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Profe Herrera Treinta y cinco años junto al Maestro Tabárez

seba Fernández Su presente albo y sus sueños celestes intactos

Transatlántico del calderón al Tróccoli, vivencias de un madrileño

publicación gratuita sobre la identidad del fútbol uruguayo Julio / aGosTo 2016_EDición_11 - issn 2393-5995

PABLO BENgOECHEA

LA CLASE DEL 10 1


Doping positivo

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Educación, educación, educación

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El 11 de marzo de 2008 el ministro de Economía argentino, Martín Losteau, anunció la puesta en marcha de un nuevo sistema de retenciones a las exportaciones de varios productos primarios –soja, trigo, maíz y girasol–, consistente en atar la tasa de recaudación fiscal a la evolución de sus precios internacionales. Como el precio de la tonelada de soja prácticamente se duplicó entre 2007 y 2008, esto significaba que los productores deberían tributar el doble por cada tonelada exportada de lo que venían haciéndolo hasta ese momento. Por eso, el mismo día que se anunció la medida, las principales gremiales de productores rurales argentinas declararon un paro por tiempo indeterminado, que duró cuatro meses. A partir de entonces se abrió en Argentina lo que luego se conoció como “la brecha”, una distancia insalvable entre aquellos que respaldaron el paro patronal –en la medida en que lo interpretaron como el símbolo de la resistencia ante un gobierno corrupto y populista, que no hacía otra cosa que vaciar los bolsillos de los ciudadanos de bien con elevados impuestos para compensar su errático manejo de las cuentas públicas y financiar su clientela política– y los que cerraron filas con el gobierno, señalando que lo que estaba en juego era la oportunidad de avanzar en una distribución más equitativa del ingreso, evitando la concentración de los frutos del crecimiento de la economía argentina en pocas manos. De un lado, digamos, Jorge Lanata, del otro Víctor Hugo Morales. Los doce años de gobierno kirchnerista terminaron hace poco. Los diez años del proceso Tabárez abrieron una brecha tan grande como la argentina, que me gustaría repasar a continuación. Cuando Uruguay perdió con Venezuela y quedó eliminado de la Copa América Centenario, empezaron a moverse algunas piedras y de abajo salieron esas víboras que en su momento se habían escondido, a la espera de un clima más amable. Por su puesto que estoy hablando de los contra sistemáticos, aquellos que desde el día uno están convencidos de que Tabárez es lo peor que le pasó a la selección uruguaya y de que debería irse cuanto antes, bajo argumentos tan heterogéneos como que se “guarda los

cambios” o que un tipo en silla de ruedas no puede dirigir. Vale decir también que entre la gente que critica a Tabárez hay quienes usan argumentos futbolísticos de lo más respetables, a los que no pretendo meter en la bolsa de las víboras. Uno de ellos, hace poco, señaló una cosa interesante en su Facebook. Palabras más, palabras menos, decía que los fanáticos de Tabárez nunca hablan de fútbol, sino que exhiben estadísticas y números; a diferencia del Maestro, para ellos la recompensa sería el resultado y nunca el camino y, de esa forma,

Cuando Uruguay perdió con Venezuela y quedó eliminado de la Copa América Centenario, empezaron a moverse algunas piedras y de abajo salieron esas víboras que en su momento se habían escondido a la espera de un clima más amable. evitarían meterse en el espinoso tema de lo supuestamente mal que juega la selección. Por su puesto que yo discrepo con esta idea, pero me interesa porque sirve para delinear a los que están del otro lado de la brecha: de un lado, como dijimos, están aquellos agazapados a la espera del mínimo tropezón para poner en juego sus viejos reclamos de renuncia. No todos son víboras, pero predominan. Y del otro –entre los que me incluyo, acá no va la de ser neutral– los incondicionales de Tabárez, los que creemos que el camino es algo mucho más amplio que uno u otro dispositivo táctico, los que pensamos que el proceso de trabajo en las selecciones nacionales encabezado por Tabárez es no lo mejor, sino lo único bueno que le ha pasado al fútbol uruguayo en los últimos veinte años y que el día que Tabárez

se vaya va a dejar una selección competitiva en todas sus categorías, un piso de trabajo mucho más estable que el que él encontró y que ojalá el fútbol uruguayo sepa aprovechar. Claro que la realidad no es binaria y que no todo el mundo está de un lado o del otro. Haciendo equilibrio en el puente fino e inestable que une ambos lados de la brecha hay una amplia gama de indecisos, aquellos que el viento de la historia empuja hacia acá o hacia allá dependiendo del lugar desde el que sople. Como en política, estos son el objeto de deseo de los que velan armas a un lado y otro de la brecha. Haber conquistado a la mayoría de ellos es una de las grandes virtudes del proceso Tabárez y seguramente una de las que explique su sorprendente continuidad en el tiempo. Un ejemplo: hace algunos años, cuando Facebook era una cosa más inocentona, estaba de moda hacer “grupos” que no tenía fin práctico alguno, sino simplemente mostrar que formabas parte de una determinada comunidad. Iban desde el “Para los que damos vuelta la almohada buscando el lado frío” hasta “Contra el golpe de Estado en Honduras”; cosas así. Florecían rápido, tenían un breve auge y, como las mariposas, morían enseguida. Uno de los que más recuerdo apareció el 5 de setiembre de 2009, horas después de que Uruguay perdiera 2-0 contra Perú en Lima y quedara al borde la eliminación del mundial de Sudáfrica. Se titulaba algo así: “Por la deportación de Luis Suárez y el Maestro Tabárez. Esos dos perros nos dejan afuera de Sudáfricaaaa!!”. Lamentablemente Facebook tiene un pobre sistema de archivo y hoy es imposible encontrar esos grupos, pero durante algunos años ese en particular me sirvió como escarmiento de aquellos exitistas que, a partir de 2010, se subieron al carro del triunfo. Cada vez que veía que alguno de mis amigos deportadores se babeaba con Suárez o estaba “orgulloso de ser uruguayo” ante alguna declaración grandilocuente de Tabárez contra la FIFA, me gustaba recordarle su pertenencia a esa comunidad, de la cual nunca se había tomado el trabajo de borrarse. Por supuesto que, con el tiempo, me aburrí de enrostrar viejos pecados y, además, me di cuenta de que esas personas ya no eran las mismas. Esa gente aprendió

a tener paciencia y hoy, ante contextos similares, reacciona diferente. Ese es el resultado de un verdadero trabajo contrahegemónico llevado a cabo por Tabárez y los suyos. En un contexto de ansiedad, impaciencia y exasperación ante el mínimo contratiempo, en un ambiente futbolístico acostumbrado a cambiar una o dos veces al director técnico de la selección en medio de las eliminatorias y que, además, había normalizado la idea de que los jugadores de la selección tienen que ser “los que pasan por el mejor momento”, aunque esto signifique cambiar medio cuadro cada seis meses y que la agenda sea marcada por la sección “goles uruguayos en el exterior” de los informativos, Tabárez construyó poco a poco un sentido común diferente. Que, por supuesto, se apoyó en resultados –ya no es necesario repetirlo– pero también en un sistemático trabajo educativo. Tabárez formó y educó un público, mediante la titánica tarea de explicar, en forma paciente y didáctica, cuál es y cómo funciona el proceso para tomar decisiones que debe realizar el director técnico de un equipo profesional de fútbol. Que muchos hayan entendido la importancia de formar jugadores de selección desde divisiones inferiores, de trabajar con un grupo estable y de confiar en él, de priorizar la convocatoria de aquellos futbolistas que tengan capacidad para jugar en varias posiciones y que, además, entiendan que sus condiciones individuales deben estar al servicio del equipo, de no improvisar nombres cuando las lesiones o las sanciones resienten al grupo y de convocar, por el contrario y en el entendido de que se amoldarán con mayor facilidad, a aquellos futbolistas que han pasado por el proceso de trabajo pese a que haga mucho tiempo que no vengan, de respetar a los referentes del grupo pese a que ya no rindan lo que antes y de no quemar jugadores jóvenes

aunque el grito desesperado de la tribuna reclame un salvador o pida una nueva promesa, no es casualidad. Las conferencias de prensa de Tabárez han sido lo que las cadenas de televisión fueron para el kirchnerismo. En un contexto de oposición o ignorancia periodística, la línea más directa posible con el público. Es cierto que muchas veces se le ha ido la moto y ha sobrado o maltratado periodistas ante preguntas que no lo ameritaban, pero supongo que debe ser cansador tener que explicar una y otra vez las mismas cosas a las personas que, se supone, más preparadas deberían estar para entenderlas. Tabárez tomó a su cargo una tarea educativa que los periodistas deportivos –a grandes rasgos: es obvio que esta generalización es injusta con muchos– no asumieron ni asumen, puesto que han estado más preocupados por opinar si las cosas están bien o mal –o por señalar qué harían ellos si fueran directores técnicos– que por poner en contexto las decisiones del entrenador, es decir, por arriesgar hipótesis acerca de por qué hace eso y no lo otro. Hay que recordar que la mayoría de nosotros, los uruguayos, los tres millones de directores técnicos, no tenemos la menor idea de cómo funciona el fútbol profesional y no la vamos a tener si las personas que deberían comunicárnoslo se dedican a simular conversaciones a gritos en un boliche –como hacen los popes de nuestro periodismo deportivo– o a bailar frente a cámaras y sacarse cartel de que embocaron el resultado de un partido, como hace el nuevo periodismo deportivo, ese más “descontracturado”, que heredamos del mercado yanqui y que se puede ver, por ejemplo, en las transmisiones de Direct TV. En un contexto tan difícil, haber logrado tallar en la cabeza del público, como lo hizo Tabárez, es casi un milagro. Antonio Gramsci estaría orgulloso.

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JOSÉ Herrera: “El jugador uruguayo Tiene que jugar y dejar el resto”

Alta intensidad A pesar de contar con una larga y exitosa trayectoria profesional, el “profe” de la selección uruguaya de fútbol, José Herrera, mantiene el perfil bajo. Entre sus logros más importantes se encuentran el ser campeón de América con Peñarol y Uruguay, y de Argentina con Boca cuando el xeneize atravesaba once años de sequía. Desde el Nasazzi hasta San Siro, ha recorrido los campos de Uruguay, Argentina, Colombia, España e Italia. Antes de viajar a Estados Unidos para vivir su cuarta Copa América conversó con Túnel sobre los cambios en la preparación física, el rol de la tecnología, y su relación con Óscar Washington Tabárez.

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Nació en Paso de los Toros (Tacuarembó) hace sesenta años y aunque se vino a estudiar a la capital hace más de cuarenta no perdió el acento de su pueblo natal. “Me vine con dieciséis años a estudiar Educación Física siempre con la idea de volver. Pero después de recibirme empecé a trabajar en Montevideo y me quedé”, cuenta en tono calmo y pausado. No obstante, asegura que se sigue considerando “hombre del interior” y se identifica mucho con su pueblo. Su cadencia al hablar y su mirada firme pero serena es muy similar a la del técnico de la selección nacional con quien comparte ruta hace más de treinta años. Siempre pensó en estar vinculado al fútbol y no se imagina haciendo otra cosa. Jugó en la Liga Isabelina incluso cuando estudiaba en el Instituto Superior de Educación Física (ISEF). “Iba los fines de semana –que ya me permitía llevar ropa a lavar– y me ganaba algún pesito con los partidos”, recuerda.

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¿Sigue manteniendo algún vínculo con el pueblo? Sí. Ahora menos porque mis padres ya fallecieron. Pero tengo hermanos allá todavía a los que voy a visitar. La mayoría de los amigos ya los tengo acá [en Montevideo], aunque todavía me queda algún amigo de la infancia allá. Siempre que puedo voy. Tengo un vínculo con el entorno. Me gusta mucho el río, ir a pescar, a acampar. Entonces siempre que tengo la oportunidad nos juntamos y vamos para allá.

¿Cómo fue venir a la capital solo y tan chico? Sentí el desarraigo que suelen tener los estudiantes del interior que vienen a estudiar a la capital. Tuve la suerte de venir a vivir a un hogar de estudiantes de Educación Física que venían del interior. Vivimos casi cuarenta estudiantes en una casa y nos autogestionábamos. Y como todos compartíamos la misma problemática del desarraigo el extrañar no se hizo tan duro. Estudió en el ISEF justo al comienzo de la última dictadura. ¿Cómo fue? ¿Le tocó algún profesor militar? No recuerdo haber tenido algún profesor militar. Había más que nada en la Comisión Nacional de Educación Física. Los profesores estaban muy controlados. Se sentía un ambiente de control, sobre todo, sobre los estudiantes. En el hogar de estudiantes sufrimos allanamientos nocturnos. El hecho de estar casi cuarenta estudiantes en una casa era motivo de sospecha y de control. La casa que teníamos como hogar era la de Carlos Gardel que está en Carrasco, en la calle Pablo Podestá. Cuando llegábamos del ISEF éramos controlados porque en esa época cualquiera que anduviera con bolsito quedaba bajo sospecha. ¿Hay algún curso de preparador físico para fútbol o ya obtenía esos conocimientos en el ISEF? Dentro de la carrera teníamos una especialización en un deporte a elección. Yo

“Hay tantos métodos de entrenamiento como preparadores físicos. Y todos son válidos”, afirma el profesor Herrera. (Foto: Andrés Cribari)

elegí fútbol y me especialicé en esa área. Al año siguiente de recibirme hice el curso de entrenador de fútbol.

inferiores de Bella Vista cuando Washington [Tabárez] agarró de coordinador de las juveniles.

¿Lo hizo pensando en ejercer como entrenador o como complemento a su formación de preparador físico? Lo hice porque quería seguir especializándome en fútbol. Siempre me gustó la preparación física. Lo hice como una especialización más, como seguí haciendo luego muchos cursos, pero nunca pensé en dirigir.

¿Lo conocía? El técnico de la primera de Bella Vista era Miguel Basílico, un argentino que hizo una gran campaña, y el preparador físico era Jorge Paz, hijo de Aníbal Paz (arquero de Nacional y de la selección uruguaya, campeón del mundo en 1950). Jorge me conocía del Instituto, sabía que yo estaba especializado en fútbol, y me conocía del hogar de estudiantes. Y cómo Washington necesitaba un profe me fue a buscar. Era el año 80. Teníamos la cuarta división, la quinta y la sexta. Washington era el coordinador de todas las juveniles. Fue mi primer vínculo con el fútbol y también la primera experiencia de Washington –que

¿Cómo fueron sus comienzos en el fútbol? Mi primer trabajo fue en un club, en AEBU. Después trabajé en la filial de Carrasco de la ACJ y mi primera vinculación con el fútbol fue en las

todavía seguía trabajando como maestro en esa época–. Y esa dupla siguió en varios clubes… Prácticamente siempre. Hubo algunos períodos que no. Por ejemplo, en Bella Vista llegó a la primera Raúl Betancur y yo estuve un período con él. Después se fue a Wanderers y me llevó al año siguiente. Es decir que en ese período no trabajamos con Washington. Pero después prácticamente siempre. Porque después él fue a Wanderers y nos volvimos a encontrar. Después también en el período de la eliminatoria para el Mundial del 90, estábamos en Colombia y se vino a dirigir a la selección mayor. ¿Por qué no participó de ese proceso? Estábamos en el Deportivo Cali y lo fueron

a buscar para trabajar con el profe [Esteban] Gesto. Por la campaña que había hecho Gesto con las juveniles y Washington por la campaña que había hecho en Peñarol. Entonces en ese período nos separamos también. ¿No le dieron la opción de conformar su propio cuerpo técnico? No. Cuando vino el profe ya estaba. Y él ya vino a trabajar con Gesto. No tenía opción de formar el cuerpo técnico. ¿En ese período se quedó en Colombia? No. Terminamos el contrato y me vine. Trabajé unos meses con Osvaldo Giménez que había empezado a trabajar en Huracán Buceo. Hasta que me reencontré con Washington en Boca Juniors. La última vez que no trabajamos juntos 5


han jugado, la cantidad de partidos y si han tenido semanas normales. Me tengo que informar con ellos qué fue lo que hicieron, qué ejercicios trabajaron. Porque, de repente, les planteo un ejercicio nuevo que les puede traer algún dolor. Entonces es más difícil. ¿Les plantea ejercicios para que hagan cuando están en su club? Eso también lo hacemos. Pero me refería a cuando planteo ejercicios en el complejo. De repente es algo nuevo y se sienten. Entonces hay que ser muy cautelosos en la carga del entrenamiento y tener una comunicación permanente con el jugador. Y acá día a día para saber cómo sintieron el trabajo.

“Mi primera vinculación en el fútbol fue en las inferiores de Bella Vista cuando Washington [Tabárez] agarró de coordinador de las juveniles”. (Foto: Leonidas Martínez)

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fue antes de agarrar en la Selección, que veníamos de dirigir un segundo período en Boca, cuando él se apartó un poco de la dirección y empezó a reflexionar sobre el fútbol uruguayo y a armar el proyecto. Ahí me vino a buscar Gustavo Matosas, al que conocía de Peñarol de su época como jugador, y lo acompañé un par de meses en Rampla, después en Danubio hasta que en marzo de 2006 empezamos con el proyecto de la Selección.

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¿Dónde les resultó más cómodo trabajar? Nos sentíamos más cómodos trabajando con equipos. Después empezamos a adaptarnos y a aprender a trabajar con selecciones. Me sentí muy cómodo en Argentina: los dos períodos en Boca y uno en Vélez. Y en España. Más que nada porque no necesité adaptarme a otra lengua. Cuando fui a Italia tuve que aprender a los golpes la lengua y me costó muchísimo la adaptación. Principalmente el primer año. En España, a pesar de que no nos fue bien deportivamente con el Oviedo –nos salvamos del descenso en la última fecha–, me sentí muy a gusto. Ellos querían que nos quedáramos. Pero Washington ya estaba con un vínculo en la FIFA; con un compromiso para ir a un mundial juvenil al año siguiente, y no seguimos. Decía que se sentían más cómodos en equipos que en selección. ¿Cuál es la diferencia entre entrenar a uno y otro? Es mucha. Yo les digo a los jugadores que ellos tienen que tener una comunicación permanente conmigo porque no les conozco la historia de entrenamiento. Y cuando vienen a la selección están una semana conmigo. En caso de torneos un poco más. El entrenamiento es un proceso,

“La alta intensidad, la velocidad y la potencia son aspectos decisivos en nuestro perfil de futbolista para la selección. En lo que refiere a la parte física. Porque por supuesto que lo principal es el futbolista, su riqueza técnica, su capacidad de adaptación táctica. Pero dentro del área física, esas tres cosas están muy por encima de otras que se consideraban antiguamente como la altura o la fuerza cuando te decían ‘mirá que es grandote’ o ‘no sabés cómo mete pata ahí en el medio’”.

no podés hacer un entrenamiento si no sabés cómo viene cada jugador. Mientras que en un equipo vos sabés la periodización, el proceso del entrenamiento, en qué período van, si vienen de una semana de carga... Acá me tengo que preocupar de saber la historia competitiva de cada uno de ellos. Sé los minutos que

¿El contacto es siempre con el jugador o también con los cuerpos técnicos de los clubes? Ha habido algunos pero no siempre. Es más difícil con los cuerpos técnicos, a no ser que sea un cuerpo técnico conocido. ¿Como con el profesor Óscar Ortega del Atlético Madrid? A Ortega lo conozco. Somos amigos desde hace muchos años. No habría dificultad. Pero, por ejemplo, previo a las Copas América, a los mundiales les mando un trabajo para hacer seis semanas antes. Porque considero que a fin de temporada, que es cuando tenemos los torneos más importantes para nosotros, el jugador ya viene con una temporada arriba y con una dinámica en la carga del entrenamiento que ha ido bajando. Se ocupan más por el mantenimiento de la forma para jugar el domingo. Pero no en seguir edificando o sosteniendo esa forma porque se termina la temporada y ellos quieren el máximo rendimiento ahí, lo que pase después no les importa. El temor nuestro es que el jugador se nos caiga después del fin de temporada que es cuando lo agarramos. Entonces le planteamos algunos trabajos para mantener la forma deportiva en dos pilares: los trabajos aeróbicos y los de fuerza. Por supuesto que le decimos que se lo planteen a los cuerpos técnicos para que ellos les den el aval de realizar ese complemento. Sería poco ético que yo les mandara de acá un trabajo cuando ellos están jugando semana a semana partidos importantes.

les planteo. Y otros que sí, que lo hagan. Algunos no los pueden hacer porque están jugando domingo-miércoles-domingo sucesivamente y es imposible meter algún tipo de entrenamiento de los que les mando. Y con algunos, por ejemplo Diego Forlán, que además tienen preparador físico propio ¿Habla con ellos? No. Lo hablo con el jugador para saber qué hicieron. Con Diego teníamos una comunicación permanente y sabía lo que había hecho. Generalmente eran trabajos complementarios. Cuando se superponían los trabajos, por ejemplo, coincidían los trabajos de fuerza, yo le decía que no los hiciera acá. ¿Es común que los jugadores tengan su propio preparador físico o son casos excepcionales? No. Lo que tienen ahora son algunos profes que los siguen en trabajos de recuperación o complementarios. Por ejemplo, hay algunos que tienen historia de lesiones, de operaciones, y tienen que hacer rutinas de tonificación permanentemente. Y en la dinámica de la preparación de un equipo se les puede dedicar poco tiempo cuando ellos necesitan más. Pero no es lo más habitual. En general, los que tienen una rutina los hacemos venir antes del entrenamiento para que la hagan acá. ¿Hay diferencias en la preparación física según las características genéticas del jugador? No. La preparación física específica para el fútbol es la misma. Ahora con las comunicaciones se ha globalizado la preparación, se sabe lo que se está haciendo en todos lados. En algunos lados trabajan más lo que es la fuerza. En Brasil le ponen una especial atención, por ejemplo. En otros lados lo dejan a criterio del jugador. En Europa, sobre todo los clubes que han seguido al Barcelona, están haciendo lo que se conoce como “periodización táctica” que hace hincapié en el trabajo de situaciones de juego.

Una extensa trayectoria, desde el Departamento Deportivo de AEBU a la selección nacional. (Foto: AC)

Entonces, ¿también influye la idiosincrasia de los países? Claro. En Colombia, por ejemplo, se trabaja mucho con situaciones de juego. No existe la preparación física sin pelota. En España, está esta movida de la periodización táctica pero hay algunos que se alinean a eso en forma radicalizada. Es decir, como que es lo único que existe. Y no. Hay tantos métodos de entrenamiento como preparadores físicos. Y todos son válidos. Coincido en un montón de cosas con la periodización táctica y en otras no. Por ejemplo, en el hecho de no tener una sistematización de los trabajos de fuerza no estoy de acuerdo. Yo considero que tiene que haberla, por previsión, por preparación. Mencionó que ahora se ha globalizado la preparación física, ¿por qué entonces a los equipos uruguayos les cuesta tanto la doble competencia? Creo que es por nuestra posición

geográfica. Estamos lejos de todo. Si fuera una doble competencia en que los partidos internacionales fueran en Argentina o en el sur de Brasil... Pero acá cada vez que tenemos que salir de visita son cinco horas a Perú; ni qué hablar Ecuador o Colombia que prácticamente te lleva un día entero. Eso es igual para todos los clubes de Sudamérica… Y les ha de costar también. Y me podrás decir “pero ahora los colombianos están en semifinales y son de Medellín”. Pero les tiene que costar también porque en esto no hay magia. Los tiempos de preparación, hoy por hoy, son en todos lados igual. Empezás la pretemporada y a los quince días estás jugando un torneo internacional. En el resto del mundo se juegan en promedio cincuenta partidos. El Barcelona salió campeón de Europa y

¿Tuvo algún entredicho con los cuerpos técnicos por estos ejercicios? No. He tenido distintos tipos de respuesta. Me ha pasado que algún profe le ha dicho que no “porque el entrenador quiere que estemos bien el domingo” y no quieren meterle ningún tipo de carga durante la semana. Otros me han dicho que ellos siguen trabajando en esos aspectos que 7


PROFE HERRERA

Pero a costa de rotar mucho el plantel en el ámbito local, y cuando no lo hizo vinieron las lesiones. Es cierto, coincidieron algunas lesiones últimamente. Ahora lo vemos en Nacional, pero en todos lados hay lesiones por la carga de la doble competencia. Inclusive en Europa. Basta mirar a los grandes equipos que tienen planteles riquísimos, con todos jugadores de selección –no sólo los once titulares–, y todos tienen jugadores lesionados. Hablaba de que el jugador uruguayo no se ahorra nada en ningún partido. A nivel juvenil nos ha pasado de que hemos hecho primeras fases de campeonatos muy buenas pero el rendimiento merma en las etapas finales. ¿Tiene que ver con ese desgaste? El futbolista se va adaptando a la densidad

“Yo les digo a los jugadores que ellos tienen que tener una comunicación permanente conmigo porque no les conozco la historia de entrenamiento. Y cuando vienen a la selección están una semana conmigo. En caso de torneos un poco más. El entrenamiento es un proceso, no podés hacer un entrenamiento si no sabés cómo viene cada jugador”.

del partido pero en el fútbol uruguayo, en la interna, se juega muy poco. Vivimos del período de preparación. Tenemos uno a mitad de año y otro a fin de año. En todos lados nos duplican el número de partidos y jugar seguido requiere acostumbramiento.

El futbolista juvenil juega aún menos que el mayor porque tiene menos competencia. Y menos competencia significativa, es decir, partidos internacionales o partidos importantes. Acá los futbolistas juveniles, sacando los que están en la selección que juegan partidos internacionales, ¿cuántos partidos importantes juegan en el año? Incluso pasa con los cuadros grandes: Los partidos importantes son casi exclusivamente cuando juegan entre ellos. En los demás partidos se van acostumbrando a un ritmo de juego, de exigencia. Uno se exige en la medida que lo necesita. Uno no regala nada. Y si al futbolista le alcanza con ganar no se va a exigir más. Eso va poniéndole un techo, un límite, al rendimiento. En los últimos años se ve mayor prevalencia de lo físico, se están extinguiendo los creadores de juego que jugaban casi parados. Creo que el fútbol cambió mucho. Es más intenso, más veloz. ¿Fue a raíz de un cambio en la preparación física? En parte fue la preparación física. Pero también ahora se juega con mucha intensidad.

Da la impresión de que se corre más ahora que antes. No. La media se mantiene entre los diezdoce kilómetros por partido que eran los mismos que corrían hace veinte años. La diferencia está en las carreras de alta intensidad, en el ritmo. Las carreras de alta intensidad han aumentado y se juega a mucha más velocidad. Pero el fútbol se está jugando así. Cambió el ritmo con el que se juega y se tiene que entrenar de esa forma. Ahora se marca muchísimo más. La selección uruguaya se caracteriza por un juego de gran despliegue físico, intenso, de presión, a diferencia de otros equipos que tienen mayor posesión. ¿Cambia la preparación de acuerdo a cómo juegue el equipo? En el fútbol mundial hay dos valencias principales: la velocidad y la potencia. Y cada vez tienen más predominio. No digo que jugadores que no sean veloces, potentes o resistentes a la alta intensidad no puedan jugar al fútbol porque hay muchos talentosos que lo hacen. Pero cada vez les va a costar más. La alta intensidad, la velocidad y la potencia son aspectos decisivos en nuestro perfil de futbolista para la selección, en lo que refiere a la parte física. Porque por supuesto que lo principal es el futbolista, su

riqueza técnica, su capacidad de adaptación táctica. Pero dentro del área física, esas tres cosas están muy por encima de otras que se consideraban antiguamente como la altura o la fuerza cuando te decían “mirá que es grandote” o “no sabés cómo mete pata ahí en el medio”. ¿Qué papel juega la tecnología en la preparación física? Hay dos aspectos. Uno es el seguimiento que hacemos en competencia. Durante los partidos evaluamos las carreras de alta intensidad de los jugadores. Son un parámetro del nivel de la forma física en que se encuentran. Que el jugador empiece a perder forma no significa que de los doce kilómetros que corría, corre diez u ocho. Sino que de los tres que corría a alta intensidad, ahora está corriendo menos. Puede que siga corriendo los doce pero en vez de correr tres a alta intensidad está corriendo 1.500 metros. Controlamos eso porque nos da una idea del estado del jugador en ese momento y del estado de forma para el siguiente partido. Porque en las Eliminatorias tenemos dos partidos en pocos días. Otro aspecto: aparte del seguimiento de las carreras de alta intensidad que hacemos partido a partido, los que hacen

los reportes nos dicen en los entretiempos cómo está corriendo cada jugador. Es decir, si un jugador tiene una media de tres mil metros –porque ya tenemos una historia de seguimiento– y en el entretiempo nos dicen que ya se comió dos mil, tenemos que abrir los ojos. Es un dato que tenemos que avisarle al entrenador: “Mirá que tal jugador posiblemente en el segundo tiempo se nos quede”. O capaz que está en un estado de forma en que supera su promedio o haga un récord propio. Pero es un elemento de información a tener en cuenta.

ALTA INTENSIDAD

de la Liga en 2014-2015 casi sin rotar el plantel, mientras que acá parece que si juegan dos semanas seguidas de doble competencia ya tienen que elegir pelear por el torneo internacional o el local. Creo que el jugador uruguayo no puede ahorrarse ningún partido. Tiene que jugar y dejar el resto en cada partido. A Nacional en esta oportunidad lo vi sortear muy bien la doble competencia.

¿De dónde obtienen esa información? Nos la dan en un reporte unos profes argentinos que vienen para los partidos. Es importante para ese partido pero también para el siguiente. Porque podemos saber si está corriendo dentro de su media o mucho menos y posiblemente para el próximo partido por eliminatoria a los cinco días esté en un declive físico. Ahora con los GPS también tenemos la posibilidad de saber esos datos en los entrenamientos y nos ayuda a manejar la carga de trabajo. Si planteamos un trabajo y vemos que nos pasamos un poquito, al día siguiente podemos regularlo. _Federico Zugarramurdi

“El pan mío de todos los días” ¿Cómo es la relación con Tabárez después de tantos años trabajando juntos? ¿Se limita sólo a lo profesional? Hace 35 años que trabajamos juntos. Hay una gran afinidad personal, de afecto, de muchos años. Conozco a su familia y él a la mía. Yo era soltero cuando lo conocí y ahora tengo más de treinta años de casado y tres hijos. Pasaron cosas que son importantes en la vida de una persona y de las que hemos sido testigo uno del otro a pesar de que no nos vemos nunca fuera de lo que es el ámbito de trabajo, o muy pocas veces.

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¿Que los dos fueran docentes ayudó en algo al trabajar juntos? Sí. Porque en lo que es la conducción del grupo manejamos los mismos criterios: tratar de convencer y no imponer, el respeto hacia el jugador o hacia el educando. Hemos coincidido en esos valores de docente.

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¿Se limita a asesorarlo sólo en la parte física o también opina sobre aspectos tácticos? En la parte táctica no. Pero le doy toda mi opinión sobre cómo veo al jugador, cómo está mentalmente. En eso tengo absoluta libertad y me ha permitido, quizás, sentirme realizado. Porque todos tenemos un futbolista dentro y nos gusta el fútbol por encima de lo que es la preparación física en particular. Vivo del fútbol pero también me gusta mirar fútbol. Vivo mirando fútbol. No por interés profesional sino de disfrute, de recreación. Con Washington tengo esa libertad de opinar y de decirle lo que me parece. Por supuesto que generalmente no me da pelota [risas].

Durante el año, cuando no se entrena la selección o hay competencias, ¿qué hacen? Siempre que hay una selección juvenil trabajando en el complejo estamos acá supervisando e intercambiando opiniones con los cuerpos técnicos. Estamos acá, en la convivencia diaria. Prácticamente no tenemos un período en que no nos veamos porque estamos siempre acá. En enero cuando no hay sudamericanos sub 20 –una vez cada dos años– es cuando hay un período en que está cerrado el complejo porque no viene nadie. Pero generalmente siempre hay actividad acá. Mirando a futuro, ¿se imaginan cuándo o cómo va a terminar este proceso? ¿Manejan algún plazo? Me lo han preguntado y siempre digo que estamos apuntando al Mundial de Rusia. Y estamos enfocados en clasificar al Mundial. Después de eso no lo tengo claro. Ya llevo más de treinta años en el fútbol profesional, ya tengo sesenta años… Pero por ahora sólo pienso hasta el 2018. Después veremos cómo estoy. ¿Tiene ganas de hacer otra cosa? No. Otra cosa no. Me gusta esto. Me gusta estar en la cancha. Inclusive sufro cuando estamos acá haciendo otro tipo de actividades con los juveniles, mirando, supervisando. Me gusta estar dentro de la cancha y pensar el próximo entrenamiento. En cómo me fue en el de hoy. Ese es el pan mío de todos los días.

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ARQUEOLOGÍA FUTBOLERA

Misterio

Ilustración: Rodrigo López

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Hace un tiempo que no se ven. El encuentro, aunque casual, brinda la oportunidad de ponerse al día. Al menos en titulares. –¿En qué andás? –Y… en la vuelta, como siempre. –¿Estás yendo al fútbol? –Cuando puedo, si es en el Franzini, voy. –Este sábado jugamos contra Wanderers. Si querés, podemos ir juntos, así charlamos con calma. –¡Uy! El sábado justo no puedo, tengo que dar unas clases… –¿En el liceo? –No, estoy dando unos talleres de escritura allá en la calle Verdi, frente al cementerio del Buceo; un lugar precioso, con teatro, varios salones con aire acondicionado, rampas y baños para discapacitados: el club Misterio. –Camiseta amarilla, vivos rojos, short negro… Antes, la cancha que –junto con la de Misiones– era de las pocas con habilitación oficial a las que podíamos acceder, quedaba a la derecha, cuando doblás por Verdi, paralela a la calle Propios, donde ahora están todas esas viviendas. Los

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vestuarios eran un ranchito con techo de lata, pero cuando podíamos jugar en ella, para nosotros era todo un acontecimiento. Una vez ganamos un partido increíble ahí. Yo jugaba en el club Simón Bolívar, que estaba en la calle Simón Bolívar y Palmar. En aquel tiempo, algunos cuadros de barrio que no estaban en ninguna liga, durante la semana, buscaban contrario para el sábado o el domingo. Era por el placer de jugar. Incluso, a veces, a falta de otro, se repetía el rival. No recuerdo contra quién fue, pero sí que era uno de los equipos más fuertes y mejor armados de la época. La noche anterior había llovido y la cancha estaba pesada. Ellos eran muy superiores en el juego. Todos tipos con unos físicos espléndidos y muy buena técnica, pero pesados. De entrada se nos vinieron en malón y nosotros aguantábamos como podíamos. Pero igual, antes de terminar el primer tiempo, se pusieron dos a cero. Parecía que iba a terminar en goleada. No me acuerdo bien cómo descontamos. Lo que sí no

me olvidaré jamás es lo que vino después. Nos tenían “embotellados”, como se decía antes, y nosotros mordíamos y echábamos el resto en cada jugada. Era carga tras carga, pero no podían entrarnos. En uno de esos ataques, justo robo una pelota y se la tiro larga a Romeo –mi amigo que hace años vive en Perú y da clases en varias universidades de Lima–, que en aquel tiempo era un flaco livianito y veloz. Picó y dejó atrás a los defensas. Gol. Ese día andaba clarito, las acertó todas. El tercero fue muy parecido. Un contragolpe mortal. Mando un pelotazo y Romeo les gana la espalda a los zagueros, que quedan empantanados en el barro. Tres a dos. Dimos el batacazo. Nadie podía creerlo. * Se despiden. El periodista continúa su ruta. Va pensando en el misterio de la memoria y sus extraños senderos. _Luis Morales

Talleres de Fútbol en la Colonia Berro. Colectivo nadacrecealasombra y futbolistas de Miramar Misiones. (Foto: Alessandro Maradei)

El fútbol es la excusa Ricardo se sube las medias por encima del vaquero. Se ajusta la gorra y mira al horizonte. El horizonte son cuadras y cuadras de campo, callecitas descolgadas del mapa. Entre el ojo y el horizonte hay una reja, sobre la reja un alambre de púas, casi inalcanzable. En las esquinas del predio se erigen los monumentos de la vigilancia. Las luces lo denuncian todo, los pastos se cortan al ras o se peinan a lo bruto, para que nadie, nadie, se escape. El escape es una ilusión, una máquina mental. La máquina mental es a veces el escape, pero es también la enfermedad. La fuga nunca es una nota musical. Cristian pide un short prestado porque el suyo está mojado, hace días que llueve, pero hoy el sol nos guiña una tarde que se presta para el juego. El juego, como el hambre y la escuela, son las necesidades básicas para el desarrollo. El barrio es la cuna. La esquina, el lugar donde se ama, se peca, se llora y se curte. Pablo se acomoda la ropa, la panza se mece pero la técnica es la misma de siempre. Sus dieciséis años le han enseñado, entre otras cosas, a hacer un amague. Yo soy el que sigue de largo. Elbio dice que no va a jugar pero termina poniéndose el chaleco rojo y patea para mi cuadro. Es callado. La vida lo tiene callado. La pelota le cae en los pies y la patea, sonríe

por lo bajo, saluda por lo bajo, vive por lo bajo. Alexis derrocha su energía por todo el campo de juego. Corre, se tropieza, cae, se levanta, grita, la pide. Y cuando alguien la pide lo mejor es dársela. Miguel se para en el fondo con la sobriedad de los zagueros de antes, Ángel en el arco, con la remera colgando del travesaño y la culpa que va de palo a palo. No hay tiempo para protestas. Si apenas se va, siga siga, si el pelotazo es exagerado, habrá que meterse entre las chircas. Jhonny ocupa el otro arco, Gabriel le dejó su lugar porque quiere ir un rato de nueve. ¿Cuánto hay de sano en un adolescente que quiere jugar de nueve? El partido se brinda. La vida dura lo que dura el juego. Creo que al fin se define por un gol o por penales. El partido lo ganamos todos. La vida vuelve a la cabeza, el sudor se enfría en la espalda. Hasta un raspón delata la intensidad. El barro en los championes es la piel que no nos deja huir. El viento sopla, vuela el poncho del Diablo. Álvaro tiene que darle de comer a los chanchos, Franco deberá terminar con la cocina. Robert sudará su eterna camiseta del Barza, pero después tendrá que hacer los deberes para el liceo. Yo me iré al afuera. Saldré del adentro. Del encierro. Me encontraré con mi barrio, mi perro y las dinámicas

problemáticas del cotidiano. La vida es un cuaderno de matemáticas que siempre da error. El error es a veces lo más lindo que nos ha pasado. O lo más terrible. ¿Cuánto nos educan sobre el error? ¿Cuánto sobre el éxito y el fracaso? Este hombre que ahora escribe, que tuvo la oportunidad de comer todos los días de su vida, de ir a la escuela y al liceo, de ser besado por una madre, tapado por una frazada, este hombre privilegiado se acurruca en las palabras porque no le queda otra. Los futbolistas de Miramar Misiones ya no serán los mismos futbolistas de siempre. Hay partidos que, cuando se habla de experiencia, no se cuentan nunca, pero son puntos de oro al final del campeonato. Un entrenamiento que poco tiene que ver con lo táctico, lo técnico es el abrazo, la complicidad, lo físico es correr, correr y correr. La risa es pájaro en mano. La muerte, un ciento volar. El colectivo NADACRECEALASOMBRA se repartirá por los barrios montevideanos, con el alma más adolescente y el corazón en carne viva. Gonzalo divulgará lo que siente el grupo al final de la jornada. El grupo acotará lo que el portavoz defiende, y se preparará para el próximo juego, el lunes siguiente, en la canchita de la Colonia Berro. _Agustín Lucas 11


Sebastián Fernández sin etiquetas

En su papel Trata de escaparle al rótulo pegado en la frente que tanto vende, de demostrar por qué hoy vale a pesar de haberlo demostrado ayer, y de seguir por el camino que cree correcto aunque las cosas no estén saliendo del todo bien. Así es el delantero tricolor que sueña con volver a la selección.

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Se crió en una calle cerrada de Punta Gorda con más libertad de la que pueden tener hoy sus tres hijos en Pocitos. La mamá –Mariela– era azafata de Pluna, “me acuerdo que traía a casa las bandejas de comida de los vuelos”. Pero renunció para cuidar a la prole; papá Antonio –Noni–

“Hay muchos muchachos a quienes se les termina el fútbol de un día para el otro y están viviendo al día, entonces tienen que salir a trabajar. Salís con 31 años, como yo, te piden el CV y decís que jugaste en Miramar, Defensor y Nacional. ‘¿Y dónde trabajaste ocho horas?’. La realidad de los que hicieron mucha plata o

¿Al final lo alivió que no lo hubiera puesto el técnico? No me alivió. Pero fue el Loco quien entró e hizo algo histórico para la selección. Ese quinto penal era sólo para él.

tuvieron más suerte la

¿Le hubieran temblado las piernas? Seguro, pero a él también le deben de haber temblado.

del 95 por ciento de los

Aquella proeza en Sudáfrica la vivió desde afuera de la cancha. “Aprendés a perderle el miedo, a convivir con el hecho de que en un equipo son 25 o 30 y sólo juegan 11”. Tal vez algo similar a lo que sucede en una convivencia de cinco hermanos, sobre todo si sos el tercer varón y estás bien en el medio.

sabemos todos, pero esa otra realidad también es parte del fútbol; y es la jugadores”. pasaba tres o cuatro días a la semana fuera de Montevideo trabajando en el campo. “Mi vieja estaba en todas”, recuerda. Una foto que muestra a Sebastián anticipándose a soplar las velitas en el cumpleaños número cuatro de un amiguito de la Scuola Italiana, donde estudió desde

los tres años hasta terminar el liceo, predijo su destino. Y no le quedó otra que empezar baby fútbol en el Carrasco Lawn Tennis. Probó con la raqueta un rato –deporte que hay, deporte que juega–, pero cuando tenía edad para arrancar a competir, la guardó. El fútbol le gustaba, sí, había jugado hasta en la selección del Lawn que se mide en la Liga Universitaria e incluso había quedado fichado en Miramar Misiones. Sin embargo, su plan A era convertirse en profesor de educación física. Un revés no calculado en el examen de ingreso del ISEF terminó sentándolo en una silla de Ciencias Políticas por un año. Ni él sabe por qué. “Son cosas que hacés a los 17 años”. El más grande del clan Fernández vio en el deporte más popular una profesión para su hermano, algo de lo que al propio Sebastián le costaba percatarse. Le insistió tanto que siguió con los dos proyectos, tarde o temprano alguno terminaría imponiéndose; y a esta altura ya todos sabemos cuál fue. ¿Terminó el ISEF? No. Fui tres años, que no es lo mismo que estudiar tres años. Tenía asistencia obligatoria a todas las materias; ya había empezado a jugar en el fútbol profesional y no fui capaz de congeniar las dos cosas. La verdad es que sólo me dejó amigos. No me gustó el trato que tuvieron los profesores conmigo. No me ayudaron en nada; es más, me la complicaron bastante. ¿Por ser jugador de fútbol? Sí. La visión de la gente con respecto al jugador de fútbol cambió mucho después del Mundial de Sudáfrica. Se valorizó esta carrera, ganó prestigio; pero a mí me tocó empezar antes. Cuando contaba que jugaba en la tercera división de Miramar me decían que estaba perdiendo el tiempo. “Dejá eso, no vas a llegar a ningún lado, te estás equivocando”. Capaz que tenían razón porque si me iba mal eran años perdidos, pero en esa época lo sufrí bastante.

Foto: Andrés Cribari

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Desde el banco de suplentes el fútbol se ve injusto. Los únicos que no lo sienten así son los once que están del otro lado de la línea. Pero Sebastián estaba convencido de que ese 2 de julio de 2010 en Johannesburgo le tocaba, que entraría en el segundo tiempo contra Ghana. El partido iba 1-1, ni cerca estaba Luis Suárez de sacar con la mano aquella pelota de gol de los africanos, tampoco Asamoah Gyan de estrellarla en el penal contra el palo; y menos aún Sebastián Abreu de picarla. De hecho, el Loco estaba sentado a su lado, tan ansioso como él por jugar aunque fuera un rato. En el minuto 75, Tabárez le dio la chance al 13, el más experimentado. El que la mira desde ese asiento duda y se reprocha. Aunque esta vez Papelito –ahora le gusta el apodo que le adjudicó el relator argentino Walter Nelson– estaba más furioso que otra cosa. Es calentón de chiquito, admite. Igual, como la procesión va por dentro y como el tiempo lo ayudó a controlar las emociones, se tragó la bronca. “Pensaba que tenía que entrar yo, pero la verdad es que el Maestro tenía razón, nadie más que vos podía hacer eso, yo seguro que no podía”, le dijo a Abreu en la sobremesa de la cena post-hazaña.

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SebASTIÁn FeRnÁndeZ

Al primer entrenamiento del club cebrita, el botija cayó en bicicleta luciendo muy suelto de cuerpo un short de Nacional, club para el que juega hoy en día. “Lo usaba siempre”, excusa número uno. “Si hubiera ido con el de Central Español sí era un drama”, excusa número dos. Ese día pasó desapercibido –el día, no el short–; aunque tiempo después, Sebastián Olalde, uno de los muchachos de la Primera, le dio dos pantalones de Miramar y le sugirió darle de baja al tricolor. “Igual, nadie te podía decir algo porque el club no te daba absolutamente nada, entonces cada uno iba con lo que tenía o con lo que podía”. Entrenaba con pibes que no tenían para comprar un short pero a veces tampoco para comer, algo que nunca le sucedió. ¿Cómo lo vivía? Siempre me sentí un afortunado por el lugar donde me tocó crecer; no sólo por tener para comer sino por mi familia en sí. Y me he preguntado muchas veces esto de la suerte de nacer en un lugar u otro, y la verdad es que no tiene explicación. Además, no soy un tipo que busque las diferencias, porque al final somos todos iguales. A todos nos interesa lo mismo, vengas de donde vengas, lo que querés es que los tuyos estén bien. ¿Qué lo sorprendió al pasar del Lawn Tennis a Miramar? Miramar es fútbol profesional; hay otra competitividad, porque estás disputando un puesto con un compañero que te puede quitar la posibilidad de un sueño. En la liga también se puede enojar tu suplente, pero de otra manera.

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Porque quizás no es su sueño de vida. Capaz que sí es su sueño, pero no lo ve como una realidad. Cuando ya estás en un lugar donde el sueño se puede hacer posible, es otra cosa; no es lo mismo que soñar. Soñar, soñamos todos.

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Para Sebastián, el sueño se volvió real recién en Defensor. Dejó el ISEF y entendió que su vida iba por este otro lado. Y vaya si le salió bien la jugada que con la viola festejó por partida doble: ganó el Apertura, y a pesar de escaparse el Clausura logró el campeonato uruguayo en la final contra Peñarol. Primer destino: Argentina. Eso decía el pasaje, y hacia allí se embarcó. Acá enfrente, en el club Banfield de Buenos Aires, pero él lo vivió como si hubiera cruzado el océano. “Me costó pila; no tenía la cabeza preparada. En Defensor me había ido muy bien: hacía cinco años que jugaba en Primera y, quieras que no, ya tenía un nombre, un lugar, un reconocimiento. Cuando llegué a Argentina, era menos que un juvenil. Nadie sabía quién era, ni dónde había jugado. Además, los argentinos nos

dicen ‘uru’ a todos los uruguayos, y eso me molestaba. Incluso había otro uruguayo, Martín Rodríguez, y lo llamaban igual. Son cambios que vienen todos juntos: te vas a vivir solo, estás en otro país, nadie te reconoce lo que hiciste y no te llaman ni siquiera por tu nombre. Me costó unos seis meses, que no jugué nada bien”, repasa. ¿Qué extrañaba más? No sé, pero había algo con lo que no me sentía cómodo, y me hacía dudar de todo. Sabía que era mi carrera, que la había elegido y estaba contento por ese lado, pero cuando no jugaba me preguntaba “¿qué mierda hago acá?”. El fútbol tiene mucho de eso, de tener que esperar, y siempre que estás afuera se te pasa lo mismo por la cabeza “¿por qué no me voy para mi casa, si acá estoy perdiendo el tiempo?”. Te preparás toda la semana para entrar el domingo y no jugás, te preparás otra semana y tampoco, entonces enseguida viene la pregunta.

“En el fútbol estás más acostumbrado a perder que a ganar; es lo que toca casi siempre. Pero perder en un equipo grande es más complicado: no sólo se hace más difícil el día a día sino también creer en lo que estás haciendo. Porque muchas veces lo que hacés está bien, pero influye la suerte, los momentos; hay muchas cosas que no tienen explicación en el fútbol, y justamente es lo que hacen que sea tan apasionante”.

¿Qué pregunta surge cuando llega una lesión? Al elegir esta carrera sabés que hay momentos en los que tu cuerpo no te va a responder, pero es distinto a estar en el banco. Ahí es tu cuerpo el que dice que no podés estar en la cancha y que te enfoques en la recuperación. No sentís eso de “¿qué estoy haciendo acá?”. Lo sabés: te estás recuperando para volver a jugar. He tenido bastante suerte con las lesiones –toco madera–. Aunque sufrí una fuerte, me rompí los ligamentos cruzados en el Rayo Vallecano.

Sin embargo tuvo varios pases frustrados por culpa de lesiones, ¿es así? Sí, eso fue un tiempo antes, en Defensor. En un partido se me cayó un jugador arriba de la rodilla y tuve un traumatismo medio grave. En dos semanas volví a jugar, tenía una molestia, pero me hicieron estudios y no me encontraron nada. Al ganar el Apertura, me salió un pase al Morelia de México. Fui, firmé contrato y a los cuatro días me dijeron que tenía los cruzados rotos, que me volviera para Uruguay. A los dos meses, salió otra posibilidad en el Groningen. Teníamos una gira con la selección uruguaya, jugamos dos partidos amistosos, me quedé en Holanda para firmar contrato y después volver a jugar la final contra Peñarol por el campeonato uruguayo. Llegué allá y lo mismo: los cruzados rotos. Pensé que en México me habían engañado; pero en Holanda me convencí, no podían estar mintiendo los dos. Son momentos de muchas dudas, porque la gente te empieza a decir que te operes, que nunca te vas a poder ir de Uruguay, y yo por otro lado pensaba “¿por qué me voy a operar si estoy corriendo bien, me acaban de citar a la selección?”, “¿cómo me voy a perder seis meses dentro de una cancha si puedo jugar?”. Estaba dando pasito por pasito, me habían convocado a la selección, tenía pensado irme a México o a Europa, a ligas más competitivas, y seguir subiendo la escalerita. Cuando te tiran abajo la escalera es difícil. ¿Se operó? No, me negué. Soy muy terco. Me dieron a préstamo a Banfield y después el club argentino compró el pase. Terminé saliendo campeón con Banfield. ¿Es lo mismo salir campeón en un equipo chico que en uno grande? No, es muy distinto. Porque en el grande es una obligación y en el chico, una hazaña. La obligación de ganar hace que el disfrute de haberlo logrado sea más un alivio; cuando conseguís algo con un equipo que no lo espera, hay ganancia por todos lados. ¿Qué pasa cuando a pesar de ser una obligación no se logra? En el fútbol estás más acostumbrado a perder que a ganar; es lo que toca casi siempre. Pero perder en un equipo grande es más complicado: no sólo se hace más difícil el día a día sino también creer en lo que estás haciendo. Porque muchas veces lo que hacés está bien, pero influye la suerte, los momentos; hay muchas cosas que no tienen explicación en el fútbol, y justamente es lo que hacen que sea tan apasionante.

Sebastián Fernández tiene “sueños grandes”: ganar un torneo internacional con Nacional y volver a la selección uruguaya. “No sé si los voy a lograr, pero me dan la fuerza que necesito cuando dudo de todo lo que hago”, afirma. (Foto: Leonidas Martínez)

tuvimos la mala suerte de perder contra Boca en la definición por penales; si hubiéramos ganado, hoy seguiría siendo nuestro entrenador –ahora asumió la conducción Martín Lasarte–. Hay otras cosas que juegan: el carisma que tenés con la gente, el momento en el que llegás al club, si está esperando a alguien como vos o no, si sos una figura de nivel internacional como Diego. En la previa venía a romper todo y a ser el mejor; es una expectativa y una carga muy pesada de sostener. El fútbol no es una sola persona: son 25 jugadores, es un club, es el entorno que se genera. Además Peñarol tenía más presión por la inauguración de su estadio. Si fuera tan fácil, nunca le errarías.

¿Lo que hizo antes no cuenta? Te lo reconocen después, al retirarte. Es así el deporte en general. Hoy tenés que jugar mejor que ayer, tenés que demostrar por qué tu lugar es dentro de la cancha ese día, no importa cómo lo hayas hecho el anterior. ¿El hincha le pide mucho al jugador? Sí, pero es lo que tiene que hacer. Es lo que yo haría si estuviera del otro lado. ¿Alguna vez padeció una hinchada? Cuando vine a Nacional lo que más me costó fue tener a la crítica dentro de casa. Hasta ese momento nunca me había tocado vivirlo, porque no eran hinchas del equipo donde yo jugaba; entonces

si perdíamos era “ya está, vamos arriba, hablemos de otra cosa”. Pero cuando estás rodeado de hinchas de Nacional, y tenés alguno que otro de Peñarol en la vuelta –su hermano Mauro, su tío paterno y primos–, el partido sigue en casa. Ante una derrota, ahora es “¿qué pasó?”, “¿y por qué no anda tal jugador?”. El periplo que arrancó en Argentina continuó en España. En Málaga primero y luego en el Rayo Vallecano. ¿Diferencias? Bastantes. Sobre todo en cómo vive el fútbol la gente de cada lugar. “En Argentina tenés que atacar todo el tiempo, no importa si hay una pared, vos tenés que ir para adelante, chocarte contra esa pared, y que

¿Y tan ingrato? Me viene a la cabeza Diego Forlán, que vino a Peñarol, salió campeón y se fue pidiéndole perdón a la hinchada. Es ingrato. Gustavo Munúa se fue porque 15


¿Le hubiera gustado quedarse más tiempo en España? No sé. En realidad me quería venir. Pasé muy bien en el Rayo, pero me tiraba mucho más mi gente y jugar en Nacional. ¿Se resigna plata para jugar en el club de sus amores? Yo en lo personal resigné. Una vez en Uruguay, tuve mejores ofrecimientos que Nacional, pero en realidad estoy donde quiero. Y ganando muy bien en comparación con los sueldos de todo el mundo; no me quejo. Siento que este es mi lugar, entonces no me hace diferencia ganar un poco más o un poco menos. Hablando de diferencia económica, ¿es clave en una carrera corta como la del futbolista? Sí. Hay muchos muchachos a quienes se les termina el fútbol de un día para el otro y están viviendo al día, entonces tienen que salir a trabajar. Salís con 31 años, como yo, te piden el CV y decís que jugaste en Miramar, Defensor y Nacional. “¿Y dónde trabajaste ocho horas?”. La realidad de los que hicieron mucha plata o tuvieron más suerte la sabemos todos, pero esa otra realidad también es parte del fútbol; y es la del 95 por ciento de los jugadores. ¿Qué espera de esta etapa de la carrera? Me siento bien y tengo sueños grandes. Ganar un premio internacional con Nacional es uno de los grandes objetivos de mi carrera, y el otro es volver a la selección. No sé si los voy a lograr, pero me dan la fuerza que necesito cuando dudo de todo lo que hago.

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“La visión de la gente con respecto al jugador de fútbol cambió mucho después del Mundial de Sudáfrica. Se valorizó esta carrera, ganó prestigio; pero a mí me tocó empezar antes”. (Foto: LM)

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la gente vea que te chocaste. En España es al revés. Si vas por un lado, frenás la pelota, pisás para atrás y la cambiás para el otro lado, el estadio te aplaude. En Argentina, tenés a cuatro marcándote, te das vuelta, tocás para atrás y fiuuuuu [silba]. En Uruguay se intenta encontrar un equilibrio, buscás el arco rival pero no tenés la exigencia de tanta gente. Salvo en Nacional o Peñarol, en los demás equipos jugás muy tranquilo con esa presión, y eso hace una diferencia grande en cómo se juega al fútbol”.

Él lo experimentó en el Rayo, cuadro peculiar de Madrid por donde se lo mire. “Está en un barrio obrero de Madrid, el equipo es muy pobre dentro de la liga española; está al lado de equipos poderosos y ricos. Al tener un cuadro humilde, está muy metido en el barrio. La gente es de ahí, entonces lo siente muy propio. En esa cancha hay un aura distinta que en el resto. Allí aplauden una derrota; también está la crítica pero en ellos está metido eso de que son “el Rayito”. Se identifica mucho con su

la tele un rato, después la apago, prendo la lamparita y leo”, advierte. En estos momentos, en la mesa de luz del cuarto que comparte con su esposa desde los 25 años, hay varios libros, entre ellos Mi primera juventud, una autobiografía de Churchill; La tregua, de Primo Levi; y Un hombre enamorado, de Karl Ove Knausgard. De acá, Mario Levrero está entre sus favoritos, y Gustavo Escanlar lo ha entretenido mucho, por citar sólo un par. ¿Se los regalan? ¿Los compra? Voy mucho a las librerías. De hecho, vengo de tomar un café en Escaramuza, es preciosa. También voy pila a una chiquita que se llama Las Hortensias, que está sobre la calle Chucarro; es la librería del barrio. Incluso hace un par de años, con Agustín Lucas, un amigazo con quien debutamos juntos en la primera de Miramar, estuvimos buscando lugares para abrir una. Es una idea que tiene mi vieja desde hace muchos años. Por una cosa u otra finalmente lo pospusimos, pero es algo que está ahí, que me gustaría. Al que lo ubica por el fútbol, tal vez le extrañe verlo seguido por los reductos literarios. “Como si fuera contradictorio”, suelta. Incluso en una época lo avergonzaban los rótulos tales como El intelectual del fútbol. “¿Porque leo un libro en la cama soy un intelectual?”, cuestiona. “También hablan de la supuesta ventaja que tengo sobre el resto de los jugadores; absolutamente ninguna. Me gusta leer un libro como mirar la tele o como ir al cine. Sí sé que tengo una suerte bárbara por la familia en la que me tocó nacer, pero no por leer un libro”. Con pasos tímidos Sebastián se anima a colocarse en la otra vereda, la del que

De titular jugó dos partidos y entró como suplente en dos del mundial en Sudáfrica, ¿siente que se quedó corto en la selección? Sí, claro. El fútbol es así, y la vida también. No podés hacer todo lo que soñás. Estoy orgulloso de lo que logré; y lo que no, no me pesa. Pero me quedan muchas cosas por hacer.

“De barrio” se titula el cuento que lleva su firma y, en palabras del periodista argentino Diego Fucks, hace una descripción “tan exacta y tan maravillosa del barrio, del viejo maestro que entregó su vida por los pibes/ botijas”. La del descubridor de talentos que da todo de sí para hacer que esos chiquilines cumplan su sueño.

que más me costó fue tener a la crítica dentro de casa. Hasta ese momento nunca me había tocado vivirlo, porque no eran hinchas del

¿Es un personaje real el protagonista del cuento? Sí. Es Mario Lanza, un entrenador que tuve en el Lawn Tennis cuando era juvenil. Fuera de mi familia, fue la persona que más influyó en mi vida. En todas las decisiones que tomo, él siempre está cerca de mí. Falleció hace unos años. No sé si lo escribí a modo de homenaje, pero me marcó mucho.

equipo donde yo jugaba; entonces si perdíamos era ‘ya está, vamos arriba, hablemos de otra cosa’. Pero cuando estás rodeado de hinchas de Nacional, y tenés alguno que otro de Peñarol en la vuelta, el partido sigue en casa”. escribe; la que lo expone más de lo que quisiera, pero que a la vez le tira por alguna razón que aún le cuesta identificar. “Cuando falleció el pelado [Carlos] De Castro –en un accidente automovilístico en Venezuela el año pasado–, me salió hacerle una carta, se la mandé a Agustín para que la leyera y la publicó en Pordecirlago. com”. Y a pesar de lo expuesto que se siente en este rol, quizás tanto como en el de jugador, se volvió a animar. Esta vez para Pelota de papel, libro escrito por futbolistas y directores técnicos de la talla de Pablo Aimar, Javier Mascherano, Sebastián Domínguez, Fernando Cavenaghi, Jorge Sampaoli y Jorge Cazulo.

¿Se siente cómodo en la piel de escritor? Por más que no sea placer lo que siento cuando escribo, porque es difícil, porque soy muy exigente conmigo y porque me da un poco de vergüenza, cada tanto lo hago, hay algo que me lleva hacia eso. Tampoco me gusta el hecho de tener un nombre como jugador, escribir algo y que sólo se lea por el nombre del jugador. Se me genera una disyuntiva. Pero igual voy a seguir. Él siempre sigue. Con la sonrisa como aliada, con la seguridad que sólo su familia puede darle puertas adentro, cuando simplemente es Sebastián, y convencido de lo que le prometió el año pasado un profe tricolor. “El fútbol es noble. Al fin de cuentas te va a pagar todo tu esfuerzo. No importa si es hoy, mañana o pasado, pero te lo va a devolver”, le dijo. Por eso duerme tranquilo. _Carla Rizzotto

CENTENARIO FÚTBOL 5 CORDÓN

La otra pasión La heredó de su mamá y su abuela Eda, maestra ella. Para Sebastián, la lectura no tiene otro objetivo más que el disfrute. En verdad también lo desenchufa; por eso durante un buen tiempo le escapó a las tramas sobre fútbol, recién ahora se les anima. No conoce la sensación de abstinencia a la lectura. “No paso tiempo sin leer. Si me acuesto a la hora de la siesta y no leo, no me duermo. Lo mismo me pasa de noche. Soy de tener libros en la mesita de luz, siempre. Por más que mire

“Cuando vine a Nacional lo

SebASTIÁn FeRnÁndeZ

realidad humilde y trabajadora, donde les cuesta más que a cualquiera. Tienen eso muy metido en su vida y en el equipo.

DEPORTE Y RECREACIÓN

Reservas: 2 480 1733 - 091 050 023 Uruguay 1998 esquina República centenariofútbolcinco

• 2 canchas de fútbol 5 cerradas • Parrillero • Salón de eventos y cumpleaños • Vestuarios • Gimnasio • Servicio de cantina 17


Del Calderón al Tróccoli

Un madrileño en el Cerro Asistir al rito social que rodea y hace al fútbol es una experiencia clave para acercarse a la idiosincrasia de un país. En el frenesí de la tribuna transitan pasiones, lenguajes y, en definitiva, la identidad genuina de un pueblo o de un barrio. Para un extranjero como yo no deja de ser una experiencia que ayuda a combatir en cierta forma el

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Foto: Leonidas Martínez

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sentimiento de desarraigo que conlleva la experiencia migratoria.

No soy el primero ni el último madrileño que pisa el Tróccoli; sin embargo, no deja de resultar una cuestión anecdótica debido a los contrastes que surgen para una persona acostumbrada hasta ahora a seguir la segunda liga más cara del mundo. De hecho, cuando relaté mi experiencia a algunos amigos y compañeros, no faltaron los chistes ni las alusiones al supuesto peligro que corrí, echando mano de los clásicos prejuicios sociales que existen sobre este barrio montevideano. Naturalmente, ninguna de estas personas pisó nunca el Tróccoli. Sin embargo, mi experiencia no pudo ser más grata. En el Cerro pude ver a pequeña escala la pasión cuasi religiosa que mueve el fútbol en una de sus dimensiones más auténticas. Pura identidad de centenares de personas volcada sobre la cancha, sin excusas ni pretensiones de juego espectáculo. Fútbol desnudo, sin adornos. Sólo sentimiento, pasión y liturgia futbolera. Mi única experiencia previa en este barrio fue como turista siete años atrás, cuando vine de vacaciones a Uruguay con la que hoy es mi mujer. Entre mis recuerdos únicamente quedó la soberbia vista de la bahía montevideana que se divisa desde la fortaleza, y la estatua homenaje al inmigrante, situada en la plaza homónima, que guardé en mi mente como uno de los principales rasgos identitarios de este país.

Por entonces aún no concebía ni el germen de un proyecto de vida a este lado del Atlántico. Sin embargo, la conexión Madrid - Tróccoli ya existía, pues mi cuñado Daniel es acérrimo seguidor albiceleste. Me instalé en el barrio Sur de Montevideo hace algo más de un año y medio huyendo junto a mi mujer, uruguaya, de los efectos de la que se conoce como la peor crisis capitalista de la historia. Ambos somos hinchas del Atlético de Madrid, un club cuyo último ascenso ha estado capitaneado siempre por un Diego uruguayo, primero fue Forlán y después Godín. De hecho, muchos han encontrado parecidos en términos futbolísticos entre el juego de este club y el estilo y la garra charrúa, no sin falta de razón según mi criterio, ya que al F.C. Barcelona o al Real Madrid no se los vence sólo con técnica precisamente. Esta cuestión hace que las características del fútbol uruguayo no deje de generar en mí cierta filia inexplicable. Identidad (albi)celeste El primer partido que fui a ver al Tróccoli fue un encuentro entre Cerro y Juventud de Las Piedras, más tarde seguí a los villeros hasta las canchas de Bella Vista y de Wanderers. Este no fue mi primer contacto con el fútbol uruguayo, ya que durante mi primer año aquí varios amigos me habían invitado al Estadio Centenario a ver a 19


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En Uruguay asistir al fútbol es más accesible económicamente que en España y los futbolistas son más terrenales, no están investidos de esa aura cuasi celestial que les otorga la industria mediática y publicitaria europea. (Foto: LM)

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Peñarol. Mis experiencias en el Centenario habían sido bastante gratas, aunque no precisamente por el despliegue técnico y la calidad del fútbol que vi. No obstante, el hecho de que la desigual industria del fútbol global arrebate al país más futbolero del mundo sus mejores talentos, hace que en Uruguay resalte más intensamente la parte ritual que rodea a los encuentros por encima del juego mismo, al menos para el observador foráneo. El culto pagano que rodea a este deporte se realiza aquí con una idiosincrasia especial que nunca vi en España. Así, me di cuenta de que en Uruguay tenía la posibilidad de apreciar el rito social futbolístico más puro y desnudo, ya que es la devoción por el cuadro y la ceremonia social ligada a él lo único que mueve al hincha a ir al estadio. “El fútbol uruguayo es horrible”, suelen decirme muchos aficionados que van cada domingo a alentar al club de sus amores y a “putear” a aquellos que lo vulneran, desde el árbitro, al rival, o a determinados elementos que consideran disfuncionales dentro del propio plantel o del cuerpo técnico. Mi expedición al Cerro surgió como una invitación espontánea por parte de mi cuñado unas horas antes de que comenzase a rodar el balón, esto ya de entrada supuso un contraste con la forma en la que vivía el fútbol en mi país. Normalmente, debido a cuestiones como el elevado precio de las entradas (70 euros de media, alrededor de 2.400 pesos uruguayos), acudir a los templos futbolísticos españoles de primera división suele suponer una actividad en cierto modo extraordinaria que conlleva, cuanto menos, un mínimo de planificación. Hay que elegir el día en que los precios de las entradas están más accesibles y así comprarlas tiempo antes

En cualquier país asistir al rito social futbolístico es clave para acercarse a su idiosincrasia, dado el significado simbólico que tiene este deporte y todas las pasiones y aspiraciones sociales que somatiza. Así, en las canchas uruguayas encuentro una valiosa información que me llega por diferentes canales, muchas veces de forma inconsciente, que de alguna forma afianza mi integración a este país.

de que se agoten a ese coste. Esto hace que el grueso de futboleros españoles vivan su pasión mayoritariamente desde el sofá de su casa o desde el bar. Sin embargo, en Uruguay puede decirse que este deporte está más impregnado de cotidianidad, ya que está al alcance de cualquier trabajador. Aquí la separación entre jugadores e hinchada es menor. Los futbolistas son más terrenales, no están investidos de esa aura cuasi celestial que les otorga la industria mediática y publicitaria europea. Son El Seba, Tito, gurises cotidianos que ofrecen un espejo de clase sin distorsiones para su

Parecidos lejanos Cuando trato de comparar a Cerro con algún equipo de mi país, no puedo evitar pensar en el Rayo Vallecano. Con las evidentes diferencias sociales e históricas que separan a ambos clubes y a los barrios que les dan nombre, entre ambas realidades encuentro ciertos aspectos compartidos. Uno es la fuerte tradición obrera que los caracteriza, y la identidad ligada a ello que sus vecinos han desarrollado. Sobre ambos pesa un estigma eminentemente clasista, fruto de la lumpenproletarización de algunas de sus zonas debido a los efectos excluyentes derivados del sistema económico imperante y de sus crisis asociadas, que han marcado en diferente forma a España y a Uruguay. En ambos casos, este factor de alguna forma ha terminado siendo adoptado como parte de la identidad del barrio. En el caso de Vallecas, la hinchada lo ha hecho suyo expresándolo en los cánticos de la barra brava del club. “¡Vallecanos, yonquis y gitanos!” es una frase que suele repetirse para referirse despectivamente a este barrio madrileño, que paradójicamente cantan los Bukaneros (la barra brava rayista) durante los partidos. Esto suele provocar cierto desconcierto en la hinchada rival, que muchas veces no sabe bien cómo responder. Tanto en Vallecas como en el Cerro lo que se entiende comúnmente como “buen fútbol” resulta irrelevante. Únicamente es la liturgia del ritual futbolístico, tamizada por la identidad barrial que el hincha vuelca sobre su club, lo que da valor al evento. En el caso del Cerro, el prejuicio social que cae sobre esta antigua villa es tal que muchos de mis conocidos no pudieron creer que hubiese visto el partido antes mencionado entre familias y parejas, con niños correteando alrededor. Creo que ir al Tróccoli supone para muchos adentrarse en un mar de pasta base y vino en caja, una gruta de hostilidad lumpen objeto de las peores pesadillas de la clase media moralista y “normal” que dirige su mirada hipócrita hacia este tipo de

barrios montevideanos desde la lejanía, con una mezcla de desprecio y temor. Esto no me excluye ya que, aun fiándome de mi cuñado, no podía evitar pensar en los hipotéticos riesgos que podía correr antes de entrar al estadio. Sin embargo, una vez dentro, los mitos y leyendas no tardaron en desvanecerse. Se ve que nuestra presencia tampoco pasó desapercibida para algunos hinchas habituales, ni tampoco la cuestión ligada al estatus social, ya que al terminar el encuentro, cuando nos dirigíamos hacia la salida, un veterano se acercó a mi compañera y la preguntó directamente si era de Nacional, naturalmente, ella no pudo responder que no.

El hecho de que una

El discreto encanto charrúa Muchos pensamientos surgen cuando una persona acostumbrada a la liga más cara del mundo se encuentra viendo un partido de este tipo. Para la mayoría de mis amigos y familiares españoles sería incomprensible esta experiencia, pues difícilmente identificarían los factores que hacen a tal encuentro un espectáculo digno de pagar por él. Sin embargo, algo hace que me sienta confortable en los encuentros de Cerro, aunque algunas partes de los 90 minutos se hagan pesadas y monótonas entre pelotazos hacia el cielo de un cuadro y de otro. Tal vez sea la costumbre del mate, que ameniza cualquier pasatiempo, o la espera inconsciente al momento de pedir la torta frita de la tarde, un modesto acontecimiento que acorta y divide el tiempo (concretamente, la torta frita del Tróccoli tiene una fama especial y merecida). O quizá sea simplemente observar las reacciones de la hinchada ante el juego, la creatividad del insulto que se lanza desde la tribuna hacia el césped, sabiendo en estas canchas chicas que su destinatario lo va a escuchar bien clarito. En este sentido, especial mérito tienen los líneas de este país, los cuales trabajan prácticamente recibiendo el aliento en la nuca de violentos enfervorizados

me hace pensar que

nación tan chica y con tan poca población haya cosechado tantos triunfos futbolísticos a nivel internacional, y que hace seis años no llegó a la final del campeonato mundial por las incuestionables barreras arbitrales, probablemente estoy en el país más futbolero del mundo.

que canalizan sus frustraciones sobre su familia y allegados. El hincha español tiene menos voz a nivel individual, sabe que sus inquietudes se diluirán en la inmensa distancia que lo separa del terreno de juego. En este sentido, observar cómo un espectador que hasta el momento ha estado relativamente plácido se levanta de su asiento para romper el silencio gritando en soledad “¡la concha de tu madre!”, “¡cagón!” o la joya de la corona: “¡orsái!” (off side) desde una distancia y un ángulo imposible para apreciarlo, supone para mí una atracción especialmente interesante. Evidentemente, no es que en España no se insulte ni se grite cualquier barbaridad, sino que probablemente me entusiasmen las particularidades propias del hincha uruguayo y su retórica rioplatense tanto en los disgustos como en las glorias. Pocas visiones más gratificantes hay que ver la expresión de un niño o una niña saliendo

del Tróccoli con la albiceleste, de la mano de sus padres, cuando su humilde equipo ha ganado. En cualquier país asistir al rito social futbolístico es clave para acercarse a su idiosincrasia, dado el significado simbólico que tiene este deporte y todas las pasiones y aspiraciones sociales que somatiza. Así, en las canchas uruguayas encuentro una valiosa información que me llega por diferentes canales, muchas veces de forma inconsciente, que de alguna forma afianza mi integración a este país. El hecho de que una nación tan chica y con tan poca población haya cosechado tantos triunfos futbolísticos a nivel internacional, y que hace seis años no llegó a la final del campeonato mundial por las incuestionables barreras arbitrales, me hace pensar que probablemente estoy en el país más futbolero del mundo. Sólo una población que piensa y habla en términos futbolísticos (hombres y mujeres por igual) puede cosechar tantos éxitos siendo tan chica en número. Por eso, vivir el fútbol cotidiano aquí, aunque sus mejores jugadores se desempeñen fuera, no deja de ser una experiencia enriquecedora, tanto por lo que veo en el campo de juego como en la tribuna. Aún no sigo con atención las vueltas del campeonato uruguayo, disfruto yendo a la cancha, sin más. Mi mente continúa presa del gran logro histórico que mi club madrileño no termina de culminar, y aún estoy encajando la última gran derrota de Milán. Durante la última temporada, Cerro y el “Atleti” corrieron unas trayectorias bastante parejas, los dos acariciaron el triunfo, pero terminaron por pinchar al final de sus respectivos campeonatos. De cara a la temporada que viene me enteré de que subió Rampla a primera división, así que ya espero que se publique el fixture para reservar el fin de semana en que tendrá lugar de nuevo el clásico de la Villa.

Del Calderón al Tróccoli

público. En este sentido, en el Tróccoli, como en otros escenarios más chicos que visité siguiendo a este club, me llamó especialmente la atención ver el fervor de una hinchada de primera división sobre estadios que en España son propios de equipos de segunda o incluso de tercera regional en el caso del José Nasazzi, y que únicamente son frecuentados por la familia y los amigos de los jugadores. Esto supone para mí un fuerte contraste que no puedo dejar de disfrutar, especialmente cuando tiene lugar alguna decisión arbitral con la que los villeros no están de acuerdo.

_Manuel González Ayestarán

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ENTRE LA MúSICA POPULAR URUGUAYA Y EL FúTBOL

sueltas, por eso la parte de investigación fue bastante virgen”. Mateo autor detiene la púa sobre el disco en algunas canciones. Lo hace, por ejemplo, con Uruguayos campeones. Tuvo tantos cambios en la letra que la curiosidad picó fuerte: decidió adentrarse en el asunto y tratar de contestar por qué se nombra a esos países. “La original habla de los rivales de la Copa América en Chile de 1926, pero luego se reformula en 1950. No le pregunté a Jaime [Roos] por qué le canta el Canario Luna, en su versión de 1989, a los japoneses, si Uruguay nunca los tuvo de rival. Supongo que será por esa anécdota de Obdulio Varela, que le decía así a los extranjeros. Entonces, voy compartiendo algunas ideas de lo que, a mi entender, puede haber pasado y ensayo algunas explicaciones posibles”. “Además, en la historia de Uruguayos campeones, que fue parte de un espectáculo de Carnaval del año 1927 de Los Patos Cabreros, era difícil encontrar un testimonio vivencial. La canción nació ahí. En la casa de mi padre me encontré con dos libros que luego le robé, de Hugo Alfaro, el padre de Milita –que también está citada en muchas ocasiones–, donde cuenta, en distintos momentos, su vivencia viendo a la murga –en el tablado Cidriz, en la esquina de Justicia y Lima–. Me crucé con eso sin querer y es un aporte notable. Ojalá hubiera una grabación”. Desde Vayan pelando las chauchas a Cielo de un solo color, el trayecto se hace a la velocidad de la flecha del tiempo y aparecen los autores, sus creaciones y las hazañas deportivas. Estas variables hilan un viaje que termina con la canción que Gerardo Dorado El Alemán le hizo al maestro Óscar

Dar la nota es gol –Dos licores de grappamiel –pide el autor apoyando las dos manos sobre el mostrador. –¿Con hielo? –pregunta el mozo que está de buzo gris de lana, detrás de la barra pero juega de volante. El autor es Mateo Magnone Hugo, fundador, letrista y segundo en una murga que “corre en chancletas”, conductor del recientemente estrenado programa radial El germinador, en Emisora del Sur, y columnista del veterano Deportivo Uruguay, de Radio Uruguay. En tardes de radio nos conocimos. El mozo-jugador de fútbol es Joaquín Noy, tiene a su espalda las botellas de vino y vermouth que vacía en sus turnos de cantinero a contra horario de sus turnos de corredor en pantalón corto. Un poco más arriba, en una percha azul, cuelga la camiseta blanca con franjas negras. El número seis está en rojo. Las cosas se mezclan en la cantina del Club Miramar Misiones. Es domingo, está húmedo y todo parece más domingo que nunca. Joaquín jugador le regala la camiseta a Mateo futbolero y me piden que les saque una foto, delante de un retrato de Carlos Gardel que lo mira todo. Hay una vitrina con copas, cuadros con fotos en blanco y negro de jugadores que visten las paredes, un grupo de diez hombres sentados en sillas rojas que espera la señal de largada para el ensayo de la murga. No se me ocurriría preguntar cómo Mateo escribió este libro, entonces pregunto ¿cómo Mateo no iba a escribir este libro?

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Hace apenas dos meses llevó a su hijo, Emilio, por primera vez a la cancha. Jugaban Miramar Misiones y Progreso en el Méndez Piana y era buena idea empezar por ahí. Mateo padre intentó transmitirle a su niño, de año y medio, algo que él vivió a los cinco, a unas cuadras de distancia, cruzando el Parque Batlle. Aquella tarde de 1991 en la que la familia se preparaba para el clásico entre Nacional y Peñarol, Mateo entró al Estadio Centenario por primera vez, de la mano de su padre, junto a su tío y su primo. Como todo gurí que debuta en cancha no vio el partido. Se entretuvo en otras cosas más interesantes en la tribuna Olímpica, así como hace sesenta días lo hizo Emilio en cancha chica. Vivir el fútbol es oler el pasto, entender el juego en ese gesto de estar presente en un encuentro que empieza y termina, y al mismo tiempo no empieza ni termina dentro de los muros de los estadios. Hay más fútbol en la historia de Mateo. Jugó en el baby en River Plate y luego en el UGAB, alentado por los primos. De adolescente, siguió a sus amigos en el fútbol sala de Basáñez y por ahí quedó aquel chiveo de pelota en los pies. Es hincha de Nacional y sufre las derrotas como un condenado. Quiere hacernos creer que las piensa, las medita, las dibuja, pero no. Sufre y cuando lo hace, guarda silencio. Hay más música en la historia de Mateo. Su apellido es canción conocida. Creció en una familia rodeado de partituras e instrumentos. Los más de seiscientos kilómetros que separan Montevideo de la casa del abuelo Magnone en Bella Unión, Artigas, donde tenía un aserradero, se viajaban a Lado A y Lado B de casete en el auto familiar. Entonces, sonaba Jaime Roos de pe a pa. Mateo tuvo demasiado tiempo y poco espacio para memorizar todas las letras. Aprendió

“Es muy utópico construir la historia del vínculo entre la música y el fútbol porque es muy abarcativo. Además, en este libro no abordo el tema de los himnos de los clubes, por ejemplo. Entonces opté por constituir historias desde distintos puntos de vista y en distintas etapas. No había libros sobre la temática, había notas sueltas, por eso la

contemporáneos es un dato irrelevante. Ya no desde el casete que sonaba en la ruta, Mateo autor se encontró con Jaime Roos para completar la información. Roos le contó que en Argentina ha sorprendido que no exista una canción a la selección como sentimiento detrás de la camiseta, tal como sucede por este lado del charco. “Hay una cuestión de reproducción, de fácil acceso a las personas para escuchar, porque las canciones más conocidas sobre Uruguay estuvieron en Carnaval o tienen música de murga. Eso hace que esté más cerca de la gente y se vuelva más popular. Argentina se comió, en línea textual, una temática enorme. Ahí somos distintos a ellos y, tal vez, nos podemos parecer más a Brasil en la región, que tiene más canto al fútbol, similar a lo que sucede en Uruguay. Pero similar no es lo mismo”. ¡Uruguay no má’! ***

parte de investigación fue bastante virgen”.

Washington Tabárez tras sus diez años en la conducción de la selección uruguaya, meses antes de que Mateo cerrara el libro. De los cuatro capítulos escritos, ‘El fútbol en sentido metafórico’, el segundo, es el que Mateo siente con mayor cercanía. En él aparecen los testimonios de Jaime Roos, Mauricio Ubal, Jorge Lazaroff, Leo Maslíah y Alfredo Zitarrosa. Estos artistas forman parte de su experiencia más visceral entre la música y el deporte. Que no hayan sido sus

Mateo murguista se incorpora al coro de Correla que va en chancletas, que hace rato empezó a despuntar cuartetas en el fondo de la cantina. Aparece Joaquín con dos cargas de agua caliente para estirar los mates de los que cantan. Llueve y la murga entona su retirada, la de 2011. “Cantar para resistir contra el olvido tengo siempre una canción. Cantar para compartir las emociones que alegra nuestro vivir”. _Patricia Pujol

T E O R Í A Y P R Á C T I C A PA R A LO S E N T R E N A M I E N T O S Uruguayos cantores: el fútbol en la música popular uruguaya. Historias sobre un vínculo profundo, de Mateo Magnone. Ediciones B, mayo 2016.

canto con Alejandra Goldfarb, un poco antes de saber hacer la moña de los cordones de sus zapatos. A los cuatro años cantó en el coro de Mariana Ingold y participó en la grabación del disco Kids. Suena extraño, ya sé, pero Mateo no fue un botija de tablado, aunque en su barrio natal, Peñarol, la Contrafarsa le quedaba a mano. Recién en la época de la adolescencia, por 2004, se enganchó con la murga joven. Hoy, Correla que va en chancletas –¿acaso una murga sin traje?– le consume gran parte de sus ganas y de su tiempo, y cuando canta, sabe que todo eso vale la pena. El libro Uruguayos cantores reúne a casi todos sus Mateos. Además, información documentada sobre el cancionero popular uruguayo y un recorrido en orden cronológico entre letras, testimonios, aproximaciones e interpretaciones del autor sobre algunos huecos y variaciones en las historias. “Es muy utópico construir la historia del vínculo entre la música y el fútbol porque es muy abarcativo. Además, en este libro no abordo el tema de los himnos de los clubes, por ejemplo. Entonces opté por constituir historias desde distintos puntos de vista y en distintas etapas. No había libros sobre la temática, había notas

Manual de Cinesiología Estructural

501 ejercicios de contraataque en fútbol

En esta obra se analizan a través de ejercicios simples, las articulaciones y los grandes grupos musculares del cuerpo. Este conocimiento constituye la base de los programas de ejercicios que deben aplicarse para reforzar la musculatura.

El entrenador Santiago Vázquez Folgueira, plantea de forma didáctica y progresiva ejercicios de contragolpe de lo individual a lo colectivo. La obra recoge ejemplos de situaciones de juego extraídas de distintas competiciones.

Editorial Paidotribo 23


Pablo Bengoechea, la vigencia de su inconfundible pegada

La clase del 10

Sentarse a hablar con el Profesor es volver el tiempo atrás en la máquina de la vida. Los recuerdos de su pique corto y el remate furioso al fondo de la red. El dorsal 10 que miles de niños y adolescentes querían tener él lo lleva tatuado en su espalda y hoy, con el buzo de DT y la misma forma de andar, es parte del campeón uruguayo. De eso, de la selección, de sus costumbres norteñas y su paso por el viejo continente habla Pablo Javier Bengoechea. Adelante, maestro.

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Entre el campo y la ciudad se crió el crack riverense. El aroma a porotos y la frontera con Brasil como fiel testigo de sus primeros pasos con la pelota le dio ese particular tranco, inconfundible en el transcurso del tiempo. En Oriental Atlético Club comenzó a acariciar el balón y la selección de Rivera lo tuvo como capitán para ser campeón del interior en la Copa Nacional de Selecciones. Uruguayo pero bien cerca de Santana creció lejos del centralismo montevideano. Su espejo era Paulo Roberto Falcao, ídolo en Río Grande y en el Inter de Porto Alegre. ¿Cómo era Parada Barón? El recuerdo que uno tiene es precioso. Con las costumbres del campo... te tiene que gustar, a mí me gustaba. Andaba con mi padre todo el día, cosa que también me encantaba. En el 71 ya estaba en Rivera,

hice jardinera en la ciudad y empecé primero. Mis padres por el 90 o 92 vendieron el campo. La crianza en Rivera, tan cerca de Santana y la frontera con Brasil y tan lejos de las “costumbres uruguayas”, ¿incidió en su manera de jugar al fútbol y de manejarse en la vida? Me costó un poco adaptarme a cómo jugaban en Montevideo, y que se adaptaran a mí tampoco fue fácil al comienzo. En Rivera siempre jugué de volante central y el Maestro (Óscar Washington Tabárez) lo primero que me dijo fue que iba a jugar suelto, delante de los volantes. Acá no se salía jugando en esa época, las canchas estaban muy feas y era pegarle para adelante. Esa lejanía se daba principalmente en aquella época en donde no había tanta comunicación. Yo siempre digo: el diario llegaba allá al mediodía. El cable cambió

el mundo, nosotros no veíamos ningún canal uruguayo. Las costumbres eran todas brasileras: para jugar al fútbol, para escuchar música. Y los de Rivera somos diferentes a los de Livramento, imaginate con respecto a Montevideo, es abismal. El brasilero busca la forma de juntarse con amigos, de un fútbol cinco, de un asado, juntarse en la piscina. Nosotros somos diferentes, vas creciendo y cada vez te juntás menos. Los riverenses acá, en Montevideo, están muy en contacto; los de Artigas también. Todo el interior es diferente a Montevideo; Rivera y Artigas son más especiales, no sé si por el calor, por la influencia de Brasil, por la música. Desde tan chico haber jugado en Oriental y después en la selección riverense –campeón en 1984– le debe haber dado buenas armas para convertirse en profesional. Sí. De ahí salimos una buena camada. Además fuimos campeones juveniles también.

Foto: Leonidas Martínez

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Una vida de frontera

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Se dice que hace buenas feijoadas, ¿qué aprendió de la cocina española? El tema de la comida era impresionante, los mariscos eran una novedad. Todas cosas que ni soñábamos que podíamos ver. Fuimos muy jóvenes con mi esposa y vivimos muchas cosas súper lindas. Yo jugaba al fútbol y después disfrutábamos juntos, paseábamos, hacíamos de todo.

Nervión y conoció las costumbres del sevillano a flor de piel. En esos cinco años disputó 158 partidos (134 por Liga Española, 21 por Copa del Rey y 2 en Copa UEFA) y marcó 31 goles, según consigna Pablo Bengoechea: la clase del Profesor, de Leonardo Haberkorn (2002). Anton Polster, Rinat Dassev, Iván Zamorano y Davor Zuker fueron algunos de los futbolistas con los que compartió vestuario en esa época.

Estuvo cinco años en España, ¿cómo es el sevillano? Sensacional, alegre a full. Es como dicen ellos: en el norte se trabaja y en Andalucía se vive. Obviamente que ellos trabajan también, pero disfrutan mucho la vida. Es una ciudad en donde el clima ayuda muchísimo, frío prácticamente no hace –por lo menos en aquella época–, llovía diez o doce veces al año. El andaluz sale de la casa permanentemente; desayuna en la calle, se trabajaba en horario cortado entonces antes de ir a almorzar iban de tapas, después la siesta, el cafecito en el bar y de nuevo a trabajar, y ya de noche cena afuera. Por lo menos en donde vivíamos nosotros era así: tapitas, cafecito y todo así.

Arribó a España con 22 años, le pasó todo muy rápido desde que jugaba en Rivera, llegó a Wanderers y pasó a Sevilla, ¿cómo se paró ante esa situación? Yo extrañaba Rivera, o sea que estando en Montevideo o en Sevilla me daba lo mismo, obvio que estaba mucho más lejos. Extrañé mucho Rivera cuando llegué a Montevideo porque todo me sorprendía, estábamos saliendo de la dictadura y no era sencillo. A Sevilla ya fui casado, o sea que estaba siempre acompañado, y llegué al mundo que siempre soñás: una ciudad linda, limpia, la gente tenía trabajo, no se quejaba, el estadio era enorme, te ibas a equipar y sobraba ropa; ahí me sentí jugador de fútbol.

Su carrera en Europa no le dio la posibilidad de ver el nacimiento de sus dos primeras hijas. Esos sacrificios no salen en los diarios. Claro, ellas nacieron en Rivera. Como se jugaba un partido en casa y otro afuera siempre estaba viajando. A Fanny la dejaban viajar a los seis meses y medio, así que se venía y en Rivera esperaba. A los catorce días lograba viajar, así que conocí a mis hijas con quince días. Nosotros siempre priorizamos la familia. Incluso en los viajes de trabajo que hice yéndome con [Sergio] Markarián a México, Chile y Perú, lo más importante pasó a ser el estudio de nuestras hijas, así que tanto ellas como mi esposa se quedaban. El fútbol como entrenador es importante,

Aprendí de Tabárez “la forma de ser ante la victoria y la derrota, el equilibrio, el elogio normal y la crítica normal para mejorar”. (Foto: LM)

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Yo sentía, de joven, que jugar por Rivera era lo máximo; era jugar un Mundial. En esos meses de enero y febrero éramos “populares”, era una fiesta.

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El portuñol es un idioma muy rico, ¿le costó cambiar la forma de hablar cuando vino a Wanderers? Nunca intenté cambiar mi forma de hablar. Obvio que tengo que hablar en español y no en portuñol, lo intento, a veces hay palabras que no me salen. Creo que ahora algo he mejorado, pero cuando llegué me trababa muchísimo. En Rivera, menos en las cuatro horas que iba a la escuela o en la UTU, todo lo demás era portuñol. De la puerta de mi casa para afuera, en la calle, todo portuñol. Cuando cruzábamos a Livramento había que hablar más en portugués o en español, porque nos entienden mejor incluso que cuando hablamos portuñol. ¿Había mucha pica? Impresionante. Después entre nosotros somos muy unidos; de Rivera hacia acá el de Livramento se suma, y nosotros nos sumamos a ellos cuando compiten en Río Grande del Sur. Sólo hay problema cuando juegan Uruguay y Brasil, después Rivera

“Hay que tener cuidado con la seguridad, hubo momentos en que a los jugadores les apuntaban con armas dentro de Los Aromos. Ellos me lo contaron y yo decidí que esa gente no entrara más, ¿cómo van a entrar a Los Aromos? En mi época de jugador nunca me había pasado, la diferencia es abismal”.

y Livramento es una ciudad sola, no hay inconveniente alguno. Europa, Europa Mundo nuevo. Vida nueva. Junto a Fanny se fueron a Sevilla y se codearon con el profesionalismo bien de cerca. Completó cinco temporadas en el club del barrio

pero más importante es que mis hijas estudien. ¿Qué diferencias hay entre el vestuario del Río de la Plata y el europeo? Yo cumplía el rol de recibir a los jugadores. Era extranjero pero como hablaba español tenía más contacto con mis compañeros; recibí a todos los extranjeros que llegaron después, salíamos, les mostraba la ciudad. Acá pasa lo mismo: el jugador va aprendiendo, el que ya vivió en el exterior y sabe que al comienzo puede ser difícil se prepara para recibir al que viene de afuera. Juguemos en el bosque En el Lobo jugó poco tiempo pero pudo demostrarle su pegada a los hinchas triperos, que lo vieron llegar

“He llegado a pensar que tenían tantas ganas de criticarme por mi etapa de jugador –cosa que no hacían mucho– que descargaron todo ahora. Hubo gente que estaba ensañada conmigo, todas las semanas era lo mismo: ‘si no gana el fin de semana lo echan’”. como un desconocido y se metió en la larga lista de orientales que vistió la camiseta de Gimnasia, con dieciséis partidos y cinco goles en el club del bosque platense. El paso por Gimnasia de La Plata fue corto si tomamos en cuenta lo extenso de su carrera, ¿cómo lo evalúa? Fueron tres meses: de setiembre a diciembre de 1992. Una ciudad universitaria, muchísima gente joven. Casi siempre los días libres los usábamos para viajar a Buenos Aires y conocer un poco. Pasamos muy bien porque estaban Gregorio [Pérez], Guillermo Sanguinetti, Hugo Romeo Guerra, José Montelongo; éramos un grupo de uruguayos que nos juntábamos siempre. El clásico con Estudiantes [le marcó un gol de penal] se vive como acá pero en una sola ciudad.

Es un club con mucha gente pero muy sufrido. Cuando llegué no sabía que era tan sufrido, después uno se va enterando que nunca le tocó salir campeón y al tener a Estudiantes ahí, que ganó todo lo que jugó, es difícil. Pero a todos los uruguayos les ha ido muy bien en Gimnasia; yo pasé espectacular. Gregorio estuvo dos meses, fue cesado, y yo me quise ir porque él me había llevado.

Pablo Bengoechea

Era un fútbol de primer nivel y anduvo muy bien. Cuando llegué había sólo dos extranjeros por equipo y éramos varios los uruguayos. Nos juntábamos siempre que podíamos. De los veinte equipos sólo dos no tenían extranjeros, el Real Sociedad y el Athletic Bilbao, o sea que en España en Primera División había sólo 36 extranjeros, y llegamos a estar Wilmar Cabrera, Amaro Nadal, José Luis Zalazar, Arsenio Luzardo, Eduardo Belza, Ruben Sosa, Miguel Bossio y Javier Zeoli. Éramos un montón, y el extranjero jugaba siempre.

El último romántico Sus pasos en nuestro fútbol comenzaron en el Montevideo Wanderers. El destino lo dejó en el Prado de Montevideo, donde se curtió, entre el Centro, el Parque Batlle y las canchas de la gloria. En su camino se cruzó el Maestro Tabárez y empezó a asomar el idilio y la receta del triunfo cuando Gregorio Elso Pérez lo tuvo por primera vez en el equipo bohemio. Esa primera vez con el de Gregorio Aznárez se repetiría en La Plata y en Peñarol. Y no les quedaría sueño por vengar. Llegó a Wanderers en 1985, ¿cómo fue esa primera llegada a la capital? Para mí fue horrible. Había venido una vez al estadio Centenario en la final de Nacional contra Inter de Porto Alegre. Vine con la hinchada de Livramento a ver a Inter, yo era fanático; estábamos en el mismo lugar que estaba la hinchada de Brasil en la Copa América 1995, debajo de la Torre de los Homenajes. Soy fanático de Inter, de Peñarol, de Falcao por la posición y de Fernando Morena porque fue el que me hizo de Peñarol; todos queríamos ser Morena cuando éramos chicos. A Peñarol lo escuchaba de noche, de día la señal de radio no llegaba. ¿Qué fue lo primero que hizo cuando pisó Montevideo? Me bajé en Turil y me subí a un taxi para ir al hotel Oxford –Paraguay y San José–, y ahí dije: ¿qué hago acá? Estaba incómodo totalmente, aparte soy medio tímido y vergonzoso. Me pasó a buscar Gonzalo Madrid para ir al Viera pero no sabía si quería estar acá, sufrí muchísimo. Extrañaba mucho, me salvaron los compañeros y el Maestro que me vivía hablando. Llegué el 11 de marzo y creo que recién en agosto o setiembre me sentí cómodo. En la revista Tres, en 1996, dijo: “El jugador ya se crea desde la categoría juvenil para ser campeón. En séptima 27


TEATRO VINTAGE

“Soy fanático de Inter, de Peñarol, de Falcao por la posición y de Fernando Morena porque fue el que me hizo de Peñarol; todos queríamos ser Morena cuando éramos chicos”, afirma Bengoechea. (Foto: AC)

no lo trabajan para que aprenda fundamentos, lo trabajan para que gane. Nuestro país, nuestra vida, es así. Se trabaja al jugador para que gane, no para que aprenda”, ¿hoy en día sigue siendo así? No estoy tan metido en los jóvenes como estaba en ese momento, pero la sensación que tengo es que sí. Ahora está la tabla

general, creo que eso aumentó aun. En el período que yo estuve en Peñarol esa tabla se perdió al final, pero muchas veces me pedían jugadores para Cuarta y Quinta. Creo que ahora hay más presión todavía. En Uruguay el que gana está conforme y el que no gana dice que el club trabaja para que los chicos aprendan y crezcan; todo el mundo acomoda el cuerpo.

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De celeste

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Por momentos recibió fuertes cuestionamientos en su pasaje por la selección pero fue determinante en dos títulos de Copa América y jugó un Mundial, ¿es difícil estar tan expuesto en un país tan futbolero? Más que nada fui cuestionado en la Copa América de 1995. Yo estaba acá en el fútbol uruguayo y el Pichón [Héctor] Núñez me ponía siempre. Actualmente creo que es más difícil para un jugador de Peñarol o Nacional ser protagonista en la selección; la selección hoy en día es otro club. En aquel momento estaba todo dividido: te silbaban los de Nacional si errabas un pase, el gol se gritaba sólo de un lado; por eso me alegra mucho el momento que está viviendo Uruguay. Hoy todo el estadio es de la selección, es otro público, y eso es muy bueno para el futbolista. En aquella copa del 95 yo jugué el primer partido –le ganamos 4-1 a Venezuela y participé de tres goles– y en el segundo partido no jugué. Fui muy criticado contra Venezuela y para mí había hecho un gran partido. Después jugué el tercer partido con México y la verdad es que fue de mis peores partidos, no sé ni cómo jugué. Desde ahí asumí el rol de que era suplente y cuando tuviera que entrar tenía que hacerlo bien. No entré ni en cuartos de final ni en la semi y en la final empezó el partido y el Pichón me dijo: “Mirá que vas a entrar”. Y tuve la suerte de hacer el gol. ¿Qué recuerda de aquellas épocas de concentración con Pichón Núñez? Un crack. A Pichón yo lo conocí en Madrid, en 1987, cuando hice escala para llegar a Sevilla. Un tipo muy gracioso, muy divertido, sensacional; le sacaba presión a todo. Claro, llevaba cuarenta años viviendo en España y llegó a un país donde estornudás y es un drama. ¿Cómo ve ahora a la selección con este proceso de diez años? Espectacular. Todos los uruguayos que salimos afuera estamos agradecidos. Cuando estaba en Perú me decían lo linda que era esta selección. Te dejan bien parado en todos lados, lo que lograron el Maestro y los jugadores es algo impensado para nuestro fútbol, para nuestro país. Es difícil lograr que la selección sea una isla.

Dos de sus principales mentores en Montevideo fueron Tabárez y Gregorio Pérez, ¿qué aprendió de ellos para la vida y el deporte? Traté de copiar ese estilo de vida. Escuchar lo que decían, te enseñaban a ser buen profesional. Uno captaba el valor que ambos le daban a la familia; muchas veces el Maestro nos llevaba a merendar a todos los jugadores a su casa y había un entorno familiar lindo. La forma de ser ante la victoria y la derrota, el equilibrio, el elogio normal y la crítica normal para mejorar. Tal vez esa manera de ser logró trasladarla, tanto en su época de futbolista como ahora en el rol de entrenador, para posicionarse ante los medios de comunicación, ¿eso fue trabajado? Me controlo mucho. Nunca vi a mi padre perder la elegancia y siempre me cuidé de que mis hijas no me vieran faltándole el respeto a alguien. Me cuidé en los clásicos de nunca perder la categoría, ganando o perdiendo. Cuando pasó lo de la pelea –año 2000– yo tenía claro que no podía pelear, era horrible lo que estaba pasando y nos llevaron presos a todos.

dio su salida, automáticamente Marcelo Zalayeta abandonó Peñarol. Él nunca volvió a decir una palabra. Con el Tony [Antonio Pacheco] somos amigos de toda la vida, con Marcelo no nos vemos nunca. Lo quiero un montón, yo lo vi llegar a Peñarol en 1997, pero desde que se fue a fin de ese año hasta 2015 no volví a estar con él en un vestuario. De lo que pasó hablo siempre para saber cómo se siente, fue lo que más me dolió. Yo le pedí que siguiera un semestre más para irse siendo campeón uruguayo y jugando la Libertadores; no pudo culminar la carrera como él quería. ¿Quiere hablar de lo que pasó o ya no tiene sentido? Me comunicaron que me echaban, hablé con la prensa y me fui a juntar las cosas. Mientras estaba ahí Marcelo llegó a mi habitación y me dijo que se iba. Le dije que me esperara en su cuarto así charlábamos, no quería que se fuera, era el capitán de ese equipo. Juntó sus cosas y se fue. ¿Entiende que esas actitudes jerarquizan la profesión? El jugador de fútbol muchas veces quiere hacer cosas y no puede. El tema es poder.

“Yo sentía, de joven, que jugar por Rivera era lo máximo; era jugar un Mundial. En esos meses de enero y febrero éramos ‘populares’, era una fiesta”. Él ya había anunciado que era su última temporada y me imagino que le pasaron cosas por la cabeza y la gota derramó el vaso. Cuando vos sos capitán de un equipo no te podés enterar por la prensa que echaron a tu técnico. Esas cosas no suceden, normalmente las cosas se hablan para sacar un club adelante. En mi época de capitán el presidente –José Pedro Damiani– hablaba todo con nosotros. El día anterior, de noche, leí en Twitter que Peñarol estaba reunido viendo si yo seguía o no. Ahí llamé al gerente –Juan Ahuntchain–, estaba en la casa; llamé a Walter Pereira – vicepresidente–, estaba en la casa; y llamé a Juan Pedro [Damiani], estaba en la casa. “Nada que ver”, “ningún problema”,

“vamos arriba”, fue lo que me dijeron. Al otro día, de mañana a las 11.30 me llamó Ahuntchain y me dijo que el presidente estaba enojado con el resultado del clásico pero que él era un hombre de proyectos, de procesos, así que me fui a Los Aromos y todo bien. Cuando llegué me comunicaron que no era más el técnico.

Pablo Bengoechea

¿En otros países no es así? Hay un método para ganar. Acá lo que ocurre muchas veces es que un jugador alto en Sexta juega siempre, y a lo mejor ese chico después no llega. Hay decisiones que se toman sólo para ganar, y yo digo que hay otros caminos para ganar.

Al dejar la dirección técnica dijo que los barra brava entraban a Los Aromos como si fuera su casa. Hay que tener cuidado con la seguridad, hubo momentos en que a los jugadores les apuntaban con armas dentro de Los Aromos. Ellos me lo contaron y yo decidí que esa gente no entrara más, ¿cómo van a entrar a Los Aromos? En mi época de jugador nunca me había pasado, la diferencia es abismal. ¿Qué era el contador Damiani para Peñarol? Un señor serio, que cumplía lo que decía y nos consultaba mucho. Cuando cometía algún error lo llamábamos y él entendía. Si pensaba que criticándonos nos iba a hacer rendir más era peor porque nos calentábamos. Fue creciendo junto a

MONTEVIDEO AL AIRE LIBRE

Gimnasios y juegos inclusivos en diferentes puntos de la ciudad

Gregorio lo llevó a todos lados a donde fue. Es un tipo que te contagia el esfuerzo máximo siempre. No hay nada que no puedas lograr con él. Claro que después hay cosas que no lográs, no pudimos ser campeones de una copa internacional, perdimos dos finales de Copa Conmebol que hoy serían tremendos logros. Con Gregorio salías a la cancha convencido de que ibas a ganar. No se ha abanderado con un partido político pero en varias ocasiones fue crítico con la realidad del país. Ahora estoy mucho más confundido que antes, que tenía más claro lo que quería para el país. Hoy estoy desorientado totalmente. Trato de estar al tanto de todo, me gusta, pero lo que veo me choca un poco. Dentro del plantel de Peñarol que dirigió había amigos suyos. Cuando se

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nosotros, teníamos una relación de ida y vuelta. Del Negro Tito, una institución dentro del club, no se habla mucho pero siempre está. Cuarenta años dentro de Peñarol. El Negro Tito es una persona difícil de conocer porque no habla. Vos llegás al estadio, estaciona el ómnibus y él está ahí, acompaña a todos hasta el vestuario. Él está ahí, si precisás café él está ahí, llega tu familia y él está en la puerta, está en todos lados. Servicial al máximo. Siempre está, nunca un comentario negativo sobre alguien, es el último en irse del vestuario. Sólo lo ves en el estadio, después nunca lo vi en Los Aromos, en un asado, y se lo ha invitado siempre.

Un gol que abrió la puerta a la definición por penales, en la que Bengoechea volvió a convertir, contribuyendo al penúltimo título obtenido por Uruguay.

una pegada De chiquilín le empezó a pegar a la pelota y se adueñó, ya como profesional, de los penales y tiros libres en cada equipo que jugó. Con el remate de larga y media distancia hizo escuela y sus goles aún se recuerdan cuando se menciona su apellido. ¿Cómo fue el proceso y la perfección de la pegada? Hice siempre mucha repetición, y no hay dudas de que dependiendo dónde estuviera la pelota y el arco, me paraba de determinada manera. Intentaba, según la posición de la pelota y el primer palo, formar un ángulo recto o lo iba abriendo hasta llegar a un ángulo obtuso. De niño tenía precisión, pero la fui perfeccionando con el pasar del tiempo. La clave es cómo uno se para, la distancia que tomó y en qué ángulo está. ¿En el momento del tiro libre pensaba todo eso? Estaba automatizado; siempre me fijaba mucho en la distancia de la barrera. Si la barrera estaba a la distancia que tenía que estar, le podía dar más fuerza a la pegada; si estaba muy cerca, el golpe tenía que ser más lento y se levantará más rápido.

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Siempre buscaba que el pincho de la pelota estuviera hacia adelante. Sí, pero por una costumbre de niño. En Rivera jugábamos descalzos y siempre el pincho lo ponía para adelante porque con aquellas pelotas dolía mucho el impacto en el pie. Fue una costumbre que agarré.

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¿Estudiaba a los goleros a la hora de pegarle a los tiros libres o penales? No. Siempre dependía del resultado del partido. Por ejemplo: hay penales que podés errar, por así decirlo, porque ya vas ganando, y ese intentaba que no fuera a la derecha del golero. Cuando el penal precisaba convertirlo, porque el partido estaba parejo, siempre tiraba a la derecha del golero. En los tiros libres intentaba que el golero no saliera de su palo ya que yo casi siempre tiraba por encima de la barrera. En los centros lo mismo que se hace siempre. Normalmente los equipos ponen un jugador que marca la corta y el ejecutante tiene que hacer que ese jugador no la saque, o sea: intentar pasarlo por arriba con la pelota y que caiga antes de que el golero salga, ahí normalmente hay un hueco que es donde la pelota tiene que caer: es la intención.

¿Cuál es el mejor recuerdo de Peñarol? La etapa de jugador es preciosa, lindísima. En esta última etapa como entrenador paso raya y me da todo lindo, positivo. Lo que más me preocupa es la relación con los futbolistas, que fue muy buena. Ser buen profesional, que cuando la gente va a Los Aromos, ya sean hinchas o periodistas, vean que está todo ordenado, que hay respeto, se entrena bien, se atiende a la prensa. Y después, claro, intentar ganar. El Clausura lo ganamos y después no alcanzó porque perdimos la final y en el nuevo campeonato lo único que había era el Apertura y se ganó. Soy exigente a la hora de jugar al fútbol y creo que tendríamos que haber ganado el campeonato jugando mejor, pero lo importante era ganarlo, jugar mejor y perder no es lo importante. ¿Por qué cree que fue tan criticado y no se midió con la misma vara al actual cuerpo técnico? No sé. He llegado a pensar que tenían tantas ganas de criticarme por mi etapa de jugador –cosa que no hacían mucho– que descargaron todo ahora. Hubo gente que estaba ensañada conmigo, todas las semanas era lo mismo: “Si no gana el fin de semana lo echan”. Un día mi hija puso un tuit que me hizo reír: “Si Bengoechea no gana el fin de semana lo echan no es noticia. Noticia sería que no dijeran eso”. ¿Y por qué se les pega tanto a los respetuosos y a los lobbistas no? Porque saben que uno no les va a contestar. Le pasó lo mismo al Flaco [Álvaro] Gutiérrez en Nacional, por ser educado, respetuoso, le caían. Él salió campeón y se fue y mucha gente estaba contenta; lo van a empezar a valorar ahora. _Juan Aldecoa 31


Plaza Colonia

Mucho más que un título

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No es nuevo: el deporte se transformó en un fenómeno sociocultural. Como en cualquier actividad de la vida, lo más importante es que tengan un sentido. El club coloniense rompió los boletos en la temporada pasada y estuvo en boca de todos. Nos pareció una cosa: salió campeón del Torneo Clausura y casi se lleva el máximo título del fútbol uruguayo. Nos pareció a simple vista, porque puertas adentro las historias para contar son interminables, a veces estimulantes, a veces trágicas. En aquel rincón del país hay mucho más que fútbol y fue necesario saberlo para aproximarse al significado de Plaza Colonia.

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Sobre el lado derecho, sentados en el medio de la tribuna locataria, están los tres. El mayor tiene pinta de abuelo. Viste un buzo beige, tiene la gorra bien puesta sobre las canas, la campera descansa en la falda, y mira a lo lejos, salvo cuando el más pequeño de ellos requiere su atención. El niño identifica la causa: camiseta de Plaza Colonia por encima de la campera y una bolsa de pop para pasar el rato. El restante, que parece tener en el entorno de cuarenta años, escribe en el celular vaya uno a saber qué cosa. Son las tres de la tarde de un domingo de otoño parecido al invierno. El estadio es el Alberto Suppici de la ciudad de Colonia. La fiesta inimaginable hasta hace bien poco los tiene ahí, dispuestos a vivirla, con ganas de contarla hasta la inmortalidad; eso que llamamos historia. Cómo contarla, desde dónde abordarla. Esa es la cuestión. Hay una parte que es conocida y es, precisamente, la que nos atañe. Plaza Colonia fue el campeón del Torneo Clausura 2016, primera vez que se consagra como el mejor de un campeonato en su era en la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF); peleó el título como mejor de la temporada contra Peñarol, y perdió; logró clasificarse para una copa internacional por primera vez en su vida. Pero la vivencia es única. Tanto el abuelo como el padre y el hijo construirán su relato con lo obtenido y con la experiencia previa. ¿Quién es quién? No importa ni importará, siempre y cuando sus relatos abran las puertas de la memoria. El abuelo tiene pinta de ser de esos tipos que te halagan con la amistad. O uno de cuatro o cincos veteranos que van al boliche el sábado al mediodía para brindar un par de copetines, invitar la vuelta y conversar, siempre conversar. Cuántas

veces le habrá tocado sentirse el espectador solitario de una cancha en penumbras no lo sé, pero que sabe en carne propia de las maduras y las podridas que le tocó a su club, las sabe. Por obvias razones de almanaque seguro que no vio todas las veces que Plaza Colonia salió campeón de la ciudad o departamental, pero sí lo vio y el grito significa lo mismo al paladar: obtener los máximos títulos a los que apuntaban sus posibilidades. También notó la cara del perdedor, masticó la bronca de los clásicos que marchó con Juventud, sintió hace poco, bien poco, cómo la vida de su club resultó difícil y pasó las horas más críticas que anteceden a no presentarse a jugar por problemas de guita; duro, como hablar del amor cuando no hay amor. Plaza Colonia nació el 22 de abril de 1917 a instancias de Alberto Supicci. profesor de Educación Física de profesión, uno de los primeros egresados en el país, Supicci, apoyado en la novel Comisión Nacional de Educación Física que José Batlle y Ordóñez oficializó en 1911, creó e inauguró la Plaza de Deportes Nº 1 de Colonia; de ahí el nombre del hoy club y por eso también los colores: el verde y el blanco de dicha comisión. Si bien hoy en día Plaza Colonia tiene su sede institucional en la avenida General Flores, pleno centro, aquella primera Plaza que inauguró Supicci estaba donde hoy está la Intendencia Municipal de Colonia, que era prácticamente el límite de la ciudad. Por definición lógica, Plaza se preocupó toda su historia de contar con la mayoría de deportes posibles. Fútbol, básquetbol, voleibol, natación, bochas, atletismo, boxeo, fútbol de salón, han sido y son su oferta social. Y hasta béisbol tuvo, cosa difícil de

imaginar en Uruguay. Así y todo la mayoría de sus simpatizantes son, por obvias razones de un país con mucho campito y pelota de cualquier tipo, gente de fútbol. Y si de la motivación social y del fútbol de Plaza Colonia hay que hablar, más en tiempos de AUF, hay un hombre ineludible: Milton Gonnet. Ingeniería y prospección Exceptuando niños y jóvenes, todos en Colonia saben quién fue Milton Gonnet –fallecido en 2009, el mismo día en que Uruguay empató 1-1 con Costa Rica en el estadio Centenario y clasificó al Mundial de Sudáfrica 2010–. Ingeniero de profesión, fue el más decidido impulsor para que Plaza abandonara la Organización del Fútbol del Interior (OFI) y pasara a integrar la AUF. Lo definen como un hombre que vivió para el club, un loco visionario con mucha fuerza de voluntad que se peleó con propios y extraños con tal de llevar a la institución hasta donde quería y como quería: sí, hacía lo que él quería. Es más: me lo pintan como un José Pedro Damiani o un José Luis Palma, pero elevado a la enésima potencia. Lo cierto fue que Gonnet vio en aquella licitación que largó la AUF para involucrar bajo su manto a clubes del interior del país una posibilidad de crecimiento. Perdió en los mostradores ante el Rocha Fútbol Club para jugar en Primera División, pero le habilitaron el premio consuelo de jugar en la Segunda División, la vieja B. Y para ahí fue; los convenció, se convencieron y para ahí marcharon. También es cierto que no todo fue tan fácil, sino lo contrario. A Plaza se le armó un lío bárbaro puertas adentro del departamento. El club fue acusado de

Como nunca antes para los simpatizantes de Plaza Colonia fue tan vigente la frase “fútbol: dinámica de lo impensado”, del inolvidable periodista argentino Dante Panzeri. (Foto: Pablo Cribari)

vendido, traidor y hasta de ser el culpable de querer liquidar el fútbol coloniense. Es inevitable: cuando se toman decisiones siempre quedarán tantos gratificados como disgustados. Como sea, las decisiones son dueñas del destino. El abuelo de la tribuna lo debe de haber vivido. Pasó de jugar clásicos a cancha llena con Juventud a viajar fecha por medio a Montevideo para jugar en otras canchas. Desde la vereda de enfrente, desde que Plaza se fue a la AUF Juventud ganó once años seguidos el título de la liga de Colonia. Lo que es más complejo de saber es dónde se paró el abuelo cuando Plaza le ofreció a Juventud hacer un equipo en conjunto para jugar en el profesionalismo. Parece simple, pero debe ser complejo juntarse con tu rival de todas las horas para, de buenas a primeras, ser uno solo e ir a pelear afuera. ¿Nacional y Peñarol se podrían juntar para ir a competir, por ejemplo, a la liga argentina o brasileña? En Colonia se vivió igual. Sabido es que no hubo acuerdo ni en los colores, ni en el hipotético nombre, ni en nada. Parece una simpleza hablar de eso. Si bien el abuelo y el hombre joven pueden discernir y reconocer que tuvieron, porque la vivieron, una razón de fondo que fue rival clásico de Juventud en todas las horas. Pero más allá de los esfuerzos orales por contar y mantener viva la memoria, apoyados seguramente en recuerdos fotográficos y

“Hay que crecer en socios, que esto se llene de chiquilines, queremos trabajar con personas con discapacidad o capacidades diferentes porque no hay en Colonia ningún gimnasio para hacer fútbol de salón para ciegos, básquet en silla de ruedas o que tenga una grúa para tener más acceso a la piscina. […] Hay que ser inteligentes para aprovechar el envión mediático del fútbol y tener un club más amplio, para la familia”.

recortes de diario, el niño que está en el medio de ambos, con su flamante camiseta de campeón del Clausura, no fue testigo generacional de lo sucedido. No que no la sepa ni se interese por esa parte de la historia, sino porque no es tangible para su corta

vida, porque nació ya con Plaza en la AUF y porque hoy en día, salvo en el fútbol infantil, Plaza y Juventud no se ven ni el pelo. Peor el de la generación del medio: si ni recuerda el título departamental de 1998, acumuló veinte años sin salir campeón. Tal vez festejó algún nacional de piscina abierta, se emocionó con Old Christians en los nacionales de fútbol de salón, vibró con alguna pelea de boxeo bien ganada, pero ganar una copa, un campeonato, como futbolero que es, nunca más. Y bien sabemos que los resultados mueven todo. El caso justo Entre el adentro y el afuera hay un ancho mar. Nada como representar aquel pasaje de jugar en la liga coloniense a hacerlo en la AUF con un jugador de fútbol que estuvo en ambos casos. Deben existir otros casos para contarla, pero siempre es preferible uno que la haya vivido en cuerpo, pensamiento y alma. Gustavo Díaz era un buen volante de Plaza Colonia. Hincha desde siempre, llegó al club a los catorce años luego de jugar al baby fútbol en el club de su barrio, el Otto Wolf. Hizo todas las categorías hasta que no jugo más. “Sólo jugué acá”, dice, y trata de abarcar toda la sede de Plaza señalando el aire con las dos manos. Gustavo se retiró a los 33, justo el año de la participación en la B profesional. 33


una selección con varios de los que habían salido campeones del interior en el 98-99. Sabíamos a lo que jugábamos, sabíamos nuestras limitaciones, teníamos jugadores que jugaban. Colonia siempre se caracterizó, y Plaza también, por jugar bien al fútbol. Siempre hubo algo de querer jugar mejor la pelota y no sacarla para cualquier lado. Pero no podíamos. Con jugadores que a nivel nacional eran totalmente desnivelantes en la B no podíamos pasar ni al más turro porque nos ganaban físicamente. Cuesta, hay un escalón que se nota. Lo mismo le pasó a Plaza cuando arrancó este año en la A. Eso en cuanto al fútbol. Pero en la cotidiana, ¿cómo fue, cómo se vivió esa marcha hacia al fútbol AUF? Hay gente de mi generación o un poco más grande que estaba reacia a aceptarlo. Lo veían así... yo qué sé. Hoy hay también, pero son menos y tampoco es que se te vengan a tirar encima, se la fuman, cambió un poco. Y están los que no: no les gusta el proyecto. También hay que ser sincero y si me hubiera tocado estar del otro lado, andá a saber cómo reaccionaba. Creo que diría “qué bueno” pero nada más. ¿Y ahora? Hay gente en la tribuna que simpatiza por otro equipo en el medio local, pero que a la vez hincha por Plaza en el Uruguayo. Hay de todo. Algún resentimiento o gente que no hincha, sin dudas que en la ciudad hay. Después lo demás me parece que no, que van a ver al equipo ganar. Y hay muchos que no desean el mal, quieren que gane, pero tampoco es que van a ir a una caravana. Por más que yo tenga mi forma de verlo, todas las posturas son entendibles.

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La tarde del festejo en Colonia: Alejandro Villoldo y Kevin Dawson levantan la copa. (Foto: PC)

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Es necesario entenderlo porque es un mojón determinante en la historia. Una cosa fue animarse a ir, otra fue ponerse las botas para llenárselas de tierra y gol. Y como buen agente social que es el fútbol, para los hinchas patas blancas significó un cambio de paradigma: los rivales serían otros. ¿Qué significó en lo personal pasar de una liga a otra? Fue una experiencia impresionante. En realidad seguimos siendo todos amateur porque todos trabajábamos. La idea de ese año fue pelear entrar a la A directamente, pero, ganó Rocha, Milton Gonnet quedó con la sangre en el ojo y quería jugar allá sí o sí. Plantearon la oportunidad a los

jugadores para hacerlo en la B. Dijimos que sí. Era una locura: practicábamos de noche, como se hace en el interior, porque todos trabajaban. Martes y jueves había doble horario. Yo no podía cumplir con todo el horario, entonces iba a las seis de la mañana, hacía toda la rutina, preparada con circuitos con pesas, pasadas y piques, y a las ocho me iba a trabajar. Hasta julio fue así y ahí nos empezaron a complicar los grandes fríos. El Apertura lo peleamos un poco, pero el Clausura fue imposible. ¿Por qué? Sentimos la diferencia de pasar de lo amateur a lo profesional, no hay vuelta. Teníamos buen cuadro, era prácticamente

En cuanto a los jugadores, y mucho más con los jóvenes, que un equipo de la ciudad juegue el Uruguayo y el resto no, se presta para la suspicacia de “se me van a ir” o, peor, “me van a robar los gurises”, ¿o no? Hubo muchos jugadores que se probaron en Plaza. Era la opción de subir el nivel. Fue todo un proceso. También Plaza perdió jugadores. Mirá que no era el mismo fervor de ahora. Más allá de que hoy en día ha mejorado muchísimo, siempre la institución quiso formar jugadores. Pasaron jugadores de Juventud sin ningún tipo de problema, por ejemplo. Las situaciones y el modo de tomárselas. En realidad, lo que realmente corta con la suspicacia (o debería cortar en los casos de todavía se hacen los osos) es lo que la FIFA ha dado en llamar el “pasaporte del jugador” más las cláusulas por formación y por solidaridad que determinan que todo club que haya

Plaza Colonia nació el 22 de abril de 1917 a instancias del profesor de educación física Alberto Supicci quien, apoyado en la Comisión Nacional de Educación Física, creó e inauguró la Plaza de Deportes Nº 1 de Colonia; de ahí el nombre del club y sus colores. (Foto: PC)

formado niños y jóvenes sigan cobran dinero según diversos mecanismos. Salvo mezquindad, es un argumento fuerte para “no cortarle la carrera a nadie”. Sin ir más lejos, el plantel de Plaza que terminó el torneo Uruguayo 2015/16 tenía jugadores de varios pagos y diversos clubes: Richard Fernández es de La Estanzuela, Brian Gonia, de Carmelo, Nicolás Guirin y Alejandro Villoldo, de Nueva Palmira, y Cristian Malán, de Nueva Helvecia, entre otros y por citar sólo los del interior del departamento de Colonia. Además, Plaza hizo campaña para que cada persona fuera a la cancha con sus camisetas y banderas, ya sean de Central, El General, Juventud, Peñarol o cualquier otro. La integración bien entendida es mucho mejor integración. Sentir la piel La sede de Plaza Colonia está en la avenida General Flores 272, pleno centro de una de las ciudades más turísticas del país. En menos de una hora de estar ahí adentro, entraron visitantes argentinos, brasileños y chilenos en busca de la camiseta del campeón, por obvias razones comparado con el Leicester City inglés, aunque ni cerca se esté. Vivir en el centro a Plaza le costó más de una marca. El adjetivo calificativo más abarcativo, sin ir más lejos, fue el

“Teníamos necesidades grandes. Y tanta necesidad nos llevó a agarrar cualquier cosa, porque en todo veíamos una salida, si se quiere hasta espiritual. Vinieron gerenciadores de todo tipo y lugares, mexicanos, argentinos, todos prometiendo cosas, hasta iban a hacer un complejo para que viniera a practicar el San Pablo. No resultó ninguna, por no decirte una barbaridad de algunas”. de pitucos. Es curioso como el paso del tiempo, las necesidades de urbanización y la demografía en alza tuvieron al club primero casi en las afueras de la ciudad –cuando la inauguración de la Plaza de Deportes– hasta ahora que prácticamente está encajado entre restaurantes para turistas que apenas si le

dejan ver la puerta de ingreso a la sede. A su vez, y hablando en plata, Plaza pasó de ser el del centro, el que no aparentaba problemas económicos y afrontaba sus participaciones locales sin grandes complicaciones, a estar al borde de abandonar la actividad futbolística en la Segunda División Profesional en la temporada 2014/15 por falta de moneda. Fue una época complicada que empezó un poco más atrás. Contada desde la piel del hincha, travestido en ex jugador o en actual dirigente, el cuento incomoda sólo de escucharlo. Si el club siempre es lo más importante, ¿cuál es el tope? Tras el fallecimiento de Milton Gonnet los dirigentes que lo acompañaron se alejaron y hubo cambio de mando. No eran idóneos en fútbol, sino que cada uno venía con su faceta personal, su impronta comercial o profesional, y armaron una base en cuanto a eso. Creyeron que podrían, pero el fútbol les demostró que suele ser otra cosa. Miguel Fernández, hoy presidente del club, al que no le importa el título dentro de la institución porque ya pasó por varios cargos y, dice, lo que importa son las personas, confiesa que estaban lejos, que pecaron, que hicieron todo gracias al voluntarismo, pero que les faltó experiencia. “Teníamos necesidades grandes. Y tanta necesidad nos llevó a agarrar cualquier cosa, porque en todo veíamos 35


discapacidad o capacidades diferentes porque no hay en Colonia ningún gimnasio donde hacer fútbol de salón para ciegos, básquet en silla de ruedas o que tenga una grúa para tener más acceso a la piscina. Está todo encaminado. Hay un sueño de techar la piscina. Hay que ser inteligentes para aprovechar el envión mediático del fútbol y tener un club más amplio, para la familia”.

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Matías Caseras y Nicolás Dibble. (Foto: PC)

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una salida, si se quiere hasta espiritual. Vinieron gerenciadores de todo tipo y lugares, mexicanos, argentinos, todos prometiendo cosas, hasta iban a hacer un complejo para que viniera a practicar el San Pablo. No resultó ninguna, por no decirte una barbaridad de algunas. Teníamos pequeñas levantadas y caíamos nuevamente. Nadie quería dejar, porque volver acá no era posibilidad. Queríamos seguir peleando a nivel nacional. Pero hubo que ser coherentes y decir ‘no podemos irnos a la ruina’ por ser testarudos y seguir en el profesionalismo. Dolía, cada reunión era un dolor. Algunos opinaban de no practicar más fútbol”, dice Miguel con la emoción puesta en los ojos. En 2010 Plaza Colonia tenía 169 socios. Desde 2010 al 2013 esos directivos que no pensaban en claudicar, pero que reconocían que lo más importante era cuidar el club, se sintieron ahogados, jugados, comprometiendo hasta sus cosas personales y emocionales, locos por Plaza. No había manera de sustentarlo y llegaron a la conclusión de que el club por sus propios medios no se podía financiar el fútbol profesional. El resto de actividades deportivas funcionaban todas, pero el fútbol no, ni ahí. Había que sacárselo de encima. En agosto de 2013 se hizo una asamblea de socios para no jugar más al fútbol profesional. Los números eran imposibles, pero se respetaron las mayorías. El tema era cómo. Hoy aseguran que si el tesorero de la época hubiera dicho la verdad, no jugaban, pero no era chiste. Resolvieron no jugar más, a modo de no poner en riesgo el capital del club, salvo que llegara alguien con un plan y buenas intenciones. El respirador automático siguió hasta que el último viernes previo al inicio del campeonato en la B de 2014 apareció la gerencia actual, encabezada por Roberto García y Carlos

“El plantel de Plaza que terminó el torneo Uruguayo 2015/16 tenía jugadores de varios pagos y diversos clubes: Richard Fernández es de La Estanzuela, Brian Gonia, de Carmelo, Nicolás Guirin y Alejandro Villoldo, de Nueva Palmira, y Cristian Malán, de Nueva Helvecia, entre otros y por citar sólo los del interior del departamento de Colonia”.

Manta, se puso el dinero para quedar habilitados a jugar y a la cancha. Miguel asegura: “Lo que nos aportó esta gente es competir. Y, por otra parte, que nosotros nos dedicáramos a lo social; eso queríamos. Ahora, con la sociedad anónima deportiva, todo es nuevo. Digamos que el fútbol es de ellos y nosotros manejaremos la parte política, pero cada vez menos, salvo que alguna decisión nos roce institucionalmente. Pero nos interesa el resto. Tenemos que consolidarnos en lo plurideportivo. Hay una fuerte vocación para empujar el rol social, por volcar cosas a la sociedad. En algún momento estuvimos tan mal, que ahora, superavitarios, hay que empujar eso. No es que nos sobre, pero al no tener que canalizar por el fútbol, esas ganancias las metemos en el club. Hay que crecer en socios, que esto se llene de chiquilines, queremos trabajar con personas con

El relato del futuro El niño está viviendo el campeonato. En una campaña que fue redonda, vio ganarle a casi todos los equipos por el Uruguayo. Su realidad es la propia, la que ve y grita a cada rato, la blanca y verde que luce con orgullo, y también el relato de los hombres grandes. Tan corta edad y seguramente ya tenga adquirida para siempre esa sensación de eternidad que otorga el gol, o la fascinación por contarle a otro qué se siente jugar de visitante ante miles de personas que no quieren que te vaya bien, justamente porque ansían el mismo bien que él, pero llevarse la copa en caravana triunfal por doscientos y tantos kilómetros, de pueblo en pueblo, de llanto en llanto. También verán sus ojos el debut en la Copa Sudamericana. Serán otros los Sergio Chochi Delfino, los Daniel Pollo Vidal, los Mauricio Victorino, los Mario Leguizamón, los Daniel Baldi, y otro el capitán Diego Lugano. Ahora la historia se igualará: abuelo, padre y niño vivirán la felicidad de lo impensado. Dos, cuatro u ocho partidos; tendrán para sí una huella más de la (acaso) leyenda del club. Es el instante previo al fútbol, la hora más linda. El niño, al que ya casi no le queda pop, algo les dice a sus mayores, quienes prestan atención y escuchan. El lenguaje sirve para enseñar. Según Montaigne, sería misión cumplida: “El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender”. Continuará a su manera el mérito de la gente que estuvo y está, asumirá las responsabilidades que imponga el futuro por herencia consumada. Ojalá siga sosteniendo que ante toda posibilidad riesgosa lo que importa es cuidar el patrimonio institucional y social, mucho más que ganar un torneo. Y que cuando gane, festeje. Todo, que festeje todo. Comprenderá, seguramente, que el deporte sucede, al decir de Juan Villoro, dos veces: una en la cancha y otra en la mente del público. Ese niño algún día aprenderá que sus antepasados y las circunstancias le legaron un nombre que hoy es una de sus señas de identidad, mucho más que un club. Tal vez me diga, como uno de los señores que me invitó una copa sin conocerme: “Adelante, amigo. Está en su casa”. _Fermín Méndez

FÚTBOL Y TENDENCIAS

Bisabuelo y decano Hacía más de medio siglo que los socios y vecinos del club de bochas Uruguay tenían que soportar la discusión entre sus dos miembros más ancianos y ganadores. A la mayoría, que ya estaba harta, le tenía sin cuidado la verdad, pero no era ese el caso de los más recalcitrantes seguidores de los dos implicados: Francisco Reyes y Abdón González. Francisco era un caballero de origen inglés nacido supuestamente antes de comienzos del siglo XX, bajo el nombre de Frank Railways, mientras que Abdón era un viejo criollo que vio la luz algunos años después. O algunos antes, según de dónde se mirara el asunto. Los partidos entre ambos habían despertado en su época fanatismo dentro y fuera de fronteras, ya que su manejo sin igual de las bochas los había llevado a ser grandes exponentes en el continente. Ahora, la edad y el desgaste de un mundo que había avanzado más rápido que ellos los había limitado a los campeonatos internos, lo que no era precisamente lo que les insumía todas sus energías. Ambos discutían por comprobar cuál era el más viejo, algo que los demás competidores –que hacían lo posible por disimular los años– no comprendían. Abdón aseguraba que Francisco no había nacido

en el año en que decía y que usaba un documento de un primo inglés, el verdadero ganador de los primeros torneos de aquella época de la que ya no quedaba nadie vivo. Francisco decía que simplemente se había cambiado el nombre y mostraba documentos para probar su identidad. Los dos se habían hecho una camiseta que decía “Decano”. Los dos se enorgullecían por todos los medios posibles de su condición de ancianos decrépitos. Los dos llamaban a amenazar a los periódicos vecinales que osaban darles una u otra edad según las versiones de cada cual. Los dos se contactaron con el máximo organismo internacional de las bochas para que resolviera al respecto, que les comunicó que tenía cosas mucho más importantes que hacer, como evitar el procesamiento de toda su cúpula directiva por corrupción (incluyendo al ex presidente de la Asociación Uruguaya de Bochas). Cuando Francisco tuvo al fin su casa propia (con cancha incluida) y un grupo de vecinos quiso poner una placa en la puerta reconociendo todos sus años de trayectoria deportiva, los simpatizantes de Abdón quisieron elevar el caso al Parlamento. En un país serio el tema de la vejez de dos deportistas jamás podría llegar a esta

instancia, pero por suerte para Abdón y Francisco no era ese el caso de su nación, que dio curso a la petición. Ambos hicieron todo para volverlo un tema de interés nacional. Vecinas que recién se enteraban del asunto querían entender de qué se trataba, y cuando les explicaban que dos ancianos centenarios se peleaban por comprobar quién era más viejo se daban vuelta y se iban a ver la telenovela de la tarde. En su afán por demostrar quién era más anciano se esforzaron por mostrar pruebas evidentes del paso del tiempo, como la demencia senil, sordera y miopía, que llevó a que los más chicos comenzaran a superarlos en el terreno que hasta entonces dominaban. Se olvidaron tanto de la salud que una buena mañana, en un enfrentamiento hipertenso, Francisco y Abdón cayeron secos sobre la cancha de bochas, víctimas de un infarto cerebral que puso fin a una época. Todos se alegraron aquel día de tener algunos años menos. Especialmente la nueva generación de apasionados de las bochas, que ese mismo día copó la cancha para dedicarse a jugar, lo único que realmente les interesaba. _Martín Otheguy

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Albion Football Club: historia del primer grande del fútbol uruguayo

Decano

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Foto: Rodrigo López

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En pleno debate por el decatano entre los dos clubes más populares de Uruguay, Albion, club fundado por un grupo de jóvenes egresados de un colegio inglés, cumple 125 años. Lejos y desentendida de la discusión sobre quién fue el primero, la institución trabaja actualmente por volver a estar en los primeros planos del fútbol nacional. Junio de 1891. Henry Lichtenberger –quien con el tiempo castellanizó su nombre de pila, a Enrique–, un joven ex alumno del English High School (EHS), convocó a un grupo de sus antiguos compañeros de estudio a formar un club de fútbol, un deporte de origen inglés que se practicaba en los colegios y clubes británicos en el Río de la Plata. Concurrieron 24 jóvenes, todos nacidos en Uruguay –la mayoría con padres anglosajones–, quienes se transformaron en los fundadores del club Football Association. Se estableció que la indumentaria sería una remera blanca con una estrella roja. Se trató del primer club que tenía al fútbol como su actividad principal, lo que lo diferenciaba de otros clubes de origen británico –Montevideo Cricket Club y Montevideo Rowing Club–, para los que el fútbol era un deporte secundario. Pero este club tenía otra característica: en sus estatutos se rechazó la presencia de jugadores extranjeros. El primer partido del novel club se disputó en agosto de ese año: fue derrota 3-1 contra el Montevideo Cricket. A los pocos días se jugó la revancha: derrota 6-0. En setiembre de ese año, la asamblea de socios decidió cambiar el nombre de la institución. Se eligió Albion Football Club, como parte de un homenaje a los creadores del deporte. Albion era el nombre que los antiguos griegos y romanos utilizaban para definir lo que hoy es Gran Bretaña. También se decidió cambiar la indumentaria: casaca azul con cuello y mangas blancas –en honor a los colores de la bandera de Uruguay–, con pantalón blanco y medias negras. Con el paso de los años, Albion se consolidó como institución y el fútbol como un deporte de relevancia en Uruguay. Cada vez aparecían más clubes y aumentaba el número de jugadores y de público. Albion tuvo mucha responsabilidad en ese proceso que derivó en la fundación, en

1900, de la Uruguay Association Football League, lo que luego sería la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF). Junio de 2016. El club decano del fútbol uruguayo –entendido como el primer club que tuvo al fútbol como deporte principal– cumplió 125 años, alejado de aquella gloria efímera del pasado. Deambula en media tabla de la Segunda División Amateur, la división más baja de la AUF. Su sede y su cancha –Estadio Dr. Enrique Falco Lichtenberger–, ubicados en Menorca 2111, en pleno Malvín Norte, casi derruidos, son un reflejo del presente de un club que, más allá de todo, siempre estará presente. La historia de Uruguay La historia de Albion y su contribución al desarrollo del fútbol en Uruguay está sintetizada en la obra Albion Football Club. Profetas y maestros, del licenciado Juan Carlos Luzuriaga, que se publicó en la edición 8 de A romper la red, un compilado de textos sobre la historia del fútbol uruguayo del Grupo de Estudio del Fútbol Uruguayo (Grefu), de la Facultad de Humanidades.

Allí Luzuriaga reconstruye –con base en documentos y fotografías de época– la historia de Albion, en aquellos fermentales años de fines del siglo XIX y principios del XX. Fue cuando se gestó la importancia de la institución no sólo en la fundación de la AUF y la liga uruguaya, sino también en la popularización del fútbol, un deporte hasta entonces practicado por una elite vinculada a los colegios y clubes británicos. Albion –destaca Luzuriaga– fue el primer club dedicado al fútbol como deporte principal. Pero sobre todo, fue un club cuyos integrantes tenían como objetivo la difusión del deporte en Uruguay. Pero no era un club que sólo jugaba al fútbol, sino que “en cierta forma lo predicaba”, ya que era un grupo de jóvenes que estaban “enamorados” de este deporte, contó Luzuriaga, en diálogo con Túnel. Una muestra de eso fue dónde eligieron instalar su primer campo de juego: “Fueron a jugar a Punta Carretas (donde hoy está la Iglesia Sagrado Corazón, en José Ellauri y Solano García) que era un lugar más cercano para la gente de la época que, por ejemplo, la cancha del club del ferrocarril. Además, eran chicos uruguayos

Genealogía “Quien introduce el fútbol en Uruguay es Montevideo Cricket, ahí hay que sacarse el sombrero; el primero, el Cricket. Después el primer club de fútbol es el Albion: el que pone al fútbol en un lugar de privilegio. Después aparece el club del ferrocarril, CurccPeñarol, que es el que le da una casa, que lo protege con una empresa. El club de Peñarol era un club rico, el club de los carboneros pobres es una fantasía, era el club más poderoso de todos, porque tenía una empresa que tenía un campo de juego y cuidaba su equipo, por aquello de que los ingleses preferían que se organizaran partidos de fútbol antes que huelgas, y también porque les gustaba el fútbol”. En esa genealogía sobre el origen del fútbol uruguayo, “el siguiente es Nacional, que le da al fútbol institucionalizado la pasión de que ‘nosotros también podemos’. Y el último eslabón es River Plate, porque River Plate es la gente del pueblo jugando al fútbol en la liga. Ahí desemboca el fútbol en un deporte integrado por los sectores populares. Cuando el Cricket practica fútbol en 1875-76 era inglés. Después viene Albion, el Curcc-Peñarol, Nacional y terminaba esa genealogía, esa bajada, en River Plate que es el club popular”, dice Luzuriaga.

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COPA DEL MUNDO DE 1986

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Players destacados

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En 1997, Gustavo Munúa se consagró vicecampeón del Mundial Sub-20 de Malasia. Después de eso, se consolidó en la primera división de Nacional y jugó durante una década en el exterior. Fue campeón uruguayo y hace un año inició su carrera como director técnico. Pero un dato que no todos conocen es que hace más de dos décadas fue jugador de Albion. Con sólo dieciséis años, Munúa llegó a préstamo desde Nacional y jugó algunos partidos en la divisional C. Al año volvió a su club de origen y tuvo su debut en primera división. Otro jugador conocido que pasó por Albion es el colombiano César Tajam. Llegó al club en 2014; después pasó a Central Español y River Plate, club con el que disputó la Copa Libertadores. Pero el más destacado es Robert Carmona, quien se transformó en el jugador de mayor edad en disputar un partido de fútbol profesional. Lo hizo hace unos años con la camiseta de Albion en el pecho.

“La prensa no nos llevaba el apunte. ¡Cuántas de nuestras crónicas sobre aquellos primeros matchs fueron a dar al canasto de El Siglo! Nosotros teníamos la constancia de, una vez terminado el encuentro, describir con lujo de detalles técnicos el desarrollo de todo el partido y llevar nuestra crónica a las imprentas, pero ¡ay! los redactores, poco menos que riéndose de nosotros, nos aconsejaban que no perdiéramos el tiempo: ‘Estas cosas no interesan a nadie’”.

30 años después

Imágenes de archivo de dos de las primeras alineaciones del decano.

–la mayoría–, hablaban todos castellano y tenían una vocación docente”, señala Luzuariaga. Con el objetivo de difundir el deporte, los jóvenes de Albion escribían la crónica de los partidos y los llevaban a las redacciones de los diarios para su publicación. Así lo contó Lichtenberger en 1924 en Mundo Uruguayo: “La prensa no nos llevaba el apunte. ¡Cuántas de nuestras crónicas sobre aquellos primeros matchs fueron a dar al canasto de El Siglo! Nosotros teníamos la constancia de, una vez terminado el encuentro, describir con lujo de detalles técnicos el desarrollo de todo el partido y llevar nuestra crónica a las imprentas, pero ¡ay! los redactores, poco menos que riéndose de nosotros, nos aconsejaban que no perdiéramos el tiempo: ‘Estas cosas no interesan a nadie’”. Por todo esto, Luzuriaga explica que la “diferencia” entre Albion y las demás instituciones de la época, como Montevideo Cricket o el Curcc-Peñarol, “es que tiene una notoria apertura”. Sin embargo, esa apertura no hizo que se convirtiera en un club popular. Albion “pertenecía a un círculo determinado de la sociedad, eran ex alumnos de un colegio de raíces británicas, y no todo el mundo podía ir a esos colegios ni tenía esas raíces. Era un club de una elite, pero estaba volcado hacia la gente, que con el tiempo se fue integrando”, afirma Luzuriaga. Cuando el número de clubes empezó a crecer y el deporte a expandirse, lo que se constataba en la cantidad de jugadores y de espectadores, Albion –con el “patrocinio” de la Compañía de Tranvías al Cerro y el Paso Molino– construyó su primer field que se ubicó en el Prado, por entonces un barrio en las afueras de Montevideo. Tenía un palco para invitados y una tribuna de madera para los partidos de mayor concurrencia. Sus partidos eran casi como un evento social. Pero la institución siguió con su papel de difusión del fútbol. “Ofrecieron el primer estadio para fútbol a los colegios y también para todos los que se interesaran. Por diferentes motivos las otras instituciones no tuvieron esa actitud abierta. Eso es lo que los define. Además era un equipo poderoso. Entre 1891 y 1899 la rivalidad era con Curcc, y le ganó, después empezó a perder, también con los equipos de los barcos de guerra”. Estos últimos eran los equipos de los buques británicos que llegaban al puerto de Montevideo y como práctica recreativa, apenas llegaban a tierra, jugaban contra los clubes uruguayos, sobre todo Albion. También disputó los primeros partidos internacionales de equipos uruguayos con enfrentamientos contra los también nacientes clubes de la República Argentina. A todo esto, se suma que el club participó muy activamente en la elaboración y aprobación de los reglamentos de fútbol de la época. “Hay un reglamento de 1898 que

dice ‘Aprobado por Albion’. […] En esa época ya mucha gente jugaba al fútbol, pero Albion era un referente”, cuenta Luzuriaga. El histórico Albion En sus primeros años, los resultados deportivos de Albion no fueron los esperados: sufrió duras derrotas contra el Montevideo Cricket, algunas por abultado margen. Fueron goleados. Por eso, en 1895, a influjo de Lichtenberger, la institución modificó sus estatutos y dejó de lado una de sus características fundacionales: aceptó a jugadores extranjeros en su equipo. También se produjo un cambio en la camiseta, que pasó a ser azul y roja, en homenaje a Gran Bretaña, colores que distinguen a la institución hasta el presente. Aceptar jugadores extranjeros incrementó su poderío deportivo, ya que varios de origen británico se unieron al equipo, entre ellos William Poole, ex profesor del EHS y uno de los responsables de inculcar el deporte a sus alumnos. Poole, al decir de Luzuriaga, era un gran sportman. Con él en sus filas, Albion se convirtió “en la potencia futbolística del medio local”. En 1896, el club disputó diecinueve partidos, con una sola derrota, frente a los marinos del buque HMS Basilisk. Un año después, en 1897, el equipo sólo perdió dos partidos: ante el Curcc –en lo que empezó

Actual presidente de Albion. (Foto: RL)

a transformarse en un clásico– y contra un combinado de la Royal Navy. Lo más importante es que la prédica de la institución en cuanto a la difusión del fútbol comenzó a tener resultados positivos:

Historias de fútbol, historias de vida.

En librerías. 41


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COPA DEL MUNDO DE 1986

Curcc. En 1905, el equipo quedó último y ni siquiera pudo terminar de disputar el campeonato. De aquellos jugadores que lo habían llevado a la gloria sólo quedaba uno. Para 1908 Albion era ya una leyenda del fútbol uruguayo.

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surgieron nuevos clubes, como el Deustcher Fussball Klub, un equipo de la colectividad alemana, pero sobre todo aumentó el número de criollos que practicaban el deporte. En 1897 se formó el American Club de Punta Carretas, integrado por estudiantes universitarios. En 1899 se fundó el Club Nacional de Football. Y de las entrañas de Albion, el Montevideo Wanderers. “Había ochenta equipos de fútbol antes del 1900”, explica Luzuriaga. Más allá de esto, Luzuriaga considera que aun sin el impulso de Albion, el fútbol en Uruguay se habría desarrollado igual, pero dar una respuesta concreta sería hacer “futurología”, una especie de “¿qué hubiera pasado si...?”. Lo concreto es que “el papel de Albion es de apertura y no todos los clubes de la época la tenían”. Pero por qué, con esta historia y ese rol en la difusión del deporte, Albion no llegó a consolidarse como un equipo capaz de obtener el cariño popular. La respuesta no es sencilla: “Me da la impresión de que era un club que tenía estructuras demasiado rígidas para los que se venían formando. Tenían un esquema muy británico. Los chicos de Albion dijeron ‘acá sólo jugamos uruguayos’ –aunque eran de origen británico–, pero a los cinco años empezaron a jugar ingleses”. Esa decisión, que le trajo réditos deportivos, pudo tener una incidencia negativa en el nivel de adhesión popular. En efecto, la preponderancia de Albion en

“El fútbol de 1897 no era el de 1905; el fútbol de 1905 reunía multitudes y Albion era un equipo que, de alguna forma, se había encapsulado nuevamente como británico […] Fue una vida corta y gloriosa, pero al ponerse los ingleses a babucha perdieron el toque nacional que querían tener”.

el fútbol uruguayo se extendió hasta 1901, aunque para los contemporáneos fue un club relevante hasta 1910. “El fútbol de 1897 no era el de 1905; el fútbol de 1905 reunía multitudes y Albion era un equipo que, de alguna forma, se había encapsulado nuevamente como británico […] Fue una vida corta y gloriosa, pero al ponerse los ingleses a babucha perdieron el toque nacional que ellos querían tener”, evaluó Luzuriaga. Hacia 1900 comenzó el declive. El club empezó a ocupar los últimos lugares de la incipiente liga uruguaya, y lentamente se gestó la rivalidad entre Nacional y el

Albion, hoy y siempre El historiador Juan Carlos Luzuriaga considera que es plausible certificar un hilo de continuidad entre el Albion original y la institución actual, más allá del paso del tiempo. “Como todas las instituciones ha tenido idas y vueltas. Tuvo fútbol amateur, hizo atletismo, natación, judo. Ha tenido cierta continuidad histórica. Es otra realidad, pero mantiene las tradiciones, los colores, y también algunas familias como los Falco Lichtenberger”, dijo Luzuriaga a Túnel.

Tiempos difíciles Al culminar su trabajo sobre la historia de Albion, Luzuriaga realiza una serie de reflexiones de lo que fue la fugaz y fructífera historia de la institución. Sobre todo acerca de la ambivalencia del club al presentarse como un club de criollos, y luego habilitar el ingreso de los jugadores británicos, lo que permitió que Nacional ocupara el lugar de club inequívocamente criollo. “Albion, prisionero de una política ambivalente, atrajo el respeto, la admiración de los aficionados, pero no el cariño y la pasión”, cuenta Luzuriaga en su texto. “Fue el primer grande en el último lustro del siglo XIX. Duraría sólo eso. Las circunstancias hicieron que en cinco años desapareciera de la primera división del fútbol uruguayo el club que vivió, en el sentido de la épica clásica, una vida gloriosa y corta en el cenit deportivo. Profetas del fútbol entre nuestros compatriotas, lo predicaron fervorosamente y lo enseñaron con generosidad”, expresa Luzuriaga. El lento y paulatino declive llevó al club casi al ostracismo. Se mantuvo a flote gracias a algunas familias que se negaron a su desaparición: los Lichtenberger, los Falco, los Chainca. Durante todos estos años, el club participó en ligas barriales, en la vieja división Extra, e intervino en la fundación de la Liga Universitaria y de la Liga Amateur. Hoy, a 125 años de su creación, busca resurgir. Y lo hace, con base en una Sociedad Anónima Deportiva (SAD), que asumió la conducción económica y deportiva de la institución, con un proyecto deportivo a tres años. Al frente de este grupo está Leonardo Blanco, quien jugó en la institución en 1986, hace tres años llegó como director técnico y asumió la dirección deportiva tras una conversación con Fernando Chainca, presidente de la asociación civil, quien le abrió las puertas del proyecto. En diálogo con Túnel, Blanco afirmó que la realidad del club no se condice con su historia ni con su influencia en el desarrollo del fútbol y la sociedad de nuestro país. “Lamentablemente, Albion se fue apagando, no tuvo la posibilidad de sostenerse, ni a nivel deportivo ni social, y hoy anda pululando por la segunda división amateur”, señaló. Era un club “con cero objetivo deportivo, sin sede, sin cancha y sin socios”, que tenía dos activos importantes: estar afiliado a la AUF y su historia. _Mauricio Pérez

Grupo de Estudios del Fútbol Uruguayo

La academia también juega El fútbol es el deporte más popular de Uruguay, el que atrae más espectadores y el que juegan casi todos los niños que nacen en esta tierra; sin embargo, el fútbol en Uruguay y para los uruguayos es mucho más que eso: se trata de un fenómeno que impregna a toda la sociedad en sus diversas facetas. Es parte central del ser uruguayo, de su identidad, y tiene la potestad –casi única– de afectar el estado de ánimo de todo un pueblo. No hay lugar del territorio donde no se hable de fútbol, donde no se comente una jugada polémica, se celebre un gol imposible o se cuestione, con vehemencia, un error arbitral. Sin embargo, el fútbol ha sido un área de escasa atención para la academia. Poco y nada se ha estudiado y analizado sobre los efectos de este deporte y su relación intrínseca con el sentir nacional, con la propia definición de la identidad uruguaya. De forma de cambiar esta realidad, se creó, en el seno de la Facultad de Humanidad, el Grupo de Estudios del Fútbol Uruguayo (Grefu), un proyecto impulsado por los magíster Juan Carlos Luzuriaga, Pierre Arrighi –radicado en Francia– y Andrés Morales, para promover el estudio académico del fútbol en el país. Este grupo –que comenzó a trabajar en 2012– “tiene como objetivo poner en la discusión académica el fútbol como fenómeno social, que trasciende el resultado del partido del fin de semana, que trasciende si Lionel Messi la pateó a una nube o la embocó en un ángulo. Ese es el objetivo, ir más allá de eso, en una óptica complementaria”, explica Luzuariaga –cocoordinador del proyecto junto con Morales–. “Estamos en la apuesta de poner al fútbol como un tema trascendente de la sociedad”, agregó. En otros países ya existen antecedentes. “El fútbol se estudia académicamente en Europa desde la década de 1980 en Alemania, Francia, Gran Bretaña... Se le buscan diferentes facetas: antropológica, histórica, de género. En América, primero fueron los brasileños, después los argentinos”. Por eso era extraño que en un país futbolero como Uruguay eso no sucediera. La forma en que el fútbol está enraizado en la sociedad uruguaya hace que sea un país con condiciones para transformarse en un interlocutor válido,

Magíster Juan Carlos Luzuriaga. (Foto: AC)

“por el peso de su historia futbolística”, a la hora de analizar académicamente este deporte, afirmó Luzuriaga. “Los uruguayos no podemos hablar ‘de igual a igual’ de física nuclear con universidades prestigiosas del mundo por más esfuerzo que haga la Udelar, pero en el fútbol sí, porque tenemos tradición, gloria. Podemos hablar de igual a igual”, así como establecer un vínculo con universidades y centros académicos de todo el mundo a partir de los estudios sobre el fútbol, señaló Luzuriaga. El fútbol en Uruguay “El fútbol es un fenómeno que impregna a la sociedad uruguaya. En nuestra sociedad respiramos fútbol. Es algo que está implícito, que está en nuestro lenguaje, en nuestra vida cotidiana, que está en nuestras familias”, valoró Luzuriaga. Esto se observa en una serie de expresiones que forman parte del acervo futbolero y cotidiano, y revelan la cultura futbolística de los uruguayos: “Tiró un centro a la olla”, “se la llevó con la mano”, “fue un penal”, “se la llevó pinchada”. Incluso Luzuriaga va más allá: “No es posible entender al uruguayo, ni a Uruguay, sin el fútbol. En nuestra vida cotidiana, la conversación de hombres, y algunas mujeres, tiene como uno de sus ejes al fútbol. Aunque hay gente que se queja, siempre habrá un

tema: el período de pases, el partido del fin de semana, y ahora con (la extensión) los medios de comunicación es nuestro cable a tierra, nuestro entretenimiento masivo. En muchos países es muy difícil de separar el fútbol de la gente, y en nuestro país ni hablar”. Algo parecido sucede en la otra margen del Río de la Plata. “Los argentinos reaccionaron con el tema de Messi de la misma forma en que los uruguayos reaccionamos con el tema de Luis Suárez y la mordida, o supuesta mordida, porque todos nos involucramos: que está bien, que está mal, que sí, que no. Todo el mundo opinó. Hay cosas un poco más trascendentes de las que opinar, pero de fútbol opinamos todos”. “No se necesita ser el maestro Óscar Washington Tabaréz o Alberto Kesman para opinar de fútbol”, explica Luzuriaga. “Es tan obvio el fútbol en los uruguayos, que la academia tardó y tarda en reconocerlo”. ¿Por qué? “Porque la academia entiende, o entendía, que es algo vulgar, que el fútbol es el opio de los pueblos, y en esa medida, ¿cómo vamos a estudiar este pan y circo? [...] La academia en el fondo, es una opinión personal, tiene miedo de empezar una conversación hablando de la criba social en 1920 y a la media hora terminar hablando del partido del domingo”, aseguró Luzuriaga. _MP 43


POR LOS BARRIOS MÁS REMOTOS. DE EMIRATOS A CATAR

Con la globa en la mochila El fútbol uruguayo es una actividad itinerante. Convivir en varios países en poco tiempo puede resultar agotador, pero tiene sus ventajas. Si el futbolista tiene pareja e hijos, la experiencia es un plus en la cultura de los más pequeños. Túnel fue al encuentro de una de esas familias de emigrantes cuya próxima parada nunca se sabe dónde estará.

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Santiago es uruguayo, pero vivió en cuatro países, tiene buen dominio del inglés, entiende bastante de árabe, ha hecho amistades de varias nacionalidades. Tanto te come harees, tamalitos de chipilín, como asado, aunque para él no hay como unos buenos alfajores con bastante dulce de leche. María Eugenia, Maru para la familia y los amigos, vivió en dos países. Se lleva muy bien con el inglés, y rápidamente está aprendiendo árabe. Santiago y Maru son hermanos. Él tiene siete años recién cumplidos, Maru pronto cumplirá los cuatro. Son los hijos de Silvana Fossati y Gonzalo Matraca Gutiérrez, ex futbolista y actual director técnico de fútbol, ayudante de Jorge Fossati, quien está al frente del Al Rayyan, actual campeón de la Primera División catarí.

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En la casa de Uruguay Los Gutiérrez Fossati tienen vacaciones, por eso vinieron para Uruguay, pero su residencia está, por segunda vez en la vida de este joven matrimonio, en Catar. El apartamento de Pocitos es ideal para la familia. En esa zona montevideana los niños tienen amigos y primos. A Santiago lo fue a buscar un ex compañero del Colegio Inglés, de donde el año pasado tuvo que irse de un momento a otro cuando el padre y el abuelo firmaron con el Al Rayyan; a buscar a Maru llegó la tía. Los pequeños se van felices, olvidan abrigarse y la madre los tiene que andar corriendo por la casa explicándoles que puertas afuera existe el frío. Cuando las risas y las discusiones quedan atrás, Silvana me invita a la cocina a aprontar el mate. Lava el termo, que es nuevo porque “el otro se me cayó y quemaba las manos”, explica; me cuenta de las bondades de la infusión, de lo

que significa para los uruguayos y de la compañía que puede representar el mate. La dejo hablar hasta que cae en la cuenta de mi nacionalidad y mi residencia, entonces ríe. Tiene una risa franca. Gonzalo está en el living, mirando un documental. Nos deja invadir su espacio mientras de a poco se va abstrayendo de la pantalla. Cuando pongo el grabador sobre la mesa ratona, baja el volumen del televisor. En diez años de matrimonio vivieron en Bolivia, Honduras, Catar (donde

“Cuando volvimos de Guatemala decidimos quedarnos para que Maru naciera acá. Al principio Santi preguntaba cuándo volveríamos ‘a casa’; rápidamente entendió que su casa volvía a ser esta. Luego firmé con Bella Vista, nació la hermana y durante un tiempo más estuvimos por acá”. fue concebido Santiago), Guatemala, y nuevamente Catar. En el ínterin, residieron durante tres períodos en Uruguay. En uno de ellos, nació Maru. Historias nuevas La pareja es joven, tiene una década juntos, pero con una vida muy intensa. A Silvana le gusta conversar, pero es de las personas

que también saben escuchar. Gonzalo es más introvertido, pero se nota un hombre seguro al hablar, lo que hace que sus palabras tengan peso. Cuando Gonzalo se fue a Oriente Petrolero aún no estaban casados: “Mi primera etapa fue Bolivia. Al principio me costó un poco. Tenía 24 años y era la primera vez que me iba de mi casa”. En esa época, Gonzalo era jugador de Danubio, pero ya lo había prestado a Racing y luego lo hizo al cuadro boliviano: “En Uruguay el jugador siempre está esperando irse, salvo que esté en un equipo grande. De lo contrario te cuesta mucho crecer como profesional y de formar una familia ni te digo. Nuestro noviazgo llevaba cuatro años, pensábamos en casarnos, pero con lo que yo ganaba era imposible, así que el pase a préstamo fue una buena oportunidad. Vine, me casé con Sil y nos fuimos. Con la compañía de ella fue distinto, conocimos gente y la situación comenzó a estabilizarse. Silvana está acostumbrada a vivir en varios países, lejos de su familia cercana, pero yo lo sufría. Ella me ayudó mucho en ese aspecto. Ahora vivir en otro país me parece normal”. Silvana le ceba un mate y comenta “le sacás un poco el drama”. “Sí, es cierto –dice él–, también porque las distancias se te hacen más cortas; es desde acá que todo se ve más lejos. Los chiquilines también lo viven como algo natural, será porque lo viven desde chiquitos. Yo reconozco que tengo una ventaja muy grande”. Silvana nació en Paraguay y en los siete primeros años vivió en cuatro países, igual que ahora lo hace su hijo: “Primero de escuela lo hice en Brasil, pero ya sabía hablar portugués y no tuve problemas con el idioma. Con la sociabilidad tampoco, a pesar de que cambié varias veces de país

“En Uruguay el jugador siempre está esperando irse, salvo que esté en un equipo grande. De lo contrario te cuesta mucho crecer como profesional y de formar una familia ni te digo”, dice Matraca Gutiérrez. (Foto: Andrés Cribari)

en mis primeros años. Será que mi mamá siempre nos transmitió que esa manera de vivir era algo natural. Yo quiero hacer lo mismo con mis hijos”. El mundo con los niños Cuentan que Santiago nació en Uruguay porque así lo calcularon: “Yo estaba jugando en Catar. Teníamos vacaciones largas como ahora y lo buscamos para tratar de meterlo en esos meses de vacaciones”, dice Gonzalo, con esos modismos que tienen los futbolistas. “Fue

un golazo, entonces”, les digo. “Es que es así –refuerza él, sin notar siquiera lo que para mí era una broma– ¿Cómo hacés si el gurí te nace en Catar? Todo bien con la salud pública, es de buena calidad, pero el hombre no puede entrar al parto”. El 6 de julio nació Santiago. A los dos meses Gonzalo volvió a Catar y poco después la familia se reencontró en suelo asiático, para volver casi enseguida. Luego de una temporada en Deportivo Maldonado, la familia volvió a hacer las maletas con destino a Guatemala. Para

Una cuestión de idioma Maru tiene casi cuatro años, que no es lo mismo que decir que tiene tres. Es uruguaya, apreciación que no es menor para quien vive fuera de los límites de este territorio. Quien nació en esta tierra no basta con que diga su nacionalidad, tiene que explicarla. Algunas veces “Suárez” es una buena respuesta; otras, no alcanza. Apenas llegada a Uruguay, la pequeña fue a visitar a los abuelos paternos. La notaban callada, un tanto ajena al entorno. Le preguntaron si extrañaba y ella dijo que no. En determinado momento, estando la abuela en la cocina, se le acercó y le dio unos toquecitos a la pierna, para llamar su atención. Cristina Torres miró hacia abajo, la niña hacia arriba, directo a los ojos: “¿Abuela, hablás inglés?”, preguntó expectante. La respuesta fue negativa. Entonces Maru dijo con decepción: “Eso es lo que no me gusta de Uruguay, que nadie me habla en inglés”.

entonces Santiago ya había cumplido el año. En esa tierra centroamericana el niño comenzó a ir a la escuelita, haciendo sus primeros amigos. Cuando retornaron a Uruguay, el pequeño hablaba con acento caribeño y en los cumpleaños infantiles esperaba a que el cumpleañero diera el famoso “mordiscón” a la torta antes de cortarla. La falta de esa costumbre decepcionaba a Santiago, que estaba convencido que al no haber mordiscón, sólo era una reunión, no un cumpleaños. Así que sin ningún tipo de complejos, de la manera natural que la madre quiere inculcarle –y vaya que lo logra–, Santiago era el único niño en suelo oriental que en cada cumpleaños, se autoalentaba delante de la torta al grito de “¡mordiscón, mordiscón!”, hasta hundir sus dientecitos de leche en el pastel. “Cuando volvimos de Guatemala decidimos quedarnos para que Maru naciera acá. Al principio Santi preguntaba cuándo volveríamos ‘a casa’; rápidamente entendió que su casa volvía a ser esta. Luego firmé con Bella Vista, nació la hermana y durante un tiempo más estuvimos por acá”. 45


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Silvana lo interrumpe riendo: “Después de Bella Vista fue la experiencia de Emiratos”. Vuelve a reír, mientras Gonzalo se acomoda en el sillón, entrelaza las manos detrás de la nuca, con la mirada perdida en el vacío, a todas luces recordando la situación, y hace la pausa para que Silvana lo cuente: “Cuando Maru tenía un año y Santi cuatro, nos fuimos a Emiratos Árabes. Primero Gonzalo, yo me fui al mes y pico. A las dos semanas que estamos allá, se rescinde el contrato. ¡Lo despiden! Yo había hecho todo lo que implica mudarse a Emiratos Árabes. Maru no se enteraba, pero a Santi le había hecho dejar la escuela. Bueno, estábamos allá y le digo ‘mañana vamos a ir a una escuelita a ver, blablabla’. Ese mismo día, de noche, nos dijeron que ya estaba. ¡Pah!, mi cabeza… Hice despedida acá, llantos, la escuela, dejamos regalitos para los amigos… Y yo decía ‘¿cómo voy ahora?’. Así que optamos por el método natural. Le dijimos ‘en unos días nos vamos a Uruguay’. ‘¿A Uruguay? ¿Por qué?’, ‘Porque el trabajo de papá ya terminó’. Yo no doy exceso de explicaciones, soy así. No preguntó más nada, no digo que en sus cabezas hayan pasado más cosas. Pero para él ya está”. Gonzalo continúa: “Nos vinimos y habían empezado a trabajar todos los equipos en todos lados, así que pensamos que nos habían tocado vacaciones largas. Nos fuimos a Brasil y a los días nos llamaron de

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Doha, Catar.

“Cuando Maru tenía un año y Santi cuatro, nos fuimos a Emiratos Árabes. Primero gonzalo, yo me fui al mes y pico. A las dos semanas que estamos allá, se rescinde el contrato. ¡Lo despiden! Yo había hecho todo lo que implica mudarse a Emiratos Árabes. Maru no se enteraba, pero a Santi le había hecho dejar la escuela”.

Peñarol. Nos tuvimos que venir. Santiago quiso saber por qué nos íbamos y Silvana le dijo que yo empezaba a trabajar. Entonces le pregunto ‘¿a dónde?’. Él pregunta el destino con naturalidad”. “Dejame que te cuente esta anécdota”, dice la madre: “Los primos son todos de Nacional y él se une a la mayoría. Cuando se firma el contrato y todo eso, estábamos todos reunidos y el padre lo llamó al cuarto

Diversidad cultural Santiago cumplió los siete años en Uruguay y los festejó en un salón de esos equipados con juegos para niños. Como es fanático del Barça, su torta ilustraba la camiseta de ese cuadro de fútbol, al igual que los souvenires. Por primera vez en cinco años, al llegar el momento de cortar el pastel no hizo el mordiscón guatemalteco. En lugar de eso, luego del clásico “Feliz cumpleaños” en español, Santiago, con los brazos en alto pidió atención: “Ahora lo vamos a cantar en árabe”, dijo en voz alta y segura. Y lo cantó nomás. Contó con la compañía de las voces de los hijos del preparador físico Sebastián Avelino, quienes también viven en Catar.

Antigua, Guatemala.

para explicarle por qué era la reunión. Cuando salió, le gritó al primo: ‘Gastón, no somos más de Nacional, ahora somos de Peñarol’. Si para él es tan sencillo… Eso ayuda muchísimo”, dice con tono de alivio. Catar, la escuela y Maru que crece El diálogo continúa. En la mesa ratona acompañando el grabador, hay un plato grande o una bandeja pequeña con plantillas y otras masas por el estilo. La rueda de mate sigue. Los observo con atención, aunque intento que no se den cuenta. Se ven tan rioplatenses, se escuchan tan uruguayos, que intento imaginarlos en el oeste asiático, a orillas de las aguas del golfo Pérsico o andando a camello. Imposible, lo más lejos que llega mi creación es a verlos recorriendo la bahía de Doha en velero, mientras se ceban unos mates y sueñan otros derroteros. Les pregunto por la educación de los niños, la escuela, los amigos. Cuentan que siempre fueron a colegio bilingüe, “para que el inglés no les sea extraño”. Gonzalo expresa que Santiago va a un colegio internacional finlandés, “que está muy bueno, pero Maru no puede porque es a partir de los cinco años, así que va a otro, que también es bilingüe. Es un buen colegio de preescolares”. Silvana considera lo mismo, y dice que, si bien las exigencias que ellos ponen para la educación de sus hijos no hace diferencia entre el uno y la otra, el varón está en la etapa en la que los padres ponen hincapié en que la currícula sea buena. Y el colegio finlandés los tiene muy conformes: “Son unos fenómenos en educación. No son excesivamente exigentes con la parte académica, son más con la disciplina, pero no por la rigidez sino con el respeto, los valores en relación a los compañeros… le prestan mucha atención al bullying. Les interesa más eso, que les salgan bien las cuentas”.

“Nuestro noviazgo llevaba cuatro años, pensábamos en casarnos, pero con lo que yo ganaba era imposible, así que el pase a préstamo fue una buena oportunidad. Vine, me casé con sil y nos fuimos. Con la compañía de ella fue distinto, conocimos gente y la situación comenzó a estabilizarse. Silvana está acostumbrada a vivir en varios países, lejos de su familia cercana, pero yo lo sufría. Ella me ayudó mucho en ese aspecto. Ahora vivir en otro país me parece normal”.

diferentes, qué divino si se tradujera un poquito al resto del mundo. De verdad había que ver lo que era, todos queriendo conocer las cosas de los otros, probando comidas de todos lados”. Silvana llevó empanadas, pero confesó que fueron hechas por su madre, alfajores y dulce de leche. Gonzalo considera que la experiencia que viven sus hijos es valiosísima: “Hasta la chiquita te habla de otros países como si nada. Se ponían ropas de otros lados, Maru hablaba en árabe con otros niños. Porque anda volando para el árabe, y para el inglés también. No sólo los hijos tienen vida social, los padres también: “Tenemos amigos españoles, colombianos y nosotros. Formamos un grupo muy lindo”, dice Silvana. “Es verdad –agrega Gonzalo–. Todos somos excelentes padres. Cuidamos a los niños, mientras las madres se divierten”. El Matraca dio un cabezazo a la pelotita de servilleta que Silvana Fossati le tiró entre risas. El balón improvisado fue a parar entre las plantillas de confitería. De más está decir que contuve mi grito de gol.

cOn LA GLObA en LA MOcHILA

Catar. (Fotos: Archivo familiar)

Gonzalo asiente y agrega: “La base es enseñarte a pensar por medio de juegos, a tomar decisiones. Van a hacer gimnasia y hacen juegos donde aplican matemáticas, lenguaje, ciencias… Todo está unido con todo”. “No tienen bancos, son mesas como las de jardín de infantes pero más grandes. En el salón hay unas pelotas gigantes, de las de gimnasia. Los niños se van rotando para sentarse en ellas. Es para controlar la inquietud, porque si no se quedan quietos se caen. Tienen esas cosas; el reciclar es otra”, explica Silvana. Catar tiene un alto porcentaje de población extranjera. Los niños llegan con distintas costumbres, son hijos de distintas culturas. En enero se celebra el Día Internacional, se organizan ferias en muchas escuelas y los padres pueden poner un stand de su país. Silvana cuenta que ella estaba sola: “Entonces nos unimos con una chilena, una colombiana y una mexicana e hicimos el ‘stand latinoamericano’, para que fuera un poquito más contundente. En la página del colegio estaban los comentarios de padres. Casi todos eran de árabes resaltando qué hermosa experiencia, cómo fuimos capaces de convivir tantas personas de culturas y cabezas tan

_Isabel Prieto Fernández

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sí, la verdad que sí

Repatriado

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El poderoso Berna Unidos se llevaba un punto que lo consolidaba como único líder de la Primera Divisional del fútbol suizo, cuando en el minuto 87 Lucho Gamarro escapó del marcador de punta y la mandó a guardar abajo, contra el palo derecho, desatando la algarabía del puñado de hinchas del modesto Sporting de Lucerna. Aquel delantero venía siendo fundamental para que su equipo siguiera en lucha por salvarse del descenso, pero recién en ese partido televisado tuvo la oportunidad de que un país entero lo viera. Por si fuera poco, la buena definición y el posterior festejo con vuelta carnero hacia atrás le valieron un lugar en varios resúmenes deportivos. Y el lunes por la noche una frase se volvía tendencia en las redes sociales: “Cabrera, Gamarro es paraguayo”.

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Ilustración: Rodrigo López

Faltaban pocas semanas para el comienzo de las eliminatorias sudamericanas y el futbolista trataba por todos los medios de mantener la calma y concentrarse en el juego de equipo, pero el mensaje se multiplicaba. Las pancartas de “Cabrera, Gamarro es paraguayo” llegaron hasta las tribunas del estadio del Sporting de Lucerna, por más que algunos simpatizantes mandaran retirarlas al comprobar el nerviosismo del mencionado jugador. Los periodistas suizos empezaron a preguntarle por el tema a la salida de las prácticas y Gamarro contestaba con evasivas, lo que lo convertía en la comidilla de esos programas radiales que pueden estar tres horas por día hablando de la historia más insignificante relacionada con el balompié.

Hasta que un buen día, cuando estaban a punto de anunciarse los convocados para las eliminatorias, el nombre del delantero llegó a oídos de Cabrera. Cauteloso como era, estudió el caso con detenimiento hasta que comprobó, con base en documentos oficiales y testimonios de terceros, que Gamarro efectivamente era paraguayo. Así que Lukas Cabrera, ministro de Inmigración de Suiza, mandó expulsarlo del país por estar trabajando con contrato de ciudadano natural. Y los hinchas del Berna Unidos, que habían tenido la idea de las pancartas, se felicitaron por haber vengado aquel empate en la hora. El futbolista nunca jugó en su selección nacional; en Suiza se destacaba, pero la verdad es que era bastante limitadito. _Ignacio Alcuri


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