Túnel 10

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Martín Ligüera El futbolista que piensa y hace

Aquel dolor Mundial del 86 en retrospectiva

Martín Lasarte Las buenas decisiones

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Doping positivo

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La cornada

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Me crié cerca de una Iglesia de los Santos de los Últimos Días, un lugar que me resultaba muy extraño, porque tenía un pincho gigante en vez de una cruz y porque parecía que sólo podían entrar personas excesivamente rubias que usaban casco para andar en bicicleta. “Los Mormones”, como se conoce al predio donde se ubica la Iglesia, tiene una pequeña y preciosa cancha de fútbol abierta: piso de pórtland lustrado, arcos de gruesos caños metálicos, espacio para cuadros de cinco jugadores y altos alambrados para evitar la pérdida de balones. Las rejas que separan al predio de la vereda son bajas y por eso, desde temprana edad, los niños del barrio invadíamos las instalaciones y pasábamos los sábados enteros jugando a la pelota. Rápidamente desarrollamos un acuerdo tácito con las autoridades de la iglesia: mientras no causáramos vandalismo y escucháramos como si nos interesaran las propuestas que nos hacían de asistir a los oficios religiosos, podíamos quedarnos. Cada tanto, es cierto, había zafra represiva y nos echaban, con el pretexto de que no formábamos parte de la comunidad, pero luego de dos o tres semanas volvíamos tímidamente y nadie nos molestaba. Cuando crecimos y nos hicimos adolescentes, trajimos un convidado de piedra que alteró para siempre nuestra relación con las autoridades eclesiásticas y que me sirvió para cuestionar esa máxima moral de que el deporte y la salud siempre van de la mano. Más o menos para el año 2000, Los Mormones se había transformado en uno de los principales espacios de socialización de los varones adolescentes de Piriápolis. Los sábados circulaba mucha gente. Se hacían partidos a dos goles, para que los cuadros rotaran y todo el mundo pudiera jugar, pero si perdías era normal comerte una hora esperando el siguiente turno. Y en esa situación podía haber cuatro cuadros, o sea veinte tipos. ¿Cómo matar el tiempo mientras tanto? Pateando alguna pelota que sobraba, conversando amablemente o drogándote. Y es que a la sombra de un árbol que había al lado de la cancha se juntaban aquellos que querían consumir o adquirir productos alucinógenos y/o estimulantes –la mayoría de las veces faso; en pocas ocasiones, merca– y poco a poco esa costumbre fue provocando roces con las autoridades religiosas –pese a que nunca hubo hechos

Ilustración: Rodrigo López

de violencia significativos– hasta que un día fuimos expulsados y no sólo no se nos permitió volver nunca más –a fin de cuentas, ya estábamos bastante grandes y a punto de retirarnos–, sino que además se restringió el ingreso a las nuevas generaciones, al punto que, hoy día, pasar un sábado por la vereda de la cancha produce honda tristeza, porque casi siempre está vacía. Sin embargo, antes de que eso sucediera, conocí allí a George Riise, un jugador cuya triste historia quiero aprovechar para contarles. Le decíamos George porque se llamaba Jorge, y Riise porque se parecía al futbolista noruego del mismo apellido que durante años hizo toda la banda izquierda jugando para el Liverpool de Inglaterra. George era un pésimo jugador de fútbol. Tal vez sólo era superado en ese aspecto por El Rey León, un argentino de gran melena que experimentaba, literalmente, pavor ante la pelota, al punto de que su frase más conocida dentro de la cancha era “no me la pases, a mí no, a mí no”. George, por el contrario, era

voluntarioso, era querendón, pero carecía de todos los fundamentos técnicos, era lento, torpe y tenía una preocupante incapacidad para interpretar el lenguaje corporal tanto de sus compañeros como de sus rivales (nunca veía los pases obvios y perfectamente podía comerse el amague de una tortuga). A todo esto, George sumaba una costumbre que potenciaba sus defectos a extremos inverosímiles: gustaba de entrar a la cancha bajo los efectos del cannabis. Un combo letal. Un día, durante una Semana de Turismo –que habrá sido del 2000 o 2001– cayó a jugar un pinta que nadie conocía. Era un gurí argentino que estaba de paseo, vio fútbol y quiso sumarse. Tendría doce o trece años, máximo, y pese a que arrastraba un nivel de agrande proporcional a su nacionalidad, la verdad es que jugaba muy bien. Decía que estaba en las inferiores de Huracán. A veces me pregunto si no habrá sido un Pastore, un De Federico, uno de esos media punta de estupenda técnica y liviandad que viene sacando Huracán durante los últimos años.


George era un pésimo jugador de fútbol. Tal vez solo era superado en ese aspecto por El Rey León, un argentino de gran melena que experimentaba, literalmente, pavor ante la pelota, al punto de que su frase más conocida dentro de la cancha era “no me la pases, a mí no, a mí no”.

El hecho es que el botija entró a la cancha y si no fuera porque todavía era bastante chico –a esa edad, dos o tres años hacen gran diferencia– nos habría pintado la cara a todos. La mayoría supimos controlarlo con un poco de físico y carpeta. Pero George no tuvo la misma suerte. Como buen depredador, el niño –a quien, por razones de comodidad, llamaremos a partir de ahora Pastore– detectó a la presa más fácil de la manada e hizo con ella lo que quiso. En un partido a dos goles, que se resolvió en menos de diez minutos, le hizo ocho caños, incluyendo uno en el que Pastore, de cara al arco libre y con la posibilidad de hacer el gol que daría por finalizado el partido, decidió no convertirlo y esperar a que George viniera desesperado a marcarlo para tirársela de suela y hacia atrás entre las piernas, a lo Riquelme. Lo particular de todo esto fue que George, que se encontraba en un estado completamente bobmarleyzado, no paró de reírse en ningún momento –al igual que el resto de los presentes, incluido Pastore– y

de maravillarse ante todos y cada uno de los túneles recibidos. Cuando terminó el partido, abandonó la cancha casi levitando y se tiró contra un muro a esperar que se le pasara el cuelgue. El equipo de Pastore siguió ganando partidos. Se mantuvo en cancha tanto tiempo que la pizarra dio la vuelta y volvió a tocarle el turno a George. Pastore agarró la pelota y una plancha bajó como un martillo sobre una zona de su cuerpo que iba desde la ingle hasta la rodilla. Es que George ya andaba por los dieciocho años y era de patas grandes. El niño abandonó la cancha llorando y no volvió nunca más. Por supuesto que George fue reprendido por sus pares. En este tipo de partidos suele haber un amplio margen de tolerancia para con los preadolescentes pizarreros. Hasta que no les sale barba, no se los puede lastimar. Además, es mal visto cometer faltas groseras cuando no hay un árbitro para penalizarlas. Pero George había comprendido súbitamente, una vez libre de los efectos de las hierbas alucinógenas, que durante el partido anterior todo el mundo se había reído de él, no con él, y no pensaba permitir que esto volviera a suceder. Ese día, Pastore aprendió una lección. Un jugador de fútbol puede tener la técnica y soberbia necesarias como para humillar a sus rivales. Puede hacerlo a conciencia –como Neymar–, sabiendo que gran parte de los rivales no van a tolerar la exhibición gratuita a expensas suyas y van a tratar de golpearlo arteramente. Gracias a ello, muchas veces, conseguirá dejar al rival con un jugador menos. Lo que no puede hacer es quejarse si lo lastiman. En el fútbol se puede pegar. Eso es parte del juego, igual que la tarjeta roja que viene como consecuencia. Si te gusta el toreo, bancate las cornadas. _Mauricio Bruno

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Permiso del MEC en trámite www.tunel.com.uy - redaccion@tunel.com.uy tuneluy - @tuneluy Dirección responsable Diego Graziosi Coordinación general Pedro Cribari Edición Marcel Lhermitte Escriben Ignacio Alcuri, Juan Aldecoa, Mauricio Bruno, Jorge Burgell, Agustín Lucas, Emilio Martínez Muracciole, Diego Martini, Mintxo (Fermín Méndez), Luis Morales, Martín Otheguy, Carla Rizzotto. Fotografía Andrés Cribari, Archivo personal de Martín Lasarte Federico Gutiérrez, Rodrigo López, Leonidas Martínez, Diego Martini, Hugo Partucci.

Ilustración Rodrigo López Diseño Andrés Cribari, Rodrigo López Corrección Stella Forner Sitio web Pablo Scartaccini Foto de tapa: Andrés Cribari Pelota oficial con la que se jugó la Copa Mundial de 1930, en exhibición en el Museo del Fútbol Contacto: tunel@tunel.com.uy Se utilizaron las tipografías Chau Trouville, de Vicente Lamónaca; Rambla, de Martín Sommaruga; y Adobe Garamond Pro

Dónde se consigue o lee la revista Túnel Gol al futuro. Estadio Centenario, Sala Franzini. Museo del Fútbol. Estadio Centenario. Socio Espectacular. 18 de Julio 1618 y Carlos Roxlo. Gussi Libros. Yaro 1119 y Durazno. Libros de la Arena. Benito Blanco 962 y Avenida Brasil. El Yelmo de Mambrino. Gutiérrez Ruiz 1156 y Maldonado. Librería Las Hortensias. Chucarro y Massini. Libros Libros. Br. Artigas 1825, Tres Cruces. Librería Papacito. 18 de Julio 1409 frente a la Intendencia. Librería Papacito. 18 de Julio 888 y Convención. Librería La Lupa. Bacacay y Buenos Aires. Librería Lautréamont. Maldonado y Pablo de María. Pocitos Libros. Avenida Brasil 2561. Librería Luzgala. Avenida Lezica, Colón. Librería Purpúrea. Plaza del Entrevero, Centro Librería Abrazo. Gral. Flores 272 local 2, Colonia del Sacramento. Librería Babilonia. Tristán Narvaja 1591/1601 y Mercedes. Nueva Galería Libros. Tristán Narvaja 1536 y Colonia. Byblosur Libros. Magallanes 922. Librería Martín Fierro. Atlántida. Librería Ganesha. Ciudad de Canelones. Pompona Libros. José Enrique Rodó 280, Ciudad de Canelones. Librería ABC. Independencia 802, Florida. Librería La Canasta. Sarandí 644, San José. Maca libros. Ciudad de Durazno. Helvecia Libros Café. Luis A. de Herrera 1020, Nueva Helvecia. Biblioteca Facultad de Humanidades. Cantina Facultad de Humanidades. Biblioteca Alfredo Zitarrosa. Ciudad del Plata, km 29,500, Av. Penino. Biblioteca Club Banco Hipotecario. Colonia 2189 y Alejandro Beisso. Centro Cultural de España. Rincón 629. Centro Cultural Florencio Sánchez. Grecia 3281, Cerro. Restorán y Parrillada Lo de Silverio. Rossell y Rius 1651, Villa Dolores. Silex. Ciudad Vieja, Buenos Aires e Ituzaingó. Café & Bar. Uruguay y Minas, Cordón. Bar Andorra. Canelones 1302 y Aquiles Lanza, Centro. Bar Maldonado. Maldonado y Barrios Amorim, Centro Don Basilio. Paysandú y Minas, Cordón. Bar Palacio. Garibaldi y Tuyutí, Parque Batlle. Bar La Toja. Rivera y Dolores Pereira Rossell, Villa Dolores. Bar Las Flores. Bulevar España 2051 y Blanes, Parque Rodó. Bar La Giralda. Bulevar Artigas 1597 esquina Canaro, Cordón. Bar El Tuna. Melo. Pizzería y Parrilla El Luichi. Gaboto 1300 y Charrúa, Cordón. Cafetería del Teatro Politeama. Tomás Berreta 310, Ciudad de Canelones. Palacio del Café. Mercado Agrícola, Martín García y José L. Terra. Cerveza Mastra. Mercado Agrícola, Martín García y José L. Terra. Cantina de Miramar Misiones. Villa Dolores. Club Tito Borja. Cerro. Club Esparta. Colonia Valdense. Club Enrique López. Ejido y Cebollatí, barrio Sur. Ariel García. Ramón Bergalli 485 A.4 Maldonado. AEBU. Camacuá 575 y Reconquista. AlPecho Remeras y Margass. Galería del Virrey, 18 de Julio y Quijano. Peluquería Dawer. Orinoco y Amazonas. Peluquería Mauro. Francisco Canaro y Mario Cassinoni. Centenario Fútbol 5. Luis Alberto de Herrera y 8 de Octubre, La Blanqueada. CF5. Uruguay 1998 y República, Cordón. Paquín. Bulevar España y Benito Blanco. Quiosco. Galicia 1146 esquina Ejido. Estación Petrobras. Ellauri y Gabriel Pereira. Intendencia de Rocha. Dirección de Deportes. Intendencia de Canelones. Dirección de Deportes. Se distribuye además a los integrantes de los cuerpos técnicos de los clubes afiliados a la AUF, al cuerpo técnico de la selección nacional en todas sus categorías, a los docentes de los cursos de entrenadores del ISEF y de la ACJ, al departamento técnico de OFI, a Sala de Redacción de la Facultad de Comunicación de Udelar y en la Tecnicatura de Gestión en Instituciones Deportivas de la Facultad de la Cultura del CLAEH.

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MARTÍN LASARTE

La mochila del fútbol uruguayo

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Hijo de inmigrantes vascos, Martín Lasarte (55), por su extensa trayectoria, primero como futbolista desde hace dos décadas como entrenador, transitó por las más disímiles realidades. Opina con la autoridad de quien ha conocido las múltiples maneras de vivir el fútbol, desde el modesto Rentistas que lo vio nacer a aquel recordado Nacional campeón Intercontinental del 88 o al atildado Real Sociedad que supo entrenar y guiar hacia el gran escenario del balompié español tras la pérdida de la categoría. En una pausa en su extenso recorrido Lasarte reflexiona para Túnel en torno a su visión del fútbol uruguayo e internacional.

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¿Comenzó a jugar al fútbol en sus años liceales? No. Yo jugaba campeonatos de barrio y de escuela en los Talleres de Don Bosco, eran muy buenos: venían chicos de Palermo, del barrio Sur, de la calle Chaná, de Rivera, un montón de divisiones por edad. Ya en Secundaria, unos amigos jugaban en Rentistas y me gustaba la idea de probar, me daba la sensación de que era rápido y que podía, me llevaron y entrené. Entrenábamos en una cancha chiquita, atrás de la de Sud América, contiguo al cuartel de Blandengues. También en la cancha de la Escuelita, hasta que Rentistas compró lo que fue Perrone. Yo tuve hepatitis y ese año no jugué, volví al año siguiente. Empecé con 16 en la Sexta, después paso a la Quinta, después a la Cuarta. En la Cuarta tuvimos un muy buen equipo. Jugaba Víctor Rabuñal, que jugó después en Racing y en la selección uruguaya. Jugaban también el Fito [Adolfo] Barán y José Bruzzone. Peleamos el campeonato con River, con Nacional: terceros, segundos, cuartos. Inauguramos la cancha de Perrone como cancha de jugar las juveniles. Después me tocó como entrenador inaugurar Perrone como estadio. En las dos inauguraciones estuve: en la primera jugando y en la segunda como entrenador. En 1980 llega [Juan Eduardo] Hohberg a Rentistas y por una circunstancia fortuita necesitaba unos

chicos para debutar en Primera, porque había gente lesionada o suspendida y debutamos algunos de los que nombré. El único que estaba en la selección juvenil era Fito Barán. Tuvimos la suerte de tener un entrenador excepcional que fue Adhemar Casales, padre de Jorge Casales, el dirigente de Defensor que está en la AUF ahora. En Perrone había muy poca cosa, había un galpón para cuando llovía, muy chiquito. No podíamos entrenar y algunos no iban. Yo iba siempre, porque él hacía que uno sintiera amor por lo que estaba haciendo. Tomaba dos ómnibus: iba hasta Jackson y tomaba el 128, me bajaba en el Palacio Legislativo y después me tomaba el 275 que pasaba cada una hora, o sea que teníamos que calcular bien. Demorábamos una hora y diez. ¿Nunca abandonó los estudios? No, nunca dejé. Además empecé a trabajar. Me acuerdo que iba a trabajar temprano, salía una y media o dos y terminaba completando las horas otro día. Trabajé dos o tres meses nada más. De ahí me iba a entrenar y después a estudiar. Con mi novia –hoy mi señora– nos encontrábamos en la Facultad de Arquitectura, y en el salón de actos mientras daban la clase teórica con diapositivas, yo dormía y ella me tomaba los apuntes. Hice hasta segundo año de Arquitectura y alguna materia de tercero; después dejé. Fue un

error, porque en La Coruña, donde fui a jugar, había Facultad de Arquitectura y podía haber revalidado. Pero de los errores también se aprende. Volviendo a la época en la que llegó al fútbol, había más espacios para jugar de los que hay hoy, ¿eso tiene influencia en cómo se juega? Creo que la tiene. De hecho, en otros países lo comentan como que la tiene. Dejando de lado el tema generacional, refiriéndome a mi hijo y sus amigos, jugar en la calle era imposible. Nosotros jugábamos en la calle Maldonado, pasaba un coche y un ómnibus de vez en cuando. Teníamos los Talleres de Don Bosco, el Parque Rodó y la playa para jugar. Recuerdo la época en que empezaron a sacarnos la pelota si jugábamos en el Parque Rodó. La Policía te sacaba el balón si jugabas en el parque. Entonces se cortó lo del Parque Rodó, porque no estábamos para perder una pelota. Jugábamos en la calle o en los Talleres, que era extraordinario para nosotros. El patio se dividía en tres canchas, porque los recreos tenían diferentes horarios, pero de tarde íbamos el montón de chiquilines a jugar, o los fines de semana en los que siempre había campeonatos. Lo único era que los curas te obligaban a empezar a jugar después de la misa de 10 para no molestar. Tiene que haber tenido influencia la falta de espacios para jugar. Por ejemplo, la famosa pared contra el cordón


Foto: AndrĂŠs Cribari

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“Jugar no es sólo emplear los recursos técnicos que tenés, sino que hay otros recursos que cuentan”. (Foto: Archivo personal de M. Lasarte)

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de la vereda, te eliminabas un rival haciendo la pared contra el cordón o contra un muro. Una tontería, pero lo hacías continuamente.

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¿Qué otras personas además de Casales fueron referentes en las divisiones inferiores? Los curas en los Talleres de Don Bosco, Adhemar, el profesor Alberto Clavijo, de San Carlos, que hizo muchísimas cosas por nosotros. Por ejemplo, ya jugábamos en Primera división, por el año 1982 o 1983, y armó un grupo de trabajo en el que estaban Edgardo Barboza, una dietista, y nos hizo un estudio a cuatro o cinco chicos en la época de vacaciones de verano. Nos hizo un trabajo físico, médico, a nivel de la comida, para ver qué se podía mejorar. El resultado fue extraordinario y me sirvió muchísimo: comer mejor, descansar diferente, las referencias del médico sobre lo que podíamos mejorar. De esa época los recuerdo a ellos. ¿Qué ve a favor y en contra del jugador y del modelo del fútbol uruguayo, en términos comparativos con otras realidades? El futbolista uruguayo tiene una marca registrada: son futbolistas fuertes, que compiten (que están siempre concentrados, que no quieren perder aunque saben que

pueden perder), que tenemos deficiencias técnicas. Creo que tiene que ver con dónde practicás el juego. Las canchas en el mundo hoy en día son muy buenas aun en divisiones formativas. En Uruguay hoy eso no pasa, salvo con algunos equipos. Hay equipos de primera división que no tienen buenas canchas todavía. Algún día alguien hará un racconto de las cosas que pasan en el fútbol uruguayo. Jugué en un equipo de Primera división en el que fuimos a entrenar y no había pelota. Hubo que ir a comprarlas en el momento. El famoso problema de que como llueve no se entrena. En San Sebastián o en La Coruña llueve todos los días y entrenamos siempre; nunca parás. Pero los campos son mejores, tenés mejores lugares. Cuando dice que, en contra, juegan algunas deficiencias de fundamentos técnicos… No sé cuál es concretamente el problema, porque no estoy in situ y no tengo una visión directa, tengo la información que me llega y que puede ser un poco desnaturalizada. ¿Le pasó cuando fue como jugador a Europa? Cuando llegué a Europa, me acuerdo que vi sentado el primer partido del Deportivo la Coruña y mi sensación desde afuera fue:

“Acá juego a las risas”. Y cuando entré, me di cuenta de que si no me despabilaba rápido, estaba liquidado. Jugaban mucho más rápido y a menos toques. Me fui a España en el 89-90 y me volví en el 93. Por eso digo que jugar no es sólo emplear los recursos técnicos que tenés, sino que hay otros recursos que cuentan. Una vez un entrenador español me dijo: “Ustedes todavía piensan que si hacen una jopeada, un caño, ya son buenos jugadores, y jugar bien es tomar buenas decisiones”. Si tenés esos recursos, mejor, pero no es sólo eso. Entonces se me abrió la cabeza y empecé a tomar para mí las cosas que hacía bien y eliminar las que hacía mal. Yo sabía que había cosas que hacía mal, entonces trabajaba para mejorarlas, pero no las hacía en el juego; tomaba decisiones sencillas. Se fue en 1989 y le tocó ser campeón de todo con Nacional el año anterior. ¿Qué tenía ese grupo que hizo posible la obtención de tantos títulos? Primero tenía un promedio de edad bueno; tenía un montón de jugadores que con esa edad habíamos recorrido muchos equipos: [Jorge] Seré, William Castro, Mario López, [Felipe] Revelez, todos los que llegamos a principios de ese año. [Santiago] Ostolaza ya estaba, [Ernesto Pinocho] Vargas ya estaba. Tenía jugadores experimentados


¿Un buen grupo requiere diversidad de personalidades y de liderazgos? Todos teníamos una edad en la que no había celos. “Vas a jugar vos, no me van a poner a mí, pero yo te voy a empujar, te voy a dar para adelante”. Había mucho de eso. Lo viví jugando y creo que lo aporté no jugando. Los ocho primeros partidos de la Copa Libertadores los jugué yo. Son catorce en total. Después vino Hugo [De León] y me tocó ser suplente. La pareja era Revelez y yo, y después De León y Revelez. Quique [Enrique Saravia] no jugó la Libertadores, sólo jugó algunos partidos en el medio local y después se lastimó, tuvo una lesión. Claro, después cuando estaba en marcha la Libertadores, en etapa de semifinales, los partidos en el medio local los jugábamos Quique y yo. Estaba Jacinto Cabrera, también. ¿Por qué los equipos uruguayos después no tuvieron éxito en competencias internacionales? Hay una cuestión de ese grupo, para compararlo, que me ha costado ver en otros. En 1988, yo tenía 27 años y me fui a Europa. Vargas se fue al Oviedo al otro año también. A los seis meses se fueron Seré, el Pato Castro y Ostolaza al Cruz Azul de México, tendrían 26 o 27 años. Algo que hoy sería impensable que ocurriera. Hoy se van con 18 o 19 años, 20 como máximo. Por eso decía lo del promedio

de edad; había una cantidad de jugadores que siempre habían jugado en Uruguay, ninguno se había ido, con una experiencia y una información tal que, conjuntamente, los hizo un grupo importante. Ahora, no era sólo eso: vino De León, que le dio un toque de calidad, vino Daniel Carreño. Sumaron. Daniel Carreño vino de Europa y De León había estado lesionado. Entonces, ¿no ve chance a futuro? No, no es eso, porque Peñarol llegó a una final, pero como algo más esporádico. Vamos a hablar de la década de 1980: en el 80 Nacional campeón; en el 82 Peñarol campeón; en el 87 Peñarol campeón; 88, Nacional campeón. Y en el 83, Peñarol llegó a la final. Peñarol hizo un partido bárbaro en Porto Alegre contra Gremio. Jugaba De León en Gremio y [Fernando] Morena hizo el gol allá, y en el último minuto un lateral de Peñarol cerró mal y le hicieron el gol. Jair se había ido de Peñarol por aquel lío con el auto y empezó a jugar [José Luis] Salazar, que era jovencito. Actualmente se da la especificidad que capaz que el promedio de edad es el mismo, pero ya con jugadores de más edad que vuelven y de muy jovencitos que recién empiezan. Los que están son los que no han podido salir o no han tenido chance. Por ejemplo, un equipo que en aquella época tenía esa particularidad era Danubio, pero con jugadores de muy poca edad y fue campeón en el 89. Tenía muy buenos jugadores que eran del club, pero que no tenían todavía recorrido, a excepción de [Daniel[ Pecho Sánchez, [Javier] Zeoli y algún otro. Si ese grupo hubiera podido madurar un poco más, seguro hubiera llegado; de hecho llegó a semifinales. ¿En qué medida influyen los factores económicos? Acá cuando hablás de los factores económicos, algunos colegas de ustedes te

dicen: “¿Y entonces no influyen en Bolivia o en Paraguay?”. Y justamente, son los países que están menos desarrollados. Creo que influyen. La famosa discusión aquella de ¿nosotros empeoramos o los otros mejoraron? Creo que hay un poco de cada cosa. Hay países que mejoraron muchísimo. Estuve muy poco tiempo trabajando en Millonarios, en Bogotá, y me quedé impresionado. Una vez un entrenador argentino me dijo: “De cien jugadores tenés que elegir que midan más de 1,80, y habrá cincuenta; de esos, tenés que elegir a los que sean rápidos, tenés veinticinco; que técnicamente sean buenos, tenés doce o quince; y además que sean inteligentes, tenés seis”. Pero hay un problema: ellos tienen millones para elegir, nosotros tenemos miles. Entonces somos malos con nosotros mismos. Lo nuestro es un milagro: cómo siendo tan chiquitos siguen saliendo tantos jugadores buenos. Lo que sí es cierto es que a nivel de clubes hemos quedado rezagados. Y creo que tiene una gran incidencia lo económico: los jugadores que se van, los planteles que no pueden ser estabilizados. Antes era muy fácil, vos decís en la década de 1970 jugaban… y decís el equipo de memoria, aunque no fueras hincha del club, incluso de equipos chicos.

MARTÍN LASARTE

en el medio local; como grupo era de los más fuertes, más consolidados de los que yo he estado. Siempre se dice: “Ah, cuando ganás, siempre es un buen grupo”. No, ese realmente era un buen grupo, nunca estuve en un grupo que tuviera un juego aéreo como ese, tanto defensivo como ofensivo. [Carlos] De Lima, [Jorge] Cardaccio, Ostolaza y Vargas cabeceaban muy bien. Ganamos un montón de partidos de pelota quieta.

¿Cuáles fueron los cambios más significativos que vio en el fútbol europeo, primero como jugador y después como entrenador? Como jugador, la intensidad. Entrenábamos diferente. Hay gente que dice que entrenábamos menos. Esa era la sensación, pero en realidad entrenábamos diferente. Nunca tuve un doble horario en España y jugué cuatro años en La Coruña. De hecho era un buen equipo, habíamos subido a Primera división, terminó siendo campeón al poco tiempo. Era un equipo

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“Jugar no es sólo emplear los recursos técnicos que tenés, sino que hay otros recursos que cuentan. Una vez un entrenador español me dijo: ‘Ustedes todavía piensan que si hacen una jopeada, un caño, ya son buenos jugadores, y jugar bien es tomar buenas decisiones’”.

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Con Antoine Griezmann. (Foto: Archivo personal de M. Lasarte)

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competitivo pero nunca hice un doble turno, salvo en pretemporada, pero nunca durante la competencia. Se juegan más partidos. Una vez hice la cuenta con [Marcelo] Zalayeta, con Thierry Henry o con [David] Trezeguet, que jugaron el mundial juvenil en Malasia. Si Zalayeta se hubiera quedado en Uruguay, los franceses le hubieran sacado cien partidos de ventaja en poco más de tres años. Cien partidos de descenso, ascenso, de ganar, de perder, de objetivo cumplido o no cumplido. Y enfrentar a tipos con ese nivel. Por eso siempre peleo por el jugador joven que se va. A veces se van demasiado rápido, hay demasiado apuro por el dinero. Entiendo lo del dinero, pero a veces hay que pensar en el jugador, porque a veces van y fracasan y al poco tiempo están de vuelta o por ahí perdidos. Pero también entiendo esta faceta, se pierden un desarrollo que acá no lo van a poder tener lamentablemente. Al volver a Uruguay, vine a Defensor en el año 93. Estaba Juan Auntchain, estaba el profe [Juan Antonio] Tchadkijian y después vino el profe [Alberto] Mena y con Carlos de León siempre hablábamos de que el futbolista uruguayo con 30 o 32 años parecía que tenía 36 si jugaba en Uruguay porque te desgasta, mientras que en Europa con 32 años parecía que

tenías 28. Es como que lo disfrutás. Acá te pesaba. Yo en Defensor no tenía problemas, pero después jugué en Rampla. Había problemas para cobrar, para desplazarte, para entrenar, con la ropa, con la pelota, problemas con los compañeros que tenían más problemas que yo que venía de Europa. El fútbol uruguayo te cansa, te envejece; estoy hablando en aquel momento, mediados de la década de 1990. Como entrenador fui a Europa a un equipo que había sido siempre de Primera división y estaba en Segunda división, en un ambiente muy deprimido, muy negativo. Mi gran apuesta fue: ¿puedo adaptar lo que hago a Europa? Tenía la ventaja de haber jugado en Europa algunos años antes, tampoco tantos. Fue lo que hicimos y fue fantástico: nos adaptamos perfectamente a la metodología de trabajo europea con un tinte sudamericano y tuvo un efecto genial. De ese ambiente deprimido, negativo y de descreimiento al cual llegué, salimos campeones de Segunda división, subimos, mantuvimos al equipo en Primera, le ganamos incluso al Barcelona de Guardiola. ¿Cuándo y por qué decidió ser entrenador? No hay un día sino un proceso que se fue dando. Yo era muy extrovertido en la

cancha, una manera de ser, de liderazgo. Fui capitán cuatro o cinco años en Rentistas, con 21 años, fui capitán en Rampla, fui capitán un solo partido en Nacional como suplente, fui capitán en La Coruña, etcétera. Siempre me tocó, por mi manera de ser, agrupar a la gente, para tirar todos para el mismo lado. Después como entrenador lo he ido procesando o manejando desde el mismo lugar. Una vez Juan Auntchain me dijo que yo tenía pasta de entrenador, que él me veía maneras. Hice el curso acá y en el año 96, mi último año como jugador, ya tenía el curso hecho. En el año 97 yo había decidido dejar de jugar. Tenía 35 y estaba sufriendo el fútbol. Estaba en Rampla, que tenía muchas dificultades económicas. Ya no sentía aquel fuego sagrado. Me estaba costando muchísimo y decidí dejar de jugar. Me fui hasta el Cerro para comunicárselos y agradecerles y, pensando que me iban a ofrecer un contrato por un año más, me dijeron: “¿Querés ser el entrenador del primer equipo?”. Y todo lo que no estaba dispuesto a hacer como jugador, sí estaba dispuesto a hacerlo como entrenador. Ahora tengo que sufrir, pero desde el puesto de entrenador, dirigiendo a mis propios compañeros en Primera división y pensé: “Me la juego”. Hace veinte años. Siempre entrené en Primera división, salvo un período con River, que bajamos. Estuve en Rampla ese año y nos fue relativamente bien, para lo que éramos, después fui a Rentistas y peleamos el campeonato, luego a Bella Vista, donde hicimos un buen período. Después hubo alguna dificultad y decidí marcharme. Fui a Emiratos Árabes, una cosa rara, de los primeros en aquella época, fui al equipo de Maradona. Me vine a River, arreglé después que Fernando Morena. Iba muy


Me vine y agarré Danubio al poco tiempo. Ahí tuvimos muy mala suerte porque hicimos un muy buen campeonato e igualamos con Nacional, pero la final no se jugó entonces. Terminó el campeonato en diciembre y se jugó la final en febrero. Teníamos a [Egidio] Arévalo Ríos, Diego Ifrán, a Jorge García, todos notables. ¿A Ifrán después lo llevó a Europa? A Danubio lo llevé yo y a Europa también. Tuvo muchas lesiones. Fue un crimen. También llevé a Carlos Bueno, primero. Les cuento la anécdota: trabajando todavía en Danubio, faltando tres o cuatro partidos para terminar el segundo torneo, me llamaron un par de veces de la Real Sociedad. Me fui a España por un día, me tomé el avión un domingo, llegué el lunes y me vine con la sensación de que me podía quedar, pero yo ya le había dicho a Arturo [Del Campo] que no me parecía que estaba bien, aunque me fuera mal en España. Entonces dejé Danubio. Salió lo de San Sebastián. Un día estábamos reunidos en el club con el presidente y me habló de Alberto Bueno, un jugador del Real de Madrid, que después jugó en el Valladolid. Un poco frío, pero buen

jugador. Entonces yo le dije: “Presidente, tenemos que traer a un jugador para subir, la B no es la A”. Eso es igual en todos lados, más allá de que en España se juegue mejor, hay mucha lucha, mucho campo más o menos, con barro en invierno, con nieve en algunos partidos. El presidente nos proponía a este jugador Alberto Bueno, un poco frío. Estaba el profesor Pablo Balbi y le dije: “Tenemos que traer a alguien de carácter, un yugoslavo, un ruso, pero no los conocemos, ¿por qué no traer a Carlitos Bueno?”. Y Pablo que era hincha de Nacional, pero que lo había tenido en las juveniles, me dijo: “¿Te parece?”. Y claro, ponés un video de Carlitos Bueno con goles y era fantástico. Entonces, al presidente, que decía que había que traer a un HDP, le dije: “Este es el HDP que usted necesita en la cancha”. Al final Carlitos arregló con el club y fue decisivo. Pero es fluctuante; así como tiene momentos altísimos, también tiene momentos muy bajos. Después volvió a caer, se lesionó, y los últimos partidos vamos a Cádiz, y si ganábamos y se daba un resultado, ascendíamos, sin ser campeones. Salimos de Jerez en un Airbus y el que tenía que poner el

MARTÍN LASARTE

mal River y lamentablemente, a pesar de que hicimos una buena campaña, no nos dio. Había equipos del interior que estaban peor que River, pero se los protegía y había que salvarlos, y nos tocó descender. Al año siguiente hicimos tabla rasa en Segunda y después me fui a Nacional, donde estuve dos años. Después me fui a Millonarios, el error histórico de mi vida, porque no hice un buen diagnóstico. Soy de hacer un buen diagnóstico antes de aceptar. A una semana de empezar, el entrenador anterior se fue y yo no sabía ni lo que habían hecho, ni cómo se habían preparado, ni qué jugadores tenían, conocía sólo a algunos. Pero dije “Millonarios es un equipo grande, en otro medio”, y a los dos meses me fui, ya era un desastre. Ganamos un solo partido de ocho. Sí clasificamos a la copa Sudamericana. Recuerdo a Marcelo Tejera que cobró en una bolsa de plástico en la taquilla. Ese club tenía el apoyo de Pepsi Cola, Petrobras, etcétera. Y nunca había un peso. Estuve en un hotel que nunca pagaron. Concentrábamos e íbamos rotando de hoteles en Bogotá, porque iban dejando el clavo. Nunca me pagaron. Después fue intervenido por el gobierno.

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“No creo en la posesión del balón por la posesión en sí misma. Creo estar recorriendo este camino: equipos de buena posesión, pero posesión dinámica, no inocua. La idea es que en el fútbol hay que moverse, nunca puede haber nadie parado”.

“Siempre me tocó, por mi manera de ser, agrupar a la gente, para tirar todos para el mismo lado”.

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(Foto: Archivo personal de M. Lasarte)

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disco con la música no la puso, señal de nervios, de miedo, de ansiedad, y en el fondo la voz de Carlos Bueno: “¿Qué pasa, están asustados? Dénmela a mí que hago tres goles”. Efectivamente tres goles. Y después jugamos contra Celta, que dirigía Eusebio que hoy está en la Real Sociedad. Ganamos 2-0 con un gol de Carlos Bueno y subimos. La delantera era: Xavi Prieto, que todavía está jugando de volante, Carlos Bueno y Antoine Griezmann. Si ves cabecear a Griezmann hoy en Atlético Madrid, es igual a Bueno. Carlos le enseñó a tomar mate, a saltar con la cabeza y alguna otra cosa le habrá enseñado… Fue una época linda.

¿Como jugador le tocó enfrentar al dream team de Cruyff? Sí, y como entrenador también, ya al de Guardiola. Como jugador la sensación fue, y siendo grosero para que quede claro “no le podemos dar ni una patada”, “no los podemos agarrar ni para pegarles una patada”. En la realidad actual del Barcelona, ¿cuánto hay de aquello? El fomentar una idea, una forma de jugar, el porcentaje es altísimo. El propio Guardiola fue jugador de ese equipo. Cruyff fue el que marcó los cambios primero. El fútbol español estaba

solamente emparentado con “la furia” y con algo más. El que realmente rescata esa idea base holandesa, pero que hizo carne en el Barcelona, fue Cruyff. Que seguramente no la vivió como jugador en el Barcelona. Como entrenador, tomaba muchísimos riesgos, pero con jugadores elegidos. Hace poco, cuando falleció, salió una entrevista que le hicieron relativa a cómo formó ese equipo y él dijo que llevó a cuatro vascos porque no le tenían miedo a nada, ni a cambiar ni a nada. Era además un gran conocedor del fútbol español, porque había jugado en el Barcelona, en el Levante, se había quedado a vivir algún período en España. Se dice que Barcelona en infantiles es el equipo más goleado, porque intentan hacer ese tipo de juego y los otros cuadros lo presionan y le hacen muchos goles. No renuncian a esa idea o a ese tipo de juego. Es como todo. Cada equipo tiene su forma de juego y eso es lo lindo. En el fútbol vasco, por ejemplo, representado principalmente por el Bilbao y la Real Sociedad, hay una gran diferencia entre ellos. Por algo al Bilbao le dicen “los leones”: es un equipo que intenta jugar bien, pero es de mucho carácter, parecido al fútbol uruguayo. La Real Sociedad es un equipo más atildado, más afrancesado, de mejor toque de balón, más parecido al Barcelona. El fútbol gallego tiene también sus diferencias. El Deportivo La Coruña no es lo mismo que el Celta. El fútbol andaluz es completamente diferente al del centro de España. El fútbol andaluz es como son los andaluces: desprejuiciados, bailarines, tomadores, divertidos, jocosos, y así juegan. No obstante, el Betis y el Sevilla tienen sus diferencias. El Sevilla ha logrado


Estamos hablando de distintos modelos o formas, ¿cuál es la que le gusta más o se siente más identificado? Tuve la posibilidad y la ventaja de jugar y dirigir en equipos de diferentes características. Equipos cuyo objetivo es salvarse de algo o ser campeón de algo, en Uruguay o en otros países. Eso al final te termina dando poder de adaptación. Por ejemplo, adaptarme al fútbol español como entrenador no me costó nada. Capaz que me costó más adaptarme a Chile, porque vienen con el tema de [Marcelo] Bielsa; la Católica, que es el equipo de paladar fino, de buen toque. Entonces a veces cuesta adaptarse. Siempre soy de la misma idea: hay dos arcos, hay que defender uno y hay que atacar el otro. No te tienen que hacer ningún gol en uno y tenés que hacer la mayor cantidad posible de goles en el otro. Así de sencillo, así de tonto, pero así lo veo el juego. El pasaje por el fútbol español y el chileno sí me han dado la posibilidad de pensar que en el fútbol también se pueden hacer mejores cosas que tirarle un balón largo a alguien para que la defienda y que por ahí convirtamos un gol. Pero todo con matices. No creo en la posesión del balón por la posesión en sí misma. Creo estar recorriendo este camino: equipos de buena posesión, pero posesión dinámica, no inocua. La idea es que en el fútbol hay que moverse, no puede haber nadie parado nunca. O sea, si uno pone un video del Barcelona, no sólo hoy, el que toca inmediatamente va a ocupar un nuevo espacio. Y si el nuevo espacio está ocupado, se queda en el anterior para empezar de nuevo la jugada.

“La delantera del Real Sociedad era: Xavi Prieto, que todavía está jugando de volante, Carlos Bueno y Antoine Griezmann. Si vos ves cabecear a Griezmann hoy en Atlético Madrid, es igual a Bueno. Carlos le enseñó a tomar mate, a saltar con la cabeza y alguna otra cosa le habrá enseñado”.

Y así lo hacen todos. No obstante no es fácil. En Uruguay es difícil, porque la cancha no te ayuda y por la mentalidad del jugador. Ustedes decían hace un rato que en las inferiores en Barcelona se comen un montón de goles. En el fútbol uruguayo es complicado eso, porque tenemos un aspecto que capaz que nos hace buenos, pero también capaz que nos hace malos: la competitividad. Queremos ganar, nunca queremos ser menos que otros. Racionalmente parece medio loco, pero es así. Esa competitividad en algunos momentos nos empuja, pero a veces también nos limita. Es un fútbol con tanta historia y recorrido que en algún momento es casi como una mochila. En las propias formativas se ve cómo se sienten presionados los chiquilines. A veces es un tema de los mayores o de los propios entrenadores. Es cierto eso. También hay que ver si el objetivo del club es ganar o desarrollar. Y ver si vos sólo desarrollás y no ganás, si te mantienen como entrenador. [Sergio] Markarián habla de un triángulo. Un vértice es: ganar-desarrollo-presupuesto.

Otro vértice: desarrollo-presupuestoganar. Y el tercero: presupuestodesarrollo-ganar. Siempre tenés que elegir una premisa. Todas juntas es imposible. Un ejemplo, Peñarol del 87 con bajo presupuesto, con jugadores del club con desarrollo, pudo ganar. La excepción que confirma la regla. Ahora, si querés desarrollar, ganar no es importante, lo importante es desarrollar. Si lo más importante es el presupuesto, olvidate de desarrollar y de ganar, porque lo que querés es cuidar los pesos. Si querés ganar, el presupuesto no te tiene que importar, habrá que gastar. No es una ley. Hay equipos que han ganado con un presupuesto menor –el ejemplo de Peñarol– pero son los menos. Y al final, todos me dicen (porque no entiendo de ese deporte) que los equipos de básquetbol que más gastan son los que ganan, o pegan en el palo. El fútbol es un deporte competitivo de once tipos y a veces estas cuestiones se disimulan un poco menos.

MARTÍN LASARTE

consolidarse internacionalmente mientras que el Betis, con subidas y bajadas, no ha podido. Desde ese punto de vista el fútbol en España es muy interesante, porque es muy rico. Pero creo sí que la forma, la manera, los cambios, los marcó Cruyff, sin duda.

¿Antes se sufría más la derrota que ahora? Eso pasaba más en Europa que en Uruguay. Me ha pasado en España que después de una derrota, los jugadores iban en el ómnibus jugando a las cartas y divirtiéndose. Una vez me pasó y les dije a los jugadores que me parecía bien que no lo vivieran con la bronca que tenía yo, pero masticar un poco de bronca también estaba bien, porque era el motor del triunfo de la semana que viene. Si lo vivimos como que nos da lo mismo, entonces nos da lo mismo siempre. O sea que no te importe nada no ganar también tiene su lado negativo. Por otro lado yo siempre me imagino a mí visto por mis hijos, llegando después de un partido perdido, encerrado en mi cuarto sin querer hablar con nadie. Eso tampoco está bien. O sea que los extremos al final son malos. _Diego Graziosi / Pedro Cribari

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Lengua y fútbol

Por sus dichos los conoceréis

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“Dime cómo hablas y te diré quién eres”, podría reescribirse el popular aserto. Y si de los uruguayos y el fútbol se trata, mucho más.

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De aquí y de allá “¡Ojo al gol, muchachos!”, dice la mujer y mira a sus compañeros de labor que hasta hace un momento discutían acaloradamente sobre un asunto de trabajo. “¡Vamos a bajar la pelota al piso!”, remata. He aquí una escena que –quizá con ligeros cambios que no hacen al fondo del asunto– la mayoría de los orientales han presenciado en más de una oportunidad. Lo curioso es el acento netamente caribeño con que fueron pronunciadas las palabras que llamaban al orden a los oficinistas. Consuelo llegó de Cuba a Uruguay escapando de la terrible situación económica que suscitó en su país lo que allá se llamó eufemísticamente Período especial en tiempos de paz. A poco de arribar a territorio charrúa, consiguió un puesto en la consultora donde tuvo lugar el acontecimiento narrado al principio de esta nota. Allí ha trabajado durante más de una década. Su caso tiene interés desde el punto de vista lingüístico y cultural. A pesar de que los latinoamericanos comparten entre sí un patrimonio común que les permite entenderse sin ninguna dificultad en casi cualquier circunstancia, la habanera devenida montevideana se vio obligada a adaptarse para “funcionar mejor” a nivel social. Quizá su mayor logro en este proceso fue aprender a usar correctamente el lenguaje figurado al que apelan con harta frecuencia los uruguayos, en especial una zona de él que le era completamente ajena: la que se genera en torno al fútbol. Para entender mejor esto último es bueno conocer que en la mayor de las Antillas el deporte nacional es “la pelota” –así llaman allí al béisbol– y, por ende, muchas de las metáforas deportivas que ha creado el español cubano se vinculan

Ilustración: RL

con este juego. Pongamos un ejemplo que ilustre el asunto. Lo que aquí sería “un golazo” (en el sentido de un gran éxito), allá se considera un “tremendo batazo” (darle a la pelota con el bate de manera muy precisa o fuerte, o ambas a la vez, lo que puede poner en ventaja al equipo de quien lo haya hecho y por lo tanto puede equipararse a un importante logro). Al periodista, quien en alguna etapa de su vida también vivió en un país de habla hispana que no era el suyo, producto de cuya experiencia se vio obligado a aprender los usos propios de aquella tierra, la anécdota de los dichos de la cubana le despertó la curiosidad por ahondar un poco en la relación que existe en su país

entre el uso cotidiano del idioma y el mundo del fútbol. Las palabras y las cosas Se ha dicho que el hombre es un ser hecho de palabras, en el sentido de que el lenguaje, en íntima relación con el pensamiento, es el que moldea su personalidad. También se sabe que existe un estrecho vínculo entre la realidad circundante y la lengua de los hablantes. De ahí que los uruguayos, que nacemos respirando fútbol, tengamos en nuestra variante del español una gran riqueza de metáforas futboleras que se usan en muy variados contextos, desde los más cultos a los más populares.


SÍ, LA VERDAD QUE SÍ

El hecho es que, quizá porque echamos mano de ese acervo sin detenernos a pensar en el porqué de ello, no siempre podemos justipreciar cuánto ha influido este deporte en todos nosotros, con independencia de si nos gusta o no. Veamos algunos casos representativos de lo que se intenta explicar. Aunque la persona que lo diga o lo escuche no tenga la más pálida idea de qué criterios sigue el juez de línea para levantar su banderín y cobrar un off side, seguro que sabe bien a qué se refiere él mismo u otro hablante cuando, para dar cuenta de que alguien anticipó cierta información indebidamente o dio un paso en falso, asegura: “Fulanito quedó en orsai”. Otro tanto ocurre en circunstancias en que un individuo rehúye tocar cierto tema o contestar una pregunta, y luego comenta con sus amigos: “La tiré al óbol”; una variante de esta frase es la que se puede usar para exigir una contestación perentoria: “¡No me la tires al óbol!”. En situaciones de diálogo, sobre todo cuando se dan respuestas rápidas y a ocasiones burlonas o hirientes, un interlocutor puede sentirse un poco molesto y recriminarle al otro la pequeña maldad de la que fue víctima durante el intercambio. Empero, el presunto ofensor podría contestarle: “Si me levantás centros, ¿qué querés? ¿Que no cabecee?”, para expresarle que si le facilitó las cosas exponiéndole su flanco débil, resulta injusto que luego se queje de lo que él mismo provocó. De vez en vez, también se usa una variación para decir que alguien (por ejemplo, un periodista) le hace preguntas obvias a su interlocutor (pongamos por caso a un político) posibilitándole que se luzca; entonces se afirma que “le levanta centros”. Con seguridad que a quien lea estas páginas le vienen a la mente más de una expresión del tipo: “Fulano es un penal” (por querer decir que es impredecible y poco confiable); o “Hay que abrir la cancha” (para señalar la necesidad de aceptar nuevas ideas o personas en un determinado ámbito; igual que, cuando los punteros se pegan a la raya, se generan espacios libres de donde pueden surgir movimientos inesperados que cambien el rumbo del juego); o “Me salió con los tapones de punta” (que se reserva para poner de manifiesto que alguien, sin justificación aparente, dijo algo muy agresivamente, igual que un back va en busca de interceptar al delantero rival con la plancha en alto); o “A Mengano lo jopearon” (cuando –del mismo modo que

Los uruguayos, que nacemos respirando fútbol, tenemos en nuestra variante del español una gran riqueza de metáforas futboleras que se usan en muy variados contextos, desde los más cultos a los más populares.

lo hacen ciertos habilidosos con la pelota sobre la cabeza del contrario– se pasa por encima de alguien de mayor jerarquía o que debió estar informado de algo)... Para muestra bastan algunos botones. Del terruño Los ejemplos vistos hasta aquí son de uso corriente en casi todo el territorio de la república. Sin embargo, como también ocurre con otras creaciones del idioma, es común que, en algunas poblaciones, existan formas de decir vinculadas pura y exclusivamente a lo local. Mercedes, donde nació el periodista, podría representar un caso paradigmático al respecto. Antes de continuar, es bueno tener conocimiento de que en la capital del departamento de Soriano son de uso corriente los dichos detrás de los cuales se esconde la narración de un suceso que no es necesario explicitar, puesto que todo el mundo la conoce; y que, con el transcurso del tiempo (y también por razones de economía lingüística) tiende a acortarse en una sola frase, la más significativa, con lo cual la historia que estaba en su génesis desaparece, hundida en las profundidades de la desmemoria. Asimismo, después de enunciar la frase se esclarece la autoría de la misma con un: “dijo Perengano”. El escribidor atesora en su baúl de los recuerdos tres de estos dichos que cuando él era niño se usaban habitualmente y por la gente más variopinta en La Coqueta del Hum. Todos ellos se le atribuían a uno de los pioneros de la radiofonía mercedaria: un relator de fútbol de apellido Cazzola, quien se caracterizaba por lanzar al éter durante sus transmisiones algunas frases tan desopilantes como subidas de tono. Así las cosas, las que aquí se rememorarán se cerraban con “dijo Cazzola”. El primero se aplicaba cuando ocurría una desgracia o algo tan malo como inesperado, y rezaba: “¡Qué cagada, lo echaron a Planchón!”. Como

se anticipó, aunque, con los años, la mayoría de la gente –a pesar de que lo profiriese en las circunstancias comunicativas adecuadas– no recordaba el hecho que le dio origen, el dicho tenía su historia. Fue durante un Campeonato del Litoral. En la selección tricolor de Soriano jugaba un tal Planchón, quien era el alma del cuadro. Parece ser que, en un partido definitorio, fue expulsado y Cazzola se despachó al aire con la frase que, a partir de entonces, enriqueció el lenguaje del pueblo. El segundo estaba destinado a descartar de plano algo. Para ello se decía: “Ni mierda lo agarra”. Remitía a una situación de juego en la que un crack de la selección de Soriano comenzó a eludir contrarios en su campo y avanzó hacia el opuesto dejando el tendal; un defensa, empero, le pisaba los talones. “Avanza Menganete, lo agarra Zutano, lo agarra Zutano… ¡Ni mierda lo agarra!”, disparó el speaker man y quedó para la historia. El tercero se usaba cuando alguna situación se ponía compleja de verdad, y decía: “¡Esto está que jiede!”. Lo que la gente que lo enunciaba ignoraba era que el susodicho relator había lanzado al aire estas palabras desde una de las cabinas de transmisión del Parque Bristol, que se encontraban en la parte superior de la tribuna, bajo la cual estaban los baños y vestuarios del escenario deportivo. Parece que el comentarista que lo acompañaba, al escucharla, tratando de ahondar en el concepto, acotó: “Es cierto, el partido se ha puesto muy difícil”; a lo que el inefable Cazzola le retrucó: “¡Qué partido ni qué partido, los baños de acá abajo!”. A manera de conclusión La lengua es un organismo vivo. Los hablantes la recrean permanentemente. En ese vaivén, surgen algunas imágenes hermosas, otras no tanto, todas producto de la dialéctica entre la una, los otros y la realidad circundante. En tal terreno, los uruguayos también hemos demostrado que cuando “salimos a la cancha”, el resultado de nuestras acciones puede ser sorprendente, “como en el 50”. Notas 1. Este texto se escribió a partir de una idea vertida por Carla Rizzotto durante una reunión de redacción en el bar Andorra. 2. El autor agradece a su tía, Gloria Martínez de Carrea, haberle regalado las frases de Cazzola, el relator. _Luis Morales 13


Foto: Leonidas MartĂ­nez

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LIGÜERA Y EL FUEGO SAGRADO EN EL FÚTBOL

Martín pensador Martín abre la puerta, se sube a la bici y pedalea. Pasa el puentecito que hay sobre una naciente de cañada, a pocos metros de su casa, y pedalea más. Tiene que pararse en los pedales para trepar el repecho largo hasta Julio César Grauert, con las ruedas de su bici montaña Albanés 2000 raspando el balasto. Grauert es la avenida del barrio Los Álamos, que en la perspectiva del floridense céntrico es uno de los barrios que está “del otro lado de la vía”. Martín dobla a la izquierda y se suma al viaje el Reta López, al que la maestra, después que crucen la vía, sigan pedaleando algunas cuadras, dejen la bici en la casa de Arrospide y entren a la escuela 116, le dirá “Martín”, como a él. Es jueves y Fénix entrena de mañana porque tiene amistoso. El escenario es el Parque Capurro, con la bahía como escenografía fija. Ya bañado, bolso en mano, aparece el floridense que vino a buscar este floridense. Aunque el primero, el entrevistado, en realidad nació en la capital del país. En Florida eso se sabe, pero a nadie se le ocurre ponerle otro gentilicio a Martín Ligüera. Lo lleva como los demás, pero se le pronuncia como pocos: cuando hay que destacar quiénes salieron del terruño. “Me considero de Florida. Si bien nací en Montevideo, mis padres son de Florida y trabajaban en Montevideo. Pero antes de que yo cumpliera los dos años nos mudamos a Florida. Siempre me preguntan de dónde soy, y digo que soy floridense. Mis valores, que obviamente se fueron fortaleciendo después con el paso de los años, tienen una base construida en Florida”. Martín recuerda al niño que salía de la casa, solo, y solo iba hasta la escuela como al almacén o a la casa de un amigo, y solos jugaban, como niños, sin tener que estar acompañados por adultos. “Hay una forma de criar diferente a la que hay acá [en Montevideo]. Me pasa hoy en día con mis hijos. El control es mayor aquí que el que yo vivía en Florida, independientemente de que fue hace unos 25 años y era otra la situación. Pero hoy en día me pasa de ir a Florida y ver a los niños que andan solos. Uno se pregunta con quién andarán, pero no, son de ahí nomás, de la esquina. En

Montevideo es impensable que anden solos, con esa libertad”. Un vecino de Florida, criado en la misma cooperativa de viviendas en la que me crié, estaba armando su vida acá en Montevideo, con un buen trabajo, ya desarrollándose, y un día venía caminando por su barrio, Pocitos, y de repente ve a un niño andando en triciclo en un balcón. Dijo “No. Esto no es lo que quiero”. Rearmó su vida en Florida. A veces me cuestiono eso también. Vivo en un apartamento y por momentos me lo cuestiono. Es difícil, porque yo me crié de otra manera. Claro que hay más cosas para hacer, pero hay días que si no te armás un programa no tenés esa posibilidad, como niño, de salir a la calle y cruzarte con amigos, como yo salía y me cruzaba con el Reta, por nombrar a un amigo de la infancia. Yo tenía un entretenimiento todos los días sin tener que programar nada. Íbamos a jugar al fútbol a la cancha de Candil o a lo de Basignani. Iba hasta ahí y volvía sólo cuando me gritaba mi abuela que tenía que tomar la leche; era mi única obligación a esa hora. Iba y volvía, porque jugábamos hasta que se ocultaba el sol. Después, de noche, había que hacer los deberes. Mis días eran así. También es otra manera de desarrollar los vínculos, de generar y solidificar amistades. Bueno, yo tuve ese asunto también de que nunca pude fortalecer mucho los vínculos, porque después, más grande, vienen las salidas y todo eso, y si estás jugando al fútbol es muy difícil. Cuando vino la época de los cumpleaños de quince, prácticamente nunca podía ir. A veces iba, pero hasta las once y media o las doce, y me volvía a casa a acostarme. Me levantaba a las seis de la mañana para venir a jugar a Montevideo. Y después, más grande, nunca estuve mucho tiempo en una misma institución, a no ser en Nacional y en Fénix. No pude formar vínculos fuertes. Estuve en seis países y lo máximo que estuve fue uno o a lo sumo dos años en cada uno.

De seguir en Fénix, sería tu período ininterrumpido más largo en un club. No me había puesto a pensar, pero sí. Si no me pasa nada extraño seguiré acá. Pienso jugar al menos un año más. La verdad es que estoy muy cómodo acá. *** Martín abre la puerta y va corriendo hasta la canchita de los Basignani, que está del otro lado del puentecito. Se pasa la tarde en eso. Casi no hay horarios. Es jugar, jugar y jugar, con entretiempos individuales cuando se escucha una voz que llama “¡a tomar la leche!”. Martín piensa mientras le viene la pelota, resuelve la jugada y va a merendar para volver enseguida. Sigue jugando. Es jugar, jugar y jugar, hasta que el sol dice basta. Del otro lado de la vía, cualquiera sabe, no hay o no había tanta iluminación como para que la claridad de algún foco cercano regale un reflejo de la pelota, que en definitiva es lo único que hace falta para jugar. Martín piensa y le brotan los nombres de los demás. La lista es larga e incluye a Pablo Cabrera, al Reta, Alfredo Chicusqui Soba, Nelson Chingo Rocca y Fernando Noria, entonces niños o adolescentes que de mayores lograron destacarse en las canchas de la Primera división vernácula. En su mayoría son hinchas del club Candil, pero no podían jugar en el cuadro por un motivo con demasiado peso: no tenía todavía baby fútbol. Años después le llegó, aunque rebautizado como fútbol infantil. ¿Desde cuándo andás con la pelota? Desde que tengo uso de razón. Yo estaba convencido, desde chiquito, que lo mío era jugar al fútbol. Estaba convencido. Quería jugar en Nacional y en la selección uruguaya, y siempre se lo decía a mi padre. Mi padre dice que comencé con cuatro años. Cuando tuve de edad de baby fútbol fui a jugar a Quilmes. Fui porque no había baby fútbol en Candil, si no jugaba en Candil. Una de las cosas que me quedó pendiente es jugar en Candil. En Quilmes me trataron espectacular y estoy más que agradecido. 15


“Yo sé que si cuando me viene la pelota ya no decidí qué voy a hacer con ella, se me complica el juego; ya sé que no ando en una buena tarde. Cuando la pelota me viene ya tengo resuelto el destino. Después podré ejecutar mal, no me importa, pero sabiendo que al venirme ya puedo estar razonando qué puedo hacer, qué movimientos están haciendo mis compañeros, es cuando pienso: estoy claro”.

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“Siento que disfruto el fútbol mucho más que antes”. (Foto: LM)

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De repente podés jugar algún año en Candil después que te retires del fútbol profesional. Hubo una época en que lo pensé, pero ahora el día que deje ya está, doy por cerrado todo. No me veo. Pero cuando era más joven sí, lo pensaba y lo conversábamos con mi padre y mis hermanos. Pero no. El día que cerrás, tenés que cerrar todo de una vez. Sí me quedó eso de no haber jugado en el baby de Candil, porque es el cuadro de mi barrio.

La pelota le está llegando y Martín piensa. Piensa y hace, todos coinciden. La diferencia con el resto de los jugadores de su categoría en el baby fútbol era notoria, así que después de su partido se quedaba para otro medio tiempo, con la categoría de niños un año mayor. “Estaba despegado. La diferencia con el resto era abismal”, dice Juan Pablo Makovsky, quien fue su compañero en Quilmes. En ese club Martín jugó en todas las categorías que había entonces para cancha chica: churrinches,

gorriones, semillas, cebollas y baby. “Una vez el técnico, creo que era La Vieja Cuadro, empezó a probar jugadores, a rotar. Era contra Avenida en el Complejo [N. de R.: el estadio infantil municipal en Florida]. Íbamos 0-0. Saca a Martín un rato, y en cuestión de veinte minutos nos hicieron como cinco o seis goles. Lo tuvo que poner de nuevo porque fue tremendo lo que cambió el cuadro”. Martín López, el Reta, comenta algo que, palabras más palabras menos, se fue repitiendo en los demás testimonios. “Martín en la cancha era como un hombre jugando con niños. Jugaba y pensaba las jugadas como si fuera un adulto”, dice el Reta, que además de vecino fue compañero de Ligüera en la escuela, y en baby fútbol tanto en Quilmes como en selecciones albirrojas. La pelota llegaba y el pase para habilitar a un compañero era inmediato. Jugaba sin pelota, estaba en el lugar indicado, le pegaba en el momento justo, y le pegaba bien. Le viene la pelota y Martín piensa. Piensa y hace, todos coinciden, pero él no lo recuerda. Ya desde chico le metías mucha cabeza, ¿pensabas mucho en la jugada? Mucha gente me lo ha dicho. Yo no tengo uso de razón de cómo pensaba en ese momento, pero casi toda la gente que me vio en el baby me suele decir eso, que pensaba como un grande dentro de la cancha, que ya pensaba la jugada cuando tenía ocho o nueve años.


¿De grande trabajaste en eso como una virtud a desarrollar para explotarla mejor? No lo pensaba como una virtud. Es algo que sale naturalmente. Pero es difícil de pensar en desarrollar eso. ¿Cómo hacés para trabajar eso? Obviamente que la base es la repetición, y de que cuantos más partidos tengas, mejor puede salir. Uno piensa en jugadores que de algún modo resolvían en lo inmediato situaciones complejas, como Zidane, por ejemplo. Y eso, parece claro, iba más allá de lo que podría decirse le era innato. Pero es imposible hacer lo de Zidane, por más que lo mires y lo mires. Hay detalles que uno va viendo en la medida que pasa tu carrera. Sé que si cuando me viene la pelota ya no decidí qué voy a hacer con ella, se me complica el juego; ya sé que no ando en una buena tarde. Cuando la pelota me viene ya tengo resuelto el destino. Después podré ejecutar mal, no me importa, pero sabiendo que al venirme ya puedo estar razonando qué puedo hacer, qué movimientos están haciendo mis compañeros, es cuando pienso: estoy claro. Después del baby fútbol, vino Nacional. A Montevideo, a Nacional, me trajo el mayor Julio Tarrech. Vine a probarme una semana. Me acompañaba mi viejo. Vine, me probé y quedé. ¿Quiénes jugaban con vos en esa generación que después se hayan consolidado en Primera? Prácticamente ninguno se pudo consolidar. Jugaron sí Peter Borges, Álvaro Giménez y Germán Domínguez. Pero el filtro es muy grande. Salimos campeones en Séptima, Sexta y primer año de Quinta. Fueron prácticamente dos años y medio de corrido saliendo campeones, y que se haya consolidado en Primera creo que fui yo solo. Es muy grande el filtro. *** Martín tiene doce años. Vive en Florida y tres días a la semana viaja a entrenarse a Montevideo. A las siete está en pie porque quince minutos antes de las ocho entra al liceo. Antes de las doce sale y va hasta la parada del ómnibus que está a dos cuadras, se toma un Bruno Hermanos para llegar a las dos de la tarde a Montevideo. A las tres se entrena. A las seis y poco tiene que estar en Tres Cruces porque se tiene que tomar un Turismar para volver. Como el ómnibus lo deja en la ruta, nueve menos veinte alguien lo estará esperando en la rotonda. En su

“Yo estaba convencido, desde chiquito, que lo mío era jugar al fútbol. Estaba convencido. Quería jugar en Nacional y en la selección uruguaya”. (Foto: AC)

“Quiero ganar, tener gloria en el fútbol. Siempre me gustó eso. Yo quería salir campeón con Nacional. Lógicamente que ganar plata y vivir del fútbol me gusta, pero incluso desde esa visión podría decir que es muy difícil hacer plata con el fútbol si no lográs algo en el fútbol. Quiero la gloria, y después buenísimo si la gloria me lleva a Europa”.

casa cenará y hará los deberes para acostarse, porque mañana hay que estar a las siete en pie. “Era mortal, pero lo hacía con gusto”, asegura. “Yo tenía doce años. Había venido a Montevideo, pero igual miraba con los ojos del que veía Montevideo por la televisión. Las primeras veces le decía a mi viejo: ‘Mirá, ¡Los Cuatro Ases!’. Y cuando iba en el ómnibus, dentro de Montevideo, tenía que contar las paradas. La primera semana me acompañó mi viejo, pero después él ya no podía porque tenía que trabajar. Me dijo que después del túnel de 8 de Octubre contara tres paradas para bajarme. Yo iba con unos nervios de novela. Apenas el ómnibus pasaba el túnel, si había mucha gente me paraba y arrancaba con el ‘con permiso’ para quedarme paradito al lado

de la puerta. Y después de entrenar, las primeras veces me iba sin bañarme por miedo a perder el ómnibus para volver a Florida. Llegaba a las seis y poquito a la terminal, así que después me fui acomodando mejor con el tiempo y me bañaba después del entrenamiento. Aquello era salado”. Después, instalarte en Montevideo te debe haber dado otra estabilidad, asentarte y tener una vida social acá. No llegué a disfrutarlo mucho. A mí me subieron [a Primera división] a los dieciséis años. Empecé a venir a los doce a Montevideo, y a los catorce vinimos a vivir con mi familia. Mi padre trabajaba acá y al fin de cuenta estábamos toda la semana cruzados, porque él iba los fines de semana pero yo me venía a jugar. En ese entonces ya casi tenía quince, y al año de eso ya me pusieron en un clásico. No voy a decir que estuvieron mal, pero en lo que sí estuvieron mal es en no bancarme después. Hoy a los juveniles los suben y tienen un respaldo. A mí me subieron, me mandaron a jugar, y respondí, porque anduve bien en esos clásicos. Pero después me bajaron a Tercera. Otra cosa es si estás preparado, aunque creo que con dieciséis años no estás preparado para ser el diez de Nacional, pero tampoco mandarte de una para Tercera. Por más que ande mal, no me podés poner allá arriba y enseguida pegarme un fierrazo. Era una época complicada para Nacional, en pleno fervor de Peñarol por el quinquenio. Sí, pero yo no tomaba la magnitud de lo que estaba pasando. Tenía dieciséis años y quería jugar al fútbol. No me importaba nada de cuánto ganar ni nada; yo quería 17


se le desprenden algunos destellos que harán que su maestra Nelly, tres décadas después, hable de él como si lo hubiera vivido hace unos meses. Parece que está disperso y Nelly lo asalta con una pregunta repentina que puede evidenciar la distracción. Pero no ocurre, porque tal vez Martín ya estaba pensando en lo que venía. “Era un excelente alumno, muy movedizo, pero muy inteligente. Y en eso de que se estaba moviendo, le preguntabas y respondía correctamente, porque en realidad estaba atendiendo”, comentó Nelly Enciso, hoy jubilada. “Quise mucho a mis alumnos en general, pero a Martín lo recuerdo con emoción. Tengo muy buenos recuerdos de él, porque era muy humano, muy buen compañero. Era además un alumno muy capaz. Incluso yo me lo hacía como que iba a hacer alguna carrera profesional”. Y sí, pienso: en los hechos hizo una carrera profesional. Es inevitable hacerse la idea de un niño y adolescente responsable. Sí. De repente he sido responsable hasta de más. Diría que me jugó en contra en mi carrera. Ahora he mejorado, pero hubo un tiempo en que me pasaba muchas facturas. Soy un tipo demasiado autocrítico. Eso, de repente en los mejores años de mi carrera llevaba a que me exigiera más, y al final terminé andando mal. Tal vez no mal, pero si lo pienso hoy me doy cuenta de que podía haber andado mucho mejor, presionándome menos. Tampoco me arrepiento.

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“Estando en el exterior, no sentía lo que siento hoy. Estoy contento de vivir en Uruguay. Estando en el exterior me daba un poco de cosa venir a Uruguay, por la información que me llegaba y por lo que me comentaban. Después de vivir en muchos países, venís y decís ‘fa, estamos en tremendo país’. Y digo eso sin entrar en cuestiones de política [partidaria], que es un tema en el que no me interesa para nada entrar. Hoy me preguntás y lo concreto es: Martín y familia están muy felices acá, comparado con lo que se pensaban que se iban a encontrar. En mi caso la verdad es que disfruto de Montevideo”. (Foto: AC)

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entrar a la cancha. Después me pongo a pensar y ¡fa! ¡El partido aquel con Defensor! Yo ese día quería hacer cincuenta goles. Hoy pienso: poné la quinta. ¿Cómo vas a poner a los jugadores profesionales? Hasta hace unos días tenía en la retina la imagen de Juan Ramón Carrasco corriéndote para que vos no hicieras el gol, pero ahora vi la jugada en YouTube y veo que no es tan así. Sí, puede parecer como que me saca, pero

no. Era que él venía de frente. Si no venía Juan Ramón yo le daba. No sé si terminaba en gol, pero intentaba. Yo jugué para ganar. ¿Quién va a jugar para perder? A mí al menos nunca me ha pasado. Hoy, a la distancia, creo que le erraron en cómo manejaron la situación. Hay mil maneras de enfrentar eso, pero no mandando al equipo profesional. Fue un partido incómodo. Martín tiene seis años. Es un niño, un escolar de primer año apenas, pero ya

Una vez le preguntaron a Tabárez si había fracasado en el Milan y él respondió que había llegado al Milan. ¿Desde qué perspectiva analizás tu carrera? Estoy refeliz con mi carrera. Mi sueño era jugar en Nacional y en la selección. De grande se suma poder vivir del fútbol. Si podía haber jugado en tal cuadro, en tal otro, eso ya no depende tanto de vos. A veces son circunstancias y momentos que se dan. Fui a Europa y no tenía pasaporte. Estaba en Mallorca y por el cupo de extranjeros sólo podía entrar por Leo Franco, que era el golero, o por Samuel Eto’o. A todos los jugadores uruguayos se les hacía un contrato por cuatro años, y a mí sólo por uno. Yo fui a préstamo. A casi todos los jugadores que van a Europa les cuesta el primer año, hasta [Diego] Forlán en el Manchester United. Me tuve que volver, pero lo disfruté mucho de todos modos.


¿Qué te mueve? Quiero ganar, tener gloria en el fútbol. Siempre me gustó eso. Yo quería salir campeón con Nacional. Lógicamente que ganar plata y vivir del fútbol me gusta, pero incluso desde esa visión podría decir que es muy difícil hacer plata con el fútbol si no lográs algo en el fútbol. Quiero la gloria y después buenísimo si la gloria me lleva a Europa. De hecho me llevó aquel momento de Fénix en el que ganamos la liguilla, que hice más de veinte goles, y de ser considerado ese año el mejor jugador del fútbol uruguayo. ¿La aspiración a la gloria traerá sola lo otro? Absolutamente. Olvidate. Es así. Si pensás antes en lo otro, es frustrante. Y es un peligro el gran contrato por la posibilidad de achancharse. Claro. Por eso es admirable, por ejemplo, lo de Cavani bajando a todas en la selección, sacrificándose. Eso es de un sentimiento amateur. Es admirable. Cuando estamos en un picado en la playa, mi cuñado me dice “¡ta, ya te encarnizaste!”. Pero es que no quiero perder, ni ahí. Ese fuego es lo fundamental. Si perdés ese fuego no podés jugar más. Por más que ganés millones y millones, eso no se te puede apagar. Si se te apaga, no podés jugar más. *** Son las finales del campeonato estudiantil de ADELF, la asociación de estudiantes liceales. La clase de Martín está ahí, jugando la final de primeros y segundos

“Cavani bajando a todas en la selección, sacrificándose. Eso es de un sentimiento amateur. Es admirable. Cuando estamos en un picado en la playa mi cuñado me dice “¡ta, ya te encarnizaste!”. Pero es que yo no quiero perder, ni ahí. Ese fuego es lo fundamental. Si perdés ese fuego no podés jugar más. Por más que ganés millones y millones, eso no se te puede apagar”. años, en el segundo turno aunque les tocaba en el primero. Los compañeros lograron jugar más tarde para que Martín llegara hasta el Democrático Fútbol 5. Aldo Velázquez, el arquero, recibe un gol pero evita cinco o seis. El cuadro empata y resiste; el Caco Valerio hace valer técnica y físico, pero está complicado para aguantar el 1-1. Martín no ha llegado porque tenía partido en Montevideo. Llegó en el entretiempo. “Cuando entró Ligüera no lo podíamos agarrar ni para pegarle una patada. Perdimos 10-1”, recuerda Gerardo Schiavonni, uno de los rivales de aquella final jugada hace más de veinte años. *** ¿En algún momento sentiste que ya no ibas a estar más en la selección? Fueron dos cosas. Primero fue el partido con Venezuela. Ese fue el peor golpe que tuve futbolísticamente. Sentí que algo se había roto. Fue lo peor que me pasó en mi carrera. ¿Y lo mejor? Creo que son dos momentos. Uno es el clásico del 3-2 que lo dimos vuelta en 17 minutos con dos goles del Lucho [Romero] y uno del Loco Abreu, y el otro es el 6-1 de Fénix contra Cruz Azul. Son dos partidos, dos momentos, que me marcaron. Decías que fueron dos aspectos que te hicieron sentir ya definitivamente fuera de la selección. Después me vi afuera cuando Tabárez comenzó con el proceso. Pero está bueno eso. Está muy bueno. Antes uno andaba

tres partidos mal y para afuera. Hoy alguien anda diez partidos mal y tiene el respaldo del proceso de que en algún momento vas a andar bien, que sos jugador de selección y que no estás ahí por casualidad. Después de esto, del proceso, se piensa de esto para arriba. Es muy en serio, no es casualidad lo que le está pasando con la selección uruguaya; hay algo más, porque no puede ser que se piense que “uf, siempre se salva Uruguay”. No, antes no nos salvábamos y no íbamos al mundial. Acá hay algo, hay un fuego que no se veía. No quiero decir que antes los jugadores no querían, pero se ve un compromiso que antes no. Eso se nota, o al menos uno lo palpa más por ser jugador. Es algo que hace la diferencia en los momentos críticos. Eso es resultado de algo, de una planificación de años, de un trabajo en sub 17 y sub 20. Por algo [Tabárez] cita a los de la sub 20, porque [los juveniles] vienen desde abajo con esa cabeza.

LIGÜERA Y EL FUEGO SAGRADO

Sos un pensador, un armador, pero me acuerdo en la selección de Carrasco verte ir y volver casi como un carrilero. Eso es porque estás convencido de lo que estás haciendo. Cuando el técnico consigue eso, que vos creas, ya está: es lo fundamental. Eso está incluso por encima de la idea táctica y todo lo demás. El jugador te tiene que creer lo que estás diciendo, y eso es difícil lograrlo con el día a día. El jugador de fútbol es muy bicho, así que lograrlo es una gran virtud. Después depende de que la pelota no te pegue en el palo y entre. Pasa ahora con este Fénix, que está convencido. Está convencido de que hay que defenderse a morir y generar chances para, en las que tenga, clavarte. Estamos convencidos de eso. En la época del Fénix de Carrasco el convencimiento era que si podíamos hacer ocho goles no íbamos a parar hasta hacer ocho goles. La forma te podía gustar o no, pero era así.

Jugando a los 35 años, ¿te ves del modo que te imaginabas que ibas a llegar? No pensé que iba a jugar tanto tiempo. No me cansa. Incluso siento que lo estoy disfrutando mucho más. Me pasa desde que estuve en Paraguay en 2009. Hubo un cambio en mí. Siento que disfruto el fútbol mucho más que antes. En Brasil no te fue mal. Llegaste a estar en los once mejores jugadores del campeonato paranaense. Sí. En Brasil lo que me costó un poco fue el fixture y la competencia. Es mortal. Anduve muy bien, pero es complicado. Es todo muy seguido y no estás en tu casa. A mí me gusta estar en mi casa. Cada dos o tres días es un viaje, y en casa estaba sólo dos días. Aguanté porque era un contrato bueno, pero estaba perdiendo ese fuego, lo estaba perdiendo, me lo estaban sacando; diría que me sentía agobiado con tanto viaje. Llegaba al partido muerto y todavía planteándome todo lo que me estaba perdiendo, con un hijo recién nacido. ¿Te ves yéndote de Uruguay de nuevo? Me tendría que ir solo. Eso es seguro. Y yo solo puedo estar quince días, no aguantaría más. Ya sufrí lo que tenía que sufrir, en el buen sentido. Ahora las prioridades son otras: ver crecer a mis hijos y disfrutar de este momento deportivo y de Fénix, que está cumpliendo cien años y que para mí es un orgullo estar acá, por el cuadro y porque recibo un cariño enorme por parte de la gente. _Emilio Martínez Muracciole 19


FUERA DE SECCIÓN

La primera vez Mi padre fue un hombre de leyendas. Con un afán de narrador de la Edad Media contaba cosas sin parar, imaginarias, que iba tejiendo cuando la oralidad le daba un respiro a las premeditaciones. Sus ademanes eran convincentes, cómplices perfectos de una mirada entrante. Siempre reía, porque para él estar triste, que yo estuviera triste, era un pecado imperdonable. Ponía tanto empeño en esa pasión por describir historias que desarrolló la actuación a la manera de los labradores: con oficio. Su tablado universal solía ser la cocina, amplio espacio de una casa que además tenía dos habitaciones, un baño y un patio con pileta para lavar la ropa. No acostumbraba perfeccionar sus atuendos ni usar objetos que ensalzaran sus actuaciones, apenas si utilizaba los viejos gorros de paja desmembrada cuando el personaje lo requería. Actuaba como un ilusionista que brotaba de cualquier parte. La realidad era su absurdo. Recuerdo una historia tan fuerte como un sueño. Tarde de verano en el interior profundo del país: un calor insoportable, el turbo gigante Punktal que hacía más ruido que viento, el perro, exhausto con la lengua temblando, actuaba de estatua viviente debajo de la mesa mientras mamá, siempre tranquila, leía un libro en la mecedora de la abuela. Mi diversión pasaba por hacer círculos en papel con una moneda como molde, medida perfecta para que, una vez recortados y definidos los colores, se transformaran en las camisetas del fútbol de chapitas. Papá terminó de barrer y, con mitad gesto humano, mitad payaso, recitó su verso preferido: “se me ocurrió una idea”.

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* * *

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Inmediatamente dejé de leer. A decir verdad, no estaba tan atrapada con el libro. Iba por una de esas páginas donde las novelas suele navegar en detalles menores y dejar de lado el suspenso. Ya habría tiempo de volver en otra circunstancia del día o de enero, pensé. Además no quería perderme la actuación de César y sus malabares para distraer lo cotidiano. Huguito observaba. Inocente, títere de nuestras emociones, gozaba del teatro sin sospechas. Su padre tenía un ingenio bárbaro y eso lo atraía. Cada vez que César comenzaba un cuento nunca sabíamos cómo iría a terminar. Me paré y entrecerré el postigo de la puerta de madera que daba al patio. Quedó la luz perfecta.

* * * Le dije a Hugo que mientras le contaba la historia siguiera cortando círculos hasta llegar a doce. Apacible como siempre, afín a dejarse llevar por los consejos, no puso ninguna objeción. Salvo cuando le comenté que, una vez terminados, los pintara íntegramente de negro. “Horribles, papá, van a quedar horribles. Aparte si son todos negros no les puedo pintar el número”, dijo mientras me miraba con cara de creador confundido. Le retruqué para que lo hiciera, que después veíamos, que confiara en mí. Convencido, lo que se dice convencido, no quedó. Susana me miró y encogió los hombros. Hugo agachó la cabeza, le sacó punta al lápiz, puso la moneda sobre el papel, la sostuvo con el dedo índice de su mano izquierda y dibujó cuantos redondeles entraron. Le sugerí que una vez terminado eso y la tarea de recortarlos, agarrara todos los requeches y los fuera apelotonando en sus manos como cuando hacíamos bolas de arena en la playa. Movió la cabeza en señal de negación, pero siguió con su tarea. * * * Miré a mi madre disimuladamente con cara de a-ver-quién-me-compra-mañanaotra-Sylvapen-negra. Dudo que me haya entendido, pero la verdad era que la fibra estaba al límite de sus posibilidades, al borde de secarse para siempre. Además, la idea de dejar de jugar justo a mitad de camino me molestaba, me parecía espantoso. Papá se sentó en una de las cabeceras de la mesa, donde siempre. Acostumbrados a las fantasías para entretenernos en las horas muertas, callamos y escuchamos. Mencionó que su relato se remontaría muchos siglos atrás, a épocas cuando el mundo se trataba de otra cosa. Mamá frunció la frente, yo recordé el viejo atlas rojo sin tapa trasera. * * * Para identificar a los carruajes tirados por caballos en riendas de hombres gigantes se decidió adjudicarle un color a cada equipo. La buena intención no fue otra que reconocer a los de un mismo bando bajo igual símbolo. La consecuencia se despertó enseguida: miles de hombres gritaban enloquecidamente desde las graderías, con las esperanzas puestas y trasladadas hacia los elegidos. Como si fueran niños, pero violentos. Como

los adultos, pero sin reconocer que cuando la expectativa está depositada en el otro es probable que se pierdan los bozales. Un señor dorado era el dueño del circo. Se paraba, movía los brazos, hacía ademanes, se sentaba. Esos gestos se repetían de formas poco originales: los que iban por los Azules, los que simpatizaban por los Verdes o por los Amarillos, los fanáticos de los Rojos; la masa hacía lo mismo, como las patrias cuando piden gloria o llanto. Tras los colores todos eran lo mismo, pero nadie lo advertía. Años más tarde el ingenio pintó nuevas camisetas. En Constantinopla apareció una combinación de dos colores, amarillo y negro, con un águila bicéfala mirando hacia dos puntos: Oriente y Occidente. Más al sur, un grupo de viejos surcadores de mares y océanos decidieron que su estampa sería una camiseta toda negra en homenaje a las tempestades que los azotaban, pero que tendría una banda blanca en diagonal como representación de los caminos descubiertos y superados. Los seguidores de Orange, los de la casa de Saboya, los miembros de la Commonwealth, todos siguieron el mismo camino. Entre los borradores de la gloria y la versión definitiva nada cambió. Ni Plinio el Joven ni otros intelectuales pueden descifrar el valor de la representación. Hombres pares rehenes del delirio y las pasiones inquebrantables; hombres comunes, indiferentes a cualquier otra cosa verdadera. Fuera del estadio de Siracusa el anhelo supera a los resultados. Unos niños apegados a las matemáticas jugaban con formas. Fue la primera vez que se vio un icosaedro truncado formado por veinte hexágonos y doce pentágonos. Uno de ellos se atrevió a decir que, de tirarlo al aire con una catapulta, su figura podría satelitar los cielos a la par de los dioses. Lo llamó Telstar 0. Otro, un poco más osado, sostuvo que si pudiera echarle aire dentro su figura se convertiría en un esférico uniforme. Nunca halló la forma de hacerlo en su tiempo. El más pequeño de todos, a quien ya se le notaban sus dotes de artista, propuso pintar los doce pentágonos de negro y dejar el resto de blanco. Nadie planteó objeciones al respecto. Al paso de unos minutos, mientras que desde dentro del estadio se replicaban alaridos en pugnas, en la callejuela los niños culminaban su obra de arte en silencio. Todo fue herencia en el ancho mundo. Los huesos de los huesos siguen moldeándose en otros cuerpos. Las camisetas mantienen latente el sentido (y sin sentido) de pertenencia. Alguien tomó prestada aquella primera pelota de papel blanca y negra para que todos, o casi todos, experimentaran la excitación de jugar por jugar. _Mintxo


Concurso Literario

RELATOS DE

FUTBOL La revista Túnel y la Tecnicatura en Gestión de Instituciones Deportivas de la Facultad de la Cultura del CLAEH convocan al concurso literario “Relatos de fútbol”, sobre las siguientes bases:

1. Los participantes podrán presentar relatos de fútbol en

Primer premio: Un pasaje con estadía (dos noches de hotel con desayuno incluido) para asistir a la Feria del Libro de Buenos Aires, un vale valor $ 5.000 (cinco mil pesos uruguayos) para compra de libros en Gussi y una tarjeta Socio Espectacular con libre acceso al cine, teatro y fútbol por seis meses.

2. Cada relato tendrá una extensión máxima de doce mil carac-

Segundo premio: Un vale valor $ 3.000 (tres mil pesos uruguayos) para compra de libros en Gussi y una tarjeta Socio Espectacular gratis por seis meses.

cualquier género o modalidad que consideren el tema convocante en alguno de sus diversos aspectos.

teres con espacios, estará escrito en letra Times New Roman, cuerpo 12, con interlineado en espacio y medio, y será presentado en formato papel con original y dos copias.

3. Se aceptarán relatos escritos en español e inéditos, es decir,

Tercer premio: Un vale valor $ 2.000 (dos mil pesos uruguayos) para compra de libros en Gussi y una tarjeta Socio Espectacular con libre acceso al fútbol por seis meses.

sin publicación en cualquier soporte (papel o electrónico). Deberán presentarse en sobre cerrado con seudónimo en su tapa. En otro sobre cerrado se indicará el seudónimo, sin excepción de índole alguna, el nombre completo del autor o autores, domicilio, teléfono o celular y correo electrónico. El incumplimiento en este sentido motivará la descalificación de la obra.

El jurado podrá otorgar las menciones que considere pertinentes. El jurado podrá declarar desierto el premio y el fallo será inapelable. Las decisiones que tome el jurado no podrán ser objeto de impugnación y estará facultado para resolver cualquier situación no prevista en las bases en la forma que considere oportuna.

6. El fallo se dará a conocer en la edición de noviembre de la

4. El plazo de recepción es el 30 de setiembre de 2016 en las

revista Túnel y habrá un acto de entrega de premios en diciembre.

sedes del CLAEH de 9 a 19 horas.

Facultad de la Cultura Avenida Uruguay 1224 esq. Cuareim, Montevideo. Facultad de Medicina y Derecho Parada 16 de la Av. Roosevelt, Punta del Este, Maldonado.

7. Todos los relatos seleccionados serán publicados en formato

papel y, a tales efectos, los autores cederán sus derechos a la revista Túnel por el término de un año.

5. El Jurado, integrado por Óscar Brando, Pilar de León y Daniel

Vidal, podrá otorgar primer, segundo y tercer premio según el siguiente detalle:

La participación en el concurso supone la aceptación de las presentes bases en su totalidad y la conformidad con la decisión del jurado.

Organizan

Apoyan

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El fútbol y la pasión de escribir

Pelota de papel, cuentos en el empeine Hay un lugar donde las almas se mezclan. Donde el hedor se discurre entre diálogos eléctricos, monosílabos. Ese lugar, donde la espalda se empapa y las vergüenzas se dejan, es la anacrónica estepa arrugada de lo hecho: el área, donde todos fuimos felices. Donde alguna vez engañamos al rival que somos nosotros mismos. Donde no siempre nos creen. Donde se pagan los premios. El área es la estepa amorosa de un domingo quieto. Una conversación religiosa entre el cielo, la tierra y los colores. Los domingos fueron hechos para extrañar, por eso la gente va al fútbol, al cementerio, a la iglesia o a la casa de la vieja. El área es donde se hace una tregua con el enemigo para no hacerle penal. El área es donde el enemigo se tira y el de negro compra, tu capacidad innata de soñar. El área es donde se

llora –el medio también–. La cama es la patria, el área es la República, el Sitio. El área es la plaza principal del pueblo. El cuadro es el pueblo donde uno vive, más tiempo del que se cree. Jugar al fútbol es vivir el tiempo de una forma. Es morir semanalmente, y renacer en la coreografía santa de una buena jugada, hilvanada en el olvido por letrados en la memoria de los pies; licenciados de tres dedos. Fundamentalistas del puntín, mimosos estetas, comandantes interesados, mamaderas, cracks y compañeros para toda la vida. Hermanos pasantes, atletas, prodigios, y acomodados. El área es la lucha de clases. La dialéctica silenciosa del agarrón. La danza impúdica del córner. El área es un desierto donde el gobernador es el gobernado, donde la oposición son los nervios y la salvación tres fierros helados

Hay un mundo boquiabierto porque un puñado de futbolistas nos pusimos a escribir cuentos y lo logramos con esfuerzo, con inquietud, aprendiendo como niños el oficio de escribir, la pasión de ver

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en letras lo que pasa adentro. Pelota de papel es lo que pasa adentro. En las canchas del cuero. En los cánticos del alma. Donde el referee mental te jode un partido, donde la roja te la saca el amor. 22

que sostienen una red a todo volumen. El área es la musa. El movimiento de las piernas en torno del útil son la herramienta, la poesía es esa cosa que está, la literatura es otra forma de vivir el tiempo. Escribir es tatuar en la memoria de otro la jugada inolvidable, la canchita del barrio, la novia del club. Leer es grabar la melodía de un silbido que alguien puso en palabras. A mi izquierda está Sebastián Domínguez, con la timidez que sólo le sacan sus hijos, su mujer, la guitarra eléctrica, la cancha llena. A mi otro costado se acomoda el doctor Herbella, aquel barbado lateral que brilló en Quilmes y que sabe tanto hoy de medicina como de fútbol. Y si de fútbol hablamos, hablamos de amor, y para eso, para hablar de amor, se trepa al taburete como un niño, el Payaso Aimar. Y cuando un crack dice, los burros paramos la oreja: “Cuando Seba me propuso escribir un cuento para un libro a beneficio, yo le dije ¿por qué mejor no hacemos un partido? Es más fácil y más divertido”. Todos nos reímos. Cerca de trescientas, quizás quinientas personas reímos, aplaudimos; cuando más tarde nos dimos un abrazo, yo quise que durara un poco más, pero fue tan corto y tan intenso como el tiempo de silencio entre el susurro de las piolas y la explosión del gol. Sólo necesitaba saber si era de carne y hueso. Horas después, sentado en mi living de Montevideo, releo su cuento del papel, y recreo mis propias palabras: “el futbolista es un ser sensible”, y valga la redundancia. Otro que está hacia mi izquierda es el Mago Capria, con quien terminamos recordando su pasaje por Peñarol, un inolvidable –para mí– partido contra Miramar en el Estadio –él dice que se acuerda, por pura humildad–, y las estrofas de su cuento que revela nada menos, que el origen de su pegada en el portón perfecto de su niñez. Hay más gente, hay mucha más gente aquí arriba de estas tablas. Y abajo también hay gente.


Pelota de papel, cuentos escritos por futbolistas, publicado por el sello Planeta, comenzará a comercializarse en Uruguay en el transcurso del corriente mes de mayo. (Fotos: Hugo Partucci)

Hay un mundo boquiabierto porque un puñado de futbolistas nos pusimos a escribir cuentos, y que lo logramos (con el resguardo práctico y paternal de Ariel Scher, y el aguante de un cuadro) con esfuerzo, con inquietud, aprendiendo como niños el oficio de escribir, la pasión

de ver en letras lo que pasa adentro. Pelota de papel es lo que pasa adentro. En las canchas del cuero. En los cánticos del alma. Donde el referee mental te jode un partido, donde la roja te la saca el amor. Juan Carlos Jurado se calla cuando la luz se atenúa y los aplausos rebotan torpes

contra el olvido. Baja despacio las escaleras como quien baja al vestuario con el sabor de haber cumplido: “Si un solo pibe desembarca en el mundo de la literatura por este libro, la misión está cumplida”. _Agustín Lucas

UNA FIESTA DE LA PALABRA

Jugadores en todas las canchas Historias narradas por futbolistas. Eso es Pelota de papel, un libro de cuentos sorprendente por la audaz imaginación de quienes lograron reunir a venticuatro autores, otros tantos prologuistas y un número igual de dibujantes en torno a un proyecto que se presentaba en sus orígenes con mucho de utopía y escasa probabilidad de concreción. Sin embargo la idea tomó cuerpo, creció y se propagó bajo la tenaz decisión de cuatro futbolistas, dos argentinos, Sebastián Domínguez y Mariano Soso, y dos uruguayos, Agustín Lucas y Jorge Cazulo, una suerte de capitanes de un colectivo de no menos asombrosa idoneidad jugando en una cancha de la que en teoría poco o nada conocían. El título del libro fue idea del productor del proyecto y prologuista de la obra, el periodista argentino Juan Carlos Juanky Jurado. El nombre Pelota de papel rinde tributo, según escribe Jurado, a la pelota que se usaba en la escuela, y agrega: “uno esperaba que sonara el timbre del recreo para salir corriendo hacia ese patio que era nuestra cancha... en partidos que nunca

terminaban y si tu equipo era goleado, siempre sabías que en el próximo recreo ibas a tener revancha”. En cierto modo, Pelota de papel resume ese espíritu de aventurarse en escenarios nuevos, venciendo miedos y prejuicios, dejando atrás etiquetas, jugando “revanchas no como sinónimo de venganza”, dice Jurado, sino “como expresión de que, a pesar de lo que sea, llegarán nuevas oportunidades”. Esa oportunidad llegó el pasado 4 de mayo en la Feria del Libro de Buenos Aires, y los futbolistas irrumpieron con sus pelotas de papel logrando una resonante y emotiva respuesta del público lector. Como todo esfuerzo colectivo, detrás de quienes entraron en la cancha de la literatura de fútbol hubo muchas manos solidarias, muchos cuyos nombres inspiraron historias y relatos, muchos anónimos a quienes los autores destacaron en sus agradecimientos. Los 24 futbolistas-escritores, autores de los cuentos de Pelota de papel son: Pablo Aimar, Gustavo Lombardi, Nicolás

Burdisso, Sebastián Fernández, Jorge Patrón Bermúdez, Nahuel Patón Guzmán, Facundo Sava, Jorge Valdano, Gustavo López, Sebastián Domínguez, Agustín Lucas, Fernando Cavenaghi, Ángel Cappa, Ruben Mago Capria, Jorge Cazulo, Adrián Bianchi, Juan Manuel Herbella, Juan Pablo Sorín, Kurt Lutman, Mónica Santino, Jorge Sampaoli, Sebastián Saja, Roberto Tito Bonano y Javier Mascherano. _P. C. 23


LEANDRO ÍBERO NÚÑEZ: TEATRO VINTAGE

Crecer con las tablas

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La Comedia Nacional (CN) anunció que su programación de 2016 estará dedicada de manera íntegra, durante todo el año, a autores nacionales con la presentación de diez obras: Maratón Liscano, Mar de Fondo, Los descendientes, El Otelo oriental (o el hotel oriental), Lucas o el contrato, Las artiguistas, Barranca abajo, El poder nuestro de cada día, La duda en gira y El gato de Shrödinger, que tendrá su estreno el próximo 21 de mayo, con la dirección de Santiago Sanguinetti y la actuación, entre otros, de Leandro Íbero Núñez (36 años), uno de los actores más importantes de su generación. Santiago y Leandro charlaron con Túnel sobre su trabajo, sus carreras, el teatro y la relación con el fútbol.

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Foto: Andrés Cribari

La vida de Leandro Contame sobre tu infancia en el barrio Lavalleja. Nací, me crié y viví ahí hasta los 25 años. Un barrio periférico, quizás un tanto complejo, que ha sufrido algunos cambios. Cuando era niño me encantaba vivir ahí, estaba un poco vacío, con muchos espacios verdes, gente que laburaba en fábricas, había montes de eucaliptos, canchas de fútbol. Con el tiempo fue cambiando, creo que a partir del 2000, y sobre todo con la crisis. Pasó algo positivo: realojaron mucha gente que vivía en cantegriles de zonas cercanas al barrio y se superpobló: llegó mucha gente a unas viviendas que se hicieron nuevas. Eso está muy bueno pero trae aparejados ciertos conflictos que no se conocen muy bien; yo mismo no sé si los conozco muy bien. Empezaron algunas

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TEATRO VINTAGE

rivalidades con gente que no obtuvo vivienda y que ya vivía en el barrio. A mí hoy en día me resultaría imposible seguir viviendo ahí por el hecho de salir de noche, volver de los ensayos tarde, sociabilizar. Pero es mi barrio y me ha dado cosas increíbles. Tu abuela Hortensia fue parte importante de tu vida. Sí. Era mi madrina, además. Yo vivía a una cuadra e iba mucho a la casa de ella. Era la líder de toda la familia. Crió once hijos prácticamente sola; tuvo a su esposo, que era mi abuelo, pero era ama de casa y era una mujer muy aguerrida, de pocas palabras: muy dura y muy tierna también. Si bien yo no sabía mucho decirle cosas, acercarme al nivel de darle un abrazo, decirle que la quería y eso, estaba muy pegado a ella. Me encantaba porque ella y su hijo mayor –que le decían El Hijo, una figura galáctica– en la casa vivían como en el campo: tenían todo tipo de frutas, verduras, gallinas, conejos, chanchos, parrales con uvas; se autosustentaban. Era muy divertido llegar de la escuela e ir a la casa de mi abuela. Era muy lindo el contacto con la tierra, con las plantas.

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Así como viviste el aspecto positivo de estar cerca de tu abuela en la infancia, tu padre se fue de tu casa cuando tenías diez años, ¿eso te fortaleció? Se fue a buscar cigarrillos y desapareció. Pila de tiempo después tuve algún contacto con él, básicamente porque él era administrativo en Daecpu [Directores Asociados de Espectáculos Carnavalescos Populares del Uruguay] y yo empecé a salir en carnaval. La gente me decía: “Vos sos el hijo del Pepe Núñez, qué grande”. Y yo no decía nada, obviamente, sabía que era muy querido en el trabajo. Pasamos momentos de rabia, dolor, sobre todo mi madre la pasó muy mal. Nosotros también pero no nos fuimos dando cuenta, pasó a ser algo medio imperceptible.

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Decís por ahí que te gustan los shorts cortitos y la ropa retro, ¿sos nostalgioso? Bueno, me gusta mucho el fútbol. Cuando las camisetas empezaron a cambiar, a llenarse de publicidad, no me gustó. En los noventa empezaron a ser enormes; además era muy flaco. Lo retro es simplemente porque sentía que eso tenía como un estilo a medida. Y pasó a ser así: cuando encuentro algún short corto por lo general me lo compro, las camisetas y las camisas también.

Leandro Íbero Núñez: “En algunos aspectos se puede relacionar [el fútbol con el teatro]. Para empezar es un trabajo en equipo. Eso que tiene que ver con la sensibilidad, el movimiento de un compañero. Tenés que sumarte a la energía que te está brindando el otro, intentar a veces contagiarlo, eso que parece que no se nota pero es superimportante, algo más allá de lo preestablecido técnicamente, un texto y la devolución del compañero pero cómo es esa devolución, qué es lo que yo le estoy dando de más o de menos”.

¿Sos hincha de Peñarol? Sí, pero no soy fanático. Quiero que gane, claro, pero en la Copa Libertadores grito los goles de Nacional. Tengo camisetas de todos los cuadros de fútbol, inclusive de Nacional, y ahí sí son todas vintage, colecciono: tengo como 55, más o menos. Me compro en viajes, en internet, en la feria de Tristán Narvaja. Jugás al fútbol 5 una vez por semana con tu novia, ¿cómo es eso? Con ella juego los miércoles. Juego con la gente del teatro hace seis años todos los lunes. Hace un par de años agregamos un día y terminó siendo una mixtura; ahí se sumó ella y otra chiquilina. ¿Sos apasionado por la historia de los mundiales? Es lo que más me gusta. El fútbol me encanta, el juego, el deporte en general, me gusta jugarlo, verlo, analizarlo como si fuera un partido de ajedrez, creo que hay mucho de eso: vos sos la ficha, vos sos el que tenés que saber moverte en combinación con el resto de tus compañeros. Con lo que más me cuelgo es con los mundiales, el del 86 fue muy fuerte para mí. Antes me hacía partidos mentales de selecciones. Por ejemplo: jugaban Uruguay y Brasil pero elegía

mis selecciones ideales. Me hacía esos partiditos imaginarios para dormirme. Y en 2014, después del Mundial de Brasil, me propuse dibujarlos, recortarlos y me hice quince equipos con los mejores jugadores de la historia y los puse en una cancha, como si fuera un playstation de papel. ¿En qué se relaciona el fútbol con el teatro? En algunos aspectos se puede relacionar: para empezar es un trabajo en equipo. Eso que tiene que ver con la sensibilidad, el movimiento de un compañero. Tenés que sumarte a la energía que te está brindando el otro, intentar a veces contagiarlo, eso que parece que no se nota pero es superimportante, algo más allá de lo preestablecido técnicamente, un texto y la devolución del compañero, pero cómo es esa devolución, qué es lo que yo le estoy dando de más o de menos. Y por supuesto la percepción de lo que se recibe del público porque hay uno un poco más duro, otro que se ríe mucho, etcétera. Hay un director, que sería el director técnico si se quiere, la guía de trabajo, la chance de dialogar y ver los distintos puntos de vista de una escena. ¿Te gusta viajar? Es espectacular, fascinante. Yo no había viajado nunca hasta que lo hice con el teatro, al sur de Chile. Tuve una etapa que viajé mucho con el teatro y tiene su jeito: sentís que sos partícipe de un movimiento artístico al que te dedicás, que te fascina, y tenés una apertura, una visión que es superenriquecedora. Quizá lo sea con todas, pero con nuestra profesión al participar de un festival, por ejemplo, te pasan cosas que no te pasan acá y que uno las puede apreciar de una manera distinta, y no lo digo desde un lado banal sino de sentir el valor de tu trabajo en una medida superior. He sentido que la gente valora mucho más nuestro trabajo en otros lados, es una percepción. ¿Por qué soñabas con entrar a la Comedia Nacional? ¿Es algo así como jugar en Primera División? Sé que para algunos no, pero para mí sí. La primera vez que vi una obra de teatro fue de la Comedia Nacional: La boda. Creo que fue en el 87 u 88. Me pareció impresionante, la dirigía Héctor Manuel Vidal y actuaban algunos que hoy son mis compañeros; increíble. Me pareció algo fantástico y eso quedó encapsulado. En el liceo pude ver algún espectáculo de


Teatro en el aula, una actividad brillante, y son cosas que van sumando. Empecé a ir a clases de teatro porque estaba bastante desnorteado en el liceo. Vi una etapa muy buena de la Comedia Nacional cuando estaba en la EMAD [Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático]. entonces sentía que era mi referencia, con actores referentes, por eso cuando terminara y existiera la posibilidad quería entrar a la Comedia. También trabajás en Carnaval. Salí por primera vez en Espantapájaros de Medianoche, en 2000, 2001 y 2002; en 2004 en Los Carlitos; 2005, 2006 y 2007 en Zíngaros, y este año en Los Muchachos. ¿Qué significaron en tu carrera Mi muñequita (Gabriel Calderón) y Gatomaquia (Héctor Manuel Vidal)? Dos de los espectáculos más importantes que me tocó hacer. Gatomaquia tuvo un valor artístico superior a mis aspiraciones en ese momento. Sentí que estaba internalizado en un mundo intelectual sin darme cuenta; había entrado en una atmósfera, en un nivel que no sé cómo definir, mezclado con la vida cotidiana. Algo que era parte de todos los días y que era el ensayo, pero después me di cuenta de que estaba madurando con ese espectáculo en otros aspectos que tienen que ver con cierta formalidad, cierta intelectualidad, con mucha cultura que aportaba Héctor Manuel, mucho conocimiento. Mi muñequita, que fue anterior en realidad,

Leandro Íbero Núñez, un hincha de Peñarol que en la Copa Libertadores grita los goles de Nacional. “Tengo camisetas de todos los cuadros de fútbol, inclusive de Nacional, […] como 55, más o menos”, afirma el actor. (Foto: AC)

fue el puntapié inicial de mi carrera para mí y para todos los que fueron parte porque ese espectáculo tenía toda la efervescencia, toda la esencia juvenil rebelde pero con causa. ¿Cómo tomás –luego de algunas críticas– que la Comedia Nacional se dedique este año a la realización de diez obras de autores nacionales? Lo que pasa muchas veces es que la Comedia Nacional está en la mira porque cobramos un sueldo, porque el resto del medio teatral la rema muchísimo, hay muchas dificultades, y a veces se le apunta al que tiene recursos. Que no son muchos.

Y a veces se desconoce o se publica alguna cosa que no es así o que está mal informada. Por lo general en la Comedia Nacional, desde que yo estoy, se hacen dos obras por año de autores nacionales: una en cada semestre; algún año se hizo una y algún año se hicieron tres. La idea es que todo sirva y contribuya para que nuestro medio teatral se enriquezca partiendo también desde la escritura. Contame algo de la obra que se viene, El gato de Shrödinger. He descubierto que me cuesta tener una visión cuando leo la obra. Cuando la leímos no me gustó. Mucha información,

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TEATRO VINTAGE

mucho dinamismo para luego poner en escena, mucha exaltación, muchas metáforas, muchos conceptos de Santiago [Sanguinetti] que es un loco muy colgado para escribir. Luego de empezar a trabajar te puedo decir que mi percepción cambió totalmente y vamos a ver un espectáculo teatral con mucha energía, muy dinámico; por ponerlo en un estilo es teatro del absurdo. Todo sucede en un vestuario y el fútbol es la excusa; la teoría del gato de Shrödinger y la física cuántica también es una excusa y un disparador para desarrollar un juego escénico. Lo que sucede, en sí, es un juego donde lo primordial son las interpretaciones y las situaciones que se presentan. Faltan pocos días para su estreno, ¿cómo viene todo? Viene muy bien. Está planteado el espectáculo y está pronto para pulirlo y para que aparezca esa magia. La magia del teatro tiene que ver con eso: muchas veces también es mágico para nosotros más que para los espectadores. La magia del teatro para el público es estar en una sala, que alguien te cuente una historia ahí en vivo, que los actores se conecten, eso es insuperable. Y para nosotros también –claro que separando la realidad de la ficción, la vida personal del personaje– porque cuando todo eso confluye en algún punto es un juego pero vos estás viviendo algo: se trabajan emociones, se recrea un mundo con elementos muy simples, un lugar, una locación, una escenografía. Hay sueños, y muchas veces ese juego de la credulidad y la incredulidad produce como algo de hipnosis. ¿Con qué soñás? Quiero ser director pero siempre que leo una obra me termino viendo como actor. Sueños muchos, y que nunca falten. Si es hablando laboralmente me gustaría actuar en cine. Me tocó trabajar en una

Santiago Sanguinetti: “Uno de los primeros textos que leí cuando entré a la EMAD fue Más deporte del bueno, que básicamente decía que había que recuperar para el teatro parte de la vitalidad que tenía el buen deporte, por ejemplo la pasión que generaba el fútbol. Hay algo como de la exigencia, del apasionamiento en términos no de la negación de la razón ni de animalidad. Una suerte de involucramiento pasional con lo que está sucediendo, ni desmedida ni violenta”.

película que todavía no está pronta, y aspiro a que eso me abra las puertas para poder hacer algo más; me sentiría completo incursionando por ese lado. Y por el lado personal, ser padre. Es algo que tengo latente. Y se va a dar. La palabra del DT Santiago Sanguinetti es actor, director, dramaturgo y docente. Egresó, como Leandro Núñez, de la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático (EMAD) y se especializó en Literatura en el Instituto de Profesores Artigas. Tiene treinta años y recibió, entre otros, el Premio Nacional de Literatura y el Premio Onetti que otorga la Intendencia de Montevideo (IM). Editó los libros Dramaturgia imprecisa (Estuario, 2009), Sobre la teoría del eterno retorno aplicada a la revolución en el Caribe (Banda Oriental, 2013) y Trilogía

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De estreno

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“Un jugador de fútbol que abandona la cancha en medio del partido. Dos peluches gigantes como mascotas oficiales del equipo. La física cuántica y el gato de Schrödinger aplicado a la vida cotidiana. Multiversos que colisionan en el vestuario de un estadio. Zombis y la barra brava de Boston River. El anarquismo y su justificación científica. Bakunin y Max Planck combinados, provocando el desastre. Y la única esperanza de que, en otro universo, algo mejor esté pasando con cada uno de nosotros”. El gato de Shrödinger, con texto y dirección de Santiago Sanguinetti, se estrenará el sábado 21 de mayo en la sala Zavala Muniz del Teatro Solís y estará en cartel hasta el 31 de julio los viernes y los sábados a las 21.00, y los domingos a las 19.00. El elenco está integrado por Diego Arbelo, Fernando Dianesi, Levón, Leandro Íbero Núñez, Andrés Papaleo, Juan Antonio Saraví y Enzo Vogrincic (actor invitado, estudiante de la EMAD).

de la revolución (Estuario, 2015). El gato de Shrödinger es su segundo texto en la Comedia Nacional. El anterior fue Ararat –su proyecto de egreso de la EMAD–, dirigido por Alberto Coco Rivero, en 2008. ¿En qué consiste El gato de Shrödinger? La obra nació en Santiago de Chile. Yo había viajado en junio de 2014 a tener unos encuentros con un grupo de teatro de allá que se llama Teatro Amplio. Este grupo, en general, trabaja sobre obras de dramaturgos latinoamericanos. Habían empezado a trabajar con una obra de un argentino, [Eduardo] Pavlovsky, y después querían laburar con una obra mía. Me convocaron, viajé a Santiago y estuve tres semanas. Justo era el Mundial de Brasil y los chilenos estaban imposibles: ganaban un partido, prendían fuego ómnibus, salían a quemar cosas, romper vidrieras; se empezó a generar una efervescencia que me parecía muy dramática y teatral. Por otro lado, ellos estaban interesados en trabajar nuevos modos de hacer política, un empoderamiento de las bases, mayor autonomía grupal y movimientos contra hegemónicos por fuera del Estado. Ahí empezó a aparecer la idea de estudiar un mundo teórico libertario; ahí apareció [Mijail] Bakunin y me pareció interesante tocar ese universo. Había un tema que yo siempre quise tratar que es el de la física cuántica. El experimento del gato de Shrödinger se basa en la capacidad cuántica que aparentemente tienen los electrones para estar en dos lugares al mismo tiempo. Leí algunos libros, charlé con alguna gente, y son nociones fuertemente contraintuitivas, como por ejemplo que algo pueda estar en dos lugares a la misma vez. Eso es aceptado, entonces los electrones pueden estar en dos lugares a la vez, bien, nosotros estamos compuestos en última instancia por electrones, ¿cómo es que no podemos estar en dos lugares al mismo tiempo? Entonces, para ejemplificar esa paradoja Erwin Shrödinger piensa en el experimento del gato, que después se llamó El gato de Shrödinger. Una interpretación posible de ese experimento dice que si uno no ve algo las cosas suceden y no suceden al mismo tiempo, que es lo que hace este jugador de fútbol [Leandro Núñez]: abandona la cancha porque van perdiendo 3-0 y siente que si no lo ve, el partido está ganado y perdido al mismo tiempo. Él lo prefiere así; está muy nervioso y no quiere perder.


Además, apareció la física cuántica como una especie de justificación científica para el anarquismo, entonces se mezclaron todos los temas. Y zombis. Siempre había querido hablar de zombis, que ya habían tenido una aparición un poco sutil en Sobre la teoría del eterno retorno aplicada a la revolución en el Caribe (2014). Acá, que todo hacía indicar que iban a hacer su aparición definitiva, me arrepentí y se terminaron convirtiendo en la barra brava de Boston River, que está muy enojada comiendo gente afuera, en los corredores del estadio. Porque en un universo paralelo Boston River no va ganando 3-0, sino perdiendo 3-0. Toda la obra transcurre en un universo paralelo; cuando empieza la obra está jugando Boston River contra Los Apóstatas de la Moral. Otros cuadros que aparecen son Liberalismo y Cerveza de la Pampa Fútbol y Pádel Club; Rosa Luxemburgo; y el Unidos por Ho Chi Minh. ¿Sos futbolero? Lo sigo, tampoco soy muy fanático. Cuando estábamos definiendo la parte estética de la obra empezamos a pensar en una suerte de atemporalidad con rasgos de los sesenta, de los setenta sobre todo. Entonces apareció Alemania 74 y Leandro [Núñez] me empezó a decir los nombres de todos de memoria. Es un colgado con las camisetas, las pelotas. De hecho, tiene una réplica de una pelota, creo que es del cuarenta, por ahí, que sirvió para el spot de la Comedia. Cuando se hizo la presentación de la Comedia se hicieron videos de cada una de las obras, fragmentos, y ahí está Levón –en el afiche también– con la pelota que llevó Leandro: un día iba por la calle, la vio en una vidriera y se la compró. Tenés un pasado futbolístico en tu familia. Mi abuelo, Nicolás Riccardi, fue jugador de

El gato de Shrödinger “transcurre en un universo paralelo; cuando empieza la obra está jugando Boston River contra Los Apóstatas de la Moral”, cuenta Santiago Sanguinetti. (Foto: Rodrigo López)

Peñarol, y uno de los primeros uruguayos vendidos al extranjero; jugó en el Napoli y en el Palermo, de Italia. Tenía la ciudadanía italiana, todo, hasta el 39 que estaba allá, estalló la guerra y lo llamaron para pelear por Italia. Él no quería saber nada de eso entonces tomó el penúltimo barco que salía para América y cuando volvió conoció a mi abuela. Así que hay una historia futbolística en mi familia. ¿En qué se relacionan el fútbol y el teatro? Uno de los primeros textos que leí cuando entré a la EMAD fue Más deporte del bueno, que básicamente decía que había que recuperar para el teatro parte de la vitalidad que tenía el buen deporte, por ejemplo la pasión que generaba el fútbol. Hay algo como de la exigencia, del apasionamiento en términos no de la negación de la razón ni de animalidad. Una suerte de involucramiento pasional con lo que está sucediendo, ni desmedida ni violenta, obvio.

¿Cómo definís a la obra? En términos laxos podríamos hablar de absurdo pero en términos de la historia del teatro el absurdo es un género muy restringido, propio de la posguerra. El énfasis está puesto en la comunicación rota, hay una imposibilidad de comunicación, la decadencia de una manera de entender el mundo. En el caso de la obra sería como un realismo extendido si se quiere. En definitiva la obra transcurre en un vestuario de fútbol, hay una unidad de tiempo, de acción, de espacio permanente, los personajes están vestidos como ellos mismos y hablan de una manera cotidiana, coloquial. Es decir, en términos formales todo haría indicar que estamos en presencia del realismo; sin embargo es un realismo tenso llevado a un extremo ridículo. _Juan Aldecoa

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ANA MARÍA MIZRAHI, UNA MUJER QUE GANÓ TODO EN LA CANCHA

La hincha sin camiseta

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El fanatismo la irrita, quizás tanto como el machismo. El fútbol le apasiona, quizás tanto como la política. De ahí el amor-odio que siente la periodista Ana María Mizrahi por este deporte tan puro como viciado.

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El estadio era su espacio. El de Ana María y su papá. Un lugar para sentirse más próximos. El fútbol era un pretexto para sentarse codo a codo, para volverse cómplices, y de paso mirar a Peñarol. Tenía nueve años cuando Moisés le dijo que la llevaría con él al Centenario, nada menos que un día de clásico –que el manya perdió–; y de ahí en más se volvió un ritual. “Desde aquel partido y hasta los 35 años fui prácticamente todos los fines de semana. Cuando mi padre murió dejé de ir y lo empecé a seguir por televisión”, cuenta. En ese casi cuarto de siglo jamás se puso la camiseta para ir al estadio. Tal vez porque la hace sentir fanática, una actitud que la exaspera y quiere bien lejos. “A uno le gustaría transformar la realidad pero tampoco puede ser terco. Esta es la realidad de hoy: te ponés la camiseta de un equipo o de otro y recibís insultos, los cuales no tengo ganas de recibir ni tampoco quiero que reciban mis hijos, que tienen seis años. No me interesa que vivan el deporte desde el lugar del fanatismo, de la violencia y la amargura”. Todo lo contrario. En su casa el fútbol sirve como vehículo para que Federico y María Inés aprendan desde escribir hasta incorporar valores como el esfuerzo, la dedicación y la perseverancia. “Saber que en la vida hay que probar diez veces antes de que la pelota entre”, acota su mamá. O por qué no para hablarles de algo puntual como el cigarrillo. “Un día les hablé de Zitarrosa y enseguida me preguntaron de qué murió. Porque fumaba mucho, les contesté. Y lo uní con Johan Cruyff, entonces me sirvió para contarles su historia. La de un hombre al cual el fútbol le dio todo y el cigarrillo se lo quitó, tal como él mismo dijo”. Digamos que se queda con lo constructivo, con lo divertido y desecha lo tóxico, lo abusivo. Inmersa a diario en información política, densa e intensa, el fútbol la entretiene. La desconecta.

Y si la forma de medir el entusiasmo de una mujer por este deporte es mirar un partido en soledad, además de conocer la posición adelantada –claro–, Ana María lo hace. Siempre que transmitan alguno que le interese, como instancias finales de la Champions League por ejemplo. No es precisamente una estudiosa de la táctica o la estrategia; quedaría en offside si tuviera que dar una formación aurinegra ideal. Pero sí reconoce a Fernando Morena, Pablo Bengoechea y Tony Pacheco como tres jugadores que dejaron algo más que un cúmulo de goles. “Me acuerdo cuando Morena se fue a jugar al Rayo Vallecano y después volvió a Peñarol, hubo una gran colecta de los hinchas para su regreso; mi padre puso plata”, dice la periodista de Televisión Nacional. A Bengoechea lo recuerda puntualmente en una Copa América. Había sacado abono con su papá en la tribuna Olímpica. Era la final contra Brasil. Uruguay iba perdiendo uno a cero, con gol de Tulio, y la selección no le encontraba la vuelta al partido. Fue antes de empezar el segundo tiempo que se anunció el ingreso de Bengoechea por los parlantes. “La gente puteaba, estaba enojadísima, decía que era muy lento. Y mi padre, siempre callado y tranquilo, por lo bajo me decía que el técnico hacía bien en ponerlo porque iba a dar resultado. Arrancó el segundo tiempo, gol de tiro libre de Pablo Bengoechea, con Taffarel de arquero. Empatamos, fuimos a penales y ganó Uruguay”. A pesar de ser una lectora entusiasta de las crónicas deportivas, de escuchar el programa 13 a 0 y de seguir al equipo deportivo de Televisión Nacional –su casa–, Ana María lejos está de llevar su perfil hacia ese terreno. No porque se lo ordene ningún directivo radial, como ya le sucedió, sino porque terminaría dando vueltas siempre sobre el mismo tema: el negocio. “Una cosa es el deporte y otra el negocio. Y creo

que mi inclinación natural es hablar de lo último. Sobre eso leo, me informo y me interesa”, explica. ¿Te pidieron alguna vez que no hablaras de fútbol al aire? Sí. En la década del noventa yo tenía el mismo perfil periodístico de hoy. Obviamente que no soy una periodista deportiva, pero no hay programa en Uruguay donde no se hable de fútbol al día siguiente de un acontecimiento deportivo. Son comentarios que se hacen en parte para distender. El director de una radio me dijo un día: “Ana María, sos una mujer seria, conocés bien los temas, tenés un perfil interesante, no hagas comentarios de fútbol”. ¿Por ser mujer? Sí, por ser mujer. Me lo dijo claramente: “No queda bien una mujer hablando de fútbol en un medio de comunicación”. Eran otros tiempos, hoy sería totalmente inverosímil. ¿Cuál fue tu reacción? Tengo que ser sincera, me callé la boca. Había entrado a trabajar en esa radio hacía poco tiempo y si bien tenía algunos años en la profesión, era nueva todavía, entonces me resultó muy difícil no seguir ese planteo. Hoy no podría imaginarme un escenario similar, pasó mucho tiempo desde el punto de vista cronológico y también de las conquistas. En un fútbol cargado de machismo, la presencia de la mujer no es una alternativa sino una necesidad. “El machismo es violencia. Por supuesto que tiene su cuota de homofobia, de racismo y creo que la presencia de las mujeres ayuda. Tampoco vamos a idealizar: hay algunas que no contribuyen, como hay hombres que sí lo hacen. En una sociedad tan futbolera está bueno que nosotras nos involucremos, el tema es desde qué lugar lo hacemos”.


A los nueve años Ana María Mizrahi comenzó a seguir a Peñarol, acompañando a su padre primero. Hasta los 35 años prácticamente no faltó a la cancha, hoy sigue al club de sus amores por televisión. (Foto: AC)

“No le voy a tener menos

Lo dice una defensora de la cuota femenina. “Lo que prima en este mundo es la inequidad. Si no hacés discriminaciones positivas en la estructura patriarcal en la que vivimos y si no tomás acciones para favorecer el ascenso de las mujeres, no ascienden. Es cultural. ¿Cómo ayudamos a esa cultura? Lo podemos hacer con acciones, y es obligar a que no sea así. Hay que seguir avanzando, ir hacia la paridad del 50 y 50. No es objetivamente cierto que lo que no ganan las mujeres en la cancha lo quieran ganar en la liga, esa es una mirada muy simplificadora de la realidad. Las mujeres han ganado todo en la cancha. Esto no es contra los hombres, es con los hombres y a favor de ellos. Cuántos dirían ‘con qué gusto me quedaría yo cuidando a mis hijos en la licencia y que mi mujer salga a trabajar’”.

tiene por qué seguir siéndolo. Aunque falte mucho, hay que seguir intentando.

¿Te imaginás una especie de cuota femenina en el fútbol en un futuro? Me imagino que se le den oportunidades a aquellas niñas que quieran practicarlo y que puedan hacerlo en buenas condiciones. Hoy los clubes no destinan dinero para el fútbol femenino. Fue un deporte de hombres, no

En TNU trabajaste el tema del negocio del fútbol, ¿eso te desalienta como hincha? No, el deporte y el negocio van por carriles totalmente separados. Para poner un ejemplo, y seguro me meto en un lío: los Panamá Papers, hay una cantidad

simpatía a Godín, a Forlán o a Lugano porque tengan una off shore. Por supuesto que en un mundo ideal todos querrían que tuvieran la plata en su país, y tampoco me parece bien que la gente defraude al fisco, como la familia de Messi o la de Neymar”.

de jugadores que tienen su plata en el extranjero. Hay muchas explicaciones, algunas más loables como “juego en distintas partes del mundo, ¿por qué tendría que tener la plata en Uruguay?”. Y otras que se pueden juzgar negativamente. Mucho no me interesa. Los que tienen responsabilidad y compromiso son los actores públicos, como los políticos. Ellos son los que deben dar cuenta si sacan su dinero al exterior, no los futbolistas. No le voy a tener menos simpatía a Godín, a Forlán o a Lugano porque tengan una off shore. Por supuesto que en un mundo ideal todos querrían que tuvieran la plata en su país, y tampoco me parece bien que la gente defraude al fisco, como la familia de Messi o la de Neymar. Pero si me preguntás por un jugador que disfruto ver, cómo no voy a mencionar a Messi. Que lo persiga el Estado español, que lo haga pagar los impuestos que tiene que pagar. En la cancha es otra cosa, es un gran jugador. Porque es eso, un jugador. No es mi referente de vida, ni nada. Lo que sí puede servirte de los deportistas como él es la dedicación, la persistencia; consigas llegar a lo que te propusiste o no, pero sí 31


“Era toda una discusión si debíamos ir o no [a ver el Mundialito]; si verlo era una forma de avalar la dictadura. En casa se hablaba mucho de esos temas, y mis padres coincidían en que hinchar por Uruguay no era avalar a los militares. Sacamos abono y lo vimos desde la Colombes, sin ninguna culpa ni cuestionamiento. Por supuesto siempre contra la dictadura, pero siguiendo a la selección y a estos uruguayos que eran como nosotros: personas que vivían dentro de un país en dictadura”. eso de ser abnegado. Me gusta esa gente. No tanto los brillantes ni los inteligentes, sino los que se caen y se vuelven a levantar. Yo quiero ser así.

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¿Se les pide mucho a los jugadores de fútbol? Sí, “dame la felicidad que no tengo en la vida”. Es muy grave y delicada la baja tolerancia a la frustración, si perdés un partido parece que perdieras la vida. No está bueno como valor en la sociedad. Yo sé que es fácil decirlo pero difícil concretarlo. Hay que sacarle esa tensión. Ahora hay mucho enojo en el Barcelona por un video que grabó Dani Alves; a mí me pareció interesante y divertido. Está bien que diga lo que dijo, para que la gente entienda que son jugadores y no máquinas. Cuando mi hijo empezó a jugar en AEBU, la mujer que nos ayuda con la limpieza en casa siempre le preguntaba si había hecho un gol. Primero que él juega de defensa, y segundo que

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hacer un gol no es nada fácil. Como en la vida misma, es muy difícil hacer un gol. Tu hijo juega en una liga, en la que a medida que transcurre el tiempo parece crecer la exigencia y la presión sobre los niños. Sí, juega en AEBU 2009, un lugar con valores muy positivos. Los niños practican, están en la liga B de Palermo, quieren ganar, tampoco vamos a ser ingenuos; pero juegan todos, sea cual sea la circunstancia del partido. Aunque vayan perdiendo, el equipo rota y hay que hacerlo porque tienen seis años, porque tienen que divertirse, porque deben incorporar el deporte en su vida cotidiana, no porque vayan a ser grandes jugadores. Eso en la realidad no existe, por más que en casa siempre embromemos preguntándonos si Federico nos sacará de pobres con el fútbol. No me interesan las ligas donde los niños empiezan a crecer y los padres se ponen nerviosos, gritan y creen que sus hijos son unos cracks. Hay colegas

que han trabajado e investigado este tema y los contratistas van a ver a niños cada vez más chicos. No quiero ese proyecto de vida para mi hijo; la foto de hoy dice que le gusta el fútbol, pero no sabemos si será la foto de mañana. Hay que sacarle presión a la cosa y dejar de fantasear. Si se le quita dramatismo tal vez puedan festejarse los goles del archirrival, como supo hacer Ana María en épocas de asistencia perfecta al estadio. Tenía sus motivos. Jugaban Defensor y Nacional. Si los tricolores ganaban o empataban, le daban la chance a Peñarol de jugar una final con los violetas y la posibilidad de consagrarse campeón uruguayo. Al principio dudaba, pero Moisés, ex presidente de Atenas, la convenció. “Y me encontré gritando un gol de Nacional, aquel gol famoso de Juan Ramón Carrasco que le permitió a Peñarol llegar a la final”. Y si se logran separar los tantos quizás este juego recupere una pizca de ingenuidad. O se pueda apreciar en su estado más puro. Algo así pensaron padre e hija cuando tomaron la decisión de asistir al Mundialito, en plena dictadura. “Era toda una discusión si debíamos ir o no; si verlo era una forma de avalar la dictadura. En casa se hablaba mucho de esos temas, y mis padres coincidían en que hinchar por Uruguay no era avalar a los militares. Sacamos abono y lo vimos desde la Colombes, sin ninguna culpa ni cuestionamiento. Por supuesto siempre contra la dictadura, pero siguiendo a la selección y a estos uruguayos que eran como nosotros: personas que vivían dentro de un país en dictadura”, expresa. Si cabe alguna comparación, “la gente que fue a ver a Argentina en el Mundial del 78 no fue a ver a Videla sino a su selección”. Ese amor por la selección, más allá de la coyuntura, es el que quiere transmitir a sus mellizos. El fútbol le sirve esta vez para alimentarles el sentido de pertenencia a Uruguay. De la celeste sí tienen camiseta. _Por Carla Rizzotto


SÍ, LA VERDAD QUE SÍ

No sabés ni cuándo naciste Era inconcebible que el Montevideo Shipping Co. bajara a la B el año de su centenario, el primer centenario que celebraba un equipo de fútbol uruguayo. Pero el campeonato pasado había sido nefasto y los puntos arrastrados se contaban con los dedos de una mano del Turco Jamed, que era carpintero y alcohólico. Los dirigentes de los demás clubes, en un gesto inédito que habría sido noticia en todo el mundo si en 1974 los diarios hubieran llenado sus páginas con pelotudeces como ahora, modificaron el reglamento para devolverle dignidad a una institución castigada por las penurias económicas y las decisiones de un presidente que no paraba de lastimarse por cortar madera en pedo. “Otórguense diez puntos al comienzo de la competencia al cuadro decano”, decía el artículo agregado por unanimidad. El Shipping terminó octavo, no perdió la categoría y todos contentos. Hasta que llegó el torneo siguiente y los dirigentes del equipo beneficiado

El entrenamiento de la velocidad Los factores relacionados con la velocidad de ejecución que determinan el rendimiento. De Gilles Cometti, profesor de la Facultad de Ciencias del Deporte de la Universidad de Bourgogne, Francia.

descubrieron que podían reclamar otros diez puntos, ya que el texto en ninguna parte decía que el beneficio era por una única vez. Presentaron un escrito ante el tribunal correspondiente y hubo que aceptar el pedido debido a la pésima redacción del artículo. Ya no había forma de sacarles esos puntos (ni forma de que salieran campeones con los dos muertos de frío que tenían por delanteros), lo que no impidió la realización de una Asamblea General con el objetivo de reparar el reglamento de cara al año siguiente. Apenas se necesitaba una mayoría simple para exterminar al artículo de la polémica y no se obtuvo, para sorpresa de los periodistas y las instituciones que perdieron la votación. Ocho equipos, además del famoso Shipping, creyeron tener evidencia suficiente como para demostrar el decanato, lo que les aseguraría la famosa ventaja al comenzar cada torneo, a perpetuidad.

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Fue así que durante los siguientes años se habló muy poco de fútbol y mucho de actas fundacionales, fusiones sociales y toda clase de documentos del siglo XIX en donde la talabartería X saludaba al grupo de amigos Y que (“sin lugar a ningún tipo de duda”) luego se transformaría en el club Z. Las canciones y las cargadas dejaron de hablar de logros deportivos y se centraron únicamente en decir que ellos y no los otros fueron los que tuvieron antes la idea de correr atrás del esférico espejito de color que trajeron los ingleses. Un día el campeonato cambió, para acomodarse a los deseos de la televisión, y se votó un nuevo reglamento desde cero, pensado para eliminar toda ventaja extradeportiva excepto las que siempre tuvieron los equipos de mayor convocatoria. Los diez puntos pasaron al olvido pero era demasiado tarde: las hinchadas se habían obsesionado con eso de pelearse por quién era más viejo, aunque se tratara de una discusión que ya carecía por completo de sentido. _Ignacio Alcuri

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Marketing Deportivo en 13 historias Cómo idear o mejorar sus proyectos en el ámbito deportivo un iendo la experiencia de los autores con la teoría y estudios sobre marketing en los servicios deportivos. Coordinador: Alberto Blázquez Manzano.

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Desde Córdoba con Adrián Argachá y Agustín Gutiérrez, de Belgrano y Talleres

Llevo el acento

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El ritmo cordobés atrapa. “La ciudad de las mujeres más lindas, del fernet, de la ‘birra’ y de las madrugadas sin par” encierra en sí misma una cultura propia de una ciudad capital dentro de una provincia cargada de historia, pasión y un acento inconfundible. Allí aparecen cuatro importantes equipos: Belgrano (Primera División); Talleres (Primera B Nacional); Instituto (Primera B Nacional) y Racing (Federal B). A su vez, cada año, 36 equipos de toda la provincia participan de la Liga Cordobesa de Fútbol (LCF), un torneo que se juega desde 1913 y que otorga tres plazas para participar en el Torneo Federal C.

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Belgrano y Talleres, el clásico por excelencia de la provincia, son los equipos que tienen más LCF, con 27 títulos cada uno. A su vez, el pirata cordobés de Alberdi y el matador de Jardín Espinosa son los equipos que más arraigo tienen en la ciudad y los que llenan el Estadio Mario Alberto Kempes cada fin de semana. Córdoba se separa en dos cada vez que juegan entre sí, y las apuestas y cargadas corren sin parar (típico de un cordobés). Los dos tienen uruguayos en sus filas: Belgrano al lateral Adrián Argachá, y Talleres al volante mixto Nicolás Schenone y al volante ofensivo Agustín Gutiérrez. Hoy es sábado a la tarde, la calma de Córdoba capital relace cada espectro de la bella ciudad. Muy cerca del centro, a pocas cuadras de la sede de Talleres –ubicada sobre la plaza San Martín–, vive Agustín Gutiérrez. El barrio es muy calmo y el entorno genera tranquilidad, algo atípico para lo que implica el casco urbano del centro cordobés. Lo curioso es que Adrián Argachá vive a la vuelta del apartamento de su ex compañero de Racing Club de Montevideo, pero aún no se han visto y ni siquiera tienen su teléfono de contacto. “Quedamos de vernos y arreglar para juntarnos, habíamos hablado por Facebook pero todavía no habíamos arreglado”. Túnel los encuentra. Entrada la hora del mate Adrián llega a la casa de Agustín con el termo bajo el brazo. Su estilo pausado denota la típica característica de un joven del interior, pero a la vez la de un futbolista dúctil y adaptable al estilo de vida argentino. Adrián (29) es oriundo de Sarandí del Yi (Durazno) e hizo las inferiores en el Club Nacional de Fútbol. Tras estar a préstamo en Tacuarembó y Wanderers, los tricolores lo dejaron libre y

pasó por Defensor Sporting, Independiente (Argentina), Racing, River Plate y Sud América. Hoy el lateral izquierdo defiende a Belgrano. El estilo de Agustín es distinto. Es joven (24) pero carga madurez en cada expresión y en sus ideales. Es de Montevideo y por eso aclara que no le costó adaptarse al ritmo en el que viven los cordobeses. Hizo las juveniles en Peñarol, en el proceso comandado por Víctor Púa y Claudio Listur. De allí se fue a vivir a España y jugó un tiempo en Sporting de Gijón, pero volvió enseguida con los carboneros. Diego Aguirre y Néstor Gonçalves lo tuvieron con el plantel principal pero nunca firmó contrato, por eso emigró a la Sociedade Esportiva e Recreativa Caxias do Sul, equipo gaucho de la Serie C del fútbol brasileño. Tras esa experiencia llegó a Racing, donde se conformó como jugador y marcó un estilo distinto en su juego. Es recordado por marcarle cuatro goles a Danubio en dieciocho minutos, en un partido que los cerveceros perdían 2-0. Tras esa campaña de Mauricio Larriera, Agustín estuvo un año alternando con la Tercera División o directamente sin jugar, por temas contractuales. Al finalizar su vínculo con los de Sayago llegó a Talleres. La celeste Uruguay empató de atrás ante Brasil 2-2 y es la tarde posterior al partido. Es de lo primero que hablamos y analizamos. Los dos coinciden en que el partido fue muy bueno, aunque comparten que Brasil fue muy superior en el primer tiempo. Lo raro fue esa extrañeza de ver a la selección en otro país, solos, frente al televisor, en un lugar que no se oye ningún grito. “Cuando

estuve en Independiente me tocó vivir la Copa América que ganamos. Fue mucha la locura, salí a gritar y festejar. Vivir un partido de tu selección en otro país te genera un poco más de piel de gallina. Sabés que estás vos y alrededor no hay ningún otro uruguayo. Eso lo hace más disfrutable”, cuenta Adrián, al tiempo que Agustín coincide en su mirada con esa sensación de “estar solo, que seas el único uruguayo, implica que le des más importancia a los goles”. Sumado a eso, aparece el esquema de ser un uruguayo dentro de un club argentino. En este caso ambos coinciden en que la mayor atención en esta fecha de Eliminatorias recayó en el partido de Chile y Argentina, porque tanto en Belgrano como en Talleres hay jugadores chilenos, y ahí surgieron las apuestas. Igualmente las bromas recayeron sobre los uruguayos, y el apoyo cuando Uruguay perdía también apareció. “Hay muchas cargadas, mucho lleve y trae. Pero por suerte siempre va con buena onda, con respeto y con humildad, eso ayuda a adaptarse”, aclara Agustín. Adrián cree que el sentimiento que tienen los argentinos para con su selección es fuerte. “La aman y siempre piensan que son los mejores. Igual con esta seguidilla de finales perdidas, el hincha argentino ha entrado en la realidad y ha caído en razón de que ya no son los mejores. A Uruguay lo respetan mucho. Dicen que tenemos muy buena selección y que somos duros”. Agustín cree que en el sentido del amor propio Argentina es similar a Uruguay. “Ellos tienen buena selección y siempre se sienten que son los mejores. Pero pusieron una barrera con esto de las finales perdidas. Al uruguayo lo ven bien”.


Belgrano y Talleres son los equipos más populares de Córdoba y en ambos hay jugadores uruguayos: Adrián Argachá defiende a Belgrano y Agustín Gutiérrez a Talleres.

¿Cómo llegan a Belgrano y Talleres, dos de los equipos más grandes de Córdoba? AA: No iba a venir a Belgrano. Se habían manejado otros equipos de Primera. Pero el tema del fútbol y las negociaciones varían todo. Estaba todo arreglado para un equipo, pero un día me llamó el vicepresidente de Belgrano y me dijo que querían contar conmigo. Hablaron con los representantes y en pocos días se solucionó el tema y vine a Córdoba. Ellos querían reforzar el lateral izquierdo y me habían visto con buenos ojos porque tenían gente observando en Uruguay. Pasar de un equipo en crecimiento a un equipo grande (Belgrano y Talleres son muy parecidos a Peñarol y Nacional) te da una responsabilidad linda y una presión en el buen sentido: tenés que cumplir. El jugador tiene como un estudio interno y lo va procesando. Cuando te toca estar en un equipo así, tenés que hacerlo de la mejor manera. Nada del otro mundo, no deja de ser fútbol, es lo que vivimos desde chiquitos y hay que disfrutarlo con pasión. Yo tuve una buena experiencia en Independiente. Jugué bastante en una temporada. Fui a préstamo y saltó el tema de las AFIP (Administración Federal de los Ingresos Públicos) y hubo problemas con los pases puentes. Hubo cambio de

Argachá: “Cuando estuve en Independiente me tocó vivir la Copa América que ganamos. Fue mucha la locura, salí a gritar y festejar. Vivir un partido de tu selección en otro país te genera un poco más de piel de gallina. Sabés que estás vos y alrededor no hay ningún otro uruguayo. Eso lo hace más disfrutable”.

dirigentes y presidente en Independiente y me tuve que volver. A nivel deportivo, y como recuerdo, fue de los más lindos que me tocó vivir. Venir a Belgrano me agarra con un poco más de experiencia, de haber estado en un grande. En lo futbolístico es más o menos lo mismo, el fútbol argentino desde hace muchos años es de mucha adrenalina y mucho vértigo. Es de mucha

fricción y buen juego, una mezcla de varias cosas. Hay que aprovechar y estar en los momentos justos. Tanto para Agustín, como para mí, es una linda chance por el momento en el que nos llega. AG: Yo llego por intermedio de contactos futbolísticos. El caso de Mauricio Larriera, que Talleres se interesó y le preguntaron por mis características. No sé cómo fue el contacto que hubo, pero me vieron jugar. Yo venía con un inconveniente en Racing y por unos contactos se dio para venir. Es una oportunidad tremenda. Meterme en un estadio que ahora va a jugar la selección argentina, estar en Talleres, y tener treinta mil personas, es como estar en un clásico. Esto es divino, es hermoso, es un sueño hecho realidad. Trato de aprovechar la oportunidad. Quiero estar a la altura, pero sin desesperarme. Esto es día a día. Hay que entrenar y estar preparado, con sacrificio y humildad tarde o temprano se encaminan las cosas. Talleres es un equipo muy lindo, que tiene la mentalidad de crecer. La idea a futuro es volver a la A, estamos peleando para eso. Es un equipo con mucha gente y euforia. Salís de un entrenamiento y te sacás más fotos que si jugaras en Peñarol y Nacional. Vas a los programas como si nada, estás en un shopping y te piden 35


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una foto. El hincha cordobés es muy pasional, el argentino lo es. Nunca tuve la experiencia de venir al fútbol argentino. Me gusta que se mezcle el fútbol aguerrido, vertical, pero también el buen pie. Eso para nuestras características es bueno. En Uruguay se juega bien, pero pienso que no se valoriza tanto el jugar bien.

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Uno juega en Primera, y el otro en Primera B, ¿cómo es el fútbol argentino? AG: La B es un poco diferente a la A. El de la A se corta más, es un poco más técnicotáctico. El de la B se asemeja más a la A de Uruguay. Si vos vas y metés un brazo, no te lo cobran, o las pelotas divididas tampoco te las cobran mucho. Después en el estilo de juego es similar. Siempre se busca salir jugando, pelota por el piso. Ese fue un gran cambio respecto al fútbol uruguayo. Estoy tratando de adaptarme. AA: El tema de las canchas ayuda mucho, más allá del entorno, de la gente, de la pasión y del circo que se genera. A la hora de jugar, el césped influye mucho. Acá al 99 por ciento de las canchas te las riegan antes de jugar, hay buen piso, por ende se inculca más el hecho de jugar por abajo y de no reventar. Igual tiene esa mezcla, como dice Agustín, a la hora de meter hay que meter. Capaz que en Uruguay se busca más meter que jugar. Primero metemos, si podemos jugar, mejor. Acá es la obligación de las dos cosas. Los equipos proponen un ritmo complicado, en todo el partido hay más ritmo que en el fútbol uruguayo. Allá se tranca más, se corta, acá es darle y darle, jugar, moverte, y estás constantemente en un ritmo intenso. Lo vas agarrando, te adaptás, y después te parece normal. Creo que además de los buenos jugadores que hay, la premisa es el juego.

Siempre en Argentina está el estereotipo del jugador uruguayo ferretero, pero ustedes no son de ese estilo en su juego. ¿Cómo nos ven los argentinos? AG: He tenido alguna que otra cargada por venir de Uruguay. Pero creo que es como te digo con lo de la selección, cuando nos dedicamos a jugar le empatamos el partido a Brasil. Está todo bien, me gusta la garra charrúa, pero cuando nos paramos bien y pusimos la pelota en el piso lo empatamos. Lógicamente que el uruguayo tiene eso adentro, esa rebeldía que saca en los momentos difíciles, esa es mi manera de verlo. Capaz no es tanto eso de ir, trancar, pegar. Me joden y me dicen que soy el único uruguayo que quiere eludir, que quiere tirar una pared, o que quiere encarar, y que se preocupa más por eso, en lugar de ir y arrancarle los tobillos a un rival. Claro que tenés que tener un poco de todo, cuanto más completo mejor. No importa el puesto, hay que priorizar las dos cosas. Cada uno tiene el estilo que tiene. Porque yo sea uruguayo no voy a venir a pegar patadas. Mi manera de jugar no es esa. Estoy jugando de volante por fuera. Mi técnico me pide que desborde, que encare

Gutiérrez: “Meterme en un estadio que ahora va a jugar la selección argentina, estar en Talleres, y tener treinta mil personas, es como estar en un clásico. Esto es divino, es hermoso, es un sueño hecho realidad. Trato de aprovechar la oportunidad. Quiero estar a la altura, pero sin desesperarme”. y que vaya por las bandas. Tenemos buenos nueves. Por eso me pide que vaya por afuera y tire centros. AA: Con el tema del prototipo del jugador uruguayo, los argentinos tienen mucho eso de que dicen que el uruguayo tiene que meter y tener garra. Desde que nacemos, tenemos un poco eso. Desde el baby y las inferiores no tenés una cancha linda, es más amor propio y va en las condiciones naturales que tenga cada uno. Cuando no la tenés te la rebuscás para tenerla, eso se mama desde pequeños, y creo que hace al jugador uruguayo.

El resto de los países ven al uruguayo así, que mete y tiene garra, eso lo tiene, pero también hay casos y no todos somos así. Hay jugadores que suplen sus cualidades técnicas con meter y tener garra, y otros, como en el caso de Agustín (me acordaba de mirar un partido viejo de Independiente y ver a Forlán, que era uruguayo y no pegaba, y es el jugador con más elegancia después de Messi) que es un jugador habilidoso y esa es su mayor fortaleza. En mi caso es un mix, porque soy más defensivo y tengo que tener marca y tener cualidades para soltarme, que es lo que siento y es mi forma de juego. En Belgrano hace mucho tiempo está Ricardo Zielinski y se ha apoyado mucho en el juego de ser fuerte, a la hora de no tenerla ser duros. El fútbol moderno tiene una mezcla. No juegan sólo los rústicos, y tampoco juegan sólo los líricos. Hay que tener un poco de las dos cosas para poder jugar en el fútbol de hoy. En mi puesto tengo que clausurar mi sector, y cuando puedo me voy, me abro y soy una salida y un apoyo. ¿Cómo se adaptaron al estilo de sus clubes? AG: A Talleres me adapté muy bien. Me sirvió mucho cómo son los compañeros. Por suerte tengo compañeros con buena onda y humildad. Está Mauricio Caranta, Pablo Guiñazú, Hernán Enzina, Gonzalo Klusener, jugadores de nombre y jerarquía que ganaron cosas importantes. Te tratan como uno más. Me junto con ellos, voy a su casa. Eso para la adaptación es fundamental. No es sólo ir y jugar, hay que adaptarse a lo que se está viviendo para que te vaya bien. Por suerte Talleres, en su política, me ayuda porque la gente es muy buena y todos los funcionarios me ayudan. Por ahora mi balance es positivo. AA: De la mejor manera. Me sorprendió desde el principio la sencillez y la humildad que hay en el club. Tanto del plantel, cuerpo técnico, funcionarios, dirigentes. Eso me ayuda a adaptarme. Después en el día a día me hacen sentir como uno más. Creo que cuando vas a un club y sos nuevo, cuanto más rápido te introduzcan en el grupo va a ser mejor para ambas partes. Para que el jugador aporte lo suyo, y porque el grupo necesita de su ayuda. En Belgrano sentí que me adapté rápido. En lo futbolístico me ha tocado jugar y no jugar. Me he sentido bien. Fue una readaptación al fútbol argentino. Si bien el balance se hace al final, creo que voy por buen camino. Me siento cómodo y con fuerzas para hacer lo que me toca.


Argachá: “Los equipos [argentinos] proponen un ritmo complicado, en todo el partido hay más ritmo que en el fútbol uruguayo. Allá se tranca más, se corta, acá es darle y darle, jugar, moverte, y estás constantemente en un ritmo intenso”. ¿Y a Córdoba capital cómo se adaptaron? ¿Cómo se manejan? AG: Es una ciudad linda. Es muy sencilla, y muy pasional con el tema del fútbol, eso me llamó la atención. Voy conociendo de a poco. Mi prioridad no es tanto salir, por ahora. Claro que te tenés que sentir bien y adaptar, pero por ahora la llevo bien. Cada día que pasa intento buscar algo nuevo para hacer. En breve tendré auto y podré recorrer un poco más la provincia. El ritmo que tienen es similar al uruguayo. Es más de lo mismo. La rutina del futbolista es casi siempre la misma. Estoy mucho más tiempo concentrado y entrenando que en Uruguay.

Los cordobeses son “bien”. La ciudad tiene mucho dinamismo, similar a Montevideo. Las distancias son similares. Siento que no es igual a la gente de Buenos Aires. Es como comparar un montevideano con uno del interior. Son un poco más sociables o amables. Voy a entrenar con Nicolás Schenone, el otro uruguayo que hay, o con algún otro compañero. Estoy con mi novia, entonces la rutina es sencilla, tranquila. La prioridad está en el fútbol, en el descanso, pero también buscamos el día a día por otros lados y tratamos de estar felices. AA: La ciudad la veo parecida a Montevideo. Tiene una población similar y tiene dos equipos por encima del resto, como Belgrano y Talleres. Cuando tengo tiempo libre intento recorrer y salir. Hay mucha gente de alrededores de Córdoba que viene mucho a la capital y por eso se mantiene activa. Vivo en un lugar tranquilo, eso es fundamental. Tenés que encontrar una rutina de hacer lo que tenés que hacer, jugar al fútbol y cuando se puede aprovechar los momentos libres. En el fútbol es fundamental descansar. Voy a entrenar con un compañero, vivimos en un barrio donde hay muchos jugadores porque es una zona linda y tranquila. La mezcla justa. En el día a día hago una vida

normal. Salgo cuando puedo y la llevo tranqui. Capaz que salís, te ven, te reconocen, te piden una foto, pero no pasa más de eso. Hay que vivirlo con sencillez, sabiendo el lugar que uno tiene. Con esa tranquilidad de que es así la vida que nos toca. También hay que disfrutarlo, porque uno de chico le pedía fotos a jugadores de primera. _Texto y fotos: Diego Martini

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montevideo.gub.uy/agendacultural 37


PATRICIO URÁN, ENTRENADOR CAMPEÓN DE OFI CON NUEVA PALMIRA

El hombre que mató el mito del “no se puede”

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El 19 de diciembre cumplió 34 años. Los últimos dos los trabajó como director técnico de la selección de su lugar en el mundo, Nueva Palmira, al frente de un proyecto que él mismo ideó. Su desempeño terminó siendo enorme: por primera vez en la historia se consagró campeón nacional con su pueblo, la máxima aspiración del fútbol chacarero, y siendo, tal vez, el entrenador más joven en lograrlo.

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Afuera la lluvia y su condición siempre implacable. Montevideo a la hora más gris. El día, el mismo que hizo noche a Dolores, era el primero de casi una semana interminable pasada por agua y alertas, presagio que el clima no estuvo dispuesto a ceder. Adentro, detrás del ruido, la información era otra. El conocimiento del mundo quedó encajonado en las cuatro paredes del apartamento entre él y yo. Un hombre rodeado de otros hombres: Cortázar en libro de cuentos, Bob Marley encuadrado, Kobe Bryant y Luis Suárez en obras de arte, tres periodistas y Batistuta en el televisor; él, Patricio, sentado en el lugar del sillón que evidenciaba otras charlas, ángulo perfecto para recordar. Hacía un rato que había terminado el partido. La final del interior decía: Nueva Palmira 1 Durazno 0. Lo habían logrado. Cuando el loco festejo le dio un respiro vio a treinta niños llorando y a algunos veteranos también. Sospecha que tal vez fueran más los que festejaban el campeonato hasta las lágrimas, pero esos fueron los que vio. Se emocionó. La cuenta le daba igual. Si uno de esos niños siente hoy, en 2016, lo que él vivió en 1990, estará satisfecho por haber trabajado para matar el mito del “no se puede”. Todo tiene un comienzo. El cuento parece un relato de Osvaldo Soriano ambientado en sus locos y profundos pueblos. Tal vez por eso, por esa condición innata del Gordo de inmortalizar la idiosincrasia profunda que las capitales no ven, esta parece una de las páginas que le quedaron por contar. Insisto, aparenta un relato del Gordo Soriano: un niño de nueve años, parado detrás de uno de los arcos, se apronta para

ver a sus ídolos que recita de memoria. Gustavo Jorge al arco; Walter Cossatti de lateral derecho, Óscar Bertolotti de lateral izquierdo, Ariel Garro y José Callero los zagueros; Cacho Pereira de volante derecho, Eduardo Pinazo de volante izquierdo, Piqueto Sánchez al medio y Charango Bertolotti de enganche; arriba Quique Cuervas y Milton Bertolotti; Julio Sayas, el director técnico. La difícil tarea de Nueva Palmira en aquella segunda final del departamental de Colonia de 1990 era remontar el 0-2 tras el primer partido ante Nueva Helvecia de visitante. Era complicada la parada, casi imposible, hasta tal punto que ese gurí de nueve años lo sabía. A las 16.00 empezaba el partido. De Nueva Helvecia no había ni rastro. Estaba ideal para imponerse por no presentación. Rápido en las acciones, Palmira paró sus once en la cancha, el juez pitó, movieron y, en la práctica, ganó 2-0. Serie empatada que se definía por penales, pero como no había rival era un hecho que los palmirenses se consagrarían. Dispuestos a largar los festejos vieron llegar a los helvéticos. Argumentaron –porque siempre existirán dirigentes dispuestos a argumentar absolutamente todo– que se había confundido de horario –fíjese usted–, que algo más les sucedió en el ómnibus, que se los justificara y se disputaran los noventa de juego. Ante tal situación, el árbitro –porque siempre habrá árbitros precavidos– decidió pasarle la pelota a Palmira. Si estos lo deseaban, se jugaba; si preferían dejar todo como estaba, al haber dado el pitazo inicial un rato antes, Palmira sería justificado como campeón. Pero aquellos hombres decidieron jugarlo en la cancha, once contra once, porque los de afuera son de palo y los de

adentro de carne y huevo. Quiso el destino que se pusieran en ganancia 1-0 en el primer tiempo. Un gol más en el segundo y empataban la cosa. Yo no estaba tan lejos. Pero Walter Cossatti, el lateral derecho que era el mejor de la cancha, tuvo la desgracia de meterse un gol en contra: 1-1. Al final del partido, cuando algunas personas se retiraban de la cancha porque la presunción del “casi imposible” mutaba en imposible a secas, Quique Cuervas, el hombre común ídolo de los niños del pueblo, el que llegaría a ser futasbolista profesional, puso el 2-1. No alcanzaba, pero había más. En tiempo de descuentos otra vez Quique mandaría la pelota al fondo de la red. Gol en la hora, 3-1 como un derechazo al mentón, golpe anímico que se mantuvo en la definición por penales para que Nueva Palmira fuera el mejor de su departamento, su continente. Como si la memoria sacara fotos, para el niño que estaba atrás del alambrado aquello quedó grabado para siempre. Algo se sembró. Patricio, el de nueve años, supo desde entonces que algún día iba a tener que ver con algo que lograra su selección. Patricio, el hombre de 34 años que me mira y habla con aparente tranquilidad, siente que al menos uno de esos treinta niños repetirá el ejercicio con otro once: Edgardo Sosa; Franco Villalba, Anthony Castillo, Matías Audi, Iván López; Alejandro López, Carlos Cabrera, Néstor Coscia, Gabriel Reyna; Carlos Avelino y Joaquín Rovetta; DT: Patricio Urán. ¿Alguien se atreve a desmentir que el fútbol también es recordar oncenas ganadoras? Si dudás, más adelante te puedo recomendar algo para que veas o leas. La Copa Nacional de Selecciones del Interior no es moco de pavo. En sus


Patricio Urán no necesitó jugar en Primera para dirigir profesionalmente. Disimuló esa ausencia con sacrificio, solidaridad, conocimiento, respeto y mucho soñar. (Foto: Andrés Cribari).

diversas versiones a través de los años tiene como inicio la temporada 1951/52. Nuclea a todas las ligas de todos los departamentos, ya sean de las capitales, de ciudades más chicas, de pueblos solos o acompañados, que estén afiliados a la Organización del Fútbol del Interior (OFI). Este año fueron treinta las selecciones que compitieron en mayores –35 si sumamos las que quedaron eliminadas en las clasificatorias zonales– divididas, en primera instancia, en tres regiones: centro-oeste, litoral-norte y centro-este. Nueva Palmira integró la serie B del litoral-norte y clasificó primero dejando afuera a tres campeones de antaño: Fray Bentos, Mercedes y Paysandú. Siempre dentro de su sector, luego de eliminar a Artigas en semifinales, perdió la final ante Salto, pero igual clasificó a la siguiente ronda por ser segundo junto a los mejores primeros y segundos de todos los sectores. En cuartos de final avanzó por gol de visitante tras empatar con Durazno en puntos y diferencia de goles. En semifinales derrotó a Maldonado de local y visitante. En la final, cosas del tránsito del destino, le tocó Durazno nuevamente, porque cuando los del Yi perdieron el mano a mano con Palmira clasificaron como el mejor perdedor y siguieron en carrera. Primer encuentro

“Me importa muchísimo cómo se gana y cómo se pierde. El camino recorrido es fundamental. Y con qué armas es mucho más importante aún. En Palmira no había una infraestructura como las de los demás, ni un estadio municipal como tienen los demás, ni manejamos la moneda que manejan los demás, pero sí hubo mucho de buscar la gloria y más nada”.

0-0 en el estadio Silvestre Octavio Landoni de la capital duraznense; revancha 1-0 para Nueva Palmira con gol de Joaquín Rovetta en el epílogo del partido y campeonato ganado en su casa, el parque Evelio Isnardi*. Patricio es entrenador habilitado por la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF)

desde 2013, año en el que terminó sus estudios en el instituto Dreams. Además, en su primera experiencia montevideana, en un lejano principio de siglo XXI, estudió y se recibió de periodista deportivo en el Instituto Profesional de Enseñanza Periodística (IPEP). Tiene una explicación sencilla: su vida cobra más significado cuando está atravesada por el fútbol. De niño su mamá, Mirna, lo llevó a jugar al baby fútbol a Colón. Si no estaba ahí era porque salía de la escuela directo al campito para jugar en pata con la gurisada del barrio. Cuatro buzos alcanzaban para armar los arcos. Confiesa que le gustaba hasta porque se armaba pelea. En el último tramo del fútbol infantil tuvo la posibilidad de jugar para la selección de Palmira y, cuenta entre risas, hizo un gol que no tuvo ni idea de cómo festejarlo. También durante la niñez, gracias a Alfredo Zaldúa, esposo de su mamá, delegado por años de la Liga Palmirense, periodista y escritor, viajó como acompañante de la selección mayor. A los quince, cuando ya defendía al club de sus amores, Polancos, decidió dar un paso al costado y no jugar más. –¿Un paso al costado a la mejor edad para jugar? –pregunto con cautela. 39


“En una selección no están los mejores, sino los indicados. No alcanza sólo con que sea buen futbolista, tiene que ser eso, pero además buena persona, con ciertos hábitos, saber lo que es el respeto, saber lo que es acatar órdenes, saber hasta dónde se puede ir sin afectar el laburo de los demás”. “Lo que importaba era formar el grupo, para después formar un equipo”, afirma Urán. (Foto: Federico Gutiérrez).

–Me di cuenta de que no había condiciones para jugar y traté de aportar desde otro lado. Como hincha un montón de tiempo, pero ya tratando de leer mucho, de escuchar, de ir a la cancha –dice sin dudar. Y continúa–: siempre que tenía la oportunidad le pedía a algunos entrenadores que me contaran cosas, o cuando podía me metía en los vestuarios, calladito nomás, simplemente a estudiar. Era como una necesidad. Leía mucho todo lo que tenía al alcance. El Gráfico, la Sólo fútbol, lo que fuera, porque los entrenadores no escribían en aquella época. Fui muy autodidacta durante todo ese tiempo. Después ya empezaba a mirar partidos y me fijaba en movimientos puntuales, registrar en la memoria si es zurdo, si es derecho, cómo marcaban, si con tres en el fondo, si jugaban largo, si presionaban arriba. Me fui nutriendo de todas las situaciones que podía. –Me resulta curioso, bastante romántico y hasta raro, para serte sincero. ¿Escribías? ¿Qué cosas? –Recorría las canchas. Iba mucho a

San José, a Dolores, a Carmelo, o mismo me quedaba en Palmira. Un domingo iba a Carmelo, miraba el partido de las 13.00, luego a las 15.30 marchaba al de Palmira. O iba derecho a Dolores y miraba la fecha completa de tres o cuatro partidos al hilo. Escribía todo lo que veía y tenía un borrador de un proyecto que quería poner en práctica en la selección de Palmira. De lo probable a lo posible y de ahí a lo concreto siempre es cuesta arriba. Pero Patricio lo intentó. El proyecto fue futbolístico y social planificado a dos años. Nada librado al azar, todo relativamente estudiado. De fútbol, por lógicas razones, la propuesta tenía como fin optimizar recursos para hacer un trabajo profesional y salir campeón. En el plano social, cultural si se quiere, el trabajo fue más abarcativo: puertas adentro, subir jugadores jóvenes para que vivenciaran ponerse la camiseta, conocer ciudades y canchas, compartir un vestuario y aprender la posibilidad de concentrar, saber qué es tener un fisioterapeuta al lado, contarse cosas

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*Entre todos

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Dos días antes de la primera final y a ocho de jugar el partido definitorio en Nueva Palmira, la OFI comunicó a la dirigencia palmirense que el parque Evelio Isnardi no estaba habilitado por tener un aforo menor al exigido, 2.500 personas sentadas. Las posibilidades que se le dieron a Palmira era jugar en el estadio Luis Köster, de Mercedes, o en el parque Lavalleja, de Dolores. Un mamarracho. Marcos Silvestre, dirigente de la Liga, tiró la loca idea de juntar gente, empresas, donaciones, lo que fuera, y construir una tribuna para quinientas personas. Fueron entre veinte y treinta los pueblerinos medio locos que se la jugaron para levantar la grada en tiempo récord, incluidos Joaquín Rovetta, goleador y albañil, y Rodrigo Lolo Roquero, con su retroexcavadora. Asados, guisos y pescados fritos mediante, contra lluvia y humedad, la tribuna quedó pronta para recibir la final. Sólo una camiseta generó eso. El fútbol como herramienta para algo. Identificación. Cosas que difícilmente borre la memoria.

sencillas como cómo jugar, pero también cómo hacen los que tienen hijos para levantarse y darles el desayuno, o cómo formaron su familia y cómo la sostienen, transmitir que el entrenamiento invisible tiene recompensas, que jugar al fútbol y estudiar sí son compatibles; la cultura como herramienta para enfrentar situaciones límites. Para el afuera, la necesidad de contagio recíproco, de sentir la camiseta como propia, de poblar la cancha, de hablar toda la semana de lo mismo porque lo mismo no es monotonía si se disfruta, de fortalecer la identificación. Digresión: no me importan los resultados. Soy de los que piensan que la vida es el camino y ahí no se escatima ni se transa. Es verdad que cuando la pelota pega en el palo y entra es mucho más fácil demostrar que cuando pega y sale. Pero es necesario abrir este paréntesis para reforzar el siguiente enunciado: la pasión no se negocia. Patricio –que está inquieto, buscándole la vuelta a la poca comodidad que le queda a su sillón tras horas de charla– no necesitó jugar en Primera para dirigir profesionalmente, sino que disimuló esa ausencia con sacrificio, solidaridad, conocimiento, respeto y mucho soñar. Porque si no hay sueños de por medio no hay nada. Porque si hay sueños de por medio hay que alimentarlos cada mañana. Vuelvo. –¿Cuál es el método Urán? –Nunca sacar los pies sobre la tierra. Me importa muchísimo cómo se gana y cómo se pierde. El camino recorrido es fundamental. Y con qué armas es mucho más importante aún. En Palmira no había una infraestructura como las de los demás, ni un estadio municipal como tienen los demás, ni manejamos la moneda que manejan los demás, pero sí hubo mucho de buscar la gloria y más nada.


seguir trabajando (porque detrás del ruido siempre se hace, desde el convencimiento o desde la derrota) para buscar revancha, esa suerte de justicia poética que el fútbol sabe dar. Para la temporada siguiente, la de este año, el noventa por ciento del plantel fue el mismo y eso allanó el camino de la metodología y las pretensiones de juego. Coherencia, se llama. Primer paso indispensable para tener resultados deseados. Tras la consagración, la vida de Patricio Urán tiene nuevas metas por delante. Actualmente cursa gerencia deportiva para sumar conocimientos. El admirador de Óscar Tabárez, Marcelo Bielsa, Jorge Sampaoli y Jürgen Klopp no se detiene. Tuvo sondeos desde el fútbol capitalino y tiene clara la teoría de cuántas veces pasan los trenes. Luego de un par de (¡cortísimas!) horas de intercambiar conceptos no quería dejar la charla por dos simples razones. La primera fue porque al bajar las voces pude sentir otra vez la condición implacable de la lluvia que tanto habló Onetti y no me agradaba la idea de mojarme. Segundo, porque de fútbol, de fútbol del interior y del costado social de cualquier fútbol, puedo hablar hasta que pasen dos equinoccios. Pero capaz que el hombre estaba cansado y yo también, así que decidí marcharme.

No fue tanta la mojadura. Párrafos arriba prometí recordar algo para sostener que el fútbol permanece en la historia por las alineaciones o jugadores que recordás: la escena de El secreto de tus ojos en la que Sandoval le demuestra a Espósito cómo atrapar al homicida descifrando apellidos vinculados a Racing de Avellaneda. Dice que se “puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios... pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín... no puede cambiar de pasión”. Los once de Patricio Urán en 1990 son los mismos que los míos, que los tuyos. Son la delantera de memoria de Abbadie, Rocha, Spencer, Cortés y Joya; pueden ser Sosa, Manicera y Álvarez, el triángulo final preferido por mi abuelo; sos vos y la pelota en la casa del vecino o el festejo de gol cuando pasan las chiquilinas. No importa quién sea. Patricio demuestra que donde dice Palmira puede decir tu nombre, hacé el ejercicio, ahí está el legado. Eso es el fútbol. El relato sostenido para reconocer lo poco que dura la vida entera. La necesaria combinación de realidad y fantasía que nos creamos día tras día para compartirla con otros.

PATRICIO URÁN

—¿Nada más? —Siempre digo que en una selección no están los mejores, sino los indicados. No alcanza sólo con que sea buen futbolista, tiene que ser eso, pero además buena persona, con ciertos hábitos, saber lo que es el respeto, saber lo que es acatar órdenes, saber hasta dónde se puede ir sin afectar el laburo de los demás. Y en el fútbol del interior hay como un vicio de eso, de que no hay límites, de que se pueden no cuidar la noche anterior. Quería la oportunidad de buscar gloria por sobre todas las cosas. Me refiero a que todo lo demás tenía que ser secundario. Implementamos un sistema de trabajo un poco diferente al que se estaba acostumbrado. Conversamos previamente con cada jugador. Hay un reglamento que dice que nadie se puede negar a la selección, pero lo obviamos, en el proyecto remarcamos que el que no quiera jugar no sería penado. Tenía que ser por elección. No necesitaba justificación ni de trabajo, ni de lesión, ni de vacaciones. No me importaba. Lo que importaba era formar el grupo, para después formar un equipo. No fue un hecho aislado. El primer año de Nueva Palmira con Patricio al frente del equipo, 2014/15, llegaron hasta octavos de final y quedaron eliminados ante Fray Bentos. El proyecto a dos años permitió

_Fermín Méndez

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INFORME

UNA VISIÓN DESDE ADENTRO DE LA COPA DEL MUNDO DE 1986

Aquel dolor, 30 años después La actuación celeste, su estruendoso fracaso, las duras caídas, con el 6-1 ante Dinamarca y el revés frente a Argentina, causó una gran decepción en los futboleros uruguayos más que nada porque fue la consecuencia fatal de una contradicción permanente entre un plantel con brillos mayúsculos y una dirección técnica que permanentemente lo desperdiciaba.

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Desde que la Copa del Mundo México 86 comenzó a ser historia, cuando me hablan de ese acontecimiento del que fui testigo directo, como enviado del diario La Hora a México, o cuando veo algún documento fílmico, mi pensamiento se dirige –antes que nada– a aquella escena de Diego Maradona arrancando desde su cancha, a su carrera en zigzag eludiendo defensores ingleses y a la concreción de aquel segundo gol. Y digo o me digo: yo estaba allí. Hacia esos rumbos se dirige mi pensamiento de entrada cuando me mencionan aquella Copa del Mundo pero, así, de primera, de pique, ¡ni pienso en la gestión uruguaya, como que me resisto a recordar aquellos cuatro partidos! Y, sin embargo, hay hechos que conviene repasar y reflexiones que pueden ser útiles.

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La selección de Omar Borrás Aquella selección celeste pudo ser un equipo que pasara a la historia. Fue todo lo contrario. Fue un ruidoso fracaso. Aquel plantel con jugadores de gran valía pudo plasmar en un equipazo que hiciera un excelente campeonato. No pasó eso y detectar las razones que lo impidieron es parte de esta nota. Omar Borrás fue una herencia del fútbol en tiempos de dictadura. Desde el primer número de La Hora –el 17 de julio de 1984– hicimos una dura crítica a los pasos básicos del entrenador autodesignado. Él era, por 1982, una especie de asesor

técnico dentro de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF). Se suponía que él debía sugerir al Consejo Ejecutivo el nombre del entrenador de la selección nacional, pero en sus conversaciones con el presidente, el coronel Héctor Juanicó, quedó arreglado que él mismo tomaría posesión del cargo en cuestión. Dicho sea de paso, Juanicó se mantuvo hasta 1986 en el cargo y encabezó la delegación a la Copa del Mundo. Allí, ante un leve gesto de reivindicación del plantel a favor de algunos miembros del cuerpo técnico –que no Borrás– que no tenían solucionada su situación económica en la estadía en México, Juanicó hizo estallar su autoritarismo: enfrentó al plantel diciéndoles que sus pasajes de vuelta a Uruguay estaban a disposición y que el que se quisiera ir se podía ir. Sobre Borrás y su inaceptable presencia al frente de la selección podría transcribir numerosas crónicas u opiniones que vieron la luz en La Hora, de mi autoría y de varios compañeros de la redacción. Prefiero acudir a lo que escribió en medio del mundial mexicano el periodista Ángel R. Fernández. Me parece más pintoresco. Escribía para El País de Madrid y con él compartí conversaciones en el Centro de Prensa montado en la capital mexicana, lugar que visité diariamente desde unos diez días antes de comenzar el torneo hasta su final. Dice Fernández: “Omar Borrás se hace llamar ‘el profesor’,

aunque el título académico no se sabe ni quién ni dónde se lo otorgaron. Para muchos uruguayos, Borrás es el prototipo del chanta. Con esa palabra de origen dialectal genovés se denomina en el Río de la Plata a los farsantes y simuladores que, engolando la voz y atribuyéndose conocimientos y títulos que no poseen, intentan y a veces logran impresionar o engañar a incautos y crédulos. Borrás parece más un típico politiquero criollo que un director técnico de fútbol. Confusamente verborrágico, charlatán, demagógico –y ‘vivo’– es capaz de decir dislates como su famoso ‘sé que no conformo ni a sirios [sic] ni a troyanos’. Su hora de gloria coincidió con la instauración en 1973 en Uruguay, por vez primera en el siglo, de una dictadura militar, con la que colaboró activamente en la intervenida Universidad [N. de Red.: recordar el club Universidad Mayor]. Con un militar, el coronel Héctor Juanicó, al frente de la AUF, una organización en la que el régimen vetaba de hecho el ingreso de dirigentes o entrenadores de izquierda o progresistas, Borrás logró en 1982 su máxima aspiración: de empleado administrativo a cargo de un departamento técnico-deportivo, pasó a ser el seleccionador. Los más cautos de sus críticos señalan que ‘no es un hombre de fútbol’, y la mayoría sostiene que ‘no sabe nada’, pero todos están de acuerdo en que durante cuatro años tuvo una fortuna increíble

y logró clasificarse para México. En 1985 terminó en Uruguay, después de doce duros años, el régimen militar, pero uno de sus frutos, Borrás, se quedó. Las numerosas críticas a la incapacidad técnica de Borrás, a sus reiterados errores tácticos y a su controvertida personalidad se estrellaron con el argumento ‘tiene tarro y no lo podemos sacar mientras la selección gane’”. (Transcripción parcial del artículo aparecido en la edición de El País del martes 17 de junio de 1986). También apunta Fernández que el director técnico uruguayo no convocó a Hugo de León ni a Ruben Sosa que se encontraban en pleno desarrollo de sus carreras en Gremio y Zaragoza respectivamente. La contradicción Borrás vs un gran equipo A esta pintura del español se debe agregar que el entrenador de atletismo Omar Borrás (era el título que poseía) tuvo en sus manos una generación de valores de mucho valor, sobre todo en la faz creativa y atacante, al caso Enzo Francescoli (bien nombrado en primer lugar), Jorge da Silva, Ruben Paz, Venancio Ramos, Carlos Aguilera (en México no jugó ni un minuto), Antonio Alzamendi y Víctor Hugo Diogo, a quienes corresponde agregar como valores firmes de defensa al Tano Gutiérrez, Miguel Bossio y Darío Pereyra más el golero Fernando Álvez. Algo de lo objetable de Borrás:


siempre anunciaba proyectos o acciones, cosas que iría a hacer en los entrenamientos, y nunca cumplía. Eso fue más palpable y grave en los entrenamientos previos a la Copa del Mundo que se realizaban en Toluca, donde Uruguay concentró. Concurrí diariamente desde mi lugar de alojamiento en el DF –el domicilio generoso y pleno de afecto de Luciano Weinberger y familia– por aquella carretera de cornisa que tanto me impresionó en el principio, en aquellos sesenta y pico de kilómetros y siempre –ante alguna pregunta relativa a trabajos de los entrenamientos (¿va a practicar pelota quieta?, ¿hará ensayos tácticos de ataque?, ¿cuándo probará a Darío?)– respondía lo mismo: “mañana”, “sí, lo haremos” y nunca lo hacía. Su concepción era harto defensiva y no aprovechaba las ricas posibilidades de ataque que tenía, potencialmente, el equipo. No utilizó a Darío Pereyra (29 años) que era un jugador de vasta experiencia como zaguero central, ubicación en la que jugaba en el San Pablo, donde estaba desde el año 1977 luego de haberse desempeñado en Nacional desde 1975 a 1977. Para decirlo numéricamente: Darío era un jugador de ocho puntos promedio, Borrás elegía a Eduardo Acevedo un futbolista de cinco puntos. En aquel tiempo hice un pronóstico, escribí que en el futuro Acevedo sería un director técnico importante. ¿En qué me basaba? Él era el que organizaba la defensa como último hombre y nadie como él mismo sabía sus limitaciones futbolísticas y, por eso, ordenaba, ubicaba al equipo hacia atrás tratando de intervenir en el juego lo menos posible. Su indudable inteligencia se dirigía hacia la autoprotección. Eso surgía clarísimo viendo los entrenamientos. A Borrás le venía como anillo al dedo dentro de su concepción de ultradefensa. Y ocurría lo obvio: la potencia de ataque que pedían las cualidades de los más valiosos jugadores quedaba reducida porque el equipo no estaba armado ni pensado para eso. No incluir a Darío y Ruben Paz en pleno desarrollo del Mundial fue un factor muy negativo para

La portada del diario La Hora el día siguiente del traumático 1-6 sufrido ante Dinamarca.

“Omar Borrás se hace llamar el profesor, aunque el título académico no se sabe ni quién ni dónde se lo otorgaron. Para muchos uruguayos, Borrás es el prototipo del chanta. […] Borrás parece más un típico politiquero criollo que un director técnico de fútbol. Confusamente verborrágico, charlatán, demagógico –y ‘vivo’– es capaz de decir dislates como su famoso ‘sé que no conformo ni a sirios [sic] ni a troyanos’”.

el funcionamiento del equipo. A Darío lo incluyó en el tercer y cuarto partido después de la debacle ante Dinamarca, en tanto Bossio quedó suspendido por la expulsión que lo sacó del encuentro ¡a los 19 minutos! Y lo colocó en la posición de sus orígenes como mediocampista y no donde rendía a pleno que era de zaguero central. En esa posición sólo actuó en la última media hora ante Argentina cuando fue excluido Acevedo para que entrara Paz. Partido a partido, primera estación: Alemania Debut contra Alemania, equipo que sería finalista. Eso no se sabía pero la histórica categoría del fútbol alemán inspiraba mucho respeto. Aparecía como el mayor rival de un grupo con predominio europeo. Lo dirigía Franz Beckenbauer con su gran

prestigio de enorme jugador pocos años atrás. Se jugó en Querétaro, no lejos de la ciudad base uruguaya, a unos doscientos kilómetros de Toluca. Miércoles 4 de junio y Borrás eligió a estos once (van con cambios incluidos): Fernando Álvez; Víctor Hugo Diogo, Nelson Daniel Gutiérrez, Eduardo Acevedo y José Batista; Jorge Barrios (lesionado, 56’ Mario Saralegui), Miguel Bossio y Sergio Santín; Enzo Francescoli; Antonio Alzamendi (80’ Venancio Ramos) y Jorge da Silva. Aceptable rendimiento y buen resultado para el primer partido ante rival muy difícil. El gol inicial fue uruguayo y tempranero, a los cuatro minutos, Alzamendi aprovechó un grave error defensivo del equipo europeo y la metió alta, contra el travesaño. Golazo. Los celestes aguantaron bien hasta el final –Enzo estuvo cerca de 43


COPA DEL MUNDO DE 1986

túnel may- jun 2016 44

El futbolista José Gervasio Gómez (campeón con Defensor en 1976) comenta las alternativas del juego ante Argentina. Completan la imagen el entrenador Óscar Tabárez y los diputados Nelson Lorenzo y Gilberto Ríos (de pie). En primera fila, Nelson Lorenzo, Óscar Tabárez, José Gómez y el profesor José Ricardo de León. En la segunda fila, el entonces capitán (Av.) Gerónimo Cardozo, con las manos en su cabeza, y el diputado Guillermo Álvarez.

un segundo gol– pero Alemania empató a los 84 minutos (Klaus Allofs). Fue muy influyente la entrada del crack Karl-Heinz Rummenigge, a los 70 minutos por el no menos crack Matthäus, y su aporte fue decisivo. El mismo día, Dinamarca ven-

ció a Escocia 1-0 con gol de Elkjaer Larsen, un delantero de punta que metía miedo a los defensas. El magro marcador no llamó a una atención especial sobre los daneses aunque venían con buenos pronósticos europeos sobre su poderío.

Segundo partido: el brutal 6-1 Los uruguayos recuerdan ese partido ante Dinamarca como resumen de la Copa del Mundo de Borrás. Dolió, dolió mucho. En el cien por ciento de los casos, los uruguayos sintetizan ese torneo por esa goleada histórica.

Sin embargo, en mi encuesta personal, nueve de cada diez uruguayos ignora u olvidó que a los diecinueve minutos los celestes eran sólo diez. Miguel Bossio, un tipo muy querible, desestabilizado por los ataques daneses que llevaron a un


30 años después

primer gol de Elkjaer Larsen a los 11 minutos y a una sostenida avanzada sobre el arco defendido por Álvez, fue amonestado a los 13 minutos y por segunda vez seis minutos después. Y expulsado. En ese momento se terminaron las esperanzas de hacer partido. Lo peor podía pasar contra un rival muy difícil y jugando diez contra once. A los 41 minutos Soren Lerby marcó el segundo gol anunciando el desastre. Pero… una esperanza se abrió: a los 45’ el árbitro local Antonio Márquez sancionó un tiro penal para Uruguay –“inventado” dijo la mayoría– y con tanto de Enzo quedamos 2-1. El entretiempo fue tormentoso en el vestuario uruguayo. Borrás quería mantener un esquema defensivo férreo y buscar sobre el final la igualdad. Hubo resistencias de jugadores que estaban en cancha y de algunos de afuera que querían salir con una actitud atacante de entrada tratando de sorprender a Dinamarca, pensando que podían estar golpeados por tener todo para ganar fácil y lo estaban haciendo cuando terminaron el primer tiempo con ventaja mínima. Lo resuelto nadie lo sabe. Borrás no podía imponer su mando ya de por sí endeble y el equipo fue a buscar el partido. Las dudas se disiparon rápido a favor del equipo que estaba totalmente integrado: a los siete minutos de esa segunda

La tapa que reflejó la eliminación de Uruguay en el Mundial.

etapa anotó Michael Laudrup, un grandísimo futbolista. Y a los 67 y 80 Larsen completó su tripleta. El sexto fue de Jesper Olsen a los 88. Dinamarca era una máquina de hacer goles. Fernando Álvez todavía sueña con ese partido. “Catastrófico” titulamos en la portada de La Hora y encabezando la crónica: “Para Dinamarca fue un paseo”. El País metió más letras: “¡Una derrota vergonzosa! Nunca nadie nos apabulló tanto; ¡Nos pasaron por arriba!”.

Fue el 8 de junio a la caída de la tarde cuando salimos del estadio de Nezahualcóyotl que se reduce a Neza para denominar una vasta zona muy poblada que, en esa época al menos, tenía condiciones sanitarias deplorables. Al salir por esas calles polvorientas era difícil cargar con aquella goleada, caminando muy despacio… Completo la crónica: Borrás entró con el mismo once que en el debut salvo en una modificación obligada. Jorge Barrios había quedado lesionado del partido con los alemanes y lo

Datos de contexto para México 86 Hacía doce años que Uruguay no estaba en una justa mundialista de selecciones y la última aparición –la de 1974 en Alemania con el brutal paseo de los holandeses en un parco 2-0– no había sido nada feliz. En Argentina 1978 y España 1982 no estuvimos. Todavía se daban dos puntos por partido ganado. Recién ocho años después, en la Copa del 94 en Estados Unidos se le empezaron a adjudicar tres puntos al ganador de un partido. Al banco de suplentes iban sólo cinco jugadores. Eso creaba problemas a los entrenadores en tanto seis jugadores quedaban excluidos de toda posibilidad de participar del partido en cuestión, con las secuelas de disconformidades consecuentes. Sólo se permitían dos cambios por equipo y por partido. En 1994, la FIFA permitió una sustitución más, pero esa sustitución adicional estaba reservada sólo a los goleros. Recién en 1995 permitió sustituir a tres jugadores, fuera cual fuera su posición en el campo, regla que se mantiene hasta la actualidad. Obvio: no existía la Institucionalización de los Procesos de Selecciones Nacionales (vulgarmente, Proceso Tabárez) ni nada parecido. No existía el Centro de Alto Rendimiento Complejo Uruguay Celeste, la selección entrenaba donde cayera, en el Centenario o en una canchita de barrio, y las concentraciones eran normalmente en alguna instalación de los clubes o, mayoritariamente, en hoteles.

sustituyó Mario Saralegui. Y, a los 57 minutos, con el tanteador 3-1 entraron José Luis Salazar por Santín y Venancio Ramos por Alzamendi. Tercer acto: por un empate Casi increíblemente llegamos al partido con Escocia –el 13 de junio, otra vez en Neza pero al mediodía– con posibilidades de clasificar a octavos de final. Ellos habían vuelto a perder –2-1 ante Alemania– y no tenían puntos. Al empatar, Uruguay quedaría con dos puntos y clasificaría como uno de los mejores cuatro terceros. La formación uruguaya mantenía estabilidad. Darío Pereyra entró por el suspendido Bossio. Repetían Álvez; Diogo, Gutiérrez, Acevedo y Batista; Barrios y Santín seguían como mediocampistas y Enzo de enganche. Entraban como delanteros titulares por primera vez Venancio Ramos y Wilmar Cabrera. Borrás, inefable, en su estilo justifica así la entrada de Wilmar: “Lo quiero para marcar al 2 de ellos”. A los 50 segundos del partido un delantero escocés tomó la pelota en soledad contra la línea lateral por la derecha de la defensa uruguaya que estaba muy abierta. Diogo no estaba. Del otro costado, José Batista emprendió una larga carrera para impedir el 45


COPA DEL MUNDO DE 1986

El equipo que jugó ante Dinamarca.

avance del delantero, no frenó y se lo llevó puesto en una falta grosera. Joel Quiniou, el árbitro francés, se hará famoso en Uruguay: expulsó a Batista. En menos de un minuto, Uruguay dio un hombre de ventaja.

Wilmar –que había jugado de defensa muchas veces– fue de lateral, Uruguay se cerró en defensa y Escocia no tuvo jugadores con discernimiento. Igual se sufrió mucho. A los 70 Saralegui entró a reforzar la pelea

en el medio juego y mantener el 0-0. A los 84, para correr escoceses, entró Alzamendi por Enzo, agotado. Terminó el partido sin goles. Uruguay clasificado como el peor de los cuatro mejores

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La opinión previa

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A continuación transcribo la opinión sobre las posibilidades de Uruguay en la Copa del 86. Apareció con mi firma justo antes del debut uruguayo en la edición de La Hora del 4 de junio. “Llega el tiempo de la competición dejando atrás una larga preparación cargada de insuficiencias y de indefiniciones. Uruguay tiene la chance de llegar bien arriba en el Mundial por la capacidad que emana de sus jugadores –el plantel de más calidad en los últimos 30 años– pero no por su conjunción en un equipo que juegue y convenza, responsabilidad de una dirección técnica que no se ha manejado ni con eficiencia ni con racionalidad. Al equipo le cuesta aparecer, como si le costara desplegar todo el arsenal de armas futbolísticas que se atesoran, como si hubiera (y hay) factores que inciden en el sentido contrario, en la dirección del amarretismo táctico, en la concepción conservadora aplicada al fútbol. Factores encontrados condicionarán la actuación uruguaya. Tendrán resolución positiva si los jugadores encuentran el camino para exhibir sus cualidades técnicas desequilibrantes. Son nuestro mejor capital y de ellos dependerá el éxito. Hubiéramos querido llegar a esta instancia con un equipo desenvuelto en su máxima expresión, lo hacemos en plena búsqueda de ese conjunto, como una prueba más”.

cuartos. Los dos puntos y dos goles alcanzaron justito. Estoy en un palco con no mucha gente pero todos me miran. Soy el único que grita como un energúmeno a favor de Uruguay y en contra de Borrás, entreverando las cosas. Nunca antes y nunca después me vi en una situación similar, tan fuera de control durante varios minutos. Seguíamos en el Mundial y ya se sabía que el rival en octavos sería Argentina. Argentina con Maradona. Con un detalle: era viernes, el equipo estaba semifundido y había que jugar el lunes con tres días de descanso. Los argentinos conducidos por Bilardo, en cambio, tendrían seis días de descanso: jugaron su último partido el martes 10. El adiós en partido de alta tensión El partido entre uruguayos y argentinos en el Estadio Cuauhtémoc de la ciudad de Puebla estaba colmado a las


el segundo siendo un estorbo para el juego colectivo. A Enzo, los argentinos lo marcaron en estampilla y se alternaron para sacarlo de la vertical. La primera media hora fue el juego del gato y el ratón. Argentina atacaba y Uruguay defendía con éxito pero era incapaz de organizar un ataque, de avanzar en el terreno. Varias veces los argentinos estuvieron de cara al gol y algo salvaba la situación. Álvez, por ejemplo, estuvo brillante. Darío era un bastión y Santín colaboraba bien, igual que el Tano, mientras Bossio cerraba bien su lateral. A Riverito el partido le quedaba grande pero luego se fue adaptando. Un tiro libre de Maradona desde 35 metros dio en el horizontal. Uruguay cortaba mucho como último recurso, pero lejos del arco. Sobre la media hora Uruguay salió algo del ahogo. Ramos maniobró, Enzo exigió, Santín fue el primero en tirar al arco y atajó Pumpido. Ruggeri erró un gol hecho al cabecear alto y puse en mi libreta dos o tres MB más para Venancio.

Se iba el primer tiempo cuando a Acevedo, en el área, rodeado de compañeros, le llegó a sus pies una pelota mansa y la impulsó hacia el centro del área donde entraba Pasculli –que no la había tocado– en una especie de pase genial: la jugada más boba y más desmoralizante para sus compañeros. Antes de terminar el primer tiempo Enzo tiró apenas afuera en una jugada muy peligrosa para los albicelestes. Para el segundo tiempo, Borrás –que, suspendido, estaba en un palco por unas desgraciadas declaraciones que había realizado– hizo una lógica: Da Silva por Wilmar. El segundo tiempo tomó un ritmo infernal. Uruguay intentaba y se desprotegía. Hubo juego abierto y muy, muy, fuerte. Debió haber varios expulsados pero el árbitro italiano, muy canchero –Luigi Agnolin se llamaba–, se contentó con sacar siete tarjetas amarillas, cuatro a nosotros y tres a ellos. Imposible de contar todas las alternativas del segundo

tiempo, incluida la entrada de Ruben Paz –¡al fin!– con más de diez apariciones en jugadas de ataque. Cuando entró, salió Acevedo y Darío fue a su lugar. Faltaban treinta minutos y Uruguay era lo que debió ser siempre. Bien la defensa y atacaban Enzo, Santín, Venancio, el Polilla y el artiguense con apoyo del resto. Parar a Maradona fue el gran problema pero contra él salimos 0-0. Fue brutalmente emocionante ese segundo tiempo. Recomiendo volver a verlo. Inténtelo en YouTube. 1 Si el ideal del fútbol en cuanto al balance defensa-ataque es el equilibrio y si Uruguay tenía jugadores para planteos menos conservadores, en ese segundo tiempo quedó probado. Y si había jugadores que no debieron jugar nunca y otros que debieron jugar siempre también quedó clarísimo.

30 años después

cuatro de la tarde. Quienes allí estuvimos presenciamos una verdadera batalla futbolística con muchos matices, con variantes interesantes que no se volcaron al marcador que no pasó del 1-0 para el equipo que tres partidos después levantaría el trofeo del campeón. Borrás no utilizó a Diogo e, inesperadamente, ubicó allí a Bossio. No tenía a Batista, suspendido, y entró su suplente natural, Eliseo Rivero. Con Álvez en el arco, los centrales siguieron siendo Gutiérrez y Acevedo. Barrios jugaba de perseguidor de Maradona –un Diego al cien por ciento– y me pareció que el crack argentino no se dio cuenta salvo cuando lo castigó de más ya en el segundo tiempo. Darío que había cumplido ante Escocia fue ratificado junto a Santín como volante, Enzo como siempre y adelante, por segundo partido consecutivo, entraron Venancio y Wilmar, el primero notable usando el control de la pelota con vivacidad como arma de ataque, y

_Jorge Burgell www.youtube.com/ watch?v=yxTriBto4y4.

1

Historias de fútbol, historias de vida.

En librerías. 47


FÚTBOL Y TENDENCIAS

Los muchachos de antes no usaban gomina

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El fútbol, a veces, no tiene memoria. Es quizá por ello que la historia no recuerda a Bienaventurado Raimúndez, un puntero de Sudamérica que a comienzos de los años cincuenta llegó a vestir la camiseta celeste en un par de amistosos. Su influencia en el fútbol, sin embargo, se infiltró silenciosamente hasta nuestros días y produjo el cambio más revolucionario de este deporte en los últimos veinte años. Sus compañeros notaron desde el comienzo que Raimúndez era un “distinto”. Se trataba sólo de indicios, de pequeñas pistas que se fueron acumulando hasta demostrar que era un adelantado –y a la vez incomprendido– en las canchas de fútbol. El primero en sospechar fue Obdulio Varela, cuando al ingresar al vestuario una mañana temprano descubrió a Bienaventurado con cera en el cuerpo, depilándose el pecho y las piernas. Creyó que lo iban a operar, pero Raimúndez salió al entrenamiento con las piernas tersas como un bebé y oliendo a perfume. Cuando pidió una camiseta celeste cinco talles más chica de las que se entregaban a los jugadores, las autoridades de la AUF creyeron que era un regalo para un sobrino. Pero al día siguiente Raimúndez

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apareció con la pequeña camiseta puesta, apretada a tal punto que el kinesiólogo temió que fuera a morir de asfixia. Allí sus compañeros comprobaron que además tenía pectorales y abdominales marcados, algo inédito en la época, y recordaron que evitaba los ravioles y el vino antes de los partidos. El plantel, sin comprender lo que sucedía y creyéndolo enfermo, dejó pasar a regañadientes sus excentricidades: el pelo rapado a los costados con una cresta perfectamente engominada en la parte superior de la cabeza, el uso de un innovador shampoo anticaspa, las horas frente al espejo, los shorts colocados no más arriba de la cintura, la crema corporal. Pero todo tiene un límite. Y Bienaventurado lo pasó cuando llegó a la cancha con unos botines de colores naranja y rosado fluorescentes y su nombre bordado al costado, que contrastaba con el cuero pardo y rústico de los demás. Cansado y extrañado, Obdulio se acomodó los shorts a la altura del ombligo, lo encaró a Raimúndez y le dijo: “Botija, el día en que todos los championes sean así de coloridos vas a poder traer esos zapatos de princesa. Antes no. Cuando el fútbol sea un desfile de

modas y se pierda el sentido de la etiqueta, volvé a probar suerte. Ojalá nunca llegue ese día, pero si pasa yo espero estar muerto”. Y Raimúndez le hizo caso. Se fue del entrenamiento para no volver jamás, abandonó el país y marchó rumbo a Londres, donde años más tarde se hizo asistente técnico de baby fútbol de un modesto club llamado Ridgeway Rovers, en el que tuvo a su cargo a un gurí llamado David Beckham. Pero el fútbol, a veces, no tiene memoria. Y no es sólo eso. A los poderosos, a los intereses comerciales, a las multinacionales de los shampoos anticaspa, los calzoncillos y las lociones after shave no les sirve que se sepa dónde nació realmente el primer metrosexual del fútbol. _Martín Otheguy


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