Túnel 09

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Sur y Palermo Añoranzas del fútbol de campito

Eguren Memorias de su periplo por el mundo

Frascarelli Sueños bajo los tres palos

publicación gratuita sobre la identidad del fútbol uruguayo marzo/abril 2016_edición_09 - issn 2393-5995

los 10 años

el camino del maestro 1


Doping positivo

El mejor de todos

túnel mar- abr 2016

Luis Suárez es el mejor jugador uruguayo de la historia del fútbol profesional y cualquiera que no comparta esta opinión es un ignorante. Lo digo así, de frente, con la autoridad que me confiere Túnel, la primera revista sobre la identidad del fútbol uruguayo.

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Antes de él puede haber habido mejores, pero ninguno jugó luego de que el fútbol se transformara en un complejo sistema de producción bioindustrial de atletas dotados física y técnicamente para controlar una pelota de 22 centímetros de diámetro con cualquier parte del cuerpo, salvo las manos. Héctor Scarone, Juan Alberto Schiaffino, Leandro Andrade –entre varios más que escapan a mi memoria en este momento– son algunos de los nombres que saltan cuando en nuestro país se discute quién fue el mejor jugador uruguayo de la historia. Ese debate, que acá ocurre pocas veces –lo cual podría ser un signo de madurez, puesto que estamos hablando de un deporte colectivo, si no fuera porque suele ser remplazado por otros más estúpidos, como cuál de los dos cuadros con más hinchas se fundó antes– es el que quiero traer a la mesa en esta pedante columna de opinión, que, en sentido contrario a la delicadeza y el buen gusto, descalifica a todo aquel que piense distinto y llega a una conclusión terminante en la primera línea de redacción. Periodizar la historia es una empresa arbitraria, apoyada en la capacidad que el que la hace tiene de convencer a los otros de que esa, y no otra, es la única forma con sentido de dividir algo que es, por definición, continuo: el tiempo. Yo argumento que hay un antes y un después del año 1995, pues ese año fue el último en el que el fútbol admitió la posibilidad de que el mejor jugador del mundo fuera un tipo grande –aproximadamente treinta años–, de una estatura menor al metro setenta y con más afinidad por la vida nocturna que por el entrenamiento. Ese tipo se llama Romario da Souza Faría y en 1995, con veintinueve años, llegó a su pico de rendimiento y comenzó –con algún breve repunte– el declive de su carrera.

Luego de Romario, la elite de fútbol mundial se reservó para personas que, además de ser enormemente talentosas, superaban el metro ochenta y poseían una masa corporal –hija de la genética y moldeada por el disciplinado entrenamiento europeo– que tenía poco que envidiarle a la del zaguero más recio. (Aprovecho para aclarar que limito la discusión de “el mejor jugador del mundo” al clásico criterio de sólo tomar en cuenta a futbolistas con funciones más ofensivas que defensivas. Hacer lo contrario enriquecería la discusión, pero fundamentarlo me llevaría toda la columna). Hablo de jugadores como Zidane, Ronaldo, Adriano, Ronaldinho y Kaká. A todos ellos, el fútbol les pasó factura cuando el cuerpo dejó de acompañarlos y, salvo Zidane –que estuvo a primer nivel hasta los treinta años y que repuntó milagrosamente en el Mundial de 2006, con treinta y cuatro años–, en todos los casos eso sucedió cuando andaban en la veintena. La punta de la pirámide se transformó en un lugar inhóspito, al que sólo podían llegar los jugadores geniales, jóvenes, y sometidos a una estricta disciplina física. A los veintiséis o veintisiete años los remplazaba alguien igual de talentoso, pero más joven y mejor preparado físicamente. Incluso Lionel Messi –el mejor de todos los tiempos y el que más distancia ha sacado con respecto a sus contemporáneos–, que a primera vista parece un caso excepcional, puede entrar en esta categoría de jugadores. El físico, que la genética no le dio, lo construyeron pacientemente durante años en las instalaciones deportivas del Barcelona. Desde 2007 a esta parte –cuando Kaká empezó la caída– es indudablemente el mejor del mundo, pero su cuerpo comienza a indicar que pronto dejará de

serlo. Cuando Hernán Casciari escribió, hace cuatro años, que Messi era un perro, estaba definiendo con gran exactitud a un tipo que perseguía la pelota y la llevaba a destino guiado por un instinto animal, que lo insensibilizaba ante los golpes arteros de defensas rivales y que lo ponía a resguardo de la tentación, bien humana, de inventar miserablemente algún penal para sacar ventajas. Estaba hablando de un jugador que ya no existe. Hoy Messi sigue siendo el mejor, pero ya no corre como un perro. Está al acecho, como un guepardo, y guarda su energía para explotarla en el momento más indicado. Mientras tanto camina, espera, regula, como todos los grandes jugadores cuando llegan a ese momento de su carrera en el que sus marcadores corren tanto o más que ellos. Su clásico slalom desde la derecha hacia el centro, con definición seca al segundo palo, hoy es infrecuente, y entre sus goles aparecen más los toques cortos en el área y los anticipos ofensivos tras algún rebote. Además, y por primera vez desde por lo menos el año 2007, no es el jugador más importante de su equipo; se diluye en el famoso “tridente”. Por eso creo que Messi no rompe con la tendencia que indiqué. Cristiano Ronaldo sí. Opacado por la sombra del chiquitito argentino, no es fácil percibir que el verdadero jugador diferente del siglo XXI es el poco querible delantero portugués. Si Messi es un animal del fútbol, Cristiano Ronaldo es una máquina. A los 31 años sigue siendo el delantero más rápido y potente del mundo, tiene gran capacidad goleadora, juego aéreo y una aptitud física que le permite mantener el mismo ritmo durante los noventa minutos de partido. Es verdad, es un pecho frío y, a diferencia de Messi, nunca nos va a sorprender con una jugada maravillosa


Suárez y Godín, dos jugadores de este país forman parte de la elite del fútbol mundial. Si este no es el mejor momento del fútbol uruguayo en los últimos cuarenta años, que baje Zeus del Olimpo y nos calcine a todos con su rayo fulminante. Y de paso que eche de una vez al director técnico de la selección uruguaya de fútbol, porque algo habrá tenido que ver en la emergencia de tamaño fracaso.

y física –como Cristiano– pero también de gran aplicación táctica. Algo así como un Thomas Müller o un Ivan Rakitić. Usted se preguntará qué carajo tiene que ver todo esto con Suárez. Yo también me lo pregunto y voy a tratar de resolverlo en las pocas líneas que me quedan: Suárez es parte de esta última categoría de jugadores. Es talento unido a potencia

física y disciplina táctica. Y a un espíritu competitivo que otros grandes jugadores uruguayos de los últimos cuarenta años –varios de ellos mucho más talentosos que él– no tuvieron. Hace veinte, treinta o cuarenta años, la distancia entre las condiciones –económicas, infraestrcuturales y todos los etcétera que quieran– que existían para la formación de un futbolista entre Uruguay y la elite del fútbol mundial eran mucho menores que las que existen ahora. Hace cincuenta años, incluso, esa elite todavía tocaba al fútbol uruguayo y sus alrededores. Pero nunca en ese lapso, que coincide con el de la superprofesionalización del fútbol, hubo un jugador uruguayo que formara parte de esa elite, que estuviera entre los tres o cinco mejores. Suárez sí. Hago una pequeña trampa con respecto al criterio que me impuse más arriba, relativo a no hablar más que de jugadores con funciones preponderantemente ofensivas: a esta lista hay que sumar a Diego Godín. Dos jugadores de este país forman parte de la elite del fútbol mundial. Si este no es el mejor momento del fútbol uruguayo en los últimos cuarenta años, que baje Zeus del Olimpo y nos calcine a todos con su rayo fulminante. Y de paso que eche de una vez al director técnico de la selección uruguaya de fútbol, porque algo habrá tenido que ver en la emergencia de tamaño fracaso. _Mauricio Bruno

Doping positivo

–en todo caso, tirará un taco innecesario para el deleite de la gilada cuando va 7-0 contra el Levante–, pero en un fútbol en el que el capital físico tiene una importancia relativa cada vez mayor con respecto a las condiciones técnicas, el portugués marca la diferencia. Cristiano Ronaldo abre una era en la que cual la clave para conquistar y conservar el ínfimo espacio de terreno que hay en la punta de la pirámide del fútbol es la construida y continuada solvencia física. Ya no va a haber Maradonas, ya no va a haber Romarios y sólo habrá Messis cuando la industria europea los capture de niños y los transforme en jugadores de fútbol físicamente aptos para un mundo implacable. Es cierto, por otra parte, que Cristiano tiene una falencia grave, que le provocaría serios disgustos si fuera un tipo común y corriente y tuviera que enfrentarse con un psicólogo laboral en una entrevista de trabajo para un cargo burocrático: graves dificultades para el trabajo en equipo. Hoy el fútbol es dominado por máquinas hechas con tecnología de punta que funcionan con estricta regularidad –como el Barcelona de Luis Enrique, el Bayer Munich de Heynkess y Guardiola, la selección alemana de Löw y la española de Del Bosque– y no por los buenos equipos que rodean a un genio desequilibrante. No en vano hoy asistimos a la peor crisis de la historia del jogo bonito. Por eso, el futuro será de jugadores de gran solvencia técnica

Dónde se consigue o lee la revista Túnel Gol al futuro Estadio Centenario Sala Franzini Museo del Fútbol Estadio Centenario Socio Espectacular 18 de Julio 1618 y Carlos Roxlo Gussi Libros Yaro 1119 y Durazno Libros de la Arena Benito Blanco 962 y Avenida Brasil El Yelmo de Mambrino Gutiérrez Ruiz 1156 y Maldonado Librería Las Hortensias Chucarro y Massini Libros Libros Br. Artigas 1825, Tres Cruces Librería Papacito 18 de Julio 1409 frente a la Intendencia Librería Papacito 18 de Julio 888 y Convención Librería La Lupa Bacacay y Buenos Aires Librería Lautréamont Maldonado y Pablo de María Pocitos Libros Avenida Brasil 2561 Librería Luzgala Avenida Lezica, Colón Librería Purpúrea Plaza del Entrevero, 18 de Julio y J. Herrera y Obes Librería Abrazo Gral. Flores 272 local 2, Colonia del Sacramento Librería Babilonia Tristán Narvaja 1591/1601 y Mercedes Nueva Galería Libros Tristán Narvaja 1536 y Colonia Byblosur Libros Magallanes 922 Librería Martín Fierro Atlántida Librería Ganesha Ciudad de Canelones Pompona Libros José Enrique Rodó 280, Ciudad de Canelones Librería ABC Independencia 802, Florida Librería La Canasta Sarandí 644, San José Maca libros Ciudad de Durazno Centro Cultural de España Rincón 629 Centro Cultural Florencio Sánchez Grecia 3281, Cerro Biblioteca Facultad de Humanidades, Cantina Facultad de Humanidades, Biblioteca Alfredo Zitarrosa Ciudad del Plata Km 29.500 Av. Penino Ariel García Ramón Bergalli 485 A.4 Maldonado Biblioteca Club Banco Hipotecario Colonia 2189 y Alejandro Beisso AEBU Camacuá 575 y Reconquista Restorán y Parrillada Lo de Silverio Rossell y Rius 1651 y 4 de Julio, Villa Dolores Cerveza Mastra Mercado Agrícola, Martín García y José L. Terra Palacio del Café Mercado Agrícola, Martín García y José L. Terra Bar Andorra Canelones 1302 y Aquiles Lanza, Silex Ciudad Vieja, Buenos Aires e Ituzaingó Café & Bar Uruguay y Minas, Cordón Bar Don Basilio Paysandú y Minas, Cordón Bar Palacio Garibaldi y Tuyutí Pizzería y Parrilla El Luichi, Gaboto 1300 y Charrúa, Cordón Bar La Toja Rivera y Dolores Pereira Rossell, Villa Dolores Cantina de Miramar Misiones Villa Dolores Cafetería del Teatro Politeama Tomás Berreta 310, Ciudad de Canelones Bar Las Flores Bulevar España 2051 y Blanes Club Tito Borja Cerro Club Enrique López Ejido y Cebollatí, Barrio Sur AlPecho Remeras y Margass Galería del Virrey, 18 de Julio y Quijano Peluquería Dawer Orinoco y Amazonas Peluquería Mauro Francisco Canaro y Mario Cassinoni Centenario Fútbol 5 Luis Alberto de Herrera y 8 de Octubre La Blanqueda, CF5 Uruguay 1998 y República Cordón Paquín Bulevar España y Benito Blanco Quiosco Galicia 1146 esquina Ejido Estación Petrobras Ellauri y Gabriel Pereira Helvecia Libros Café Luis A. de Herrera 1020 Nueva Helvecia Club Esparta Colonia Valdense Intendencia de Rocha Dirección de Deportes, Bar El Tuna, Melo Se distribuye además a los integrantes de los cuerpos técnicos de los clubes afiliados a la AUF, al cuerpo técnico de la selección nacional en todas sus categorías, a los docentes de los cursos de entrenadores del ISEF y de la ACJ, al departamento técnico de OFI, a la Facultad de Comunicación de Udelar y en la Tecnicatura de Gestión en Instituciones Deportivas de la Facultad de la Cultura del CLAEH.

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Foto: Leonidas MartĂ­nez

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El Maestro Tabárez a diez años de su vuelta a la selección nacional

La década ganada En 2006, después de años de caos, frustraciones y sinsentidos del fútbol uruguayo que se expresaban en sus selecciones nacionales, la Asociación Uruguaya de Fútbol fue a buscar nuevamente a Óscar Tabárez para que asumiera como entrenador de la selección mayor, pero esta vez el técnico venía con un importante desarrollo de planes que trascendían largamente los límites del campo de juego, sus estrategias y la forma de afrontar los partidos. Eugenio Figueredo quiso hacer una jugada a su favor, pero el mentor de la llegada del Maestro fue Daniel Pastorini, quien conocía las ideas de Tabárez. Han pasado ya diez años de ejecución, desarrollo y modificación de aquel plan bautizado “Institucionalización de los procesos de selecciones nacionales” y, mientras nos aprontamos para seguir adelante, echamos una miradita atrás y nos entusiasmamos con lo que vendrá. Cuando en días Uruguay enfrente a Brasil por la quinta fecha de la clasificatoria sudamericana para el Mundial de Rusia 2018, Óscar Washington Tabárez alcanzará la marca de 161 partidos al frente de la selección absoluta y quedará a seis partidos –que, de una u otra forma, jugará Uruguay esta temporada– de convertirse en el seleccionador nacional con más partidos dirigidos. En la Copa América Centenario o en la clasificatoria igualará la marca de Sepp Herberger, quien entre 1936 y 1964 dirigió a Alemania en 167 partidos, incluyendo la selección del Tercer Reich y la también hitleriana representación, que incluía a alemanes y austríacos, que participó en el Mundial de 1938 y siguió jugando durante la Segunda Guerra Mundial. Tabárez tiene dos períodos al frente de la selección mayor. El primero, en torno al Mundial de Italia 1990, incluyó la Copa América, las eliminatorias para Italia 1990 y el propio Mundial, que marcó el fin de aquella primera etapa al frente de la selección, entre fines de 1988 y el invierno de 1990. Su segundo período, el que nos ocupa ahora, es el de la última década, único de una continuidad ininterrumpida tan extensa que empezó en mayo de 2006 en aquel amistoso con Irlanda del Norte en Nueva Jersey y que ha pasado por 126 partidos, entre los que se cuentan dos mundiales, tres copas América, una Copa de las Confederaciones, decenas de partidos por eliminatorias y amistosos de FIFA, entre lo que ha sumado la 15ª Copa América para Uruguay, el cuarto puesto en Sudáfrica

2010, el tercer lugar en las Confederaciones 2015 y el inédito segundo puesto en el Ranking FIFA en 2012. Esos números no reflejan, sin embargo, lo más trascendente e importante de esta década que, de alguna manera, resignifica esta verdadera refundación de la selección uruguaya. El lugar y el momento Mientras esperamos por la ansiada entrevista, Andrés, mirándolo desde su óptica de fotoperiodista, evalúa posibles lugares donde hacer la nota. Está claro, lo sabemos, por respeto y admiración, que no dependerá de nosotros, sino que conversaremos donde el Maestro quiera. Pero yo, en un ataque de audacia, dirijo el guión emocional y traslado mi idea: “Si se puede, me gustaría que fuese en ese salón”. Ese salón es el que ahora llaman “sala de prensa” y que está ligera y funcionalmente alhajado a esos efectos, pero una década atrás estaba vacío, vestido apenas con un escritorio y un par de sillas, salvado, por la humilde y ligera transparencia de ser lo que es y no más que eso, del ladrillo visto. Diez años atrás, cuando Tabárez apenas había sido nominado para el acéfalo cargo de director técnico de la selección nacional, después de una seria y dolorosa caída en picada de la celeste, el entrenador nos había atendido ahí. Aquella vez, obviamente, ni Fernando Morán, el fotoperiodista con el que compartí la tarea, ni yo podríamos siquiera haber pensado en elegir locación para las fotos.

Como burda figura de anticipación poética, aquel día de marzo de 2006 estaba intensamente gris y quedaba la sobra de una intensa lluvia que no llegó a temporal, por lo tanto, no había forma de sentarse a conversar si no al amparo de un techo y cuatro paredes. Más allá de que después aquella entrevista, la primigenia de la historia de La Diaria, terminase teniendo tintes de encuentro augural, yo recordaba bien la larga mañana y el rumbo que había tomado la charla. En el auto de mi padre, bajo el azote de la lluvia y perdido entre las confundibles por ese entonces rutas 101 y 102, sin saber qué era un GPS, llegué, con la cola entre las patas, justo a la hora de la entrevista al Complejo Uruguay Celeste. Ahora en este marzo de 2016, mientras departimos antes de darle rec a la entrevista para Túnel, el maestro me confiesa que él al principio también se perdió un par de veces en su camino para llegar a aquel lugar, a este lugar que tanto ha cambiado, como el fútbol de selecciones de Uruguay, en estos últimos diez años. Profecía cumplida “¡Pah, hace como diez años de eso! ¡Qué me voy a acordar!” podría haber sido mi respuesta ante una hipotética pregunta acerca de aquella charla con Tabárez, pero habría sido una mentira: a pesar de que he conversado muchísimas veces con el Maestro, en las más diversas coyunturas, no hubo año en el que no me acordara de aquella charla y de su propuesta de irradiación 5


maestro Óscar Washington Tabárez

desde el vértice de la pirámide como única salida genérica para el fútbol en Uruguay. No voy a decir que lo sabía de memoria, pero recordaba su discurso: “Lo vamos a hacer en la selección y pretendemos que se generalice en todos los niveles del fútbol del país, incluyendo, por supuesto, todos los clubes de la AUF [Asociación Uruguaya de Fútbol], en donde nos apoyaremos en nuestras ideas, pero fundamentalmente en la práctica de los que hacen las cosas bien desde hace tiempo en nuestro fútbol. Apostamos a que se dé naturalmente la teoría de la irradiación, o sea, ser un foco donde se trabaja de determinada manera, apuntando a que eso vaya generando de a poco un cambio cultural”. Aunque ya aprendimos que el camino es infinito, diez años después impresiona su claridad y coherencia en el desarrollo de las ideas y formas. Aquella mañana de 2006, cuando no había siquiera una lista de seleccionados, le pregunté: “¿Cuánto cree que podría ayudar el tratar de internalizar el concepto de que no queremos ganar mañana, sino trabajar para dar lo mejor a mediano plazo?”. Y él respondió: “He

“Me sigo sintiendo responsable de todo y de dar la palabra final sobre las decisiones, pero [en el cuerpo técnico] hemos desarrollado mucho la cultura del equipo, y preguntamos muchísimo, desde cosas macro, como la planificación, hasta un cambio dentro de un partido”.

dejado mensajes en cuanto a que mi principal anhelo es que cuando me tenga que ir –sea por resultados, por dudas, por razones de edad o por lo que sea–, esta manera de hacer las cosas sea continuada por otras personas. Si logramos dejar eso, será muy importante para el fútbol, pero fundamentalmente para los cambios culturales que pretendemos”.

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Tengo un plan

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A veces uno presenta proyectos y planes, como una forma protocolar de demostrar sus intenciones, su capacitación o su idoneidad para las tareas requeridas. Otras tantas, aunque aquel carpetín no es esperado ni requerido por los contratantes, ese proyecto es la prueba de lo que es posible. La verdad es que en este caso, al revisarlo después de una década, resulta satisfactoriamente impactante advertir todas esas recompensas que había en el camino de aquel incipiente mapa. El documento presentado como “Institucionalización de los procesos de las selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas”, firmado y fechado por Óscar Tabárez en marzo de 2006, tiene un ítem de Objetivos que dice lo siguiente: “Objetivos: 1. Establecer políticas de selección y dar permanencia y continuidad a su organización. 2. Elevar los rendimientos deportivos y acercar la expresión futbolística de las selecciones nacionales a nivel del fútbol de elite internacional. 3. Influir positivamente en el proceso de formación integral de los futbolistas seleccionados. 4. Coordinar objetivos y actividades de las selecciones de todos los niveles para estimar proyecciones y aplicar programas en plazos mediatos. 5. Programar las actividades de las selecciones nacionales incluyéndolas anticipadamente y en concordancia con los calendarios locales e internacionales. 6. La competición será parte imprescindible de la preparación y evaluación de los equipos y de la formación de los futbolistas, por lo que no debe quedar limitada solamente a las competiciones oficiales internacionales. 7. Las selecciones deberán ser literalmente nacionales. Para ello se nivelará la preparación de los jóvenes futbolistas del interior del país respecto de sus similares de Montevideo. 8. En función del objetivo anterior, a partir de las estructuras actuales, se dotará a las organizaciones departamentales de planes, programas e implementos, que permitan la competición significativa y la formación integral de los futbolistas jóvenes en su medio autóctono. 9. Lograr un perfil del futbolista de la selección uruguaya, que abarque los aspectos técnicos, éticos y disciplinarios”. El chequeo de cada uno de los objetivos planteados hace diez años nos demuestra que seguramente siete de ellos han sido desarrollados muy satisfactoriamente. Vamos por los otros.

Y yo remataba así aquella entrevista publicada en La Diaria, el 20 de marzo de 2006: “El 20 de marzo de 2016, ese domingo que acabo de agendar, ya estaré con 55 pirulines encima. Casi con seguridad seré abuelo, y entonces podré contarle a alguno de mis nietit@s [sic] que hace diez años salió La Diaria. También le diré que hace diez años empezó el que pretendió ser un plan básico de organización de las selecciones uruguayas. El plan maestro, el plan de Óscar Washington Tabárez. Seguro que le diré algo más, pero eso, si puedo, se lo escribo dentro de diez años”. Y aquí estoy. Escribiéndolo. Era ficción, fue realidad Como siempre me ha pasado con Tabárez, el encuentro es franco, serio, abierto y permanentemente enriquecedor por sus aportes, pensamientos, certezas e hipótesis. He tenido la suerte, una década atrás, de jugar al futuro sin tener necesidad de subirme al De Lorean, y centrar aquella entrevista, la primera que otorgaba el nuevo director técnico de la selección nacional, cuando aún no había presentado en la AUF su “Institucionalización de los procesos de las selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas”. Yo, que ya me senté y trato de asegurarme de que ese grabador moderno, tan digital que parece una calculadora científica, me funcione, tengo la nota en la tablet, pero no la muestro. Fue planificada con tiempo para que fuera la primera entrevista de La Diaria, que justamente vería la luz el 20 de marzo de aquel año –de ahí lo arbitrario del título–, y claro que recuerdo nuestra interna de nota de peso para arrancar ese sueño. En su arranque, ahora, diez años después, en papel amarillento, decía: “Ni yo, ni mucho menos el exitosísimo técnico de la selección imaginábamos que una década después me recibiría en el mojón de los diez años para revisar lo que va del camino, tan rico en recompensas, tan en construcción permanente, cimentado por certezas y bacheado por las inclemencias externas”. Hace diez años ya había un plan efectivo, pronto para pasar del manuscrito bien garabateado en letra de maestro al encuadernado con espiral para que no quedase archivado en algún depósito de la AUF. Ese plan, después vengo a descubrir, habla del camino: “La consecuencia del mismo modo de trabajar en todos los niveles de la selección nacional aporta mucho a la idea de marcar un proceso (camino, ruta) coordinado y continuo en la evolución de un futbolista seleccionado”, y entonces entiendo cómo lo vamos desbrozando hacia aquella idea inicial. Repaso aquel punteo de objetivos a cumplir. La gratísima sorpresa es que se han cumplido aquellos nueve puntos planteados


antes del inicio de este trabajo a mediano y largo plazo en el mundo de las ideas que, lamentablemente, por el utilitarismo de los resultados siempre está renovando pagarés a corto plazo. “Yo sé que en aquel momento la credibilidad era mínima, pero había gente, como en el caso suyo, que ya había pensado en esas cosas, y entonces, de a poco, se fueron generando y ganando adhesiones. La primera vez que fui a la AUF me preguntaban por las condiciones, y entonces respondí que las condiciones no eran los temas contractuales, sino hacer cosas; que dirigir no significaba ver cuántos partidos se ganaban, cuántos se perdían y si se clasificaba o no, sino hacer cosas que pudieran ayudar a colocar racionalmente al fútbol uruguayo en el contexto del mundo. Con el correr del tiempo, fuimos ganando adhesiones, fundamentalmente desde adentro, y eso ha sido fundamental. En Nueva Jersey, en el primer partido de Uruguay [el 21 de mayo de 2006 con Irlanda del Norte] yo les hice un discurso a los jugadores, basado en que lo que más les pedía era adhesión. Un jugador me preguntó: ‘¿usted me asegura que el equipo lo va a hacer usted y que no va a haber otras influencias y cosas de afuera?’. Le contesté que sí, que siempre ha sido así conmigo, pero que además, si las cosas salían como yo pensaba y él seguía en la selección, lo iba a poder confirmar por sí mismo. De este modo, desde muy adentro empiezan a surgir adhesiones: la forma en que empezamos, la firmeza que tuvimos y cómo procedimos fueron fundamentales en ese sentido. Ha sido un trabajo colectivo como deben hacerse siempre las cosas y deberían hacerse siempre en el futuro: sin personalismos, ni veleidades mesiánicas, ni nada por el estilo. Eso es así. Nos congratulamos de eso, pero seguimos queriendo mejorar siempre”. Crece desde el pie Una década atrás me había hablado de formación, de juveniles, de planificación con ambiciones. “Antes, desde tres o cuatro décadas atrás, se podía dar naturalmente la formación de futbolistas, pero en este estado de cosas tiene que ser planificada, programada y secuenciada. Estoy convencido de eso, y nosotros ahora comenzamos como un modesto aporte y tratamos de ser ambiciosos pero no utópicos. Creo que en la medida en que las cosas que proponemos se vayan afirmando, tenemos que intensificar estos aspectos de trabajar a largo plazo, tener visiones mediatas de las cosas”, decía en 2006. Ahora nos habla de aquel futuro, que es presente. “Hay detalles de la organización que vale la pena mirar. La organización de selecciones juveniles tenía una forma de funcionar ya instaurada: había un preparador físico para la Sub 20 y Sub 17,

“Hay gente que, por distintas razones, dejó de estar en los últimos tiempos en la selección. Sin ellos, esto no podría haber sido. Siguen viniendo y aportando, y están pendientes de todo lo que pasa acá”. (Foto: AC)

un profesional que tenía que trabajar en un turno con una y en el otro con la restante, y había un preparador de arqueros para todos. Ahora, por la evolución del recorrido, pero, fundamentalmente, por lo establecido en el acuerdo de 2010, cada director técnico tiene su entrenador ayudante, que es muy importante, su preparador físico, su preparador de arqueros y, generalmente, su médico y su kinesiólogo, e incluso, las más de las veces, un utilero específico para la categoría en la que esté trabajando. Hay una interconexión permanente con todas las divisionales, incluso con el cuerpo técnico de la selección mayor, que cuando no está abocado a la tarea específica de la selección interactúa y participa directamente en el campo toda vez que sea necesario”. La base de la pirámide Su fortaleza se cimentó en no negociar el trabajo, en la seriedad y en fortalecer la siembra. “Todo ese cambio reditúa en

aumentar la calidad del trabajo. Es aguzar el sentido de responsabilidad, preparar mejor a los que llegan y darles más posibilidades. La tecnología que se está incorporando no está destinada sólo a la selección mayor: es para todos. Los GPS, el gimnasio, las canchas, esta cancha cerrada que se está haciendo… Eso es muy importante y tiene un valor real incalculable, pero, además, para mí tiene un enorme valor simbólico: es algo que ahora está y que antes no existía. Es una base todavía mejorable. En la primera eliminatoria, la que transcurrió entre 2006 y 2009, el profesor José Herrera, que ha tenido un liderazgo en la parte de infraestructura, materiales y todo lo que tenga que ver con el entrenamiento, cada vez que volvíamos del exterior se contactaba con Defensor Sporting para utilizar su cancha techada, para que cuando veníamos y teníamos que hacer entrenar a los que no habían tenido actividad, contáramos sí o sí con un lugar donde 7


maestro Óscar Washington Tabárez

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hacerlo. Nunca utilizamos esa cancha, no tuvimos necesidad. Nunca la vi –después se le voló el techo en un temporal–, pero fue muy importante como respaldo. Ahora nosotros tenemos una cancha techada, y siempre estamos tratando de hacer cosas, de aprovechar espacios, con sentido de responsabilidad, apuntando a mejorar el nivel de preparación de los futbolistas que llegan a las selecciones”.

“Me satisface el hecho

Toda la carne en el asador “Tratamos de enriquecer los aspectos personales con el aporte de las psicólogas, de la gente que traemos para dar charlas y compartir sus vivencias; es algo muy formativo. Seguimos en ese camino, y considero que no lo tenemos que abandonar. Hasta hemos hecho –a partir de una idea del Cebolla [Cristian] Rodríguez– un parrillero criollo con ladrillos refractarios desde el piso. Teníamos parrillero, uno normal, pero ahora nos juntamos ahí, con sillas y bancos que traemos de otros lados. Ese lugar es parte de los momentos en que estamos juntos, y capaz que alguna victoria también tiene que ver con cosas que pasan en esos momentos de convivencia. Las cosas tienen que tener su enfoque justo. Eso es parte de la selección y se transmite, más allá de las personas”. El maestro nos cuenta de lo importante del grupo, de los que estuvieron pero ya no están jugando. “Hay gente que, por distintas razones, dejó de estar en los últimos tiempos en la selección. Sin ellos, esto no podría haber sido. Siguen viniendo y aportando, y están pendientes de todo lo que pasa acá”.

siempre, sino que están

Y con tu espíritu Ahí me saltan claramente otros tópicos remarcados con luminoso en la fotocopia de aquel proyecto de 2006: la apuesta a la adhesión, la pertenencia y la solidaridad de los que desde tempranas edades empiezan a ponerse la celeste. “Ese es un fenómeno que hemos conseguido”, dice, y se muestra conforme. “Ahora uno ve jugar, por ejemplo, a la Sub 15 –a la que no se puede juzgar con los mismos parámetros que a la Sub 20 o a la mayor, porque se trata de una edad de por sí muy inestable y muy cambiante, en la que las cosas van a gran velocidad en términos de evolución y

de que muchas cosas que pensábamos hacer en varios ámbitos se han concretado o están en funcionamiento, y no es que ya estén hechas para instaladas para seguir mejorando: el complejo y toda su infraestructura, las canchas, el gimnasio, la piscina, la sanidad; todo eso vale”.

cambios– y uno le ve cosas que quiere. Esta última Sub 15 fue realmente admirable: la forma en que metieron, cómo le dieron, cómo se entregaron sin que les hiciera mella el calor que hacía en esa zona de Colombia, ya que se jugó en lugares que habrán tenido sus razones para elegirlos, vinculadas con la promoción del fútbol, pero no eran apropiados para chiquilines de catorce y quince años. Uno se pone a pensar en cómo estos chiquilines han incorporado cosas, todas las veces que Alejandro Garay les habló, el trabajo de las psicólogas, del médico, entre ellos, y entonces se da cuenta de que ese espíritu los está tocando. No digo que ya lo tienen, pero seguro que muchos de ellos van a volver en la Sub 17 y van a seguir así en la evolución, sabiendo que esa es nuestra verdadera marca de fábrica. Esa actitud, ese espíritu, no lo podemos perder, tiene que ser parte de la cosa, más allá de la expresión puramente técnica”. Más allá de la fe Lo tiene cada vez más claro: hay un trabajo de campo que da soporte a las ideas que permitieron que Uruguay volviera a colocarse en el círculo virtuoso de la competencia. “Creo que nuestras

condicionantes, que tienen que ver en buena medida con aspectos demográficos, con los pocos futbolistas que tenemos, comparativamente pueden ser superadas. Llegamos a aquella final con Francia en Sub 20 y sólo perdimos en los penales. Acá nunca se ha reconocido eso. Francia tiene una organización y una infraestructura fenomenal, una forma de trabajo admirable para sus miles de jugadores; sin embargo, definimos con ellos. ¿Por qué? ¿Porque somos potencia? No, porque logramos una mentalización, una preparación, porque hay algo que está más allá de las partes que conforman eso que hay que tratar de lograr en el futbolista uruguayo, que se basa en creer en sí mismo, en creer que puede, pero, además, es necesario darles la preparación para que eso no sea una mera expresión de voluntad, sino algo que pueda defender dentro de la cancha. Creo que sencillamente es eso lo que hay que hacer”. Soy celeste ¿Cree que esta regeneración de la empatía del público con la selección tiene que ver con esto: con la seriedad, con el trabajo, con las ideas, con los planes? Yo creo que sí. Ahora salgo menos, pero cada vez que lo hago –al médico, a dar alguna vuelta– hay muchísima gente que me para y me dice: “Muchas gracias por lo que ha hecho”. Eso hizo eclosión después del Mundial de Sudáfrica: había matrimonios jóvenes, muchachos de treinta y pocos años que agradecían en nombre de sus hijos. Fue muy lindo. Yo lo capté. Antes decían que el fútbol dividía a la familia, que la televisión dividía la vida hogareña porque los hombres querían ver fútbol… La selección desde Sudáfrica, por determinadas circunstancias, generó ese fenómeno y ahora la gente se junta para ver a la selección. Hay un montón de anécdotas, de emociones, una adhesión al creer que se podía; es increíble. La gente desarrollaba cábalas y creencias y estaba convencida de ese aporte. Es verdad que la gente nos dio ese respaldo. Incluso se ha hablado de un público de la selección, y eso se ha ido dando con el tiempo. A veces notaba las cosas negativas. Me acuerdo de que una vez, en el debut en las eliminatorias, con Bolivia, íbamos ganando uno a cero y a ellos les habían echado un jugador, y tocan una


momento fue creciendo la cosa. Ahora, y desde hace un tiempo, juega la selección y la gente va a ver el partido. Hay mucha adhesión, festejo y reconocimiento. Yo no estoy atendiendo a las tribunas, pero mis hijas me cuentan: “No sabés lo que era, la gente que había, la identificación”. Y ahora mismo, en estos primeros cuatro partidos, en los que teníamos visitas a dos lugares que siempre nos han generado problemas, además de enfrentar en casa a dos selecciones de primer nivel, la gente ha estado sensacional. Hacia el infinito y más allá El camino es infinito después de aquel mojón inicial, así que seguiremos recogiendo recompensas por ahí. Nosotros creemos que hay que seguir preocupándose por el camino, y el camino es hacer lo que hay que hacer, planificar todo, seguir mejorando y sabiendo que lo que se busca son resultados deportivos, pero la principal recompensa está en hacer lo correcto, en desandar ese camino, y eso muchas veces tiene que ver con el resultado final. Si no recorrimos ese camino, seguro que no conseguimos el resultado, pero aun si lo hacemos tenemos la incertidumbre. Ya tenemos la recompensa de todo lo que hemos obtenido, más allá de títulos, de

partidos dirigidos, de tiempo de trabajo al frente de la selección. Esa vivencia que hemos tenido en ese festejo con todo el país, esa alegría, lo que he vivido en cosas que trascienden lo deportivo, las anécdotas, las emociones, no tiene precio; todo eso ya forma parte del andamiaje de cada uno de nosotros para buscar lo que viene. Muy modestamente y de perfil bajo, estamos fuertes en muchos aspectos y hay otros en los que reconocemos que tenemos inferioridad o condicionantes, pero eso no nos hace renunciar a seguir buscando. Creo que el año pasado hemos tenido algunos ejemplos de eso, y ahora, contra Brasil, tenemos la oportunidad de ponerlo a prueba.

maestro Óscar Washington Tabárez

pelota para atrás. Los gritos de “¡jueguen pa’ adelante!” se hicieron escuchar, con una agresividad y descalificación que mostraban que no había empatía alguna. Después, desde la misma tribuna, en aquel partido decisivo con Colombia, cuando veníamos de perder con un Perú eliminado. Eso fue muy duro, pero a nivel interno nos dijimos que había una luz, que había que hacer de cuenta que lo íbamos a conseguir, y además les hicimos ver que si le hubiéramos ganado a Perú igual había que ganarles a los colombianos para seguir adelante, que había que encararlo de la misma manera. Pero teníamos que superar el efecto negativo de aquella derrota en sólo dos o tres días. Empezamos ganando uno a cero, y estábamos con diez por la expulsión del Hormiga [Carlos] Valdez. Ellos después también tuvieron una roja, creo que el expulsado fue Teo Gutiérrez, pero nos empataron en el segundo tiempo, y cuando estábamos uno a uno fue justamente desde la Ámsterdam que la gente empezó a corear: “Soy celeste”. Es cierto que era un público especial, público del dos por uno, pero la gente fue porque estaba con la selección. Ganamos tres a uno y fueron puntos que sirvieron para después ganar en Quito, ir al repechaje con Costa Rica y lograr la clasificación para el Mundial. Y desde ese

¿Cuál es su sensación al haber visto esto cumplido, justamente si lo compara con lo que hablamos diez años atrás? Porque cuando ustedes lo planifican, lo piensan, lo discuten, trazan la idea, es porque creen que se podrá hacer. A mí me satisface. No me enorgullece ni me alimenta el ego, pero me satisface el hecho de que muchas cosas que pensábamos hacer en varios ámbitos se han concretado o están en funcionamiento, y no es que ya estén hechas para siempre, sino que están instaladas para seguir mejorando:

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maestro Óscar Washington Tabárez

el complejo y toda su infraestructura, las canchas, el gimnasio, la piscina, la sanidad; todo eso vale.

“Nosotros creemos que hay que seguir preocupándose por el camino, y el camino es hacer lo que hay que hacer...” (Foto: AC)

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Persiguiendo sueños

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Mientras nos acomodamos, el director técnico les cuenta a Andrés y a Diego de aquella entrevista, y siento que siempre vale la pena andar persiguiendo los sueños por ahí. “Él me hizo una nota, hablando de estas cosas que en aquel tiempo no existían, porque en ese momento no había nada desde el punto de vista físico de lo que hay ahora acá [en el Complejo], y hablamos sobre las ideas que teníamos”. “Fue acá mismo”, dice el maestro, con diez años más, los mismos diez más que tengo yo y los mismos diez años fértiles, fermentales y lanzadores de futuro que tiene esta institucionalización del proceso de selecciones nacionales. “Acá mismo”, dice, y se refiere a aquel salón, que “era más chico todavía porque ahí [y señala] había una pared que separaba con unas oficinas, así que la sala de prensa era la mitad, nomás”. Tabárez, que aún no se ha sentado, pone énfasis en ese cuento que me involucra y les narra: “Y la nota que me hace Rómulo la titula ‘20 de marzo del 2016’, como diciendo: ‘hay cosas pensadas para concretarse en un plazo’. Y él [por mí] le puso diez años por plantearse una fecha de imaginarse cómo sería en ese tiempo el desarrollo de aquellas ideas que aún no estaban descritas a modo de plan como lo presentamos en la AUF unos días después”.

Y hay más La organización de las selecciones juveniles, el relacionamiento con la selección mayor, la calidad del trabajo. Cómo aprovechamos el poco tiempo de contacto que tenemos con los jugadores apoyándonos en todo lo anterior y dándole a esto una continuidad. Cómo hemos encarado –no sé si solucionado, pero trabajamos en eso– el tema del paso del tiempo y de algunos jugadores que ofrecían muchas dudas, no en lo que se refiere a lo que aportan en este momento, sino sobre cómo llegarán al Mundial de 2018, por una cuestión de estadísticas y de cosas que hemos revisado en los últimos mundiales. Cómo tomamos medidas para tratar de llegar a soluciones es este sentido, en un camino silencioso y lentamente, como son las cosas generacionales en el fútbol. También me satisface plenamente el funcionamiento del cuerpo técnico: cómo hemos progresado a nivel interno en el trabajo colectivo. Me sigo sintiendo responsable de todo y de dar la palabra final sobre las decisiones, pero hemos desarrollado mucho la cultura del equipo, y preguntamos muchísimo, desde cosas macro, como la planificación, hasta un cambio dentro de un partido. Cuando ciertas circunstancias pusieron a prueba esta forma de llevar adelante las cosas, los todólogos que hay por ahí insistían con que “tiene que venir Fulano al cuerpo técnico, hay que incorporar a Mengano” y esas cosas, lo superamos muy bien. El criterio para resolver esa situación fue natural: ¿quiénes han tenido pleno contacto con todo este proceso de trabajo y con los futbolistas? Era nuestro cuerpo técnico, que había quedado maltrecho porque no podíamos participar Mario Rebollo y yo, pero estaba Celso Otero a quien rodeamos con gente de los mismos procesos de selección, que lo pudiera acompañar para esa eventualidad, y sin dudas salió muy bien, porque no podía salir de otra manera. Todas esas cosas me satisfacen, pero no me quedo en eso, enseguida me cuestiono. Yo siempre desarrollo la teoría de lo que podría haber sido: ganamos, o salió bien la planificación, pero ¿y si hubiese pasado esto o no hubiese sucedido esto otro? Es un lindo ejercicio que no sólo lo desarrollamos con el cuerpo técnico de la selección mayor, sino también de manera permanente con los cuerpos técnicos de juveniles, para asegurarnos, sobre todo con la gente nueva que pueda llegar, de que esto continúa en un mismo sentido. Entonces, desde ahí, se empieza a sembrar para que continúe en todo el proceso de las selecciones. Creo que da para estar satisfecho pero no para estar relajado. _Rómulo Martínez Chenlo


DAMIÁN FRASCARELLI

El puesto ingrato de los sueños Damián Frascarelli es un despierto que sueña. Un niño que soñó lo que ahora vive el hombre. Un tipo irreverente que se alimenta de utopías. El jugador de fútbol no es en ningún caso únicamente un jugador de fútbol, ni aunque él mismo se lo crea. Ser arquero sin dudas, y además, es una característica especial. “Siempre me fui planteando pequeños objetivos. Primero quería ser el golero de Miramar. Después ya quería jugar en Peñarol, y así, son sueños que los cumplís o no pero que están ahí en la cabeza”. (Foto: Danielo Scalese)

En lo que sí creyó Damián fue en los objetivos, más que en los sueños, por suerte: “Siempre me fui planteando pequeños objetivos. Primero quería ser el golero de Miramar. Después ya quería jugar en Peñarol, y así, son sueños que los cumplís o no pero que están ahí en la cabeza. Pasé un mes sin dormir, compraba el diario y estaba en el diario, prendía la tele y estaba en la tele. Pero pasaban los días y lo de Peñarol se caía y tomaba fuerza de nuevo. Eran quilombos de plata, yo era una botella que salía diez pesos, mis sueños no importaban. La lesión la tiro para ese lado, al estrés de llegar al fin a Peñarol, cuando ni siquiera tenía zapatos intercambiables, las trabas que no se solucionaban y la liberación de haber llegado”. El éxito y el fracaso son como Dios y el Diablo, ninguno de los dos es bueno, pero a ambos nos cruzamos en mostradores, somiers, estadios y otros agujeros. Creemos en ellos a veces más que en nosotros mismos y vivimos según las costumbres pulcras de una cultura, y las intervenciones ineludibles de la

oscuridad. ¿Qué pasa con Dios cuando un hombre se rompe? ¿Cuántas veces transa un hombre con el Diablo? No estoy hablando de filosofía, estoy hablando de fútbol. Cuando después de haber rozado el sueño de su vida, de haber calzado los guantes del orgullo, el hombre se rompe y el sueño se esfuma, el corazón bombea impotente y rabioso, el humor rota de tiempos como en una pista de música electrónica y la razón galopa de hombro a hombro siempre al borde de quebrar. Estoy hablando del cuerpo, estoy hablando de la razón, del corazón, de Dios y del Diablo, estoy hablando de fútbol. “Después de la lesión pasé a ser nadie, apenas el golero de la tercera, o ni siquiera eso. Cuando estás en un buen momento te usan, cuando no servís te tiran para un costado. Así es el fútbol. La recuperación demoró más de lo esperado, se me terminaba el contrato y volvía a Miramar que había descendido. A veces pensaba, ‘si no puedo caminar ¿cómo voy a volver a jugar al fútbol?’. Encima mis representantes cayeron presos. Estuve

un mes entrenando. Pedían un dineral por mí pero me pagaban el mínimo. Me quiso Cerro pero como no había plata tampoco salió. Yo estaba asustado por lo que pasaba con mis representantes, no tenía cómo hablar con ellos porque los teléfonos estaban pinchados. Al tiempo, cuando ya estaba entrenando, me diagnosticaron una infección. Cada vez que iba a arrancar pasaba algo, era horrible. Me estaba quedando sin laburo. El recuerdo de los partidos era el penal que le atajé al Sebita [Fernández]. Le atajé el penal y nos dimos un abrazo”. Un hombre de barrio le debe todo a su vieja y Damián Frascarelli no es más que eso: “Me anoté de tarde en el liceo 9 de Colón. Salía a las 16 horas y en Danubio empezábamos 17.30 en Camino Carrasco donde era el Parque Forno. Una hora y media de ómnibus. Mi madre me esperaba en la puerta del liceo con un bolso cargado de ropa de golero, pantalones, guantes, zapatos, una botellita con leche chocolatada y dos refuerzos de dulce de 11


DAMIÁN FRASCARELLI

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Arriba: Ale Risso, Chelo Ruocco, Andrés Casanova, Stewart Wappler, Nico Arellano, Agustín Lucas, Bruno Silva, Damián Frascarelli. Abajo: Ricardo Alonso. Gastón Bonavita, Adrián Magallanes, Pablo Roquete, Alejo Saravia, Cabeza Requelme. (Foto: DS)

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membrillo y queso. Merendaba en el bondi y hasta me cambiaba en el fondo. Me sacaba le pantalón del liceo y me ponía el de atajar”. Nos curtimos en la calle, tomando bondis eternos –“el viejo y querido 329”– conociendo Montevideo de cancha en cancha, contando las monedas para un dulzor que calme el ansia adolescente y un jugo cualquiera o una bebida refrescante llena de burbujas. De gurises las referencias fueron el popular Casa, el Polilla, el Gato, el Cabeza; en la flor de la adolescencia nos cruzamos con el Pelado De Castro: “Un emblema de los de antes. Un tipo que salía a trabajar y volvía a casa con su familia, participé del ascenso que vivimos siendo inferiores, y ejemplo para las nuevas generaciones como las nuestras. Después se convirtió en un amigo”. El arquero es un tipo especial, y si no que los dioses del fútbol me lo nieguen, o que el anecdotario oral al que estamos acostumbrados me lo demuestre. Entrenan por separado, andan con enormes bolsos llenos de cosas, son torpes con los pies y, sobre todas las cosas, usan el uno o el doce, sobre una camiseta que puede –como no– llevar los colores del cuadro. “Juan Alzubides conocía a mi técnico del Mauá (baby fútbol). Yo había ido a Wanderers pero éramos muchos. Quedaban dos semanas para arrancar el campeonato y no se decidían por ninguno. Y yo quería fichar en algún cuadro. A Peñarol fui dos días y me empalagó la competencia. En Danubio me pasó algo parecido, estuve cinco meses y me tuve que ir. Increíblemente después de haber jugado en Primera, por algunos de esos equipos pasé o me quisieron. El otro día pregunté por Di Cono, que era el captador de juveniles, que me vio y me arrimó. Me comí cada una de irme llorando para casa porque en Danubio era el quinto golero. Con trece años. Pero querer jugar me generó la constancia”.

Arriba: Damián Frascarelli, Pocho Mila, Andrés Casanova, Cabeza Requelme, Gato Pereira. Abajo: Agustín Lucas, Gastón Bonavita, Palito Pereira, Pablo Roquete, Bruno Silva, Alejo Saravia. (Foto: DS)

Cuando lo conocí se convirtió en un compañero de ruta urbana, suburbana de ocasión. A veces nos tocaba heder en el fondo con el barro adherido aún a los pelos adolescentes de las piernas. Casi siempre alguna colegiala nos hacía la cabeza, el guarda nos amenazaba por hacer bardo, o el partido, que era nuestra vida, recalaba en los ángulos de la memoria o se resbalaba con el olvido en la charla. Así, aquel ómnibus amarillo que atravesaba la ciudad fue una aventura diaria, un cotidiano refugio acelerado por callecitas que ni idea, y la noción de vernos seguramente al otro día. “Me acuerdo de las palabras de Juan hablando con mi madre. Mientras ella, resignada por lo que había sucedido en otros equipos, le dijo que para el puesto sabía que era bajo, Juan le dijo que podía suplirlo con otras condiciones”. Así de simple y así de importante son las acciones de esos educadores de ocasión, generadores de ilusiones o muros en el vuelo, en la carrera. Y Juan Alzubidez fue el amigo mayor, jovial y seguro, que albergó nuestras andanzas por los suburbios atrás de una pelota. Supo encaminar a los líderes, alentar a los más débiles, promover el buen fútbol por sobre la miseria. Fue la referencia de una banda de amigos inolvidable, de historias ineludibles en el fraseo animado de los días, de amigos al fin para toda la vida. “En Séptima fue capitán el Polilla por votación –Juan tenía esas cosas–. Segundo capitán era yo que tenía un mes en el equipo. El Casa empezó a ser capitán en Sexta, cuando la cosa empezó a ponerse fea. Íbamos a entrenar a la cancha de la Facultad de Ciencias. Salíamos de entrenar de noche. Las ratas caminaban por el vestuario y las canillas daban choques eléctricos. Saltábamos el muro para entrar y a veces cuando estaba el candado teníamos que meter al más chiquito por la ventana para que sacara un par de pelotas y los

chalecos. Todos a su manera éramos como personajes de una historia. De todos los años tenemos un cuento. En Cuarta el filtro fue más grande y se empezó a desarmar aquello inolvidable de los primeros años. Iba pasando el tiempo y el árbol se iba pelando. Es un momento salado. Jugadores que desde Séptima parece que van a llegar, se quedan en el camino”. De aquella generación afloraron valores como Palito Pereira, Papelito Fernández (ambos mundialistas), Damián Frascarelli, Alejo Saravia (Miramar, Bella Vista, Cerro Largo, entre otros equipos), Rodolfo Requelme (Rampla, Central, emigró de gurí y creció en España), Sergio Souza (recordado por aquel River de Carrasco) y quien escribe. De un equipo de once soñadores, siete cumplieron el reto más difícil de llegar a Primera, y el más difícil aún que es el de mantenerse. “Me tocó estar en lo máximo y todo lo contrario. Cuando subí a primera Beethoven Javier se la jugó por mí estando el Flaco Caro y Gonza Noguera. Flor de campeonato nos mandamos con un equipo de jugadores que algunos ni siquiera habíamos pisado el Estadio. En un momento me querían los dos grandes. Todo iba muy rápido y nadie me preguntaba nada. Cuando me dieron la chance les dije a mis representantes que si podían hacer una fuerza para ir a Peñarol mejor, porque yo a Nacional no quería ir ni loco”. Aprendió modales en concentraciones y aeropuertos, los códigos los mamó en el barrio Colón y los pulió en el vestuario chico del Méndez Piana. En el vestuario grande se hizo hombre. Con trece años volvía llorando de entrenar, con veinte tocó su propio cielo, a los veintiuno estaba despedazado por mil partes, y a los veintidós arreglaba su contrato para volver, gracias al Tincho Crossa que lo recomendó con Garisto en el equipo más allá del muro, mientras sus representantes debatían su


DAMIÁN FRASCARELLI

“Salíamos de entrenar de noche. Las ratas caminaban por el vestuario y las canillas daban choques eléctricos. Saltábamos el muro para entrar y a veces cuando estaba el candado teníamos que meter al más chiquito por la ventana para que sacara un par de pelotas y los chalecos. Todos a su manera éramos como personajes de una historia”. “Cuando estás en un buen momento te usan, cuando no servís te tiran para un costado. Así es el fútbol”. (Foto: DS)

libertad con la Justicia: “Cuando me tocó volver a jugar tenía más nervios que en el debut”. Al tiempo se estrenaría en la tan preciada Libertadores con Cerro: “Me puteaban anduviese bien o mal porque declaré que era hincha de Peñarol. Si te putea la hinchada rival es parte del folclore pero si te putea tu propia hinchada ya es demasiado. Tuve que pedirle a mi familia que no fuera a la cancha”. Y luego llegó el exilio –llamémosle voluntario– que lo llevó a ordenar la defensa en otros idiomas, no sin antes indicar con señas las compras del supermercado. “Ellos saben lo que es Peñarol porque les cantaba canciones de la hinchada. Y ahora obviamente por Forlán”.

Atajó hasta el viento en un equipo chico de la lejana isla de Chipre, y pasó a Omonia, uno de los grandes, para ser el número 12 detrás del guardameta del seleccionado local. “Una vez me pasó de estar cargado y seguir entrenando a pesar del dolor. Me pinchó el músculo. Apreté los dientes y me pinchó dos veces más. Y la cuarta. Y le seguía dando. Nos vamos para el hotel y tenía la gamba como una pared. Llamé al médico y me dio un antiinflamatorio. Al otro día no podía ni caminar. Puteaba en griego. El médico nunca había visto una cosa igual. Volvíamos a Chipre y Patricia justo llegaba de Uruguay a vivir juntos. El médico fue a la habitación y me dijo que tenía que quedarme en Holanda hasta

que bajara la inflamación. Me entró la desesperación hasta que me dijo que si volaba me podía explotar la pierna. Estuve cuatro días esperando volver”. Cuando el hombre es del mundo la patria es la cama, los tres palos, la percanta y la vieja; el equipo de tus amores, la forma de hablar el lunfardo montevideano inconfundible, el área chica. En Chile peleó un descenso y se fue adorado por la gente. Volvió a Peñarol por la puerta de adelante, sin pedir más permisos que al corazón. Hay hombres que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles*. _Agustín Lucas *Bertolt Brecht

CENTENARIO FÚTBOL 5 CORDÓN DEPORTE Y RECREACIÓN

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• 2 canchas de fútbol 5 cerradas • Parrillero • Salón de eventos y cumpleaños • Vestuarios • Gimnasio • Servicio de cantina 13


REDACCIÓN AL MARGEN

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No hay tiempo para revanchas

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Sólo con mirarnos directamente a los ojos reconocíamos qué podía estar pasando. O pasaba. O lo que era peor: ya había pasado. Él traía los gestos raros de las noticias, mi pálpito tropezaba entre la incertidumbre y la angustia. Nunca, desde hacía mucho tiempo, las novedades eran prósperas. Prácticamente ya no esperábamos nada. Cuando Totó entró por la puerta me buscó lentamente. Yo estaba sentado en uno de los escalones de la grada, de cara al sol. Cuando me identificó dejó caer los párpados, sin fuerzas, contundentes, apenas moviendo el cuello como si fuera un no. Se habían llevado a Gatti. Una tarde cualquiera de verano, presuntamente sábado y de 1977, los muchachos se disponían a jugar un partido. Culpa de una llaga que me carcomía el tobillo derecho llevaba una larga ausencia de la canchita. Apenas me la curaban, nos permitían poca higiene, los ropajes ya no daban ni pena, los pocos harapos a disposición hervían de mugre; sólo el destino podía ser curativo. Soto pidió que le patearan al arco así calentaba las manos y los reflejos. El Vasco y Tristán se turnaron en esa labor alternando un tiro cada uno desde lejos. Cuestiones lógicas: teníamos una sola pelota. El resto estiraba contra la pared o se ejercitaban cortito. Los más viejos, por su parte, esperaban sentados para no desperdiciar previamente una gota de esfuerzo. Cuatro guardias nos miraban desde arriba, como si nada más importante tuvieran que hacer. Cuando los muchachos se disponían a armar los equipos pasó lo increíble. Se abrió la puerta que daba del penal al patio y aparecieron tres milicos con cuatro negros. Quedamos congelados. Tristán apretó la pelota con la planta de su zurda. “No se asusten, manga de cagones. Armen un cuadrito de siete que hoy van a jugar contra nosotros, un rival de fuste. Como verán, vinimos reforzados con nuestros nuevos amigos sudafricanos. Bueno... de por ahí, yo qué sé. En realidad no son de Sudáfrica Sudáfrica. Qué me importará si no hablan nada de español estos hijos de puta”, dijo el sargento Duarte. La presentación del improvisado cuadro rival cambió los planes. Había que elegir titulares y suplentes, cosa que no estábamos habituados. Encima faltaba

Gatti, capitán del equipo por personalidad y por dotes futbolísticas. Tristán tomó la posta. Dijo que Soto sería el arquero, que Vasco y Espinillo irían al fondo, él con Pitanga se pararían en el medio, mientras que de punta mandó a Pichón con Tumba. “No se queden arriba”, fue la orden del improvisado capitán para los punta, “esta gente se debe correr todo”, remató. El sargento escondía su pobre loco detrás del rostro serio adornado por un bigote rancio. Flaco y cabezón como palillo de bombo, tenía la pedantería de un coronel o teniente general. Le encantaba mandar a prepo. Sentenció que iba a haber un juez “porque la justicia es bien importante” y le dio el chifle a Bermúdez, un miliquito joven. Él se puso al arco mientras que sus otros dos compañeros y los cuatro africanos, unos y otros desconocidos por igual para nosotros, se dividieron la cancha. Duarte gritó: “Cuando quieras arrancá, botija, estos giles son pan comido. Y cobrá bien, eh, no te hagás el bobeta. Ya sabés...”. Sentí lo peor cuando Piquero, uno de los guardia cárceles, se sentó a mi lado. Me miró, pero no me habló. Traté de concentrarme en el juego, en el caño que le tiró Tumba a uno de los negros para salir del rincón, momento antes de pasársela a Espinillo que entraba corriendo como un loco y puso el 1-2 con tiro pifiado lleno de suerte. Pero fue imposible. Lo único que me vino a la mente cuando Piquero se me acercó fueron imágenes de Gatti. Juan Ramón del Campo, Gatti, en la clandestinidad, Gatti, en la cárcel; Gatti, mi amigo. Haciéndose el bonachón palmeó mi espalda. “¿Y, Huguito?, lindo partido parece”, lanzó. Levanté las cejas, pero no me dio para contestar. Luego de varios minutos, miles, o tal vez un par, mientras observábamos un tiro libre lejano para ellos, comentó por lo bajo que tenía algo para contarme. Pensé en Gatti, pero qué le iba a decir, si todo mi esfuerzo estaba ocupado en sostener las lágrimas que cruzaban por dentro, tratando de no ceder al sentimiento que aprendí de memoria: siempre se puede estar un poco más solo. “Parece que los morochos son del África. De un lugar que se llama Transkei, algo así. Se lo escuché decir al sargento. Trajeron un blanco también, militar, y al parecer es el intérprete. Vinieron para

que nuestro gobierno les reconozca su independencia de Sudáfrica. ¿Qué te parece, eh, Huguito? Acá no sólo hacemos justicia. Somos solidarios hasta con los negros de por ahí. Mirá, justo, gol del grandote ese”, afirmó Piquero, mientras yo era una estatua sin vista panorámica. Contesté con una afirmación de cabeza. Estaba en otro lado, pero mejor que él ni se enterara. A decir verdad, me sorprendió su comentario, lo tomé con extrañeza. ¿Transkei? No recordaba que un país africano se llamara así, al menos desde el 72, cuando me agarraron. Al rato, antes de retirarse, minutos después del entretiempo que empatábamos 3-3, Piquero me aprieta fuerte la pierna con su mano. Con un leve movimiento señala el agarrón. Me hizo una guiñada, se paró lentamente y se fue. Casi se vuela la esquela que advertí junto a mi rodilla. Decía con simpleza: “Lo cagaron a palos. Salió vivo, lo vi. Capaz vuelve. Tragate el papel”. Lo leí tres veces, disimulé rascarme la nariz y me lo comí. Busqué a Totó entre los suplentes, junto al paredón de la derecha, pero no lo divisé. Alguien le gritó que la pasara. Estaba jugando. Intenté chistar, pero se lo llevó el viento. Moví el cuerpo, amagando pararme, a ver si por lo menos lograba desconcentrarlo y que me mirara, pero fue en vano. Al parecer íbamos marchando. Jugaban como los niños en los cinco minutos de recreo. “¡Iliso!”, le dijo un africano a su compatriota que llevaba la pelota, este miró atrás, cubrió la guinda con el cuerpo, salió amagando un pase, y cuando se enfrentó al achique desesperado de Soto no hizo otra cosa que tocarla mansita, para que entrara encantada contra un palo. Totó, más rápido que corriendo, la fue a buscar como un loco al fondo del arco y la llevó para sacar inmediatamente. El partido lo perdimos. En los pocos minutos que restaban no le encontramos la vuelta, los cambios no nos sirvieron mucho, los africanos no se cansaron nunca, y encima el culón del sargento Duarte estaba en el día del golero. ¿El resultado? No desaparecerá. Tampoco hubo tiempo para revanchas. A las semanas nos devolvieron a Gatti, totalmente desarmado, a la celda de enfrente. Vi sus ojos. _Mintxo


(Ilustración: Rodrigo López)

SÍ, LA VERDAD QUE SÍ

Talastilla La madre no había terminado de parirlo y el padre ya lo había bautizado. “Se va a llamar Demóstenes Talastilla, como yo”. Una decisión egoísta, es cierto, pero es importante señalar que los nombres que la madre tenía en mente eran mucho peores. Desde ese momento, papá Demóstenes trabajó para que su primogénito fuera una copia reducida de su persona; un representante del machismo rioplatense que bajo la excusa de la caballerosidad escondía el convencimiento de que la expresión “sexo débil” era un hecho científico. Un tipo que terminaba de masticar el almuerzo del domingo mientras calentaba el motor del auto para ir al estadio a ver a Peñarol y a repetir cánticos que hablaban de penetrar al rival, casi siempre en contra de su voluntad. Cuentan que llevó al nene

a debutar a la Ámsterdam el mismo día que dijo “papá”. Cuando el pequeño Demóstenes entró en la adolescencia, su papá comenzó a llenarle la cabeza para que continuara con el negocio familiar. Y “negocio” era la palabra correcta, porque para el viejo ser doctor había sido una apuesta al éxito económico que le había dado (y le seguía dando) sus buenos dividendos. El adiestramiento no sabía de días ni horas. Desde la tribuna, el padre señalaba con la misma pasión el culo de una hincha aurinegra que la ambulancia que esperaba junto al banderín del córner. Cuentan que llevó al joven a debutar al quilombo el mismo día que le dijo que haría quinto biológico. Pasó el tiempo y Junior se convirtió en un afamado profesional de la medicina que

se aferraba a los valores tradicionales: tenía una esposa, dos hijos, tres amantes y cuatro clínicas privadas, una de las cuales fue usada por varias de sus amantes para que la cantidad de hijos se mantuviera en dos. Hace años que Demóstenes Talastilla II no se habla con su padre. Más exactamente desde aquella cena de Navidad en la que el veterano le dijo, delante de todo el mundo, que era la vergüenza de la familia y que le prohibía volver a poner un pie en esa casa. A partir de ese momento, la única comunicación entre ambos se limita a los mensajes de texto que el hijo envía los lunes posteriores al clásico. Del estilo “siempre corriste, manya, el bolso manda”. Demóstenes Talastilla padre todavía no se explica qué hizo mal. _Ignacio Alcuri 15


Foto: Leonidas MartĂ­nez

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“Tenemos que saber el lugar que ocupamos y la responsabilidad que nos da ser jugadores de fútbol”

Eguren tranca fuerte Agradecido con el fútbol, Sebastián Eguren estuvo a punto de abandonarlo en 2004 tras el dopaje positivo que lo alejó de las canchas por seis meses. Fue un punto de inflexión: “O me vencía y quedaba por el camino, o entregaba todo para tener una carrera que, quizás, en ese momento, pensaba que iba a ser imposible”. Hoy con 35 años sigue jugando en el club del que es hincha, “habiendo pasado con la selección los mejores momentos de mi vida”, dice. Atrás habían quedado los primeros pasos en el club de baby fútbol El Hornero y las formativas en Wanderers donde llegó a los diez años. “Era un entorno muy competitivo pero muy lindo”, asegura. “Fue el lugar donde me formé con los mejores entrenadores, porque más allá de que hubo dificultades económicas, el club siempre nos dio profesionales de primera”. En el club bohemio consolidó un grupo de amigos con los que más tarde salió campeón de la B y ganaría la Liguilla que los llevó a la Copa Libertadores en el 2000. El equipo del Prado también le permitió jugar con dos ídolos de su infancia. “Primero fue con Tony Gómez en el 99. Era una locura. Estaba jugando con el mismo tipo que la colgó en el 88”. Con Santiago Ostolaza, al año siguiente, fue diferente: “Sentía una identificación con él. No sé si por el puesto, por el número, por la manera de ser, o hasta por el apellido vasco. Ver el tipo de persona y profesional que era me hizo confirmar que era el ídolo que admiraba desde chico. Hablaba poco pero tenía la palabra justa siempre. Era todo un ejemplo”. Más tarde, lo volvería a encontrar en Nacional, pero esta vez como entrenador: “Transmitía toda su energía ganadora, su pasión por el fútbol. Es el tipo más honesto que conocí en el fútbol. No sé si es por eso que no ha trabajado todo lo que realmente merece”. Justamente el Vasco fue uno de los responsables de que no colgara los botines. Tras el incidente del dopaje, Eguren sintió una gran desilusión y desconfianza con el entorno del fútbol. Y si volvió a ponerse los cortos fue gracias a su respaldo: “Yo me había ido a España a ver a mi familia. Me llamó y me dijo: ‘Yo te necesito en el grupo, te necesito acá, dentro de poco vas a volver a jugar’. Me llenó la cabeza en el buen sentido: de la necesidad que tenían de mí. En realidad el que precisaba el fútbol era yo”.

¿Cómo fue el salto a Europa? Tenía 24 y me fui con Alejandro Lago al Rosenborg de Noruega. Fue una aventura. Empecé a aprender cosas que para mí no eran habituales. Yo era un tipo desbolado y tuve que empezar a hacer declaración de impuestos, a ahorrar, a ser responsable con la plata. Prácticamente, los futbolistas, con veinte años pasamos –por los ingresos– a ser jefes de familia y a tomar decisiones. Y no estamos preparados. Vas aprendiendo sobre el camino, entre macanas y aciertos. Además era un idioma nuevo; una cultura nueva. Se acababa todo a las cuatro de la tarde. Un frío tremendo pero sobre todas las cosas muy oscuro. El mayor aprendizaje fue la parte futbolística. Jugué bárbaro –Champions inclusive– hasta que al año siguiente vino un nuevo entrenador que trajo a dos africanos y nos dijo que no nos iba a tener en cuenta. Me convencí de que le iba a ganar y pensé que di todo, pero realmente no di todo y no me pude ganar al entrenador, así que me fui a Suecia. Ahí fue otro descubrimiento. Encontré a la madre de mis hijos y una ciudad alucinante desde todo punto de vista. Culturalmente muy parecidos pero también muy diferentes. Hay muchos latinos y extranjeros, es una ciudad muy cosmopolita. El fútbol me vino bárbaro. Agarré una confianza tremenda y empecé a rendir lo que en un momento pensé que podía dar. Porque había llegado a creer que, por el físico o por la manera de ser, no me daba para jugar en Europa. Ahí sentí que lo podía dar y fue así que llegué al Villarreal. ¿En el Villarreal fue tu mejor momento futbolístico? Sí, porque tuve compañeros que me hicieron jugar muchísimo mejor. Por la exigencia:

jugaba con tipos que jugaban mucho mejor que yo y para compartir una cancha con ellos tenía que estar a tope en lo físico, en lo técnico, en la concentración y en lo psicológico. Y porque te ayudan a mejorar. Porque te dan la pelota como te la tienen que dar y te enseñan cómo quieren que se la des. Para mi fue grandioso. Jugué y luché el puesto con Edmilson que fue un 5 que admiré. Cuando él llegó desde el Barcelona a jugar con nosotros pensé: “¿Y ahora cómo hago para jugar?”. Pero terminé jugando. Me daba cosa, a veces, ver que él entraba por Marcos Senna y terminábamos el partido juntos. Para mí fue un privilegio y un orgullo haber jugado con un tipo que en mi puesto fue uno de los mejores que vi. ¿Qué otros compañeros o técnicos marcaron tu carrera? Haber llegado a Primera con todos mis amigos me marcó muchísimo, y haber estado con mis héroes de mi infancia también. Tuve a [Hugo] De León en Nacional. Daniel Carreño me marcó muchísimo por lo que es como persona. La mayoría de los técnicos que tuve me dejaron muchas cosas. De compañeros, sobre todo como líderes, creo que Diego Lugano está por encima de todos. Fue el mejor liderazgo que tuve. Tenía un magnetismo especial y asumía un montón de cosas con mucha naturalidad. También el maestro [Óscar] Tabárez. ¿Cuál fue el DT del que más aprendiste? [Manuel] Pellegrini. No digo que fue el mejor, pero fue el que me abrió los ojos. Me enseñó cosas prácticas para mi juego y me hizo ver muchas otras cosas que yo no veía en el fútbol. Tenía mucha claridad y era un entrenador de la gran siete. Además de toda su formación tiene un temperamento muy especial. 17


que tendrían que ser en comparación con la exigencia que tienen para otros. Realmente somos muy pocos los equipos a los que se nos puede exigir como profesionales o superprofesionales. Inclusive los equipos grandes en comparación con otros equipos del continente como el Palmeiras –en el que me tocó jugar– no podrían ni competir. Por lo que tienen de infraestructura, de gasto. Porque es casi como competir como con un equipo de Europa. Ni el Villarreal tenía la infraestructura que tenía el Palmeiras. Sin embargo, cuando nosotros vamos a jugar contra el Palmeiras la exigencia es ganarle, jugar mejor y hasta pasarlos por arriba. Desde que volví, veo cada vez a los jugadores más preparados: la mayoría terminaron el liceo, hablan otro idioma. Para cualquier familia esto puede ser algo normal pero en el ambiente del fútbol antes no pasaba. Ahora hasta tienen dietistas; están mejor formados física y mentalmente para ser un profesional, no solo acá sino en el exterior. Me encantaría que el entorno del fútbol les diera mucho más. Que se pudieran convertir en grandísimos profesionales en Uruguay y pudieran ser disfrutados por los hinchas locales. Pero creo que no da porque es un fútbol extremadamente amateur. Ni que hablar de lo que sufren los jugadores de Segunda División que pese al apoyo de algunos dirigentes, que también son amateurs y que dan todo lo que pueden a esos clubes, también se les exige ser superprofesionales. Por ejemplo, a los jugadores de Rampla los trataron como mercenarios porque querían cobrar lo que se habían comprometido a pagarles. Y estamos hablando de muy poca plata. Porque estoy seguro de que ninguno de los que va a la hinchada a exigirles serían capaces de mantener una familia con el sueldo de esos jugadores.

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“Haber llegado a Primera con todos mis amigos me marcó muchísimo, y haber estado con mis héroes de mi infancia también”. (Foto: AC)

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¿Qué enseñanzas te dejó tu carrera? Sé que soy más paciente, pero no todo lo que debería ser. Aprendí, sobre todo, el valor que me han dado los grupos humanos: lo que es un grupo y cumplir un rol. Por sobre todas las cosas, aprendí lo que es la humildad: aceptarse uno como es, aceptar a los demás y aceptar el lugar que te toca. Más allá de que uno puede desear otro y luchar por él. Con Tabárez y Lugano aprendí algo esencial del fútbol: no es una democracia. Dependés de que el entrenador te elija o no. Nadie vota. Es uno el que decide y no me

parece mal. Porque si no sería imposible, sería un caos, porque todos los jugadores pensamos algo diferente –aunque podemos coincidir también– y si no respetás al que dirige es inviable. Tras doce años en el exterior, ¿qué cambios has notado en el fútbol uruguayo? Sigo viendo que al único que se le exige ser un superprofesional, en un fútbol totalmente amateur, es al jugador. Me sigue dando un poco de bronca porque yo no sé cuántos periodistas son lo profesional

¿Por qué no hay una mayor unión entre los jugadores para reivindicar sus derechos? Porque a diferencia de cualquier otro trabajo el futbolista tiene la esperanza de lograr un salto de calidad. Aunque puede que ese trampolín que tiene adelante también se parta y tengas que volver al mercado laboral sin ninguna experiencia, con los estudios que pudiste haber tenido o no, y con la frustración de todos esos sueños que quedan atrás. Pero el fútbol te da eso: “¿Y si este campeonato la rompo?”. Es siempre una apuesta: “Hoy puedo estar cobrando 7.500 pesos pero mañana puedo ir a Nacional y cobrar 50.000, y después irme al exterior”. Ese sueño está. Lo que te da el fútbol es que todo se puede volver realidad en un año. Eso genera la aceptación de ese mundo.


Leí en una entrevista que te gusta hablar de política. ¿Viene de familia? Sí. Mi viejo fue dirigente sindical y mi madre era de izquierda. Yo me he vuelto más radical en muchas cosas. No voy atrás de ningún malón de gente o de ideas porque me parece que me estaría mintiendo. Si la

“Tenemos que saber el lugar que ocupamos y la responsabilidad que nos da ser jugadores de fútbol. Sin creer que somos formadores de opinión, estamos muy expuestos, y creo que hay que aprovechar esa visibilidad para apoyar algunas causas”. idea me llega y me puede yo voy a estar con esa idea y esa persona, más allá del partido político del que venga. Sería incapaz hoy de decirte de qué partido político soy. Sí que me he sentido mucho más cerca de la izquierda en un montón de cosas. Pero hoy soy incapaz siquiera de ver una izquierda y una derecha. Cada vez más estoy menos con los partidos políticos y esas ideas que a veces se vuelven como dogmas. He tenido esta discusión con mi madre porque no pienso votar un partido político como si fuera un dogma o un cuadro de fútbol. No soy hincha de nadie. Tengo que coincidir tremendamente para poder darle mi confianza. Aprendí lo que significa realmente que te estén representando, lo que no es joda. También sueles difundir y apoyar muchas causas sociales... Tenemos que saber el lugar que ocupamos y la responsabilidad que nos da ser jugadores de fútbol. Sin creer que somos formadores de opinión, estamos muy expuestos, y creo que hay que aprovechar esa visibilidad para apoyar algunas causas. Si esquivamos hacer pequeñas cosas como un retuit o participar en cosas que realmente ayudan, le estamos errando. No

sirve venir a la selección jugar bien e irte. Tenés un grado de responsabilidad y si no asumimos esa responsabilidad le estamos errando. Por ejemplo: Es una locura que en 2016 aún no podamos controlar la violencia doméstica. Esta responsabilidad que implica vestir la celeste, y que es compartida por todos los integrantes de la selección, decantó en la creación de la Fundación Celeste. La idea surgió en una sobremesa tras el partido contra Ghana. Habían decidido donar el premio del Mundial y creyeron que la mejor vía de canalizarlo era la fundación. ¿Cómo se financia? Se ha financiado en parte con premios nuestros y con acuerdos con empresas que nos apoyan. Estamos en una etapa en que queremos difundir lo que estamos haciendo porque queremos generar más. Vamos a tener cuatro o cinco canchas celestes más de las que ya hemos hecho con Ancap y que están buenísimas. Me tocó ir a la de Treinta y Tres y fue alucinante. Vi lo que nosotros queríamos tener: un lugar como los que habíamos visto en los mejores lugares de Europa. Queríamos eso en Uruguay. No queríamos hacer algo a medias. Si bien hay un gerente, un departamento de marketing y más, los jugadores participamos en la gestión, contactándonos con empresas, ministerios, y organizaciones para generar vínculos y llegar a un montón de gurises. Con las escuelas celestes llevamos el deporte y sus valores a un montón de escuelas rurales que antes no contaban con eso. Tenemos mil carencias porque el tiempo que tenemos para destinarle, generalmente, es poco. Necesitamos más apoyo y reciprocidad de los que tienen el poder de tomar ciertas decisiones y de dar. Porque para pegar palos por algún lío o ir a recibir algún premio están. Entonces estaría buenísimo que estén cuando se necesita su apoyo. _Federico Zugarramurdi

Sebastián Eguren

Debería haber una mesa donde nos sentemos todos los actores del fútbol y se tomen las decisiones considerando la opinión de todas las partes por igual: los dirigentes, los jugadores, la televisión y el gobierno. Son las cuatro patas que deben tener voz y decisión. Si sólo decide una de ellas le estamos errando porque va a seguir siendo viable para unos e inviable, inevitablemente, para otros. O repartimos de otra manera y nos organizamos para que esto dé o nos plantamos y decimos hasta cuántos equipos da. Siempre creí en un fútbol uruguayo mucho más amplio donde no sólo se juegue en la capital. Esto es un fútbol montevideano, no es fútbol uruguayo. Ya lo digo con resignación por más que ahora esté Plaza o antes Tacuarembó, Cerro Largo y Atenas. Pero son casos muy puntuales. Sé que la gran aglomeración de gente está acá, pero es muy triste ver un partido con quinientas personas o menos. No existe. Es claro que es inviable. Pero si te volvés dirigente, por más que seas amateur tenés un grado de responsabilidad, mucho más que el del jugador. Acá es al revés: el jugador tiene que ganar para que ingrese dinero. Cuando el que tiene la responsabilidad para que ingrese dinero y pagarle a los jugadores son los clubes, los dirigentes, no los jugadores de fútbol. El jugador tiene la responsabilidad de entrenar, de ser lo más profesional posible y de intentar dar el máximo para ganar los partidos. Si los dirigentes se comprometen a pagar que tengan un aval bancario y si no pueden, no se puede. Si no seguimos aceptando malas condiciones de laburo por esa esperanza de cambio que a veces llega y muchas veces no.

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El Mulita César Augusto Álvarez

Memorias de un guerrero arachán

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Arrodillado y de espaldas a la cancha, César Augusto El Mulita Álvarez espera como rezando el final del partido, con los ojos cerrados y las manos unidas como monaguillo. La emocionada voz de Víctor Hugo Morales inmortaliza el momento, “y ahííííí arrodilladoooo, el símbolo de Cerro Largo, el caudiiiiillo, espera el final del partido”. Por primera vez la final de un campeonato del interior se transmitía para todo el país. “Era pura película, todo calculado, yo gran artista, me puse de rodillas mirando de reojo para las cabinas calculando que alguien iba a hablar de mí por eso, qué voy a rezar si soy ateo”.

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Minutos antes se había negado a abandonar la cancha mostrando el brazalete de capitán y desautorizando al técnico, el Macaco Ubilla, quien había ordenado el cambio, “taba bravo, ganábamos 2-1 y Maldonado se venía con todo, había que enfriar, paré el partido cinco minutos, ‘él será el técnico, pero yo soy el capitán’ le decía al árbitro”. No al cuete tenía el Mulita 38 años de edad y veinte de fútbol en épicas batallas del fútbol chacarero. El año 1978 cerraba en el Estadio Mario Sobrero como campeón del interior el ciclo de un arachán que vio la luz y la primera pelota en el barrio Pérez Castellanos de la capital “sí, nací en Montevideo, en el barrio de Obdulio, de Rubén González, ¡pero yo soy de Melo!”

dice el hombre de un metro sesenta y cinco con piernas flacas y arqueadas como a quien se le escapó el caballo, que marcó época en el fútbol del noreste (también jugó por la selección de Treinta y Tres), ignorando al ”biotipo” recomendado para un cinco. En Montevideo jugó en Racing, Boston River, Colón y Cerrito, se codeó con “nenes” como el Cotorra Míguez, Javier Ambrois, Pepe Urruzmendi, Mariolo e Ignacio Bergara, fútbol al mango en partidos de hacha y poca tiza. Rondaba los veinte años cuando una invitación de un amigo le torció el destino, o se lo enderezó: “Che, mi hermano se casa en Melo, ¿querés ir?”, preguntó el compinche sin saber que en la simple invitación de uno puede caber todo el

futuro de otro. “Eso me cambió el mundo”, dice César como mirando para adentro, en donde vive el pasado. “Me quedé casi un mes, volví a Montevideo y regresé a Melo para el carnaval, el del almanaque, porque allí es carnaval todo el año, y allá estaba bolicheando viendo qué hacer –yo tomaba Coca Cola, el resto caña brasilera–, cuando el Negro Ramallo que jugó en Canillitas y estaba en el Artigas me invitó a jugar, le dije que no. Otro día un milico que andaba por ahí me convenció y me probé en el Conventos, anduve bien y me querían en el equipo. ‘Y qué me dan’, pregunté. ‘Bueno, te damos ingreso’, me dijo (el Conventos era el equipo del 8º de Caballería de Cero Largo). ‘¿Y de qué, de cabo, sargento?’ ‘No, de soldado’. ‘¡Ni hablar!’ dije, y me fui”.


Memorias de un guerrero arachán

Finalmente lo probaron en el Artigas, ni medias de fútbol tenía, fue con soquetes y se quedó. “Hacía veinticinco años que el club no ganaba nada y ese año salimos campeones, yo jugaba de ocho y hablaba mucho, demasiado dicen, era muy técnico pero alguna patadita que otra daba también”. Volvió a Montevideo, extrañaba a los siete hermanos, a la vieja, y ahí estaba un día en su casa, sin nada por hacer, pidiéndole una chuleta con arroz y un huevo frito a la madre, cuando entró el padre y la trancada fue brava: “¿Qué hacés? Si no vas a trabajar tenés que pagar la comida”, dijo el viejo con plancha y sin anestesia, asunto que venía de atrás desde cuando lo despertaba con un baldazo de agua a las cinco de la mañana para que fuera a trabajar exceptuando los días en que la vieja lo despertaba antes de que se levantara el viejo y lo escondía para que pudiera dormir un rato más. “Eran otros tiempos, pero ahora le agradezco todo, lo que tengo de trabajador y honesto se lo debo a su dureza, de Melo me estaban llamando para seguir jugando así que me levanté y le dije: ‘Usted no me ve más’, que cacé el bolso y me tomé el tren, como no había asientos viajé en el baño sentado en el water, volví al Artigas y ahí empieza otra historia, ese año con el Artigas jugamos y perdimos la final del interior contra Rausa, de Gregorio Aznárez, todavía era ocho”. Y esa historia empezó y murió en el noreste. Jugó también en el Treinta y Tres con el que fue campeón del interior, con el recordado Colacho Ramírez, el de la memorable corrida a Rivelinho en el Maracaná, y en Los Charrúas de Santa Clara. Nunca volvió a Montevideo, incluso recibiendo ofertas. “Me quisieron llevar a Wanderers pero yo no quise, ya estaba casado y acostumbrado a Melo, la gente de Cerro Largo es muy cariñosa, agradecida, gente sacrificada, es el sacrificio de los quileros en moto, con cuatro amortiguadores atrás para aguantar la carga, arriesgando la vida, es más gente un quilero que varios ‘compañeros’ que cobran doble sueldo”.

En el interior no hay ídolos, los jugadores se ven de cerca, nunca llegan a ser afiches en cuartos de adolescentes, ni figuritas, no firman autógrafos, ni jugosos contratos, son uno más, como el Mulita.

Aquel partido Otras finales había ganado Cerro Largo antes y también otras después. Pero ninguna tan recordada como aquella. Once años habían pasado desde el debut de César Álvarez con la albiceleste, y esa final era la oportunidad de retirarse por la puerta grande, hacía seis años que era el capitán. “Ganamos en Melo 3-2, y en Maldonado ganábamos 2-0, tranquilos, en un córner sube Dámaso Clavijo, pobre

y milico del cuartel, le digo que se quede, no me hace caso y me dice: ‘no, no… me dijo Humberto Pica que si hacía un gol me daba quinientos pesos’. Contra la pobreza no hay táctica que aguante, ni capitán que se respete. Viene el córner y en el contragolpe nos meten el gol, se nos complicó el partido y nos ganan 3-2 de pesados y con ayuda ‘extra’”. ¿Había mucha pichicata entonces? Y… no había controles, a algunos le daban hasta tres, una el médico, otra el técnico y la tercera un dirigente por si fallaban las otras. Yo nunca acepté pero para ese partido me explicaron de un método nuevo que usaban en Europa con los caballos y que no habría ninguna sustancia extraña, resulta que le sacaban sangre, la recuperaban y a los días se la ponían de nuevo. Volaban. Pero a mí me dijeron: mirá, Mulita, vos con lo flaquito que sos si te sacamos sangre te morís, así que te la vamos a dar de frente. Salí hecho un avión, a los cinco minutos le pegué de cincuenta metros y casi parto el travesaño.

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Mulita junto a amigos y parroquianos en el Bar El Tuna, de Melo.

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El 8 de abril fue la final, un sábado. El Maldonado rico, semiprofesional, se veía campeón, pero el Cerro Largo pobre, de pelota al piso, mezcla de fútbol uruguayo y brasileño desde los tiempos de Ondino Viera y Eulogio Machado, no era fácil. Capitán y líder, el Mulita negoció los premios, mil pesos si ganaban, después de una dura conversación con incluso amenaza de no presentarse. “Al final transamos, nadie quería perderse la oportunidad y los dirigentes lo sabían. No era mucho pero ayudaba, todos éramos trabajadores, el fútbol era amateur en serio, de una sola camiseta, de medias rotas, de un solo pantalón, grande o ajustado, el que hubiera, yo trabajaba en UTE”.

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Estadio a tope, no entraba ni un alfiler, ni una persona más, ni siquiera una petaca de caña. Tiempo atrás, en Cerro Largo, el jefe de policía Rodríguez Demicheli había contratado a los mejores bochistas para que el club policial fuera campeón. El Melo Wanderers fue el rival. El capitán advierte que el jerarca policial se tomaba un trago entre jugada y jugada, y protesta, pero una simple regla que impedía beber durante el partido no sería impedimento para quienes la legalidad nunca fue un obstáculo. Advertido por el árbitro tras los reclamos la respuesta del militar no se hizo esperar: “Dígale que acá [con la ‘a’ prolongada en la boca pero sin sonido y

“Prefirió el carnaval” “Yo vi que físicamente no estaban bien los de Maldonado y sólo recurrían al juego aéreo, así que decido poner otro zaguero con la orden de que si era posible toda pelota al área tratar de sacarla fuera del estadio y ordeno el cambio por el Mulita. Y sí, estaba sumamente molesto, pero no me iba a poner a explicarle que lo sacaba porque era el más chico. Cuando llegó acá era un ocho rapidito, ágil, con gran habilidad para entrar al área y tirarse, dos por tres le cobraban penal. Con el tiempo se hizo cinco y sí era muy bueno, gran despliegue, con características similares a las de Arévalo Ríos, tenía nivel para jugar en Montevideo, no sé qué hacía acá, parece que prefirió el carnaval”. (Antonio Ubilla, el Macaco, acodado en la barra de la cantina del centenario Club Artigas de Melo).

dedo índice señalando el piso] no hay más perro que el chocolate, y el chocolate… soy yo”. Apodo cantado para Rodríguez Demicheli: El Chocolate. Pero en voz baja, entre risas clandestinas. Ese día del 78, el ex jefe de Policía ya era intendente interventor de Rocha y antes del partido con una voz impersonal con tono de comunicado de las Conjuntas dio la bienvenida a los hinchas llegados para alentar a ambos equipos. Al nombrarse a Demicheli, la reacción de la barra arachana no se hizo esperar y un atronador Cho-cola-te… Cho-co-la-te sorprende a quienes no sabían la historia. Con amargura de cacao tuvo que explicar al otro día el intendente su degradación de coronel a chocolate. La irreverencia se hizo superioridad en las tribunas y se trasladó a la cancha. Cerro Largo fue superior, ganó 2-1, el segundo de Dámaso Clavijo (llegaría a jugar en Peñarol), quien esta vez debió haber cobrado quinientos pesos extras por el gol que no hizo en Maldonado. Y quinientos fue la cantidad que finalmente recibieron los jugadores en lugar de los mil prometidos. “Les dijimos que entonces se fueran solos en el ómnibus, a ver quién los aplaudía en Melo, yo propuse irnos para Montevideo y de allá


Memorias de un guerrero arachán

“No hay nada más maravilloso que una pelota de fútbol. Cuando perdés te sentís triste pero no hay mucho tiempo para sentirse mal, sino sólo para pensar en recuperarse, y eso lo aplico en la vida”, dice el Mulita. En la actualidad contribuye a la formación de las promesas del fútbol arachán.

viajar al otro día solos para Cerro Largo pero los compañeros aceptaron volver y allá arrancamos, como siempre con los dirigentes con la copa adelante, como si hubieran jugado. Yo con la calentura me bajé en Treinta y Tres para quedarme, pero un auto rezagado me convenció y alcancé a la caravana en Arbolito”. Y desde Arbolito hasta la Aparicio Saravia en la ciudad de Melo esperaba la gente. Desde un humilde peón de campo a caballo hasta un “copetudo” estanciero, era la gente. En plena dictadura y con las ganas de manifestarse prohibida y reprimida, Cerro Largo era una fiesta. Retirado de la selección y veterano aún le quedaba aliento al pequeño centrojás para desparramar sudor y fútbol, Oriental de Tacuarembó, Deportivo Maldonado y finalmente el Club Punta del Este supieron de su derroche.

El entrenamiento de la velocidad Los factores relacionados con la velocidad de ejecución que determinan el rendimiento. De Gilles Cometti, profesor de la Facultad de Ciencias del Deporte de la Universidad de Bourgogne, Francia.

Cómo chofer, taxista, portero de edificio pasaron los años pero nunca las ganas de volver a Melo, la ciudad que eligió para que fuera suya. Le faltaba aún ganar el partido de su vida, un cáncer que lo tuvo a maltraer durante años hasta que le ganó la última trancada. Para salir vivo y con pelota dominada. Como entrenador subió a Punta del Este y San Martín a la A, sacó campeón del Este a la selección juvenil fernandina y fue asistente de la mayor. Esta crónica que empezó en Maldonado termina donde tiene que terminar, en Melo, a donde regresó Álvarez en 2014. “Ajá, si fuera una mudanza no hay nadie, pero ven humo y vienen todos”, grita un paisano revoleando un whisky y desata la risa. El bar del Tuna es diferente a todos los bares, para empezar no tiene barra. La presencia del Mulita por primera vez no

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pasa inadvertida a los más de treinta amigos que esperan por el cordero que lentamente se asa a la parrilla. Salvo un par que con pesar bajan la cabeza y dicen ”yo no estuve”, todos parecen haber estado ese sábado en el estadio Mario Sobrero y cada uno de ellos guarda una historia de esa noche larga e inolvidable. En el interior no hay ídolos, los jugadores se ven de cerca, nunca llegan a ser afiches en cuartos de adolescentes, ni figuritas, no firman autógrafos, ni jugosos contratos, son uno más, como el Mulita esa noche, pero con el enorme poder de hacer regresar a la gente 38 años atrás. Y eso los hace inolvidables.

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_Texto y fotos: Sengo Pérez

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FĂştbol, identidad, historia e integraciĂłn

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Sur y Palermo

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Del pasado quedó poco y queda mucho. Los recuerdos, que se pasan de boca en boca. Las leyendas, que con el paso del tiempo se agigantan y refuerzan la idea del todo tiempo pasado fue mejor. Y la identidad, eso que aún persiste entre los vecinos y parroquianos aunque se la quieran quitar. Hoy en el Sur y en Palermo no están aquellos clubes que forjaron el crecimiento de los barrios y catapultaron estrellas a los campitos uruguayos y del mundo. El rojo, azul y blanco; el negro, el blanco y la integración están ahí nomás, en la esquina del barrio que da al mar. Y el fútbol también. O ya no.

Partido entre el Enrique López y Don Bosco. Categoría 2005. (Foto: Andrés Cribari)

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SUR Y PALERMO

Barrio, que sentís la emoción del ayer Al recordar, broncas de ley, Al viejo barrio mío, Palermo tan querido Quiero con mi canto llegar hasta vos, Y así volcar todo mi ardor ¡Barrio!, ¿qué tenés? Que hacés vibrar mi corazón. Evocación triste y sentimental, Ya tus nyanzas y malevos No volverán jamás. Glorias de ayer Hoy, qué cambiado estoy, Barrio viejo, mi Palermo Me da pena el recordar. Barrio San Martín, el orgullo sos vos Por mantener la tradición, Al viejo barrio mío, Palermo tan querido Junto a tus paredes el taita feroz, Se acomodó para pelear, Y con su facón Hasta la cana hizo aflojar. ‘Nyanzas y malevos’ Orquesta Enrique Rodríguez

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con Armando Moreno

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Las calles de los barrios Sur y Palermo –rivales y hermanos– respiran candombe, bohemia y fútbol. Son la cuna de la cultura afrouruguaya y la posibilidad de entrada desde la Ciudad Vieja para los africanos esclavizados durante el Virreinato del Río de la Plata. Cuando la población comenzó a expandirse fuera de los límites de la Ciudad Vieja estos barrios fueron los testigos del crecimiento de los negros en los conventillos –Mediomundo en el Sur, Ansina en Palermo y Gaboto en Cordón–, eliminados y derrumbados por la dictadura militar y donde nacieron los tres toques fundamentales del candombe: el de Cuareim (barrio Sur), el de Ansina (Palermo) y el de Gaboto (Cordón). Además del candombe y el tango, el “campito” era clave para la formación de futbolistas en el Sur y en Palermo. Las leyendas del barrio se acrecientan con el paso de los años y

el fiel testigo de ellas es el mostrador. Los parroquianos del Enrique López, club nacido en el corazón del barrio –en las calles Ejido y Cebollatí–, se juntan para rememorar tiempos pasados, tirar unas fichas en las máquinas o simplemente acodarse a los recuerdos. “Yo creo que todos los barrios tienen una comunión con determinadas cosas. Es como revivir, estar presente en el pasado. Las paredes que ves acá hablan del pasado; no hablan nada de presente ni de futuro. Apenas este cuadro, que sería el presente, es la gente que viene acá, y ya hay gente que ha muerto. Todo lo demás es historia. La historia es el ayer, punto. De cualquier forma hay una especie de comunión para que el pasado no muera. Te lo voy a decir de otra forma: yo puedo escribir un libro y puede ser muy criticado pero esas críticas hacémelas por escrito para que la historia pueda avanzar. Si no, queda sólo mi libro. Pero esto no se puede escribir, y como en la época del juglar en la Edad Media, la historia se pasa de boca en boca. Y esa es la historia viviente: esto. Siempre hay una parte poética del pasado; si tú escuchás acá a la gente, todo fue mejor en el pasado. No es que esté bien o que esté mal: es la historia. No se filtra la vida por el bien y por el mal, no existe. Existe la historia”. Esas palabras son de Alberto Santos, uno de los cantineros del Club Social y Deportivo Enrique López, que en conversación con Túnel contó que llegó a la cantina hace poco más de un año, después de jubilarse. Alberto es psicólogo social y trabajó 43 años con adolescentes en el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU), Secundaria y Salud Pública. El presidente del club, Walter Hidalgo, cuenta que el Enrique López fue fundado el 10 de marzo de 1933 por un grupo de veteranos; entre ellos estaba Juan López, el entrenador de la selección uruguaya campeona en el Mundial de Brasil 1950. “Le pusieron Enrique López porque acá en la esquina, en Ejido y La Cumparsita, había un boliche, un almacén, y el dueño se llamaba Enrique López. Él les prometió que les iba a dar las camisetas para formar al equipo. Ese club estuvo un tiempo y luego se fundió. A los pocos años los hijos de esos primeros fundadores también le fueron a pedir las camisetas a Enrique López para mantener el nombre. Al final nunca se las dio y las hicieron con unos pedazos de tela que le consiguió mi tía Pilar. Este club no era de fútbol, en aquellos años era de vóleibol; la cancha la tenían en Cebollatí y Ejido”. Las

Los límites La ubicación de los barrios suele no ser exacta y con el tiempo se van moviendo los límites. Pero se podría considerar que el barrio Sur está comprendido entre las calles Andes, 18 de Julio, Ejido y Rambla Sur (Gran Bretaña). En la calle Ejido comienza el barrio Palermo, y el rectángulo imaginario abarca las calles Canelones, Jackson y Rambla Sur (República Argentina).

paredes del club respiran recortes de diario y fotos de glorias viejas y recientes. Cada tarde, en la cantina del club, se puede tomar una copa o simplemente charlar de la vida junto a Alberto, Daniel y Quiquiriquiño Montiel, que no es más socio de Central desde que se llevaron el club para el Parque Batlle. Por el Enrique López han pasado desde José Antonio Carajito Vázquez, Juan López, Óscar Chiquito Chirimini –volante creativo de River, Peñarol y la selección uruguaya nacido en barrio Reus del Sur– Joaquín Bermúdez y Manuel Gadea –campeón sudamericano de básquetbol con Uruguay en 1959– hasta los hermanos Diego (el Ruso) y Omar (el Loco) Pérez, criados en Palermo. Omar Pérez, como su hermano, jugó en Enrique López y respira Atenas y Palermo, y siente la identificación del barrio con Central: “Desde que era un niño me formé ahí. Dejé el baby fútbol, agarré el bolsito y me fui a practicar, a probarme a la Séptima. Era el lugar más cerca, mi padre es hincha de Central y en mi barrio se hablaba de ese club. En varias etapas estuve en Central Español. De Séptima a Primera, me fui a Argentina y cuando volví me fui de vuelta a Central; en el 98 me fui al Aucas de Ecuador, terminé el contrato, volví y me dejaron libre; ahí me fui a Villa Española, salimos campeones de la B y subí a la A; en 2002 estuve con [Miguel Ángel] Puppo en Central y después el año pasado con el Ronco [Luis] López”. ¿Dónde jugarán los niños? Uno de los disparadores de esta nota –además de repasar un poco la historia de los barrios– fue la notoria falta de lugares para jugar al fútbol que existe en la zona. Lo que antes se llamaba “campito” hoy está rodeado de edificios y cemento: una jungla de concreto. ¿Qué genera esto? La merma en la cantidad de futbolistas de los barrios Sur y Palermo que trascienden o que llegan a Primera División. Si bien los hay –no está bueno generalizar–, el factor común que señalan los entrevistados es ese: la falta del campito para poder recrear esa pasión. En eso también están de acuerdo Fernando Lobo Núñez y su hijo Noé. Pero además, recuerdan con cariño el club El Power: “Era más que un club de fútbol de barrio; era una obra social. A diferencia de lo que pasa ahora, cualquier cuadrito de barrio tenía su propia sede. Su lugar, su cantina; diferentes entretenimientos: un billar, futbolito, barajas. Eso lograba reunir al barrio. El Power, Mar de Fondo, hacían carnaval, varios tenían actividades culturales, se organizaban comidas y venían cantantes de tango, de folclore. También ayudaban a familias carenciadas; y eran unos adelantados con respecto a la infraestructura, y muchos cuadros de Primera no la tenían: se jugaban campeonatos nocturnos, agua caliente, equipos para el calentamiento, zapatos, etcétera”. El Loco Omar Pérez


DESDE EL BAJO

Alberto Santos, cantinero del Club Enrique López, uno de los últimos reductos de la mejor tradición futbolera en los barrios Sur y Palermo. (Foto: AC)

recuerda que, si bien están las canchas de Enrique López, Don Bosco y Estrella del Sur, lo que más había antes eran campitos. “En Ejido y La Cumparsita era todo verde –ahora pusieron el colector– y era un lugar en el que nos juntábamos todos de chicos. Atrás del edificio donde vive mi abuela hay una canchita que hoy por hoy es un estacionamiento. El único predio que quedó, más o menos, fue donde derrumbaron el INVE, hay una canchita de fútbol y era donde jugábamos”. Walter Hidalgo es aún más fuerte con su comentario: “Un desastre. Antes era un

semillero. Yo me pasaba con la pelota de la mañana a la noche, nos pasábamos jugando. Se aprendía en el campito. Los barrios que sacan más jugadores son los periféricos, donde siguen existiendo los campitos; y en el interior del país, obviamente. Hasta la generación del Ruso [Diego Pérez] los chiquilines salían de acá, hoy hay muchos que no saben dónde está la sede. Los colores de Palermo eran nuestro orgullo: el rojo, blanco y azul. ¿Por qué esos colores? En el rancho La Facala (Isla de Flores entre Salto y Tacuarembó), en el año 1900, vivía un señor italiano que se llamaba Francisquito

y él hizo una de las primeras comparsas de negros y lubolos: los Esclavos del Nyanza. Y le puso esos colores, que luego todas las comparsas y cuadros de Palermo adoptaron”. Carajito Vázquez, la leyenda En Historia de Peñarol, libro escrito por Luciano Álvarez, con colaboración de Leonardo Haberkorn, aparece en acción José Antonio Carajito Vázquez, un famoso personaje del barrio Palermo. Carajito fue un gran futbolista y protagonizó un hecho inédito en un clásico entre Peñarol

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sur y palermo

empezaron a gritar, se bajó los pantalones y le mostró los testículos al público. Extrañaba horrores; había una bohemia antes que no existe hoy, eran tipos de rancho”, cuenta Walter Hidalgo. El periodista Joselo Olascuaga también recuerda historias sobre Carajito. Randolph Galloway, un entrenador inglés que tuvo Peñarol, previo a los partidos repartía papeles a los jugadores con las instrucciones de lo que debían hacer en la cancha. El papel que le tocó a Carajito decía: “Usted la toca y se va”. Empezó el partido, Vázquez la tocó y se fue: “Cuando me vio entrar en el túnel, Galloway me preguntó desesperado: ‘¿Qué hace?, ¿A dónde va?’. ‘Al túnel. ¿No me dijo que la tocara y me fuera?’”.

Las paredes del Enrique López reflejan la rica historia de los barrios del sur de Montevideo.

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y Nacional, el 10 de setiembre de 1944. Vázquez, jugando para los carboneros, se sentó en la pelota en pleno clásico. La idea había sido preparada junto al kinesiólogo Ernesto Matucho Fígoli. La consigna era sentarse sobre el balón a cinco minutos del final del encuentro, y lo hizo junto al sector de la tribuna Olímpica. Ese clásico lo ganó Peñarol por 2-0 con goles de Obdulio Varela y José María Solito Ortiz. Walter Hidalgo lo recuerda así: “Aparte de ser un gran jugador de fútbol –nosotros no lo vimos– era un gran cocinero. Un tipo muy dulce, muy querido por todos los chiquilines de aquella época”. Carajo –también lo apodaban

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Toto– Vázquez llegó a Peñarol en 1936 desde la Liga Palermo. Le debe el apodo a su papá, que lo escuchaba “carajear” contra sí mismo mientras ensayaba algunas jugadas y “malabarismos inverosímiles que hicieron su fama de rey de la gambeta, especialista de la jopeada y de todos los fundamentos”, según consigna Álvarez en la Historia de Peñarol. Vázquez, además, jugó en Boca Juniors, Platense y Central Football Club. “La leyenda de que se volvió de Boca porque extrañaba el barrio es verdad. A él lo vendieron porque en un partido lo sacó el técnico –le saltaba la térmica y hacía cualquier cosa– y los contrarios le

El sonido de la calle Milita Alfaro: “¿El fútbol fue importante durante la infancia?”. Jaime Roos: “Como para la gran mayoría de los uruguayos, el fútbol es algo muy importante en algún lugar de la mente. Para empezar, era el único deporte que se practicaba espontáneamente en la calle, en el campito donde ahora han hecho un espantoso edificio de veinte pisos, en Durazno y Convención. Hasta que tuve once años, jugué ahí al fútbol todas las tardes de mi vida. Interrumpía de seis a seis y media para escuchar Beatlemanía y después renganchaba. Pero también iba a ver los partidos. Toda la mitología futbolera habida y por haber la asimilé”. Libro entrevista El sonido de la calle, por Milita Alfaro. Ediciones Trilce, 1987.

Un mar de fondo “Acá abajo, donde están todos esos jardines –al lado de la Ancap– eran ranchos de pescadores. Y Mar de Fondo saca el nombre de ahí, de la calle Cebollatí 1635. Estaban ahí en el rancho –tenían ganas de hacer un cuadro– y vino una sudestada y no quedó nada, se lo llevó el agua; y le pusieron Mar de Fondo”, relata Walter Hidalgo. El Club Atlético Mar de Fondo nació el 25 de agosto de 1934 en un barrio orgulloso de ser como era, de negros y blancos, que fue vaciado en 1978 en plena dictadura. Ese vaciamiento se llevó también a los clubes y Mar de Fondo –campeón de la Extra en 1951 y de la Intermedia en 1952, 1958, 1961 y 1969– no estuvo ajeno a esa expulsión de los orígenes. De él sólo quedaría la cantina, el baby fútbol y el sueño de volver a ser. El 8 de agosto de 2004 el Marde volvió a pisar una cancha de fútbol con victoria ante Parque del Plata gracias a los incansables esfuerzos de Walter Tellechea y Ruben Cholo Iguini. Hoy el club compite en la Segunda División Amateur –la C– de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) sin campañas que ilusionen a sus viejos hinchas del Sur y Palermo. La sede, claro, no está más en el barrio y se mudó a la Unión: los colores blanco y negro deambulan por las calles Pernas y Juan B. Morelli, pero el corazón sigue cerca de la costa. Iguini, actual presidente del club, cuenta: “Mar de Fondo es, de Palermo, lo más grande. Era el cuadro que más gente llevaba, el que más hinchas tenía. Fijate que en Palermo estaba Peñarol –Maldonado y Yi–, Central, más para el lado del Sur estaba El Power. Mar de Fondo fue grande en Palermo, con sus colores blanco y negro por la integración del barrio Ansina. El carnaval de Mar de Fondo fue el más importante de Montevideo; en el fondo de la sede había cinco mesas de ruleta clandestina y con eso se solventaba todo el año el club”. Como cuenta Olascuaga en uno de sus artículos dedicados al barrio y a su querido Mar de Fondo, el club blanquinegro “no sólo es un referente deportivo por los nombres


El viejo Central El Central Español Fútbol Club nació el 5 de enero de 1905 con el nombre de Central Football Club. Con los colores de Los Esclavos del Nyanza –rojo, azul y blanco– y tras la fusión de los clubes Central y Solís, el equipo palermitano también fue uno de los grandes de la zona y se consagró en las grandes ligas tras ser campeón uruguayo de Primera División en 1984. Los de Palermo inauguraron su estadio –el Parque Palermo– en octubre de 1937 pero, al igual que Mar de Fondo, abandonaron su barrio originario. Ya como Central Español –desde el año 1971– e instalado en el Parque Batlle, el club, como era de esperar, comenzó a perder adeptos e identidad barrial. “El barrio era de Central. Por razones lógicas, cada vez quedan menos hinchas ahí. En Parque Batlle no tiene hinchada; lo mismo le pasó a Mar de Fondo, que era el club pesado del barrio. Tenía una hinchada bravísima. Y siempre tenía buenos equipos para su divisional, era un cuadro fuerte, de mucho arraigo”, le cuenta Miguel Ángel Puppo –emblemático exponente del barrio, como futbolista y entrenador– a Túnel. Puppo, que vivió toda su vida en el barrio Palermo, cuenta que esa identidad tan mencionada entre los entrevistados “se ha perdido: cada vez salen menos jugadores de Palermo porque no existen más canchas”. “Los campeonatos de verano ahí eran extraordinarios: empezaban a las seis de la tarde y terminaban a las ocho porque había luz. Venían jugadores de Primera División de todos los equipos. Yo jugué en el Tacuarí –el clásico era con Yacumenza– y en el Noa

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insignes que lucieron su camiseta (Gambeta, Chirimini, Clavarés, El Tigre Young, Plácido Rodríguez, Paech, Morelli, Iguini, Sarro, Chagas, Verdi, Pedutto, Roberto Píriz, Gradín, Riobó, Bagnulo, Cacho Vázquez, entre tantos otros), sino por el simbolismo mismo de esa camiseta (negra y blanca, por representar a un barrio de negros y blancos, como el Yacumenza de esa Liga Palermo que albergó al Atlanta, El Power, El Okey, Arriba y Abajo, El Fortín, La Sospecha, Universal Ramírez, El Bicho Feroz, La Cumparsita, entre otros equipos), es también un referente de Uruguay como nación, como país republicano y democrático”. Esa referencia e identidad barrial se ha perdido con el tiempo: “Los hinchas de Mar de Fondo andan por los noventa años casi todos. Agarrás un pibe ahora y no tiene idea de que el club es de Palermo; sólo los padres o abuelos de esos muchachos lo recuerdan. Me vinieron a hablar hace poco para ver si podíamos llevar el club al barrio, integrarlo con gente de Atenas y Welcome; la idea me fascina pero estamos viendo. En la camiseta o en algún banderín siempre vas a ver la leyenda ‘Somos de Palermo’. Yo no quiero perder la identidad del barrio, para nosotros es un orgullo ser de Palermo”, cierra Iguini.

Los hermanos Omar y Diego Pérez, nacidos futbolísticamente en el Enrique López.

Collage de fotos con la emblemática figura de Carajito Vázquez en el centro.

Noa”, rememora. Sobre la rivalidad barrial entre Central y Mar de Fondo, Alberto Santos, cantinero del Enrique López, recuerda: “Me hacía la rabona en sexto año y en primero de liceo para ir a ver a Mar de Fondo. Era terrible el clásico, era bastante picante a pesar de que se conocían y todo. Recuerdo más cuando estaba en el liceo porque jugaba los sábados y ya había decidido que cuando jugaba Mar de Fondo no iba a entrar. Jugaba en el Palermo y en otras canchas; yo lo seguía por todos lados”.

En Palermo nació un grito es Central que no ni no Canta, viejo Palermo Canta de nuevo Felicidad Vive porque tu sueño de ser campeones es realidad.* *Fragmento del himno de Central Football Club _Juan Aldecoa

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INFORME

Eugenio Figueredo, 2006. (Foto: Ricardo Antúnez / Adhocfotos)

su vertiginoso accionar culminó tras las rejas

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“El poder es una cosa reservada a muy poca gente. A veces uno cree que con el dinero le alcanza y (en realidad) lo que uno quiere no es dinero: es poder. Pero el poder es una droga que si no se administra bien, te puede llegar a matar”. Sentado en su despacho de la AUF, Eugenio Figueredo recibió a dos jóvenes periodistas del programa Locos por el fútbol, del Canal 11 de Santa Lucía, y contestó una pregunta que tiene mucho de actualidad: “¿Qué es el poder?”. Figueredo nació el 10 de marzo de 1932, en Santa Lucía (Canelones), pero a los pocos años se mudó, junto a su familia, a Montevideo. Se instalaron en una casa del barrio de la Unión, y al poco tiempo se mudaron al Buceo, donde Eugenio vivió

su adolescencia. Por intermedio de unos amigos, se enroló en las divisiones formativas de Huracán Buceo. Sobre mediados de los años cincuenta, Figueredo llegó a integrar el plantel principal del club, en la vieja divisional Extra. Jugaba de lateral derecho. Su carrera como futbolista fue efímera y sin mayor destaque. Tras su retiro, decidió seguir vinculado a la institución, pero fuera del campo de juego, como dirigente. Desempeñó algunos cargos menores, hasta que fue electo presidente en dos períodos: 1971-1972 y 1976-1977. Poco a poco, comenzó a forjar una extensa carrera dentro del ámbito dirigencial. Se transformó en un hombre conocido, por su actitud diligente y expe-

ditiva para resolver problemas, y comenzó a estrechar vínculos con los principales dirigentes del fútbol uruguayo. En su actividad particular, también le iba bien: se consolidó como un empresario medianamente exitoso del rubro automotor, al tiempo que incursionó en el sector inmobiliario, con inversiones rentables que aumentaron su creciente fortuna. Su despegue hacia el contexto internacional no demoró en llegar. Fue designado delegado de la selección uruguaya de fútbol en varios torneos, donde aprovechó su bonhomía para relacionarse con una camada de dirigentes que lideró los destinos del fútbol sudamericano durante más de veinte años: Nicolás Leoz, Julio Humberto Grondona, Eduardo

de Luca y Romer Osuna. Junto a ellos se transformó en uno de los hombres fuertes de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol). Esos contactos le permitieron consolidar su figura en Uruguay. En 1997, fue electo presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), cargo que desempeñó hasta 2006, cuando el gobierno de Tabaré Vázquez “fogoneó” su salida. Antes, durante y después de esos nueve años integró el Comité Ejecutivo de Conmebol. Las denuncias de corrupción que provocaron la caída de su “amigo” Nicolás Leoz, en 2013, derivaron en su asunción como presidente del máximo órgano del fútbol sudamericano y como vicepresidente de la FIFA.


El ascenso de Figueredo “Era querido por todo el mundo”, afirmó un dirigente a Túnel. Corrían los años ochenta y Figueredo comenzaba a consolidarse como una figura conocida dentro del fútbol uruguayo. Ser

presidente del Huracán Buceo le había permitido vincularse con los altos dirigentes del fútbol local. Su personalidad extrovertida y carismática, su capacidad de generar empatía con los demás hicieron el resto. Integró el comité organizador del Mundialito del 80, un torneo disputado en plena dictadura que nucleó a las selecciones campeonas del mundo hasta esa fecha, y un año después se le designó en una comisión de la Divisional B. Fue sólo el comienzo de su meteórica carrera. Por esos años, Figueredo repartía su tiempo entre sus negocios en la automotora, ubicada en Ejido y Soriano, y su “trabajo” en la AUF. Conducía un Fiat, modelo Ritmo, de color azul, que un día sí y otro también era estacionado por su propietario en las proximidades de la sede de la AUF. Con el paso del tiempo, y por su contracción al trabajo, se transformó en un hombre de confianza del Consejo Ejecutivo, que encabezaba el coronel Héctor Juanicó. Figueredo sabía todo lo que sucedía en la AUF. No había nada que se le pasara por alto, nada que le fuera desconocido. Forjó un estrecho vínculo con los funcionarios y se transformó en insustituible. “Era como un sexto neutral”, puntualizó un dirigente. Cuando la delegación de un club pretendía reunirse con el Ejecutivo, era él quien solía recibirlos; la mayoría de las veces participaba en forma activa de esas conversaciones. “Te recibían con un whisky y una caja de 50 sándwichs, y se hablaba de todo. Era otra época”. Su tarea en el Mundialito y su participación como delegado de la AUF en diversos torneos le permitieron abrir una puerta hacia la Conmebol. Integró la Comisión de Protocolo del Mundial de México 1986, y, posteriormente, encabezó la delegación de la selección uru-

El Complejo Uruguay Celeste La gestión de Eugenio Figueredo estuvo pautada por luces y sombras, por cuestionamientos y polémicas, pero también por el desarrollo de una obra emblemática para el fútbol uruguayo: la construcción del Complejo Uruguay Celeste. Esa obra es destacada tanto por oficialistas como por opositores a su gestión. “Se movió muy bien en FIFA para conseguir los recursos económicos. Fue uno de los logros y obras que quedaron”, señaló un dirigente.

guaya que, dirigida por el maestro Óscar Washington Tabárez, participó de los Juegos Odesur en Santiago de Chile. Durante esos Juegos Odesur, Figueredo era un habitué del lobby del hotel Sheraton –punto de encuentro de los dirigentes sudamericanos– desde primeras horas de la mañana. En ese

“Figueredo parecía un conde. Cuando había algún tema importante y venía la televisión siempre estaba arreglado, algunas veces llegó a venir maquillado, con base en la cara y los ojos delineados, parecía un actor de cine”. ambiente, se movía “como pez en el agua”; apenas iba a los partidos. Para esa época ya tenía una estrecha relación con Leoz, Grondona, De Luca y Osuna. En Conmebol hacía un poco de todo: veedor, tareas administrativas, se encargaba de organizar las reuniones entre dirigentes. Y esos vínculos se los hacía notar a los dirigentes uruguayos. “Le gustaba mostrarse con ellos y mostrarle al resto que ellos lo conocían”. Su primer cargo relevante en la AUF lo obtuvo en 1991, durante la presidencia de Julio César Maglione: secretario de Relaciones Públicas. Cuatro años después fue presidente del Comité Organizador de la Copa América Uruguay 1995. El título ganado por Uruguay terminó de consolidar su figura en el ámbito local. Su destino estaba marcado. La elección de Figueredo Los malos resultados deportivos (la eliminación del Mundial Estados Unidos 1994 y el titubeante paso en la eliminatoria para el Mundial Francia 1998), así como una fuerte presión de Peñarol por temas políticos provocaron la salida del presidente de la AUF, Carlos Maresca.

Eran épocas difíciles en el organismo de la calle Guayabos, con una profunda crisis económica y política. Esa crisis derivó en la elección de un Consejo Ejecutivo provisorio por 120 días, encabezado por el presidente de Wanderers, Raúl Aguerrebere, que adoptó algunas decisiones importantes, que permitieron atenuar la crisis. Sin embargo, seguía sin existir un consenso sobre la persona que comandaría los destinos del fútbol uruguayo. En ese contexto, Defensor Sporting impulsó la candidatura del doctor Alberto Ney Castillo, por entonces presidente de CAFO. Su nombre tenía el respaldo de Peñarol y de otros clubes, por lo que fue propuesto a la Asamblea General, con la firme posibilidad de que fuera electo. Pero Nacional anunció que no acompañaría su candidatura. Fue entonces que surgió su nombre. Figueredo había asumido en 1993 como vicepresidente de Conmebol, y Nacional presentó su candidatura como un hombre capaz de liderar los destinos del fútbol uruguayo en tiempos de crisis. Su carta de presentación eran sus importantes “conexiones internacionales”, esas que había labrado con destreza y esmero durante años. “Se creía que era un hombre que por su contacto a nivel internacional iba a poder ayudar al fútbol uruguayo”, dijo a Túnel Fernando Nodar, ex presidente de Danubio. Fue una elección reñida. La primera votación terminó en empate: cinco a cinco por lado. Castillo recibió el respaldo de Defensor Sporting, Cerro, Danubio, Peñarol y la Segunda División, al tiempo que Figueredo fue votado por Nacional, Huracán Buceo, River Plate, Rentistas y Racing. Hubo tres abstenciones: Liverpool, Wanderers y Rampla. Ninguno obtuvo los votos para ser electo, por lo que se decidió pasar a un cuarto intermedio de algunos días para habilitar la negociación en busca de consensos. El lunes 7 de julio se realizó la “segunda vuelta”. Se realizó una votación secreta, en la cual Figueredo obtuvo una leve ventaja: 7-6. Un nuevo cuarto intermedio, esta vez de media hora, permitió convencer a Cerro de acompañar la candida-

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Estaba en la cúspide de su carrera dirigencial, era un hombre poderoso y con vínculos en todo el mundo. Pero todas las historias tienen un “pero”, y la de Figueredo no es la excepción. En mayo de 2015, un grupo de efectivos policiales de Interpol - Suiza ingresaron al lujoso hotel Baur au Lac de Zürich, a los pies de los Alpes, y detuvieron a una decena de dirigentes de Conmebol y Concacaf (Confederación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de Fútbol), imputados en una intrincada trama de pago de sobornos y lavado de activos. Entre los detenidos estaba Figueredo. Ocho meses antes, en octubre de 2014, Figueredo había declarado ante la Justicia uruguaya en relación con una denuncia penal presentada por varios clubes por eventuales hechos de corrupción en la Conmebol. Por este motivo, la jueza Adriana de los Santos solicitó su extradición, y tras una larga batalla en los estrados judiciales suizos, se logró su traslado a Uruguay. Figueredo volvió al país el jueves 24 de diciembre, al mediodía. Esa misma tarde fue procesado con prisión por los delitos de estafa y lavado de activos. Fue la caída de Eugenio Figueredo. Un hombre polémico, que alcanzó los cargos más relevantes del fútbol uruguayo y sudamericano. Un hombre poderoso, que hizo carrera dentro del concierto internacional y que terminó en prisión por recibir coimas de parte de los empresarios. Porque a veces el poder puede transformarse en una droga.

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Junto a Joseph Blatter, en tiempos en que el poder les sonreía. (Foto: Nicolás Celaya / Adhocfotos)

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tura de Figueredo, y la balanza comenzó a inclinarse a su favor: 8-5. Fue entonces que Peñarol tomó la palabra: el delegado José Carlos Domínguez anunció que cambiaba su voto “para no seguir manoseando nombres” y llamó a todas las instituciones a votar por Figueredo y que fuera electo por unanimidad. La decisión generó el rechazo de Defensor Sporting, que se retiró de sala. La votación terminó 11-1, con el único voto en contra de Danubio. “Nuestra institución entendió que no se podía dilatar más, no se podía continuar con este manoseo de nombres. [Esta noche] tenía que salir el presidente de la AUF”, declaró Domínguez a la prensa. Esta situación fue reflejada por la prensa al otro día: “Peñarol ‘puso’ a Figueredo en la AUF” y “Eugenio Figueredo, presidente… por cansancio”,

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fueron los títulos de La República. Nacional estaba conforme con la decisión: “Hubiese sido un gran desperdicio dejar pasar la oportunidad de poder contar con un hombre de la capacidad de Figueredo para comandar los destinos de nuestro fútbol”, afirmó el delegado tricolor, Daniel Barreiro. De esta forma, el novel presidente contaba con un respaldo explícito de “los clubes grandes”, lo que se reflejó en la elección del cuerpo de neutrales: Juan Pedro Damiani (Peñarol), Victor Della Valle (Nacional), Daniel Pastorini (Wanderers) y Carlos Molinari (River Plate), que al poco tiempo fue remplazado por Jorge Almada (River Plate). Asumió una semana después de que la selección Sub 20, liderada por Nicolás Olivera y Marcelo Zalayeta, obtuviera el vicecampeonato en el Mundial

La designación de Tabárez Una de las últimas decisiones de Figueredo al frente de la Asociación Uruguay de Fútbol (AUF) fue la designación de Óscar Washington Tabárez como técnico de la selección. Desde entonces se señaló a esa designación como un intento de Figueredo de conciliar con el gobierno del Frente Amplio que “fogoneaba” su salida, ya que Tabárez había asumido un rol importante en el programa “Gol al Futuro”, impulsado por el Poder Ejecutivo. “Eso no es cierto, lo de Tabárez no fue ni una imposición, ni un intento de conciliar con el gobierno. Hacía mucho tiempo que el nombre de Tabárez estaba sobre la mesa, pero había mucha gente que no quería a Tabárez, y Figueredo no quería problemas”, afirmó un dirigente de confianza de Figueredo.

Malasia 1997. Sus primeras palabras fueron una muestra de la situación que se vivía: “Hay que ordenar la casa”. Su Presidencia Figueredo inició su mandato dando muestras de su importante gama de contactos en Uruguay y en el exterior. Se reunió con personalidades del gobierno y del contexto internacional, en busca de fondos para las alicaídas arcas de la AUF, y comenzó a delinear ideas para combatir el déficit operativo del organismo. Planteó la necesidad de reducir funcionarios e incluso propuso vender la sede de la calle Guayabos. Con el respaldo obtenido, Figueredo se convirtió en un presidente con amplios poderes y activo en la gestión de los problemas cotidianos del organismo. “Puso a hombres de su confianza en cargos clave, y con el conocimiento que ya tenía de la AUF se transformó en una especie de panóptico: sabía todo”. Durante su mandato, instrumentó los cambios aprobados en el interinato, entre ellos, la creación de la Mesa Ejecutiva. “Eso permitió una descentralización, y que el Consejo Ejecutivo atendiera los grandes temas”, dijo a Túnel un dirigente cercano a Figueredo. Pero la forma de hacerlo tuvo sus detractores: “Eliminó la

reunión de delegados de la AUF, que se hacía los lunes o martes a las 19 horas. La AUF dejó de ser un ámbito de debate y se transformó en un lugar donde se iba por trámites administrativos”. A eso se sumaba que “las asambleas eran pour la gallerie”, ya que cuando un tema llegaba a votarse “ya estaba todo cocinado”. “Él tenía un método de trabajo muy pragmático y muy inteligente. Cuando había un tema importante hacía reuniones fuera del ámbito de la AUF, con una picada y algunos whiskys de por medio, y buscaba el momento oportuno para plantearlo. Ahí se cocinaba todo, después se hacía la votación protocolar, pero se decidía ahí. Desde ese punto de vista, su accionar no era cristalino, porque a esas reuniones no iban todos los clubes”, afirmaron las fuentes. Esas reuniones se hacían en la sede de algún club afín, en el restaurante El Entrevero, en el club Armonía o, ya sobre el fin de su mandato, en el Complejo Uruguay Celeste. Sin embargo, su primera presidencia estuvo signada por la venta de los derechos de televisión del fútbol uruguayo a la empresa Tenfield SA, propiedad del empresario Francisco Paco Casal. Tenfield obtuvo los derechos de televisión tras ofrecer cincuenta millones de dólares, por un contrato a diez años, luego que la asamblea de clubes rechazara un contrato de Bersabel SA por 82 millones de dólares. Figueredo fue un activo partícipe de la negociación: “En ese momento Paco tenía un contrato muy pequeño por todos los derechos. Con Juan Pedro Damiani le ofrecimos el fútbol a los tres canales. Ninguno lo quiso. Entonces negociamos con Casal e hicimos un contrato de cincuenta millones de dólares por diez años. Eso fue en 1997. Probablemente si hoy lo revisás decís ¡qué barbaridad lo que se hizo!, pero era 1997 y no había nada, ¡nada! Era lo único. Cumplió, pagó y hasta hoy veo que el único dinero que circula en Uruguay es el de Casal”, declaró Figueredo al diario El País en 2014. El contrato fue aprobado por amplia mayoría, con el voto contrario de Nacional, Liverpool y River Plate.


Un hombre político Si en algo coinciden todos es que Figueredo tenía una contracción al trabajo superior a la media de los dirigentes del fútbol uruguayo, y una capacidad de negociación que le permitía solucionar los asuntos más problemáticos, sin perder su base de apoyo. “Era muy profesional, un dirigente con dedicación plena. Para la mayoría de los dirigentes esto es un hobby, un trabajo honorario. Él era un dirigente profesional”, afirmó un dirigente. “Era una persona muy simpática, con carisma, muy trabajador. Se despertaba y ya estaba llamando por teléfono e interiorizándose de las cosas que pasaban en la AUF”, aseguró otro. Además, tenía “una gran habilidad” para moverse en el ámbito político interno del fútbol. “Sabía que para gobernar debía contar con el visto bueno de Nacional y Peñarol, y por eso los protegía. Siempre favorecía a los grandes, y no se jugaba ni para un lado ni para el otro. Cuando surgió un problema con la Mesa Ejecutiva, la solución fue ampliar de tres a cinco sus miembros: agregó un representante de Nacional y otro de Peñarol”, dijo Nodar. Pero Figueredo no descuidaba al resto de los clubes. “Le pasaba la mano a todo el mundo, y así tenía muchos laderos. La gente en los cargos importantes era de su confianza”. “Lo cierto es que Figueredo cambió, con el tiempo se transformó en otra persona, se paraba por arriba de todos. Hay muchos dirigentes que nacieron y crecieron gracias a Figueredo, nadie quería estar enojado con él”, expresó una fuente. Un dirigente cercano a Figueredo explicó a Túnel que su principal virtud era también

uno de sus defectos: “Tenía un estilo de conducción sumamente personalista, no era de delegar, y siempre estaba ‘apagando incendios’, pero por su estilo intentaba evitar el conflicto con los clubes y entre los clubes, por lo que su gestión tenía un sesgo ‘populista’, y eso atenta contra la posibilidad de realizar cambios. Cuando tenés que transar se dificulta establecer una política a largo plazo”. Y continuó: “Durante su mandato se concretaron varios de los puntos que estaban en el proyecto impulsado tras la renuncia de Maresca […] pero no el sinceramiento económico de los clubes. La idea de profesionalizar al fútbol uruguayo duró un año. Y eso tuvo que ver

“Sabía que para gobernar debía contar con el visto bueno de Nacional y Peñarol, y por eso los protegía. Siempre favorecía a los grandes, y no se jugaba ni para un lado ni para el otro. Cuando surgió un problema con la Mesa Ejecutiva, la solución fue ampliar de tres a cinco sus miembros: agregó un representante de Nacional y otro de Peñarol”. con su personalidad: para evitar conflictos, se siguió con el temperamento que se tenía antes”. Esto implicó aceptar el ascenso de clubes que no cumplían con las condiciones mínimas para jugar en Primera División. Un dirigente opositor fue más contundente: “Quería mantener a todos contentos, era una forma de consolidar su poder”. Esa forma de hacer política hizo que

“Figueredo era un maniobrero. Siempre estaba pensando en cómo acomodarse y quedar bien, pero si te tenía que cocinar, te cocinaba. Pero en una forma muy política, muy simpático. Te cagaba con una sonrisa”, afirmó un dirigente.

Figueredo intentara interceder en las decisiones de los distintos órganos ejecutivos de la AUF. Sobre todo cuando era un tema importante, en especial cuando estaba involucrado uno de sus clubes aliados. Eso ocurrió cuando el Tribunal de Penas analizaba sanciones para Peñarol y Cerro, como parte del expediente abierto tras el homicidio del hincha cerrense Héctor da Cunha, en marzo de 2006. En los corrillos de la AUF trascendió que el Tribunal quería fijar una sanción ejemplarizante, por lo que Figueredo empezó a mover sus contactos y realizó varias llamadas telefónicas en procura de atenuar la pena, ya que una sanción severa podía implicar el descenso de Cerro. Hizo lo que estuvo a su alcance, pero no tuvo éxito: Peñarol recibió una pena de doce puntos; Cerro de seis y descendió. Su poder estaba en declive. La salida “El gobierno no va a intervenir pero no puede dejar de considerar como una muy mala noticia y como la peor expresión de un continuismo y un bloqueo a los cambios la posibilidad de que Figueredo continúe en la Presidencia” de la AUF, afirmó el entonces ministro de Turismo y Deporte, Héctor Lescano, hombre de fútbol y persona de confianza del presidente Tabaré Vázquez, al semanario Búsqueda. Corría julio de 2006 y el gobierno del Frente Amplio lanzaba un mensaje contundente sobre la necesidad de impulsar un cambio en el fútbol uruguayo. “El fútbol requiere cambios y darse un buen baño de agua y jabón y con cepillo de alambre”, continuó Lescano. Sus dichos tenían un trasfondo. Desde hacía varios meses Figueredo había comenzado a mover sus piezas para ser reelecto nuevamente. En 2002 su reelección había sido sencilla. Figueredo no tuvo oposición y superó los dos ter-

cios de votos necesarios para ser electo presidente: obtuvo quince votos a favor (Bella Vista, Central Español, Cerro, Deportivo Maldonado, Juventud de Las Piedras, Nacional, Paysandú Bella Vista, Peñarol, Progreso, Racing, River Plate, Tacuarembó, Villa Española, Wanderers y la Segunda División). Sólo votaron en contra Danubio y Defensor, al tiempo que se abstuvieron Fénix y Plaza Colonia. Pero cuatro años después la historia era distinta. “La situación no era la misma que en 2002, se trataba de un posible tercer período, que sería en otras condiciones, porque varios de quienes lo habían acompañado antes estaban cansados”. Además, Figueredo era duramente cuestionado tras firmar la extensión de los contratos de televisión con Tenfield SA sin consultar a la asamblea de clubes. “Hubo una cantidad de cosas que eran turbias, que no eran claras. Por ejemplo, José Luis Palma (presidente de Liverpool) había estudiado los contratos con la televisión y descubierto varias cosas que nunca se habían votado en las asambleas. A partir de eso hubo varias charlas con él pidiéndole que se retirara”, afirmó un dirigente, actor fundamental de ese proceso. Pese a esto Figueredo siguió moviendo sus influencias, con intensas reuniones con los clubes, pero con el apoyo vacilante de Peñarol y Nacional. Su suerte estaba echada. “No hubo una injerencia directa del gobierno, pero sólo con las declaraciones de Lescano era suficiente. Cuando un ministro sale a decir que el fútbol precisa un cambio y que está sucio… Renunció contra su voluntad, pero la situación se hizo insostenible. De no haber renunciado, la cosa podría haber terminado peor. Él estaba cercado por una cantidad de errores que había cometido”, agregó el dirigente. El 21 de julio de 2006, Figueredo presentó su renuncia.

Ascenso y caída de Don Eugenio

Según una crónica del periodista Diego Muñoz, la mayoría de los clubes tenía previsto votar la propuesta de Bersabel, hasta que Casal irrumpió en la asamblea y logró que varios cambiaran su posición. “Alguien llamó a Paco por teléfono. No sé quién fue, pero alguien lo llamó y apareció en la asamblea”. Lo cierto es que ese negocio consolidó el poder de Casal en el fútbol local. “Sigo convencido de que estuvimos bien en votar eso”, dijo Nodar a Túnel.

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Ascenso y caída de Don Eugenio

El final del juego Tras su salida de la AUF, Figueredo se enfocó en su carrera en la Conmebol, como hombre de confianza de Leoz. Su ascenso definitivo se produjo en 2013, cuando acuciado por denuncias de corrupción en su contra, Leoz abandonó su cargo en el organismo. Figueredo fue designado presidente de Conmebol y vicepresidente de FIFA. “No voy a competir con la imagen de Nicolás Leoz. Él fue una historia grande. […] Soy amigo de él y cuando uno es amigo de otra persona prácticamente los problemas que tiene uno, los tiene otro. Uno en los años se encuentra con tropiezos que no puede superar, este fue injusto para él. Son temas muy viejos que se empezaron a dar vuelta por estupideces y hubo intención de querer seguir dándole y dándole. Pero es un tema que lo quiero dejar de lado. Nosotros tenemos una confederación sana”, declaró Figueredo, al diario La Tercera (Chile). Pero los hechos no le dieron la razón. En mayo de 2015, meses después de su alejamiento de la Conmebol, Figueredo y una de-

cena de dirigentes fueron detenidos en Zürich (Suiza), imputados por la Fiscalía General de Estados Unidos como partícipes de una red de sobornos. La Fiscalía estadounidense afirmó que Datisa SA (un consorcio conformado por Traffic SA, Torneos & Competencias SA y Full Play Group SA) se comprometió a pagar cien millones de dólares en sobornos a los dirigentes por la cesión de los derechos de tres ediciones de la Copa América y de la Copa América Centenario, un torneo que se jugará este año en Estados Unidos. Con base en el testimonio de “testigos arrepentidos” se constató que esa trama de corrupción se gestó a principios de los años noventa, cuando el propietario de Traffic, el brasileño José Hawilla, accedió a pagar coimas a Leoz y otros dirigentes por la cesión de los derechos de la Copa América. Esas prácticas también se extendieron a los torneos continentales de clubes: Copa Libertadores, Mercosur y Copa Sudamericana, cuyos derechos eran propiedad de Torneos & Competencias.

“Ahora hay muchos que se dieron vuelta y que dicen cualquier cosa de Figueredo, pero hasta hace poco eran sus amigos. Hace un par de años, Figueredo festejó el cumple de 15 [años] de su hija y estaban todos: dirigentes, funcionarios. Incluso, algunos de los que lo denunciaron”, narró una fuente.

Esos pagos involucraron directamente a Figueredo. Según el indictment (acusación) de la Fiscalía, el ex presidente de la AUF recibió más de diez millones de dólares en coimas por accionar en favor de las empresas propietarias de los derechos de televisión. Los hechos investigados en Estados Unidos eran similares a los que desde 2013 venía indagando la Justicia uruguaya. Por este motivo, la jueza De los Santos, a pedido del fiscal Juan Gómez, solicitó su extradición y dispuso el embargo genérico de sus bienes. Finalmente, Figueredo fue extraditado a Uruguay. Llegó al país el jueves 24 de diciembre de 2015, sobre el mediodía, y fue trasladado al juzgado. Esa misma tarde, fue procesado

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Historias de fútbol, historias de vida.

En librerías. 34

con prisión por los delitos de “estafa” y “lavado de activos”. Fue el final de la historia de Figueredo como dirigente de fútbol. Un hombre que nació en una casa humilde de Santa Lucía y que alcanzó los cargos más altos del fútbol mundial. Un hombre poderoso que terminó tras las rejas. Porque el poder a veces se transforma en una droga. _Mauricio Pérez Artículo elaborado con base en fuentes consultadas por Túnel, y artículos publicados en los diarios La República, Últimas Noticias, El País, La Tercera (Chile), el semanario Búsqueda, la revista Caras y Caretas y el portal web Contragolpe.


Recorrido por el audiovisual uruguayo vinculado al fútbol

Cámara celeste En el vínculo que mantienen las artes uruguayas con el fútbol, la música le lleva una buena ventaja al resto. Ya en los años veinte se componían canciones a raíz de los triunfos en América y el mundo; más bien se escribían textos sobre melodías ya existentes y editadas, recurso murguero que persiste. El primero, ‘Uruguayos campeones’ (1927), del isabelino Omar Odriozola, sobre música del tango ‘La brisa’, de los hermanos Canaro. Es cierto que las herramientas necesarias para hacer una canción, suelen ser más accesibles que para crear casi cualquier otro acto artístico. Más aún si la música ya existe y sólo hay que escribir el texto. Pero la ventaja en cuestión es real. En cuanto al cine, el fútbol no fue un tema de interés para los primeros guionistas y directores, pese a que entre las décadas de 1920 y 1940 se filmaron no menos de treinta películas sobre distintos temas de la sociedad uruguaya. Es más, se comenta que el célebre documentalista escocés John Grierson estuvo por el Río de la Plata y, maravillado por el nivel futbolístico de la zona, pidió ver películas que lo reflejaran. En Argentina tuvo poca suerte, en Uruguay ninguna. La relación entre el cine uruguayo y el fútbol comenzó en 1948, cuando el cineasta Adolfo Fabregat filmó Uruguayos campeones –en obvia referencia a la canción–, un documental sobre la historia de nuestro fútbol, con guion del ex árbitro y por entonces periodista, Nobel Valentini. Allí puede verse y escucharse una de las tantas versiones de la canción, arreglada y ejecutada por Romeo Gavioli y su orquesta, con la voz solista del cantor de tangos Carlos Roldán y el coro de Los Marinos Cantores: Uruguayos campeones de América y del mundo, esforzados atletas que lograron triunfar. Los clarines que dieron las dianas en Colombes, en la lejana Holanda volvieron a sonar. Y aquí en Montevideo, en la tierra de Artigas, su escuela indiscutible volvieron a mostrar.

Y la triple corona del fútbol, conquistaron, su hazaña inigualada es digna de admirar. La letra de Odriozola fue modificada infinidad de veces, a partir de los campeonatos que la selección fue

conquistando. Se hace una clara alusión a los triunfos en Ámsterdam (1928) y Montevideo (1930), posteriores a la versión original. Dos años después, Valentini viajó al mundial de Brasil para filmar los partidos de Uruguay desde la tribuna. Este 35


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La relación entre el cine uruguayo y el fútbol comienza en 1948, cuando el cineasta Adolfo Fabregat filma Uruguayos campeones, un documental sobre la

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historia de nuestro fútbol.

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trabajo está resguardado por la Cinemateca Uruguaya, y en él puede verse, entre otras joyitas, los goles celestes en la final desde la tribuna que representaría la Olímpica. Parte de ese registro fue recuperado para la realización del documental Maracaná, 64 años después. El viento a favor que encadenó la consagración en Río de Janeiro generó la filmación y publicación de varias instancias celestes durante esa década: el 31 de mayo de 1953, Uruguay e Inglaterra jugaron un partido amistoso en el Estadio Centenario. Todo un acontecimiento –con récord de entradas incluido–, ya que los inventores

del fútbol venían al país por primera vez. Con goles de Abbadie y Míguez, los celestes ganaron dos a uno, en un partido que fue anunciado como el choque de “Maestros contra Campeones”. Se hizo un mediometraje al respecto y, con ese mismo título, se promovió por distintas salas. Sobre la Copa del Mundo de Suiza, en 1954, se hizo un documental que fue presentado en el Cine Victory (hoy Hotel Presidente) con la particularidad de que parte de lo recaudado fue destinado al capitán Obdulio Varela. En el verano de 1956, Montevideo fue sede del Sudamericano Extra. Para dicho torneo,

se concretó la demorada ampliación de las tribunas Ámsterdam y Colombes, y se construyeron los anillos superiores. Además se reacondicionó la red lumínica y se colocó un cartel que informaba los resultados de los demás partidos. Tal modernización dio el marco ideal para registrar el campeonato. Así fue que la productora local Noticias Uruguayas y la peruana Artistas Cinematográficos Unidos se asociaron para crear el documental Campeonato sudamericano de fútbol: enero - febrero 1956, bajo la dirección del uruguayo Sebastián Rives y el peruano Franklin Urteaga. El primer acercamiento del fútbol a la ficción cinematográfica lo concretó el crítico y director Ildefonso Beceiro en 1958, a través del corto El centroforward murió al amanecer, interpretación de la obra homónima de 1955, escrita por el dramaturgo argentino Agustín Cuzzani. La historia cuenta las peripecias de Arístides Cacho Garibaldi, el mejor 9 del momento, integrante del Nahuel Athletic Club. Su club entra en quiebra y él es embargado por un acaudalado acreedor, coleccionista de “seres humanos excepcionales”. A partir de entonces, el desarrollo y el desenlace. Previo al trabajo de Beceiro, El centroforward murió al amanecer fue representada en los teatros uruguayos, bajo la dirección de Ugo Ulive y Atahualpa del Cioppo. En 1961, el cineasta argentino René Mugica hizo su versión en largometraje. “Uruguay, te queremos, te queremos ver…” Las producciones cinematográficas de los sesenta y setenta no consideraron al fútbol. Tal vez, como con las canciones, la falta de triunfos de la selección por esos años –con la excepción del Sudamericano del 67– frenó el impulso de registro que


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El primer acercamiento del fútbol a la ficción cinematográfica lo concretó el crítico y director Ildefonso Beceiro en 1958, a través del corto El centroforward murió al amanecer, interpretación de la obra homónima de 1955, escrita por el dramaturgo argentino Agustín Cuzzani.

hubo en los cincuenta. Consumado el golpe de Estado, tras la intervención de la Universidad de la República se creó el Departamento de Medios Técnicos de Comunicación, con Adolfo Fabregat como director interventor y Walter Acosta como jefe del Servicio de Comunicaciones1. Este último dirigió La Copa de Oro en 1981, registro testimonial del polémico torneo de selecciones disputado en Montevideo. También a razón de esa copa, el cineasta Eduardo Darino dirigió Campeón de campeones, con la narración del periodista Jorge Savia. Radicado en Estados Unidos, Darino nos contó sobre el origen de este proyecto: “Conocí a Daniel Scheck, del diario El País y Canal 12, en los setenta, por mi trabajo en Telecataplum Animaciones. Él me pidió un documental sobre fútbol uruguayo, ya que iban a transmitir el Mundialito. La película comienza contando el triunfo en Maracaná, con material de archivo, y desemboca en la final del Mundialito. Una vez terminada la edición, salió al aire en Teledoce”. Su talento como dibujante le ha posibilitado a Darino trabajar en el mundo de la animación, siempre en Estados Unidos, donde ha creado algunos cortos sobre fútbol, entre ellos Garra celeste, II Fóbal – Football – Soccer y Gol celeste, fácilmente visibles en internet. Por distintos motivos (capacitación, fondos, política), el cine nacional no logró acercarse a una solvencia productiva en todo el siglo XX, más allá de algún mojón en los descuentos: El dirigible, de Pablo Dotta, fue la primera película uruguaya en llegar a Cannes. Incluso, en esta

instancia fue presentada como “la primera película uruguaya”. En 2001, 25 watts, de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, prendió una luz que, no sin obstáculos, ha logrado mantenerse prendida. Y el fútbol, como temática, no ha sido una excepción. En el Festival Internacional de Cinemateca, en 2002, Maximiliano Contenti presentó el cortometraje Fútbol-Soccer (2001): “La música instrumental es más bien un fondo para un picadito ‘sucio’ entre un puñado de amigos. No se muestra banda alguna tocando; pero el ritmo visual de las imágenes, puramente poéticas al principio, se va cargando de sentido y violencia por algunos detalles, primeros planos y miradas, introducidos sutilmente sin

romper el ritmo de montaje”2. En 2004, la productora Hachaytiza edita Tarde de fútbol, documental que integró la serie Mediotanque, videos de la banda, exhibido por la cadena Telesur. Este registro testimonial, narrado por el periodista Luis Roux, aborda los pormenores de la mayor pasión uruguaya a través de imágenes que muestran el Estadio Centenario en un partido de la selección y en un clásico, además de las reacciones en los bares y el trabajo que se realiza en el baby fútbol. Vale recordar que ese mismo año Adrián Caetano dirigió Uruguayos campeones, serie televisiva basada en el día a día del club Rampla Juniors, que por entonces –en la vida real– estaba desafiliado. La serie fue 37


Cámara celeste

Jaime Roos: “Hacer 3 millones fue, artísticamente, muy importante, ya que pude salir de la canción popular y prolongar el sentimiento hacia terrenos cinematográficos y literarios”.

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una suerte de amuleto para el club, ya que al poco tiempo volvió a jugar y subió a la primera división.

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La década de oro Luego de incursionar en aplaudidos films carnavaleros (La Matinée en 2007 y Cachila en 2008), Sebastián Bednarick se embarcó en la tarea de contar la historia de la Copa de Oro, con todas sus connotaciones políticas, a treinta años del torneo. Así fue que, en 2010, presentó Mundialito, la primera película (ficción o no) que realmente profundiza sobre un acontecimiento deportivo en Uruguay. Así lo presenta Jorge Ruffinelli en su libro Para verte mejor: “Recoge testimonios de esta historia que tiene tinte de ‘fábula’, desde dos costados; el del deporte (varias

entrevistas con jugadores, empresarios, técnicos, pero ante todo con Joâo Havelange, entonces director de la FIFA, quien se niega a hablar sobre política), y el costado netamente político, que incluye a algunos tupamaros en aquellos momentos detenidos, incluyendo a José Mujica […]. Amén de otros políticos y ex presidentes del Partido Colorado, Jorge Batlle (que siempre se opuso al Mundialito) y Julio María Sanguinetti, quien no cree o recuerda las connotaciones políticas del torneo”3. La campaña de Peñarol en la Copa Libertadores de 2011, una isla en el gigantesco mar que representan los últimos treinta años de Copa para nuestros grandes, hizo particular ruido. Andrés Benvenuto, fanático aurinegro, fue invitado a filmar el despliegue de la bandera gigante en el partido

contra Independiente por la última fecha del grupo. Allí le surgió la idea de profundizar el registro del sentimiento peñarolense, lo que terminaría siendo Manyas, la película. Sobre el film, dice Ruffinelli: “La película es un gran compendio de las expresiones (verbales, visuales, musicales) de los hinchas por amor al equipo. Los verdaderos personajes de este documental son esos hinchas, no los comentaristas que desde las ciencias sociales o la psicología quieren darle algún sentido a la pasión”. En 2012, tal pasión jugó un papel importante en la concreción de 120. Serás eterno como el tiempo, de Shay Levert, documental que recorre la historia de Peñarol desde la propia etimología del nombre, en Pinerolo (región de Piamonte, Italia). En sintonía con el trabajo de Levert, en 2012, el año más prolífico en la materia, hubo tres películas que se vincularon con el fútbol: El ingeniero, primer largometraje que se mete directamente en la temática. La película fue dirigida por Diego Arsuaga y contó con las actuaciones de Jorge Denevi y Jorge Temponi. Denevi interpreta a un ex técnico de la selección uruguaya que, ocupando ese rol, abandonó al equipo mientras peleaba por clasificar a la final de la Copa América, para resguardarse, en absoluto silencio, en la Sierra de las Ánimas. Quince años después, un periodista (Temponi) va a las sierras a entrevistarlo para intentar descubrir los porqués de aquella renuncia. Por otros caminos, Jaime y Yamandú Roos viajaron al mundial de Sudáfrica para filmar una road movie sobre las peripecias de un padre y su hijo (ellos mismos), mientras acompañan a la selección de Tabárez. La suerte quiso que el mundial de la selección fuera, de por sí, de pantalla grande. El producto se tituló 3 millones. Jaime, amo y señor de la metáfora futbolera, nos comentó: “Hacer 3 millones fue, artísticamente, muy importante, ya que pude salir de la canción popular y prolongar el sentimiento hacia terrenos cinematográficos y literarios –puesto que la


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La película más difundida y con mayor éxito en taquilla es Maracaná, de Bednarick y Varela. El film documental, tiene mucha imagen de archivo desconocida por la mayoría del público. La presentación se hizo en una colmada tribuna América, en el Estadio Centenario, con la presencia de Alcides Gigghia.

película tiene un libreto, un relato–. Amplié el universo artístico que, hace cuarenta años, llevo adelante con este proyecto, con elementos que no fueron estrictamente cancionísticos. Por eso fue tan importante. Y creo que con el paso del tiempo se volverá una película aún más curiosa”. Un último vínculo en 2012, fue El Bella Vista. A partir de una nota periodística, Alicia Cano viajó a Durazno para conocer la historia de un local que antiguamente ocupaba Bella Vista y que, luego de la disolución del club, pasó a ser un prostíbulo de travestis. Finalmente, se transformó en la capilla Jesús de la Misericordia. El fútbol ocupa un lugar testimonial, como parte de la memoria colectiva, con las apariciones de algunos veteranos que supieron vestir la camiseta auriblanca. El documental Multitudes (2013) refleja diversos acontecimientos populares en la vida de los uruguayos. Uno de ellos es un clásico entre Nacional y Peñarol en el Estadio. El color, las reacciones, la música, los silencios y demás elementos son parte de la secuencia que involucra a las dos hinchadas. El proyecto fue encabezado por Emiliano Mazza y Mónica Talamás. Al año siguiente, Martín Sastre –quien había dirigido Miss Tacuarembó– se despachó con un particular cortometraje titulado Protocolo celeste. Alguien roba la medalla obtenida por Obdulio Varela en 1950, y los logros deportivos y demás memoria cultural del país comienzan a desaparecer. Para recuperar la medalla, se convoca a los Agentes Celestes (Diego Forlán y Natalia Oreiro), mientras Walter Reyno hace la voz en off narrativa. Este corto fue producido por el Banco de la República, con el fin de promocionar al país como sede del mundial 2030.

La última película de esta historia –la más difundida y con mayor éxito en taquilla– es Maracaná, de los ya nombrados Bednarick y Varela. Con mucha imagen de archivo, desconocida por la gran mayoría del público, el documental se convirtió en un “coloque” emocional previo al mundial de 2014, más allá de que los creadores tuvieron que explicar más de una vez que la intención no fue fomentar el espíritu “fantasma del 50”. La presentación se hizo en una colmada tribuna América, en el Estadio Centenario, con la presencia de Alcides Gigghia, último sobreviviente del Maracanazo. Más allá del cierre fílmico dado por los directores, pareciera que el

verdadero cierre lo dio el propio Gigghia, al morir un 16 de julio, a 65 años de la hazaña en Brasil. Realmente, un final de película. _Mateo Magnone WSCHEBOR, ISABEL. ‘Cine, Universidad y política audiovisual’, en Historia y problemas del siglo XX. (Universidad de la República, 2014). 1

2

www.lr21.com.uy (21 (22/3/2002).

RUFFINELLI, JORGE. Para verte mejor. El nuevo cine uruguayo y todo lo anterior. Ediciones Trilce, 2015. 3

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Sarandí Grande: donde los jóvenes se vuelcan a la actividad ecuestre

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El pueblo sin futbolistas

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El primer golpe de realidad me lo llevé en un café de Zonamérica, hace años. Alguien me preguntó de dónde era. Le respondí rápidamente, esperando que asintiera. Sarandí Grande. Así, independentista, sin necesidad de sumarle Florida. “De los pagos de Juan Ramón”, me dijo rápidamente. Corregirle su error, explicarle que somos la capital del raid hípico, donde se ganó (y antes se luchó) la Batalla de Sarandí en 1825, donde nació Faustino Harrison –presidente de la República–, fue todo uno. El segundo encuentro con la dura realidad fue hace pocos años, cuando mi hijo Diego me dijo que dejaba el fútbol de la AUF, que se cansaba de Progreso, Leo Ramos y la Tercera división para enfocarse en sus estudios de arquitectura. Entonces concluí que seguiríamos –al menos por un tiempo– sin tener un futbolista en el profesionalismo del fútbol uruguayo, sin aquella uruguayísima condición de asociar la identidad regional con la pasión futbolera. Y que deberíamos seguir corrigiendo errores de quienes confunden a Sarandí Grande con Sarandí del Yi, por culpa, obra y goles de Juan Ramón Carrasco. Sarandí Grande es la segunda ciudad del departamento de Florida, al norte por Ruta 5. Unos siete mil habitantes viven de los tambos y su producción lechera, de la actividad comercial –no hay industrias en ningún punto del horizonte– y más recientemente de los servicios agrícolas. Hay escaso margen de desempleo, una característica que permite tranquilidad y cierto marco de seguridad pueblerina. Un estadio de fútbol donde se disputan los campeonatos de la liga local, dos canchas –en una juega la Institución Deportiva Boquita en la Liga de Florida, en otra el Deportivo Sarandí compite en la Liga de Durazno– y muy pocos adeptos a la cotidianidad de los campitos. “Ya no quedan canchas en los barrios, ahora son todos complejos de vivienda”, razona Álvaro, habitué de La Bombonera, una cancha de fútbol 7. Los núcleos habitacionales de Mevir, la cooperativa Covifesa, el crecimiento desprolijo de la ciudad o la simple desidia han prevalecido sobre los espacios verdes.

Y así el pueblo que tiene adeptos, no tiene canchas donde jugar al fútbol por jugar nomás. La buena historia “Desde que se comenzó a jugar fútbol a impulsos de los trabajadores de la empresa encargada de la construcción de la vía férrea hacia el norte, hablamos de 1871 aproximadamente, hasta la fundación del Sarandí Fútbol Club, 1 de febrero de 1907, este deporte primó en Sarandí Grande. Este club es el decano del departamento; disputó los torneos departamentales de esa época con

Sergio Rubio Pérez, Steward Chita Benoit, Ricardo Richard Fernández, Daniel Sánchez Gil, Jorge A. Benoit, Panchita Aristegui, Muniz, futbolistas que acompañaron una época de esplendor en el fútbol del pueblo, pero no trascendieron hacia el sur de la Ruta 5. resultados brillantes”. Quien repasa la historia es el relator de raids hípicos Jorge Eduardo Lerena, una de las personas que más sabe de hipismo en Sarandí Grande y la región. “A partir de 1913, cuando se corrió la primera marcha de resistencia ecuestre, y la segunda en 1915, la historia comienza a cambiar a pesar de los malos resultados de ambas. En 1935 se corre la 1ª edición del Raid Hípico Batalla de Sarandí, y es en ese octubre cuando definitivamente la tendencia hacia los caballos se hace más intensa”. Por allí se debe pensar una de las primeras causas de que una ciudad con tantos futbolistas por cantidad de habitante (en la Liga conviven cinco equipos, además

la ciudad aporta dos instituciones a las ligas regionales) el fútbol no sea pasión. Pero algún día lo fue. Solamente basta enfocarse en la primera mitad del siglo XX. Y en los años siguientes. Eran tiempos de “sensacionales eventos deportivos” –según juzga Lerena–: desde la fundación de Sarandí FC hasta el comienzo oficial de la Liga local en 1917; la añorada cancha Sarandí, desaparecida por el nuevo trazado de la Ruta 5; la vieja cancha de Policial, la de Perdomo, la de Nacional detrás de las primeras viviendas de la ciudad; las divisionales A y B; los clásicos entre tricolores y aurinegros; los equipos de las localidades y parajes de la región como Polanco, Maciel, Goñi, Pintado, La Cuchilla, La Cruz. Esos tiempos desaparecieron detrás del desgano de los directivos, la apatía del público y la idiosincrasia de un pueblo que opta por diversas actividades antes que enfocarse en el fútbol. “Eran épocas de mucho público alrededor de los campos de juego, pero llegado abril (raid del Club Deportivo Sarandí) y octubre (raid del Centro Social 12 de Octubre) el clima deportivo cambiaba totalmente”, acota el historiador. Nelson Pérez Cortelezzi es el principal directivo del Club Pintado Wanderers. Su teoría aún se mantiene en pie. Para ser campeón, hay que acercar jugadores de Florida. De esa manera, el equipo bohemio campeonó con apenas un nativo en el plantel de primera división. “No hay jugadores en la vuelta”, razona Pérez Cortelezzi. Por su equipo y sus contrataciones pasaron jugadores de excelente performance local. Hace memoria y nombra algunos. La Panchita Ariztegui, Barcia –padre del actual delantero de Nacional–, Jorge Benoit, pero ninguno de ellos logró alcanzar el fútbol de la capital. “Eran otros tiempos, pero por el factor que sea, ninguno llegó. Jugaron en Florida, en San José, en otras ligas. Cobraban algún peso, pero nunca al profesionalismo”. En la ciudad los niños y jóvenes apuntan su interés hacia los caballos. Una de las primeras causas que entiende Lerena es la disminución de equipos que se produjo en los años setenta, cuando las


La canchita, donde nacen las ilusiones. (Foto: Dino Cappelli)

dos divisionales se convirtieron en una sola. “Estoy seguro de que la disminución de equipos afiliados fue factor de importancia para que niños y jóvenes apuntaran hacia los caballos. Consecuencia: algunos de los posibles buenos jugadores de fútbol se dedicaron al hipismo”. Sin cracks Por un motivo u otro no llegaron. “A mí me gustaba tomarme un vinito, y en Danubio no podía. Entonces me vine”. El relato del Rubio Pérez es conocido por todos, por aquellos que lo vieron jugar y aún hoy lo catalogan como el mejor de la historia local. Héctor González probó suerte en varios equipos, llegando al Deportivo Maldonado. Un día lo tentaron para el Calcio y se embarcó rumbo a Italia. Pero extrañó, y al mes estaba de vuelta en Sarandí, sin fútbol y sin nada. Los cracks no llegaron. Nombres hay muchos en la mente de los veteranos de boliche. Un momento de bar permite hacer historia. Sergio Rubio Pérez, Steward Chita Benoit, Ricardo Richard Fernández, Daniel Sánchez Gil, Jorge A. Benoit, Panchita Aristegui, Muniz. Todos acompañaron una época de esplendor en el

fútbol del pueblo, pero no trascendieron hacia el sur de la Ruta 5. Tuvieron la oportunidad de incursionar en el fútbol profesional –estos y otros–, fueron observados e invitados a probarse y no llegaron al profesionalismo. Eran tiempos en los que el brillo deportivo pasaba por el talento, puro e innato. Sin entrenamiento, sin infraestructura, con escenarios en pésimas condiciones. El jugador que sobresalía lo hacía a base de picardía, habilidad, goles y más goles. Uno de estos casos fue el Rubio Pérez. Hoy vive en la Villa Hípica, al sur de la ciudad. “Fui, me probé y me volví. Me daban todo en Danubio, trabajo, casa, podía jugar al fútbol, pero yo extrañaba el pueblo y me vine. Y hoy haría lo mismo, no me arrepiento de nada”, confiesa a Túnel a sus 74 años, sabedor de que un buen vino podía más que la pelota. Un hoy deslucido El tiempo ha transcurrido. La Liga de Fútbol de Sarandí Grande actualmente cuenta con cinco equipos afiliados, se juegan anualmente tres torneos (Preparación, Apertura y Clausura), con

planteles repetidos año a año, sin público. Sin emoción. Sin fútbol. “Los costos de los espectáculos futboleros se han incrementado considerablemente, los dirigentes tienen que poner dinero para cubrirlos, poco a poco se van desgastando, el esfuerzo es cada vez mayor y no sólo en lo pecuniario sino también para comprometer a los propios jugadores a concurrir y aquí es donde, a nuestro entender, está uno de los puntos neurálgicos. Muchos de esos jugadores que de pronto entrenaron durante la semana entusiastamente, están vinculados a alguna de las caballerizas ya sea como allegado o trabaja y logra un sustento para sus gastos”, explica Eduardo Lerena, quien además de los pingos disfruta del fútbol. Y así Sarandí Grande pervive, sin futbolistas atados al nombre de la ciudad. Paso de los Toros tiene a Fabián O’Neill, Tala a Stuani, Canelones a Lugano, Durazno al Hormiga Alzamendi, Cerro Chato a Diego Ifrán… Que no lleguen a Montevideo es una primera parte de la hipótesis. Pero los que llegan no se mantienen. El pueblo se ha 41


Rubio Pérez: “Fui, me probé y me volví. Me daban todo en Danubio, trabajo, casa, podía jugar al fútbol, pero yo extrañaba el pueblo y me vine. Y hoy haría lo mismo, no me arrepiento de nada”. El mayor entusiasmo se pone en el fútbol informal, de campito. (Foto: DC)

alineado detrás de las expectativas de varios jóvenes en los últimos tiempos. César Bonaudi deslumbró como recio zaguero en el Club Plaza y llegó a Peñarol. La tercera división fue su techo, en tiempos de Paolo Montero. El Toto Leiva no tuvo rivales en el arco, jugando en la liga local. Nacional fue su casa por muchos años de cantera, preferentemente alternando con Gustavo Munúa. “Era un joven de Sarandí Grande, era nuestro orgullo”, dice la charla de bar. Pero el fútbol y él se dejaron mutuamente. Fabricio Cardozo es un ejemplo reciente. El Zurdo brilló en el Liverpool goleador de la quinta, cuarta y tercera división. Compartía campo con Rodales y

Elías Figueroa, entre otros. Hasta que una lesión lo radió de la ilusión y del equipo de Belvedere, dejando en el pasado y en las páginas deportivas su capacidad de goleo. Antes y después sobran los nombres que son ejemplos. ¿Están comprometidos?, preguntamos a Lerena. Las respuestas refieren al sí, pero llegado el momento de decidir se vuelcan hacia el raid. ¿Por qué? Porque proporciona actividad continuada durante diez meses y el fútbol, con suerte, cinco o seis meses y no para todas las edades. “En las caballerizas hay actividad durante todo el año, de mañana y de tarde, con la posibilidad de competir en

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El único que llegó a Peñarol

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Diego Pérez Ilundain es oriundo de Sarandí Grande. Comenzó jugando al baby fútbol en los Cardenales del Club Deportivo, y desde allí empezó a vivir su sueño de fútbol. Fue parte de la primera generación de jóvenes del pueblo que participó en el fútbol infantil organizado, en los primeros pasos de la incipiente Liga de Baby de Sarandí Grande, hoy desaparecida. A los 18 años, terminó de cursar la secundaria y emprendió el habitual viaje a Montevideo, hacia los estudios universitarios, hacia el periodismo deportivo. Finalmente recaló en Peñarol. “Seguramente no hay un motivo particular y único por el que hace décadas no llega al fútbol profesional algún sarandiense. Uno de los primeros que se me ocurre es el nivel de la competencia local, sobre todo en la franja etaria entre los 12 y los 18 años, en la que se moldea al jugador tanto a nivel físico como técnico y hasta intelectual. En ese marco, posiblemente la tendencia creciente a una inserción de chicos sarandienses en ligas de fútbol infantil más ‘fuertes’ (si es que cabe tal definición) genere condiciones propicias para que surjan y crezcan jugadores mejor orientados al profesionalismo”, dice Pérez. Actualmente funge como jefe de prensa del Club Atlético Peñarol. “Otro aspecto que se me ocurre determinante para que chicos sarandienses que prueban suerte en las divisiones formativas de equipos profesionales no ‘lleguen’ es la cercanía con Montevideo, aunque para algunos pueda sonar hasta contradictorio. En mi opinión, estar cerca de la capital hace que esas ganas de estar con los suyos –ya sea a nivel de familia, como de amigos– se haga bastante menos controlable que a chicos de otras partes de Uruguay. En Sarandí Grande el fútbol no deja ni dejará de ser un hobby para quienes lo practican, más allá de la edad. Eso hace que la dedicación y el nivel de compromiso ni siquiera se acerquen a los estándares mínimos de un jugador con posibilidades ciertas de dedicarse al fútbol a nivel profesional”.

forma oficial en las pruebas de esta ciudad o en otras en distintos puntos del país sin ser propietario”, ilustra Lerena. Y agrega: “Varios jóvenes han sido llevados a la capital para jugar en equipos muy bien organizados, en los que se les exige estudiar y entrenar, condiciones indispensable para continuar con sus aspiraciones. Lógicamente que la separación que deben sufrir, amistades y familiares, muchas veces no la pueden superar y regresan al pago y vuelven a jugar al fútbol. Desde otro punto de vista, la actividad ecuestre brinda más oportunidades a niños y jóvenes, que al avanzar en sus etapas de vida los impulsa a que de una manera u otra se vinculen a los caballos”. Salto es Luis Suárez, y viceversa. Lodeiro es imagen y semejanza de Paysandú. Chori Castro es orgullo de Trinidad, y Andrés Fleurquin representa a Rocha. El Chango Pintos Saldanha se identifica con Artigas, como Ruben Paz y tantos otros. Diego Godín es igual a Rosario, como el Cebolla es a Juan Lacaze. Sarandí Grande carece de figura. El único mohicano Didier Borges le hizo la última moña a la vida… y la dejó sentada en la cancha. Así narraba Semanario Punto y Aparte el último hito en la vida del futbolista, el único que llevó a Sarandí Grande al profesionalismo. “Este domingo 17 se fue de la vida un hijo ilustre de la ciudad. Además de futbolista, notable para los que tuvieron la dicha de verlo en acción en los campos de juego, excelente persona. Un tipo de esos que te impulsan a vivir, que te enseñan que más allá de los setenta u ochenta años hay vida, y que es bueno vivirla. Deportista como pocos hasta los últimos días de su vida, estuvo en acción para con nuestra ciudad, tanto en los festejos del Centenario del Centro Social 12 de Octubre como en los almuerzos del raid”.


Didier Borges.

Y Lerena piensa y piensa si esta situación algún día podrá cambiar. “El cambio de postura y actitud, por ahora no lo veo, las actividades ecuestres en nuestra ciudad predominan ampliamente, la Federación Ecuestre Uruguaya cuenta con cincuenta instituciones afiliadas”. Su razón tiene fundamentos recientes. Julián

Cabrera era arquero en Villa Teresa, pero se volvió al pueblo y hoy ataja en Fraternidad. Javier López llegó a la cuarta de Peñarol, pero desde hace dos temporadas juega en el pueblo, la primera mitad del año en Boquita de la liga de Florida, y el segundo semestre en el Deportivo Sarandí de la liga de Durazno. “Hay niños y jóvenes con grandes condiciones para jugar fútbol, pero en nuestra ciudad nacen de botas puestas y con la fusta bajo el brazo”, puntualiza el observador. Sin embargo, la esperanza siempre está latente. Aquí o allá, en Nacional o en Bella Vista o en Cerro, siempre habrá una posibilidad entrenando y alternando en las divisiones formativas. Braian Ganachippe es volante, es 10. Se probó el 17 de octubre, gustó y quedó en el equipo papal. Tiempo atrás, ganó un raid hípico. Es de los pocos que prefiere el fútbol por sobre los caballos. Agustín González es una de las esperanzas de Nacional en sus formativas, a sus 17 años. Residente en el Parque Central, sueña desde hace años con llegar a primera división, y en eso está. Fabio Ghirardi otro tanto. Desde la tercera división de Cerro, alienta la ilusión del pueblo… aquel que por ahora no tiene futbolistas. _Dino Cappelli

el pueblo sin futbolistas

La crónica intentaba, en octubre de 2010, repasar brevemente la carrera del sarandiense que convivió con la gloria en el fútbol, visto más allá de las fronteras del tambo de Vera (el límite con el mundo por el sur) y del comercio de Jesús Choca (la frontera al norte). Didier estuvo vinculado por siempre a su querido Rampla Juniors de Montevideo, integrante de la selección uruguaya en la época de los “mostros”. Tiene varios hitos. Por ejemplo el 10 de setiembre de 1944 fue parte de la mayor goleada en la historia de la Divisional B del fútbol uruguayo, cuando con Rampla le hizo nueve goles a San Carlos. El sarandiense integró también la preselección celeste de cara al Mundial de 1950. Representando a la casaca color cielo fue parte del clásico rioplatense jugado el 29 de enero de 1944 en Buenos Aires, cuando Argentina nos goleó 6-2. Didier Borges fue campeón sudamericano con Uruguay, campeón con Rampla de innumerables copas, tanto en Uruguay como en Europa, cuando Rampla viajaba por el mundo haciendo gala de tercer grande. También fue técnico. Él es el primero y el único. “¿Didier Borges?, no lo conozco, nunca lo oí nombrar”, responde el joven desde su posición de cerveza, en pleno centro.

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LA MIRADA DE UN EX FUTBOLISTA, PERIODISTA, NACIDO EN ESPAÑA Y VENEZOLANO POR ADOPCIÓN

El fútbol uruguayo nos dejó su escuela

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Esta nota futbolera no busca un acento genético sobre la formación y proyección del fútbol venezolano, partiendo de la realidad de que el fútbol no tiene patria, sino patrias que lo van identificando. Claro, no es lo mismo un equipo que un país jugando fútbol. El catalán Pep Guardiola lo decía en el año 2009, cuando hacía del Barcelona un equipo de magnitud universal, con su concepto de que “el equipo se distingue por su fidelidad a una filosofía de juego”. Es que el Barcelona expresa el alma catalana.

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Siempre el fútbol que respira la patria no tiene equipo, sino equipos, no tiene fórmula sino formulismos. Dentro de ese caudal primordial que es el conjunto de contrastes técnicos que ofrecen los países en su desarrollo, originados en los propios equipos van naciendo estilos y técnicas de juego capaces de crear la escuela definitiva de cada país, de cada patria, como un modelo de juego a defender. Buen ejemplo de ello nos lo ofrecieron Uruguay y Argentina cuando disputaron el Mundial de Fútbol de 1930 en el país uruguayo. Los charrúas venían de ser dobles campeones olímpicos y conocían las circunstancias que agruparon al seleccionado para obtener esos dos títulos: no sólo su buen juego, sino su entrega, su casta, su temperamento. Habían encontrado su filosofía futbolística. Y así se prepararon para su Mundial. Los argentinos sabían las características de sus grandes rivales y vecinos. Ambos países habían tenido experiencias en confrontaciones entre equipos y seleccionados. Pero los argentinos también eran dueños de su propia filosofía: mejor toque que sus rivales, pero inferior sacrificio en la disputa del juego; mientras ellos tocaban más sus rivales corrían y se entregaban más. Así ganaron y así continuaron: siempre buscando mayor compromiso. Tanto unos como otros. Pero eso fue entre esos dos monstruos del fútbol. Porque en Venezuela el primer

partido de fútbol oficial se jugó entre el Centro Atlético y el Venzóleo en el año 1926. Seis años más tarde se creó la Liga Venezolana de Fútbol, no profesional; en 1931 se creó la Asociación Nacional de Fútbol y en 1951 se fundó la Federación Nacional de Fútbol que recibió el reconocimiento oficial de la FIFA. El Centro Atlético, Venzóleo, Venezuela, Dos Caminos, Caracas Sport, Loyola, Unión Nueva Esparta, Litoral y La Salle son los equipos que salieron a la palestra. Después se hicieron grandes inversiones. Se importaron jugadores, entre ellos el famoso Ricardo Zamora como técnico del La Salle, llegaron también Clemente Ortega, uruguayo que actuaba en Colombia, y el buen central uruguayo Ángel Otero. Fue un fútbol revuelto de estilos: se trataba de imponerlo como deporte de masas, pero era una tarea muy difícil porque en Venezuela las madres parían a sus hijos con un bate de béisbol en la mano. Cuando se requería formar un seleccionado, no había forma de encontrar un estilo de juego y mucho menos una filosofía. Por eso fue desapareciendo la afición y el interés por este deporte. En el año 1959, procedente de Costa Rica, en donde estaba jugando en el fútbol profesional, de gran oficio, escuela y calidad, llegué a Venezuela contratado por La Salle. Mi sorpresa fue increíble, pues en la Liga Mayor, dependiente de la FVF, había

solamente cuatro equipos de profesionales: Danubio, D. Italia, D. Portugués y La Salle. “Dios mío”, me dije. Había muchos equipos aficionados y también buenos jugadores, pero sin oficio. No había técnicos. Después se fueron añadiendo equipos: D. Español, U. D. Canarias, Anzoátegui, Valencia, D. Galicia, D. Lara, D. Táchira, Estudiantes de Mérida, Portuguesa, Caracas, hasta que hoy al torneo de Primera –también hay Segunda División–, lo componen veinte equipos. En la década del sesenta y setenta la importación fue espectacular. Había interés acumulado sobre todo por los equipos de colectividades y su gran rivalidad. El D. Italia importaba brasileños y nada más. El Portugués brasileños y algún argentino, el Galicia uruguayos, el Valencia y el Lara brasileños; en una oportunidad el cuadro larense importó de un solo tiro doce brasileños, entre ellos algún jugador de básquetbol. Y los demás cuadros se iban repartiendo las nacionalidades a las que había que agregar –además de argentinos, brasileños y uruguayos– colombianos, peruanos, algún chileno y ecuatoriano. Los equipos que mandaban eran el Galicia y el Italia. El cuadro italiano era el que mejor jugaba; el gallego era el que ganaba, alcanzó nueve títulos y nueve participaciones en la Copa Libertadores de América, el liderato hasta el momento con el Táchira. Aunque ahora el cuadro gallego ha desaparecido.


“El día que Venezuela le ganó a Uruguay 3-0, por las eliminatorias en el Centenario, fue como si el hijo estuviera reprimiendo al padre. Ahí se inició la esencia futbolística de la Vinotinto”, afirma Candal. (Foto: Leonidas Martínez)

En esta confrontación de equipos, de estilos, lleno de diferente nacionalidades, imaginen lo que se podía esperar de un seleccionado nacional originado en ese despliegue en el que los criollos, siempre en número inferior, tenían que superarse para imponerse a los importados primero y luego rendir con la casaca nacional. Muy difícil. Así empezaron a jugar eliminatorias, Copa América y Mundial de Fútbol y goleada tras goleada. Un drama. Ni filosofía, ni estilo, ni balón, solamente goles en contra. Menos mal que en ese desconcierto aparecieron los nombres del Julio César Poroto Britos, un puntero derecho que fue de Peñarol y Nacional, jugó en el Real Madrid, estuvo en el grupo de jugadores –aunque no actuara– en el Mundial de Brasil y por tanto también fue campeón. En el año 1965 estuvo con el Galicia y realizó una gran labor, fue quien llevó a los primeros jugadores uruguayos como “importados”, entre ellos a Ramón Souza Duarte, al Tano Roberto Leopardi, a los que se sumaron otros. Y no puedo dejar atrás a un cumplidor tan esencial como Ildo Maneiro, sobre todo por su personalidad con la pelota.

Walter Roque fue el hombre que más influyó en el sentimiento futbolístico uruguayo en la Vinotinto. Nadie hizo tanto como él. Nadie. Ni descubrió tantos nuevos valores, ni los enseñó tanto como el Cata. Se desvivía por la Vinotinto. Era amistoso y padrazo con el jugador, pero duro con el irresponsable por el daño que le hacía al colectivo, como él mismo se lo reclamaba.

Lo importante es que el Poroto se tituló en varias temporadas, siempre alternas, porque se iba y regresaba, a veces por problemas y otras por descanso, pero siempre en el cuadro gallego. Aportó mucho fútbol, era muy vivo, muy atrevido. Dejó

una gran escuela como técnico. Enseñó mucho a los criollos y era muy ganador. Además de muy simpático. Dejó escuela y siempre se le recuerda. Hubo otros técnicos, no propiamente de clubes, pero sí de cuadros amateurs, de colegios (en Venezuela la influencia del fútbol en los colegios es muy grande; en el La Salle, San Ignacio de Loyola, San Agustín, Santo Tomás, Cristo Rey y otros más se lo impulsó muchísimo). Salieron muchos futbolistas profesionales, pues participaban en todos los torneos aficionados con gran competitividad y rivalidad. En ellos hicieron campaña muchos uruguayos después que terminaban su etapa profesional y repartían sus conocimientos enseñando fútbol en los colegios. Uno de ellos, Hamlet Joroba Tabárez, hizo una enorme labor en el Santo Tomás que, todavía hoy, continúa con mucho éxito. El Joroba fue un tremendo medio volante en el Galicia, años y años siempre determinante en su cuadro gallego. Ocurre que en esos colegios se atendía no solamente a un grupo sino a todas las categorías: cadetes A y B, infantiles A, B y C, juveniles hasta los 18 años. En ese mismo colegio también fueron técnicos 45


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Sin llegar a ser el deporte más popular, el fútbol ha ido ganando adeptos en las últimas décadas. (Foto: LM)

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Alem Pinto y el Pipo Óscar Rossi, ya fallecido. Los tres fueron profesionales del Galicia, con calidad y buen juego, sobre todo el Joroba Tabárez como medio de mando y orden. Hubo también otro uruguayo, un fenómeno como jugador, había llegado de Colombia en donde jugó con los grandes en la época de Adolfo Pedernera, Alfredo Di Stéfano y otras figuras. Se llamaba Clemente Ortega, un fenómeno como jugador y como persona. Fue un gran maestro, sobre todo en las categorías menores. Estuvo años y años entregado a esa hermosa pedagogía futbolística. Entre los jugadores uruguayos que llegaron a Venezuela, hubo otros que proyectaron sus conocimientos y enseñanzas no solamente en Caracas sino en el interior. Mientras tanto el Galicia continuaba importando charrúas. Fue cuando llegó el maestro de maestros, Walter Gómez, que hizo campeón al Galicia, teniendo como dueño de la cancha, para hacerla toda suya con su brega, fútbol y casta, a Roque Fernández, ¡qué par de jugadores! Walter era un poeta, sus goles dejaron huellas de grandeza y enseñanza. Roque también fue técnico y bueno. Sus años en Venezuela son imborrables. También recordamos la llegada de Víctor Filomeno, formidable inside, que se nacionalizó y formó parte del seleccionado nacional, era muy bueno, además del Galicia llevó su calidad a otros cuadros, terminando como técnico; con él llegó un puntero izquierdo, hábil y rápido, Telmo Blanco, y el Chueco

Poroto Britos aportó mucho fútbol. Dejó una gran escuela como técnico. Enseñó mucho a los criollos y era muy ganador. Fue quien llevó a los primeros jugadores uruguayos “importados”, entre ellos a Ramón Souza Duarte y al Tano Roberto Leopardi, a los que posteriormente se sumaron otros.

Jorge Santos, un nueve retrasado, como quería el Poroto. Es que el Galicia tenía un nueve, Ramón Iriarte, criollo, hijo de una gloria del atletismo venezolano que corría los cien metros en once segundos. Y, claro, el Chueco le metía pelotas de treinta metros y el criollo se las llevaba todas: en una temporada treinta goles en treinta pases del Chueco. Una barbaridad. Por si fuera poco, tenemos que señalar al Queque Hamilton Rivero, otro nueve de maravilla que dibujaba el fútbol. Un defensa, Isabelino Martínez, tremendo, derecho e izquierdo, que

luego se fue a Estudiantes de Mérida, aunque en calidad grande; el Quico Salomón, tremendo central, no pasaba nadie con él; y su otro compañero, el cuarto hombre, Nelson Marcenaro, otro crack para mandar en el área; no hay que olvidar al potente José Enrique Chiazzaro, goleador en el Galicia y goleador en el Estudiantes de Mérida. No se me olvida tampoco el impetuoso Ronald Langón, que no perdonaba las pelotas en el área. Era un portento, como fueron en el medio campo Carlos Ancheta y Héctor Farías, aunque no se puede pasar por alto quien fue el último grande que nos llegó de Uruguay, nada menos que el Cococho Emilio Álvarez, impresionante central por estatura y calidad humana, siempre con la sonrisa para contestar, por eso pronto se hizo admirar por los carabobeños en el Valencia, capital del estado Carabobo. Recuerdo a dos grandes amigos, arqueros, ya desaparecidos, Manuel Arias y Juan Carlos Leiva, ambos matricularon primero en el Galicia para luego cambiar de aires, primero como arqueros de garantía y posteriormente como buenos técnicos. Y también a Julio Larrosa, lamentablemente fallecido, que llegó de México. Un diez como la copa de un pino. Qué manejo estupendo para superar rivales y mandar con sus asistencias. Un jugadorazo, también en el cuadro gallego hizo locuras y terminó enseñando por su calidad como técnico. Y qué decir de Javier Ambrois, que lo sabía todo en fútbol y también fuera del fútbol. Tenía tanto que hacía lo que quería. Otros amigos aportaron mucho al fútbol venezolano. Empiezo por José María Ravel, un sabio de este deporte, conocimiento, tradición, historia, verbo, calidad humana, enseñó mucho y proyectó más en su entorno futbolístico. Lo mismo que ocurrió con mi amigo, el Pocho José Gil, tremenda calidad, otro sabio en el terreno de juego, dejó innumerables enseñanzas con habilidad y toque, primero como jugador y finalmente como técnico, qué gran tipo. Lo mismo tengo que decir de otro que me asombró como futbolista, como técnico y como amigo, con el que tanto hablé y me enseñó: el Pepe José Sasía. Recuerdo que en una conferencia del gran Eduardo Galeano, aquí en La Coruña, al final hablamos del fútbol de su tierra, que tanto le gustaba, cuando le dije que había sido amigo del Pepe sonrió y me dijo: “¡Qué hombre!”, ahí


El último grande que nos llegó de Uruguay fue nada menos que el Cococho Emilio Álvarez, impresionante central por estatura y calidad humana, siempre con la sonrisa para contestar, por eso pronto se hizo admirar por los carabobeños en el Valencia, capital del estado Carabobo.

los brasileños que fueron los segundos en influencia, apenas fueron treinta por ciento de lo que originaron los uruguayos. Impresionante, además del hecho de la calidad de los jugadores y de los técnicos, que eso adiciona un poder especial. El día que le ganamos a Uruguay en el Centenario 3-0 fue como si el hijo estuviera reprimiendo al padre: ahí se iniciaba nuestra esencia futbolística.

De cualquiera de los formas, necesariamente, en Venezuela nuestro fútbol, digo “nuestro” porque además de ser venezolano, aunque haya nacido en España, le he dedicado 53 años de mi vida, como futbolista, periodista, narrador deportivo, comentarista y hasta propulsor de la Liga Nacional de Fútbol Menor como vicepresidente (dedicada a promocionar, proyectar y enseñar fútbol en los barrios y periferias de las ciudades de donde salen los futbolistas del pueblo), se fue haciendo uruguayo en su estilo y esencia, como el chileno se parece al argentino, lo mismo que el colombiano o el peruano que tiene la esencia del brasileño. Todo ello no solamente ha sido por casualidad sino por las circunstancias en esta propia filosofía que engendra el fútbol en su origen y costumbres, sin dejar de olvidar esta hermosa legión uruguaya de tan buenos futbolistas, como técnicos y profesores de este deporte. Es por lo que, creo, debo tener algo de razón cuando pienso que sí, que el fútbol uruguayo nos dejó su escuela.

El fútbol uruguayo nos dejó su escuela

mismo entendí su gran admiración hacia el desaparecido amigazo. Queda para el final el mejor de todos: el Cata Walter Roque, que llegó como puntero izquierdo para el Galicia y se cansó de jugar, marcar goles y hacer amigos. Qué clase de persona. Pasó luego del Galicia a ser técnico y dirigió a casi todos los cuadros profesionales. En todos enseñó con su insistencia y carácter intensivo. Su trayectoria se alargó al seleccionado de Venezuela, en donde fue técnico muchas veces. Siempre había que llamarlo. El Cata fue el hombre que más influyó en el sentimiento futbolístico uruguayo en la Vinotinto. Nadie hizo tanto como él. Nadie. Ni descubrió tantos nuevos valores, ni los enseñó tanto como el Cata. Se desvivía por la Vinotinto. Era amistoso y padrazo con el jugador, pero duro con el irresponsable por el daño que le hacía al colectivo, como él mismo se lo reclamaba. He olvidado el nombre de muchos, pero finalmente puede entenderse que ningún otro país como Uruguay dejó tan marcada su influencia futbolística en Venezuela. Incluso los otros dos grandes, Argentina y Brasil, sobre todo

_Lázaro Candal, La Coruña

MONTEVIDEO. CORRÉ A LO GRANDE 10.04.2016 MARATONMONTEVIDEO.COM.UY

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FÚTBOL Y TENDENCIAS

La inamovilidad del Mundial 2030

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Cuando en 2024 la FIFA confirmó que el Mundial 2030 se realizaría en Uruguay y Argentina, los festejos se prolongaron hasta altas horas de la madrugada en la Sala Daniel Banchero de la Asociación Uruguaya de Fútbol (llamada así no en honor al veterano periodista deportivo, sino porque este dormía allí desde hacía varios años). El anuncio del presidente de la FIFA Furaha Miburu, un portero de la Asociación de Fútbol de Burundi que había ido subiendo posiciones en el máximo organismo del fútbol después del encarcelamiento de 636 dirigentes, obligaba a Uruguay a cumplir varias exigencias que imponía la FIFA, como aprobar la pena de muerte para quienes falsificaran entradas y merchandising, o forzar por ley a cualquier ciudadano de la república a satisfacer las apetencias sexuales de los extranjeros involucrados en la organización. Eran tiempos de cambio en Uruguay. Pilar Lacalle Pou era la flamante presidenta del país, tras haber ganado las elecciones internas del Partido Nacional a un avejentado Jorge Larrañaga y luego derrotado en el balotaje a Fabiana Goyeneche. La región

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completaba así el viraje hacia el neo neoliberalismo comenzado con la asunción de Mauricio Macri casi diez años atrás, que era propicio para la aceptación de las demandas cada vez más extravagantes del máximo organismo del fútbol mundial. La FIFA había exigido el sacrificio de diez vírgenes en cada lugar donde se construyeran los nuevos estadios y la inmolación de no menos de treinta obreros antes de colocar la piedra inaugural, una costumbre que según ciertos ritos de Burundi aseguraba la buena suerte. El organismo solicitó también la potestad de fijar no sólo los precios de las entradas y los productos consumidos en las inmediaciones del estadio (incluyendo la marihuana, que finalmente había llegado a las farmacias uruguayas once años después de la promulgación de la ley), sino también los de la nafta, los alimentos de la canasta básica y los tiques de la salud, de los que la organización debía percibir un porcentaje. El Parlamento estaba obligado a aprobar una ley que permitiera la venta y alquiler de ametralladoras dentro de los estadios –la FIFA tenía ahora entre sus auspiciantes

principales a la marca bélica Kalashnikov– y se debían demoler las rampas cerca de los estadios, a fin de que ancianos e inválidos, beneficiados con descuentos por ley, no pudieran comprar entradas e ingresar a las canchas. El Palacio Legislativo tenía que ser derribado para habilitar la construcción de un nuevo estadio en ese lugar, en el que se jugaría solamente un partido de primera fase a pedido de uno de los veedores de la FIFA, que tenía un pariente con una casa cerca. Presionado por los compromisos adquiridos, el gobierno accedió a cada una de las demandas. El sueño del Mundial en casa al fin estaba cumplido. O así habría sido de no mediar el último de los requisitos. A fin de acelerar las obras para el 2030 y tener el control de los cobros, la FIFA pidió que se derogara la ley que garantizaba la inamovilidad del empleado público, lo que provocó una revuelta sindical que arrastró al país a la guerra civil, la caída del gobierno y condujo el Mundial hacia otros países más permisivos con las peticiones de la FIFA. _Martín Otheguy


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