R E L AT O S D E L A CUARENTENA
12
Marina M. Pinales González Marlen Lira Mario Alcántara Abby Ortiz Eva Lemos Adriana Ochoa Alejandra López González Jimena Merino Jorge García Escamilla Alier Ulises Blancas Pérez Amalia Mendoza Rocío Denisse Ramos Elvia Mante Andrea López Herrera Jimena Merino Angela Giselle Cázares Escalante Esther Armenta Brenda P. Flores Miranda Luna Parra Isa Gómez Lizeth Tovar Carol Gómez Carolina Yazmín Garza Iglesias May Durán
Citlalli Cajigas Bodegas Mari Carmen Martínez Sanchis Carlos Santiago Quizhpe Silva Guadalupe Victorica Sofía León César Tavera Arely Estefania Briones Galván Eduard Pereira J. Erick Damian Tena Flores Adela Inés González Frida Lima Castañeda Gabriela Belard Silvia Favaretto Nohemí Damián de Paz Syndy Sánchez López Osvaldo Mendoza Rocío Denisse Ramos Miralda Peraza Graciela Enríquez Javier Vázquez Miralda Peraza Martha Elvira González de la Peña Luis Eduardo Alcántara Kennia Gómez Velázquez
Inm
Marina M. Pin
Dejé de contar los días después Dejé de esperar un final presto, una salida veloz Y con ello dejé de estar en plantón, esperando a que
Mi voz ha cambiado, al igual que la man Mi cabello ha crecido, he adelgazad Mi apetito se ha posicionado co
Pero nadie está para Pese a que el tiempo está volando c
Nadie se
Y ahora los recuerdos son mi Las fotografías son con quienes cha Y mis libros, mis cuadernos, pinturas y pin
Pareciera que adentro es una nueva v Pero también parece que la vida se va co
Con abrazos que se dan a través de un moni Con una empatía que sobresale las paredes, a En un cuarto cuya pintura se desgasta, y las ho
Donde el reloj ya perdió su gracia y aún Donde el día se hace más corto y la noche trans
En cuanto lo azul del cielo y lo esponjoso de las nub Y se imagina sentir el aire fresco, y toc Soñar con recorrer lo ya conocido, sin un Conjeturar que el desdicho se termina, Tomar de la mano a los seres queridos, sin miedo Se sueña sentirse libre, a
Pero nada
móvil
nales González
s de la semana número catorce. z, un arrebato de soluciones frente al televisor. e la puerta en algún momento se abra y así se quede.
nera en que mis ojos perciben alrededor. do y mi piel se tornó de otro color. on regularidad al pasar las horas.
a ver estos cambios. como cohete disparado al espacio.
e mueve.
is compañeros de habitación. arlo a diario para contarles mis días. nceles tomaron un valor nostálgico mayor.
vida, un universo diferente al exterior. oncretando, encerrada en cuatro muros.
itor, y risas que se escuchan en notas de voz. al igual que el sentido finito de preocupación. ojas verdes del jardín se tornan al seco marrón.
n así se mira fijamente, con aberración. scurre lentamente, como si contara las estrellas.
bes se ven cada vez más lejos al mirar tras la ventana. car el césped con la palma de los pies. n miedo que frene ni distancia que aparte. , y bailar y cantar en grandes festivales. o a contagios, sin temer a ser vistos y reprendidos. algún día en alguna hora.
se mueve.
Sin t
Marlen
Qué importa si algún día de estos me da ca Qué importa si algún día me da frío, no todo Qué importa si un d Qué importa s Qué impo
No me había dado cuenta lo mucho qu Los rayos del sol, sentir el calo No me había dado cuenta lo mucho La brisa fresca, sentirla sobre la p Ojalá fuera sol para llenarme de cali Pero la melancolía y los recuerdos, a Me m
Qué bonitos tiempos cuando Cuando no m Quiero regresar y ca Quiero Incluso de mí m Correr muy lejos de aquí, hasta no ver nada, ha Hasta que mis lágrimas Hasta que me canse de tanto
título
n Lira
alor, no todos los días gusto de esa viveza. os los días tengo el gusto de esa sensación. día me siento triste, si te necesito, orta todo.
ue me gusta la luz del sol, hasta ahora. or, derretirme un poco bajo él. o que me gusta el viento hasta ahora, piel y que me alborote el cabello. idez en estos días llenos de sombra. veces bienvenidos a veces no tanto, matan.
no me preocupaba por nada. me sentía así… ambiar los tiempos. o salir, misma y correr, asta que las piernas me duelan de tanto andar, se conviertan en sudor, o sentir estas cuatro paredes.
Enfermar de amor en cuarentena Abby Ortiz Aquel día fue como despertar de un confuso y reflexivo sueño. Me atrevo a decir que es una visión de lo sucedido y de todo lo que falta por venir. Las personas no solo perecerán a causa de un virus, sino también de amor. Existen quienes podrán preguntarse, ¿cómo se puede enfermar de amor en cuarentena? Es una interrogante a la que algunos les parecerá algo tan insignificante o pasajero, pero no es así. Desde los inicios de la humanidad, las personas han hecho muchas cosas por amor; sólo es cuestión de reflexionar en el sinfín de guerras, castillos, poemas, libros, casas, negocios, inventos y más creados por la misma razón. Enfermar de amor no sería una excepción en estos tiempos. Pensemos un poco, solo un poco. ¿Cuántas familias han dejado de ver a sus seres queridos por amor? ¿Cuántas bodas han terminado en divorcios? ¿Cuántos jóvenes han terminado su relación de años? Enfermar de este virus peculiar también es grave para el cuerpo humano. El fuego del alma y las ganas de vivir se van apagando lentamente; y para cuando notemos que padecemos esta enfermedad, ya estaremos débiles y tristes, muy tristes. Con el transcurso del tiempo nos volvemos vulnerables a este padecimiento, pues factores como el estrés, el miedo y el aislamiento favorecen a comportamientos irritantes e irracionales con las personas que queremos. Un claro ejemplo está en las parejas jóvenes de la actualidad. Lamentablemente, la mayoría de esta población no tiene idea del verdadero significado de qué es el amor —y pareciera que tampoco pretenden entenderlo—; la falta de interés de algunos provoca que el resto se vuelva vulnerable a esta enfermedad.
En este tipo de situaciones, se debe acudir a la reflexión y tomar en cuenta si la otra persona está dispuesta a cambiar o a enfrentar cualquier contratiempo que surja en la relación durante esta contingencia. Si la respuesta es no, se deberá aprender a soltar a esa persona que no le hace bien a nuestra felicidad. Es un proceso difícil, estoy totalmente de acuerdo con ello, pero es lo que se debe hacer si estamos en busca de una estabilidad para sobrellevar los malos tiempos. Por esto, debemos buscar en el interior de nuestra mente la creatividad y la reflexión necesaria para sobrellevar estos tiempos. Hace un par de semanas, vi la noticia sobre una familia que le había llevado música a una hermosa pareja de abuelitos; ellos, muy conmovidos, se pusieron a bailar abrazados. Claro que todo esto se llevó a cabo con las respectivas normas de sanidad para no poner en peligro a la pareja de adultos mayores. Solo imagínense la enorme alegría que inundó los corazones de estos abuelitos. Tal vez llevaban mucho tiempo solos, sin poder ver a sus seres queridos; pero con el poder de la creatividad por parte de sus familiares lograron evitar que ellos enfermaran de amor. Por suerte, actualmente existen inventos maravillosos como el internet y los dispositivos móviles, que nos permiten adaptarnos con mayor facilidad a cualquier contingencia. Un ejemplo de esto sería la infinidad de entretenimiento gratuito que podemos encontrar en estos dispositivos, tales como películas, libros y tutoriales, entre otros. Pero esto no solo alienta a las actividades recreativas; se trata de un sistema de comunicación más rápido y eficaz que nos permite estar en contacto con aquellos que no podemos ver en la actualidad debido al riguroso aislamiento que debemos conservar. Dejando a un lado todo lo negativo, es maravilloso saber que se
puede dar un abrazo de corazón a corazón estando a la distancia.
Negación Eva Lemos
L
a noticia de un informe de un nuevo virus aparecía en los medios de comunicación. Admito que al instante de escuchar su residencia, mi interés por el tema declinó. Paranoico era en esos instantes preocuparme por una situación que a kilómetros en otro continente empezaba, pero se difundía en espacio de varias noticias, con el tema de ¡ALERTA EN LA NACIÓN DE CHINA! El colapso desatado por el virus abrió paso para que un científico de ese país extendiera el primer comunicado de lo agravante del asunto. Extrañamente, este comunicado desató la pólvora de conmoción; el interés se disparó entre las naciones, mientras se exigía mayor información sobre el virus. Una de las primicias enunciadas fue sus características similares al virus SARS que tiempo atrás había formado su propio alboroto, pero sin incidencias mortales como la de este virus que se nombraría COVID-19. Este virus asombró por su capacidad de diseminarse, aumentando la cifra de contagios y volviéndolo una situación apremiante. Descifrar todos sus secretos de manera vertiginosa fue lo exigido en un comunicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Conmocionada al recordar mi actitud frente a los hechos que se desglosaban en las noticias, recordaba el seno de mi pensamiento: estaba en una total negación por abordar interés en el tema y mantenía la idea fija de que estaba lejos, pero estaba lejos de conocer la verdad y cómo nuestras vidas cambiarían. En una mañana se colocaba en la noticia que en el continente Americano, se presentaban los primeros casos. ¡Eso sí me sacudió! Lo primero fueron pensamientos de temores que se apoderaban de mi ser, mientras cuestionaba su avance a posteriores naciones, se empezó hablar con mayor claridad de este virus:
atacaba cruelmente al sistema respiratorio, sistema vascular y se especulaba que su forma de infección al organismo lo ponía como fuerte adversario, con armas desconocidas, en otras palabras sin precedentes. Pero se llamó a la calma, alegando sosiego a los jóvenes o infantes, que los incautos eran solo adultos mayores, equivocados de nuevo este virus manifestó en poco tiempo, que todos éramos los incautos, no existía distinción racial, de género o grupo etario. Junto a esa información se reconoció que la primera instancia eran los principios de distanciamiento social, eso sin duda ¡ATERRIZÓ!. Aunque, honestamente, la alarma apocalíptica de mi filosofía de vida se encendió a finales de marzo del 2020, cuando la noticia de los primeros casos aparecían en mi país Ecuador; una cadena televisiva refería cada dos horas el número de contagios y decesos. El sistema de salud colapsando en menos de un mes y los ansiolíticos que devoré frente al tsunami de casos, opacaron todos los días de ese mes y los que seguían. El pensamiento al inicio de esta pandemia, egoísta, desaparecía ante los hechos; mientras en la televisión se exponía el uso de una mascarilla que cubra nariz y boca, además de extremar las normas de higiene, y que la falta del uso de estas normas aumentaría las cifras. Además, se señaló el uso de trajes de bioseguridad y caretas de plástico como protección extrema para los que podían acceder a esta ventaja. Se avecinaba el colapso económico. Agradezco que hace cinco años deposité mi confianza en Dios; el doblar las rodillas para orar fue el remedio en todo momento. Aunque suena ilusorio, no encuentro respuesta a mi situación más que un milagro, pues llevo 4 años sin trabajo fijo y me falta menos de un mes para cumplir el año de una cirugía, Pero mi hogar se ha mantenido de pie; en ausencia de no tener lo material, debo revelar que tengo el anhelo de disfrutar de un paseo. Espero pueda llegar ese momento, sin miedos y sin repetirme mentalmente no se te olvide la mascarilla y el alcohol.
Recuerdo haber estado sentada en la mesa del comedor, a principios de la cuarentena, dando gracias porque teníamos salud, trabajo y amor. Dos semanas más tarde, despiden a mi esposo de su trabajo. Las siguientes dos semanas, entran a mi casa a las 9:30 de la noche y se llevan mi coche, junto con las llaves de cada auto y de nuestra casa. De ahí se llevaron mi tranquilidad. Llamamos a la policía y llegaron de inmediato; al llegar nos dijeron que seguro habíamos sido nosotros, pues no había manera de que se llevaran un coche así. Después me tocó despido a mí también. Uno de mis principales miedos —que según yo no podría superar— era quedarnos sin trabajo y sin sustento. Curiosamente, recuerdo el sentimiento de paz cuando me despidieron. Una sensación de tranquilidad, serenidad y libertad. Creo que así sucede en la vida cuando te acercas a tus miedos, ya que en tu cabeza son inmensos, pero cuando los enfrentas y los ves de cerca, siento que no son tan grandes sabiendo que hay cosas peores. Cuando estas cosas suceden, aún te queda la salud, la vida, una sonrisa y un día más. Afortunadamente, unos amigos de Mérida me mandaron unas cajas de mezcal para vender; la directora de recursos humanos y el director del área en la empresa donde laboraba estuvieron moviéndose rápidamente
para conectar con compañías que necesitaban talento. Pude encontrar otro empleo rápido y mi segundo trabajo me incrementó el número de horas para impartir talleres en línea. Me sentí muy agradecida por tener gente que me extendiera la mano. Mi coche apareció dos semanas después en un Soriana y, afortunadamente, apenas y le hicieron daño, pero se robaron la batería, rompieron la palanca y dañaron la suspensión. Sobre las secuelas que esto dejó, ahora mi hija y mi hijo tienen miedo todos los días de que alguien se meta en la noche a la casa y siempre preguntan si todo está bien cerrado. Quiero imaginar que las personas que entraron a mi casa tenían mucha necesidad y que solo necesitaban el coche para ir al OXXO y que no sucedieron cosas horrendas en él y con él. No sé si esto se trata de un mecanismo de defensa para no pensar mal y no atraer ese tipo de cosas a mi vida. Hoy, después de ver esta horrible situación en donde hay familias que están perdiendo a seres queridos, sus trabajos, sus sustentos, la esperanza y la salud, recuerdo que la vida es muy frágil y que solamente estamos de paso. Debemos empezar a vivir en lugar de solo existir; necesitamos cuestionarnos todo y replantearnos si la vida tal cual como la habíamos llevado realmente nos llenaba de vida o nos la estaba quitando.
Adriana Ochoa
Fotografías de Alejandra López González
Verde olivo Jimena Merino El verde olivo de tu mirada me persigue cada día, esos rizos que confunden mi mente y el brillo de tu sonrisa viven en mí. Entre la multitud te buscaba cada día, entre mil y una noches te soñé; la brisa del verano asemejaba tus cálidos abrazos. Nunca supe la verdad de tu misterio, nunca caminé de tu mano; la dulce espera de una palabra no dejó que te olvidara. Idealicé tu figura y me equivoqué, la inocencia me jugó una mala idea y lo que creí que era amor fue un suspiro efímero. En un pestañeo nuestro camino estaba dividido y la melancolía aparecía en cien canciones; entre las nubes más oscuras encontré tu recuerdo. Ojos de miel, labios carmesí y esa seguridad al caminar entre tantos que buscaban ser como tú. El pasado se fue, se fue con las tardes tranquilas; trajo consigo la inherente soledad que apresó mis días y que se convirtió en mi mejor amiga. Los años pasaron y el verdadero amor llegó. Pero, aun así, te veo entre el verde reflejo de las hojas en primavera, escucho el trinar de los pájaros, el crujir de las hojas, los agudos chillidos de las chicharras en verano; y es entonces cuando el pasado regresa.
Notas en cuarentena Jorge García Escamilla
Sueño (LAm) A veces sueño que estoy muerto, Para ver quién me lloraría, Supongo que a ti te ha pasado. A veces sueño que estoy vivo, A veces creo que respiro, A veces pienso que te amo. Hoy no sé bien si estoy despierto, La mayor parte no recuerdo, No sé cuánto tiempo ha pasado. Quisiera algo de beber, El otro día en un papel tenía escrito algo mejor. No sé qué diablos hago aquí, No sé en qué punto me perdí pero podría ser peor.
Aire (Sol M) Aquí el aire es tan delgado, Que a veces cuesta respirar. Y siento un dolor en el pecho, Que no creo que sea de verdad. Solo me falta un par de coplas, Para inventarte una canción. Robarle a otro un par de notas, A otro que sea mejor que yo. Solo hacen falta un par de copas, Para entrar en tu corazón. Por favor dime ahora la mentira que sabes que quiero escuchar.
De mi luna a tu ventana Alier Ulises Blancas Pérez
A
través de los cristales mi amanecer se torna luminoso; con el smog de la ciudad, el polvo y el viento con ecos de palabras de gente que no puedo entender se inicia mi día. Me aterra el solo hecho de pensar que ni un segundo las cosas, en todo el planeta, se puedan detener y es casi imposible el no salir para mí; los días están llenos de trabajo, esperanza y, aunque muchos nieguen la siguiente verdad, hay que comer y nada caerá del cielo. Y si cae, probablemente no será gratis. Mis venas y mi piel, en un suspiro al mediodía, desean una pausa. Se quieren quebrar y cerrarse frente al estruendo gris que provoca el solo pisar las avenidas de la ciudad; los semáforos, por más rojos que estén, no impiden que la afluencia del otro lado de la calle siga su rumbo. ¿En qué momento podemos parar? ¿En qué momento se debe parar? El agua ahora suena con mayor fuerza en los lavabos por mucho más tiempo; salpica más, se habla más de ella, se le aprecia más, probablemente nuestras manos hayan adelgazado de tanto frotarnos con ella... y es que, aunque no se quiera saber más de lo que pasa allá afuera, la realidad está en nuestras mesas. No hay mesa en la que haya manos sucias, un gel antibacterial y uno o muchos alcoholes que se toman y se untan; no hay comida que pueda ser tocada con las uñas sucias; no hay suspiro que no aterre un poco al estar sirviendo un poco de sopa, café o té. La saliva, que es agua, ahora tiene vida propia. Vida capaz de matar. Si antes no nos mirábamos por pena, miedo o vergüenza, ahora los ojos son lo único que vemos y que podemos conocer del otro; al menos mientras no seamos amigos ni haya ningún tipo de complicidad. Pareciera que vemos todo el día a personas similares, repetidas, idénticas; nos hemos vuelto una copia del otro, sin saber realmente quiénes somos. Lo otro poco que podemos conocer es el cabello —o pelo, si se le quiere decir así—, un artefacto que nos da tanta personalidad y autenticidad como a aquellos que no lo poseen. Y es extraño, porque desde que nos lavamos las manos y nos ponemos cubrebocas, es la cabellera nuestra segunda tarjeta de presentación después de los ojos. ¡Vaya que se me ha hecho difícil ligar estos días! La calle de Regina —popular por sus bares en el centro histórico de la ciudad—, después de haberse paralizado por el COVID-19, ha reabierto
ahora, con limitantes y medidas de precaución. El ambiente se aferra a querer seguir siendo el mismo, pero ¿realmente todo será lo mismo alguna vez? ¿La realidad será ‘normal’ en el futuro? ¿Qué es normal, para empezar? No me interesa responder esas preguntas, mas sí me interesa describir cómo la calle empedrada de cuadros y triángulos grises, los adornos coloridos a lo largo y ancho de la misma, los murales alucinantes, las luces tenues y amarillentas, las sombrillas altas y verdosas, las palmeras y pequeños arbustos e incluso los tarros de cerveza han vuelto a salir. Me emociona, me hace vibrar, pero también me hiela de nerviosismo. Confieso que fui hace un par de semanas. Me reencontré con una amiga que no había visto desde hace tres años: Diana. Entramos juntos a la universidad y, por razones que el corazón nunca ha de entender más que en piel viva, ella se fue a construir un hogar; y yo persistí entre las aulas, conociendo nuevas letras, nuevas realidades; creando nuevas rutinas y abandonando lo que un día amé ser... para ser mejor. Somos jóvenes aún, pero fue mágico volvernos a mirar, abrazar, e incluso reír, porque han de saber que si bien una videollamada puede acercarnos a centímetros cuando estamos a kilómetros, el tacto jamás podrá ser reemplazado. Ya en el lugar, un bar aleatorio entre tantos, los secretos y las historias se desbordaron de nuestros labios, ojos y manos. La cerveza nos ayudó un poco y esta misma dejó florecer de mis ojos algunos cristales acuosos que no deseaban parar hasta el final de una de mis tantas historias; aquella en la que yo conocí a un hombre, ese hombre me enamoró y al poco tiempo todo lo que yo sabía de él resultaba mentira, excepto su cuerpo y nuestro sexo; y en la que, después de todo, yo me quedaba como empecé nuestra pequeña historia: solo, roto y sin refugio emocional. La noche nos dio cobijo, la risa liberó nuestros demonios y Diana y yo nos volvimos más amigos de lo que antes fuimos. Ahora, en este momento, en la oscuridad de mi cuarto, con mi bata de baño y el universo sobre mí, solo quiero imaginar que todo por lo que ha pasado en el mundo nos está ayudando a despertar de todas las maneras inimaginables posibles, que todo lo que hemos padecido es un
golpe de esperanza para no rendirnos con nosotros mismos, con nuestros sueños y con todo aquello que sabemos que nos hace y nos hará bien. La luna se ha postrado sobre mi ventana, tal vez sea tiempo de irse a dormir. 10/09/20 11:37PM
Oda a una vida lenta Amalia Mendoza
N
o hay nada que represente mejor la vida lenta que los caracoles. Con el clima, más húmedo de lo normal, los caracoles han proliferado en nuestro jardín. De seguro esto ya había sucedido antes, pero pocas veces tenemos la oportunidad de poder detenernos a contemplarlo. Durante este confinamiento hemos buscado nuevas maneras de entretenernos, y una de esas es la jardinería. Para nuestra sorpresa, una de nuestras macetas ha estado llena de caracoles. Caracoles de todos los tamaños. Para deleite de los pequeños, pudimos verlos andar, ver sus cuernos y apreciar que no son tan lentos como creíamos. Les pusimos nombres y hasta generamos parentescos: los más grandes eran abuelos y hasta teníamos bebés. Nos declaramos fanáticos de estas lindas criaturas.
Norberto, el colibrí Rocío Denisse Ramos
U
n día, durante la cuarentena y al pasar más tiempo en la casa, noté las flores en el jardín de la entrada que, ahora que tenían más atención, se veían aún más hermosas y sanas. Asimismo, noté que no todo el crédito era mío o de mi mamá, con quien las cuidaba. Las colibríes nos habían estado ayudando todo el tiempo. Siempre me han gustado los colibríes con sus colores tornasol, su largo pico y su habilidad única de volar hacia atrás, pero esta vez sentí, además, gratitud hacia ellos. Por esto, decidí instalar cerca de las flores un bebedero para ellos, del cual pudieran tomar néctar y descansar por un momento de su ardua labor. Instalé su bebedero cerca de una ventana para poder observarlos sin que se asustaran y comenzaron a llegar poco a poco, como si pasaran la voz entre ellos de que en ese lugar tenían acceso a comida. Unos días después, mi papá llegó, trayendo de su consultorio un arreglo navideño, que consistía de una planta artificial con ramas y flores doradas. El adorno se quedó en la entrada de la casa, justo debajo del bebedero, ya que nada entraba a mi casa sin haber sido desinfectado previamente. Y ahí permaneció. Al siguiente día, hubo fuertes lluvias, de esas que obligan a los animales a buscar refugio. Fue entonces que, al asomarme por la ventana esa mañana, lo vi: un colibrí que se refugiaba de la lluvia reposando sobre las ramas doradas del adorno de navidad bajo el bebedero. Movía la cabeza de un lado a otro y, ocasionalmente, volaba para alimentarse. Lo llamamos Norberto. Pasaron los días y la lluvia continuó. Norberto seguía refugiándose en la entrada de nuestra casa sobre las ramas doradas, comiendo y moviendo la cabeza de un lado a otro. Era fácil reconocerlo; otros colibríes llegaban,
pero solo él se quedaba ahí. Era pequeño, panzón, con la espalda verde y el frente gris y un arco blanco sobre su ojo, como si fuera una ceja. Era también el único que espantaba a unos colibríes que llegaban a comer, mientras que a otros los observaba mientras lo hacían. Norberto pasaba los días yendo y viniendo de nuestra casa. A veces se iba a jugar con sus amigos y otras polinizaba nuestras flores. Si había lluvia, se encontraba ahí la mayoría del tiempo. En días soleados, volvía solo a descansar. Cada noche se iba, pero al siguiente día, sin falta, volvía. Era tanto lo que me gustaba verlo, que por un segundo pensé atraparlo y ponerlo en una jaula, pero inmediatamente recordé que eso sería ir contra su naturaleza y le quitaría la libertad que tanto me gustaba en él, esa que lo hacía mover la cabeza de un lado a otro cada vez que estaba parado sobre las ramas doradas, esa que lo dejaba jugar con sus amigos volando por el aire. Los animales no son para estar en una jaula. Un ave no es una mascota, es un ser hecho para volar libre por los aires y visitar tantos cielos como desee. Jamás hubiera podido encerrar a Norberto, él era un ser libre y así debía quedarse. Además, ¿cómo podría privarlo de su libertad y obligarlo a una vida limitada al espacio de una jaula, cuando ahora, durante la cuarentena, había sentido el encierro y la desesperación ante la imposibilidad de salir en carne propia? No hubiera sido justo antes, no lo era ahora, ni lo sería nunca. Así que me dediqué a admirarlo desde mi ventana y darle alimento fresco todos los días. Y fue así como se volvió parte de mi familia. Él nos eligió y nosotros lo aceptamos, pero siempre permitiéndole ser libre de escoger si irse o volver al día siguiente y de volar por los cielos, siendo nosotros quienes estábamos encerrados y solo lo envidiábamos a verlo volar.
Desde el Balcón Gabriela Belard
Cada día que pasa me sorprendo de las sirenas. Azul, rojo iluminan la noche. Se acuesta enmudeciendo el sonido de piernas va corriendo muchos otros simplemente caminan cada día… ¿Qué pasa? Me sorprendo. ¿Por qué hay personas muriendo? Cual torres, sus cuerpos enciman. La noche se acuesta. Enmudeciendo y en sus caras está lloviendo las malas noticias nos dominan ¿Cada día qué? Pasa. Me sorprendo que no todos se están protegiendo tantos desastres que no culminan y la noche se acuesta enmudeciendo. Aunque algunos no están huyendo tantos otros se guardan y mitigan. Cada día que pasa me sorprendo la noche duerme enmudeciendo.
Estar debajo de una campana de vidrio Collage de Silvia Favaretto
En algún momento Andrea López Herrera Dos días, tres días, una semana. Cinco meses han pasado y yo ya no tengo rimas. Quería escribirte un poema, porque la belleza en las palabras compensaría el abrazo que no he podido darte. En lugar de eso, solo tengo ideas vagas, escritas aprisa en los bordes de hojas sueltas, antes de acostarme. Cada uno de esos versos dedicado a las mismas personas: “a todos los míos y a todos de los quien soy” Con los que río y con los que comparto mi dolor. Aquellos que en algún momento se volvieron una parte de mí. Aquellos de quienes tratan las memorias a las que aferro mi existir. Amigos con los que quisiera poder estar hoy. Extraño esas tardes de febrero en las que veíamos mariquitas volar. Acabó un viernes de marzo en el que lo último que hice fue marchar. ¿En qué momento cambió todo?
Creo que ese adiós fue muy corto. Despedidas a medias que no creímos necesitar. Confesiones en la punta de la lengua que al lunes siguiente podían esperar. Luego de meses encerrados, después de todos estos años, amistad es que, sin escogernos, seguimos estando; que aun sin vernos, coincidimos pensando; que, con el tiempo, un pilar a la vez seguimos formando. Tu amistad es el amor más honesto que he hallado; sobre el que escribo este relato. Porque te encuentro aun sin buscarte. Llegas en todo lo bueno. A veces eres como un eco, una canción que repito para poder escucharte. ¿Qué escribir que no te haya dicho ya antes? ¿Qué decir que no te haya probado ya el tiempo? Solo ten paciencia y quédate adentro, que en algún momento pensaré más frases. Dos días, tres días, una semana. Cinco meses han pasado, y yo ya te extraño con el alma.
Consecuencias del aislamiento Erick Damian Tena Flores
Esta noche, más que en ninguna otra que haya vivido hasta ahora, me siento encerrado dentro de un patrón, un patrón que llevo siguiendo ya semanas. No quiero dormir. Quisiera estar consciente toda mi vida, o al menos es lo que quiero siempre que estoy despierto. Siempre busco algo que hacer antes de dormirme; me levanto a lavarme los dientes, aunque ya lo haya hecho, camino por las salas y pasillos de mi casa vacía, o simplemente escribo palabras insomnes… Antes solía incluso comer en la madrugada, solo para aguantar más. Pero últimamente ya ni falta me hace. En cuestión de un momento me dan las cuatro de la mañana y no me quiero dormir. A veces llego a dormir tan tarde que el sol llega a salir y pareciera como si lo hubiese visto por última vez hace años. Pero cuando llega el momento de acostarme, cerrar los ojos e intentar dormir, duermo. Y cuando me duermo, duermo, y sigo durmiendo más tiempo, hasta que en cierto punto dejo de dormir. Pero el problema es que una vez que dejo de hacerlo, no quiero levantarme. Me fuerzo a seguir dormido. Y así fuerzo el sueño. De dormir 8 horas, duermo 12, 15, incluso 17 horas. Hasta que me da el sueño de los dormidos, que sería tener ganas de levantarme. Lo único malo y extraño de cuando duermes mucho, es que tienes irónicamente sueño el resto del día. Y de esta forma, incluso cuando llevo dormido más de la mitad de mis días, me sigue atormentando incluso cuando estoy despierto, y cuando apenas me doy cuenta de esto y siento que debe haber una forma de solucionarlo, ya son las 4 de la mañana.
El eco de tu vacío Jimena Merino
U
n vacío puede definirse como falto de contenido físico o mental. ¿Qué va más allá de un simple espacio? Un vacío es una silla sin dueño en una mesa para cinco, un par de almohadas perfumadas y un auto mal estacionado por días. Creo que va más allá de no poder percibir, es algo que día con día se vuelve más real e irreversible. Y en medio de esta soledad, aparece la palabra resignación. ¿Acaso existe? Puedo decir que no, sólo puedo entender lo efímero que es el tiempo y que muchas veces se roba aquello que más quieres. Lo único que se puede hacer es vivir y recordar cada instante, volver a sentirse completo, aunque sea en algún lugar recóndito de la imaginación, aquel que por un instante te devuelve esa parte de ti que se fue. ¿Saben de qué también está hecho el vacío? De días en los que un simple chocolate significaba el mundo entero, donde un paseo por el centro y una nieve abrazaban al corazón más pequeño de la casa. Está hecho del reflejo de una camisa azul de cuadros y unos lentes sobre un libro sin terminar, de aquel eco interminable de una risa que cobraba vida por los pasillos de un viejo hogar. Una dulce canción de cuna me recuerda al ayer y veo por el reflejo de la puerta el reflejo de la paciencia más dulce. El vacío es no poder ver una fotografía y tener miedo de olvidar con el paso del tiempo; olvidar una voz, gestos y mil recuerdos que quisieras volver a vivir. El vacío es aprender a vivir de nuevo.
Angela Giselle Cázares Escalante
S
ubo la mirada, sonrío al espejo y ahí está, una imagen viva de la persona que anhelo ser. Inclino la mirada y no está más; vuelvo a la realidad, una realidad que para muchos es donde debo permanecer. Todo lo que deseo lo tiene ese tonto espejo... ¿Y qué hago yo? El espejo no es mágico para que me diga que soy hermosa, y no soy Alicia para poder atravesarlo y así decidir lo que pasará en mi vida. Se dice que reflejamos lo que somos, pero, ¿cómo estar segura que lo que veo es lo que soy? ¿Qué tal si es lo que seré o lo que ya fui? ¡Ah! Es tan complicado verse al espejo algunas veces y más ahora que en cada rincón de la casa hay un sinfín de ellos, los cuales en su mayoría no sabía de su existencia. Parece que el reflejo es cien veces mejor, y a veces me pregunto si algún día podré ser todo eso que veo ahí. O... ¿será que verdaderamente ya lo soy?
A u t o r r e t r at o s
de cuarentena:
Sacar mi cuerpo FotografĂas por Esther Armenta
Otro retrato añejo Brenda P. Flores
E
n verdad casi todos creen que extrañan ese espacio donde confluyen los ruidos y chocan los cuerpos, pero lo cierto es que casi todos se resisten al cambio. Los cambios imprevistos son los más repudiados, pues nos comunican que hay fuerzas superiores obrando sobre y a pesar de nosotros, y que no todo está a disposición de nuestra billetera. Hay, por el contrario, ellos y ellas que recibieron el cambio sentados en un prado donde el sol brilla (a veces) y vaya sorpresa, todo siguió igual; aunque diferente, claro. Se intensificaron las mismidades, las cuatro paredes se hicieron barrotes y la luz del sol un hechizo del tiempo que sólo se permitía a los desgraciados y a los dichosos. Todos los relojes estallaron, pero los calendarios se siguen agotando. La jaula solo se disfruta y se vive libre cuando todo está dispuesto y escrito en ella con las letras de la libertad. El resto son llamas oscuras de un fuego insensible… Cuando el primer núcleo social está caduco, como ahora, el total son cenizas. De repente, nada existe. No es que existiera antes, pero al menos el camino era un rompecabezas que nada rompía; ahora las piezas están sueltas y como guisadas con crueldad por alguna mano invisible y ciega. Se fragmentó lo que yacía ordenado por siglos y siglos de racionalidad humana. Y pudiendo hallar luz en ello, nos empeñamos en hallar disgustos. Pero eso no es más que una realidad aparente… Ahora, en verdad creo posible el desgaste de toda una vida en la vagancia en la cual no se encuentre ni una pizca de luminosidad benévola sino hasta alcanzar el crepúsculo de la existencia. A veces me descuelgo de las sabias palabras, tal como lo haría la más necia de toda la especie. Todo pierde, entonces, su esencia o conserva en apariencia exactamente lo otro de lo otro, de lo otro, de lo otro y así hasta el infinito. Ya no sé qué significa x como x, sino como y. Y todo para mí son y griegas. Por eso las valientes se dejan guiar por las aguas de los ríos profundos, llevando con ellas la llave hacia la oscuridad indescifrable y permanente. Estamos en la barca al mismo tiempo que en la torre, mientras la vida se nos cae de las manos. Somos como aquella desdichada que corre detrás de la vida y, ansiándola, en su correrío la pierde. Eterno
laberinto sin salida y sin soles. Quisiera comprender por entero la vida de las flores y los árboles, las dulces aguas y las manos que dan, trazando en su camino las constelaciones de la bondad suprema. Pero al final de todos estos trozos de tiempos conjugados, los matices han sido borrados y todo es áspero… Para qué todo, para qué el anhelo de lo supremamente hermoso y bueno… sin duda no despreciaría tales alturas del espíritu si yo misma no fuera un impedimento para alcanzarlas. He fracasado desde siempre en mis intentos por navegar unas aguas que para mí siempre fueron inaccesibles. Y así la tierna calma jamás existe, ni la conciencia tranquila de estar obrando bien, pues ni conciencia sobre estos valores se tiene. Estos ya son otros tiempos y ya eran otros desde antes, mucho antes. Ahora, al contrario, todo está predispuesto para la promoción del no pensar. Ni poseyendo la expansión entera de los relojes más abiertos del universo, aún cuando se efectúa el pensar siempre hay algo sobrepuesto y de mayor valor. En fin, toda esta historia consiste en sabernos. Como ninguna historia se afirma negando, este método no es nuevo ni tampoco muy eficaz, pero se descubren ciertas imágenes no tan falseadas. Sin duda algo de verdad tiene que haber entre tanto palabrerío; no puede ser algo proporcional a un sueño de Alicia, sino que un vestigio debe haberse conservado. No puede ser posible que habiendo construido un puente, esto solo sea el acceso a las confusiones más irreales.
Autorretrato Miranda Luna Parra
Fotografías de Isa Gómez
¿Víctima del encierro o de mi propia mente? Lizeth Tovar
M
is párpados se abrieron con parsimonia, queriendo aferrarse a la consciencia y fallando cuando mis pestañas volvieron a chocar contra mis pómulos; parpadeé repetidas veces, luchando con aquel estado de somnolencia que no permitía a mis ojos registrar dónde me encontraba. Una vez que pudieron acostumbrarse a la vista y vencer la pesadez, identificaron pequeñas y luminosas luces que brillaban como estrellas, fijas de manera desordenada en un fondo oscuro que parecía ser un cielo. Mi cuerpo se estremeció al hacer contacto con el viento fresco y fue en ese momento cuando pude notar el dolor en mis extremidades; bajé la vista hacia ellas y apenas pude notar el lodo acumulado bajo mis rodillas. Era como si hubiese estado corriendo por horas hasta que el cansancio y el dolor me hubieran hecho tropezar. De pronto, sin esperarlo, una oleada de inquietantes sensaciones me obligó a caer con más fuerza contra el suelo, haciendo aterrizar mis manos. Mis dedos se aferraron a la humedad del barro hasta que pude sentir dolor en mis nudillos. Las sensaciones se adentraron al centro de mi pecho, sacándome un jadeo que sacudió mi cuerpo. Arrugué la frente y cerré mis ojos con fuerza, tratando de comprender, de deshacerme de aquello que me estaba abrumando. En mi pecho picaba la desesperación, la ansiedad, el deseo de algo y la necesidad de liberación; no obstante, mis dedos seguían entrelazados con la humedad de la tierra, incapaces de parar. ¿Qué era esto? ¿Era posible poder sucumbir ante el mar de sensaciones? ¿Por qué dolía? ¿Por qué mi cuerpo se aferraba al suelo y mi mente no lograba tener el control de disipar la tormenta? Jadeé una vez más, en busca de una bocanada de aire que amenazaba con ser arrebatada por las sensaciones de mi pecho. Mis ojos se aguaron por la desesperación y mis dedos se aferraron una vez más al suelo. Luché con la presión que había sobre mi cabeza para lograr alzar la vista
hacia las estrellas que prometían iluminar y saciar mi ser; sin embargo, mi mandíbula se tensó, mi cuello se estiró, mi garganta se apretó y mis labios se entreabrieron; y antes de que pudiese enfocar hacia la luz, un grito casi inhumano golpeó fuera de mi boca. De pronto, algo crudo y doloroso desprendió de ésta, sacudiendo mi cuerpo presa del pánico, agrietando y endureciendo mis labios, secando la piel de mi rostro a su paso, llevándose con ello mi respiración, bajando hasta apretar alrededor de mi cuello y adueñándose por completo de todo lo que un día me perteneció, hasta las uñas de mis dedos. Era demasiado tarde. Me había consumido. Solo quedaba la pieza agrietada de lo que algún día fui… Abrí los ojos de golpe mientras mi espalda se arqueó en la cama y mis nudillos tomaron el borde del colchón con fuerza. Mi cuerpo registró todo de inmediato, como si un balde de agua helada le hubiese caído encima. Las gotas de sudor bajaban por mi cuello y mi pecho se sacudía en medio de respiraciones constantes y rápidas. Me incorporé, miré a mi alrededor y me encontré a mí misma, nuevamente en medio de cuatro paredes. Bajé de mi cama con el cuerpo ligero de puro alivio, todavía tratando de recomponerme y respirar correctamente. Estaba en mi habitación y había sido víctima de otra de mis pesadillas. Por suerte, solo había sido eso, una pesadilla tan real que casi podía sentir el barro entre mis dedos. ¿Cuántos días llevaba así en cuarentena? ¿Cuántos días llevaba aquí? Cuando miré la puerta de mi habitación que permanecía cerrada, fui consciente de lo que había estado proyectando en mi sueño. El miedo; aquel que me mantenía postrada en la cama y me consumía sin poder mirar la luz. El miedo de ser yo, de descubrirme, de salir de mi zona de confort y dejar a un lado el conformismo. Aferrándome a ese miedo que en cualquier momento me convertiría en una pieza agrietada e inservible. Me iba a secar antes de siquiera intentar. Sin embargo, algo en mí quería despertar. En lo más recóndito de mi ser se escondía la esperanza, la necesidad y el deseo de sucumbir a la adversidad. El encierro en medio de cuatro paredes me había traído hasta aquí, a un estado de angustia, inseguridad y a un círculo vicioso que parecía no tener fin; era mi decisión si quería quedarme en la oscuridad o ir hacia la luz. Yo, y solo yo, tenía el control de disipar la tormenta.
Confinamiento ¿en familia? Carol Gómez
T
odos los días suelo ver las noticias. Escuchaba sobre el coronavirus en otros países, pero jamás me preocupó que llegara a México. Un día, anunciaron por disposición oficial que “todos deben quedarse en casa”, “debemos evitar propagar este virus” y demás anuncios que en un principio ignoraba. Para mí era una bendición este descanso obligatorio. Por el estrés del trabajo, merecía un buen descanso, olvidarme por un tiempo de levantarme todos los días a las 5 AM y regresar hasta a las 4 PM a casa con hambre y sueño. ¡Qué buena suerte! No niego que los primeros quince días fueron agradables; me daba tiempo de realizar de todo con calma y sin presiones, bañar a mi perro, asear la casa de mis padres, lavar mi ropa y cobijas, revisar con calma mis redes sociales y reírme con los innumerables memes, chatear en el Whatsapp e incluso salir a pasear con mis amigos un día a la semana y pasármela sin estrés. Llegó el primer mes de confinamiento y comenzaba a desesperarme. Busqué más libros e incluso digitales, salía a la calle con un amigo y nos sorprendía lo desierto de las calles, todo cerrado. Esto me hizo pensar el miedo que tienen las personas a morir, pero también el miedo a vivir sin pensar en el qué dirán, el mismo miedo que yo tengo. El mismo miedo que tengo de volar, de vivir sola, sin pensar qué dirá mi familia, mis vecinos; de que me tachen de malagradecida por dejar sola a mi madre, la mujer por la que aún permanezco en casa. Durante el encierro he visto a familias compartiendo en Facebook todas sus actividades, e incluso sin conectarse al chat por estar sumamente ocupados con su familia. No lo niego, siento envidia, pero tampoco deseo que compartan la fortuna que tengo de tener una familia unida físicamente, pero hecha añicos desde hace muchos años.
En un momento tuve la gran esperanza de que mi familia se uniera y comprendiéramos la importancia de escucharnos y aprender a convivir con amor, pero esa esperanza llegó justo cuando el coronavirus los invadió. Platicaba con Dios ingenuamente, le decía si mi papá supera esta enfermedad, dejará su alcoholismo, podrá ser una mejor persona, buscará practicar basquetbol; todo cambiará en mi familia, ¡seremos más unidos! Realmente sí fui una pobre ingenua. Sigo preguntándome ¿existe Dios? Porque realmente a mí nunca me ha escuchado. Nunca tuve miedo de perder a mi madre, porque sé que ella es muy fuerte. Ha sido mi inspiración; siempre tuve presente que no moriría ni se dejaría vencer, y así fue. Gracias a mis ahorros logré pagar estudios y medicamentos durante el periodo que duró su enfermedad. Realmente no me dolía gastar mis pocos ahorros, en mi mente siempre pensaba que valía la pena. No podía dejar de pensar que al final, mi padre reflexionaría de lo bello que es vivir sin adicciones y luchar por su vida; dejaría de humillar a mi madre por ser gordita, la tratará mejor; dejará de maltratar a mis hermanos, se acercará a ellos y los ayudará; dejará de maldecir a los testigos de Jehová por ser hipócritas y a los pastores por mentirosos, comenzará a respetar la libertad de creencia religiosa y que no todos deben de ser católicos como él y dejará de estar tomando, sí, dejará de ser alcohólico. El dinero no te aporta felicidad; te ayuda a resolver situaciones como la enfermedad, pero jamás comprará una familia unida. Al menos en mi casa, ya vivimos un terremoto, superaron el coronavirus y el gusto de ver a mi familia unida escuchándose, aceptando errores, pidiendo perdón solo me ha durado un mes y medio. De ahí, todo vuelve a la normalidad; la misma familia que no se expresa amor, la misma familia que soporta un alcohólico solo por dinero, la misma familia que no se tolera, la misma familia hecha añicos. Aun con la envidia que invade mi corazón, espero que esas familias que son unidas y lo expresan muy bien en sus redes sociales, jamás se dejen de escuchar, de tolerarse por ser todos diferentes, de apapacharse y consentirse en fechas importantes, de ser realmente una familia por vivencia y de ser capaces de resolver sus diferencias; porque sé que familias perfectas no hay, pero sí son capaces de hacer las paces y amarse como tal. Por favor, deséenme suerte para poder volar y poder vivir sin pensar en el qué dirán.
Amiga ansiedad Carolina Yazmín Garza Iglesias
A
yer eras la antagonista dentro de mi historia, me sentía opacada por tu gran deslumbre; pero la realidad es que hoy soy yo quien brilla, y te lo debo a ti. Me preparaste para grandes retos y cambios maravillosos en mi vida, donde el lugar que más vulnerable me hacía sentir, hoy es lo único que puede acobijarme, donde las cuatro paredes que me aterrorizaban, hoy se han convertido en mi lugar favorito; donde lo más valioso es estar al lado de mi gente, donde la distancia ya no es impedimento para dejar viejas amistades, donde un “te quiero” se hace más fuerte, donde un “te extraño” se vuelve más sincero; donde mi estabilidad emocional es primordial y quien tiene que estar y quiere estar, está. El mundo puede estar de cabeza al igual que yo. Mucho me ha costado, pero he aprendido a controlarlo, hoy el tiempo avanza rápido y lento al unísono. Lo que paralizaba mi mente ya no está, se disfraza de miedo, incertidumbre, y estrés, en algunas ocasiones; un abrazo se ha vuelto un arrebato, los números que eran tan lejanos hoy están a mi lado y empezaron a ser nombres de conocidos, rostros familiares y de círculos donde me muevo. Todo se ha reducido a un espacio donde teniendo cosas materiales, no me importan más, cuido en casa lo más básico, viviendo el día a día como un nuevo regalo y una nueva oportunidad de comenzar desde cero, confinada el tiempo que sea necesario por seguir cuidando de los míos, del de al lado; hoy no me preocupo más por mí, sino por el bienestar de mi familia, mis amigos, mi entorno y del mundo entero. Ayer quería morir. Hoy me aferro a la vida como nunca, gracias a ti.
¿Me das un abrazo? Angela Giselle Cázares Escalante
A
brazo: acción de tener contacto físico, emocional y afectivo con otra persona. El abrazo, un gesto que transforma, que alivia, que apoya; que da fuerza y crea lazos de confianza, unión y amor. ¡Abrazo! ¡Un abrazo! 157 días con 14:00 horas y 16, 17, 18, minutos sin dar un abrazo ni recibirlo. Este gesto tan bello lo daba y lo recibía todos los días, pero no me había percatado de lo bello y reconfortante que era hasta hoy. Se volvió algo normal, algo que se debe hacer cuando saludas o cuando alguien te necesita. Sin darme cuenta, empecé a dar abrazos sin intención, y hoy han desaparecido de la sociedad. ¿Se imaginan un mundo sin abrazos? No lo imaginen más, estamos en él. Ni por un momento me pasó por la cabeza que hace 157 días sería el último abrazo que le diera a mi mejor amiga, o hace 150 días la última reunión familiar, y mucho menos que hace 156 días fue el último abrazo de mi abuela, quien tristemente hoy ya no está conmigo. Cada día la vida es una sorpresa, y ahora sí que me sorprendió; jamás sabré cuándo será el último día que podré ver, escuchar o abrazar a alguien, lo único que sé es que los abrazos son un regalo al corazón y al alma. ¿Alguien puede explicarme cómo será la nueva normalidad en los abrazos? No quiero acostumbrarme a los corazones en la pantalla, a los besos y abrazos virtuales, a los saludos de codito y, aún más, no quiero acostumbrarme a vivir sin el calor de un abrazo. Espero en verdad que esto pase pronto. Lo único que ahora deseo es que llegue el momento de extender mis brazos y rodear con ellos a las personas que quiero, frente a frente, corazón a corazón; dar y sentir esos brazos que dicen “estoy aquí” y escuchar cómo los latidos se conectan uno a otro, creando el abrazo perfecto al corazón.... Y tú, ¿me das un abrazo?
El día que perdí la cuenta May Durán
Mi vida era un tren a máxima velocidad y un día alguien, así de la nada, puso el freno de mano. A partir del día #1… ese 15 de marzo las cosas se han oscurecido. Noches llenas de pensamientos que no me dejan dormir. No reconozco los amaneceres y las sábanas se han adherido a mí. He perdido toda alegría… ¿Esto es lo que llaman depresión? ¿Qué día es hoy? Ya hice de todo. Ordené mi habitación, lavé trastes mientras divagaba en mis sentimientos, canté frente al televisor… Otras veces lloré, escribí, intenté llevar mis clases de manera virtual, intenté hacer una tesis que sigue sin terminarse, escribí mensajes que no envié ni pienso enviar… son cosas del pasado y no es el mejor momento para reabrir esos capítulos. Busqué un abrazo. No lo encontré. Mi tristeza se vuelve habitual. Día #100: 6 de junio Las noticias lanzan las cifras oficiales. 13170 defunciones y un país igual de golpeado que yo por esta pandemia. Los amigos se han vuelto invisibles. Mi familia se ha vuelto mi sombra o yo me he convertido en un parásito visible. Y mi mente me hace el recuento de todos mis fracasos para aderezar toda esta situación. Pero un día, sin saber qué día es, te veo a lo lejos… Hola, mi querido extraño. Eres la persona más hermosa que mis ojos han visto, pero por
favor no seas así conmigo, ya que sabes todo sobre mí. Abrázame, solo abrázame… abrázame un poco. No digas nada y por favor corre hacia mí. Las calles repletas de gente, así como lo recordaba y él, congelado. Solo me mira. Intento llegar a él pero el tumulto me lo impide, sé que no es real porque no hay cubrebocas ni distancia entre los paseantes. Lloriqueo porque quiero llegar, un grito sale desde el fondo de mi débil corazón. ¡QUERIDO EXTRAÑO, QUIERO UN ABRAZO! Todo se detiene. Mi corazón golpea fuerte mi pecho y veo la sonrisa de mi extraño. Hoy es el día. Intento moverme, quiero llegar, quiero abrazarlo y quiero que esta lejanía se termine. No sabía que el estar acostumbrada a eso que le llamábamos “cotidianidad” sería más difícil que cualquier cosa en este jodido mundo. No llego y siento que él se aleja. ¿Qué día es hoy? ¿Dónde estás? ¿Me esperarás una eternidad? POR FAVOR ABRÁZAME. POR FAVOR. ATRÁPAME. Todo se convierte en luz, el querido extraño se ha ido, la gente ha desaparecido. Lo único que me acompaña es el techo blanco de la habitación. Estos episodios se han repetido incontables veces. Día #172: 3 de septiembre. El celular una vez al día se llena de mensajes como: ¿Estás bien? ¿Segura? Solo me abstengo de gritar o llorar y respondo: Sí :) Pero inevitablemente quiero correr… me quiero ir. Cerraré los ojos para ver si esta vez sí me puedes abrazar. Querido extraño, hoy es el día que me di cuenta de que perdí la cuenta.
Insomnio Mundial Citlalli Cajigas Bodegas
¿Dónde están las ovejas? La realidad, falaz calvario el sueño desapareció con ellas un virus enmudeció el calendario. Los versos son ruinas de clamor aislando estaciones con vileza, una cama nos adopta sin amor luna de mármol sumergida en tristeza. El alba olvida alientos con memoria, apolillan horas infinitas en el interior cada día es un sábado de faloria, la noche evoca el año anterior. Las almas anhelan dormir encontrar en un pestañear ojos amados, razones para vivir siendo de nuevo abrazados.
Ama de casa Jimena Merino
G
ota tras gota se inunda el lavadero, la comida de la noche anterior comienza a apestar la cocina y las arrugas del agua en mis manos hacen que las sienta aún más pesadas. El gato pasa y no puedo evitar sentir un enorme calambre en los hombros de la envidia que siento por esa inmensa paz que deja como perfume sobre la sala. Quizás los calambres sean por la carga de ropa que está por salir de la lavadora o porque falta fregar el baño. O tal vez sean los años de problemas con los que me he acostumbrado a dormir y a despertar cada día. Pero es que no puedo descansar a menos que alguien haya sacado la basura, no sé si por miedo a convertirme un día en alguien inservible y entonces esa enorme bolsa negra venga a buscarme mientras duermo para evadir mi realidad. ¿Acaso ya no lo soy? Lo que sí sé es que mi pijama está manchada de cloro y he aprendido a buscar el color de las nubes en el blanco de mi pasta de dientes o mientras acomodo un rollo nuevo de papel de baño. Antes, solía escribir historias llenas de paisajes únicos, colores vibrantes y sabores de café de otras épocas, pero un día tuve que encerrarme en casa para sobrevivir de un mal que lleva meses rondando afuera de casa y fue entonces que mis historias ya no funcionaron y decidieron decirme adiós. Y ahí me quedé, con una libreta tapizada de apuntes, horarios que se convirtieron en días sin nombre y sólo puedo estar agradecida por el tiempo que vieron en mí más allá de un simple puesto. Y sí, no he enfermado, pero aun así hay días en los que siento que no puedo respirar, tardes en las que deseo correr lejos y nunca volver, porque no es que no te ame o no me ames; es tan solo que los caminos contrarios no se pueden intentar unir, quizás necesitamos soledad u otro compañero que nos haga vibrar. El destino es incierto y mucho de lo que perdemos de alguna forma se transforma en algo nuevo.
Abril tiene un nombre bonito; este mes casi siempre abre la puerta a la primavera, pero hoy nuestro abril no es como los de siempre. Se encuentra desubicado y perdido, como muchos de nosotros durante estos días. La lluvia no cesa, y sigue siendo generosa con la tierra, bendiciéndola en cada gota y dejando para más adelante los vestigios inconfundibles de la primavera. Nosotros seguimos adelante con nuestro rosario de días intentando seguir fuertes y cruzando los dedos para que pronto todo pase. Nos esforzamos en que cada día sea uno nuevo, aunque se confunden y todos parecen los mismos. El silencio en las calles es la tónica general durante la mayoría del día y en cambio la noche divisa infinidad de ventanas que siguen con su luz a pesar de la pronta madrugada. El insomnio nos visita más a menudo que nunca y no viene solo, viene acompañado de preocupaciones y pesadillas. Tomamos como medicina nuestra propia individualidad, aumentamos la dosis de aislamiento y reseteamos nuestra manera de vivir, dejando en depósito en la calle del recuerdo nuestro «aceite de la vida». Nos hemos perdido muchos momentos cotidianos, y se han quedado dormidas infinidad de emociones que necesitarán salir, esperemos más pronto que tarde. No es fácil, pero denme más opciones con las que uno pueda al menos respirar en este abril que sigue siendo bonito. Mari Carmen Martínez Sanchis
Ghost
Carlos Santiago Quizhpe Silva
E
ra abril, una lluvia torrencial caía sobre la ciudad. Los árboles se acurrucaban de la soledad y el frío, y las palomas musitaban oraciones sobre las cornisas de la vieja catedral. Un desconocido seguía tocando su violín en medio de la lluvia, impávido ante los cristales que chocaban contra las baldosas de aquel parque. Ahíto de pesar, su viejo violín tenía roto el corazón. *** Cuando acabó de escuchar el poema, Stephanie esbozó una sonrisa, leve y etérea, como las plumas de las nubes. ¿En verdad en mis pupilas se refugian tus gaviotas?, inquirió frágilmente, mientras bebía un sorbo de vino. Él, imbuido por su perfume a canela, sujetó su violín e hilvanó una melodía con aroma a primavera y a pincel. Aquella balada que se desprendió del viejo instrumento desgastado acariciaba su cabello de noches tequila y limón, y rozaba sus labios, tan breves y lejanos. *** La gente corría despavorida buscando un refugio al aguacero torrencial. Algunas personas se cubrían con sus paraguas de cuervos. Él seguía impávido tocando su afónico violín, sobre un charco de agua agonizaba aquel poema que le escribió en una vieja silla del parque, mientras un niño con la cara manchada de tinta marrón le lustraba sus zapatos. *** Stephanie enlazó sus dedos con la noche, mientras el reloj de la iglesia tocaba las nueve. —¿Bailamos? —preguntó el sujeto de cabello largo y ojos muy negros. —¿Y la música? —Solo seguiremos la melodía de las estrellas —y la calló con un furtivo beso. Entrelazaron sus cuerpos, sus miradas dibujaron golondrinas y sus bocas cosecharon uvas frescas. Sus manos rodearon su cintura y se escabullían por sus caderas. Nunca hablaron. Las palabras sobran cuando los corazones danzan con los delfines. ***
Un perro macilento sacudió el agua de la lluvia y se arrimó cerca de aquel loco violinista. La gente lo miraba con indiferencia, a la par que sus zapatos se escurrían en el gélido frío. —¿Dónde está? —musitó desesperado. Su mirada se perdió en el horizonte y de repente cayó abruptamente su violín. *** Él quitó suavemente su vestido rojo; la piel de Stephanie era delicada, cual terciopelo de dalias. Buscó con ternura su cuello, mientras le recitaba el poema de jade que le compuso aquel viernes de madrugada. Con ella ecostada en el borde de la cama, él recorría sus senos con sus labios bermejos y sus manos se deslizaban por sus muslos cubiertos con aquel panty negro que obnubilaba sus pensamientos. Olía a mar y a albatros errante. Ella emitió breves gemidos al sentir los labios de aquel bohemio violinista en su ombligo. Era un fuego perturbador, delirante, esquizofrénico, que trastornaba las horas. Sus papilas gustativas saboreaban su pubis, ella alborotaba el cabello de aquel procaz aedo. Encajaron sus cuerpos como dos espejos en un vaivén indescifrable, como un vals bajo la vera de una cascada o las olas del mar sobre la brisa. El sudor mojaba sus cuerpos; ella gemía y él le susurraba al oído aquel poema que habla del dolor y el olvido. La luna se desgastaba con cada gemido, con cada penetración a su galaxia. El loco violinista tomó vino y lo derramó en su vientre… *** Alguien recogió el violín. Tenía los ojos hundidos y con un cierto resplandor, como un faro en la oscuridad. El pelo desaliñado le cubría el rostro famélico y sus pómulos lucían tan prominentes que ocultaban su nariz. Vestía una túnica morada y desgarrada como si algún felino cósmico hubiese atravesado de par en par aquel vestido, justamente a la altura del corazón. Parecía sonreír con un aspecto macabro. Se sobrecogió al ver en uno de sus largos dedos cadavéricos algo rutilante como un anillo, mientras simulaba tocar el violín. ¡No… no podía ser ella!
El arte teatral sigue presente a través de las pantallas, ya no se escucha la participación del público, ahora hay que revisar emoticones, frases de aliento y cantidad de personas conectadas, pero eso no es suficiente. No es lo mismo que las risas, las miradas cómplices, el grito solidario, el apretón de manos, las fotos del público con los artistas y sus muñecos. Es la nueva normalidad. Es lo que hay. Texto y fotografías por Elvia Mante
El Dilema de
INTROSPECCIÓN
Guadalupe
Una batalla diaria entre qué tanto de tiempo Concentrarse adentro en pensamien Concentrarse en otras personas En esta batalla todo qued
“Pérdida de Confianza” Dibujo a Lápiz Marzo a Julio 2020
“Preocu Dibujo Marzo a J
la Cuarentena
VS DISTRACCIÓN
e Victorica
o y energía invertir en mirar adentro o afuera. ntos, miedos, memorias, expectativas. s, situaciones, acontecimientos. da tan claro y tan relativo.
upación” a Lápiz ulio 2020
“Lamentaciones” Dibujo a Lápiz Marzo a Julio 2020
Días de lluvia Sofía León
E
l diluvio inició con una belleza inusual, un día soleado con nubes blancas desplazándose lentamente en el cielo guiadas por la brisa; las primeras gotas eran cristalinas, caían sobre las hojas y flores en una danza multicolor liderada por los rayos de sol. Las siguientes gotas obligaron a cerrar ventanas y guardar la ropa de los tendederos; perros, gatos y niños entraron a sus casas y esperaron frente a las ventanas lo que ya no sucedería. Las personas del pueblo estaban algo alarmadas, después de cuatro semanas esa lluvia sutil no cesaba. Las plantas empezaban a ahogarse, las prendas de vestir olían a humedad, los huesos de los viejos dolían y los nervios de los niños se tensaban. Tomar té, café o chocolate junto a la televisión o los libros ya no era posible, pues estos se llenaron de hongos y la programación de cada canal y emisora fue cancelada. La alarma se desplazaba sobre ellos como una sombra larga. Pepe era un adolescente ese día, ahora un joven adulto. Había visto a cientos de personas en el pueblo morir por falta de alimento; los vegetarianos fueron los primeros pues tener convicciones morales en una crisis no es cosa conveniente, no había ninguna planta o cultivo que sobreviviera a la suave e implacable lluvia que todo lo ahogaba. Los
carnívoros terminaron por consumir gatos, perros y niños que esperaban junto a la ventana lo que nunca sucedería. Pepe ya era un anciano cuando los carnívoros sin convicciones morales empezaron a perder su cabello, la piel de todos se puso gris y la desnudez ya no era la vergonzosa belleza de antes. En las costas las personas escuchaban a las ballenas cantando odas al triunfo, mientras ellos levantaban sus cabezas y trataban de olfatear animales terrestres, pero no quedaba nada; solo ellos y su hedor a lodo. La superficie sobre la que ahora estaban era blanda, resbaladiza y se diluía como un iceberg en el agua salada. La sed, el hambre y las ballenas que cantaban. Pepe la vio caer sobre su pie izquierdo, toda roja y brillante, traída por el viento, no las veía desde que su madre le pidió aquel día de belleza inusual que descolgara las sábanas del tendedero en el patio exterior de la casa. Eran rosas. Cuando se agachó para tomarla, sintió sobre su espalda cien años de dolor. Al levantar su rostro, vio el de ella, sin duda una ella, las hembras no perdían sus glándulas mamarias, algo para agradecer al creador. Lo veía con sus ojos blancos, acuosos y desorbitados; el rostro estaba tan pegado al suyo que casi compartían respiración. Alargó su mano con traslúcidas membranas entre los dedos y devoró la rosa sin dejar de mirarlo. Luego, de un salto llegó al mar y se sumergió, nadó, dio unas volteretas, lo miró desde el mar y desapareció en él. Pepe oía el canto de las ballenas mientras se recostaba sobre el montículo de lodo y agradecía que el diluvio había terminado, al menos para él.
Después del Alex
Llegando FOTOGRAFÍAS D
o Hanna E CÉSAR TAVERA
Después de Hanna
Por las raíces c y de un botón
Arely Estefania
H
oy sé que me hizo sentir algo tan fuerte y necio que echó raíces, y que esas raíces se aferraron fuertemente a mi alma. Que por esas raíces creció un árbol y que, con el tiempo y sin saber, creció un botón. Y de ese botón hoy nació una flor. Hoy sé que no puedo quitar esas raíces de ahí, que son mías y que más que mías son nuestras; que a lo mejor ella también las tiene, que si crecieron en su alma raíces por mí, están atadas a las mías, crecen juntas y no crecerán con nadie más. Hoy sé que era ese sentimiento que nos hacía regresar al mismo lugar a hablar, ese sentimiento que un día se pasaba frente a nuestras narices y que al siguiente se ocultaba debajo de la suela de nuestros zapatos, para seguir creciendo bajo nuestros pies al alejarnos. Hoy sé también que no puedo hacer nada más que dejar marchitar la flor que nació hoy y no dársela. Hoy sé que puede que solo en mí hayan nacido estas raíces que llame nuestras, que sea solo yo la que las tenga y que solo a mí me duelan.
creció un árbol nació una flor.
a Briones Galván
Lo sé, todo eso lo sé; y aunque haya llanto siento que ese llanto, en lugar de hacer a esas raíces marchitar, terminan por regarlas como si no fueran lágrimas de olvido. Sé que está mal, que esas raíces se deberían de dejar de aferrar, pero hoy sé que es esa flor y por qué nació. Hoy lo sé, sé cuál es su nombre, sé por qué causa tanto pesar, sé por qué es tan bella, única y especial; sé por qué parece no querer morir aún. Y es que esa flor apenas nació y se mostró hoy; un día en que no sé a dónde fueron a dar sus raíces, si es que las tenía. Hoy sé que esa flor nació por la agonía, que debía verla y que tal vez debía verla ella también, pero también sé que se tardó en llegar; sé que no fueron bien regadas las entrañas de su alma y por eso no se la daré. Sé que por eso esta flor morirá en mis manos, con estas raíces aún presionándome el pecho, aún aferradas a mi alma; y sonriendo yo lloraré por ella, por las dos. Hoy sé que en mí hizo crecer raíces, que por las raíces creció un árbol y de un botón nació una flor.
Dos clases diferentes de morir. Arely Briones De un día para otro la vida cambió. Algunas personas a mi alrededor habían terminado por dar su último suspiro en la fría habitación de un hospital rodeados de gente que, haciendo su trabajo, daban noticia a los familiares de que la vida de su ser amado había llegado a su fin. Estas personas, atendiendo sus labores, seguirían con su jornada mientras los familiares se quedaban con un nudo en la garganta al recibir tal noticia, buscando la manera de tener el control de sus emociones y poder realizar los arreglos necesarios para el eterno descanso del ahora cuerpo deshabitado que se encontraba cubierto con una sábana blanca, desde los pies a la cabeza; dentro de una habitación que tenía que ser desalojada cuanto antes para que otro —tal vez con el mismo fin— pudiese ocupar su lugar y entonces comenzar con el mismo sinfín de preguntas sobre el estado de salud de un ser querido de una familia distinta. La noticia se correría de voz en voz, de mensaje en mensaje hasta llegar a los oídos y la vista de la persona más lejana a la familia. La noticia les rompería los huesos del dolor; unos lo mostrarían, otros no. Unos, con el pasar del tiempo, mostrarían signos en el cuerpo de toda esa carga acumulada de dolor. Esto los tumbaría en la cama, los haría vomitar, les quitaría las ganas de comer; los haría desmayarse y estar en cama sin ganas de levantarse. Tendría a todos preocupados deseando que no pasara lo peor después de lo peor. Así me había puesto yo, pero en mi familia no se había muerto nadie; ningún alma había dejado su cuerpo frío encima de la cama de un hospital. Sin embargo, aquí estaba el mío; mi cuerpo, perdido en la inmensidad del mundo, en algún rincón del universo, rodeado de un millón de personas que estarían pasando por lo mismo, o que bien
podían no estar pasando por nada porque sus emociones habían sido apagadas por el bullicio de la sociedad, la cual amenazaba violentamente a cualquiera que se dignara a pensar diferente. En mi vida no se había muerto nadie, pero sí me había muerto yo. Mi cuerpo aún permanecía en cama, respirando con dificultad; mi cabeza punzaba constantemente, mi vista perdía el contorno de los objetos y los hacía verse deformes. Mi apetito se había ido a alguna parte y las lágrimas habían terminado secándose alrededor de mis ojos para que, con el pasar del tiempo, volvieran a salir y resbalar por mis mejillas; mi pecho dolía, mi cuerpo se tambaleaba como si estando en la cama tuviese la habilidad de desplomarse. Mi corazón latía con rapidez, como si hubiese terminado de correr por un largo período de tiempo continuo. La imagen de un recuerdo pasaba constantemente a través de mi mente, haciendo que se repitiera todo una y otra vez. No había dejado de respirar, pero había escuchado palabras que habían terminado por apagar todo indicio de vida dentro de mí. Terminé viendo la espalda de alguien especial para mí alejarse a través de una calle. Había terminado por cerrarse algo que hubiese querido no perder jamás. Había terminado ganando la ausencia de alguien que no había muerto y con eso yo morí. Los amigos más cercanos se habían acercado a compadecerse de mi pesar y a decirme que todo estaría bien, que la vida debía continuar, que eso que había pasado significaría que algo nuevo llegaría. Me habían dicho lo mismo que a alguien que había perdido a otro en un hospital; me habían visto con la misma mirada de consuelo y habían ladeado la cabeza hacia el mismo lado al decirme sus palabras de aliento. Pero si lo pensaba un momento, un muerto no resurgía del suelo tiempo después para seguir andando por el mundo, ni nacería de las entrañas de su viejo yo yaciente en la profundidad de un pozo. Tenía la certeza de que yo había muerto de una manera sutil y que de esa misma manera terminaría por clavarme en la tierra. En un par de días vi dos clases diferentes de morir. Una se perdía en las profundidades del suelo frío y la otra aún andaba por encima de la tierra, mostrando cuánto más el cuerpo podía aguantar.
Quince pasos Eduard Pereira J.
C
onté ocho pasos desde la puerta de la entrada hasta el balcón. Había tres pasos desde el sofá donde me siento a leer y el cuadro de unos ojos azules que tengo al frente. La cocina tenía uno, tres la alcoba. Luego de contar, me senté en una de las sillas del comedor, apoyé los codos y pensé en Heidi. Heidi, no pongas los codos sobre la mesa, había escuchado en el programa que daban sobre ella cuando era niño y no lo había olvidado. Renegaba de eso. A veces es necesario apoyar los codos. ¡Bendita Heidi! Enojado con la inocente Heidi, me crucé de brazos y miré hacia la izquierda. Desde mi casa se ve entero el apartamento de Jairo. Le llamo así porque se parece a un amigo de mi trabajo: la misma nariz, el mismo pelo, la misma palidez. Estaba solo. Regaba las matas. Casi levanto la mano para saludarlo, pero no nos conocemos y no creo que lleguemos a hacerlo, a pesar de que sé más de lo que debería saber sobre mi nuevo vecino. Una o dos veces a la semana viene un señor mayor que debe ser su padre. Llega en un carro viejo; lo parquea mal, casi en la cuneta, y sale con su perro hacia la portería del frente cantando tangos. Nunca he visto a una señora. Infiero que Jairo no tiene mamá y por eso viene el señor solo. Otra que viene con regularidad es la novia. Se queda de viernes en la tarde a lunes en la mañana. También sospecho cuando hacen el amor porque cierran las cortinas y aparecen al rato, radiantes y recién peinados, a mirar las dos o tres personas que pasan por el frente de nosotros, de su casa y de la mía, que están a quince pasos la una de la otra. Por eso siempre veo su mesa. Seguramente, él también sabrá de qué color es la mía.
Hoy a Jairo le dio por instalar un tendedero de ropa. Esta mañana lo vi ponerlo. Es inevitable conocer tantos detalles. Si paso por café, tengo que verlo; si me siento a comer, tengo que verlo; si me asomo a tomar sol al balcón, tengo que verlo; si me siento ahogado por estar en casa y abro una ventana, tengo que verlo. O nos volvemos amigos o nos insultamos. Como si no fuera suficiente con verlo todos los días, ahora tendré que conocerle los calzoncillos porque acaba de tenderlos. Mejor me pongo a trabajar. Saldré en la noche, que no hay gente, que puedo, que no hay toque de queda. Será bueno ver otra cara que no sea la de Jairo. Es eso o empezar a alzar la mano para saludarlo. Trabajé toda la tarde y un pedazo de la noche, cuando miré el reloj ya eran las ocho. Olvidé el balcón, olvidé al vecino y salí a caminar un rato. —¡Alex! —dije al portero de mi edificio cuando volví. —Caballero. —¿Cómo vamos? —Todo bien, señor. ¿Ya supo? —¿Qué cosa? —Se murió el papá del muchacho del frente, el del segundo piso. Parece que va a vender. Ya puso el letrero. No respondí. De una subí a mi casa, abrí corriendo la ventana del balcón y miré. Ya no estaba la mesa. Desde que había comenzado la cuarentena nunca me había sentido tan solo. La tristeza produce otro tipo de confinamiento.
Sin palabras me siento vulnerable apenas respiro.
Haikú e imagen de Adela Inés González
Cuando esto acabe Frida Lima Castañeda
C
uando todo esto termine esperaré unas semanas más, quizá otro mes. Esperaré a que la alacena se vacíe poco a poco y a que las sobras del refrigerador se extingan, para no desperdiciar nada. Contaré los atardeceres desde mi ventana y desearé que los días pasen más rápido; ojalá las noches dejen de ser eternas y la marea del tiempo me lleve hasta ti, a donde quiero volver. Anhelaré poder dormir todo el día y despertar en la noche, hablaré contigo y te diré que ya falta menos. Te contaré que ya no soporto estar sin ti, que los rayos del sol filtrados a través de esa puerta de cristal me nublaron la mente y que ese remolino de humo no me deja en paz. Intentaré explicarte cómo es que me frustré al leer Jane Eyre y me identifiqué con su inseguridad porque así me sentí cuando dijiste que me querías. No te creí. ¿Recuerdas cuando viniste a verme? Viajaste toda la noche en un autobús, y ese viejo refrigerador ya estaba vacío: te esperaba, y regresaría contigo. Cuando todo esto acabe regresaré sin ti, pero iré por ti. No llegaré en autobús, no me atreveré a viajar toda la noche; compraré mi boleto de avión con anticipación y aceptaré ese gasto extra porque lo vales. Haré mis maletas con emoción y guardaré el libro que llevaré para ti, el que me pediste antes de que esto empezara. Si el miedo no me lo impide, me atreveré a subir al metro, pero estoy segura de que no podré, así que mejor llamaré a un taxi privado y llegaré al aeropuerto más segura. Estaré en contacto contigo todo el tiempo, y me desearás un buen viaje. Temblaré de emoción porque nos veremos en menos de tres horas. Desde el avión, observaré esta ciudad monstruo en la que estoy atrapada y respiraré con más tranquilidad: volveré contigo. El paisaje cambiará, dejaré atrás los altos edificios que tanto te gustaron y estos serán sustituidos por campos y más
campos. Las luces se apagarán, la oscuridad nos devorará. Veré el mar después de tanto tiempo y mi corazón se encogerá; observaré cómo todo se vuelve verde y estaré segura de que cuando baje de ese avión el calor del verano me golpeará en la cara. Tú irás por mí porque vives cerca del aeropuerto, y nunca antes eso había sido tan conveniente. Te veré al instante porque eres imposible de confundir con alguien más. Tus negras ondas de cabello bailarán cuando camines hasta mí; tus dientes separados se asomarán desde tu boca cuando me sonrías y tus ojos brillarán. Me darás ese abrazo que un día me negaste y aspiraré tu inconfundible olor. Me dirás que tomemos un taxi, pero yo seré atrevida e imprudente y haré que caminemos hasta tu casa. Yo lo disfrutaré porque el verdor me tendrá deslumbrada: el zacate crecerá por todos lados y tú lo contarás, al igual que los árboles. Después de haber estado tanto tiempo atrapada en la ciudad, me sentiré expuesta y libre. Hará calor, y la brisa nos traerá ese olor a campos quemados, la ceniza bailará sobre nuestras cabezas y me aborrecerás un poco porque odias al sol, al calor. Y yo sólo quería regresar a ver todo eso; regresar al calor, al mar y a ti. Llegaremos a tu casa, me abrirás la puerta, bromearemos un poco y nos refrescaremos. Antes de lo imaginado tu cuerpo desnudo y sudoroso estará encima de mí y yo lo abrazaré con placer, con anhelo. Me mirarás y sonreirás, y no podré continuar en ese momento, porque esta fantasía no llegará más lejos. La burbuja se romperá y esa sonrisa tuya se desvanecerá porque nunca existió, no era real. Sentiré como el peso de tu cuerpo se hará más ligero y como mis manos ya no tocarán tus hombros. Me dirás que nunca fue real, que lo imaginé todo. Al final, cuando todo esto acabe, no regresaré a mi lugar favorito. No regresaré por ti, porque tú te fuiste antes de que esto empezara. Me quedaré atrapada en la ciudad, a donde pertenezco; y tú estarás allá, lejos de mí y de todo esto que nunca pudo ser, en tu lugar especial. Abril, 2020
La espera Nohemí Damián de Paz
S
u ojo no puede despegarse de la mirilla de la puerta. Ese ojo trata de no cansarse y parpadea despacio. El polvo ha procurado molestarlo, pero no desiste… no deja de verla. La única, la que lo deja aturdido sin su presencia. Sigue observándola. No puede, ¡no puede alejarse un centímetro de ese orificio! Ahora la boca del sujeto se abre y se escapan ciertas gotas de saliva. La lengua se mueve con el propósito de humedecer los labios resecos. Por el sentido de la vista se ha activado el del gusto. El estómago ruge, la exige. Es demasiado, ¡demasiado! Un minuto más, uno más, y ya no podrá soportarlo... Al lado de ese hombre en pijama, su hija de diez años se ríe por su expresión, ya que, desde que empezó la cuarentena, reacciona de esa manera cuando la comida que ordenan por Uber Eats se encuentra cerca de la puerta de su hogar.
Nos vemos pronto Fotografía de Syndy Sánchez López
La sinfonía del silencio Osvaldo Mendoza
A
fortunados aquellos que están rodeados de sus seres queridos. Muchos otros, como yo, estamos solos. Mi familia se encuentra a más de 5000 kilómetros de aquí. Y no sé cuándo los volveré a ver. No sé si esto será un momento efímero que se convertirá en un mal recuerdo o será algo longevo. Pero por ahora, debemos permanecer (los que podemos) en casa. “Un sueño”, podrían pensar muchos. Sin trabajar, sin clases, sin responsabilidades. Sin embargo, para los que tenemos ansiedad, es toda una pesadilla. Y cuando no hay nadie a tu lado, se vuelve mucho peor. Estoy en el departamento. No hay nada en la televisión que llame mi atención. Leo los libros que tenía pendientes. Hago las tareas de la universidad. Cocino, como; veo los atardeceres y la ciudad desde aquí. Todo bien, hasta que llega la noche. Apago las luces, me acuesto y me duermo, o al menos lo intento. Porque pasa el tiempo y solo pienso. ¿Qué está pasando? El reloj avanza y puedo escuchar la sinfonía del silencio. Un sonido que aturde. Intento callarlo, pararlo, pero no lo logro. Y cada vez se hace más fuerte. Aparecen los recuerdos de aquellos momentos sublimes que ahora son un tanto tristes. Aparecen los pensamientos de todo aquello que no hice, de todo aquello que nunca dije.
El sentimiento de que hay tanto que se ha acabado, tantas cosas que han cambiado y todo lo que se ha quedado en el pasado. Me levanto, me miro en el espejo y pienso cuánto he crecido y que hay mucho en mí que ha desaparecido. Nostalgia, le llaman algunos. Las manecillas del reloj siguen moviéndose y el sonido del silencio continúa. Aparece la incertidumbre que me aleja del presente. ¿Qué pasará? ¿Cuándo todo esto acabará? ¿Estaremos juntos en diciembre como de costumbre para celebrar? Y de la nada me comienzo a agitar, sudar y llorar. Intento parar, pero no lo puedo evitar. ¿Cuáles serán las repercusiones que esto tendrá? Siento que el sonido me está ensordeciendo e intento volver al presente y hacer algo diferente. Pongo algo de música con mis audífonos intentando que sean más fuertes que esta sinfonía del silencio. El reloj marca las 7:23 y veo los primeros rayos del sol atravesar mi ventana. Siento que puedo respirar de nuevo y puedo notar como la sinfonía termina, pero sé que volverá. Que la soledad, el encierro, el miedo y mi mente se unirán para crear la sinfonía del silencio que tocarán para mí noche tras noche que es cuando el ruido más se ausenta hasta que algún día, regresemos a la normalidad, si es que la hay…
Mi papá en pijama y mi mamá sentada Rocío Denisse Ramos
T
uve que regresar a casa. Me vi forzada a volver a mi país pocos días después de ver en el supermercado el pasillo de carnes frías vacío y el estante de papel rollo desierto. Cada farmacia que pasaba en el camino al aeropuerto tenía más fila que la anterior. Al llegar ahí, me parecía ver la imagen de una nueva moda ante mis ojos; la mayoría de la gente portaba mascarilla en sus rostros, como si el día anterior hubieran visto a un famoso hacerlo y ahora lo quisieran imitar. Después de 10 horas volando, acompañada de la incertidumbre comunitaria, entré a mi país. Fue una larga fila para bajar del avión, teniendo que esperar a que tomaran la temperatura de cada pasajero; pero, después de una hora, lo logré. Al pasar los controles de seguridad y decirles el lugar del que venía, abrían los ojos grandes y me parecía que se alejaban al menos un centímetro, o tanto como su silla se los permitiera. El proceso fue igual durante el siguiente vuelo, con la excepción que este solo me mantuvo una hora y treinta minutos en el aire antes de aterrizar en el lugar donde se encontraba mi familia. Al llegar, fui recibida por un rostro familiar y amoroso, el de mi novio, al cual no pude abrazar ni besar, por más ganas que tuviera. Él tomó mi maleta y nos dirigimos a su auto. Me llevó a un lugar donde habría de permanecer las siguientes dos semanas sin poder salir y teniendo solo ocasionalmente visitas por parte de él y mi familia. Después de dos días, vi a mis padres por primera vez en meses. Se pararon en frente de mí y nos miramos; solo podíamos ver nuestros
solo podíamos ver nuestros ojos llenos de lágrimas, pero no nuestras sonrisas al vernos
ojos llenos de lágrimas, pero no nuestras sonrisas al vernos. No podía correr a abrazarlos ni ellos a mí, ni siquiera me les podía acercar lo suficiente para tener cualquier tipo de contacto. Así fue por un rato, hasta que mi papá, no pudiendo resistirse, se acercó a mí y me dio un pequeño abrazo, ambos con las caras volteadas, y el cual duró apenas un segundo. Era muy difícil para él ver a su hija por primera vez después de tenerla tan lejos y no poder acercarse. Las dos semanas pasaron y por fin pude volver a mi casa, a mi cuarto, a mi cama, a mis cosas. Por fin pude ver a mi familia de cerca y sin mascarilla. Por fin pudimos abrazarnos y pasar tiempo juntos. Por primera vez en muchos meses, pudimos platicar en persona y ponernos al día. Teníamos tiempo de sentarnos a platicar ya que, por primera vez en la vida, no podíamos estar en ningún otro lado más que en nuestra casa. Y así pasamos la noche. Sabía que después de tanto tiempo ausente, al regresar, las cosas no iban a ser exactamente iguales que cuando me fui, pero nunca me imaginé qué tan diferentes podían llegar a ser. Al despertar y bajar a comer a la una de la tarde, después de muchas horas de sueño y recuperar el tiempo perdido con mi cama, me encontré no con una, sino dos visiones que nunca creí ver en mi vida; a la una de la tarde, estaban mi papá en mi pijama y mi mamá sentada. Desde que era niña, mi papá siempre trabajó hasta altas horas de la noche para proveernos de todo lo necesario en la vida. Durante mi infancia, hubo noches en que no lo veía porque regresaba a casa después de mi hora de dormir. En mis años de asistir a la escuela primaria y secundaria, se perdió de innumerables recitales y eventos porque tenía que trabajar. Lo vi irse al trabajo incluso en domingo cuando tenía que atender emergencias y ausentarse en ratos de las reuniones familiares para atender a sus pacientes. Toda la vida vi a mi papá trabajar incansablemente. Jamás en la vida imaginé verlo en la casa a la una de la tarde en pijama. Por su parte, mi mamá siempre ha sido una mujer activa. Corre de un lugar a otro durante el día y, de alguna manera, el tiempo nunca es suficiente para ella. Desde niños nos llevaba a la escue-
Regresé a mi casa, con mi familia, pero esa no era la casa ni la familia que recordaba
la, iba al trabajo y nos conducía a mis hermanos y a mí a nuestras actividades de la tarde. Incluso en los momentos en que no estaba afuera haciendo vueltas, siempre la veía activa en la casa; limpiando, cocinando, lavando o lo que fuera que se necesitara. Y siempre encontrando también tiempo para su familia a pesar de todo lo que tenía que hacer. Siempre la vi moverse de un lado a otro sin detenerse. Nunca me la hubiera imaginado un día en la casa sentada viendo la tele a la una de la tarde. Fue precisamente el arduo esfuerzo y constante trabajo de mis padres el que permitió que yo me pudiera a ir a estudiar fuera, motivo por el que no los había visto por meses. Aún no tenía planeado regresar; mis estudios no habían concluido, pero las circunstancias me obligaron y de pronto me encontré en mi casa y ellos también. Ese día me di cuenta de que en verdad estaba de regreso, aunque no podía ver a mis amigos ni salir a divertirme. Regresé a mi casa, con mi familia, pero esa no era la casa ni la familia que recordaba. Ahora todos teníamos que estar ahí, juntos por días enteros como nunca antes. La vida nos cambió en un segundo; unos días para bien y otros no tanto. Ha habido risas, pero también peleas. Hay días que hemos estado físicamente presentes, pero mentalmente ausentes. Volví a mi casa, pero no a la vida que conocía. La nueva normalidad se convirtió en ver a mi papá en pijama y a mi mamá sentada.
ENSAYO: LOS RUIDOS EXCESIVOS EN LAS CIUDADES
¿Qué estamos haciendo por el medioambiente? Graciela Enríquez
H
oy por hoy, casi en ningún lugar del planeta se trabaja intensamente para reducir la contaminación auditiva, causada desde hace mucho tiempo por los ruidos excesivos de todas las ciudades del mundo. A este déficit auditivo los especialistas lo llaman socioacusia (producido por niveles superiores a 60dB). Esto nos muestra una problemática social de gran importancia a nivel mundial, pues causa daños físicos y psicológicos. Sé que actualmente, por un problema mucho mayor —como enfrentar un enemigo invisible llamado Coronavirus, el que se devora hasta el último suspiro— se olvidaron de otras problemáticas que existieron desde antes. Pero de todas maneras, hay que concientizar de a poco a los humanos que estos ruidos, con los años, serán más problemas a solucionar. Las industrias y la urbanización han causado una alta contaminación auditiva en todos los paisajes urbanos, al igual que el transporte y la construcción de edificios; quitando más suelos libres para sembrar y acelerando el proceso de crecimiento poblacional. Estos efectos de la modernidad producen un desequilibrio natural, provocando estrés en los seres humanos, y con esos ruidos indeseables seguirán perjudicando el medio ambiente. Los especialistas en el tema atribuyen esta problemática social a los automóviles, las motocicletas, los trenes y los aviones. Entre otras, incluyen las obras públicas, las construcciones, los ruidos industriales y los ruidos propios de un barrio. Se estuvo estudiando en algunas ciudades la importancia de
“Una ciudad caminante”, para reducir estos ruidos excesivos; esto a través de un análisis y medición de los ruidos de las calles para formar una estrategia integral. Por lo tanto, al correr de los años se fueron implantando “Corredores Peatonales”, haciéndole caso al programa Ecobici. Esto comprende el cierre de algunas calles exclusivas, y otras se comparten con los automovilistas; en esas bici sendas privilegiando a los peatones. A los ruidos excesivos de las ciudades no se les dio nunca un trato tan estricto como a otras problemáticas, aún así en este siglo XXI no se le da más importancia que a otros problemas menores. Para ello debe de convertirse en un factor principal de estudios, leyes, y gobernantes que puedan crear y dar soluciones al tema, poniendo sobre la mesa los daños y perjuicios que acechan a la salud de los seres vivos y el bienestar del planeta. Toda referencia relacionada con el ruido del transporte, una ciudad caminante y la disminución de estos ruidos haciendo pie al uso racional y limitado de los coches, la protección al peatón en la creación de infraestructuras urbanas. Manteniendo la creación de espacios públicos y la reducción de la contaminación auditiva, hay que enfatizar el concepto de ruido y sonido poniendo esto en estudio exhaustivo, remarcando que de ello depende la salud de todos los seres vivos que transitan en las ciudades. Los organismos internacionales hacen recomendaciones al respecto: Elaboran estrategias firmes y seguras, cambios en las políticas de construcción, la realización de corredores peatonales para la seguridad de todos los peatones y de los pequeños alumnos a la hora de desplazarse a las escuelas. También existen muchas personas con problemas de paranoia y depravación, por lo que al paso del tiempo serán más enfermos y ante esa situación en el futuro sin solución; es necesario trabajar hoy para erradicar definitivamente los ruidos excesivos. Pero para ello, habrá que colaborar en conjunto todos unidos y tener paciencia intentando creer en la justicia. Por último, debo señalar los daños que llegaron ya a provocar
en la naturaleza, la que debemos cuidar porque este es el único planeta hasta hoy que nos cobija, es nuestra casa en el infinito. Estos ruidos están afectando a plantas y animales, provocando por ejemplo abortos involuntarios en los caribúes, crecimiento en los pollos y la producción de huevos. Asimismo, interfiere en la polinización de plantas y flores. Las aves corren peligro de no localizar sus presas por causa de las industrias, hay especies extintas o peligro de extinción por causa de los sonidos de las ondas sónicas, y además ha provocado la disminución en la reproducción de una variedad de animales. Los barcos petroleros causan la muerte de delfines y ballenas por su irresponsabilidad en el derroche de petróleo en las aguas oceánicas. Por último, en las vacas se reduce el consumo de alimento y la producción de leche. En conclusión, con este ensayo quise demostrar que los corredores peatonales y espacios verdes aportan un aspecto positivo, y ver una notable reducción de la contaminación auditiva, con el tiempo esperando que se erradiquen de la tierra. Son todos los puntos de referencia para continuar estudiando el tema, formando bici sendas y caminar más para recuperar la salud y tener mejor calidad de vida. Promover la reducción del tráfico automovilístico, motos y otros rodados. La diversificación del suelo, reducción de rutas de movilidad, y el aprovechamiento de los espacios verdes en lugares públicos. Hubo una variación del sonido entre el 2008 al 2014; si bien han reducido los niveles, falta mucho por hacer. Logramos el implemento de bici sendas, colocación de barreras naturales y la participación en conjunto de todos los ciudadanos, pero es vital mantener diálogos positivos con los gobernantes de dichas ciudades para continuar con nuevas ideas, planeando más estrategias para combatir los ruidos excesivos. Después de que concluya esta lucha en contra del enemigo invisible (Coronavirus), espero que tomemos más en cuenta esta problemática social, para que el futuro de nuestros niños sea mejor y vivan una buena calidad de vida, siendo más conscientes en el cuidado del planeta que nos refugia.
No puedo creerlo Javier Vázquez Lunes. Martes. Miércoles. Jueves. Viernes. Sábado. Domingo. Lunes. Viernes. Sábado. Domingo. Martes. Viernes. Jueves. Enero. Febrero. Agosto. Marzo. Ya no sé ni qué día es. Si no es por el calor, porque el crespón está en flor o porque de noche veo Júpiter y Saturno; si no fuera porque la factura de la luz últimamente llega más cara, no tendría idea que es verano. Cada mañana, salgo de la cama y voy directo al baño. Me lavo los dientes. Después, preparo el café. Pongo música. Me siento a leer. Tomo el café. Así pasa un rato y, mientras leo, veo llegar los colibríes, tecolotes, carpinteros y urracas. Hace mucho que no vienen las chachalacas. Tal vez seis o siete semanas. Desayuno. A las nueve entro a la regadera. Me toma dos o tres canciones. Saliendo, riego las plantas. Para las nueve cuarenta ya estoy con el trabajo. Empiezo con los correos. Primero, la cuenta personal: promociones de macetas, notificaciones de Naturalista y Mercado Libre con su publicidad. Luego, la cuenta de la empresa: cotizaciones, facturas y el SAT. Nada nuevo. Dan las doce. La tripa ruge. Me visto y salgo por un pollo, son buenos para el colesterol. Regreso. Como. De sobremesa, la prensa. Siempre política, deportes, artistas y gente muerta. Rara vez algo nuevo; fraudes cibernéticos, algún virus,
fotos de Plutón y Marte, son ejemplos de novedades. Dan las dos. Regreso al trabajo. Entre las dos y las seis toca salir y hacer diligencias: enviar paquetería, reparar aires acondicionados, hacer pagos, surtir materiales, supervisar proyectos, visitar clientes, etc. Hoy ando dando vueltas en el coche, escuchando la radio. Están pasando canciones de los 80’s, todas bien motivadoras; tanto, que bien podría estar corriendo por el centro de Filadelfia, a punto de ganar un nacional de karate o estar entrenando para vencer al demonio de mis sueños —ese que se mete y los convierte en pesadillas—, pero voy a recoger refacciones de aire acondicionado. Uno debe andar motivado, ¿no? Después de un rato regreso al departamento. Nada fuera de lo normal. El gato pide más comida y, mientras le sirvo, me da antojo de barbacoa; debe faltar poco para el domingo. El recuerdo llega siempre como alarma de reloj. Satisfaces la necesidad y el cronómetro se reinicia. Comienza de nuevo su marcha, pero en forma regresiva. Tic tac, tic tac. Para las siete ya es hora de entrenar. Me doy un baño y preparo la bicicleta. Salgo quince minutos después. De traslado son treinta minutos y, de entrenamiento, noventa. Para las nueve cuarenta y cinco estoy de vuelta en casa. Bajo la bicicleta, el uniforme y el casco. Me baño de nuevo y voy por cerveza. En el OXXO ves al mismo borracho de siempre. Se saludan. Para las diez treinta ya estoy tomando la segunda cerveza. Preparo la cena: huevos estrellados. Reviso las noticias: nada nuevo. Termino la sexta cerveza y me voy a la cama. Otra revolución: mañana todo vuelve a comenzar.
Esta noche corrí Miralda Peraza
D
ecidí salir a correr; era la primera vez en esta cuarentena que mi cuerpo me suplicaba salir a correr. Necesitaba huir de la oscuridad del hogar por un instante, desgarrar los músculos en unos cuantos pasos atolondrados, recluir a las piernas absortas en su vaivén. Empecé la caminata pausada, hasta que poco a poco quedé insomne por el correr de los transeúntes; me obligaban a trotar dando vueltas por toda la plaza, hasta que mi pecho sintió esa punzada. Esa saeta que labra el dorso, se acumula en la mudez de las piernas y se enraíza en los pies. Arrastré con fuerza aquella lápida de mi carne hasta sentir la punzada de la piel deshojándose en el viento. Fui la hojarasca, hija de la tierra, amante del viento en su hipnótico porvenir. Escuché la angustia de la abuela, la frustración de los padres, la indiferencia de la hermana. Necesitaba cambiar de dirección, estremecer las piernas en los brazos de otro pavimento descuidado. Los círculos empezaban a marearme, mi aliento era turbulento, la mirada cansada de esperanza. Troté perdida hacia la calle aledaña y me enfrenté ante el crucifijo del parque de aquel primer amor, la plática entre amigas deshilvanadas, el rumor de la infancia en su color ceniciento. ¿El parque existe en mí? ¿O yo existo en el parque? Me senté en la banca y me quedé absorta en la cadencia de la música mientras observaba alrededor. Justo en la misma banca. Esos fierros verdes y viejos que sostenían la hiedra entrelazada de las piernas, las palmas aferradas a su beso diurno. Acaricié cada herida del minuto, la sordidez de una banca que sólo aspira a la sombra de amantes, lágrimas de soledad, vacío de plaza. Sonaron las campanadas de la iglesia y solté una plegaria a la noche. Miré los cadáveres de estrellas que se esconden y brillan en su oscuridad clandestina. Por un momento fui la misma niña sentada en la plaza ajena, aferrada a un ramillete de sueños colapsados, un canto herido de corazón paralizado.
Sonó la última campanada, solté la mano de la niña perdida, me paré, y seguí caminando. Los caminos se abrían y cerraban guiados por la mirada del vecino extranjero, el recuerdo ajeno que se escabulle y se queda, entenebrecido témpano en la banca. Llegué a la fuente. Esa fuente siempre ajena y agrietada como huérfana del tiempo adolescente. Sedienta me miró y se despojó de la hez pétrea. En ese momento lo recordé, amor tempestuoso que marchitó la inocencia. Me acribilló la memoria de sus manos bajo la ropa, su aroma desértico, las palabras entumecidas en el cuello. Fuiste buitre en el árbol, saboreando la tórtola infante que se baña en la fuente siempre seca. Yo di el primer paso, te hablé, y me aferré a tu cuerpo. Hasta que tus labios menguaron en mi cuello y lo desollaron. Tenía que despedirme de esa maldita plaza. Sostener mis últimos pasos y solamente correr. Caminé titubeante en ese pequeño pasaje. Los muros me acorralaban, el ramaje crecido rasguñaba mi piel y sajaba las cicatrices. Tenía que acelerar mi paso y aplastar tu voz estancada en la fuente que me mira. Apresuré el paso con el corazón palpitante entre las manos, cerré las palmas y alcé los puños en la misma cadencia de la canción que me exigía sangrar tu recuerdo. Corrí furiosa con algunas lágrimas pincelando mi rostro. Hasta que el zarzal a medio camino cerró mi paso, la canción se estremeció; era pausada pero vigorosa. Retiré la maraña de raíces con algunos rasguños, sangre entre mis dedos tus labios, pude sentir tu roce tibio que congeló mi cuerpo, y me bañaste por última vez en un sudor tempestuoso que arrebató mis latidos. Pero esta vez recuperé el aliento, desmembraba cada sílaba de tu nombre, y corrí de tu risa dislocada en mis brazos. Aun así, sonreí para mis adentros y me despedí de ti. Esta noche corrí de la pulsación de tu nombre, anocheció el recuerdo, murió tu carne entre mi pecho agrietado. Corrí de ti, de mí.
Era un viernes en la noche Martha Elvira González de la Peña
E
ra un viernes en la noche, todo parecía normal. Bueno, dentro de “lo normal” de estos últimos meses. Esa misma semana había comenzado con ideas raras, situaciones que podrían pasar, realidades que nadie quisiera alcanzar. Empecé a pensar en el calentamiento global, la crisis alimentaria, la caída de la bolsa. ¿Qué podría hacer ante tales problemas gigantescos? Lo único que pensé: “comienza a sembrar, comienza a sembrar en tu patio; habla con tus vecinos, hagan huertos en sus techos; no puedes dejar que nadie muera de hambre”. La voz en mi cabeza era más y más fuerte, a pesar de nunca haber sembrado antes ni saber los procesos ni cuidados, crecía y crecía más. “No dejes que nadie muera de hambre, no puedes dejar que mueran de hambre”. Intentaba pasar de lado esa voz para realizar mis actividades, lo que me mantenía aún cuerda… funcional. Hacía horarios para darle una continuidad a mi vida; inventaba actividades o retomaba cosas que siempre quise hacer y ahora podía hacer…”tienes todo el tiempo del mundo, deberías aprovechar el tiempo, haz algo”. Las cosas se ponían más raras, youtube me recomendaba “profetas, videntes, médiums”… La curiosidad mató al gato. “Vienen tiempos aún más difíciles, vienen más movimientos políticos, viene una crisis alimentaria, prepárate y cosecha tus propios alimentos”, decía la mujer del vídeo. “Avistamientos de ovnis, seres extradimensionales, todo va cambiar y si no vibras alto para Diciembre, te vas a quedar”, decía otra mujer. Mi voz interior siguió y sugirió: “aprende de una maldita vez a cosechar tus alimentos”. Video tras video sobre cosechar en
espacios pequeños, en pet, cosecha, germina, de los mismos alimentos que ya tienes, crea tu propia composta, etc. Siguió, siguió. “Aprende a cocinar sin estufa utilizando latas y alcohol”, “como producir luz sin electricidad”, “como ir al baño sin agua”, “como disparar un arma”, “como huir de la ciudad”, “como sobrevivir de ataques de gente hambrienta”, “son ellos, o eres tú”, “el apocalipsis ya empezó”. Apagué la pantalla. Me dolía la cabeza. Me fui acostar. Estallé. La voz se hizo fuerte, más fuerte que nunca. “No estás salvando a nadie, no estás ayudando a nadie y ya no hay tiempo”, “todos van a vibrar bajo si no haces algo”, “no puedes ayudar a tu propia familia, ni a tus amigos”, “no te puedes salvar ni a ti misma”. Mi corazón se aceleró, mi mente voló. Mis vecinos tenían una fiesta con música electrónica, probablemente alcoholizados. Mi madre, mi hermana, sus cuartos estaban a pocos metros pero no quería preocuparlas. Mi celular para llamarle a algún amigo, no quería despertarlos de madrugada. Estaba sola. En la noche. En la oscuridad. El peor de los miedos viene de adentro. De mi cabeza. La voz era más fuerte, y más fuerte. Recé. Pidiéndole a mi Dios que todo acabara ya. Si no eran los pensamientos, que acabara la noche, la oscuridad. ¿Acaso merecemos un final tan cruel? Juro que esa noche hasta a los alcoholizados de mis vecinos quería salvar. ¿Merecemos terminar así? Dormía, pero no paraba de rezar. Despertaba y no paraba de rezar. Llegó la mañana. Llegó la luz. La esperanza de un nuevo día. Compartí mi pesar con mi familia, con mis amigos. Compartí mi peso, compartí la voz que no dejaba de hablar. Fue un viernes en la noche y ya nada fue normal.
Salud Mario Alcántara
D
avid había decidido regresar a su pueblo para pasar la cuarentena. A la vieja casa de campo donde pasó gran parte de su infancia. Se encontró viejos cuadros y todo casi en orden como lo recordaba, excepto por las personas que habían habitado en ella: sus abuelos, y la gente que trabajaba en aquel lugar, quienes habían fallecido hace ya algunos años. Lo que más le gustaba del sitio era su ubicación, pues el vecino más cercano no estaba a menos de dos kilómetros a la redonda. Además, el lugar no lucía tan descuidado ya que por algunos años se aseguró, aunque no lo visitara, de que se le diera mantenimiento por parte de gente que vivía y trabajaba en el pueblo. Sin embargo, siempre le sorprendía que cada vez era más difícil encontrar lugareños dispuestos a realizar estas labores, aunque les ofreciera un pago mucho más alto de la media para tal encomienda. Una vez instalado en su cuarto, el cual sería su santuario por al menos los próximos sesenta días, pues quería un lugar tranquilo donde pasar la cuarentena, y listo con un amplio surtido de provisiones para aguantar el tiempo destinado; pensó: Esto es increíble, tanta paz que se siente, sin nadie que me interrumpa. Por fin podré leer mis libros y aprovechar el tiempo que me da mi reciente jubilación. Pasados los minutos, a pesar de la exhaustiva limpieza que había realizado en el cuarto principal donde se instalaría, aún quedaba polvo en el ambiente, algo de lo cual él era muy sensible, por lo que comenzó a estornudar estrepitosamente. ¡Salud! - escuchó. El viento sopló fuertemente, las ventanas se azotaron hasta quebrarse con el golpeteo, la luz se tornó rojiza y la madera empezó a crujir como si una manada de caballos salvajes pasaran por encima. David supo en ese instante que ese lugar no sería un buen sitio para pasar los días de confinamiento.
Viñetas del confinamiento Luis Eduardo Alcántara
Q
ueridos amigos, ella y yo volvimos a reunirnos. Una vez que las autoridades federales anunciaron la entrada en vigor del semáforo verde, la llamé de nuevo y nos abrazamos como dos locos en mi departamento. Nuestros microbios ardían por volver a juntarse. Procedimos a besarnos con desesperación. Nos tocamos otra vez la nariz y los ojos. Bebimos nuestra respiración tan quemante. Nos estornudamos de frente, cara a cara, aborrecimos el gel anti bacterial y el cubrebocas, y nos mantuvimos apretados, muy juntitos, como la última vez hace meses en la terminal aeroportuaria, cuando pensábamos viajar en grupo hacia el extranjero pero de último momento nos arrepentimos de hacerlo; no por falta de dinero, aclaro, sino por temor a los contagios masivos difundidos por la prensa. Y después vino lo que ustedes ya conocen, el más oscuro aislamiento del mundo y de la sociedad. El mejor año de la historia, convertido en la noche más larga de este siglo. Pero hoy estamos de nuevo juntos, dispuestos a recuperar el tiempo perdido. Y eso es lo que importa. Lástima que ninguno de nuestros amigos cercanos pueda venir a brindar con nosotros, pues siguen en el extranjero, recluidos en hospitales saturados con pacientes de COVID-19. *** Solo un clamor popular no fue erradicado de las calles, sin importar el pico de la pandemia o las instrucciones oficiales para guardar la sana distancia. Solo una expresión superior burló cualquier medida gubernamental para mantener el encierro en casa y reforzar así el confinamiento: “Se compran colchones, tambores, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas o algo de fierro viejo que veeendaaaann”.
*** Transcurrí la pandemia con solamente dos mudas: la de dientes y la de hábitos. Desde entonces, el pijama es mi ropa de calle. *** No hay peor ciego que el que no quiera el gel. *** Varias cuarentenas después, nosotros, los que cambiamos la hoja de parra por el cubrebocas de tela, cuando regresemos al paraíso prometido, ya no seremos los mismos. *** Después de tantos meses de obligado confinamiento, de nuevo apareció mi novia en la oficina, ahora con el rostro completamente limpio de artilugios. Sin el cubrebocas se veía tan hermosa, tan atractiva, como una estrella rutilante después de haber estado eclipsada tanto tiempo por la pandemia, y por esa tela descolorida cruzada por ligas ajustables. Es como si de repente me hubiera topado con otra persona. Le pedí un autógrafo y rápidamente agendé una cita. *** Ya quiero que termine la cuarentena para seguir encerrado en mi espacio, este hermoso cajón de terciopelo rojo y madera, donde nada me hace falta, ni siquiera el aire.
COVID-nauta Nohemí Damián de Paz
E
l árbol se mece con ayuda del viento, mientras mis ojos recorren con cierto cansancio las gobernadoras adornadas de basura que nadie recoge. Botellas de plástico, envolturas de dulces y papel higiénico las ornamentan como pinos de Navidad. ¿Navidad? Tal vez en esta casa no se festejará ese día. Un recuerdo nubla mis ojos. Mamá, ¿por qué seguimos en esta casa? Deberíamos irnos como lo hizo papá. ¿Mamá? ¿Por qué no respondes? Desde ayer no abres los ojos... Seguro estás cansada. Duerme. Yo te cuidaré. Debo salir para buscar alimento; no he comido en una semana entera. Me preparo para encaminarme al supermercado más cercano. Antes de esta pandemia admiraba a los astronautas, incluso quería ser uno en mi niñez. Lo que más admiraba de ellos eran sus trajes, sobre todo sus cascos. Ese casco representaba al valiente aventurero espacial. Ahora, un casco similar, tiene otro significado. Meto mi desnutrido cuerpo en mi único traje blanco. Ese traje me cubre de los pies a la cabeza, excepto mi rostro demacrado. Lamo mis labios en un intento de humedecerlos; están secos por la falta de líquidos. Me pongo esa especie de casco para cubrir mi cara. Desde lejos pareciera un casco de motociclista. Al final, los guantes azules recubren mis delgados dedos, con la esperanza de que ni el polvo sea capaz de traspasar mi piel. Me encamino hacia la puerta y dejo atrás mi melancolía para adentrarme a mi miedo más grande: el exterior. Cada que mis pies se encuentran en el patio, resuenan las palabras de mi padre. ¡Te dije que usaras el cubrebocas! ¿Qué te he dicho? Debes usar el gel antibacterial antes y después de salir. ¡Deja de quejarte y haz caso! ¡No, no, no! Lava otra vez ese dinero con cloro. ¿Exagerando? No estoy exagerando, es por tu bien. Caminar los fines de semana en la calle por donde se ubica mi casa era abrumador. Actualmente, un domingo por la mañana,
puedo acercarme con facilidad al supermercado. Al no tener que lidiar con el tráfico diurno, puedo darme el lujo de manejar más rápido de lo normal. Ingreso al lugar y puedo percibir la ausencia casi total de las personas. Pasos sordos son los que recorren cada pasillo. Me detengo en cada sección para encontrar lo que necesito. Pago con mi tarjeta de crédito y me dirijo a mi automóvil. Sin embargo, un escalofrío recorre mi espalda y me obliga a mirar hacia atrás. A unos dos metros de mí aparece alguien que creí muerto. Decidí apagar el radio cuando oí las mismas noticias de siempre: la situación sigue empeorando. En otras noticias, la Organización Mundial de la Salud (OMS) informó que van casi 22 millones de casos de coronavirus en el mundo, confirmados mediante pruebas de laboratorios y que en las últimas 24 horas se han registrado 213 mil 391 nuevos casos. El primer integrante de mi familia que se contagió de ese virus fue mi padre. Lo supe meses después que nos abandonara, a mi madre y a mí. En ese momento no tenía idea de su situación y simplemente decidí detestarlo cuando desapareció. Ahora que lo tengo sentado a un lado mío, únicamente deseo abrazarlo. Ya no estoy solo, eso es más que suficiente para que sonría de nuevo. Mi papá responde a mi reacción y me da un suave apretón en el brazo izquierdo. Tenía tantas preguntas que hacerle; ¿dónde estuviste todo este tiempo?, ¿supiste lo de mamá?. Me mareaban mis preguntas y mejor decidí guardar silencio. Él tampoco hablaba y miraba hacia al frente. El paso del tiempo nos había transformado en dos adultos solitarios, supongo, pero el silencio ya no sería nuestro único acompañante. Al cruzar el patio, esas gobernadoras se me figuraron como pinos de Navidad y por primera vez en seis meses quise hornear un pavo.
Clases en línea Nohemí Damián de Paz ―¿Mamá? ¿Mami? ¿Qué es la esperanza? ―dije en un intento de distraer a quien sus lágrimas estaban dibujándose en su rostro cansado. ―¿Qué es? ¿Por qué mi tía Susana dice que no lo tiene? ¿Te duele algo? ―eran preguntas dadas al viento, ya que no obtenía las respuestas. Desde hace tiempo comprendí que los adultos no hablan mucho y casi nunca sonríen; pareciera que todo el tiempo estuvieran molestos y arrugan sus rostros como si algo oliera mal. Aunque no todos son así, mi maestra es muy risueña y me trata con cariño, sobre todo cuando participo en las clases en línea. Desde que esa tal “cuarentena” apareció, todo ha cambiado. Por ejemplo, mamá casi no me habla y sale mucho (esto último no debería hacerlo con frecuencia); empezaron a desaparecer varios electrodomésticos de mi casa y de repente me compraron una laptop; después me dijeron que por ese aparato (que ni sabía cómo usar) tendría mis clases; y, por último, mamá desde hace días llora en silencio. La verdad quisiera ayudarle más, platicar como antes, pero simplemente no me deja. Es como si un muro invisible nos separara. Mi madre se levanta del sillón, me toma de la mano y me sienta enfrente de la laptop. Veo la hora, pronto empezará la clase. Mientras mi maestra me enseña la suma de fracciones, ella solloza en su cuarto y creo escuchar varios estornudos.
Fotografía de Kennia Gómez
Historia de una cuarentena Kennia Gómez Velázquez
D
esde que recién empezaban los rumores sobre este nuevo virus y al ver la reacción de nosotros ante este gran problema que se veía venir y del cual nadie estaba listo para afrontar, me hizo reflexionar que cada persona tiene un criterio, un criterio que hace que reaccione como lo hace y estando en casa, con mi familia lo he comprobado de la mejor manera, ya que existen diversas opiniones entre nosotros. Además, durante estos meses de contingencia los medios de comunicación en TV, y sobre todo en internet, se han encargado de llenarnos de información tan dispersa con datos que parecen nunca acabar y que en realidad nadie sabe con veracidad si toda esa información es real o no lo es y es interesante ver cómo las personas reaccionan ante tal información que a final de cuenta nos invade y que es muy difícil ignorarlo. Ahora es cuando me hace más sentido que cada cabeza es un mundo, al estar conviviendo diariamente con mi familia, porque me doy cuenta que cada uno vive en su mundo y cada uno de nosotros nos hemos acoplado al encierro como lo cree conveniente y de maneras completamente distintas. Se nota esa soledad incierta que está presente en cada uno de nosotros, no solo de forma física, sino que también mental y espiritual, pues es así como yo lo contemplo, al percibir en este encierro que cada miembro de mi familia se encierra en su burbuja (una burbuja que se puede expandir y reducir), en sus propios pensamientos, en su propio criterio, en su propio mundo, simplemente dejándose llevar esperando a que todo esto pase lo más pronto posible, y yo también me incluyo, pareciera que nada de esto es real, se siente como un sueño, un sueño en el que no se sabe cuándo podremos despertar, se siente como una pausa en mi vida, llena de miles de emociones combinadas, algunas de ellas presentes al mismo
tiempo en donde hay días tristes, felices, frustrantes, melancólicos o sólo días y que es normal la manera en que cada persona asume esta situación, finalmente aún estamos descubriendo cómo adaptarnos. Es una adaptación con un proceso muy personal, cada uno va descubriendo cómo hacerlo, también he observado que dentro de este proceso de adaptación nuestros cuerpos han cambiado. Es curioso pensar que antes había un contacto físico, esencial para la comunicación entre cada uno de nosotros, y ahora es casi nulo o llega a ser hasta prohibido para tener una mayor “seguridad”. Sin embargo, nuestro cuerpo sigue teniendo la capacidad de comunicar y expresar aún cuando nuestro ritmo de vida ha cambiado. Siempre buscamos una manera de comunicarnos acorde a las circunstancias que se nos presentan. Incluso los niños juegan un papel muy importante, ellos tienen una manera muy particular de ver esta situación, además de que la disposición de sus cuerpos es distinta a la de nosotros, ya que se expresan y comunican de una manera distinta; son los únicos que están disfrutando estar en casa con mamá, pues ya les pueden poner atención; no tienen preocupación alguna por saber qué es lo que está pasando a su alrededor o qué es lo que pasará en algún futuro. Atienden a su propio mundo interior, no sabemos qué pasa dentro de ellos, pero sí sabemos que hay algo que los distingue.
Fotografía de Kennia Gómez
Diseño y edición: Alejandra Valenciana García
Relatos de la cuarentena XII, Primera edición, 2020 © 2020, los autores © 2020, Tresnubes SAPI de CV © 2020, Universidad Autónoma de Nuevo León
UANL Rogelio G. Garza Rivera Rector Santos Guzmán López Secretario General Celso José Garza Acuña Secretario de Extensión y Cultura Antonio Ramos Revillas Director de Editorial Universitaria
Padre Mier No. 909 poniente, esquina con Vallarta Centro, Monterrey, Nuevo León, México, C.P 64000 http://editorialuniversitaria.uanl.mx/ editorial.uanl@uanl.mx
TRESNUBES EDICIONES Reforma 427, San Pedro Garza García, C.P 62400 https://bazarama.com.mx/pages/seller-profile?tresnubes_ediciones&fbclid=IwAR05TpuKeNt_6ORaXXIpKt2dFawMcWmTsjEbDpspJ8TcKd6PDkVQGx1zD4k tresnubesediciones@gmail.com