia, no me será entregado hasta terminar la cuarenta. —Debemos ser pacientes —dijo el abuelo con mi voz. Es raro escucharte a ti mismo, sobre todo cuando no estás de acuerdo con lo que sale de tu boca. Aunque en su defensa, pareció asustarse mucho con este cambio de cuerpo también. Porque al despertar piso mi laptop haciéndola pedazos. En parte es culpa de mi mala costumbre de dejarla en la cama. Pamela debe estar muy enojada conmigo, tarde me llegó la idea de pedirle al abuelo que hablase con ella, quizá si se me hubiese ocurrido el domingo pude haber controlado mejor la situación. Ella debe estar furiosa, y nuestras llamadas suelen durar horas, simplemente no podría estar diciéndole al abuelo que decir, ni soportaría que el abuelo escuchara su forma de hablarme cachondo. El mes y medio que tenemos de novios hemos tenido sexo por teléfono seis veces. Pienso en ella, en su carita redonda, sus ojos cafés, sus labios gruesos. Tengo


que encontrar la manera de disculparme y mantener viva la relación en lo que recupero mi cuerpo. Debo distraer la mente. Tomo el libro de nuevo. Y me siento a leer. Después de treinta páginas, el sueño comienza a volver. Camino a mi habitación, más bien, la habitación del abuelo, donde estoy obligado a dormir. Odio todo acerca de este encierro, no solo estoy atrapado en el cuerpo del abuelo, gracias a la pandemia, tampoco puedo salir de casa. Escucho ruidos. Vienen de mi cuarto, mi verdadero cuarto. Abro la puerta y descubro a Pamela con los pechos desnudos, rebotando; montada sobre quien debería ser yo. Es la primera vez que le veo los senos, tiene los pezones cafés y parecen un par de hot-cakes. La escucho gemir, pero se detiene en seco al verme. Lanza un gritito. Y se tapa con las sábanas. —¡Raúl! Dile a tu abuelo que se vaya.



Hay cosas que se descomponen por pedazos. Dejaste un plato de arroz en el jardín a los pájaros siniestros, pero se convirtió en trampa para cucarachas. Acorraladas mientras comían, se ahogaron en el festín. Guiso de cebolla y jitomate, tal vez les cayó mal el ajo. Hormigas diminutas desprenden sus alas. Sus gelatinosos cuerpos revientan dejando escapar sus almas cristalinas. Volverán a ser aire. El sol brilla en sus ojos inservibles. Sus antenas aún captan la señal de sus aliados, de nada sirve. Los surcos de sus huellas coincidieron en un trágico final.

Juan José Herrera


FotografĂ­a de Laura Silva, de la serie Ventanas de familia en cuarentena


Relato de una cuarentena que se alarga Raymundo Gilberto Elizondo Flores En esta cuarentena el hábito de mis días no ha cambiado mucho desde los días de la realidad anterior en comparación a la nueva realidad. Soy estudiante y al mismo tiempo trabajo, así lo he realizado desde que comencé mi carrera para llegar a ser un profesional. Me desempeño en el área de salud, donde en ese rubro sí puedo comentar los cambios que he vivido, al estar en un ambiente constante de riesgo. Mi precaución ante otras personas aumentó, por temor de ser yo el riesgo de contagio. Mi esposa y gran parte de mi familia que también trabaja en el mismo rubro tomamos la decisión consiente de vivir un aislamiento constante, y cuando hemos convivido con amistades lo hacemos con las medidas de seguridad adecuadas. Nos hemos ido poco apoco acostumbrando a la que ahora llamamos la nueva realidad, las videollamadas, los mensajes, y todo lo que se pueda utilizar como estrategia digital, y la lectura digital a la cual me oponía por no ser como un libro físico. Ahora el Kindle se ha convertido en mi biblioteca constante, obviamente no dejaré de comprar libros en físico pero por el momento me acostumbré a esta opción. Por último, a todos mi amigos y a las personas en general, si necesitas apoyo cuenta conmigo, yo puedo escucharte y aconsejarte si así lo deseas, si no, solo puedo escuchar, pero no estás solo, cuídate que yo me cuido y cuido de tu persona, siempre al no exponerme, no estamos solos, somos mucho, y cuando esto acabe todos compartiremos una gran felicidad por vernos sanos todos unidos, porque la verdadera felicidad es aquella que se comparte.


Retrato de la Soledad Roberto Peña

Solo los puedes escuchar al anochecer, al anochecer El ruido que hacen los fantasmas que aquí habitan, mientras se nutren del recuerdo de días que han pasado Me mantienen despierto por la madrugada, por la madrugada Tiempo en que no existen todos los colores, solo existe la luz de la luna que le da a todo una tonalidad azul en la que se ahogan hasta extinguirse las líneas que nos dividen. Convirtiéndonos en siluetas que se funden con el entorno Llevo este azul adondequiera que vaya, se ha impregnado en mí, en mi piel morena y mis ojos cafés ¿Quién necesita el amanecer cuando se tiene esto? Los amaneceres terminan y dan paso al nuevo día, sin embargo, aquí tenemos todo el tiempo del mundo en un instante y en este instante pienso en ti Preferiría olvidarte, resulta peligroso seguir este camino que consume el alma y confunde la mente, haciéndome creer que sigues a mi lado. Pero le he tomado cariño a tu fantasma


De vez en cuando cruzo miradas en un restaurante, en el metro o en algún lugar con otras personas que llevan consigo el mismo tono de azul. Solo ellos y yo lo sabemos, que somos atormentados por recuerdos que hoy viven solo dentro de nosotros Algún día deberás ser libre dejaré ir tu fantasma para que continúe su camino Y mi piel retomará su color Y los días serán más cortos Pero hasta entonces Tú te callas y yo me duermo.


FotografĂ­a de Laura Silva, de la serie V


Ventanas de familia en cuarentena


FotografĂ­a de Laura Silva, de la serie Ventanas de familia en cuarentena


Relato de una cuarentena que no detiene a los movimientos libertarios. Tarsis Eguren

Durante la cuarentena pude percatarme de bastantes cosas que si bien antes no ignoraba del todo ahora, con el poco tiempo que me queda, pude reflexionar más a fondo. Se preguntarán ¿poco tiempo?... Uno pensaría que con esta cuarentena tendríamos más tiempo por quedarnos en casa viviendo un asilamiento forzado. Sin embargo, no fue así. La universidad entera como órgano público, y la FTSYDH al menos piensan que dejar un montón de tareas y trabajos en línea es lo mismo que aprender. Este semestre no aprendí nada relevante, solo aprendí a cumplir con trabajos forzados, con los cuales mi análisis fue irrelevante ya que eran trabajos tan pobres pedagógicamente pero bien chingaquedito porque se caracterizaban de ser trabajos exhaustivos… Asi mismo creo que esta cuarentena creó mucha segregación económica y benefició a muchas empresas, precisamente por la reducción de sueldos y despidos. Ahora bien, este panorama tan injusto se caracterizó para los proletarios/ asalariados como los buenos telesclavos, ahora no solo bastaba con poner tu fuerza de trabajo, sino que además como empleado tú ponías los medios de producción como luz, equipo de computación e Internet, y le sumas que tenías una reducción de tu salario porque tu trabajo lo realizabas de casa; sobra decir que ese es cómo opera el sistema capitalista. Personalmente me da mucho asco la desigualdad social porque mientras muchos no tenían carencias en casa y tenían para comer y pagar servicios, más de la mitad del país se encontraba en vulnerabilidad y pobreza, sin comida y viviendo al día.


RELATOS DE CUARENTENA #1 Celeste Espinoza Uribe Te quedas sentadita en el sofá de tres piezas, en la sala de tu casa. *** Hoy es un día nublado y cuando saliste de tu recámara supiste que este pequeño hecho modificaría tu rutina. Hace años aprendiste a hacer listas de actividades y apegarte a ellas. Cuando tenías trece tu amiga Mary te introdujo al arte de planificar tu día. Desde entonces sientes la necesidad de tener por escrito las actividades que realizarás durante la jornada. Sabes que debes despertar a tal hora, tomar cierta cantidad de minutos para espabilar, remover las lagañas de tus ojos, recomponerte un poco en la cama y ponerte en pie. Cada día después de llevar a cabo dicha secuencia de acciones, piensas que sería divertido poner el cronómetro y corroborar que usas la misma cantidad de tiempo que el día anterior. Y el anterior al anterior. Y así sucesivamente. Esa idea siempre hace que te levantes con una sonrisa de la cama. Haces yoga, te bañas, te cambias y cada día te esfuerzas por vestirte como si fueras a presentarte a trabajar en la oficina. Bajas las escaleras de tu casa y te encuentras con la luz del día que se cuela por la ventana del comedor. Cierras las persianas y vas a la cocina para preparar el almuerzo. Tomarte tu tiempo para preparar los alimentos que desayunarás fue una buena adición a tu día a día. Pero hoy bajaste y no había luz. Así que no tuviste qué cerrar las persianas. Fuiste a la cocina para preparar el desayuno intentando no enfocarte en el medio minuto extra con el que ahora contabas. Desde que comenzó el confinamiento en casa y decidiste reajustar tus itinerarios a la extraña dicotomía


que ahora formaron tu vida laboral y tu vida del hogar, sabías que las cosas en algún momento podrían tornarse difíciles, pero también supiste que podrías anticipar casi cualquiera de las posibles variables que se presentaran. Sacas los alimentos del refrigerador y te dispones a lavar, picar, cocinar y freír. Te vas deteniendo un poquito más de tiempo en cada cosa. Como no queriendo. Deslizas un poco más lento el cuchillo por el queso panela. Pones la sartén sobre la flama con algunos segundos de retraso a como lo haces habitualmente, incluso te sorprendes fingiendo que el molinillo de la pimienta se atascó. Para antes de terminar de preparar tu almuerzo te has sincronizado nuevamente a los horarios del día. Sonríes. *** El día transcurre como cualquier otro. Haces una a una las actividades de tu agenda laboral, te conectas puntualmente a tus reuniones en Zoom. Le das los buenos días vía Whatsapp a tus compañeros de trabajo, respondes los correos y dejas tu bandeja de Outlook sin notificaciones pendientes por revisar. Usas Excel para los reportes y sonríes para ti misma — y como cada vez— cuando te toca usar la Macro que integraste a los procesos de tu equipo; porque ese fue un pequeño logro tuyo que nunca dejarás de celebrar. Te esmeras como cada día. Y las cosas fluyen, como siempre. Afuera de tu casa se mezclan los sonidos cotidianos, escuchas a algunas aves que realmente no sabrías identificar aún si tuvieras una enciclopedia a la mano. Alcanzas a escuchar a los vecinos cuando se dan los buenos días o buenas tardes entre sí. Te llegan sonidos del parque que está cruzando la calle… algunos carros pasando. *** Son casi las cuatro de la tarde y a pesar de lo nublado del día


no es probable que llueva. Aunque el ambiente sí se siente bochornoso. Estás sentada en la silla de oficina que compraste una vez que el home office se hizo permanente. Tal vez es que te excediste con las enchiladas rojas que comiste, o será la temperatura y lo calurosa que ha comenzado a ponerse la tarde, pero sientes que tus párpados pesan. Te reacomodas en tu silla e intentas volver al trabajo cuando sucede. Fue un sonido fuerte y seco que definitivamente no catalogas como “normal”. De pronto tu somnolencia se fue sin avisar. El momento siguiente al extraño ruido que vino del patio de tu casa se llenó de silencio. Hay varios segundos de silencio incómodo. Piensas en levantarte e ir a averiguar lo que pasó pero como no hay más ruido te dispones a ignorar y seguir con tu rutina. Pero no puedes. De repente, lo siguiente que escuchas es una especie de aleteo que choca con distintas cosas allá afuera, tal vez con tu lavadora o con alguna maceta, quizás. Te levantas de tu silla con la respiración agitada por el miedo. Desde hace años vives sola o como a ti te gusta llamarlo “por tu cuenta” y las últimas semanas el único contacto con otras personas que has tenido es cuando enfermaste y tuviste que pedir medicamentos a domicilio. Ni siquiera tuviste que ver cara a cara al repartidor, dejó el pedido en la puerta y se marchó. Caminas como si contaras cada uno de los pasos que das, vas con miedo a la cocina, tomas del desayunador uno de los cuchillos para picar que tienes cuidadosamente acomodado en su estuche y te diriges a la puerta. El ruido ha ido creciendo cada vez. Cada vez hay más golpes, más aleteos y lo que crees que parecen forcejeos. Te acercas al cerrojo temblando y pones la mano dispuesta a maniobrar con la perilla cuando escuchas caer al piso lo que parecen ser algunos productos de limpieza. Retrocediste un paso por inercia. Sientes tu pecho subir y bajar una y otra vez y como tus cienes se van salpicando de gotitas de sudor. Aprietas la mano


alrededor del cuchillo y cierras los ojos como diciéndote “tú puedes, vamos, tú puedes” y de repente te quedas congelada cuando escuchas que el ruido cesa. No sabes si es más abrumador escuchar lo que pasa ahí afuera, a unos metros después de la puerta, o solo escuchar el silencio. Pero te envalentonas y quitas el cerrojo. Giras la perilla y abres la puerta y lo ves ahí. *** Sangre, plumas, un charquito de un líquido naranja que le sale por la barriga. La imagen te dejó perpleja por más tiempo del que pudiste contar. Tus manos están abajo, sin fuerza, así que el cuchillo que tenías toca el piso. Sabes que ya está muerto y la sola idea de un cadáver en tu lavandería te pone mal. Sientes el piquete en la boca del estómago. Las náuseas. Los jugos gástricos subiendo por tu esófago y recorriendo tu garganta, y luego miras un chorro saliendo como avalancha por tu boca. *** Te quedas sentadita en el sofá de tres piezas, en la sala de tu casa. Te duele la barriga y uno de tus zapatos tiene parte de las enchiladas que comiste por la tarde. Tu celular ha sonado en distintas ocasiones sin tener contestación. Hace tres horas que hay un cuchillo, un animal muerto y tus jugos gástricos desparramados por tu lavandería y todavía tu mente no ha sabido cómo reaccionar. Hace tres horas que hay un animal muerto en la lavandería de tu casa y tú saliste de tu turno sin hacer check-out.


¿A dónde se va cuando te han echado de todos lados? Alfonso Zarzoza

Ser un rechazado constante, persona non grata y mucho menos recibir postales de la abuela en navidad. La cajera aún espera que le pague la cajetilla, sostiene los cigarros en la mano como incrédula de la existencia de esos casi 70 pesos en mi bolsillo; sé que los tengo, solo que no están donde creo que los tengo. Afuera hay una calma absurda como la de un domingo que se ha declarado nulo entre las semanas venideras. No quiero ser el único aguardando algo que no sucederá. He vivido indeciso toda mi vida, es tiempo de tomar el control. La cajera sonríe, pero sigue esperando el dinero con un guante en mano, en estos tiempos se desconfía hasta de los tuyos. En casa nadie está tranquilo y el salir es casi una cacería, sale uno con la convicción de no morir y simplemente esperar lo mejor de todo. Y aquí estamos haciendo tiempo, esperando el metro, fumando, rompiendo las reglas, invadiendo el vagón exclusivo y pensando que se está más seguro de este lado. El otro lado tiene un aroma rancio como alimentado por la de-


generación y el hastío, combinado con jornadas de números par. Sigo esperando el momento clave de entrar y saquearlo todo. Mientras a lo lejos todo están en casa huyendo de la muerte. La muerte no certera. Aquí sigo esquivando mi bala, una ruleta rusa diaria entre cajones de estacionamiento.


FotografĂ­a de Laura Silva, de la serie Ventanas de familia en cuarentena


E

n este tiempo de aislamiento he visto lo frágil que soy, y lo prioritaria que es la salud ya que la vida se puede ir cuando menos lo esperas. Ahora valoro más el tiempo, busco aprender cosas que siempre quise y nunca encontraba el tiempo de hacer, también busco disfrutarlo, vivir este momento sin la presión en el que como sociedad estábamos sumergidos, apreciar los pequeños detalles que la naturaleza, la vida y la familia nos regala, aprendí que las cosas valiosas y eternas no tienen precio y las que me puedan costar son temporales. He tenido mayor amor propio, porque ahora me doy el tiempo de cuidar mi salud, alimentándome sanamente, ejercitándome y llenando mi mente de pensamientos positivos. No todo ha sido bueno, como todos he pasado momentos difíciles, de ansiedad, tristeza o enojo, pero ahora conozco nuevas formas de lidiar con mis emociones. He desarrollado mejor la paciencia y nuevas habilidades en la tecnología, ya que ahora dependemos de esta para recibir clases, realizar tareas y comunicarnos con los que aún no podemos ver. Sé que no seré igual cuando todo esto haya terminado. Sé que la realidad del país y del mundo es difícil, cruda y triste para muchos, ya no quiero ver más las noticias donde solo son casos de nuevos contagios, muchas microempresas quiebran por no poder abrir sus negocios, y son familias enteras afectadas por la falta de trabajo, espero pronto esto pueda pasar y solo sea algo que podamos contar a los nuestros que no estuvieron ahora. Areli Vázquez Huitrado


“Dos mil veinte” Itzel Mendoza

La gran mayoría de las personas inició el año con nuevos propósitos, tenían planeados viajes o eventos importantes que deseaban compartir con sus seres queridos; sin embargo, este año nos ha sorprendido de una manera particular y no muy grata debido a que cada mes de lo que va el año han ocurrido sucesos inesperados. Desde el posible inicio de un conflicto entre dos potencias mundiales hasta la llegada del Coronavirus, el causante de que la cotidianeidad se reconfigurará a la ahora “nueva normalidad”, normalidad que ha dejado diversos tipos de lecciones y cambios en la sociedad. Aspectos como la comunicación y comercialización son ejemplos claros de esta nueva normalidad, principalmente la comunicación debido al aislamiento se mantiene por medio de los dispositivos tecnológicos y de manera anacrónica, esto con ayuda de las redes sociales, si bien es cierto que muchos extrañan el poder recibir o dar un abrazo, asistir a fiestas, ir a la escuela o trabajo ese tipo de cosas que se solían hacer a principios de año. Parte de la nueva normalidad es que ahora las personas deben traer un cubrebocas y unos guantes para protegerse incluso ante la emergencia sanitaria, el tipo de comercio y consumo se modificó pues el traer un iPhone ya no es tan importante como traer un cubrebocas N-95 los cuales solo algunos portan debido a su precio elevado y escases, por lo que las personas han tratado de protegerse con diferentes tipos de mascarillas y caretas. En el transporte público los comerciantes ya no venden dulces, plumas o algún otro producto, ahora ofrecen


gel antibacterial por una cooperación voluntaria, pues los lugares de donde ellos adquirían sus productos para mantenerse permanecen cerrados. El home office, las compras y la educación en línea son prácticas a las que no estábamos acostumbrados y que son parte de esta nueva etapa. Sin duda la COVID-19 ha causado estragos en la vida del ser y tal parece que eso no es todo pues el martes pasado se suscitó un terremoto magnitud 7.5 que por lo menos a la mayoría nos sorprendió en nuestras casas. Muchas personas cayeron en pánico a recordar aquel terremoto de magnitud similar del 2017. Está claro que este año llegó para modificar la vida y la forma de vivirla, que es hora de empezar a cuidar lo que queda del lugar en el que vivimos así como de nosotros mismos y los que nos acompañan en este camino.


FotografĂ­a de Laura Silva, de la serie Ventanas de familia en cuarentena


U

na semana más de cuarentena, hasta ahora no hay fecha de término de la misma, día tras día observo en las noticas y redes sociales el increíble aumento en casos de COVID 19, lo cual supongo que es producto de las personas que se organizan para hacer fiestas o salir a la carretera. Siento que ellos no estén midiendo las consecuencias de sus actos, además que he estado notando que las personas salen más de lo habitual, supongo que es porque ya se cansaron de la cuarentena, lo que me hace pensar que los ciudadanos están perdiendo la creencia que el COVID-19 es real y peligroso, por lo que crece mi miedo a que alguno de mis seres queridos sea contagiado por personas que no tendrían que salir de sus casas. Esta cuarentena ha sido muy versátil para cada uno de los individuos, por lo que me tomé la libertad de elaborar y publicar una breve encuesta en Instagram, en donde pregunté cómo las personas se la estaban pasando en cuarentena, anexándole cuatro opciones: A) Con ansiedad y estrés, B) Me siento bien, C) Estoy tratando de mantenerme bien y D) Es indiferente. Lo que me sorprendió al ver los resultados, es que la mayoría respondía que estos se sentían con ansiedad y estrés, mientras que otros decían que estaban tratando de mantenerse bien emocionalmente. A manera personal, quiero decir que se siente mucha angustia y estrés al ver que las personas no siguen las indicaciones que promueve el doctor Manuel de la O Cavazos. Yo entiendo que es cansado que repiten tantas veces algo que hasta ya lo sabemos de memoria, y además que de un día para otro nos alejan de nuestras actividades que nos mantienen con la mente ocupada y en contacto con la realidad misma. Me he llegado a sentir aislada de los demás, pero no creo ser la única en esta situación. Por otro lado esta cuarentena me ha dado tiempo para aprender a trabajar conmigo misma. He realizado cursos en línea, asistido a clases en línea, intentando adaptarme a estas, he remodelado mi cuarto, leído, además que comencé a ver muchas series en Netflix, intentando hacer a un lado el estrés y la ansiedad. Pero en fin estoy intentando mantenerme bien. Paola Alejandra Alfaro


Su luz brilla en la oscuridad. Fotografía de Eloísa Campos Valles (8 años) de su hermana Ana Lucía (6 años).


El baile y la cuarentena Gloria Cárdenas

Antier bailé... como 6 veces la misma canción. Sudé y me dolieron las rodillas de tanto bailar (ya estoy vieja). Nunca me he considerado buena al bailar pero me gusta. Canto, trueno los dedos, muevo los hombros, muevo la cabeza y se me mueve el pelo (amo tener el pelo corto para hacer eso). Muevo los pies de una manera descoordinada (por no decir ridícula). Aprieto los brazos, aprieto los labios... a veces hasta los ojos. Así bailo yo. Así bailé 6 veces la misma canción. Bailé sola y me acordé de muchas veces que no bailé sola y me acordé de las fiestas y no fiestas donde a altas horas de la madrugada bailé, bailaste, bailamos. Extraño bailar, quiero bailar más. Quiero una fiesta y quiero una fiesta de montón donde haya más ridículos igual que yo que bailen sin importar nada más, porque no hay nada más delicioso que bailar ridículamente sin importar nada más. Ayer volví a bailar.


FotografĂ­a de Laura Silva, de la serie Ventanas de familia en cuarentena


L

a primera semana que avisaron que estaríamos en cuarentena fue algo sorprendente porque personalmente no lo veía venir tan pronto en la ciudad. Mis clases se cancelaron, mis prácticas profesionales de igual manera lo hicieron y hubo un momento en que mi rutina diaria ya no estaba. Padezco trastorno de ansiedad y conforme pasaban los días mis crisis aumentaban, estaba tan acostumbrada a mi rutina y ya no la tenerla de un día a otro fue algo pesado de asimilar personalmente. Con los días fui aprendiendo a adaptarme a la situación. Al principio las clases en línea se me hacían un poco tediosas por demasiadas fallas que se presentaban, en mis prácticas hacía actividades por vía web y también era algo estresante agarrar el ritmo a algo nuevo. Ya cuando la situación estaba muy avanzada empecé a ver el lado bueno del asunto, porque no siempre se vivirá con una visión negativa a todo esto, si eso sucedería creo que estaríamos en una depresión de tanto pensar y agobiarnos de lo sucedido, pero de todo esto tendría que salir algo favorable. Personalmente comencé por mí misma. Busqué soluciones donde pudiera canalizar mi ansiedad en algo positivo y eso hice. Comencé a leer, a hacer cosas con mi familia que nunca había hecho, hasta les proponía cosas para hacer juntos y eso nos mantenía además de unidos, nos permitía conocernos todavía más (porque con tantas actividades a veces no hay tiempo para la familia) y hacer cosas donde los tres pudiésemos estar involucrados y eso nos aligeraba más el ambiente. Valoré más a los profesores, nunca se sabe cuánto es el empeño que le ponen a su trabajo a través de una computadora y el esfuerzo que hacen por compartir sus conocimientos con nosotros los alumnos. Al principio se juzgaba y se desesperaba mucho alguien por las clases en línea. Pasando el tiempo se tuvo que valorar tanto


esfuerzo que los docentes ponían porque para ellos también fue complicado adaptarse. La nueva normalidad está ya presente y pienso que no volveremos a la normalidad de antes y de cierto modo eso está bien, con toda la situación del COVID-19 nos debimos de haber vuelto más humanos, es una situación impresionante y algo tuvo que cambiar en nosotros. Volver a lo de antes es rutinario, cansado, tedioso. Con el virus presente probablemente para muchas personas aún lo sea pero pienso que mientras estemos bien, con nuestra familia, ya tenemos todo ganado porque hay personas que quisieran estar en nuestro lugar y no pueden.

Fatima Abigail Barrientos Balboa


FotografĂ­a de Laura Silva, de la serie Ventanas de familia en cuarentena


D

urante la cuarentena, en mi familia tuvimos más comunicación, nos dimos cuenta de las cosas que en realidad pasaban y ocupábamos arreglar. Cambiamos cosas de la casa, limpiamos cuartos para tener buena vibra, de todo lo que nos estamos ahorrando por no salir a lugares o comprar cosas, tuvimos el tiempo de arreglar el patio trasero de la casa y hacerlo un espacio donde pasaríamos buenos momentos, hacer carnes asadas, con una buena música y cervezas bien frías. Mientras pasaban los meses había un momento en el que ya no nos aguantamos pero sabíamos que iba para largo, entonces tuvimos que hablar y poder solucionar los problemas y no solo estar gritando o peleando. Al principio fue un cambio muy drástico porque antes de la cuarentena llevaba una vida social, donde compartía momentos con los amigos, unas buenas cervezas y una gran comida, ya sea fines de semana en fiestas, antros, restaurantes, viajes. En caso de la universidad era ver a los amigos todos los días, comer juntos, compartir nuevas experiencias y es lo que lo hacia único. Cuando empezaron las clases en línea de verdad que fue una tortura, no sabía que pasaría, era algo confuso como para nosotros como para los maestros. Era algo que nunca pensamos que pasaría, no estábamos preparados ni lo estaremos. Fue un golpe muy grande para todos. En mi vida personal pasé por muchas etapas que creí que nunca pasaría o que ya había superado. Pensé que tendría una buena estabilidad con la persona que salía, después de la cuarentena todo acabó, fue un momento en el que creí que mi mundo se me acabaría, donde no tenía salida.


Cuando uno termina una relación sale con sus amigos a pasar el momento, que no nos pese y pueda una salir adelante. Pero no esto no fue nada parecido, solo me la pasaba llorando, sin comer, con ganas de salir y tomar unas cervezas con mis amigos y que me dijeran que todo iba a estar bien o cosas que ya sabía pero que me encanta que me digan y me animen porque así son y así estamos acostumbrados. Pasarla encerrada en un cuarto de 4 paredes y solo hablar por teléfono y llorar, disimular con tu familia que no pasa nada, que todo está bien, que no necesitas que se preocupen por ti y no darles problemas de tu vida amorosa. Fue pasando el tiempo y me di cuenta que pudo haber pasado en otro momento y me hubiera puesto igual. Me di cuenta que no debía perder el tiempo en pensar en lo mismo. Empecé a hacer ejercicio, a comer bien, vivir más momentos con mi perrito. Sabía que el mundo no se acababa en ese momento que más adelante podría conocer a más personas y que todo estaría mejor. Por último, lo que puedo decir es que el Covid-19 fue algo que nos agarró de sorpresa a todos. Pero más que nada sirvió para aprender y respetar lo que tenemos, para saber que es lo que uno hace mal, que todavía estamos a tiempo de hacer las cosas bien, en lo personal y para el mundo.

Elva Corpus Alejandro


FotografĂ­a de Laura Silva, de la se


erie Ventanas de familia en cuarentena


FotografĂ­a de Laura Silva, de la serie V


Ventanas de familia en cuarentena


La madrugada del 06 de junio de 2020

Martín Morales Garza

Me gustaba apreciar el cielo durante la madrugada mientras bebía café o cualquier bebida energizante; antes de la contingencia, salía con mi hermano hacia alguna tienda de conveniencia, nos encantaban las calles solas, escuchar el rumor sinfónico de los grillos y el firmamento, exento de nubes y poseedor de una epidermis purpúrea; de algún modo, había una nostalgia tóxica, la cual podía orillar a cometer barbaridades con tal de experimentarla. En tiempos de COVID-19, pensé quién andaría en la calle antes de las dos de la mañana y decidí seriamente descartar la compañía. A tres casas de distancia de la mía, habían dos figuras inmóviles, cuyos rostros, para nada humanos, me siguieron con miradas punzantes y sonrisas demoníacas, extendidas hasta los lóbulos de sus orejas: una anciana con cabello largo blanquecino, parecida físicamente a la actriz Isela Vega, vestía un estilo entre el bohemio chic e hippie con matices del gris; en una posición de ataque, con los brazos extendidos y las piernas flexionadas, el hombre con el tórax desnudo portaba un gorro piluso oscuro, pantalones de mezclilla y una mirada literalmente llameante, como un carbón abrasado sin piedad alguna. Con la frente en alto, medité cómo saldría de esa situación, creí que el cubrebocas escondería gran parte de mi asombro pero, demasiado tarde, comprendí que era inútil ocultar el mayor espanto de la vida. En un trayecto rápido, llegué a la tienda de conveniencia, entregué la lista con varios víveres y la empleada descartó el entendimiento de lo escrito y permitió que entrara, cerró con llave


e intenté juntar lo que quería; en la sección de refrescos, los descubrí inmersos en una conversación mientras caminaban de manera lenta en la banqueta y manoteaban al aire. Como algún personaje de una película de terror, suspiré aliviado, supuse que bastarían unos quince o veinte minutos para que se distanciaran más de su trayecto y creí oportuno conversar un poco con la empleada de la tienda entretanto escogía los víveres con tranquilidad; para no empeorar las cosas, o sugestionarme aún más, evité mencionárselos, decisión tonta porque, si pasaba algo, ¿habría un leve indicio de qué me provocó tal accidente o muerte? Tampoco contaba con un celular para contactar a alguien en la casa. Refugiado con creencias propias de protección, salí de la tienda. Una vez recorrido el banco, el local de pollos asados, la calle donde sube el camión Tierra Propia y la lavandería, comenzó la persecución, en la que una serie de “empujones” comenzaron a rozarme la espalda, como si el viento estuviese contenido en pelotas pequeñas, lanzadas contra el cuerpo; al cruzar hacia la esquina, por la que bajaban los carros y al tomar la banqueta, la escuché: —Ay, ternurita —exclamó la anciana. —¡¿Por qué no quieres voltear?! —averiguó una voz gutural, como un reto. No sé cuál fuerza impidió una agresión verdadera, qué protección celestial, espiritual o personal los detuvo de seguirme hasta la casa. Ni siquiera recordé el trayecto recorrido hasta que inserté la llave en la puerta principal, cerré con seguro y me dirigí a la cocina para apagar la luz que dejaría el primer piso a oscuras, pero habría una respuesta a una de las muchas preguntas que este suceso dejaría: frente al interruptor, me detuve en seco, me miré el cuerpo y descubrí que estaba cubierto por escarcha luminosa, centellas blanquecinas, parecidas a dientes de león desprendidos del tallo, incluso moví las manos como si estuviese rodeado de ellas, las vi aferradas a mí y hubo cierta paz.


El encuentro cercano del quinto tipo pudo evitarse si hubiese saciado esos caprichos en pleno dĂ­a, y con las medidas preventivas contra el contagio, en lugar del riesgo expuesto en plena madrugada durante la cuarentena, momento en el que no solo los mortales podĂ­an cometer secuestro, asalto a mano armada o asesinato, tambiĂŠn los seres sobrenaturales estaban atentos a los retos para girarse, verlos y provocar la muerte sĂşbita.


Hoy lloraré por los muertos que no pudieron despedirse de sus familiares. Los que supieron morir solos en un cuarto de hospital. Los que se ahogaron vacíos en la más pura desesperación. Los que no pudieron elevar una oración por la falta de aire en sus pulmones. Todos aquellos que no alcanzaron a ser ungidos con los óleos sagrados, los que no vieron la luz del cirio que alumbrara su retorno, los que no oyeron las letanías de los labios amados, los que no olieron las flores blancas sobre su cuerpo tendido, los que les faltó el llanto de despedida. Los que se fueron solos. Seguramente escucharon el frío redoble de las botas militares que envolvieron su cuerpo en plástico transparente y bien sellado. Sin posibilidad de despedidas. El horno crematorio esperaba ansioso su cuerpo con virus. Las llamas quemarían todo rastro de infección y apenas habría tiempo de escribir su nombre alimentando la estadística.

Gela Manzano


Oh Tinieblas * Gela Manzano Yo aquí soy toda incertidumbre huelo miedo en las miradas de los otros en mis ojos se refleja la luna la otra cara de la luna la que permanece oscura me muestra su rostro secreto. Hoy, me gana la angustia el miedo a perderme en el miedo un calor de verano sofoca las calles que mueren de tremenda soledad de ausencia de pasos y sonrisas. Hoy, buscando apaciguar los pensamientos volví a leer a Milton: ¿Oh tinieblas, tinieblas, tinieblas, entre la hoguera del medio día hoy, con pleno sol redondo miré la oscuridad de las miradas el grito embozado en las gargantas un silencio helado sin respuestas hoy, yo, aquí, nosotros ¿Qué será del mí sin el nosotros? ¿Qué será del hoy sin el mañana? ¿Qué será del miedo sin la esperanza?


II Hoy al despertar miré por la ventana descubrí la huella del ángel caído era hermoso y terrible vestido en tinieblas descendiendo para despertarnos con su estruendo de cacerolas viejas. Regreso a la lectura el canto de Rimbaud resuena en mis adentros el miedo a perderme en el miedo: La violencia del veneno retuerce mis extremidades, me deforma, me tumba contra el suelo. Muero de sed, me sofoco, y no puedo gritar. ¡Es el infierno, el castigo eterno! ¡Miren cómo el fuego se aviva! Ardo como corresponde. ¡Continúa, demonio! La palabra demonio es para mí impronunciable demasiado oscura para alumbrar el día busco sonido más brillantes que puedan mostrarme el rumbo en medio de la incertidumbre colectiva es el momento de reinventar el alfabeto vestirlo de colores brillantes -me digosin embargo me quedo con el ángel caído porque es más humano, más como nosotros con más defectos y debilidades quizá podamos hablarle de frente sobre nuestros miedos y angustias quizá podamos confiarle nuestra humanidad hecha pedazos contarle que nos da desconfianza el optimismo frívolo que no basta con echarle ganas a pesar de que afuera el sol sigue alumbrando.


FotografĂ­a de Brenda Guardado


L

a cuarentena me ha hecho reflexionar constantemente en lo que actualmente se está viviendo y lo importante que es salir a realizar las actividades diarias y el poder socializar con las personas de nuestro alrededor. La situación que se está viviendo fue algo que claramente no se esperaba, tal vez ciertas personas tenían conocimiento sobre lo que iba a ocurrir, pero no fue así para el resto de la población. A pesar de las pérdidas humanas que se han presentado, la devastación económica no solo de las empresas sino de las familias, el aislamiento, el desabasto de alimentos, entre otras cosas, la situación en que nos encontramos fue útil en muchos sentidos pues aunque tal vez no sea relevante me puso a pensar no solo en mí sino a un gran grupo de personas el maltrato que se les da a los animales al tenerlos encerrados por un largo periodo, esto al encontrarnos en la misma situación, de igual manera el daño que causan los humanos al medio ambiente pues se mostró que en el lapso en que no se salía, bajaron los índices de contaminación, de igual manera se vio un incremento en la violencia en el hogar así como feminicidios, esto me causó mucha indignación, pues a pesar de que no se podría salir con normalidad por la contingencia, seguía la violencia a los más indefensos del hogar, lo cual me hizo pensar que nosotros mismos somos quienes acabamos con los seres vivos. En cuanto a mi persona la contingencia me hizo pensar en mi vida, en el camino que sigue después de terminar la licenciatura, pero también me hizo ser más consiente de la realidad, empática, tolerante y sobretodo agradecida con lo que tengo. También sentí frustración al no poder aportar económicamente a mi familia, al ver que se estaba pasando por una situación difícil y lo más importante: he aprendido a conocerme, pues en este tiempo pude reforzar mis habilidades y al hacer cosas tan simples como cocinar. Me pude dar cuenta que a pesar de que antes no lo hacía regularmente es algo que me gusta y espero seguir haciendo. Un punto que quiero mencionar respecto a la educación en


línea, es que, como todo, tiene aréas de oportunidad, sin embargo, fue algo muy bueno trabajar a distancia, pues no solo a mí sino a muchos de mis compañeros estudiantes les agrado más la idea de hacer las clases virtuales y no presenciales y realmente se tiene muchas ventajas ya sea para el docente como para los estudiantes. Finalmente, como conclusión puedo decir que la contingencia es algo que nunca se va a poder olvidar y va a dejar un gran aprendizaje en la vida de las personas y espero que esta situación nos ayude a mejorar como seres humanos y no dañarnos, ni a los animales, ni a la naturaleza. Ashley González Casas


FotografĂ­a de Laura Silva, de la serie Ventanas de familia en cuarentena


FotografĂ­a de Vanessa I. Villarreal Flores


Definitivamente han sido tiempos y momentos duros. Tiem-

pos de resistir, de reflexionar y de conocernos. Nos encontramos ante un hecho inédito en la historia, el cual nos obligó a todos a dar un freno, a generar una pausa en nuestra vida. Durante esta cuarentena he pasado por distintas facetas. Me he marchitado; desesperada por el aislamiento, por querer volver a mi vida y mi rutina normal. Ansiosa por querer salir, abrazar y besar. Pero lo más importante es que también he ¡aprendido a florecer! Ver el lado positivo de las cosas, convivir más que nunca en mi familia, lograr terminar proyectos en casa que se encontraban inconclusos, generar una nueva rutina y darme cuenta que está bien hacer una pausa. Esto me ha ayudado sobre todo a valorar, a extrañar, a vivir de una manera más consciente, de darme cuenta que la naturaleza es el mejor set fotográfico y que las flores son mis más bellas modelos. Y me di cuenta de que esta cuarentena me ha dado más de lo que me ha quitado. Me hizo ser resiliente.

Vanessa I. Villarreal Flores


FotografĂ­a de Laura Silva, de la serie V


Ventanas de familia en cuarentena


LOS AÑOS DEL TIGRE Verónica Ramírez

Cuando ves una foto ¿qué encuentras en ella?, quizás la pregunta debería ser ¿qué buscas en ella?, ¿qué deseas ver? La imagen que llegó a mis manos tenía escrita en su reverso dos palabras que implicaban mi inquietud por descubrir a qué se refería o a quién. La fotografía tenía la imagen de un hombre y una mujer con un abrigo de cuello de piel de tigre, ambos traían sombreros. El retrato que al ser en blanco y negro revelaba los tiempos que en ella se describían, los años cincuenta de la Ciudad de México. La sociedad en el 2020 se encontraba en cuarentena, y en mi ciudad a causa de las fuertes lluvias dejamos de tener luz durante quince días, lo que significó en verdad vivir la cuarentena con lo poco que quedaba de energía para mis aparatos electrónicos y alcanzar a decirle a mi madre por un teléfono que poco marcaba, –Estoy bien–. Recuerdo bien la tercera noche de confinamiento, bebía un café y tenía por compañía una vela, cuando alguien tocó a mi puerta a las doce con treinta, me acerqué pero no abrí, fue el momento que alguien metió por debajo de mi puerta un sobre pequeño con una foto adentro. Al inicio pensé que se trataba de algún truco para que abriera la puerta, lo segundo que pasó por mi mente fue que probablemente se trataba de una broma, no le di importancia, regresé a mi café y al beberlo se encontraba frío, así que tuve que volver a calentarlo. Todo, en total oscuridad mientras la última vela se iba consumiendo,


¿qué podría pasar si volviera a ver la fotografía?, entonces la tomé. Dejé de lado la manera en que ella había llegado a mí, en esos momentos tenía mayores problemas que solucionar como el sobrevivir a la cuarentena. La fotografía de una pareja elegante y común, esa fue mi impresión, por la forma en que sus cuerpos se encontraban, aunque ninguno sonreía ambos asumían un semblante serio pero cordial. A sus espaldas se encontraba una pared o lo que parecía serlo, la pared atrás de ella era de color blanco y la de él, de color gris. Mi café se encontraba listo y me levanté del asiento, al volver encontré que la foto ya no estaba sobre la mesa, la busqué con lo poco que iluminaba mi vela y leí en su reverso, –El infiltrado–. Bebí el café, coloqué la fotografía sobre la mesa nuevamente, no dejaba de pensar en la palabra infiltrado. Infiltrado como un algo que irrumpe de pronto un lugar del cual no revela la razón de sus intenciones verdaderas, en cierta forma esa foto se había infiltrado en mi casa. Pensé que a la mañana siguiente la tiraría a la basura y me olvidaría de ella, sin embargo, eso no ocurrió, porque desapareció. Continué mi día de manera normal, busqué entre mis objetos alguna lámpara vieja y un par de pilas que le quité al reloj de pared para tener luz durante la noche. Llegó la media noche y miré hacia la puerta. Revisé que todos los seguros de la puerta estuvieran funcionando, en esta ocasión, nadie tocó y solo transitó por debajo de la puerta un nuevo sobre, sentí que aún no se marchaba ese alguien, así que tomé una pluma y escribí rápidamente en un trozo de papel la pregunta, ¿quién eres? Lo pasé lentamente y atravesando la mitad de la madera, lo tomaron. Permanecí ahí media hora y no obtuve respuesta, abrí el sobre, se trataba de un trozo de periódico del año 1950, con fecha del 18 de marzo. En el periódico aparecía la misma pareja de la foto anterior acompañada de un breve texto: El señor Barragán fotografiado con su esposa, después de su llegada a México donde se reunirá con las autoridades para dar una solución económica favorable para los trabajadores del sector automotriz.


No encontré nada relevante en esa lectura, solo pude ver las diferencias en cómo se referían a ella como “la esposa”, y a él por su apellido. Apagué la lámpara y me dispuse a dormir, pero en ese momento tocaron a mi puerta, así que la encendí, no sabía que hora era, el único reloj de mi hogar ya no tenía pilas. Recibí en el papel de mi pregunta la respuesta: no es importante saber quien soy, lo importante es saber quién es ella. Entonces le respondí con certeza y hartazgo, –¡Ella es una mujer, una señora y parece estar junto a su esposo!–. Volvió a escribirme para decir, no es su esposo, ¿quién es el infiltrado?, y cómo iba yo a saberlo, además tenía sueño, y él me dijo, –Ayúdame, tengo que entenderlo porque sé que tú lo sabes–. –¿Si te digo, te marchas?–, él me respondió con un sí. Me di cuenta que estaba loco y le seguí la corriente, le dije que los infiltrados suelen mantenerse a la sombra, no se molestan si nadie los mira, porque ese es su papel, mantener bajo perfil hasta llegar a donde nadie ha llegado. Sin dudas y por las características de la foto, quien se encontraba en la sombra era ella, y no el esposo. Ella, quien miraba hacia el piso en la imagen del periódico, cuando él se mostraba gallardo, ella era la infiltrada, la que buscaba algo, porque el destino de quien ha vivido en la sombra tarde o temprano es ser reconocido en la luz, una luz que revela su papel. Se trataba de la mejor infiltrada, la más contenida con el único propósito de lograr su objetivo secreto. –Gracias, siempre lo imaginé pero no quería aceptarlo–. Estuvo bien, ya estaba amaneciendo y por un rincón de la ventana me asomé para ver como se alejaba, era un hombre joven que vestía una chamarra gris y un gorro negro. Decidida a dormir me encontré en el desorden del ropero una fotografía que tenía muchos años de no ver, escondida entre las cosas de mi padre, ahí estaban ellos, la misma pareja de la foto y del periódico que el hombre extraño me había mostrado, pero tenían otro nombre y una vestimenta humilde, lo sé porque ellos eran mis abuelos, tomé la foto deseando encontrar respuestas, pero solo tenía a su reverso: Los años del tigre.


FotografĂ­a de Brenda Guardado


Diseño y edición: Virginie Kastel Relatos de la cuarentena IX, Primera edición, 2020 © 2020, los autores © 2020, Tresnubes SAPI de CV © 2020, Universidad Autónoma de Nuevo León UANL Rogelio G. Garza Rivera Rector Santos Guzmán López Secretario General Celso José Garza Acuña Secretario de Extensión y Cultura Antonio Ramos Revillas Director de Editorial Universitaria Padre Mier No. 909 poniente, esquina con Vallarta Centro, Monterrey, Nuevo León, México, C.P 64000 http://editorialuniversitaria.uanl.mx/ editorial.uanl@uanl.mx TRESNUBES EDICIONES Reforma 427, San Pedro Garza García, C.P 62400 https://www.kichink.com/stores/tresnubes tresnubesediciones@gmail.com


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