publicación gratuita sobre la identidad del fútbol uruguayo mayo/junio 2015_edición_04 - issn 2393-5995
¿Qué cobrás? Arbitraje en Uruguay: se sabe poco, se critica mucho
Leonardo Maidana La triste historia de un crack que no llegó
Gregorio Pérez El hambre de gloria, nervio motor del fútbol uruguayo
nicolás lodeiro: un 10 que se vuelve 14
rápido y virtuoso
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Doping positivo
En las actuales circunstancias y bajo estas condiciones
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Tal vez suceda cuando uno se va poniendo viejo. El exceso de energías típico de la adolescencia comienza a canalizarse por vías más saludables y el fanatismo se apaga. O capaz que tiene que ver con cierta lucidez triste, bien uruguaya, de comprobar que todo es al fin y al cabo un negocio bastante corrupto y que entonces no vale la pena poner allí un gramo de emoción. También puede vincularse al acceso inmediato e ilimitado al fútbol y a estrellas de todas partes del mundo, o al cada vez más creciente estado de relax con que hoy día se asumen, manipulan y reconstruyen las identidades –políticas, sociales, musicales, sexuales y, por qué no, deportivas–, sobre todo en ciertos espacios de la clase media ilustrada. Por alguna de esas razones, o por una mezcla o suma de todas ellas, de un tiempo a esta parte ha ganado notoriedad un espécimen de hincha de fútbol difícil de catalogar, que no es nuevo pero que ya no se esconde y que sostiene sin complejos la máxima de Ortega y Gasset de que “yo soy yo y mi circunstancia”. En el siglo XX uno podía ser hincha de, cuando menos, tres o cuatro entidades futbolísticas diferentes –con variados grados de pasión, por supuesto–, y esto podía ocurrir porque cada una de esas entidades correspondía a una identidad social y territorial distinta y porque esas dimensiones casi nunca competían entre sí. Entonces yo podía ser hincha del Piriápolis Fútbol Club porque había nacido en Piriápolis, de Peñarol porque era mi forma de integrarme al esquema binario de la
identidad nacional, de Uruguay porque era mí país y de Italia porque allí habían nacido mis padres. Yendo una generación más arriba, mi padre compartiría las identidades de Peñarol, Uruguay e Italia por las mismas razones que yo, y reemplazaba parcialmente la del Piriápolis –él no nació ahí, esa sería más bien algo adquirido– por la del La Luz Fútbol Club, el cuadro del barrio de su infancia. Saquemos los amistosos y los partidos de práctica y entonces la única oportunidad de choque entre esas identidades sería algún esporádico Uruguay-Italia por la Copa del Mundo (pasó en 1970, 1990 y 2014) y un eventual Peñarol-La Luz que pudo haberse producido a fines de la década de los sesenta si no fuera porque, según cuenta la leyenda familiar, los de Aires Puros vendieron una final de la B, creo que contra Huracán Buceo. En fin, lo que importa de todo esto es remarcar que el hincha del siglo XX no era un ser unidimensional, sino que poseía múltiples identidades, aunque ellas raramente se superponían. Eran algo así como engranajes complementarios que permitían al sujeto integrarse en las diferentes dimensiones de la identidad, según las necesidades del momento: el barrio, el pueblo, la nación y el relato civilizatorio más amplio, la madre patria Europa. Y cada una de esas identidades pequeñas valía por sí misma: uno no era hincha de La Luz, de Peñarol, de Uruguay o de Italia por esta o aquella razón
El hincha del siglo XX no era un ser unidimensional, sino que poseía múltiples identidades, aunque ellas raramente se superponían. circunstancial. No, uno era hincha per se, a secas, hincha y punto. Difícilmente la adhesión del público a la selección uruguaya se explicara entonces apelando a razones institucionales –por ejemplo el “estupendo proceso de selecciones nacionales”, que sirve hoy como fórmula para explicar su renovada popularidad–. Ser hincha era una categoría por defecto, algo que se adquiría en los primeros años de la vida –la conciencia aquí jugaba un rol escaso– y que se mantenía después contra viento y marea. Salir del clóset no era changa por aquel entonces. El primero que recuerdo en hacerlo fue mi tío, allá por los últimos años de la década del noventa. Hincha de Peñarol de toda la vida, un día dijo “basta, a mí me gusta Danubio, juega al fútbol de la forma en que yo creo que debería jugarse y que digan lo que quieran”. Tal vez fuera por el efecto Julio Ribas, o por las consecuencias del abusivo quinquenio –¿qué gracia tenía ser hincha de un cuadro que ganaba todos los años?– pero por entonces vi otros casos
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similares: mi hermano buscó su identidad en el ave Fénix y otro amigo deambuló por varias cuadros chicos hasta abandonar por completo el interés en el campeonato uruguayo. Sigamos jugando a la simplificación y al esquema y digamos que esto fue un período de transición. ¿Qué surgió después? Un nuevo hincha de fútbol. Si las identidades a las que me referí eran sólidas –las cosas son así porque son así, de la misma forma que Kesman es Kesman y que esto es Peñarol–, usando la vieja definición de Zygmunt Bauman podríamos decir que hoy crecen entre nosotros las identidades líquidas, que se amoldan a diferentes espacios y circunstancias. Así, uno puede ser hincha del Atlético de Madrid porque le gusta su estilo aguerrido, su actitud ganadora y porque allí juegan un par de uruguayos, pero hace cuatro años cuando los hinchas puteaban a Forlán –que les había dado un título luego de mil años de no ganar nada– podría parecerle el cuadro más despreciable de España y querer que se fuera al descenso. O puede olvidarse rápidamente de qué color es la camiseta del Liverpool inglés, luego de haber pasado un año entero madrugando para ver a Suárez. El compromiso puede ser más breve aún: este hincha puede gritar el cabezazo de Thiago Silva del Paris Saint Germain contra el Chelsea por la Champions League porque se consustancia con un equipo organizado, lúcido, paciente y metedor, que con diez jugadores le banca el partido de visitante a uno de los mejores de Europa, como puede verlo una semana antes o después entrar a la cancha entregado contra un rival similar y sentir por él un profundo desprecio. Y este hincha puede, al mismo tiempo, ser absolutamente indiferente al hecho de si Urretaviscaya llega al domingo, si Pereiro se queda a jugar las finales o si el jugador Yumbo es un premio equitativo y transparente. Ni hablemos entonces de la selección uruguaya, tal vez el más claro ejemplo de esta condición de hincha que no es que no sea incondicional –el hincha nunca es incondicional, abandona, putea a sus jugadores y hace todas esas cosas que todos los que las hacen siempre ven en su adversario–, sino que no se jacta de serlo.
“Sí, soy hincha de tal y cual por esto y aquello, pero si mañana esas condiciones o esas circunstancias no se repiten, dejaré de serlo y las buscaré en otro lado, sin que me pese ningún complejo de culpa”. De ahí que de unos años a esta parte la selección haya ganado hinchas que parecen serlo, más que de una mística nacionalista a la vieja usanza, de un proceso ordenado, con prestigio internacional, que consigue resultados, o de un equipo organizado, trabajado, consciente de sus virtudes y defectos y sin gestos de divismo. Hay de todo bajo el sol y algunas de las personas que creo que más saben de fútbol comparten estos rasgos. Buscan
conscientemente los estilos de juego y las actitudes de los jugadores dentro de la cancha con las que se identifican. Siguen a esos equipos y usualmente los valoran antes de que consigan resultados y la gran máquina mediática los presente como el futuro. También lo comparten algunos de los más oportunistas, aquellos que siguen las modas como máscaras que los proveen de identidades siempre acordes a los tiempos que corren, y que volverían a meterse en el clóset si el viento de la historia comenzara a soplar para el otro lado. ¿Cómo viene el Liverpool este año? _Mauricio Bruno
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Permiso del MEC en trámite www.tunel.com.uy - redaccion@tunel.com.uy Dirección responsable: Diego Graziosi Coordinación general: Pedro Cribari Edición: Marcel Lhermitte Escriben: Ignacio Alcuri, Juan Aldecoa, Daniel Baldi, Mauricio Bruno, Marcelo Fernández Pavlovich, Agustín Lucas, Luis Morales, Martín Otheguy, Patricia Pujol, Carla Rizzotto, Hamlet Tabárez, Federico Zugarramurdi Fotografía: Andrés Cribari, Mauricio Khüne, Rodrigo López, Leonidas Martínez Diseño: Andrés Cribari, Rodrigo López Corrección: Stella Forner Sitio web: Pablo Scartaccini Producción comercial: Yamandú Graziosi, Roberto Zanolli Agradecimiento: Damián Contreras (Prensa Boca Juniors) Se utilizaron las tipografías Chau Trouville, de Vicente Lamónaca; Rambla, de Martín Sommaruga; y Adobe Garamond Pro Foto de tapa: Leonidas Martínez Impreso en Mastergraf
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Arbitraje en Uruguay: se sabe poco, se critica mucho
¿Qué cobrás? Son los tipos menos queridos del planeta fútbol. Si les va bien los critican; si les va mal también. Su mundo es diferente al de los demás. Son los cuervos, los enemigos, los culpables de todos los males. En sus espaldas cargan historias propias: otro trabajo para sobrevivir, una familia que los acompaña, su única hinchada. Se muestran y quieren hablar. Son esos personajes tan particulares que tiene el deporte, más precisamente el fútbol: los árbitros.
“Nadie corre más que él. Él es el único que está obligado a correr todo el tiempo. Todo el tiempo galopa, deslomándose como un caballo, este intruso que jadea sin descanso entre los veintidós jugadores; y en recompensa de tanto sacrificio la multitud aúlla exigiendo su cabeza. Desde el principio hasta el fin de cada partido, sudando a mares, el árbitro está obligado a perseguir la blanca pelota que va y viene entre los pies ajenos. Es evidente que le encantaría jugar con ella, pero jamás esa gracia le ha sido otorgada. Cuando la pelota, por accidente, le golpea el cuerpo, todo el público recuerda a su madre. Y, sin embargo, con tal de estar ahí, en el sagrado espacio verde donde la pelota rueda y vuela, él aguanta insultos, abucheos, pedradas y maldiciones”.
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El fútbol a sol y sombra, Eduardo Galeano, 1995.
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La Asociación Uruguaya de Árbitros de Fútbol (Audaf ) es el gremio que reúne a los jueces que actúan en los partidos organizados por la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), a nivel profesional, amateur, en divisiones formativas y en la rama del fútbol femenino. La organización nació en 1951 como respuesta a la imposición de un árbitro brasileño por parte de Palmeiras, cuando llegó a Montevideo para enfrentar a Nacional. Feliciano Cacheiro Sánchez –cuenta la leyenda que mientras asistía a Rodolfo Llanes en un Wanderers-Rampla festejó un gol de José Sasía ante Palmeiras, en la final de la Copa Libertadores de 1961–, sobre los “20 años de historia de la agremiación decana del referato mundial”, escribió en el sitio web de Audaf que la gremial comenzó a forjarse bajo uno de los palcos del estadio. La historia empezó ahí, y con muchas dificultades sigue en pie, 64 años después, en la tribuna Colombes del estadio Centenario. Juan Cardellino, Ernesto Filippi y Ramón Barreto, entre otros, presidieron la asociación. Barreto, considerado el mejor árbitro de la historia de Uruguay, falleció a los 76 años el 4 de abril de este año y fue recordado con honores en todas las canchas del fútbol uruguayo. Se hizo presente en tres mundiales: México 70, Alemania 74 y Argentina 78. Participó en dos finales de la Copa del Mundo, en Alemania 74 y Argentina 78. En 1974, cuando
Alemania Federal se consagró como la mejor selección del mundo, fue el segundo asistente; en la segunda, cuando Argentina logró el campeonato mundial en su país, fue el primer asistente. Además, fue el árbitro principal en la final entre Polonia y Alemania del torneo masculino de fútbol de los Juegos Olímpicos de Montreal, en 1976. “Yo digo que arbitrar es pensar”, repetía el nacido en Cerro Largo. Unos años después de las actuaciones de Barreto llegaría el turno de Edgardo Codesal, médico nacido en Montevideo que dirigió, como árbitro principal, la final del Mundial de Italia 90 entre Argentina y Alemania. Y luego aparecieron las actuaciones de Jorge Larrionda, el último representante de nuestro país en una Copa del Mundo. Larrionda participó como árbitro principal en ocho encuentros mundialistas: cuatro en Alemania 2006 y cuatro en Sudáfrica 2010. En el último Mundial de Brasil 2014 no hubo representación uruguaya, pero la historia marca que el arbitraje de nuestro país es respetado y valorado en el plano internacional. Muchas son las designaciones en torneos internacionales de selecciones, clubes y amistosos. Finales del mundo, de Libertadores e Intercontinentales, de campeonatos juveniles y de mayores. La valoración existe, ¿ocurre lo mismo en el ámbito local?
¿Cómo estamos hoy? “Evidentemente estamos en un medio supuestamente profesional, que para el arbitraje es sumamente amateur. Lo que significa la vida de cada árbitro, lo que puede dedicarle a la profesión, es más honorario que realmente rentado. Martes y jueves se entrena, y lunes, miércoles y viernes tenés que salir por las tuyas y en el horario que se puede, porque todos trabajamos. A veces vamos a los partidos con diez o doce horas de trabajo arriba. A alguna prueba también. Y eso no se cuenta. Vos sos el momento. En el espectáculo sos esos noventa minutos; después no existís. Salvo para criticarte que te equivocaste en esto o lo otro”, le cuenta Marcelo de León a Túnel. De León es juez de línea –o asistente– y hoy en día es el presidente de la Audaf. Los fines de semana –y a veces entre semana– recorre las canchas del fútbol uruguayo y el alambrado de las tribunas es su fiel testigo desde hace más de veinte años. Marcelo, remisero de profesión, árbitro de vocación, comenta: “Un asistente, en promedio anual mensual, gana seis mil pesos. Más una partida fija de tres mi pesos que dan por los entrenamientos y disponibilidad. Son nueve mil pesos, decime quién vive y se puede dedicar a entrenar, a nutrirse adecuadamente, a tener una vida de deportista profesional. El árbitro principal gana treinta por ciento más”. Las dificultades para el arbitraje en Uruguay están a la orden del día. Desde las condiciones de entrenamiento, que han mejorado pero siguen estando por debajo del nivel necesario para competir a nivel internacional y también en la interna. El fútbol se ha transformada en un deporte dinámico, ágil, en el que una distracción puede cambiar el rumbo de un partido, de un campeonato. Para De León hay una buena disposición y receptividad desde el
“El objetivo es empezar a profesionalizar realmente nuestra tarea. En Europa los árbitros viven de esto. Ojalá lleguemos a vivir de esta profesión”. (Foto: Mauricio Kühne)
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Ejecutivo de la AUF ante los reclamos de los trabajadores. “El objetivo es empezar a profesionalizar realmente nuestra tarea. En Europa los árbitros viven de esto. Ganan muy bien, se pueden dedicar a esto. Entrenan de mañana, de tarde, [cuidan] la nutrición que para nosotros es muy difícil de llevar. Ojalá lleguemos a vivir de esta profesión. Nos vamos a seguir equivocando pero creo que se va a achicar mucho el margen de error. Con los pocos medios que tenemos hemos tenido mucha participación y muy buena en el plano internacional. Van a seguir saliendo buenos árbitros, y si se apuesta realmente a esto el resultado será mejor”. Ya no basta con cambiar las autoridades, es necesaria una inversión económica, recursos que puedan generar oportunidades para que los árbitros, a futuro, puedan vivir de la profesión. El trabajo que se realiza por parte de la gremial es para los que vendrán: “Lo que hay que esperar es que haya realmente una concientización de todos los dirigentes, que no es solamente criticar un árbitro sino apoyarlo económicamente. No es que nosotros estemos por la plata, lo hemos demostrado. La idea es llegar a que en algún momento, en el futuro –porque eso no lo vamos a disfrutar nosotros– se dediquen a esto y puedan brindar lo mejor de cada uno”, afirma De León. Convivir con la crítica Gustavo Tejera tiene 27 años. Hace cinco años que trabaja en un Corredor de Seguros, en la Ciudad Vieja. Jugó en Rampla Juniors hasta Tercera División pero dejó la práctica del fútbol. En 2010 se recibió como árbitro tras realizar el curso durante dos años. Debutó como árbitro principal el sábado 7 de marzo de 2015, cuando Cerrito y Miramar Misiones se enfrentaron en el Parque Maracaná, por la 16ª fecha de la Segunda División Profesional. En la Primera División debutó el 12 de abril, por la 8ª etapa del Torneo Clausura, cuando Defensor derrotó a Racing de manera agónica en el
“Un asistente, en promedio anual mensual, gana seis mil pesos. Más una partida fija de tres mil pesos que dan por los entrenamientos y disponibilidad. Son nueve mil pesos, decime quién vive y se puede dedicar a entrenar, a nutrirse adecuadamente, a tener una vida de deportista profesional. El árbitro principal gana treinta por ciento más”.
estadio Luis Franzini. Esa tarde de domingo Tejera, en su primer partido en el fútbol “grande”, tuvo que lidiar con una jugada que después, durante toda la semana, fue muy comentada. Cuando Juan Pablo Rodríguez se aprontaba para patear un tiro de esquina, fue agredido por un hincha de Defensor. Luego de esa incidencia el partido siguió. Más adelante se determinó que Defensor debía jugar un partido a puertas cerradas. Gustavo Tejera tiene claro cómo empezar a transitar el camino del arbitraje: “Hay que saber convivir con las críticas. Siempre somos los malos de la película y seguirá siendo así. Cuando elegís esta profesión sabés que tenés que convivir con eso. Si no te gusta el arbitraje no lo podés hacer. La base es de entrada: cuando pisás una cancha tenés que tenerlo claro. Cuando hice mi primer partido fue en Séptima división, que son niños de 14 años, y apenas entré empezaron: “Cuervo, cobrá bien”. Ahí vas mamando, aprendiendo
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La importancia de comunicar
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Rómulo Martínez Chenlo, editor de la sección Deportes de La Diaria y director del programa de radio Deportivo Uruguay, opina que hay una deuda pendiente desde el periodismo, que debería estar más atento al manejo del reglamento del fútbol. “Por estos lados, y creo que en el mundo, el fútbol es uno de los pocos deportes colectivos con cierta complejidad en sus reglas en el cual pueden interactuar protagonistas y aficionados sin conocer el reglamento. Es increíble pero es así. Cuando uno es niño o es juvenil, y capaz que hasta llegando a Primera, nunca ha leído el reglamento y lo ha aprendido en el juego, pero también lo ha mal aprendido. No deberá ser, pero es así, y esos son los que después juegan, después opinan, después critican, después se suben a los alambrados para putear”, le dijo el periodista a Túnel. Martínez Chenlo agrega: “Hay un pésimo tratamiento del periodismo deportivo. Los individuos incendian praderas durante el juego partiendo de bases falsas o supuestos de persecuciones y dolo cuando no es así. En otros casos son tan dogmáticos que cualquier falta de atrás reclaman roja, o toda mano, tarjeta, y vociferan en sus micrófonos a la tarde mientras de mañana en el fútbol inglés han visto dos mil tacles de atrás y faltas duras, y los jueces aleteando siga siga y no pasa nada”.
que te van a insultar siempre y que te van a putear. Nadie se pone a ver si cobraste bien o no, hay poca paciencia y te van a insultar igual. Me pasaba en Séptima, Tercera y en Primera. Pasa a todo nivel”. Si bien no existe la perfección, y en el deporte menos aun, Tejera afirma que lo más parecido a un buen arbitraje es “estar lo más cerca posible de la jugada, estar cien por ciento concentrado”. Además, agrega: “Ahora que llegué a Primera me di cuenta de que te distraés un segundo, te comés una infracción, un codazo, algo que haya pasado y el partido te cambia radicalmente. Te sube el volumen y no es fácil poder traerlo de nuevo para manejarlo vos. En todos los detalles. Eso es otra parte difícil del arbitraje. En los jugadores en algunos casos no es tan así: un defensa puede quedarse parado, conversar con el técnico. Yo tengo que estar constantemente atento a todo, que no se me escape nada. Pero errores vamos a tener siempre; cuanto más concentrado estés, mejor ubicado te encuentres, vas a fallar menos. El arbitraje perfecto no existe, ni en el primer mundo ni acá. Siempre hay cosas para corregir y mejorar. Lo que hay que hacer es tratar de equivocarse lo menos posible”. La formación, las condiciones, el respeto “Es increíble lo que te puede formar el arbitraje. El arbitraje te cambia el estado de ánimo por completo, te da una adrenalina, te hace conocer cosas como el respeto, las ganas de triunfar, de seguir adelante, tropezones, desilusiones. Una cantidad de cosas. Alegrías. Capaz que en esta carrera tenés muchas más desilusiones que alegrías pero las que tenés las disfrutás con unas ganas enormes. Hice una cantidad de amistades pero también perdí otras tantas. Hoy en día me llevo muy bien con muchos dirigentes y jugadores. En un momento me decían que no estaba bueno que nos acercáramos tanto”, le dijo el Tano Fernando Cabrera a Túnel. Cabrera, que fue basquetbolista profesional antes de dedicarse al arbitraje, se retiró en 2013 y hoy sigue al frente de sus trabajos, como lo hacía cuando dirigía a nivel local e internacional. Dueño de Pantana Alineaciones, se declara apasionado por los fierros. Sus días se consumen entre los autos y el mostrador, porque desde hace ocho años está al frente de Mi Copa Bar, boliche que se encuentra ubicado en Comercio y Asamblea, en el corazón del barrio Buceo. “El fusible es el técnico y somos nosotros. Somos siempre enemigos. No tenemos hinchadas. No hay un arbitraje perfecto, jamás en la vida. Hay jugadores que erran un gol en la puerta del arco y los defienden. No es fácil, a veces opinan pero no entienden lo que es entrar en una cancha. Por más preparación que tengas siempre va a haber una falla”, expresó.
Marcelo de León: “Estamos en un medio supuestamente profesional, que para el arbitraje es sumamente amateur. Lo que significa la vida de cada árbitro, lo que puede dedicarle a la profesión, es más honorario que realmente rentado”.
Darío Ubriaco, símbolo y referente del arbitraje actual, charló con Túnel sobre su carrera como futbolista (Central Español, selección juvenil, Italia, Inglaterra, Escocia y Sudáfrica), su presente, su visión de los medios de comunicación y las condiciones de trabajo del referato uruguayo. Si bien es criticado –como todos–, es elogiado y respetado en el ámbito local e internacional. Darío, oriundo del barrio La Teja, cuenta que las pruebas y el entrenamiento de los jueces es noventa por ciento físico, y desde Audaf se ha reclamado tener más trabajo de campo. Hoy en día las prácticas son en el Centro Gallego de Montevideo, dos veces por semana. Para ser designado cada árbitro tiene que haber ido por lo menos a tres de los últimos cuatro entrenamientos. Para Ubriaco el lugar donde entrenan ahora tiene buenas condiciones de seguridad y de higiene. Se sienten conformes, pero hay que seguir trabajando. No es fácil: “Por más que
Un hecho social “A mí me parece que con el arbitraje en el fútbol pasan dos cosas: una es mirar el partido en vivo con el volumen bajo y otra con los comentarios de los periodistas”, le dijo Leonardo Mendiondo a Túnel. Mendiondo es sociólogo e investigador de la violencia en el deporte. Ha estudiado el comportamiento de las barras bravas en el fútbol uruguayo pero también comenta acerca de las reacciones del exterior hacia los jueces. “Creo que el árbitro nos pega en el forro de las pelotas porque nos da en un punto neurálgico de los uruguayos: somos anárquicos por naturaleza. El fútbol es un planeta muy complicado. Si bien el juez es la autoridad más importante, es el actor más vulnerable”, dice. Y agrega: “El hincha quiere ganar, no quiere saber de nada con el error humano. Todo se le atribuye a una condición ética del implicado”, expresó.
“Hay que saber convivir con las críticas. Siempre somos los malos de la película y seguirá siendo así”. (Foto: Mauricio Kühne)
uno esté cansado, tenga otro trabajo, tenés que rendir. No debería pasar eso. Todos saben que llegás a arbitrar a veces con diez horas de laburo. ¿Quién debería analizar eso? Para hacer las críticas que hacen los periodistas o los dirigentes a los árbitros tendrían que fijarse en las condiciones que trabajamos. Y la verdad, nadie se fija. Lo más fácil es fijarse en el error, a nadie le importa más nada. Los periodistas venden la polémica y los dirigentes lo agarran como excusa. El periodista busca eso. Al Colegio de Árbitros van a quejarse; pero a conseguir soluciones para los árbitros, a tratar de que los árbitros tengan mejores
condiciones, no va nadie. Gastamos más hablando de los errores de los árbitros que en lo que tenemos que hacer para mejorar. Al hincha tampoco le importa. Deberían saber que tenemos muchas dificultades, pero te van a putear igual. No se van a acordar de eso”. Y agrega: “Lo razonable es que quien esté opinando de una cosa, en particular de un deporte, por lo menos sepa las reglas de ese deporte. Muchas veces no se sabe. Pero más allá de eso, lo más importante es entender otras cosas. Entender el respeto. Eso sería lo primero. Respetar”. _Juan Aldecoa 7
Leonardo Maidana: un crack que no llegó
Soñaba con jugar en Italia, terminó cuidando coches
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Jugó tres años en la primera de Miramar Misiones y pintaba para crack; pero fracasó. Hasta paró en la barrabrava de Nacional para seguir ligado al fútbol. Leonardo Maidana es uno de los tantos que anhelaron la gloria en un deporte atestado de promesas.
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¿Qué hubiera pasado si…? Leonardo Maidana carga esta pregunta casi como un estigma. ¿… lo daban a préstamo a Peñarol o al Tanque Sisley? ¿… no era padre en pleno despegue de su carrera? ¿… en lugar de rendirse buscaba un nuevo equipo? Si algo de eso sucedía, su destino –seguro– hubiese sido otro. Pero el que le tocó, o el que él mismo gestó, es el que sella su presente. Y hoy, desde la portería del edificio donde trabaja de 22 a 6 horas o desde la cuadra en la que cuida autos de 10 a 15, recapitula su pasado futbolístico con una sensación de fracaso que difícilmente lo libere algún día. Acaso la misma frustración que experimenten tantas promesas del fútbol que se quedaron a mitad del recorrido; de ahí que el relato de Leo (así lo llaman) sea tan trillado como único. Está lleno de niños como él que aprenden a caminar con la pelota en el pie; que muestran una habilidad por encima de la media en el baby fútbol, o que se destacan en las divisiones inferiores. Lo cierto es que no todos llegan a primera. Él sí. Incluso había sido pretendido por el Tanque Sisley y Peñarol cuando estaba en la quinta de Miramar Misiones. “El Tanque había subido a la A y tenía aquel recordado cuadro donde jugaba Elbio Hernández. Pero el club quería venderme, no darme a préstamo, y no hubo arreglo. Lo mismo pasó después con Peñarol”, recuerda. Sin poder sentenciar su propio futuro, debió quedarse en el equipo mirasol. “En un punto el jugador es rehén porque vale más la palabra de los dirigentes que la de uno. No tenés mucho poder de decisión”. Mientras terceros se ocupaban de marcarle el terreno, él trató de dejar atrás lo que no fue para enfocarse en su objetivo. La
promesa de llegar lejos en esta profesión que les había hecho a su madre y a su hermano, por lo que ellos sacrificaron en pos de su éxito, era más poderosa que cualquier otra cosa. Así fue que en el 92 dio un paso firme: subió a la máxima categoría. A pesar de que entrenaba con la primera pero seguía jugando en cuarta, sin duda era el indicio de algo prometedor. ¿Lo bueno dura poco? Eso dicen. Y Leo asiente, porque en ese momento de auge en su carrera, debió abandonarla. “Nació mi primera hija, y en el club sólo me daban los viáticos. No tenía un contrato firmado, era imposible mantener a mi familia”, recuerda quien entonces tenía veinte años y su mujer dieciséis. Encontró trabajo en el bar Alonso, y así se rebuscó para llegar a fin de mes durante un tiempo. Se le caían las lágrimas cuando veía fútbol en la televisión del boliche. Le dolía el alma. “Yo analizaba mis condiciones técnicas y las comparaba con los que veía jugar y no podía creer que estuviera atrás del mostrador de un bar”, confiesa. Cuando quiso volver, la falta de ejercicio y el menú libre le pasaron factura. Empezó a entrenar por su cuenta, y volvió. Con contrato y todo; incluso se dio el lujo de rechazar la primera oferta. “A pedido de [Héctor] Chino Salvá me llamaron, pero él después se fue para Nacional, con tres jugadores nuestros, y se nos vino la estantería abajo”, relata. Jugó 94 y 95 completos en primera, y al finalizar su acuerdo con Miramar, lo desecharon. Dejar el fútbol por un año para poder adueñarse de su pase no era una opción. Se negaba a repetir la experiencia anterior. Y se fue a Salto. “Un amigo me dijo que en el interior no tenía que esperar ese tiempo porque
es OFI [Organización del Fútbol del Interior], entonces agarré viaje. A cientos de kilómetros de Montevideo vi profesionalismo en el fútbol. Hice un contrato muy bueno con Nacional de Salto, y encima un dirigente me pagaba 200 pesos de su bolsillo por cada gol que hacía. Vivía en un departamento en pleno centro, sobre calle Uruguay, trabajaba de mañana en el cable y de noche practicaba”. Cerraba por todos lados, salvo porque ya había nacido su segunda hija, y ambas vivían en la capital junto a su madre. A pesar de que le pagaban el pasaje cada tres meses para estar unos días con ellas, la distancia lo aniquiló. Sin consultarlo con nadie, decidió dejar el fútbol para siempre. El sueño de vestir la camiseta de un cuadro italiano, ese que alimentaba desde niño todos los domingos frente al televisor blanco y negro, se desvaneció en un segundo. Ni ganas le quedaron de buscar otro club. “Mi momento ya había pasado. Con 25 años ya tenía que estar jugando en Europa. Para mí era así”. Además, un accidente que sufrió su madre al poco tiempo lo hizo sentir doblemente culpable. “Yo jugaba para que ella pudiera dejar de laburar. Pero a través del fútbol no lo logré. Le fallé, entonces no podía dejarla tirada. Tuve que salir a laburar para bancarla, como ella hizo conmigo”. Pasó por un supermercado, un puesto de frutas y verduras, y un lavadero de autos, que cambió de dueño y lo dejó en la calle. Ahí se le ocurrió cuidar autos en Pocitos, donde para desde hace 17 años. El vínculo de confianza que generó con los vecinos le permitió conseguir el empleo en la portería, pero él igual sigue firme en Martí y la Rambla. Porque suma unos pesos, y tal vez porque en el contacto con ciertos clientes
“Yo jugaba para que mi madre pudiera dejar de laburar. Pero a través del fútbol no lo logré. Le fallé”. Tuvo un accidente y “no podía dejarla tirada. Tuve que salir a laburar para bancarla, como ella hizo conmigo”.
rememora sus mejores años con la redonda. Con Hugo de León, por ejemplo. “Le hice un caño jugando un amistoso en el Parque Central, después pateé al arco y me la sacó [Galileo] Percovich. Al rato vino De León, me agarró de la oreja y me dijo ‘pendejo, a mí no me dejes pegado acá aunque sea un amistoso porque te mato’. Yo estaba desesperado para que me soltara y salir corriendo. Cuando lo veo a Hugo siempre recuerdo esa anécdota”. Algunas las revive entre risas; otras con cara de pícaro, como cuando se fumaba el religioso cigarrillo en el vestuario después de cada partido con su cómplice, el número 9. Pero están las que le dejan los ojos vidriosos, esas que lo desconsuelan. “En mi primer año en quinta vivía en un complejo de 300 casas y en Semana de Turismo se hacía un campeonato barrial. Lo jugué, me hice un esguince de rodilla y tuvieron que enyesarme desde la rodilla hasta la punta del pie. Cuando me presenté así en Miramar, el técnico me dijo que si me gustaba jugar esos torneos, en su cuadro no tenía chance”. El único que le dio para adelante fue el médico del club, Ricardo Rondeau. “Estaba muy bajoneado porque me habían hecho la cruz, pero el doctor hizo todo para que me recuperara. Me llamaba por teléfono a la casa de una vecina para que al otro día fuera a fisioterapia”. Cuando volvió a las canchas, en la novena fecha del campeonato, le hicieron dos penales y su equipo ganó 2-0. “El próximo partido era el clásico, contra Rampla, que estaba a un punto nuestro. En el primer tiempo nos hicieron un gol, a los cinco minutos del segundo tiempo nos echaron a un zaguero, a los quince entré yo y nos hicieron un penal. Agarré la pelota y lo pateé. Gol. Faltando cinco minutos
Foto: Andrés Cribari
nos echaron al otro zaguero, nos tenían debajo de los palos, pero nos hicieron otro penal. Lo volví a patear, al mismo palo. Hice el gol y lo grité con el doctor. Fue un abrazo eterno, con él y después con mi hermano, que estaba atrás del tejido. Verlo con los ojos llenos de lágrimas me emocionó un montón. Y después, cuando subimos a la bañadera para volver al club, yo entré último, pasé frente al técnico y mis compañeros empezaron a cantar ‘Leo goool, Leo goool’. Ahí sí me puse a llorar. No me podía crucificar por un error”. ¿Cometiste muchos errores? Tenía la barra de amigos del barrio Nuevo
Amanecer. No era de consumir mucho alcohol, pero había momentos en los que tomaba. Nunca era antes de los partidos. En sexta y séptima división se jugaba los domingos, entonces sabía que el sábado no podía, pero el viernes tomaba unos vinitos. En cuarta y quinta, en la B, se jugaba el sábado al mediodía, entonces de noche podía porque el domingo no practicábamos. ¿Cómo influyen las amistades por fuera del fútbol en pleno ascenso de la carrera? Eran conocidos, no amistades. Los amigos de verdad pasaban y me decían que yo no debía estar en la plaza tomando. Pero uno después se da cuenta. En ese momento les 9
contestaba: “Andá, estoy tomando una cosa tranquilo”. Ojo, tampoco es que no llegué donde quise por borracho. Mi padre lo fue toda la vida, y él tenía las mismas condiciones que yo para jugar. Entonces mi madre me decía “ahí está el espejo de tu padre, no termines como él”. ¿Tenías condiciones para seguir? Tenía todas las condiciones. Hay ex compañeros de Miramar que pasan por la cuadra y me putean, porque dicen que tenía millones en mis piernas. No sé si fue el destino o cosa mía. En verdad creo que fue un cincuenta por ciento por “boludismo” propio y el otro cincuenta por la mala suerte del cuadro que me tocó; capaz que todo cambiaba si me hubieran dado a préstamo al Tanque. ¿“Boludismo” en qué sentido? En el sentido de dejar embarazada a quien era mi mujer. Si me hubiese cuidado, no hubiese dejado el fútbol para salir a trabajar. Ahora, si me mandé esa macana, debía responder por eso; más si era por una criatura, que no tenía la culpa. ¿Dónde creés que hubieras llegado? Sinceramente, y lo digo con toda humildad, hubiese llegado lejos. Hubiera jugado en el exterior seguro. Mi intención era Italia, y después la selección. Esos eran mis sueños. De gurí, me levantaba los domingos de mañana para ver el programa de Carlos Muñoz Deporte total, donde pasaban fútbol italiano en directo. En aquel momento jugaba Ruben Sosa en el Inter, y el Pato Aguilera en el Génova. Era la época de oro de Maradona en el Nápoles. Ahora que se esfumó ese sueño, ¿qué sentís? Me da mucha tristeza porque pienso en mi madre. No llegué ni a la cuarta parte de todo lo que ella me dio. Que me haya permitido dejar los estudios para jugar al fútbol y haber fracasado, para mí fue un golpe durísimo. En ese momento estaba feliz de que me dejara abandonar el liceo,
estaba en segundo año, pero ahora me arrepiento mucho de eso.
ella. Frente a esa realidad madurás rápido. Incluso salís con más ganas.
¿Intentaste retomar después? No. Después de que me acostumbré a las ocho horas, ya fue.
¿Llegan unos pocos nada más? Hoy en día, al ser más profesional, está mucho mejor. Antes no sabés lo que eran las canchas o las pelotas. Creo que en baby fútbol había mejores condiciones para jugar que en divisiones menores. Los vestuarios eran un desastre. Y sin embargo, a mí me gustaba jugar más en la B que en la A. La tribuna estaba cerca, te puteaban, te escupían. Tenía esa cosa que me gustaba. No era que no quisiera llegar a la A, pero me había acostumbrado al tejido junto a la línea y la hinchada atrás.
¿Cómo convivís con el fracaso? Cuando veo fútbol, me considero más fracasado todavía. Eso me acompañará por el resto de mis días. Después de esa frustración, hubo cosas que me salieron mal en la vida y lo asocio con el fútbol también. Luego de tanta mala suerte, cuando me salió lo de la portería, veo las cosas desde otro punto. En definitiva, fue la vida que me tocó. ¿Le exige mucho el fútbol a un gurí cuando tal vez no tiene suficiente madurez? No. Yo logré llevarlo con miles de problemas que había en mi casa. Mi madre trabajaba de noche en una textil y de día limpiaba tres viviendas en Carrasco. A los seis años tenía que limpiar mi casa, no sólo hacerme la cama, limpiar en serio; y dejarle algo de comer para cuando volviera
¿Tenés amigos que hayan fracasado? Muchos amigos del fútbol terminaron igual que yo, a una gran cantidad se le truncó la carrera. El 9 con el que yo jugaba en Miramar, con el que fumábamos en el vestuario, también es portero. Nos juntamos a tomar una Coca el otro día y pasamos recordando anécdotas de aquella época. Dentro de la frustración me quedaron cosas lindas.
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¿Te gusta rememorarlas? Sí. Es lo que me queda.
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Cero apoyo Cuando un futbolista firma un contrato queda automáticamente agremiado a la mutual. Los años en los que jugó, Leonardo Maidana no tuvo ningún respaldo. Pero lo cierto es que tampoco lo necesitó demasiado. Ahora, cuando dejó el fútbol, tal vez una ayuda le hubiera venido bien. Pero nada, ni siquiera un llamado. “Eran años bastante complicados en la mutual porque se supo públicamente que metían mucha mano en la lata. No quiero dar nombres pero después de que nos retiramos los dos terminé jugando con uno de sus dirigentes y me confirmó que era así”, sostiene. Pero salvando eso, “también podrían hacer un seguimiento de los jugadores para saber quiénes quedaron libres y puedan ofrecerles un lugar para entrenar hasta que consigan un nuevo cuadro”. O frente a determinada situación en un club, conocer las herramientas legales que el futbolista tiene a la mano por cualquier cosa. Él no contó con eso. De casualidad sabía que existía. “La conocí en una huelga de jugadores, pero no tenía ni idea para qué estaban. Nunca se encargaron de hacérmelo saber”, señala.
¿Cómo vivís un partido desde la tribuna? Antes iba más seguido, ahora no tanto. Paré en la barra de Nacional durante doce años. Incluso cuando jugaba iba a la hinchada. Si Nacional tenía partido el sábado y yo el domingo, iba a la cancha. Era el encargado de conseguir el flete para llevar los bombos, las banderas y el redoblante al estadio. ¿Era mal visto? No, porque yo laburaba para la hinchada. Éramos cuatro o cinco, el resto tomaba vino.
¿Por qué te fuiste? Por pelearme con personas que se creían barras. Esos sí que estaban para la joda, porque chupaban, se drogaban y no alentaban nada. Una vez, al término de un clásico, primero salió la gente de Peñarol y a la media hora, Nacional. Cuando voy a buscar el camión para cargar las cosas, frente a la tribuna Olímpica había un carro de chorizos con un padre, una nena y un gurí más chico con galeras de Peñarol comiendo panchos. Estos bobos vinieron y por querer sacarle la galera, la nena dio dos pasos para atrás, tropezó y se abrió la cabeza. Estuvo a milímetros de darse la nuca contra el cordón. Fue tanta la impotencia, que me saqué. Y le pegué al de Nacional; después vinieron a reprocharme por qué había defendido a los de Peñarol. Al siguiente partido me invitó a pelear mano a mano. Nos dimos los dos de vuelta, y cuando terminamos, le pregunté: “¿Te sacaste las ganas? Buenísimo, ahora no vengo más”. Lo hablé hasta con la directiva, porque había uno que nos apoyaba, nos daba las entradas. No fui más. Y mirá que gracias a Nacional conocí toda América. ¿Cómo era el reparto de las entradas? Nacional daba las entradas y los que las recibían tenían que recaudar veinte pesos de cada una. De ahí sacaban la plata para pagar el flete y se quedaban con el resto. Eran dos, y se la llevaban toda ellos. Después en la tribuna los veías tomando cerveza y cocaína. Cuando en realidad podía recaudarse esa plata y comprar una bandera nueva, o hacer una hamburgueseada antes del partido. Eso no se veía; y encima eran ídolos porque en los partidos repartían las entradas, todos los fines de semana tenían “amigos” nuevos. ¿Los dirigentes bancan a las barras? Lógico. Y hoy en día eso creció un montón. Joda siempre hay. Si vamos a la realidad, entradas no se podrían dar. Yo estuve muchos años, lo vi de cerca. Y después en la televisión salían diciendo que no lo hacían. “Nosotros drogadictos y borrachos no bancamos”, decían. Querían limpiar su imagen cuando uno sabía que daban. Lamentablemente, ahora se ha sumado el básquetbol, que también llegó a ese extremo. Uno es el caso de la muchacha que terminó muerta después del partido de Cordón y Welcome. Termina pagando gente inocente. Esas personas entran con entradas y con revólveres. ¿Te daba miedo? No, y vi de todo. Si el clásico se jugaba un domingo, el viernes de noche me decían ‘vení, acompañame que vamos a hacer algo para el club’. Iban al Parque Batlle con palas a cavar dos metros de pozo para guardar las armas, porque sabían que el día del partido se iba a armar. Los primeros que salían
Facsímil del Deportivo de Últimas Noticias de la época en la que Leonardo Maidana lucía en el club de Villa Dolores su habilidosa zurda. Conserva el documento como una vívida prueba de lo que fue.
tenían que ir derecho para ahí, y abastecer al resto. ¿Sabías en lo que te metías, verdad? Lógico, sabés que tenés riesgo. No era muy consciente igual, hasta que fui a ver un partido contra Cerro en su cancha. Ganamos 2-1 con goles del porteño Islas. Cuando salimos del estadio estaban los ómnibus de Cutcsa, que tenían que arrancar antes de que salieran los de Cerro. Pero eso no pasó, y rompieron los vidrios de todos los ómnibus y el nuestro se prendió fuego. Ayudamos a una persona ciega a bajar y en vez de ir para el lado de la ruta nos fuimos para el otro lado. Éramos tres referentes de la hinchada de Nacional, además del ciego. A los cuatro nos “mataron”. Cuando estábamos en el piso y nos pisaban la cabeza, levanté un poco la vista y en la cuadra pasaban los otros ómnibus con los de Nacional. Ninguno se bajó a ayudar. Si no fuera por los coraceros, marchábamos. No sé si hoy te estaría contando estas cosas.
¿Tuviste miedo cuando te fuiste? Sí, claro. Por suerte, gracias a Dios, la cosa nunca llegó a estar como ahora. Tenía 32 años cuando me fui. A mi madre no le contaba, aunque ella imaginaba, y me decía “ahora que no jugás sos barrabrava”. ¿Había alguna relación entre las dos cosas? Tal vez en el sentimiento por el fútbol sí. Después tienen otras cosas que no tienen nada que ver una con otra. Pero en el sentimiento, tenía mucho que ver. Me aliviaba un poco más el fracaso. Estaba trabajando cerca del fútbol, de alguna manera. Maidana ahora juega en un cuadro de fútbol 5 que armó con sus hermanos, sobrinos y algunos amigos de aquella barra de la plaza. “La magia sigue intacta”, le dicen. Y él sonríe, mientras en el fondo piensa que al final no todo fue en vano. _Carla Rizzotto 11
Yo por vos me peleo “Goleador de los descuentos, lágrima de las pesadas, silbido por la bajada, que un curda regala al viento”.
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Son las cinco y pico de un sábado cualquiera en el mundo. Pero para nacer hay que romper un mundo, dijo Hesse, y el mundo se rompe en el grito al borde del colapso, en la saliva colgada como un puente entre el alma y la cancha. En dos dedos el encendedor, en los restantes el óxido. El óxido del olvido. La memoria del alambre. Entre los rombos, cada vez más fuerte el aliento. Cerca, los nudos de los trapos, como los nudos de los dedos, los humos ajenos, el eco de jugadas viejas. Villa Española renace, rompe mundos, toma partido, protagoniza la novela de la B, porque siempre estuvo en la historia. Estuvo sin estar, en los recuerdos, en los banderines de las cantinas, en la foto del cuadro –de izquierda a derecha, arriba y abajo–, en las charlas de mostrador, en el cuero del barrio, en la falta del diario. Son las cinco y pico de un sábado cualquiera del mundo, pero en este mundo –roto el otro, no da ni asco– del Obdulio Varela, de la Cantina del Colo en Irureta Goyena, de la sede, las guantillas y el estaño; en ese mundo acariciado por el 79 en su vuelta más pintoresca, el horario no se mide en horas sino en minutos. Son 45 y 45 y si no puede en el primero hay que salir a matar en el segundo. No queda otra. No existe eso de “hoy hay que ganar”. Siempre hay que ganar. En su Lada superlógico, el goleador esperará al botija para ir a entrenar. A revolcarse en sueños. A levantar el polvo viejo del folclore nuestro. La tierra del fútbol. La mugre del sistema. El viciado aire del mercado. La nube espesa de la tabla. A pensar en ese rato del mundo dentro del mundo, en el que el tiempo no tiene horas, tiene minutos. Noventa impredecibles minutos que se deslizan en la ansiedad de los quince que van, o los treinta que quedan. Pero Franco no llegará al Lada de la Bestia Pop. Y el Bigote López se extrañará. Se preguntará. Llamará preocupado y el teléfono chorreará preguntas entre los tonos vacíos. Se quiebra el mundo. Los mundos. La vida es un accidente precioso que a veces duele. El cuerpo es frágil. Vulnerable a la velocidad. Permeable al peligro pero no a los gajes del peligro. Frágil
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El entrenamiento de la velocidad Los factores relacionados con la velocidad de ejecución que determinan el rendimiento. De Gilles Cometti, profesor de la Facultad de Ciencias del Deporte de la Universidad de Bourgogne, Francia.
Manual ACSM para la valoración y prescripción del ejercicio Un libro de referencia en la medicina y ciencia del deporte, y en el campo de la salud y la condición física. Del Colegio Americano de Medicina del Deporte.
ante el peligro. La vida es un accidente que duele. Y Franco Núñez, ese puntero filoso del corte extraño en el pelo, no llegará esa mañana al mundo Villa Española, al rocanrol del Lada, a los mates como jugadas oníricas con el goleador que educa, que transmite conocimientos, porque eso hacen los hermanos grandes. Los viejos valores del vestuario. Los licenciados en códigos de la calle donde el partido pinta, en códigos de la cancha donde el partido se espera. Pero Franco no llegará. El destino quiso que la moto fuera demasiado rápido como para apretar el freno a tiempo, y no darse con alma y vida contra la mala suerte. Más que suerte. Y las páginas siguientes lo pondrán en un hospital, con la familia como una barra más brava que cualquiera, bancando las horas como enviones rivales, apretando los dedos en el alambrado del amor. Y el Bigote ahí, con el alma prestada y el horario de visita como religión. Tan religión como el rock. El rock de la espalda contra la espalda, de visitante o de local, en las buenas y en estas. Del CTI a sala es un golazo; de la quietud al movimiento, un centro al área. De la angustia a la sonrisa un pase profundo, del silencio al habla una pared con la esperanza. El partido se juega entre escaleras y ascensores, suero y calmantes, alivio y espera, en la sala, donde juegan más que once. Los puntos se pierden en la tabla pero se sacan en la sutura. Entre las banderas se oyen voces. Se chifla siempre al juez. Se acerca la entrada del equipo. Los colores de siempre: el amarillo del barrio, el rojo de la pasión. Los jugadores se suben las medias. Se secan el sudor. Escupen bronca. Se ajustan los cordones. Que el empeine no se equivoque, que los botines aguanten un driblin más. Franco se acomoda en la camilla. Renace. Rompe un mundo. El Bigote se ajusta el elástico en el pelo y en el brazo izquierdo; pisa fuerte. Franco toma aire. Ambos suspiran. El juez que pita. El partido que empieza, una vez más, todos los días.
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Foto: Rodrigo López
Gregorio Pérez y la idiosincracia uruguaya
El fútbol de los objetivos impensados Mientras espera, en el “seguro de paro obligatorio” al que cada tanto condena su profesión, Gregorio Pérez le abrió las puertas de su casa a Túnel para conversar sobre la identidad del fútbol uruguayo, la evolución del fútbol mundial y el presente de la selección nacional. Aunque quiera no puede ocultar que el fútbol es su pasión, lo que mantiene su “llama viva” y hace que se sienta de 35 años a pesar de que su documento cuente 67. El DT, símbolo de la conquista del segundo quinquenio aurinegro, empezó a lograr gestas históricas cuando aún calzaba los cortos en el mediocampo del Defensor del 76. Hoy, con más de tres décadas al
costado de la línea de cal, Don Gregorio confiesa que sufre la inactividad aunque no se queda quieto: “Sigo mirando fútbol, viajo. Me gusta ir a mirar fútbol a Paraguay, a Argentina. A Chile también he ido y acá miro todo lo que puedo, hasta la B”. Estuvo en carpeta para dirigir a Bolivia y un paso más cerca aún de vincularse con la selección armenia, pero “de la noche a
la mañana no salió”. Desde que dejó de estar al frente del plantel de Olimpia en 2013, Gregorio ocupa su rutina haciendo ejercicio por las mañanas –como lo hizo durante toda su vida– y se conecta desde temprano al “vicio” de internet para seguir activamente las novedades del mundo de la pelota. En las tardes no sale más de su casa y se queda mirando partidos de fútbol “hasta las 12 de la noche igual”. Pero esta tarde la televisión está apagada y el grabador encendido para escuchar su opinión. ¿Existe una identidad del fútbol uruguayo? Opino que más allá de las tendencias y de los cambios que hoy hay en el mundo –no solamente en lo futbolístico– Uruguay
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Foto: Rodrigo López
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tiene como base una rica historia que está relacionada con una identidad de su país. Está relacionado con su idiosincrasia. Hay una rica historia de un país pequeño, de apenas 3.200.000 habitantes, que es exportador cada seis meses de los mejores jugadores que juegan en nuestro medio. Esa identidad creo que no se ha cambiado. Porque es la misma que lleva un proyecto de nueve años de las selecciones uruguayas, que ha tenido resultados que nos pusieron nuevamente en el lugar de privilegio en que muchas décadas atrás estuvimos.
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¿Cuál es esa idiosincrasia que es característica del fútbol uruguayo? Lo que está relacionado con nuestra historia: El hambre de gloria; el deseo de progresar; de no sentirnos menos; la ambición de superación. Lo que no quiere decir que los brasileños y argentinos no tengan hambre de gloria porque han logrado cosas muy importantes y tienen una rica historia; y algunos otros países también. Pero hay una cantidad de elementos que nos han llevado a sobreponernos a distintas realidades. ¿Cómo hacemos para sacar tantos jugadores de alto nivel siendo un país tan pequeño? Es una pregunta que siempre está flotando en el ambiente y para la que no tenemos respuesta. Uno, que ha tenido la suerte de viajar y de trabajar fuera del país, cuando te hacen esa pregunta, la respuesta es que no sabemos. Sí contamos que se trabaja mucho y con mucho sacrificio. De ahí el hambre de gloria, de sobreponerse a la adversidad. Porque desde chicos, no sólo en el fútbol sino también en otros aspectos,
nos sobreponemos a ciertas adversidades y eso nos va mentalizando de forma que no encontramos ningún obstáculo que pueda ser insalvable. Lo tratamos de sortear dentro de las reglas. ¿Cuántas cosas impensadas ha logrado el fútbol uruguayo sobreponiéndose a distintas adversidades? Cosas que no las tienen los rivales, que no las tuvieron. Acá hay un montón de directores técnicos y preparadores físicos con muchísimas condiciones que están en el anonimato o en el pasado y de repente nadie se acuerda de ellos. Son los que trabajan en las divisiones menores con muchísimas dificultades. Entonces cuando los jugadores superan esas dificultades, ese amor propio del que quiere realmente llegar los lleva a que en distintos grupos y planteles, tanto en clubes como en selecciones, logren objetivos impensados para el mundo. Que Uruguay esté hace ya seis años entre las mejores selecciones del mundo es algo que a veces no nos detenemos a pensar. No fue casualidad el cuarto puesto en el Mundial ni la decimoquinta Copa América que se ganó en Argentina, ni la consideración que tenemos nuevamente en el mundo después de tres décadas en que ni a los mundiales íbamos, como pasó en el 78, el 82, el 94 y 98. Usted ha dirigido equipos de Argentina, Paraguay e Italia, ¿cómo ven al fútbol uruguayo desde el exterior? Tienen admiración. Porque son conscientes de las dificultades en un país tan chico como este. Pero lógicamente está basado en una rica historia que ha sido el gran respaldo para que intentemos superarnos cada día tratando de mantener este privilegio. En Argentina nos tienen un gran respeto y un gran cariño. Hay una particularidad con el jugador y el técnico uruguayo, en el sentido de que hay un respeto que no solamente viene del momento sino de la historia. Porque antes de comenzar el profesionalismo en el fútbol argentino ya iban jugadores uruguayos para allá. Hasta el día de hoy. Siempre existió ese gran respeto por el profesionalismo, por esa hambre de gloria, por sentirse ganador o por transmitir esos deseos de ser los mejores. Fue ayudante técnico de la selección uruguaya en el Mundial de Italia 90, ¿Cómo evalúa el fútbol a nivel mundial desde 1990 a 2014? Va cambiando. No tanto en la década del noventa, pero sí a partir del 2000. En estos últimos quince años prevalece mucho más la preparación física. Antes un mediocampista podía correr entre tres y cuatro kilómetros por partido y hoy corren entre nueve y once. También hay más velocidad aunque quizás hay menos técnica en velocidad que antes. Es un fútbol más
“Que Uruguay esté hace ya seis años entre las mejores selecciones del mundo es algo que a veces no nos detenemos a pensar. No fue casualidad el cuarto puesto en el Mundial ni la decimoquinta Copa América que se ganó en Argentina, ni la consideración que tenemos nuevamente en el mundo”.
rápido, más dinámico. De transiciones defensa –ataque y ataque– defensa rápidos. Antes era más lento, había más espacios, se corría menos. Hoy no, ha evolucionado. ¿Cómo analiza el nivel del fútbol uruguayo en el mismo período? Hay que separar: una cosa son los clubes y otra la selección. La selección ha evolucionado, está relacionada con el primer mundo en todo sentido, no así nuestro fútbol local. Hay una diferencia muy grande. El nivel que tiene la selección no arranca de un día para otro: lleva nueve años de un proceso que ha sido muy exitoso y que ha dado la posibilidad de que casi el cien por ciento de los futbolistas que integran la selección estén compitiendo a primer nivel. Y algunos que hoy no están, como [Sebastián] Abreu, [Sebastián] Eguren, [Diego] Lugano, [Andrés] Scotti, también en su momento fueron muy valiosos. Algunos todavía pueden estar, pero también esos futbolistas que han dado tanto son suplantados por otros que vienen creciendo y compitiendo –incluso en Europa– con buen suceso. Que son producto también de que salieron de acá muy jóvenes y tuvieron la oportunidad de ir a otras competencias con mayor nivel, en el sentido profesional, y de tener otras vías para progresar, porque acá por distintas razones –podemos llamarle económicas– no se tienen las herramientas ni la infraestructura para brindar lo que encuentran cuando dan el paso al fútbol internacional. Acá pretendemos mantener un nivel que lamentablemente no podemos tener. Porque las arcas de la tesorería de los distintos equipos de nuestro país para mantenerse
tienen que transferir futbolistas y siempre se van a transferir los mejores o los que están pintando para ser los mejores. En este último año creo que se fueron alrededor de 68 futbolistas. Y no sólo para Europa; se van para Argentina, Centroamérica, Chile, Colombia. Es mucho. Y son los mejorcitos. Entonces nuevamente tenés que ir reponiendo jugadores, apresurando los tiempos de los de divisiones inferiores y esperar que venga algún futbolista con experiencia, de largo recorrido, que está pegando el regreso para afincarse en el país y aportar lo suyo. ¿Esta fuga de jugadores es la causa de la “sequía” de copas internacionales que tenemos a nivel de clubes desde hace 27 años o se debe a otros motivos? También eran otros tiempos. Por ejemplo, el Peñarol campeón de la Copa Libertadores del 87 empezó a conformar el plantel en el año 85. En el 86 salió campeón con don Roque Máspoli y ascendieron una cantidad de chiquilines que hicieron un muy buen paso por inferiores y subieron al plantel principal. Manteniendo esa base del 85 y 86, y solamente contratando dos jugadores, llegaron a la final y la ganaron. El Nacional campeón de la Copa Libertadores del 88 tuvo una base de jugadores de categoría, jóvenes y experimentados, que venía hace dos años también. Eran equipos que se sabían de memoria, como se decía. Hoy, ¿qué equipo de memoria se sabe? Antes no se iban tanto, eran casos muy particulares. Me sobran los dedos de la mano para contar los jugadores que estarían en Europa en ese momento. Había algunos que se iban a Argentina, a Colombia –donde en la década de 1980 se pagaba muy bien a jugadores y técnicos– o a México. Después de 1990 empezaron a transferirse futbolistas todos los años a Europa. Ahora no podés completar un año con un equipo que se recite de memoria porque cada seis meses se te van. Eso resta competitividad, lógicamente. Es una realidad. No recuerdo un plantel que se haya conformado y a los seis meses haya salido campeón de la Libertadores o la Sudamericana. Por ejemplo, en la década del 2000, Carlos Bianchi en Boca Juniors sacaba uno y traía a uno pero la base estaba y arrasó con todo.
Los uruguayos “desde chicos, no sólo en el fútbol, sino también en otros aspectos, nos sobreponemos a ciertas adversidades y eso nos va mentalizando de forma que no encontramos ningún obstáculo que insalvable”.
Es distinta la realidad de los equipos brasileños porque económicamente son una potencia. Cada seis meses contratan a los mejores e incluso vuelven a traer a jugadores que estaban jugando en Europa, pagándoles mejor, para formar planteles para jugar la Libertadores, y el Brasileirão –que es más difícil que la Libertadores–. Por eso no es casualidad que haya cinco equipos brasileños entre los dieciséis mejores. Los salarios de jugadores y técnicos son de otra realidad. Con el salario de un jugador del Corinthians, Danubio pagaba dos sueldos de todo el plantel. ¿Esa diferencia económica no existía antes? No. Incluso acá hubo un momento en que jugadores de elite del fútbol argentino fueron contratados por Peñarol y Nacional. Por ejemplo, cuando se fue Pedro Virgilio Rocha para San Pablo, Peñarol trajo a Ermindo Onega. Algo extraordinario. Y a los equipos chicos también venían jugadores argentinos de muy buen nivel. Eran otros tiempos, otras épocas. En la mayoría de los países, ya no sólo en Europa, se juegan partidos cada tres días, mientras que en Uruguay se juega la mitad. Sin embargo, cuando hay equipos que juegan copas internacionales hay quejas de que no estamos preparados para la doble competencia, ¿Qué opina al respecto? Para mí, se puede. Ahora, si termino un
partido el domingo en el Estadio y el lunes de mañana tengo que salir a primera hora para Colombia para jugar el miércoles, sin vuelo chárter, y regreso recién el viernes de noche, es muy distinto al viaje que va a hacer el Barcelona para jugar en Múnich que son dos horas de viaje y en otro nivel. Es decir, también juega lo económico. Está muy dividido. Muchos piensan que no se puede competir y muchos que sí. Yo creo que es acostumbrarse; tener la mentalidad. Al futbolista le gusta más jugar que entrenar. El problema no es el desgaste de los partidos; el problema grande que tenemos son los viajes. Es la única dificultad que se tiene. Tampoco hay que olvidarse de que en Europa no hay altura mientras que acá todos los equipos –no sólo Uruguay– que van a la altura sufren. Les cuesta la recuperación para volver a la normalidad por el desgaste del organismo al enfrentar esas condiciones a las que no está acostumbrado. ¿Afecta también la cantidad de partidos que tenemos en la competencia interna? Jugamos muy poco. Acá se podría hacer un torneo como el argentino con treinta equipos. Perfectamente. No le veo ningún problema ni ningún desgaste. Lógicamente que van a decir “no estamos preparados”, pero bueno, algún día tenemos que organizarnos. En otros países ya lo hacen. En Colombia juegan todos los días, en Brasil juegan los torneos estaduales y el Brasileirão. Se puede organizar un torneo como la Copa Argentina o la de Colombia o los torneos de Brasil. Hay que ingeniarse. En Paraguay se juegan religiosamente 44 partidos por año más las finales. Se juega a dos ruedas el Apertura y a dos ruedas el Clausura. Son 12 equipos; 22 partidos por semestre. Y todas las inferiores, desde la Sub 14 a la Sub 20, también juegan 44 partidos. Si se llega a suspender una fecha por lluvia con la misma programación se pasa para el lunes y si no para el martes. La realidad no es tan distinta a la de acá, al contrario, capaz que encontrás alguna dificultad que acá no tenés. Es cuestión de organización y planificación. _Federico Zugarramurdi
Andorra
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NICOLÁS LODEIRO: UN 10 QUE SE VUELVE 14
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Rápido y virtuoso No es el típico enlace. Se destaca por su juego sencillo, veloz, por ser zurdo y pegarle con las dos piernas, por las ganas de ir a todas las pelotas. Más que su lugar en la cancha es relevante su rol en el juego. A los trece años soñar con el fútbol de Nacional lo hizo armar el bolso y partir desde Barrio Jardín en Paysandú a La Blanqueada en Montevideo, solo, dejando la familia atrás. A veces sin agua caliente, a veces con comida contada, soñaba con goles, victorias y pases. Jugó en la primera de Nacional; llegó a ser capitán de la selección Sub 20 en el Mundial de Egipto en 2009; emigró al Ajax de Holanda cuando estaba Luis Suárez; lo llamó el maestro Tabárez para jugar en la selección uruguaya y estuvo en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Fue transferido al Botafogo, de ahí al Corinthians, y en febrero de este año se integró al plantel de Boca Juniors. Tiene 26 años y se acaba de mudar a Puerto Madero, en Buenos Aires, con su pareja, Micaela. En julio nacerá su primer hijo y lo llamará Leandro. “De padre, ni idea”, dice. Vistiendo la celeste, Nicolás Lodeiro es quien jugó fracturado el partido (inolvidable) que Uruguay ganó contra Ghana en el Mundial de Sudáfrica 2010 y suyo fue el pase a Cavani para que metiera el centro y encontrara la cabeza de Suárez que anotó el primer gol contra Inglaterra en el Mundial de Brasil 2014. Ahora, cebándose un mate y de charla, reconoce que no será fácil jugar la Copa América en Chile pero que Uruguay irá con expectativas. La Celeste integrará el grupo B y tendrá que vérselas con Jamaica, Argentina y Paraguay. Él no evita decir que es integrante de la selección que ganó la copa número 15, la actual campeona. Y no es un simple comentario. *** Entra por la puerta de atrás. Nadie se lo esperaba. Casa Amarilla en Buenos Aires, donde entrena Boca Juniors, atrás de la Bombonera, es un lugar rodeado por hinchas y guardias de seguridad. Tiene una salita para prensa, donde los periodistas y los deportistas se encuentran y charlan. Estamos parados de
espaldas, releyendo un párrafo de un libro que habla sobre el pensamiento futbolero de Juan Román Riquelme. Entra el 10. El nuevo 10 que siempre fue 14. Y también fue 18. Nicolás Lodeiro saluda con un gesto simpático. Habla animado y se desarrolla, se quiere explicar a sí mismo. Su tono bajo y su expresión hacen que uno piense que está pensando en otra cosa, y sin embargo, está ahí. Apoya el mate recién preparado sobre la mesa. Su bombilla habla de él y del fútbol. No podría ser de otra manera. ¿Qué significa para vos esa inscripción que tiene tu mate? Son la bandera de Uruguay, mis iniciales y el número 14. La bombilla me la regaló el Cebolla [Cristian Rodríguez] y mandé hacer el mate con el mismo muchacho en Uruguay. Además, le tuve que traer a los chiquilines de acá, a [Fernando] Gago y al Cata [Daniel Alberto] Díaz. Ellos le hicieron el escudo de Boca y la bandera de Argentina. Medio que me quemaron el mate porque hay varios que tienen el mismo. [Pasa por detrás de él un funcionario del club y al ver los dos mates y termos sobre la mesa, dice: “En Argentina se comparte el mate. Hay que compartir”. Y Nicolás se ríe. El mate es siempre un tema]. Tu mate dice 14 y a pesar de eso, en Boca, decidiste usar la camiseta 10. ¿Por qué? Yo sé que ese número es súper importante en Boca por todo lo que fue [Juan Román] Riquelme, y también porque la usó [Diego Armando] Maradona. Si hay alguien que tiene que estar identificado con ese número es Riquelme por todas las cosas que ganó y porque hubo una década en Boca donde ganaron todo. Vos decís el 10 de Boca y decís Riquelme, y recién después decís Maradona. Eso genera un poco más. Pero cuando entrás a la cancha y tenés que correr una pelota, tenés que trancar, tenés que hacer una jugada, vos no estás pensando en el número. Esa decisión la pensé. Yo me identifico con la 14 pero me preguntaron y tenía la posibilidad de jugar con la 10 y a mí me gustaba Riquelme también. Tenía ese sueño de jugar con ese número y significaba
un desafío; lo elegí. No fue fácil venir a Boca, porque es uno de los cuadros más grandes del mundo y si iba a dar ese paso, me pregunté por qué no hacerla completa y asumir esa responsabilidad. ¿Cuáles son esos esfuerzos que tuviste que hacer para estar hoy en Boca? A Corinthians llegué después del Mundial y estuve muy poco tiempo, con un técnico que faltando dos o tres meses sabíamos que se iba. Sabía que el técnico que venía me quería, Tite, una persona muy querida. Es un ser humano excelente. Me dio para quererlo mucho en poco tiempo. Jugué todos los partidos de titular, me daba confianza. Luego estaba el interés de Boca en diciembre y me ilusioné pero sabía que Corinthians no me iba a dejar ir y menos si Boca quería traerme a préstamo. Los dos iban a jugar la Copa Libertadores y no iban a prestar un jugador que consideraran importante a un cuadro que podría ser rival. Le dije al Vasco [Rodolfo Arruabarrena] que me gustaba que contara conmigo en el plantel nuevo. Me dijo que le gustaba cómo jugaba y mi perfil de persona. Me reilusioné pero le dije que no dependía de mí. Se enfrió la cosa porque hicieron una propuesta pero el Corinthians no quiso saber de nada. Boca volvió con otra oferta y Corinthians dijo otra vez que no. Luego Boca fue más adentro y presentó una opción de compra. La única forma de que saliera era con mi decisión. Lo bueno del entrenador que tenía era que iba a respetar mi sentimiento porque no iba a querer a un jugador que no estuviera cómodo en el club. Ya estaba todo arreglado y lo que estaba trabado era lo deportivo porque el técnico me quería. Tuve que ir a hablar mano a mano con él y le dije que me quería ir a Boca, que me hacía mucha ilusión, por lo que genera ese club en mí. En Uruguay se mira mucho más fútbol argentino que de Brasil. Antes mirábamos Boca-River siempre, y en esa época –cuando Boca ganó todo– yo miraba los partidos. Aparte que un cuadro grande tenga ese interés e insista por vos… Lo económico estaba acordado. Iba a estar cerca de mi familia y mis amigos.
Foto: Leonidas MartĂnez
con lo justo, dejando a Sosa tirado en el área chica. La fuerza del remate con la derecha y la exigencia de patear casi sin ángulo hace que pierda estabilidad y termine en el pasto. Se levanta y, en segundos, desaparece entre el abrazo de sus compañeros. Lodeiro marcaba su primer gol clásico.
Distendido, el día después del partido ante Huracán, Lodeiro recibió a Túnel para hablar de su trayectoria y desafíos.
¿Qué te pide el DT de Boca que hagas dentro de la cancha? [Se da vuelta, mira por la ventana. “¿Está lleno de gente?”, pregunta y se contesta con la pregunta. Baja la mirada como lamentándose y dice: “No me citó para el jueves”. Boca juega contra Palestino por la Copa Libertadores. “¡Malísimo! Es que ya que estás acá querés jugar. Lo que genera la Bombonera es impresionante. Quería aprovechar aunque fuera en el banco”. Levanta la cabeza y retoma la conversación]. El Vasco me pide que haga mi juego, me suelte. Si bien a la hora de atacar me pide que sea un poco el conductor y que tenga más protagonismo, también que a la hora de defender vuelva y ocupe un lugar, una posición para no dejar agujeros en la defensa. Lo que más me dice es que esté tranquilo. Siento que me da mucha confianza, y me hace sentir la libertad de hacer lo que me gusta donde me gusta.
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Rodolfo Arruabarrena sostiene que no es fácil jugar en Boca. ¿Vos qué crees? Antes de llegar muchos me decían que iba a tener el asedio de la prensa, que iba a haber mucha gente expectante siempre, que el mundo Boca genera muchas cosas. Uno venía no con miedo pero sí alertado y preparado. Era una sorpresa. Caí en un grupo bárbaro, un cuerpo técnico excelente y la gente que trabaja acá también. Entré por un tubo, me fueron saliendo las cosas
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bien. No me costó pero sí me impresionó, ver la gente en cualquier puerta por donde salgas, salís del estadio y no te podés ir. La prensa siempre está presente. Como nos está yendo bien, lo estoy disfrutando y lo tomo como algo normal ya. Tu primer partido en la Bombonera fue contra Wanderers por la Copa Libertadores. ¿Cómo lo viviste? En ese partido estuve más nervioso de lo normal [se sonríe, como si sintiera vergüenza de decirlo]. Debutaba en la Bombonera. Después que arrancó el partido me fui soltando con confianza y por suerte hicimos un partido muy lindo. *** Principio tienen las cosas y antes de todo esto de ahora, estuvo Nacional. De aquel comienzo, de las inferiores del Bolso, conserva tres amigos: Álvaro Apolito, Adrián Compañ y Rodrigo Odriozola. Debutó en primera el 19 de agosto de 2007 contra Fénix. Al 6 de diciembre de 2009 no lo olvida más. Nacional jugó por el Apertura contra Peñarol en el Estadio Centenario. El Bolso ganaba 1-0. A los 28 minutos, Ángel Matute Morales le da un pase hacia atrás, en el sector derecho de la cancha, y Lodeiro adelanta la pelota y logra meterse entre la línea defensiva de Peñarol, ganando el área. El arquero intenta cortarlo y Lodeiro, que no paró de correr, toca apenas la pelota hacia la derecha y patea incómodo,
Simple, sencillo El DT de Boca lo mandó buscar a Brasil. Se lo llevó a Buenos Aires y hoy conviven todos los días entrenando en Casa Amarilla. Rodolfo Vasco Arruabarrena habla de Lodeiro en tono afable, dispuesto a contar qué vio en Nico y compartir su mirada. “Tiene movilidad, resuelve situaciones en forma simple, en otras le gusta conducir, depende de los sectores de la cancha. Cuando se lo denomina enganche, yo creo que no es un enganche. No es un jugador que puede sacarse a uno o dos rivales de encima y él mismo lo dice. Pero sí es muy simple y en el fútbol actual no es fácil eso. […] Me gustaba como jugador y sabía de su personalidad. Es algo que necesitábamos y por suerte por ahora me ha demostrado que no me he equivocado. Creo que tenemos que crecer como equipo y él adaptarse al fútbol argentino. Es difícil. Ha sorprendido porque se adaptó rápido. Venir de otro fútbol al argentino no es tan fácil”.
Cuando hablás de tus comienzos en el fútbol siempre mencionás a tu papá… Destaco el apoyo de mi padre porque siempre fue el que me encaminó y nunca me hizo notar presión; nunca me dijo “tenés que llegar”. Siempre me llevó por un camino en el que me sentía cómodo y lo iba haciendo natural. Creo que si tengo que destacar a alguien en mi camino como futbolista es a mi papá. ¿Cómo recordás los tiempos de tu llegada desde Paysandú a vivir al Parque Central, con sólo trece años? Mi madre quiso que terminara el liceo y el año en el baby fútbol, por eso estuve de los doce a los trece viajando desde Paysandú a Montevideo. A los trece ya me instalé en el Parque Central y arranqué el liceo en Montevideo. No terminé, me quedan algunas materias de sexto año todavía. Si bien las condiciones que había en el Parque no eran las mejores porque no había agua caliente, faltaba comida, no había remedios a veces, yo estaba feliz de estar ahí y vivir solo. Cuando me veo hoy acá y recuerdo lo que hice, digo que vale la pena. Nunca antes había viajado a Montevideo y dejar a mi familia siendo niño puede ser visto como duro, pero no cambiaría nada. Me acuerdo de que en ese momento me llevaba muy bien con [Bruno] el Tuna Fornaroli, Cristian Paz, y de mi generación, pero que no vivía en el Parque, era [Alexis] Rolín [ahora son compañeros en Boca]. Era muy amigo de Diego Rodríguez, el Oreja, que iba a comer al Parque, igual que Luis Suárez, y ahí vivían Sebastián Viera y Gonzalo Chori Castro. Yo era el más chico de todos ellos. *** Irse a Europa, pegar el salto. Soñar, desearlo, y un día, despertar y que suceda. Llegó a Holanda en enero de 2010. Dos meses más tarde, el 26 de marzo, jugó el partido por la liga holandesa entre Eagles y Ajax. En el minuto 80, falta a Luis Suárez y tiro libre para Ajax que ya iba ganando 5-0. Nicolás acomodó la pelota cerca de la media luna del área. Le va a pegar de zurda. Suárez pasó corriendo delante de la pelota. Era esperable que rematara él. Apenas dos pasos de carrera y Nico le dio con la cara interna del pie. La pelota se elevó, hizo una comba y pasó por la derecha, rozando la barrera de siete jugadores que ni se movieron. Picó unos metros antes de llegar al arco y se metió a media altura. El
golero se estiró hacia su derecha y no llegó. Lodeiro anotó su primer gol en su experiencia europea. Y a partir de entonces hubo más, de sueño y de lo otro. En 2010 te salió el pase a Europa, al Ajax. ¿Cómo fue tu llegada a ese equipo? Me fui justo, porque era mi mejor momento de carrera en Nacional. Habíamos hecho un buen torneo, ganado los clásicos y estaba jugando bien. El objetivo y sueño de todos es andar bien e irte. Me fui tranquilo de que se había dado la posibilidad. Tenía que elegir entre el AZ [Alkmaar Zaanstreek] y el Ajax, y como Suárez estaba ahí, me fui. Caí en Holanda, en uno de los mejores clubes de Europa y donde Luis y su señora me ayudaron mucho. Viví en un hotel hasta que me mudé al edificio, cinco pisos arriba, donde vivía Luis y su familia. Me llevaban para todos lados y me ayudaban mucho. Me complicó un poco el idioma al principio. El holandés es difícil, era cualquier cosa. Intenté estudiarlo pero era bravo: una mezcla de alemán y francés. Sabía inglés pero con la base del liceo no me alcanzaba para comunicarme. Después perfeccioné el inglés y agarré al toque. ¿Qué aprendiste futbolísticamente en el Ajax? La escuela del Ajax, sobre todo la escuela holandesa, perfecciona la técnica. Hacíamos trabajos con pelota para el pase, saber cómo girar, el control, cómo ubicarte en la cancha. Me ayudó mucho en eso. Yo era un desordenado bárbaro, y a veces soy, me gusta ir detrás de la pelota, sigo jugando al baby fútbol a veces [se ríe, ahora con cierta picardía]. Si bien tenía técnica cuando llegué, recuerdo que en las primeras prácticas ellos se daban pases fuertes y la dejaban bien controladita. Y a mí me daban ese pase y me rebotaba cinco metros, cagaba toda la práctica. Las perdía todas. Esas cosas las mejoré. Tuve la suerte de estar con Luis, también. Ya lo conocía cuando lo veía jugar en el Parque. Cuando estuve en la selección mayor me tocó jugar con él e hicimos tremenda amistad. Y después cuando llegué a Holanda ya éramos muy amigos. Eso me ayudó en todo. En Brasil, en el Botafogo, te encontraste con Clarence Seedorf ¿Cómo fue esa experiencia? Fue un poco extraño encontrarme con él que jugó como quince años en Europa y ganó la Champions varias veces. Traté de aprender cosas porque tiene mucha experiencia y jugó en muchos lados. Es una estrella a nivel mundial. Como me gustaba la idea de aprender de él me le pegaba, observaba cómo entrenaba, le pedí algunos consejos. Fue una etapa linda. Además no
Foto: Leonidas Martínez
había problemas para comunicarse con él porque habla español, inglés, portugués, holandés, italiano. Tiene una cultura bárbara. ¿Qué diferencias encontraste entre el fútbol de Holanda y el de Brasil? En los dos países aprendí mucho. Si bien en Holanda se juega rápido, porque hoy el fútbol se juega a mucha velocidad, en Brasil tuve que ponerme muy bien físicamente porque había jugadores muy grandes, muy fuertes, y el fútbol se da con mucho contacto. Salían jugadores con mucha habilidad, hay que aprender a marcar, y me sentía más como en Uruguay, porque no eran tan aplicados tácticamente sino que te daban más libertad de hacer. En Holanda o Alemania son más estructurados. A veces te corrés de posición y al técnico no le gusta. En Brasil es más libre el juego pero había que estar bien físicamente para poder volver a la posición. A veces los partidos se hacían de ida y vuelta, ataque y defensa, de contragolpe. De los dos países aprendí mucho y logré una mezcla.
¿Cómo describís tu forma de jugar tras estas experiencias? Trato de mejorar siempre, jugar rápido y sencillo. En el fútbol de ahora, los rivales marcan más entonces hay menos tiempo y el fútbol es más dinámico. No hay tiempo para estar inventando muchas cosas, a no ser cuando estás más cerca del área que tenés más libertad. O si estás jugando en el medio y te ponés a hacer cosas, ¡Prá! vienen, te marcan, te la sacan y sale un contragolpe. Hay que jugar rápido y sencillo, haciendo cosas que sirvan. A veces sale y a veces no. Pero trato de hacer eso y es lo que me gusta. Cuando vos te describís decís: “No soy un típico enlace”. ¿Por qué? Hoy en día en el fútbol ya no existe esa forma. En Nacional no jugué de enlace. En el Ajax tampoco. Cuando subí con [Daniel] Carreño me puso de enganche mismo. Los técnicos me tiran para la izquierda o para la derecha; el enlace se va perdiendo un poco. Si bien a veces juego más suelto ahora tengo que ocupar un lugar en la cancha para defender, también me gusta marcar mucho.
Un gorrión salpicador “Un chiquito cabezón anda volando”, le dijeron a Alejandro Garay –actual DT de la selección uruguaya Sub 15 y Sub 18– cuando trabajaba en Nacional y marchó a Paysandú a conocerlo. Ese era Nicolás. “Lo fui a ver cuando tenía doce años. Andaba muy bien en todos los deportes. Su papá [Alfonso] tenía un bar, era futbolero y había jugado en la selección de Paysandú, había salido campeón del interior. Nicolás jugaba muy bien al vóleibol y al básquetbol. Siempre fue muy precoz; de chiquito hacía cosas de grande. Era como un gorrión, permanentemente pensando y muy habilidoso. Hacía la diferencia en los pases, distribuir la pelota, y era muy alegre, se divertía mucho. Era muy responsable también. La familia siempre pedía que estudiara y nosotros le conseguíamos libros en los momentos en que vivía en el Parque Central en condiciones muy malas. Los más grandes, como Bruno Fornaroli, lo protegían porque a Nicolás, ni bien empezó a jugar en séptima, lo llamaban de otras categorías mayores para invitarlo. Wilmar Cabrera, dirigiendo cuarta, lo llevó de suplente cuando él jugaba en séptima. Tenía una visión de juego muy clara y futbolísticamente era maduro. […] Ahora lo vi en Boca y me dio mucha alegría porque era como verlo salpicando por todas partes. El Ajax le quitó cierta movilidad aunque le dio herramientas para manejar la ansiedad de qué hacer con la pelota porque son buenos en tenencia. Creo que tiene que jugar cerca de la pelota y estar permanentemente saliéndose de libreto porque hay que darle posibilidades a ese gorrión que salta de un lado a otro y busca los espacios libres para dar un pase o meterse él”.
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En el amistoso ante Irlanda del Norte, 10 en Boca 14 en la celeste. (Foto: Leonidas Martínez)
¿Te prendés a la discusión de la existencia o no del enganche? Hay momentos en que hay enganche. No desapareció. Hay momentos en que un cuadro necesita de alguien que arme la jugada o sea un conductor. Algunos cuadros lo tienen más atrás como un cinco, otros lo tienen más adelante como un diez. Depende del partido; hay partidos en que vos tenés que defender más y no contás con enganche, y te ponés más defensivo para aguantar un resultado. Hay momentos que precisás atacar más pero necesitás a alguien que asista a esos jugadores y ahí ponés a un enganche. Yo creo que no desapareció y hay técnicos a los que les gusta jugar con enganche. El Vasco, por ejemplo, y el Maestro también, hay veces que juegan con
enganche y otras no. Hay partidos en que las circunstancias te llevan a usarlo. *** Con la camiseta celeste vivió un montón de cosas: Mundial Sub 20 en Egipto en 2009, Juegos Olímpicos 2012 en Londres, Mundial de Sudáfrica en 2010 y en Brasil en 2014, Copa América de 2011 en Argentina. Jugar en la selección tiene un plus: integrar un equipo selecto, compartir con el cuerpo técnico, lograr el reconocimiento de los hinchas en todo el país. Y el fútbol guarda yapas para la vida. 62.575 espectadores llenaron el Estadio Arena de San Pablo el 19 de junio de 2014. Uruguay juega contra Inglaterra. Es su segundo partido en el Mundial de Brasil.
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Parientes
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Diego Tomasi, autor del libro El caño más bello del mundo. Pensamiento futbolero de Juan Román Riquelme, es de Morón, hincha de Boca y ahora está sentado en un bar de la Avenida de Mayo en Buenos Aires, hablando sobre el uruguayo, nuevo 10 de Boca. “Como dijo alguna vez Riquelme y yo comparto: ‘La 10 de Boca será siempre de Riquelme’. Lodeiro la está usando con mucha desfachatez y eso es algo muy bueno. Me parece un jugador interesantísimo pero diferente a Riquelme. Tiene dinámica en sus desplazamientos. Es extraño verlo porque a simple vista no parece tener ninguna característica que lo defina: no es el mejor pasador del mundo, no es veloz como otros jugadores. Sin embargo hace todo bien: pasa bien la pelota, le pega bien, se desmarca bien, se ubica en el lugar de la cancha donde no hay marca, y cuando tiene marca pide la pelota porque sabe que puede generar el espacio para desmarcarse con la pelota. Es un jugador distinto de Riquelme en el rol que cumple. Tal vez Lodeiro necesita a otro jugador para que también con él arme el juego. En algo sí se emparentan Lodeiro con Riquelme: los dos pueden pasar bien la pelota con las dos piernas”.
Lodeiro es titular. A los 39, Uruguay hace el primer gol. Nicolás recupera la pelota en la mitad de la cancha y la adelanta. Cayéndose, le convida un pase a Edinson Cavani que se encuentra, por izquierda, en el borde del área. Suárez ya está entrando por derecha al área chica y salta para cabecear el centro perfecto. Gol de la Celeste y casi no cabe más alegría. El segundo tiempo se hace trabado. En el minuto 66, Lodeiro, que corrió muchísimo durante todo el partido, se tira una palomita rozando el piso en la mitad de la cancha para cortar la trayectoria de una bola que jugó la defensa inglesa. La cabeza de Lodeiro –que piensa, en ese momento y siempre, que “hay que ir a todas”– ahora tranca la pelota. Del otro lado, el zapato fosforescente de Wayne Rooney. Uruguay ganará ese partido 2-1 y parecerá un sueño bien soñado. ¿Cómo recordás tu experiencia en los mundiales vistiendo la celeste? En el Mundial de 2010 ligué mal. Arranqué mal porque me echaron y cuando me tocó jugar, me quebré. Me había costado pila llegar. Habíamos llegado a semifinales y por ahí tenía la posibilidad de jugar de titular. Había entrado contra Ghana en el entretiempo, justo lo ganamos y tal vez me tocaba. Y otra cosa es que no hay muchas posibilidades de jugar mundiales porque son cada cuatro años y es difícil mantener el nivel esos años siguientes como para volver. Entonces sentí que se me fue la oportunidad de mi vida. Pero tuve la suerte de seguir jugando y repetir.
¿Cómo te ves para encarar el desafío de la Copa América que se viene? Tengo mucha expectativa. Sobre todo he tenido la suerte de jugar de titular, porque si mantengo el nivel y las ganas, las posibilidades son mayores. La Copa América es un campeonato lindo, somos los que más copas tenemos, somos los últimos campeones. Primero, jugar con Uruguay siempre me genera muchas cosas. Voy feliz y lo disfruto, lo que más me gusta hacer es defender a mi país. Y tener la posibilidad de defender un campeonato con lo difícil que es, está increíble. Para Uruguay siempre me dan ganas de entrenar para llegar de la mejor manera. En la Copa América no estará Luis Suárez, ¿cómo te imaginás que repercutirá eso? Va a ser rarísima. Primero porque Luis es importante, no sólo en lo futbolístico sino por lo que aporta al grupo. Siempre está bromeando, es un loco que transmite mucha alegría, une y es querido por todos. Dentro de la cancha es fundamental. En el partido contra Colombia lo sufrimos. Aunque hay jugadores de nosotros que pueden hacer las cosas bien en su ausencia, los rivales también lo sienten. Hay rivales que al no tener a Luis te atacan mucho más.
Para nosotros va a ser difícil aunque hay jugadores que pueden hacer lo mismo pero no como él. ¿Qué aprendés del maestro Tabárez? Ojalá que el maestro me siga teniendo en cuenta. Es muy atento con todos los jugadores. Siempre busca mejorar al jugador. Como persona él no se mete pero trata de enseñarte y de buscar cosas que tengas que mejorar. Busca las cosas que pueden aportar al grupo y da libertad para que expresemos si alguien tiene una opinión diferente. Él es muy abierto en ese sentido. Soy un agradecido porque siempre me llevó, contó conmigo y en momentos en los que yo no estaba jugando tan bien me bancó siempre y me dio mucha confianza. Todo lo que puedo decir es bueno. En mi vida personal también me ha aportado. Las generaciones de jugadores se van haciendo grandes y se empiezan a retirar algunos de tus compañeros. El caso reciente es el de Diego Forlán. ¿Cómo se vive eso dentro del grupo? Soy un agradecido al fútbol por haber jugado con el Diego. Fue de lo mejor que me tocó ver y compartir porque es súper profesional, excelente persona, tremendo jugador, mejor jugador del Mundial. A
mí me enseñó mucho. Cuando tengo cerca jugadores de nivel, como ahora es el caso de Fernando [Gago] en Boca, Luis [Suárez], Seedorf en Botafogo, trato de exprimirlos y sacar lo mejor. Y Diego en ese sentido me ayudó mucho. Haber compartido vestuario y equipo con él es tremendo. Debe estar Nasazzi y el Diego, que están ahí [levanta el brazo y marca una línea con la mano por encima de su cabeza] y capaz que está más arriba porque lo vimos jugar y es más reciente. Hoy no se valora tanto pero fue el goleador máximo de la selección, el único jugador uruguayo que salió Balón de Oro. Primero me dejó triste porque no voy a poder jugar otra vez con él en la selección, por ahí en otro cuadro [da lugar al chiste: ¿en Peñarol? Nicolás se ríe. “Imposible. Que venga a Boca”) y ojalá me toque porque lo disfrutaría. Pero después me deja contento que fuera una decisión de él, que fue redifícil y lo debe ser para cualquier jugador decirle que no a la selección. Lo pensó y lo dijo súper tranquilo. Está en un momento en que sigue jugando, así que no fue que la selección lo dejó a él. Lo entendí por ese lado y me pareció bien. El Diego como profesional es único. _Patricia Pujol
Actividades deportivas en toda la ciudad Inauguración del complejo SACUDE
En el barrio Casavalle se construyó el complejo SACUDE, promoviendo el acceso democrático a la cultura, el deporte y la salud en esa zona. Además, se realizan actividades deportivas en todos los barrios de la ciudad para mejorar la calidad de vida de los montevideanos y montevideanas a través del deporte, la educación y la recreación.
Montevideo llena de vida.
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Con Raquel Diana y Santiago Sanguinetti
Fútbol sobre tablas
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Raquel Diana y Santiago Sanguinetti no están vinculados directamente al fútbol. Pero el fútbol está en la vida, en la nuestra y en la de ellos. Queriéndolo o no, respiramos por lo menos sus coletazos, su color y hasta la angustia que puede provenir de allí. Son dramaturgos, actores, y en este momento –o hasta hace muy poco– Una mujer larga y Sobre la teoría del eterno retorno aplicada a la revolución en el Caribe, obras de Raquel y Santiago respectivamente, están/estaban en cartel. Son humanos y escriben de lo humano. De eso conversamos con cada uno de ellos, en una charla por separado que terminó eludiendo las líneas paralelas, fundiéndose en una conversación lejana y cercana a la vez.
Raquel Diana: El fútbol, un espacio de interacción
Santiago Sanguinetti: Fútbol en el escenario
El fútbol está siempre presente, no hay mucha forma de zafar de él. Lo he pensado, pero no es fácil de pensar, porque se supone que hay unas actitudes correctas: no está bien estar en contra del fútbol. Si uno dice “¡basta!” o “no me interesa”, inmediatamente cae en la categoría de ser inservible, despreciable… ¿no? No es fácil en ese punto tomar una resolución, porque uno quiere ser parte de la sociedad, ser querido. Además, la parte buena del asunto no sólo es buena sino interesante. Me parece que es de los pocos lugares que van quedando, y para algunas personas seguramente el único, de espacio de interacción con los prójimos. Allí hay un lugar y es una cosa valiosísima en este momento… Incluso la confrontación en estos temas está permitida, que en otros temas no tanto, sea moda o política. Vos discrepás y se transforma en una cosa fundamental y horrible. Sin embargo, en el fútbol está admitido. Valoro muchísimo eso, que exista ese lugar, que es un lugar de encuentro también de los cuerpos, que es otro problema: la gente va a estar, con sus cuerpos, en la tribuna y en algún sentido con los de los jugadores, aunque estén a una distancia. Voy muy poco el estadio y soy muy mala espectadora porque el espectáculo de la gente es tan formidable que me distraigo del juego. Pero veo los partidos que uno debe ver. Disfruto mucho de esa cosa que tiene que ver con que en este momento estemos viendo lo mismo, y después vamos a poder comentarlo, tener una opinión. Es realmente emocionante eso. Y además, no hay otra cosa. Estamos todos segmentados, en nuestros gustos, intereses. Casi no tenemos un colectivo que nos entusiasme. Ninguno genera un entusiasmo mayor. O, por lo menos en mí, cada vez menos…
En términos de teatro, me interesa generar espacios que sean profundamente dramáticos. Ubicar una obra, por ejemplo, en un espacio que está a punto de explotar. En el caso de los cascos azules (se refiere a Sobre la teoría del eterno retorno aplicada a la revolución en el Caribe) se trata de cuatro soldados que están sitiados en una base en Puerto Príncipe resistiendo un asedio de haitianos que iniciaron una revolución. Con el tratamiento del fútbol, la idea que se me empieza a ocurrir, mezclando fútbol, ideología, crisis, es la siguiente: ¿qué pasa si de repente tenemos a determinados jugadores de fútbol que en el entretiempo se niegan a salir a jugar la segunda mitad? Un partido que podría ser la final de la Libertadores o el partido de ascenso de la cuarta división. Afuera un estadio, mucha gente esperando que pase algo y empiezan a pasar los minutos y no salen. En el medio, problemas: ¿qué es lo que hace que algunos tipos no quieran salir? Empecé a pensar en la idea de un futbolista que descubre la ideología, por lo cual descubre manejos de poder. Y allí apareció la figura inolvidable de Sócrates (futbolista brasileño, médico). Es un tipo que dice cosas muy interesantes, como que si vos ponés un diario en una concentración, todo el mundo va a las páginas deportivas, a nadie le interesa el mundo, el mundo como problema. Tendría que ser obligatoria la enseñanza de filosofía o de “mundo contemporáneo” para los deportistas, sobre todo para los futbolistas, porque son referentes del mundo. Entonces empecé a mezclar esos dos mundos, que aparentemente serían no del todo coincidentes en el mundo contemporáneo, por más que haya casos singulares: la defensa de la ideología y del deporte. Frente a todo ese mundo aparece un mundo distinto, que es el de las ideas. Entonces, en un momento la dinámica pasaría a ser similar a la de los cascos azules, que en un momento se ponen a leer a Hegel para tratar de entender lo que está pasando afuera.
Diana: “Hay una suerte de territorio que construye el fútbol, que también identifico como territorio nacional. Es un territorio festivo, que tiene también esa cuestión de la competencia con los otros, en nuestro caso del pequeño que puede llegar a derribar al más grande, eso es extraordinario”.
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¿A qué altura de la obra estamos? Recién escribí la primera escena, estoy recopilando mucho material, en el medio trabajando la idea de la crisis de representación política y teatral, y empezar a mezclar algunos elementos personales reales. Allí aparece la historia de mi abuelo. Se llamaba Nicolás Riccardi, era jugador de fútbol, jugó en las décadas de 1920 y 1930, en Peñarol, en Defensor, en Central… Pero lo más interesante es que fue uno de los primeros jugadores en ser vendidos al exterior. Y jugó en Italia, en el Napoli y en el Palermo. Nieto o bisnieto de italianos, tenía la ciudadanía italiana. El problema es que jugó en la década de 1930, llegó
Raquel Diana y Santiago Sanguinetti. Dos miradas desde el teatro sobre el fútbol. (Fotos: Rodrigo López)
Tengo la sensación de que el uruguayo no es muy nacionalista respecto a nada, salvo con la selección. Es parte de esa cosa tan difícil de definir que es la patria. Patria es eso, un territorio que se palpa en cierta circunstancia. Yo estaba en un aeropuerto del Caribe, fui a comprar unas artesanías y le dije a la señora que atendía: “Soy de Uruguay, ¿conoce Uruguay?”, “¡cómo no voy a conocer! Yo soy de Ghana, yo vi llorar a cuatro generaciones de mujeres”. Y fue una conversación extraordinaria, en realidad no hablábamos de fútbol, hablábamos de una cosa que nos atravesaba y nos sentimos cerca las dos, al compartir un asunto, ¿no? Una vez que estuve en Stuttgart, en el centro de Alemania, “Uruguay, ¿Uruguay?”. Nadie sabía nada de Uruguay hasta que un señor dice “Francescoli”. Entonces, hay una suerte de territorio que construye el fútbol, que yo también identifico como territorio nacional. Me parece bien, porque es un territorio festivo, que tiene también esa cuestión de la competencia con los otros, en nuestro caso del pequeño que puede llegar a derribar al más grande, eso es extraordinario. Creo que también los hinchas de los cuadros perciben como patrias, algunos por lo menos, en el sentido del lugar al que uno pertenece, con el que se identifica y por lo tanto a su vez identifica al extranjero, el extraño, el invasor. Capaz que uno como ser humano necesita eso: ser de ninguna parte es un horror, es angustiante. El ser humano siempre ha buscado alterar su conciencia un poquito: el alcohol, las drogas y también el deporte, la religión. Esa cosa de Marx La pasión según el barrabrava RD: Carl Sagan dice en un artículo que el deporte tiene que ver con el instinto de caza, con el hombre primitivo. Con esa necesidad de rituales iniciáticos para los más jóvenes. Y todo eso en una sociedad civilizada en algún momento se reproduce en este escenario. También hace un análisis de cómo distintos equipos en el mundo incorporan animales en sus escudos. Esa cosa de que el 99 por ciento de la vida del ser humano ha transcurrido en una horda. Estos recuerdos antiguos contienen miedos, reacciones de pelea y es como si, sobre todo los hombres, necesitaran ese tipo de ritual. Se establece una relación de confrontación y hay, además, un enorme placer en esa pelea y al mismo tiempo aparecen esos gritos desproporcionados, epítetos monstruosos que se lanzan sobre el pobre jugador, juez o director técnico, que me parecen no solamente injustos sino abominables. Tengo amigos entrañables, profesionales con una cultura vastísima que van al estadio y –sea por asumir o dejar un personaje de lado– surge aquella cosa primitiva y dicen cosas realmente espantosas: contenido racista, contenido sexual machista inexplicable…
Sanguinetti: “Hay algo que tiene que ver con la política y el estado de la selección uruguaya actual. No hay que subestimar a la gente que asocia el bienestar económico, el ascenso de la izquierda al poder y los éxitos de la selección, porque hubo una coincidencia por lo menos en el tiempo. La gente ve como un aura de ‘lo correcto’”.
hasta el 39. Arrancó la guerra y lo llamaron a combate, era un italiano más. En ese momento agarró el penúltimo barco que venía para América y se volvió. Allí conoció a mi abuela y tuvo dos opciones: seguir como jugador de fútbol o aceptar un empleo público que le habían ofrecido. A los padres de mi abuela no les gustaba que fuese futbolista: en 1930 una cosa era ser futbolista y otra ser empleado público, que era algo así como sacarse la lotería. Entonces aceptó SS: El problema fundamental del hincha pasional es que el tipo es en función de eso. Es Nacional, no es hincha de… Vive esos noventa minutos, por lo tanto ese tiempo es su vida y si es su vida hay que matar o morir, porque si el otro queda vivo es la muerte de uno. Y es difícil asumir la propia muerte cuando el fútbol es tu vida. Eso habla de un lugar del sujeto y del sujeto en la sociedad que ha perdido absolutamente cualquier tipo de asidero de identidad, su vida se reduce a eso, el sentido está vacío. Hay una crisis de representación, ya no es lo que representa, sino lo que es. Él se ve representado en esos colores. Da para una discusión enorme también esa representación que siempre suele ser hegemónica, machista, masculina, blanca porque hasta el “negro” se transforma en insulto… Al grafiti que está por todas partes y dice “Manya /Bolso mujer mía”, una compañera lo interpretaba con mucha ironía, diciendo que debería significar “te respeto, te reconozco como igual, comparto contigo la vida”. Pero no, parecería ser que el significado tiene que ver con la identificación de “mujer” con el insulto.
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Diana: “Suele hacerse referencia a ‘los inadaptados de siempre’, como diciendo que es todo maravilloso pero hay un grupito que debería ser extirpado. No es así, me parece que es un sistema mucho más general y del cual estamos participando todos, entre otras cosas no diciendo lo que tenemos que decir”. El fútbol “es de los pocos lugares que van quedando de espacio de interacción con los prójimos”. (Fotos: Rodrigo López).
de la religión como el opio de los pueblos, pero opio en el sentido de algo que alivie, algo que te dé un poco de diversión, de consuelo, de distracción en la vida, que es tan dura... Creo que el fútbol está en esa categoría. También es un permiso para tener pensamientos y conductas que no se llevan bien con la racionalidad. Esa puede ser la cara no tan buena del asunto, una especie de “deber ser” en ciertos hinchas. Por un lado me parece que hay algo que tiene que ver con la moda, sobre todo en los jóvenes, aunque está en todas las edades y también en las mujeres: “Hay que ser así”. He visto a una chica ponerse una ropa amarilla y negra, ponerse un gorro y decir “Peñarooooolll” (lo dice en tono grave, casi barrabrava). Inmediatamente, primero apareció un destello de felicidad y luego transformarse, asumir esa conducta, que también es aprendida hasta en los gestos, y se conforma una especie de tribu, un grupo más o menos igual el mismo grito gutural, la misma ropa, las mismas letras que hay que Raíces
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“Hace muchos años, era partidaria más bien del desasidero, de la libertad, capaz por venir empujada por la gente de atrás, del 68 y todo eso. Habiendo pasado por la dictadura además, una cosa de no aferrarse a nada, de ser libre, ser lúcido, ser racional, ser crítico, tener conductas sumamente reflexivas. Sin embargo, con el paso del tiempo y viendo las cosas que pasan, me doy cuenta de que todos necesitamos algunas cosas: algunas raíces, algunos lugares de pertenencia, porque si no, el páramo es enorme”.
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el empleo público, dejó el fútbol, se casó con mi abuela y siguió la historia. Hoy tal vez la historia sería otra. Hay una anécdota de un compañero (Alfonso Tort) que fue jugador de fútbol. Si no me equivoco, jugaba en Huracán. Se lesionó una rodilla, no sabía muy bien para dónde arrancar y terminó en la EMAD. Contaba una anécdota muy linda de un día que estaban mirando un partido de baby fútbol y había un padre sumamente enardecido que le gritaba al hijo “¡Jonathan, corré! ¡Jonathan, corré! ¿O qué querés?, ¿estudiar?” [risas]. Hay algo que tiene que ver también con la política y el estado de la selección uruguaya actual. No hay que subestimar a la gente que asocia el bienestar económico, el ascenso de la izquierda al poder y los éxitos de la selección, porque hubo una coincidencia por lo menos en el tiempo. La gente ve como un aura de “lo correcto”. Lo que pasa es que, además, la identidad uruguaya se construye mucho a partir de la heroicidad futbolera. No tenemos heroicidad medieval, histórica… Recuerdo una profe de literatura planteando qué es un héroe: aquel que reúne las cualidades a las que aspira un pueblo. Y nuestro héroe es un derrotado, Artigas se va derrotado a Paraguay para no volver, ¿cuánto habla eso de nuestra identidad? Y, por el otro lado, tenemos a Obdulio, ¡ese es el acto heroico! Que nuestro acto heroico sea futbolístico dice mucho… ¿Cómo se sitúa desde el lado del hincha? En realidad me gusta el fútbol, pero mirarlo nomás y jugar algún partido de fútbol 5 por semana, tranqui, muy tranqui.
Sanguinetti: “Nuestro héroe es un derrotado, Artigas se va derrotado a Paraguay para no volver, ¿cuánto habla eso de nuestra identidad? Y, por el otro lado, tenemos a Obdulio, ¡ese es el acto heroico! Que nuestro acto heroico sea futbolístico dice mucho”. “La identidad uruguaya se construye mucho a partir de la heroicidad futbolera”.
comerse, un vocabulario. En ese sentido, es ser parte de una banda de moda, no me parece del todo mal. Pero hay otro nivel, algunas personas que generan esto porque les gusta la violencia o encontrar un lugar que es peligroso para el ser humano. Eso se alienta y se retroalimenta, se transforma en un modo de vida. La delincuencia se practica a todo nivel social y está pasando algo: uno roba una cartera, otro roba otra cosa y no es mal visto del todo. Nos hemos acostumbrado, eso quiere decir que lo tenemos más o menos incorporado. Lo mismo con el maltrato, más que nada a las mujeres pero también en relación a todos. Porque no hay una percepción del otro amorosa ni desde el respeto. Estoy en contra de todo eso, aunque surja el ser antiguo, que se desata desde una irracionalidad, en la civilización estamos precisamente para decir “esta irracionalidad no va” o por lo menos decir “está mal” y debería ser condenado e inadmisible. Me duele, me hiere, es también una de las cosas por las cuales uno no quiere ir al estadio, para no tener que escuchar eso. Uno piensa en un racismo que ya no está y de repente surge algo, tan ligado además al centro de la persona… Dicen que Freud no miraba a sus pacientes porque en la voz está la verdad. Y cuando sucede esto, es una voz verdadera, una voz grave, que viene como del centro del cuerpo, vinculada a una respiración especial. Uno podría decir que está bien que surja esta parte nuestra de vez en cuando, en un ambiente controlado, que haya una descarga. Pero estos monstruos que surgen causan un daño moral, un daño psicológico y a veces también un daño físico. Suele hacerse referencia a “los inadaptados de siempre”, como diciendo que es todo maravilloso pero hay un grupito que debería ser extirpado. No es así, me parece que es un sistema mucho más general y del cual estamos participando todos, entre otras cosas no diciendo lo que tenemos que decir. Creo que tenemos que hablar de estos temas, y hablar en serio.
Hace pila que no voy al Estadio, tanto que ni me acuerdo cuándo fue la última vez. Creo que fue con mi otro abuelo, hincha de Wanderers, sufrido… De las últimas veces que fui a menudo fue justamente siguiéndolo aquel año que lo agarró Carreño después de haber descendido a la B, lo subió y lo clasificó a la Libertadores. Yo soy de Nacional, veo algún partido, pero diría que el que más pasión me genera ahora, fundamentalmente por la búsqueda de la hazaña, es Wanderers. Gana Nacional, es lo esperable, gana Peñarol, es lo esperable, pero que gane Wanderers, que pase a la segunda fase de la Libertadores es de esas cosas que no deberían pasar y de repente pasan, allí está lo lindo. _Marcelo Fernández Pavlovich
Democracia futbolística “A medida que uno se va poniendo más viejo hay como cierto goce en que suceda lo inesperado. Incluso, en términos políticos, me empieza a gustar más la idea de que los cuadros chicos empiecen a ganar y se comience a generar una mayor democracia futbolística. Me gusta mucho cuando los cuadros chicos empiezan a llevar a los grandes a sus canchas, son como pequeños gestos. Que, de repente, en el futuro cambie un poco la dinámica de esos dos grandes poderosos y el resto viendo un poco de afuera”.
n o v e d a d e s
e d i t o r i a l e s
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Discriminación naturalizada
El espejo y la cancha Sostiene un dicho que de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno. El problema de la discriminación en el ámbito del fútbol parece darle la razón a la sabiduría popular. Las políticas de Estado respecto al tema, acatadas y promovidas por los dirigentes de los clubes y reconocidas como justas por muchos simpatizantes de ellos, parecen no ser muy efectivas. Quizá, en la conducta concreta de los hinchas, más o menos inadvertidamente, se haya naturalizado una tendencia negativa de la idiosincrasia uruguaya, que atraviesa la sociedad, más allá de la “corrección política” de los discursos. Basta con darse una vuelta por los escenarios deportivos para comprobarlo.
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Les tenemos que ganar
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Desde las bocinas de los altoparlantes del Franzini, las mismas palabras que, partido a partido, el locutor lee con acento impregnado de solemnidad acaban de caer sobre los oídos de los espectadores. A pesar de su contenido “políticamente correcto” (se trata de un mensaje institucional, según el cual el club locatario apuesta a la diversidad e insta a los concurrentes al evento deportivo a no insultar ni entonar cánticos discriminatorios vinculados con la orientación sexual, la condición social, la ideología política, la raza o la religión, entre otros aspectos), suena como una propaganda más, igual a las que, por el mismo canal, promocionan caños de escape, tornillos, mangueras o pizzas. En las tribunas, las dos hinchadas, sin reparar en ellas, esperan el comienzo del partido. Algunos concurrentes conversan, otros toman un refresco o un café. Los de más allá encienden un cigarrillo para aplacar los nervios. El periodista, que tiene por costumbre asistir a esta cancha, echa una mirada a su alrededor. Al golpe de vista, quienes por allí están parecen muy normales. En su inmensa mayoría van bien vestidos; a algunos los conoce del barrio o de verlos por la televisión, porque son personajes públicos; se comportan con amabilidad, incluso con los desconocidos; no pocos han venido con sus hijos y se ve que los tratan como padres amantes que son. Al cabo de unos minutos, el árbitro pita y la pelota rueda sobre la gramilla. No pasa demasiado tiempo hasta que, desde alguna parte de la gradería donde se encuentra el escriba, un grupo empieza a corear el versito ofensivo. Desde la tribuna de enfrente, le responden con un cántico de idéntica naturaleza. Entonces, la hinchada local parece contagiarse de una furia inexplicable por la prontitud con que se desata y, de pronto, medio estadio
está gritando: “¡A estos putos les tenemos que ganar! ¡A estos putos les tenemos que ganar!”. El hombre de prensa, experimentando un sentimiento muy parecido a la vergüenza ajena, se pregunta para sus adentros: “¿Serán conscientes todas estas personas del significado último de lo que cantan?”. Pero, antes que censurarlas, se le ocurre pensar cuán curiosa es la naturaleza del uruguayo futbolero con respecto al tema de la discriminación. Porque, con seguridad, ninguno de los que ahora se desgañita coreando ese ridículo himno de desprecio al diferente, en otro contexto, jamás de los jamases proferiría conceptos como los que ahora vocifera sin pudor. Una idea trae la otra. Como le gusta hacer cuando alguna actitud humana le resulta absurda, trata de imaginarse la situación contraria: un partido de fútbol gay (modalidad que gana terreno en el mundo) en el que los fanáticos se gritasen: “¡A estos heteros les tenemos que ganar!” (si es que este colectivo se refiere a los heterosexuales como a seres inferiores). Ya desconectado del juego que vino a ver, le vienen a la mente situaciones similares que le ha tocado vivir en esas y otras tribunas. Un “galo” enojado El periodista tiene un amigo antropólogo con el que, desde que eran adolescentes, suele juntarse para ver a Defensor. Cuando iban al liceo, por su parecido físico con el famoso personaje de la historieta Astérix, algunos allegados lo llamaban Obélix. Ahora que es un hombre maduro, sigue tan corpulento como antaño. Un domingo de partido, se encontraron en el estadio del Parque Rodó. Se sentaron juntos y, como cada vez que esto ocurre, aprovecharon para ponerse al día: trabajo, familia, lecturas...
Al comenzar el juego, la charla se cortó y, salvo algún que otro comentario, permanecieron callados. En la cancha, los jugadores violetas hacían lo mejor que podían por llevarse la victoria. Los contrarios, por su parte, ponían todo de sí en pos del mismo objetivo. Como es habitual, desde las tribunas rivales, una cierta casta de fanáticos percibía que el árbitro perjudicaba a su equipo. En tanto, el réferi –un hombre grueso que, sin embargo, seguía de cerca y con agilidad las alternativas del juego– pitaba lo que a su leal saber y entender debía en cada incidencia. Empero, los disconformes le hacían sentir sus discrepancias con gritos, improperios y silbidos. En determinado momento, desde detrás del lugar en que se encontraban el periodista y su amigo, uno de los susodichos exaltados lo increpó: –¡Gordo hijo de una tal por cual, cobrá bien! A partir de entonces, pareció encarnizarse. “¡Gordo esto!”, “¡Gordo lo otro!”, “¡Gordo lo de más allá!”, como cuentas de un collar, engarzaba los insultos. De pronto, el periodista, que, concentrado en las acciones, no había registrado el cambio de humor de su amigo, lo oyó decir: –¿Te das cuenta de la idiotez de la gente? Porque se podrá cuestionar al juez por un fallo que no te gusta, un error u otra cosa relacionada con el partido, ¡pero hay que ser un estúpido para criticarlo por gordo! Al mirarlo para contestarle, vio que el otro le había hablado a él, pero girando el rostro de manera exagerada, de modo tal que resultaba evidente que el destinatario real de su mensaje era el hincha ubicado a sus espaldas. Desde ese instante, el del asiento de atrás se llamó a un silencio sepulcral.
Civilización y barbarie Al amigo del periodista su profesión lo llevó a vivir muchos años entre los indios wichi, en la provincia argentina de Formosa, en la frontera con Paraguay. Un tiempo atrás, al equipo violeta le tocó jugar una eliminatoria de Copa Libertadores de América contra Olimpia. Como muchos de los cuadros paraguayos, aquel se defendía bien. Había venido a buscar un resultado y, mediante una marca a presión en todo el terreno y mucha pierna fuerte, estaba logrando su propósito. En especial, un marcador de punta –retacón, de renegrido pelo chuzo y tez morena– cortaba todos y cada uno de los avances que los delanteros de la Viola intentaban por su sector. El antropólogo, desde la tribuna, observaba con preocupación el desarrollo de las acciones, en espera de que una modificación táctica ordenada por el técnico o alguna genialidad del Nico Olivera o de Risso cambiara las cosas. Hombre de talante introvertido, sin embargo, no manifestaba a grito pelado lo que sentía, como varios de los espectadores que estaban a su lado. Uno, en particular, descargaba su frustración sobre el “cancerbero” guaraní. Cada vez que este se acercaba al borde de la cancha para hacer un saque de banda, le gritaba, con un marcado tono de menosprecio: “¡Indio!”, aderezando la palabra con algún epíteto peyorativo. La primera vez que escuchó aquello, al antropólogo le cayó mal. Pero, con el transcurso de los minutos, las injurias del hincha enfadado se le volvieron insoportables. Así las cosas, a la tercera o cuarta vez que se repitió la situación, no aguantó más, encaró al vilipendiador y lo interpeló: –Disculpame, ¿vos alguna vez tuviste contacto con un indio paraguayo? Porque te voy a decir una cosa: yo he conocido muchos, y te puedo asegurar que cualquiera de ellos, si te agarra, te rompe el alma (dijo esto último con otras palabras, mucho más hirientes y propias de un contexto futbolero, claro). El otro (que con seguridad no había dimensionado con exactitud lo que implicaban sus dichos) de inmediato cambió la actitud. Cortado y componiendo su mejor cara de circunstancias, en tono compungido, se excusó: –¡Pah, loco!, perdoná, en serio, yo no quería ofender… Por robo Era el último partido de la temporada. Ni Cerro ni Defensor se jugaban otra cosa que algunos puntos para la estadística. El calor y el sol de la tarde estival le aconsejaron al periodista que se sentara en la tribuna de la cabecera oeste del estadio, a la sombra
del tablero electrónico. Unos metros más allá se concentraba la raleada “barra brava” violeta (un grupito de muchachos y chicas, casi ninguno de los cuales superaba la veintena de años). En la tribuna contigua saltaban y cantaban los de Cerro (ni superiores en número, ni de mayor edad que sus rivales). Producto de alguna incidencia del juego, que despertó la gritería de un lado, de pronto estalló un intercambio de befas entre ambas barras. El hecho en sí no era novedoso. Lo que le llamó la atención fue el contenido de la comunicación. Empezó con los insultos al uso, pero al cabo de unos instantes, los hinchas del club de la Villa comenzaron a saltar y a corear: “¡Los vamos a robar, los vamos a robar!” (¡y no se referían al resultado
cerrense, le tocaría vivir una situación idéntica. Aunque en este segundo caso, quienes les gritaban a los blanquicelestes (usando idénticas expresiones que la chica del Franzini) eran hinchas picapiedras. Que lo miran por tevé… En los instantes previos a que el juez dé por terminado el partido, desde los parlantes llega el anuncio: antes de retirarse, los hinchas del locatario deberán permanecer veinte minutos en la cancha. Rezongando, la multitud comienza a peregrinar a paso de procesión hacia la puerta que da al Parque Rodó. El cronista, al que no le gustan las aglomeraciones, se queda en la tribuna Punta Carretas. Entonces, seguramente porque su cabeza sigue elucubrando sobre el tema, repara en que, entre los muchos que abandonan sus lugares, no hay ni un solo discapacitado motriz. ¡Y con seguridad no es porque no existan entre las personas que andan en sillas de ruedas hinchas de Defensor u otro equipo, o algunos a los que, simplemente, les gustaría asistir a un partido! Desde su sitio, hace un relevamiento a vuelo de pájaro, para comprobar, no sin cierta desazón, que las graderías de este estadio (y su experiencia le dice que otro tanto ocurre en la inmensa mayoría de los campos donde se juega el fútbol profesional en Uruguay) no permiten acceder en silla de ruedas. Entonces, se pregunta si resulta tan difícil colocar algunas rampas en ciertos puntos estratégicos y disponer una suerte de “estacionamiento” para este tipo de espectadores. La respuesta se le hace obvia. ¿El culpable?
del partido!). Cariacontecido, se volvió hacia un señor –cincuentón como él– que estaba a su lado. Buscaba compartir con alguien su perplejidad. El otro meneó la cabeza significativamente. En ese preciso instante, una chica se paró en medio de la tribuna y, roja la cara por el esfuerzo de las cuerdas vocales, imprecó: “¡Mugrientos, cantegrileros, sucios, báñense!” y acto seguido agregó: “¡Váyanse al cantegril, manga de rateros!”. Los otros, como acicateados por los gritos de la chica, multiplicaron los suyos propios. “Más que dos tribunas, estas parecen dos trincheras”, se dijo para sus adentros el periodista. Aunque podría pensarse que lo que impelía a unos y otros eran las diferencias de clase social, estas no lo explican todo. Poco tiempo más tarde, una tarde de clásico en el Olímpico, luego de una victoria
Mientras camina de regreso a su casa por la rambla, empieza a pensar en cómo escribirá la nota en la que intentará contar sus recientes impresiones. Pero su voz interior le advierte: “Alguien podría molestarse con tu forma de focalizar el asunto”. Entonces, la otra cara de sí mismo le recuerda algo que leyó hace mucho en El rojo y el negro, la enorme obra de Stendhal, y que si bien fue escrito para otro tipo de texto, bien podría aplicarse al que va a producir en breve: “Una novela es un espejo que se pasea por un largo camino. Ora refleja ante nuestros ojos el azul de los cielos, ora el fango de los charcos del camino. ¿Por qué acusar de inmoral al hombre que lleva el espejo en la mochila? ¡Su espejo muestra el fango, y acusáis al espejo! Acusad más bien al largo camino donde se encuentra el charco, o mejor aún al inspector de caminos que deja que se encharque el agua y se forme el fango”. _Luis Morales 27
Sí, la verdad que sí
Los domingos en familia Los domingos para Otilio son sagrados. Desde temprano su señora empieza a hacer la masa para los ravioles, mientras él recorre la feria buscando ingredientes baratos para elaborar el relleno. A las doce del mediodía, puntualmente, llega el mayor de sus hijos con las bebidas y con anécdotas de su interminable separación. El otro suele tardar un poco más, ya que a los dos nietos de Otilio no hay quién los haga madrugar. Su nuera se pregunta qué hará el próximo año, cuando el más grande tenga que ir al liceo de mañana. Todos se apuran a poner la mesa y es la señora de Otilio la que les recuerda que utilicen los cubiertos buenos que están en el segundo cajón. Son pocas las ocasiones en que la familia entera se reúne alrededor de la misma mesa. Otilio mueve la pierna derecha sin parar hasta que la fuente de ravioles es depositada en el centro de mesa y le sirven
una porción generosa. Allí comienza un espectáculo bastante vergonzoso en el que engulle la comida casi sin masticarla y la baja con sorbos de vino que con el apuro suelen terminar salpicando el blanco mantel. Muy pocas veces se queda para el postre. Es que los domingos son sagrados. Por la tarde juega su cuadro de fútbol y él quiere ser uno de los primeros en sacar la entrada y acomodar su almohadoncito en la tribuna, ya que los años no le permiten sentarse directamente en el duro hormigón. Ni la lluvia torrencial ni la noticia de un nieto en camino lo hacen quedarse un solo minuto más en su casa. De estas últimas ya tuvo tres y siempre se las arregló para llegar con tiempo al partido. Del resultado del encuentro dependerá su humor para el resto de la semana. Su nieto más chico lo tiene muy claro: si el equipo pierde, no hay que pedirle al abuelo para jugar al ludo ni para bajar un ratito a la
rambla. Ya llegará la abuela con el vaso de vino servido hasta el borde y se lo llevará al sillón de su dormitorio, donde lo tomará mientras el resto de la familia conversa en el patio. Si el equipo gana, el abuelo vuelve con una sonrisa en el rostro y hay partidos de ludo e incluso algún paseo al Parque Rodó si el resultado fue abultado. La reunión familiar suele prolongarse hasta la noche, cuando se pide comida para que la abuela no tenga que cocinar y se juntan alrededor del televisor, hablando bajito para que Otilio no se pierda el programa que pasa los goles y tiene a unos señores que comentan los partidos. Él dice que la opinión de esos señores no cuenta, que están comprados, que qué partido vieron, pero todos y cada uno de los domingos sagrados está atento a lo que dicen. _Ignacio Alcuri
FÚTBOL Y TENDENCIAS
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El psicólogo del hincha (II)
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Psicólogo: Estimado hincha promedio, ¿qué relación tiene con su padre? Hincha: Muy buena. P: ¿Su padre no lo maltrataba cuando era chico o usted se sentía humillado simplemente por el hecho de que él era su padre? H: Jamás. P: ¿Y usted cree que sus hijos son inferiores sólo por ser sus hijos, o que cuando usted les recuerda que es su padre ellos sufren? H: No, mis hijos son lo más grande que me pasó en la vida junto con el fútbol. P: ¿En serio no siente que es humillante el solo hecho de ser hijo, no cree que significa perder? H: ¡No! Mi padre quería lo mejor para mí y yo para mis hijos, que son mejores que yo en todo; estoy orgulloso de ellos. P: Pero sin embargo da la impresión de que usted cree que el vínculo de padres e hijos está teñido inevitablemente de humillación, no de afecto. Usted adhiere a la idea de que es mejor no tener un padre y que ser hijo es una derrota. H: ¿Pero vos sos imbécil?
P: No, es usted el que todos los fines de semana se vanagloria de que sus hijos sean amargos, cobardes o –lo cito textualmente– “bobos”, que disfruta venciéndolos o que cree que recordar a un hijo quién es su padre ya equivale a un insulto. H: Pero yo sólo canto. P: Y por algún motivo lo hace. Sin embargo, hay una cosa positiva. Usted parece aceptar la posibilidad de que su hijo sea gay y no tiene problemas en contarlo a los gritos a miles de personas juntas. Al menos es un avance en la terapia. H: ¿Eh? Antes me mato. P: Pero si es usted el que extrañamente reconoce como cualidades ser huérfano (“no tiene padre”), no haber recibido ningún tipo de cuidado paternal (“tampoco tiene tutor”) y tener un hijo homosexual al que identifica claramente (“pero tiene un hijo puto que se llama…”). Esto último al menos demuestra una apertura que puede ayudarlo a superar muchos traumas. H: Yo no disfruto del dolor de mis hijos. P: No es lo que parece en la cancha. ¿Por qué no prueba algo distinto? Si los hijos
superan a los padres, como usted mismo sugirió, ¿no sería más adecuado tomar el rol del hijo en las canciones y cantar algo del estilo: “Yo soy tu hijo, vos mi papá, yo estoy arriba en la escala social”? H: Si canto eso me violan. P: De eso también quiero hablar. Me preocupan las alusiones al abuso incestuoso. ¿Se da cuenta de que en una de las canciones que usted suele corear anuncia orgulloso que en el Día de la Madre abusó sexualmente de su hijo, o que, en otra aún más retorcida, dice que lo hizo en el “día del pendejo”? ¿O peor, que a veces le pide sexo oral a aquel al que identifica como su hijo? Es entendible que se sienta perturbado. H: … P: No conteste. Esperemos a la próxima sesión, en la que me gustaría hablar un poco de sus traumas con la vejez y la juventud. ¿Se da cuenta de que en ningún otro lugar la gente se pelea por tener más años que los demás? _Martín Otheguy
Más que un prólogo celeste Este día me puse a pensar en escribir algo referido a la selección uruguaya. Y cuando digo “selección”, hago referencia a la mayor y todas las juveniles. Quería abordar una columna contándoles la emoción que se siente al ser citado, lo difícil que se torna seguir estudiando, puesto que los entrenamientos, concentraciones y viajes coinciden con los días y horarios de clases. Al rato me acordé del prólogo que su ex capitán, el señor Diego Lugano, escribiera para uno de mis libros por el año 2010, justo antes de irse a jugar el Mundial de Sudáfrica. Creo que sus palabras resumen todo lo que quiero contar. “[…] no todo el mundo tiene la misma suerte que nosotros (Daniel y yo), y en este punto es donde apoyo al escritor en lo que hace y me uno a él en un solo grito convencido. Hoy día, yo, Diego Lugano, puedo decir que tengo un buen pasar, soy reconocido mundialmente y defiendo a mi país como capitán de la selección. Mi vida pasa por el fútbol, y soy y seré un eterno agradecido a este deporte; pero también debo reconocer que en mi carrera como futbolista no todo ha sido color de rosa. Como cualquier jugador de fútbol, tuve innumerables momentos difíciles, momentos en lo que fui suplente o en los que ni siquiera estuve convocado al partido del fin de semana. Trabajé con técnicos que no me quisieron, equipos que me dejaron libre y hasta períodos en los que estuve a punto de dedicarme a otra cosa. Hubo instancias decisivas a lo largo de mi carrera. Por ejemplo, hoy soy el capitán de la selección, y estoy escribiendo una especie de introducción para una novela cuyo autor estuvo convocado a una selección, en el 2002, de la que yo quedé fuera. Recuerdo que a mí me iban a citar, al igual que a él, para ir a jugar un amistoso a Venezuela, pero finalmente lo citaron sólo a él. Cuando me enteré, lo felicité y dije: –Mucha suerte, Dani, estás nada más y nada menos que en la selección. Él me lo agradeció y se fue. No hace mucho, Dani me llamó para decirme: –Felicitaciones, Diego, estás nada más y nada menos que en un Mundial. Estas son las cosas del fútbol, muy semejantes a las de la vida misma. Pero aparte de todo esto, a lo largo de mi carrera deportiva, sobre todo en las inferiores, tuve un sinfín de compañeros mucho más dotados que yo par el fútbol; sin embargo, nunca llegaron a primera.
Foto: Rodrigo López
Almas rotas, sueños frustrados, promesas incumplidas. Cuando me entero de que alguno de estos fenómenos está trabajando doce horas al día para llevar el pan y la leche al hogar, pienso: ‘Qué horror, qué talento desperdiciado’. Pero el fútbol es así; muchas veces cruel, injusto, ¡infinidad de veces no se llega! Y eso es lo preocupante, y ahí es que nos unimos con Daniel por la misma causa: ¡Hay que estudiar! Pensando en lo que intento expresar a los lectores, espero haber sido claro en el mensaje. Si no lo fui, recalco lo dicho: estudien. El fútbol muchas veces es ingrato, muchas veces nos deja por el camino, y si no estamos preparados, la vida nos absorbe como una ola. Y es esa ola la que hay que saber barrenar. Estudien, prepárense. Ojalá sean futbolistas, y si llegan, van a sentir que el estudio también los hizo mejores deportistas. ‘Hagan deporte y estudien’. Es el lema y es la causa que junto con Daniel estamos tratando de inculcar en toda la sociedad. Los quiero mucho. Volvemos a hablar después del mundial. Con afecto, Diego Lugano, marzo 2010”. _Daniel Baldi
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Mariana Sequeira: peripecias y vicisitudes en el fútbol femenino
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Por amor a la camiseta
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Tiene que pagar para jugar, entrena en canchas de tierra y debe hacer frente a todo tipo de prejuicios. Pero las ganas se anteponen a cualquier obstáculo, y ella elige este deporte pese a las malas condiciones. Como cada martes, le espera un día movido. Saldrá de casa a las 8.30 horas para volver minutos antes de la medianoche. Desde su trabajo periodístico en una radio, se irá a la clínica del ejercicio del Círculo Católico para cumplir su rol de profesora de educación física. Entrada la tarde, comerá algo rápido, armará el bolso y esperará el ómnibus que la llevará a entrenar al Cerro. Apenas termine, correrá a la parada para llegar lo antes posible a la otra práctica en Punta Carretas. Sus días son así desde que eligió jugar en tres equipos: en fútbol once con la camiseta albiceleste, en sala para Udelar y en futsal de la liga universitaria defendiendo a Paysandú. Eso, además de sus dos trabajos. Aunque quisiera, no podría vivir de este deporte. Es que al igual que sus compañeras, no gana un centésimo en ninguno de los cuadros; de hecho, tiene que pagar para jugar. La realidad es esa, y la toma tal cual se presenta. Pero eso no significa que aplauda las condiciones. No proviene de una familia futbolera. Su padre la llevaba cada tanto a la Bombonera de Malvín Norte a ver algún que otro partido, pero fanáticos nunca fueron. Tampoco hubo nadie que lo practicara. Pero a ella siempre le gustó el deporte –de ahí su profesión–. Y si bien de chica se enfocó en la gimnasia artística, entre clase y clase solía mezclarse en los picaditos mixtos que se armaban en el club. Finalmente, la invitación de una compañera del ISEF a integrar un equipo en formación fue su pasaje de ida al fútbol. De esto hace diez años, ella tenía dieciocho. En su primer entrenamiento aprendió cosas que los técnicos varones suelen dar por obvias: cabecear, bajar la pelota, pararla de pecho. No por malicia, sino porque las tienen naturalizadas. Pero las nenas no nacen con un balón en el pie, entonces hay destrezas que de antemano no se les ocurren, si es que empezaron de grandes, como Mariana. Si tuviera la fórmula para volver atrás y recuperar el tiempo perdido, sin duda sería una de esas niñas que ahora juegan en baby fútbol. “En los años de la niñez están en las fases sensibles para aprender. El conocimiento que incorpores te queda automatizado para toda la vida. En ningún deporte llegás al máximo nivel si no empezás de chico. Las experiencias motrices diversas –con la cabeza, el pie, la rodilla–; el contacto con la pelota; ver fútbol; jugarlo. Esos años perdidos no se recuperan”.
¿Serías mejor jugadora entonces? Seguro. Hablo por mí y todas mis compañeras que están en la misma situación. Avanzamos muchísimo porque le ponemos todas las ganas. Tenemos esa fisura de los años que no practicamos, entonces queremos jugar, jugar y jugar. Pero si hubiéramos empezado de chicas sería mucho más simple, y el nivel quizás podría ser el mismo que el de los varones si el inicio fuera parejo. Después están las diferencias que puede haber entre el juego de la mujer y el varón, pero eso es otra cosa. ¿Cuáles son las diferencias? El hombre tiene un poco más de fuerza, pero en mi opinión el juego de la mujer es más vistoso, técnico y prolijo. ¿Qué dijo tu familia cuando comunicaste tu fichaje a AUF? Me apoyaron enseguida. En educación física es común que juegues a todo, varones y mujeres tenemos las mismas asignaturas. Dentro de ese ámbito el fútbol está más naturalizado que en otros. Pero tengo compañeras que a las familias no les gustaba que jugaran, no las dejaban, hasta que después lograron convencerlas. ¿Cómo se crean los cuadros? Hay cuadros más organizados desde el club, como Nacional, Colón y Cerro. Pero en muchos otros juntás un grupo de jugadoras con ganas de entrenar, conseguís a alguien que tenga ganas de dirigir, si tenés un preparador físico, genial, y si no, una lástima. Pedís un nombre. Y te pagás todo: hacés bailes, vendés rifas, tratás de conseguir sponsors, aunque es muy difícil. En algún momento hemos tenido el apoyo de empresas, pero como no tiene difusión y nadie lo ve, no les sirve. ¿Tenés que pagar para jugar? ¿Cuánto invertís por mes? En Cerro es distinto porque no pago cuota. Pero en general, en todos lados tenés que pagar para jugar. Hay que cubrir los gastos. La mayoría de las personas que trabajan en fútbol femenino lo hacen ad honorem. Nadie cobra sueldo, ni siquiera el técnico. Yo tengo un gasto por mes terrible. Sólo en cuotas pago 1.200 pesos, unos 700 de fútbol sala para alquilar las canchas y pagar los gastos de los campeonatos, y después viajes, boletos, camisetas. Siempre se intenta cubrir con la venta de rifas, pero llega un momento en que tus compañeros de trabajo o tus familiares te piden por favor que no les vendas más rifas ni los invites a más bailes.
A veces me compro los números yo misma porque no me da la cara. Por momentos no podés con todos los gastos, pero a la vez no querés dejar de jugar. Hay que ponerle muchas ganas… Muchas. Un ex novio me decía: “No puedo creer que juegues en estas condiciones, te tiene que gustar mucho”. A él le gustaba también, pero ni loco entrenaba en una cancha de tierra con pozos con forma cuadrada. “No hay ni pasto, no puedo creer que vayas”. Sí, son muchas ganas, de las jugadoras, de quienes están a su alrededor, de los técnicos. Eso es porque no hay plata. Algunos futbolistas hombres también entrenan en canchas estropeadas. Sí, pero menos. Los deportes que mueven plata porque hay empresarios de por medio son el fútbol y el básquetbol masculinos. Después hay infinitos deportistas: atletas, gimnastas, remadores, que no tienen un peso. En ese grupo entramos las jugadoras de fútbol femenino, que estudiamos, trabajamos, entrenamos cuando podemos y vamos a representar a Uruguay en un torneo y nadie se entera. ¿Cuánto entrenás? En Cerro, tres veces por semana, por una hora y media o dos. Dos días en una cancha de forma rara en la que hacemos físico y algunas cosas de pelota, y los viernes en una de once donde hacemos fútbol y algunas jugadas. Que una jugadora de fútbol once entrene en una cancha de fútbol once casi no existe en fútbol femenino, salvo en Nacional. Allí las condiciones son otras, tampoco es que sean excelentes, pero son mejores que en el resto. En futsal entrenamos en un liceo que queda en 21 de Setiembre y Ellauri. Entre los dos cuadros son cuatro veces por semana de sala, pero a veces combinás porque ya saben que jugás en varios equipos. ¿La mayoría juega en más de un equipo? Sí, en fútbol once y sala. Es totalmente diferente. Futsal es mucho más técnico, prolijo y dinámico. Cuando te acostumbrás a jugar en sala te parece que en once tenés todo el espacio y todo el tiempo del mundo para pegarle. En sala tenés un segundo, y si lo pensaste dos veces ya te sacaron la pelota. Además podés hacer jugadas más vistosas y mayor cantidad de goles. ¿Cómo es el nivel del campeonato local? Es desparejo. Por eso el año pasado cambió la modalidad del campeonato: al principio se juega una primera ronda todas contra todas y
¿Por qué siempre se lo asocia a la condición sexual? Se asocia porque se da, se acepta y se muestra. Hay muchas parejas dentro de los mismos cuadros o entre los distintos equipos. Capaz que en otros ámbitos no tanto, pero en este está más naturalizado que te pueden gustar las mujeres o los varones. Quizás si en otros ámbitos se aceptara más, se mostraría más. Lo hemos hablado mil veces con amigas, compañeras, y analizado de diferentes ángulos. Llegué a la conclusión de que al estar aceptado tenés la libertad de ser como tengas ganas. Capaz que en otros lugares no es tan así. ¿Cómo es el trato con los árbitros? Lo de los árbitros es horrible. No tanto en AUF porque están más acostumbrados, pero en la liga universitaria cobran diferente porque somos mujeres. El deporte es el mismo, tiene un reglamento único para todos, sin embargo son más benévolos con las mujeres. Hay reglas que no las cobran, por ejemplo, como las manos. Te dejan hacer más cosas, no son tan estrictos. “Bueno, son mujeres”, piensan, como restándole importancia. ¿Pasa lo mismo con los entrenadores? No. He tenido muy buenas experiencias con los entrenadores hombres. Les cuesta adaptarse al grupo porque los equipos de mujeres son más conflictivos, al menos eso parece [se ríe]. En realidad depende del equipo, es muy variado. Si se meten en el fútbol femenino, al no haber una motivación de dinero, es porque tienen ganas de sacar el equipo adelante. Una pausa en su frenética jornada de amor al fútbol. (Foto: Rodrigo López)
luego se separa en dos copas: de oro y de plata. En la de oro juegan los mejores equipos, y el resto en la de plata. Eso está bueno, porque si no es muy aburrido el campeonato para los que juegan bien. Y para las que no lo hacen tan bien es un embole que te ganen 12-0, que me ha pasado muchas veces, y es horrible.
en cuenta la preparación y las condiciones que tuvieron. Estuvieron a punto de pasar a cuartos de final. Pero siempre están peleando de atrás, en rendimiento, preparación, organización.
¿Cuáles son los mejores equipos? Nacional, Colón y Cerro. Colón es el último campeón, es bicampeón. Este año juega la Libertadores, ya que hay un cupo para Uruguay. A Nacional le ha ido bien en años anteriores, e históricamente fue Rampla, que después se desarmó.
Muchas de estas preguntas resultarían obvias si el entrevistado fuera un futbolista hombre. La reacción de la familia jamás entraría en el cuestionario y la elección sexual no tendría cabida en la charla. Pero cuando se trata de una mujer, la realidad es otra. Y los preconceptos están a la orden del día.
¿Cuánta diferencia hay con los equipos de afuera? Tengo amigas que juegan en las selecciones de sala y once, y les pregunto todo: las condiciones, las diferencias de nivel. Y da vergüenza. Sin comparar con Europa y otros países, las chicas de Colón que fueron a la Libertadores eran el único cuadro que no era profesional. Fueron con una preparación malísima, les fue horrible. El balance de la selección de once fue excelente si se toma
¿Sigue habiendo prejuicios? Hemos avanzado bastante, pero sigue habiendo.
Los prejuicios
¿En qué sentido? Cuando cuento que juego al fútbol escucho toda clase de chistes bobos: “es de varones”, “son todas lesbianas”. Son comentarios con respecto a la sexualidad y al nivel técnico que pueda tener, “se pegan”, “es malo”. De todo un poco. Sin embargo, se ha mejorado pila.
¿Qué cosas positivas se rescatan? Hay avances en muchos niveles. Desde que me acerqué al futbol hasta ahora es mucho más normal que las mujeres jueguen, que alquilen canchas de fútbol 5, que en los campeonatos empresariales se agregue la rama femenina. Cada vez hay más niñas que juegan baby fútbol, en el interior hay torneos sub 16. Hay muchas escuelitas femeninas y mixtas. Se creó la UFA, Unión de Futbolistas Amateur, que es como la mutual pero de mujeres. Sirvió en muchos casos en los que entrenadores querían retener a una jugadora en el club y eso estaba aceptado pero no era legal, porque no percibe un sueldo ni tiene contrato. Entonces el técnico se ensañaba con la chiquilina y se quedaba sin jugar un campeonato como reprimenda. La creación de la UFA logró que se revieran cosas del reglamento, que se hicieran reuniones con la AUF por los campeonatos. Se han conseguido muchas cosas. Antes las canchas de fútbol 5 tenían vestuario sólo de hombres. El otro día fui a unas canchas nuevas y quedé emocionada porque había para mujeres. Parece una pavada pero es importante. Hay pila de avances… _Carla Rizzotto 31
Se nos fue un crack
Un “culto” que entendió el “laburo” del futbolista
Foto: Andrés Cribari
Hace algunos días falleció en Montevideo Eduardo Galeano, nuestro escritor (de Latinoamérica), quien nació queriendo ser jugador de fútbol, “los uruguayos cuando nacemos lo primero que hacemos es gritar gol, gol”, decía él, no queriendo ser escritor. Pese a su poco talento con los pies, fue enorme el de sus manos, suerte que fue de “los cracks que no llegaron”, lo perdimos pero salimos ganando. Pensando en él, da vergüenza escribir, “da vergüenza el confort, el asma da vergüenza” (Mario Benedetti al Che Guevara en su poema “Consternados, rabiosos”), uno de los grandes uruguayos, guía esclarecedora de por dónde es el camino hacia esa utopía que, siempre dijo, era necesario perseguir sin desmayar. Es emocionante y enorgullece ver cómo lo quieren y recuerdan, prueba de que seguirá vivo, fluyendo por las venas abiertas de América Latina. A nosotros, los futbolistas, nos queda un vacío enorme, porque Eduardo Galeano era uno de “los cultos” que más entendió nuestro “laburo”, sus virtudes y sus carencias, sus alegrías y sus tristezas, sus grandezas y sus miserias. Sus soles y sus sombras. Los goles del número 8 “Yo quise ser jugador de fútbol como todos los niños uruguayos, jugaba de ocho y me fue muy mal, porque siempre fui un patadura terrible, la pelota y yo nunca pudimos entendernos, fue un caso de amor incomprendido”. “La historia del futbol es el triste viaje del placer al deber”. “Ojalá que Messi nunca se crea Messi, porque eso le permite jugar con la alegría de un pibe de barrio, como si fuera un chiquilín, un botija en los campitos o en los potreros, vos le ves ese disfrute en el juego”. “El deber de ganar es implacable, atrofia todo… en primer lugar la fantasía, la libertad, la espontaneidad, tenés que ganar o ganar”.
túnel MAY- JUN 2015
“El fútbol se parece a Dios en la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales […] el fútbol es la única religión que no tiene ateos”.
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“A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí”. “Yo me quedo con esa melancolía irremediable que todos sentimos después del amor y al fin del partido”. “Eso sí, mi mujer Helena y yo, estamos muy atareados. Desde que estamos juntos en la vida, hace 34 años, el primer día de cada Mundial colgamos en la puerta de entrada un cartel hecho por nosotros mismos que dice ‘cerrado por fútbol’ y no lo quitamos hasta que haya un campeón”. _Hamlet Tabárez Caracas, Venezuela Futbolista de Racing, Defensor, Colón de Santa Fe, Deportivo Galicia de Venezuela, selecciones nacionales de Uruguay en juveniles y mayores. Desde hace cuarenta años está radicado en Venezuela, donde ejerce como entrenador.