Jorge Cazulo La pasión por dos mundos: el fútbol y las letras
Cono Aguiar De las canchas a las tablas de los encofrados
Fabián Carini Su mochila sigue cargada de ilusiones
publicación sobre la identidad del fútbol uruguayo NOVIEMBRE / DICIEMBRE 2016_edición_13 - issn 2393-5995
TATA GONZÁLEZ
contra viento y marea
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El aquelarre
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La filosofía de la dirigencia del fútbol uruguayo logra aumentar el asombro general en cada resolución que adopta. En el mes con mayor número de incidentes graves en los estadios o como resultado de la pugna por el botín de las barras, se alegran de conseguir sanciones leves a episodios que comprometieron la vida de víctimas y causaron pánico en los espectadores que –vaya utopía absurda– querían ver y disfrutar de un juego. Jóvenes baleados por celebrar en una plaza pública el aniversario de su club. Joven baleado por otro simpatizante de su mismo club. Se asegura que agredido y agresor integran barras de ese club. Familias que huyen despavoridas de la tribuna cuando el sonido de las balas se impone en un partido de fútbol. Otro hincha-barra es baleado al llegar a su casa. Al revisar su auto, se le encuentran entradas “de favor” y un listado con identificación de 300 barras. El jefe de seguridad de ese club, días después renunciante a esa función abrumado por las evidencias y presumiblemente presionado por su entorno familiar, afirma que no se dan entradas. ¿Será que crecen y se multiplican como los peces? Los dirigentes dicen públicamente que “hicieron un buen trabajo” ya que el club fue sancionado sólo con tres puntos y una poco significativa cantidad de dinero. Uno de los jóvenes baleados en la plaza pública, Hernán Fioritto, murió tras 38 días de agonía, por el ataque de
más de una decena de hinchas-barras del club rival, que curiosamente salieron a perpetrar ese ataque desde la sede de la institución de sus amores (u odios). Para desmarcar al club dijeron que salieron desde la esquina de la sede. La investigación policial y judicial demostró que efectivamente el tour de odio, sangre y fuego salió de la sede de la avenida 8 de Octubre. Los dirigentes de ese club reinvidican a sus grupos organizados de hinchas. Los dirigentes acusan a las autoridades nacionales de falta de colaboración para asegurar el normal desarrollo de la actividad deportiva. ¿Cuál será el concepto de “normalidad” en aquellos que alimentaron y siguen alimentando el fenómeno de las barras asalariadas y con tratamiento preferencial? Se compran cámaras sofisticadas, sistemas de última generación. Los barras siguen mandando en las tribunas, siguen disputándose espacios de poder, las familias siguen alejándose de las tribunas. Satisfacción porque se jugará el clásico con público –y barras, por supuesto– en las tribunas. El partido lo vienen ganando por goleada las barras y sus protectores. El baile sigue. El negocio no puede detenerse, no importa el precio a pagar. En la lucha por apropiarse del botín del fútbol, unos se impondrán por las buenas y, si es necesario, por las malas también, para ganar posiciones en las guerras internas de los clubes y quedarse con la tajada más grande de la torta.
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El fallo del jurado sobre el Concurso literario “Relatos de fútbol” se comunicará a fines del presente mes a través de la página web y redes sociales. Para el jurado no fue posible concluir su trabajo previo a la salida de esta edición debido al elevado número de relatos recibidos.
Dirección responsable Diego Graziosi Coordinación general Pedro Cribari Edición Marcel Lhermitte Escriben Ignacio Alcuri, Juan Aldecoa, Mauricio Bruno, Manuel González Ayestarán, Agustín Lucas, Mateo Magnone, Emilio Martínez Muracciole, Diego Martini, Mintxo (Fermín Méndez), Luis Morales, Martín Otheguy, Sengo Pérez, Isabel Prieto Fernández, Patricia Pujol. Fotografía Daniel Apuy, Andrés Cribari, Jerónimo López, Rodrigo López, Leonidas Martínez, Sandro Pereyra, Marcelo Ruiz.
Y mientras esto ocurre en el submundo de los baños de las tribunas y de los escritorios de los tribunales de disciplina, otro escenario de conflictos se suma al aquelarre del fútbol uruguayo. Unos se apropian de los derechos de imagen de los futbolistas, sin el consentimiento de ellos, y en forma inconsulta los negocian con terceros. Lamentos varios de quienes curiosamente no son los directamente responsables materiales de esa apropiación. Silencio de la empresa. Todo legal, claro. Hubo dirigentes de los clubes y de la AUF que consintieron esa cesión de los derechos de imagen que no eran suyos, y sí claramente de otros. Dirigentes de la Mutual de futbolistas consintieron en ceder los derechos de imagen que son personales e intransferibles y por consiguiente no podían transferir livianamente. La diferencia entre la indefensión de los espectadores normales del fútbol y los futbolistas de la selección, víctimas del abuso de empresa, clubes y mutual, es que mientras los primeros tienen escasa chance de cambiar la realidad, los segundos, pocos pero bien montados, aúnan a su poder económico –triunfan en las grandes ligas del mundo– un poder mayor, el que deriva de su credibilidad por su entrega deportiva a la causa de todos los genuinos simpatizantes del fútbol: el prestigio bien ganado de su elenco nacional. _Pedro Cribari
Permiso del MEC en trámite www.tunel.com.uy - redaccion@tunel.com.uy tuneluy - @tuneluy Ilustración Rodrigo López Diseño Andrés Cribari, Rodrigo López Corrección Stella Forner Sitio web Pablo Scartaccini Foto de tapa: Sandro Pereyra Contacto: tunel@tunel.com.uy Se utilizaron las tipografías Chau Trouville, de Vicente Lamónaca; Rambla, de Martín Sommaruga; y Adobe Garamond Pro
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Cazulo: Entre la pelota y los libros
Jorge el futbolista En Uruguay jugó en Peñarol, Plaza Colonia, Miramar Misiones, Bella Vista, Deportivo Maldonado, Rampla Juniors, Defensor Sporting, Nacional y Racing. Ancló en Perú en 2010, donde jugó para el César Vallejo. Actualmente es jugador del Sporting Cristal, con este club fue elegido mejor centrocampista (2012), mejor futbolista extranjero y mejor futbolista del año (2012) y mejor futbolista extranjero (2013, 2014). De gran despliegue, voraz en la marca y en la lectura, se animó a escribir y publicó ‘Ángel para un final’, uno de los cuentos más destacados del libro Pelota de papel (Editorial Planeta, 2016). Su vida ha pasado entre libros y fútbol, como jugando. El primer libro que llegó a los ojos de Jorge Cazulo, como un presagio, fue Jorgito el futbolista, él lo supo más tarde, como suele suceder con los presagios. No sería sin embargo ese libro un acercamiento al fútbol, sino a los libros. ¿Cuál es tu relación con los libros? “El vínculo que tengo con los libros es de mi casa, siempre hubo libros, mi madre siempre me orientó en esa dirección: leer. No me acuerdo del primer día que fui a entrenar a algún club, pero no me olvido de Jorgito el futbolista, me lo regaló ella, yo tendría unos cinco años”.
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Fue en Maldonado donde creció y de donde se siente aunque nació en Minas. “Mi madre me leía y ahora yo le leo a mi hija, Isabela, que tiene cuatro años, al principio lo hice para repetir un momento lindo que me había sucedido y ahora es como un momento muy fuerte que disfrutamos mucho; yo disfruto que ella espere ese momento, aunque últimamente dejamos los cuentos y pasamos a los títeres, funciones que le hago antes de dormir, armando la historia entre los dos, interactuando. La lectura y los títeres son como rememorar cosas que me hacían bien y que la mayoría de los niños de ahora no viven”. “Siempre soñé un estadio lleno, estaba seguro que llegaría, me armaba los partidos en la cabeza y en el porchecito de mi casa con forma de arco y como buen uruguayo ganábamos dos a uno sobre la hora con gol mío”. ¿Y siguió tu madre regalándotelos? Nunca dejó de hacerlo, yo era grandecito y 4
los primeros libros de poesía que leí me los regaló ella: La vida ese paréntesis y El amor, la mujeres y la vida, los dos de Benedetti. Fue el primer acercamiento a la literatura. Algunos de sus poemas los entendí, los interpreté de grande cuando fui conociendo la historia, las cosas que pasaron, como ‘Hombre preso que mira a su hijo’, que es muy potente, intenso. Me gusta esa potencia que logra en la simpleza, en lo cotidiano, tal vez sin tanta belleza en las palabras. Sus poemas son los que más guardo en la memoria, los que sé de memoria, ‘Esa batalla’ me acompaña siempre… ¿Cómo compaginar la aniquiladora idea de la muerte con ese incontenible afán de vida? ¿Cómo acoplar el horror ante la nada que vendrá con la invasora alegría del amor provisional y verdadero? ¿Cómo desactivar la lápida con el sembradío? ¿la guadaña con el clavel? ¿será que el hombre es eso? ¿esa batalla? Después seguí buceando y descubriendo a otros, Borges me gusta mucho y hasta la música me entra por lo que dice, por la poesía que puede haber en las letras, por eso disfruto a Silvio Rodríguez por ejemplo, o a Sabina, y el concierto A dos voces de Viglietti y Benedetti me parece extraordinario.
“Me fui solo a probar con unos amigos del barrio Tassano a Peñarol de Maldonado, tenía cinco años y jugué tres años en la categoría de ocho. A los diez me fui, nunca ganábamos y un día llorando después de perder, le dije a mamá que quería cambiar de equipo. Un emblemático técnico, Pablo Dorelo, me llevo al Uru, ahí fui campeón por primera vez”. ¿De dónde viene lo de escribir? Me gusta mucho leer más que escribir aunque creo que todos en algún momento escribimos algo que termina en la papelera o perdido por ahí. Alguna cosita empecé a escribir cuando estaba solo en Montevideo, lejos del barrio, de los amigos. Asocio la escritura con la soledad, cuando tenés más tiempo para pensar, para plantearte cosas. Y ahora no es que estoy permanentemente escribiendo pero siempre anoto alguna idea que se me viene para después, algún día, desarrollarlas. Pero generalmente escribo para mí y después lo tiro. “A los dieciséis me fui a la inferiores de Peñarol, de vivir en mi casa a hacerlo con veinte botijas más que perseguían el sueño de jugar en primera. La capital te absorbe, es otro ritmo, extrañaba, extrañaba a mis amigos, a mi vieja. Estaba el Cebollita Rodríguez que era muy querido, tendría unos trece años, le recordaba la fecha de los cumpleaños de nosotros a su madre y ella nos mandaba tortas desde Juan Lacaze. Él era el más chico y se preocupaba por nosotros. Lo que hablaba de su madurez, gran gurí. Estábamos con Alcoba, Bueno, Bizera, Leal…”. ¿Cómo fue el proceso del cuento que escribiste para Pelota de papel? Tenía la idea en la cabeza pero fue mutando, ya tengo 34 años, la mayoría
de mis compañeros ya no juegan y quería contar la parte fea de esta profesión, la otra parte que es la más común, la que menos se sabe, no sé si la palabra es fracaso pero el que no pudo realizarse con lo que le gustaba hacer, con lo que soñó hacer, poder decir “tengo algo de dinero ahora, puedo retirarme y dedicarme a otras cosas con tranquilidad”. Conozco a muchos que dejaron de jugar un domingo y el lunes en lugar de buscar su nombre en las páginas de deportes del diario, buscaban trabajo en los clasificados, he vivido de cerca esas depresiones que me han chocado. Sobre eso escribí pero cambié el final, no era justo que se metiera un tiro en la cabeza, así que maté al bicho. Pero fue medio sufrido, yo trato de hacer las cosas lo más perfectas posible y me costó, algo que tenía que disfrutar se terminó transformando en una soga que me apretaba cada vez más. No sabía si encajaba en el libro, Pucha, esto es una puñalada pensé pero después de haber leído a tantos escritores uruguayos, me dije “parece que todos estamos marcados, por esa matriz, por lo gris, lo opaco, el sufrimiento, la negación, como una especie de incapacidad para ser felices”. Algunos de los personajes de ese cuento son producto de mi paso por Miramar Misiones, una banda preciosa, dónde jugué con Palito Pereira, el Papelito Fernández y Agustín Lucas que fogoneó el libro. “En Rampla hicimos una campaña histórica, quedamos segundos, era una linda banda, un equipazo. Yo venía de una época muy convulsionada en Peñarol, rompí la burbuja, el sueño no era un cuento de hadas, cambié mi actitud, disfrutaba jugar, dejé de pensar en consagrarme en el equipo soñado, había que pelearla todos los días, si no sostenés el día a día no podés soñar más allá. Recuerdo a gente mayor, grande, llorando de alegría en el alambrado, hinchas que hacían colecta para pagarnos. De ahí fui a Defensor y salí campeón”. Hablando de escribir, ¿cómo te llevás con las redes sociales, las usás? No tengo, no me gustan, las pocas veces que me acerqué vi un mundo muy destructivo y lleno de resentimiento, o exhibicionistas de su felicidad, estoy por fuera, cosas importantes se desvirtúan o banalizan. Alguien dijo “Dios tiene prestigio porque aparece poco”, se aplica para el fútbol y todo. Además hay cosas que uno piensa y dice en un momento en caliente y deben quedar donde se dijeron y en ese tiempo,
“Conozco a muchos que dejaron de jugar un domingo y el lunes en lugar de buscar su nombre en las páginas de deportes del diario, buscaban trabajo en los clasificados, he vivido de cerca esas depresiones que me han chocado”, reconoce Cazulo. (Foto: Daniel Apuy)
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Jorge Cazulo
tiempo, y vas perdiendo capacidad física pero aumenta la capacidad mental, descifrás mejor el juego, sabés por dónde viene el peligro, por dónde iniciar la jugada. Paradójicamente encuentro disfrute en una posición sufrida, cerca del arco, donde no podés equivocarte”. Nunca jugaste en una selección uruguaya, ¿cómo te sentís respecto a eso? No miro para atrás, no tengo cuentas pendientes, todo lo que me ha pasado pasó para dibujarme el camino y sólo guardo lo bueno. No se dio y ta.
“El que es mejor sobresale, pero es tan sabio el fútbol, que necesitás a otros, por más bueno que seas, necesitás a los demás para lograr lo principal, el objetivo máximo: ser campeón”. (Foto: Daniel Apuy)
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“El vínculo que tengo con los libros es de mi casa, siempre hubo libros, mi madre siempre me orientó en esa dirección: leer. No me acuerdo del primer día que fui a entrenar a algún club, pero no me olvido de Jorgito el futbolista, me lo regaló ella, yo tendría unos cinco años”. Cazulo, ultimo de la derecha agachado. (Foto cedida por Jorge Cazulo)
cosas de las que después te arrepentís y que al quedar escritas te dejan preso y pueden volver años después cuando de repente ya no pensás lo mismo. “De Defensor pasé a Nacional, jugaba de volante, pero alternaba, no fui titular, fue un momento dulce para el equipo, salimos campeones y llegamos a las semifinales de la Libertadores. En esa época descubrí a Saramago”. Cambiando de tema, ¿qué te dejó el fútbol, qué te deja? Todo, como dijo Albert Camus. Aprendí
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que lo de ayer no sirve para hoy, a superar las frustraciones, a ser solidario, a que te importe lo que le pasa al otro, a que necesitás a los demás, a ser disciplinado. El que es mejor sobresale, pero es tan sabio el fútbol, que necesitás a otros, por más bueno que seas, necesitás a los demás para lograr lo principal, el objetivo máximo: ser campeón. “Después de pasar por el César Vallejo llegué en 2012 a Cristal, no sé por qué pero caí bien, la gente me agarró un cariño especial. Empecé de volante y ahora juego de central, es distinto pero me adapté bien, pasa el
¿Te planteás el retiro? Creo que me da para jugar hasta los 37 o 38 años y espero terminar en Perú, ojalá en Cristal, este país me ha dado mucho, y tal vez lo más grande: me dio una hija. Después espero seguir trabajando como técnico, si surge algo acá me quedo, si no regreso a Maldonado, a mis afectos, a la plaza Padre Domingo donde nos reuníamos con los pibes del barrio, cada uno con sus sueños. Salí de allí a los dieciséis años, y si entonces alguien me hubiera dicho que a los treinta y cuatro iba a andar en la vuelta sin haber vivido desde entonces un año completo allá, no lo hubiera creído, pero así fue. ¿Qué podés decirme de lo que has vivido? Veintiocho años después de haberme ido a probar a Peñarol en Maldonado, no puedo sentirme otra cosa que contento por poder vivir de lo que me gusta. Soy un privilegiado. Debe de ser terrible levantarte cada día a hacer algo que no te gusta. Nunca dudé que estaba hecho para esto y siempre viví cada momento como único, las cosas hay que hacerlas por amor, es la única manera de tener éxito, tengo una compañera que me apoyó cuando la mano venía brava y tuve a mi madre. Lo que soy es lo que ella me inculcó, y lo que yo le inculco ciegamente a mi hija, la sensibilidad. No solamente que me importe lo que me pasa a mí: mirar al costado, tratar de mirar a los demás, no pasar por la vida de largo, comprometerse… mi señora, mi hija, mi madre, son las personas más importantes de mi vida. Tres recuerdos de fútbol atesora Cazulo, el Piqui, en su memoria: Su primer campeonato con Cristal dando la vuelta olímpica con Isabela en brazos, su debut en la selección de baby fútbol de Maldonado y el gol de chilena que le hizo a los poderosos del Barrio Norte cuando tenía ocho años jugando por el débil barrio Tassano y ganar el partido. Entonces, Jorgito no sabía que iba a ser futbolista.
SÍ, LA VERDAD QUE SÍ
CAMBIA, TODO Incluso para un club de mitad de tabla, cuatro derrotas consecutivas fueron demasiadas. Había que cambiar un fusible para salir de la oscuridad y, como suele ocurrir en estos casos, el director técnico tuvo que pagar los platos rotos (pese a que varios testigos afirmaban que quien había arrojado al suelo todos aquellos platos, enfurecido por perder contra el cuadro que iba último, había sido el presidente del club). Así que luego de un sencillo mensaje de WhatsApp se concretó su desvinculación y llegó un nuevo trabajador a dar un volantazo y regresar a la senda del triunfo, algo que no sucedió. La comisión directiva, reunida en asamblea permanente comenzó una serie de manotazos de ahogado en busca del maldito fusible que lo estaba arruinando todo, si me permiten la combinación de metáforas. Despidieron a todo el plantel principal y le dieron lugar
a los pibes, con la intención de que su sed de gloria fuera suficiente, pero aquellas jóvenes promesas estuvieron muy lejos de cumplirse. Cambiaron al preparador físico, al entrenador de arqueros y hasta al pobre diablo que llevaba la bolsa gigante con las pelotas para practicar y que cobraba en cocoa y galletitas, y la victoria les seguía siendo esquiva. Se fueron a practicar a otra cancha, encargaron camisetas de un color diferente, conversaron con la hinchada para que redujera aquellos cánticos que amenazaban con hacerles un daño físico si no rescataban al menos un punto. Hasta accedieron a retirar las banderas en las que estaban escritos los domicilios de los futbolistas. Ni siquiera así volvieron a la senda del triunfo. Las goleadas en contra se sucedían a un ejercicio de autocrítica (o de supervivencia) los directivos dejaron su lugar a otros directivos, que poco pudieron
hacer salvo continuar la política de modificaciones extremas, deshaciéndose del tradicional escudo del club, pintando las baldosas y adelantando los horarios de la gimnasia para la tercera edad, sin el menor éxito. Ni siquiera lograron empatar con el penúltimo de la tabla al poner papel higiénico doble hoja en los baños del estadio. Con poco (prácticamente nada) para perder, continuaron los cambios, cada vez más radicales. Hoy son una panadería atendida por el marcador de punta derecho y la delegada de divisiones formativas. El nombre del local no remite en absoluto al de la institución deportiva y el local está a kilómetros de la antigua sede. No hay elemento alguno que permita unirlo con aquel club de fútbol, excepto que se les acaban de quemar todos los bizcochos. _Ignacio Alcuri
Historias de fútbol, historias de vida.
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_Sengo Pérez, Lima 7
Doping positivo
El descenso únicos hombres en medio de un plantel de niños imberbes que, de seguro, dentro de la cancha, solitos, se iban a cagar en las patas. También faltaba el Oveja, pero con él no se podía contar; se iba a comer siete años. El Oveja era director técnico, jefe de bomberos, principal sospechoso y casi culpable de una maniobra consistente en introducir cuarenta kilos de cocaína por la frontera en los bolsos deportivos de un grupo de jugadores de la selección que había viajado a Brasil para jugar un campeonato amistoso. De postergarse el partido, habría una chance. Reforzado con los jugadores detenidos, que, de seguro, serían liberados luego de declarar que los bolsos habían sido armados por el Oveja, Acrópolis estaría en situación de, por lo menos, sacar un empate y así mandar a Ferro a la B. Por otra parte, pensaba Salamanca, eso era lo que correspondía por historia; Ferro era un cuadro chico y además, pobre, de esos que conviven con la miseria y no les importa, mientras que a Acrópolis, una institución de clase, con asociados de nivel, cenas de fin de año y reinas de la primavera, correspondía por abolengo jugar para siempre con los distinguidos. Pero aunque Salamanca mirara fuerte, no llovía. Eufico empezó a hablarle de cualquier cosa, para distraerlo, para ver sí podía destrancarle el cuello y llevarlo con la patrona, que a esa altura ya estaría preocupada. Le recordó el campeonato del 66, aquel que ganaron, justamente, en la cancha de Ferro, con gol de media cancha del Pirujo Umpiérrez cuando faltaban tres minutos. El arquero rival, Boglione, que era muy temperamental, estaba distraído porque un hincha, atrás del arco, no
paraba de recordarle las cosas que le estarían haciendo a su mujer mientras él pasaba la tarde del domingo abajo de los tres palos. Entonces le hicieron foul al Semilla, lejos, por la mitad de la cancha. Boglione se dio vuelta para identificar al vivo que hablaba de afuera, Umpiérrez se dio cuenta y pateó como Chilavert contra el Mono Burgos, recto, pleno empeine, botín enterrado en el pasto, y la pelota se metió apretada contra el travesaño mientras el arquero miraba para todos lados sin entender qué estaba pasando. –¿Te acordás, Higinio? Salamanca giró el cuello lentamente y sonrió. –Traé el metro y la linterna –le dijo a Eufico–. Y cal. Y un rodillo. Y las llaves del auto. Nos vamos para la cancha. Eufico no entendió para qué, pero sólo de ver que su amigo hablaba se puso contento, así que le hizo caso. Además, pensaba, en el camino podría convencerlo de que no había nada para hacer ahí y que lo mejor era ir acostarse, descansar y tener fe en que al día siguiente los gurises fueran a sacar un buen resultado. En el camino, sin embargo, el que habló fue Salamanca. –Fico, vos te acordarás tanto como yo de que el Pirujo Umpiérrez era un muerto de hambre. Ojo, que no se malentienda, no era mala persona, pero comía mal, salteado y por eso nunca tuvo mucha fuerza. Lo suyo era pelota al pie y pase cortito. Si quería mandarla larga, no le daba, le pesaba, la dejaba muerta, así que ni trataba. Pero ese día le pegó al arco desde la mitad de la cancha. ¿Sabés por qué? –¿Porque había arrancado con lo del abigeato y ya estaba más nutridito?
costados y, con la cal y el rodillo que te pedí, la hacemos más angosta, hasta que quede en falta. Y con eso nos aseguramos que mañana, pase lo que pase, nos quedamos en primera. Eufico y Salamanca llegaron a la cancha por el lado de atrás, por el bosque, rodeando el pueblo de Las Vías. La forma más directa les pareció peligrosa, porque alguien podría verlos. La cancha estaba en un hueco del terreno, como en un bajo; parecía una piscina sin agua. Estacionaron el auto a un costado y bajaron por uno de los terraplenes. Había luz porque era una noche de luna llena, así que decidieron no usar la linterna. –Bueno Eufico, vos estirá el metro todo lo que puedas y yo voy haciendo marcas con el zapato. Cuando lleguemos al otro lado, contamos cuántas marcas hay y sacamos el cálculo de lo que mide la cancha. ¿Está claro? Trabajaron despacio, porque estaban viejos y porque la tranca del metro de Eufico estaba vencida; cada tanto se le cerraba y tenía que medir de vuelta. Cuando llegaron al final, volvieron sobre sus pasos
y contaron las marcas. Había treinta y dos, que, multiplicadas por la medida del metro, significaban sesenta y cuatro metros. Salamanca sonrió contento y se sentó en el pasto, apoyado contra uno de los arcos. Prendió un cigarro. –Estamos en primera, Eufico, te dije. Acrópolis es el decano de la zona, el cuadro con más historia, el que tiene más copas y si no el que tiene más hinchas, por lo menos el que tiene los mejores. No íbamos a andar descendiendo contra estos muertos de hambre, que ni terreno para hacer una cancha completa tienen. Su amigo no lo escuchaba. Miraba embobecido la catarata de agua que bajaba por el terraplén como si fuera la fuera sangre o el vómito de un caño de saneamiento. Salamanca, que estaba de espaldas, recién se dio cuenta que algo pasaba cuando un chorro de agua, fuerte, le pegó perpendicular en la nuca. Miró el cielo; no llovía, pero la cancha estaba inundándose. _Mauricio Bruno
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–¡No va a llover, hombre! ¡No mires más! Salamanca no hizo caso. Tenía el cuello trancado y la cara apuntando al cielo, en un ángulo de cuarenta y cinco grados. Estaba parado y sostenía el peso de la panza con las palmas de sus manos apoyadas en la ciática. Visto de costado, parecía una ese, como casi todos los señores que pasan los sesenta años y beben con rigor. Eufico tenía razón. Era diciembre, era de noche, hacía calor, no había caminos de hormigas, no había nubes ni humedad. Apenas una brisa suave que arrimaba el olor lejano a coronilla y costillar asado. Ya habían revisado el pronóstico; daban tormenta para el jueves, pero para mañana, nada. Sin embargo, Salamanca no se quería convencer. Nunca iba a reconocerlo, por supuesto, pero internamente creía tener el poder de forzar las condiciones climáticas con la mirada. Era un don que traía de niño, de cuando su padre le prometía ir a pescar si paraba la lluvia. Pero ya iba por las dos horas de aguda mirada y el cielo no daba señales de estarse sometiendo. Tal vez sus poderes se habían agotado. Al día siguiente tocaba contra Ferrocarril, allá, de visita, al borde de Las Vías, y si perdían, bajaban. Salamanca no jugaba, obvio; era el presidente. No quería ser el primero de la historia del Acrópolis en mandarlo a la B, pero eso era lo que iba a pasar si un milagro de la naturaleza no irrumpía en escena para desatar una bomba de lluvia torrencial que inundara la cancha y obligara a suspender la jornada. Una semana, no precisaba más, una semana. El martes liberaban a Gordillo, al Pierna, a Noviembre, a Reto Zacarías y a Nelson Daniel. Los cinco eran titulares y además los
–No, eso fue después, en los setenta, cuando se acomodó en la Intendencia. En la época del partido que vos decís estaba en una mala. Le pegó al arco por una razón más simple; porque el arco estaba cerquita. ¿Entendés? Estoy casi seguro de que la cancha de Ferro no tiene las medidas reglamentarias, no llega, es muy chica. Más te digo, si pasa de los ochenta metros de largo, me vuelvo a pata, pero vas a ver que no. –¿Entonces? –Entonces lo que vamos a hacer es lo siguiente: es de noche, hace calor, en Las Vías no debe haber nadie. O están comiendo un asado o ya se mamaron y se fueron todos para el quilombo. Así que entramos y medimos la cancha. Si es como yo digo, tranquilo nosotros; mañana jugamos el partido normalmente, y si perdemos, no importa, porque vamos a la liga y denunciamos que la cancha es chica y nos dan los puntos. –¿Y sí la cancha está bien? –Para eso te pedí el rodillo y la cal. Si la cancha está bien, le cortamos un poco de los
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JESÚS CONO AGUIAR: TRAS EL FÚTBOL, EL ACTIVISMO SINDICAL EN EL SUNCA
Convencer, esa construcción
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La cara es conocida, pero cambió el escenario. No hay césped sino tablas de encofrado, varillas, ladrillos y bloques. En la tele, en la radio, en los portales y en los diarios de Florida, en los últimos años empezó a aparecer Jesús Cono Aguiar hablando de condiciones de trabajo, de salarios impagos, de materiales de mala calidad y de paros.
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Él y sus compañeros de la construcción de más de cien casas del programa de realojamiento del asentamiento Sitio Pintado fueron tomando medidas de lucha mientras surgían problemas con la empresa ejecutora de la obra convenida entre el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente y la Intendencia de Florida. Paros, movilizaciones y notas en los medios locales tenían a Cono Aguiar en la primera línea. Ni la construcción ni la vida sindical le eran nuevas. En el primero de esos planos la experiencia se remonta a la adolescencia, tanto acompañando a su padre, albañil, como trabajando en la misma rama para la curtiembre floridense. En el plano sindical también tenía experiencia. “Estuve en la Mutual cuando ocurrió la aparición de Quique [Enrique] Saravia y la salida del Tajo [Fernando] Silva. Yo estuve en esa movida y en la comisión directiva. Digamos que estar involucrado en estas cosas es parte de mi vida, de mi manera de ser. Cuando vine a Florida encontré en el Sunca un sindicato fuerte, bien organizado. Yo había estado un par de años trabajando en cooperativas [de viviendas] y después entré en la del Sitio Pintado. Me invitaron a participar de la Mesa Departamental y por supuesto que dije que sí, aunque no sabía bien de qué se trataba”. Cono Aguiar fue futbolista profesional durante más de quince años, con una carrera que tuvo su cumbre en el epílogo, después de convencerse de que su mejor momento había pasado. Aprendió a regenerar esperanzas, a recuperar sueños perdidos, y a sentir que estaba aprendiendo cosas nuevas como un adolescente de formativas. Le pasó fundamentalmente en Fénix, con Juan Ramón Carrasco, aunque sostiene que la cumbre en rendimiento fue en los primeros años de profesionalismo,
jugando para Liverpool primero y para Defensor Sporting después. “El momento en el que mi nombre estaba más en la prensa, que la gente me conocía más, fue al final de la carrera. Fueron los años que más disfruté, y no por el hecho de ser más conocido, sino por la intensidad de lo vivido. Mis primeros años en Liverpool fueron muy buenos. También en Defensor, y después yendo a jugar a México [al Veracruz]. Esos años fueron, sin dudas, los mejores en lo deportivo. Después volví de México a Nacional. Ahí ya tenía como 29 años. Empecé a aparecer más, pese a que ya llevaba siete años de profesional. Vine a surgir en Nacional en el año del famoso quinquenio, y marca eso de ‘quién perdió el quinquenio’”. Era como caer en el mejor lugar pero en el peor momento. Exactamente. Yo soñaba jugar en Nacional, pero fue cuando Peñarol llegó al quinquenio. Estuviste medio año en Nacional. Ya tenías treinta años. ¿Te quedaban esperanzas de tener un punto más alto en la carrera? No. Sin dudas que el golpe de Nacional fue tremendo. De hecho cuando volví de Bolivia, donde había jugado en The Strongest tras un paso por China, como no salía nada terminé jugando en Fénix. Hacía diecisiete años que Fénix no ascendía. Ahí no había chances, porque no era un club candidato a subir. Yo me sentía profesional aún. Sentía que tenía cosas para dar, y como no salía nada fui a jugar a Fénix porque allí había un salario. El primer año fue así, sin una esperanza deportiva. Pero después se dio una casualidad, en la que estaban enrabados Fénix, Tenfield y [Jorge] Chijane. Hacía relativamente poco tiempo que Tenfield
tenía los derechos de televisación, y Chijane era alguien muy cercano a Paco Casal. En ese contexto Fénix hizo un proyecto para ascender al otro año. Por el tema de la televisación se empezaba a ver distinta la posibilidad de ascender a la A, porque para los clubes era una buena plata. Fue un campeonato durísimo. *** Cono Aguiar tiene hermanas. Siete en total. Es el único varón de los ocho hijos de los Aguiar Moreira; y es de los menores. Estudió en la UTU, pero no la terminó. Pasó a ser el peón de su padre, en obras, en changas, y después surgió, gracias al fútbol, el trabajo en la curtiembre. Mientras tanto era jugador de fútbol en Candil, club al que había llegado después de hacer baby y formativas en Atlético y El Triángulo. De su infancia y adolescencia tiene todavía en las retinas los asados de los domingos. Los hacía su padre, en el suelo, “con las tablas de quince que requechaba en la construcción”. Recuerda el ambiente familiar, con todos reunidos, después de estar “cada cual en lo suyo” durante la semana. Y al asado “caían mis cuñados”. Estos, explica, fueron fundamentales en sus comienzos. “Con ellos empecé a hacer la cuadrilla del fútbol. Fueron los que me impulsaban y hasta cuidaban. Me decían ‘no vayas al baile que mañana tenés partido’, o ‘no vayas a pescar que mañana te vamos a ir a ver’”. En su casa el fútbol no pesaba “absolutamente nada”. Ni siquiera recuerda a su padre llevándolo a jugar al baby. Tras unos años en la primera de Candil, llegó la selección albirroja y con ella el campeonato del Interior, en 1990 (el último obtenido por Florida), con la dirección técnica de Mario Patrón. En ese plantel estaban Jorge Giordano y Gustavo Iturburu, entre otros.
Cono Aguiar fue titular en la selección uruguaya contra Paraguay, en Asunción, por las eliminatorias para el mundial de 2006. “El único partido en el que yo podría jugar en la selección sería en ese. Con 35 años y siendo mi fuerte el juego aéreo, no me iba a poner en un partido donde me pintaran la cara por abajo los brasileños o nos mataran a velocidad los argentinos”, recuerda. (Foto: Marcelo Ruiz)
Su carrera profesional empezó a los 21 años de edad. Fueron más de quince años pasando por clubes de Uruguay, Ecuador, México, Bolivia y China. Jugó en la selección uruguaya, la de Juan Ramón Carrasco. Debutó con 35 años. Decías que disfrutaste más la última etapa de tu carrera… Sí, especialmente desde que empezó ese proyecto de Fénix hasta el final de mi carrera. Los objetivos deportivos, el sentirme profesional, ir a entrenar y demás. Para mí el fútbol mejoró a raíz de ese cambio. Me acuerdo de lo que fue en mis primeros años, en Liverpool, que a veces pasábamos meses sin cobrar, y era algo que pasaba en casi todos los clubes, salvo Nacional, Peñarol, Defensor y alguno más. Mejoraron además muchas canchas. ¿Te marcó mucho Carrasco? Sí. Mucho. Si bien no generé una amistad con Juan, siempre tuve un vínculo de respeto muy grande desde el 97, cuando estuvimos en Nacional. Teníamos algunas cosas parecidas, como el carácter fuerte y algunos conceptos en cuanto al fútbol. Creo que la gente no nos entendía mucho. No es
que lo que él planteaba fuera novedoso en el mundo, pero acá sí. También pasó que en Fénix tuvo mucha fortuna de encontrarse con jugadores predispuestos a hacer lo que él quería. Eso comentaba Martín Ligüera: el nivel de convencimiento que tenían. Absolutamente. Cuando se logra eso ocurre algo en el grupo, porque cuando uno se manda una cagada saliendo de atrás, muchas veces el compañero no te apoya, pero cuando se trabajó eso, cuando hay un convencimiento y el grupo sabe que salir jugando de tal o cual manera, incluso dribleando, es hasta parte de lo previsto dentro del juego colectivo, eso hace que tu compañero salga a salvarte como loco. Porque no era un invento de uno salir así. Era algo que estaba dentro de lo trabajado. Incluso me acuerdo que había una jugada en la cual Juan le pedía al golero que saliera a descolgar la pelota con la mano en una zona del área bastante alejada del arco. Vos lo veías por televisión y te agarrabas la cabeza y te preguntabas para dónde va. Pero el golero llegaba y la agarraba porque el colectivo se movía sabiendo que el golero iba a salir ahí en esas circunstancias. Esa
época fue extraordinaria, llena de cosas nuevas. Me acordaba de que antes siempre trabajaba táctico un día a la semana y hacíamos fútbol un día a la semana. Después era preparación física, o definición y fundamento. Cuando llegó Juan a Fénix nos encontramos que trabajaba todos los días en la cancha, y que trabajaba eso no media hora sino hasta tres y cuatro horas, planificando las jugadas y esperando que salieran. Eran entrenamientos diferentes y divertidos. Uno se imagina que para alguien que sentía que estaba en la etapa final de su carrera, fue como regenerar muchas esperanzas. Me sucedió eso. Llegué a la selección con 35 años. En 1995 había perdido la esperanza de la selección. En todo el período previo a la Copa América, Pichón Núñez hizo convocatorias muy amplias, con jugadores de todos los equipos. Yo venía de años muy buenos, ya estando en Defensor, y en esas convocatorias amplias no fui tomado en cuenta. Entonces pensé: “Si no estuve en esta, ya está, hay que olvidarse”. De ahí en más dejé de soñar con la posibilidad de la selección. 11
Volviendo a Fénix. De alguna manera estabas en la zona expuesta del juego de Carrasco, porque siempre el punto criticado ha sido el énfasis casi exclusivo en el ataque. Estábamos tan convencidos, que nuestra meta, la de los zagueros y goleros, era cómo hacer goles. En Defensor nos hacían un gol y en la semana trabajábamos horas y más horas para corregir el error que llevó al gol. En Fénix nos hacían un gol y el trabajo era el mismo, allá [señala un imaginario arco contrario]. Teníamos, claro está, aspectos referidos a la posición, pero la preocupación del golero y del zaguero era que el cuadro hiciera un gol, hacerlo antes que el rival, y hacerle uno, y dos, y tres.
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Cono espera, fumando, en la vereda del local del Sunca en Florida. La idea era hacer algunas fotos en una obra, pero en ese momento no estaba en ninguna. Acaba de salir del seguro de paro tras la construcción de las viviendas de Sitio Pintado. No ser tomado en algún trabajo, dijo, es algo habitual para los dirigentes del Sunca en el interior del país. Ahora accedió, por su condición de miembro de la Mesa Departamental, a uno de los cinco puestos creados por un convenio entre el sindicato y la Intendencia de Florida. El día antes a la charla estuvo en Montevideo, en una movilización del Sunca por 18 de Julio. “Fue tremenda, y en medio de una alerta meteorológica”. Se hace complicado no terminar hablando de la capacidad de movilización del Sunca. “No por gusto el gobierno dejó a la construcción para lo último en la negociación colectiva”. Destaca que no es que el Sunca se aproveche de su capacidad para pedir cualquier cosa. “En las primeras plataformas no hablamos de
plata. Sabemos que estamos en un momento más complicado que hace pocos años, pero tenemos reivindicaciones de salud, de cuidado en las obras”. Cuando se llega al tema dinero, dice que no tienen que ser los trabajadores “los que tengan que estar pagando la inflación. El correctivo tiene que ser cada seis meses o, como mucho, cada un año”. *** Agradece al tiempo que le haya regalado la posibilidad de ser dirigido por Juan Ramón Carrasco en su madurez futbolística, para entenderlo. Fue “encontrar un diferente”. “Los que lo tuvimos a Juan lo disfrutamos y estamos convencidos de que era eso. Y es una secuencia, porque hablás con Juan y él te dice: a mí me convenció el profe [José Ricardo] De León, y sin embargo el fútbol del profe De León estaría en las antípodas del de Juan. Lo que hizo Juan, inteligentemente, fue tomar el aspecto del convencimiento. El tema no estaba en cómo jugaban sino en cómo hacía para que jugaran así”. Jugaste un partido con la selección. Para ese partido Carrasco cambió casi todo el cuadro respecto al partido anterior, que habían ganado por goleada a Bolivia, y terminamos perdiendo por goleada ante Paraguay. ¿Nunca te quedaste con eso de “justo en ese partido vengo a jugar”? No. El único partido en el que yo podría jugar en la selección sería en ese. Con 35 años y siendo mi fuerte el juego aéreo, no me iba a poner en un partido donde me pintaran la cara por abajo los brasileños o nos mataran a velocidad los argentinos. Éramos Sorondo y yo, y acá en Uruguay no había tantos que saltaran e hicieran el doble ritmo. ¿De qué hablaban? ¿Que fue un capricho de Juan? Nunca lo entendieron
*** La Mesa Departamental del Sunca en Florida, de la cual es miembro Cono Aguiar, tiene varios temas en la agenda. Entre ellos está el conflicto de los trabajadores de la obra de refacción y reciclaje de la Escuela 8. A los tres meses de empezar ya les debían dos sueldos. “El público-privado ha generado un rompedero de cabeza acá en Florida. Tuvimos también mil problemas en la obra de Sitio Pintado. Es un tema difícil. Hoy en día cualquiera que pueda llenar un formulario y crear una empresa está en condiciones de ganar una licitación, derrumbar una escuela e irse a la mitad de la obra. Por eso [Óscar] Andrade ha estado trabajando en una ley de solvencia patronal”. La figura de Andrade, se nota, le resulta digna de resaltar. Hoy es “insustituible”, dice, pero no cree que le vaya a ocurrir que, como ha pasado con figuras relevantes en otros ámbitos, termine por crecer a tal punto de ser más grande que la propia organización. “Un viejo sindicalista me decía que a veces pasa eso. Sí. Puede ser. No lo había visto así, pero no sé, no creo. Tiene muchísimo para dar todavía, y no sólo dentro del Sunca. Incluso creo que lo del Sunca va a ser un pasaje para otro ámbito en el que pueda seguir haciendo políticamente. Para mi gusto, está lejos de muchísimos. Es impresionante porque es un tipo muy sencillo y claro a la vez. Eso es muy difícil. Además es una figura que en nuestro sindicato ha unido muchísimo”. *** La marca de “los que perdieron el quinquenio” no es la única secuela de los del Nacional de 1997. Un partido en particular,
contra Defensor, todavía enciende los ojos de Cono Aguiar cuando lo recuerda. Ganaron cuando, según el presidente Ceferino Rodríguez y muchos hinchas, tenían que perder para que Peñarol se quedara sin anual y sin posibilidades de quinquenio. “Aunque como hincha quiero que pierda, desde el momento en que me pongo la camiseta y entro a la cancha, quiero ganar. Si no fuera así, traicionaría al fútbol. Era perder por temor a enfrentar a Peñarol. Ahora entiendo más la postura de [Carlos] Nicola, que en su momento no entendí mucho. Fue el único que dijo ‘no quiero jugar ese partido’. Estuvo perfecto. Quizás ese era el camino que teníamos que haber tomado los demás”. Cono no volvió a saludar a Roberto Fleitas, que “puso jugadores para que pierdan”, y lamenta que a esos mismos futbolistas no les hayan dado la posibilidad de jugar luego contra Peñarol. “Muchos de ese plantel queríamos jugar la final con Peñarol. Yo prefiero quedar como un idiota antes que quedar como un cobarde”. *** No es fácil trabajar sindicalmente en algunos departamentos, especialmente en sociedades conservadoras donde la palabra “sindicato” genera rechazos a veces en no pocos trabajadores con discursos semejantes a los de sus empleadores. Con sus compañeros sindicalistas intentan atacar “los altos niveles de informalidad”, o seguir
“El tema era estar convencidos, jugar convencidos. Hablás con Juan Ramón y él te dice: a mí de eso me convenció el profe [José Ricardo] De León, y sin embargo el fútbol del profe De León estaría en las antípodas del de Juan. Lo que hizo Juan, inteligentemente, fue tomar el aspecto del convencimiento. El tema no estaba en cómo jugaban sino en cómo hacía para que jugaran así”.
avanzando en materia de seguridad. “Recién se están dando pasitos en los cuales los patrones están empezando a entender que invertir en seguridad no es gastar plata”. “Una de las cosas que cuesta más es organizarse para que el trabajador conozca sus derechos; ni si quiera para militar. Y hablamos de un derecho que el patrón acordó, que ya firmó, pero vas
y le preguntás al trabajador y no sabe. O peor aún, vamos a una obra y hay algún obrero sin casco. Le preguntamos y dice ‘no importa, no lo quiero usar’, y entonces hay que explicarle que no es ‘quiero o no quiero’, sino que lo tiene que usar. Es un derecho logrado a través de una lucha histórica. Todas esas cosas en el interior parecen más difíciles”.
JESÚS CONO AGUIAR
“Recién se están dando pasitos en los cuales los patrones están empezando a entender que invertir en seguridad no es gastar plata”, dice Cono Aguiar. (Foto: Marcelo Ruiz)
a Juan. Lo que le criticaban era la forma de ser, porque nunca miraron lo que hacía en sus entrenamientos, cómo era su forma de trabajar. En el primer tiempo íbamos 1-0 y tuvimos tres jugadas de gol. El primer tiempo era 4-0 a favor nuestro. Atrás se hizo lo planificado, aunque es claro que individualmente las piezas fallaron. Sabíamos que nos podían hacer dos o tres goles, por eso nunca se criticó eso adentro como se criticó afuera. La crítica más grande estaba en los goles que no hicimos. Cristian González, [Gonzalo] Sorondo, yo y [Mario] Regueiro veníamos jugando como línea de cuatro desde que él agarró la selección, pero de suplentes. Aunque si Juan escucha esto de decir “suplentes” tenemos un lío bárbaro. Eso no existe para él. Hacía meses que estábamos entrenando juntos Sorondo y yo. Fuimos a jugar contra Paraguay, que tenía dos torres. ¿O a quién ponés?
*** Cono es el director técnico de Candil, un club de los chicos de Florida, que salió campeón de la divisional A por última vez en 1968, el año en el que él nació. De allí en más Candil ha andado deambulando entre la A y la B, con mayor inclinación a esta última. Cuando Cono Aguiar asumió, el plantel ya venía trabajando. Incluso venía del reciente ascenso. No descender fue la meta que transmitió en la primera charla con el plantel. Mientras hablaba empezó a ver gestos de disconformidad. Negaban en silencio, según narró en una entrevista con el programa Rompecabezas, del canal local TVF. Después algunos jugadores se le acercaron, de a uno, y también de a uno le fueron diciendo que no, que había material para pelear arriba, para salir campeones. Le parecía una locura, pero se convenció y logró un título en la A para Candil después de 48 años. Los jugadores lo convencieron a él. _Emilio Martínez Muracciole
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En el Paladino, 16 años atrás
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Mi viejo es un gol
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Hoy hace exactamente dieciséis años y es un montón. Yo siempre les digo que si tuviera que explicarte lo de las Torres Gemelas no me creerías. Y que ganó el Frente y que sigue en el gobierno, menos. No entenderías nada de nada. Abrirías los ojos y pensarías que te estoy bromeando, como siempre hicimos, como vos me enseñaste. Porque con la muerte jodimos un poco o bastante hasta que ella nos jodió a nosotros. En este mundo resultadista ganó la tipa. Igual estábamos bastante acostumbrados a perder. Es la ventaja de ser hincha de cuadro chico. Para consuelo tal vez sirve; algo es algo. Como cuando se exacerba el triunfo contra un cuadro “grande”. Eso sí que es la gloria. Ojo, a nosotros nos pasó poco. Así que siempre supimos más de jodernos que otra cosa. Entonces hablé con el canchero. Me pareció que el tipo entendía bien la movida porque nunca me preguntó nada. Me dijo que había que pedir permiso al club, que tenía que autorizar la directiva. Esos trámites más o menos formales que hay que sortear para no andar pasando por encima de nadie. En
ese momento no me pareció tan loco, ¿viste? Pero ahora que me hice grande pienso que me dejaste tremendo clavo. Y no es que no me parezca piola eso de manifestar el amor hacia el club y la camiseta y la mar en coche, sino que el legado de las volteretas aquellas no era changa. Vos querías que tus cenizas estuvieran en el Parque Abraham Paladino. Cuando lo decías, sonaba fuerte en la garganta esa jota que le usurpaba el lugar a la hache. Parecía broma y no lo era. La diligencia tenía sus cositas. Entre ellas, bancar la angustia de saber que ya fue, que por más que al Gaucho se le ocurra salir campeón un día como en aquel 1989, ya no agitaremos eufóricos la bandera roja y amarilla, ni saludaremos a Saúl Rivero con la emoción de entonces. Pablo ya no gritará como loco “Dale campeón” y Armo no querrá sacarse aquella foto con Próspero Silva. Eso no. Porque lo que pasó ya no vuelve. “Al mediodía”, me dijo el canchero. Y te fui. Fuimos. Solos. Sin anuncios de parlante ni publicaciones de ningún tipo. Nadie salió del vestuario, nadie aplaudió, el humo no brotó de la caldera, nadie gritó nada.
en las tribunas se paran sin chistar. Muchas veces ni se sabe bien por qué. El tipo volcó de un ademán las cenizas en el huequito prolijamente hecho. En forma pausada, tranquilo y seguro. Tapó el agujerito con el resto de tierra y pasto que correspondía. Otra vez verde. Yo no dije nada. Me parece que me quería ir. Sin embargo me sonreí. Algo me sonaba absurdo y gracioso. Al final eras original. Un poco pasado de rosca con la solicitud, pero original. Recién ahora que pasaron dieciséis largos años me doy cuenta de que sos un gol. Sos un gol en el arco de la cancha que me dio la vida. En el arco del barrio, de la gente que grita como Perica, Palito, Carbajal, los Olivera, los Panizza, el Gordo Diego y todos esos de siempre, de todas las horas. Entonces dieciséis años después lo escribo porque si supieras que esto había trascendido te estarías matando de risa. Porque al final siempre está la muerte. No hay con qué darle. Aunque no haya campeonatos ni Libertadores ni ninguna de esas macanas. Aunque los jugadores de ahora no tengan idea de quiénes somos y nosotros tampoco sepamos de ellos. Progreso te dejó ser gol y vale. Y poco importa si es en contra porque quien sabe de fútbol entenderá que en 45 minutos es a
Recién ahora que pasaron dieciséis largos años me doy cuenta de que sos un gol. Sos un gol en el arco de la cancha que me dio la vida. En el arco del barrio, de la gente que grita como Perica, Palito, Carbajal, los Olivera, los Panizza, el Gordo Diego y todos esos de siempre, de todas las horas.
favor. ¡A quién se le hubiera ocurrido! Creo que lo gritaríamos como aquel de Marcelo Suárez en el arco de la Ámsterdam, cuando habíamos llevado papeles picados la noche anterior en una bolsa de nailon que se apresuró a salir volando desde la tribuna y cayó en la platea Olímpica. Porque para ser sinceros, ¿quién se esperaba ese gol en ese momento del partido? Perica gritaba
agitando “la bandera de la finada”. Nunca supe bien qué quería decir eso cuando me lo decían. Siempre entendí que era algo asociado a la muerte porque lo decían bajito y con un tono oscuro. Cuando se reían de que éramos cinco gritando ese gol nosotros nos mirábamos cómplices, sabiendo que íbamos a perder igual y que gritarlo no nos exoneraba de males venideros. Nosotros sabíamos que ser hincha de cuadro chico es más complejo que eso. Y mientras duraba la alegría, era plena. Había que estirarla como a un chicle. Pero me hice grande y pensé que fue un despropósito lo que pasó porque el Paladino es un lugar para ir a jugar la vida y no la muerte. ¿Qué tendrá que ver eso con el juego y el fútbol? Nada. Y con ser hincha, tampoco. Tal vez si lo hubieses pensado otra vez hubieras descartado aquella idea inverosímil. Mucho tiempo después se lo conté a algunos pocos. Creo que había algo de intimidad y de locura en aquel acto medio extraño cruzado con ritual y adiós final: un carnavalito amarillo y rojo sin testigos. Me dijeron que eras un gol, y me pareció simpático y triste. Un gol atravesado en la garganta. Un gol para siempre. _Patricia Pujol
Entramos a la cancha como dos hinchas de Progreso a cumplir tu pedido. El canchero, con mirada seria, un poco perfilada hacia abajo, como mostrando respeto, encaró para el arco. No como lo hacen los delanteros perspicaces, sino más bien con el celo del arquero firme. Agarró una pala y empezó a escarbar duro y parejo. La tierra era marrón oscuro, casi negra. A los segundos ya había hecho un hueco. Dijo que era el único lugar donde se podía hacer eso: “¿No sé si me entiende?”. Y yo que no entendía absolutamente nada, o no quería entender absolutamente nada, contesté como con tono de cumplido: “Sí, claro”. En el momento no pensé en otra cosa que en no fallarte. Al mismo tiempo quería que pasara de una vez y punto. Pegar la media vuelta y dejar ahí algo de todo lo que había ocurrido. Habían sido muchos meses de enfermedad, de momentos duros, de desconfiguración. Como que no era para ese ritual. El canchero estaba ahí parado como en acto solemne, como cuando se anuncia un minuto de silencio en un partido y todos 15
ildo maneiro y El Nacional del 71
La admirable alarma
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La Copa Libertadores era un campo fértil. Nuestros equipos grandes marcaban presencia en el continente, lo paseaban con el pecho erguido, convicción y sin peros: primero estaba el fútbol y después, lejos, los factores extrafutbolísticos. Así, ganaban mucho más de lo que perdían, y se acostumbraban a instalarse en finales o semifinales. De yapa, la gloria. Ya en las copas del sesenta –década de una notable hegemonía peñarolense– Nacional estuvo en ese lugar, pero sin la yapa: tres finales jugadas, tres perdidas. En 1971, tuvo el premio, ganó su primera Libertadores, la Intercontinental y la Interamericana. Una de sus figuras fue Ildo Enrique Maneiro. Con él conversamos para tratar de entender, entre otras cosas, qué factores llevan a un club a conseguir esa simple y potente palabra: gloria.
En el 71 fueron campeones de América, a la vez que eran nuevamente campeones uruguayos. En la actualidad, hace muchos años que no se obtienen triunfos internacionales, incluso es muy difícil para un equipo uruguayo ganar el campeonato local teniendo doble competencia en el mismo año. ¿Por esos años se discutía sobre la doble competencia como hoy? La actividad actual es incomparable con la de aquella época. Pese a que las distancias se han acortado, por obvias mejoras en los traslados, ya que antes viajabas muy expuesto. Antes, si tu equipo tenía actividad internacional, los partidos del campeonato local se adelantaban o retrasaban. Además en aquellas copas sólo eran dos clubes por país y no había otra competición internacional que trancara el calendario; las eliminatorias para los mundiales se hacían en un período corto, el campeonato local era mucho más extenso. No había tanta intensidad en la cantidad de partidos. Y en la organización interna había más encuentros entre las partes y no tantas peleas, incluso tus rivales tenían la predisposición de priorizar –para el país– las competiciones internacionales. A veces, para algunos partidos, hasta viajábamos con varios días de anticipación. A esto se le sumaba que los clubes del Pacífico aún eran muy débiles y que los clubes brasileros, salvo claras excepciones, no se interesaban tanto por la Libertadores. Nacional venía de perder tres finales (1964, 1967 y 1969) y Peñarol ya había
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ganado tres (1960, 1961 y 1966). A la hora de afrontar una nueva copa, ¿cómo afectaba eso en el club? La copa del 71 para Nacional fue un parto. Después de no poder ganarla tres veces, la Libertadores pasó a ser una obsesión. Le sumo que la copa del setenta la “rifamos”, porque cuando llegamos a las instancias de definición, llegó la citación de futbolistas para la selección mundialista, y ese plantel de Uruguay era Nacional y alguno más. Así que esa Libertadores se terminó jugando con suplentes. Por otra parte, en un país con una economía que se venía abajo, el club hizo la locura de pagar muchísima plata por figuras del continente: Manga, Ignacio Prieto, Luis Cubilla, y Luis Artime como corolario. Alguno de ellos ya había estado en el 69, en aquella final contra Estudiantes que fue bravísima. Ellos tenían esa estructura “mañosa” de Zubeldía, con Bilardo, Pachamé, Manera, Malbernat, etcétera. Un equipo muy sólido y de mucha calidad ofensiva. ¿Ya en esa final había “pica” con Estudiantes, se gestó en la del 71 o es un mito? Las dos finales la generaron. Es que ir de visitante a Argentina era ir a una batalla, por lo menos los uruguayos lo afrontábamos así. Y era muy complicado ganar puntos. Estudiantes forjó una mística que lo hacía casi invencible de local. En el 69 teníamos un cuadrazo, pero ellos estaban adelantados en el mundo en cuanto a su sistema de marca. Eran tan metódicos como insoportables.
La tercera final del 71 fue en Lima. ¿Cómo recuerda esa noche? Fue una cosa impresionante, aunque lo que más recuerdo, y aún me emociona, fue el recibimiento de la gente en Montevideo. Ahí tomamos real dimensión, porque además nos sorprendía que, en un momento con tanta conmoción social y política, el pueblo igual se juntara por los colores de su pasión y todos se abrazaran sin preguntarse la ideología. En cuanto al partido, fuimos particularmente superiores a Estudiantes. En la previa recuerdo estar nervioso, no dormí bien. Todas las finales son importantísimas, pero esa estaba cargada de mucha presión para nosotros. La copa Libertadores está cargada de mística. ¿Ya entonces era así o se trata de una construcción social posterior? Ya estaba muy cargada. Seguramente para Nacional aún más, por esa necesidad de obtenerla. Además, ganar la copa te daba un plus en la repercusión: los partidos, ida y vuelta, contra los europeos. Que clubes grandes de Europa viniesen a jugar a Sudamérica era todo un acontecimiento. En el 71, por rechazo a lo que había pasado entre Estudiantes y el Feyenoord el año anterior, cuando hubo partidos extremadamente violentos, el Ayax – siendo campeón de Europa– no quiso jugar la Intercontinental. Básicamente no querían venir a Sudamérica, ya que pensaban que los iban a matar. Así que teníamos que jugar la Intercontinental contra el Panathinaikos de Grecia, vicecampeón de Europa.
La útima camiseta con botones que utilizó Nacional, firmada por futbolistas tricolores de distintas generaciones. (Foto: Jerónimo López)
¿Conocían algo del Panathinaikos? Ese mismo año, por la necesidad de recuperar la plata que se había gastado en las contrataciones, hicimos una gira que llegó a Europa. Una gira muy rara. Arrancamos por México, fuimos a Alemania, después a Escocia, etcétera. Lo más extraño era que pasaban los partidos y Artime no hacía ni medio gol. Es que antes de viajar, su padre había fallecido y eso lo dejó muy compungido. Estuvo como diez partidos sin hacer goles. Y allí nos tocó ir a Grecia, jugamos contra el Panathinaikos y le ganamos sin mucho problema. Esa superioridad, más allá de los recaudos, la teníamos clara cuando volvimos a enfrentarlos por la Intercontinental. Ese Nacional jugaba de igual a igual contra cualquiera. ¿Se valoraba la Intercontinental en ese momento, como hoy en el tiempo? Sí, principalmente porque era una cuestión deportiva. Lo económico era absolutamente secundario, tal vez porque no era una copa rodeada del marketing que hoy tiene. Aunque los europeos le daban una bolilla relativa, menos aún que ahora. Ojo, si la pierden se desentienden, pero si la ganan la anotan.
¿Cómo fue volver a Grecia para la final? Notable, aunque organizativamente muy desprolija. El plantel fue con dos delegados que “lideraban” la comitiva. El día de la final, a horas del partido, se fueron de compras. En un momento nos teníamos que ir para el estadio pero no aparecían. Esperamos y nada, hasta que el Peta Luis Ubiña, capitán del equipo, dijo: “Nos vamos”. Ya en el estadio, los esperamos un rato más porque eran los encargados de llenar el formulario para el partido. Para ese tipo de cosas habían viajado. Seguían sin aparecer, así que el formulario de Nacional para esa final del mundo lo llenamos y firmamos Juan Martín Mugica y yo. Imaginate eso hoy. Uno de esos delegados era Luis Givogre, quien luego fue ministro de Salud Pública en la dictadura. Había unas carencias brutales. ¿No les quedó la espinita de jugar contra el Ajax, para ver hasta dónde estaba ese Nacional? Sí, absolutamente. Con el tiempo uno entra en razón de que el Ajax era un equipo tremendo, una revolución futbolística, y seguramente iba a ser mucho más rival que los griegos. Pero, en ese momento, no había tanta información, entonces ibas y jugabas
contra quien te tocaba sin conocerlo mucho de antemano. Luego sí, recuerdo que cuando fui a Francia a hacerme unos estudios de evaluación, por mi pase al Olimpique de Lyon, el ejemplo de trabajo, en todo sentido, era el Ajax. Hubiese sido interesante enfrentarlos en la final. No se la íbamos a hacer fácil. Nacional tenía mucha personalidad, marcaba muy bien, tenía muy buen juego aéreo, los punteros eran muy habilidosos, el medio era sólido, y así nos iba. El Pulpa [Washington Etchamendi] consideraba que [Víctor] Espárrago era quien mejor marcaba, entonces lo mandaba a borrar al 10 del rival, y lo borraba, con mucha técnica. ¿Cómo era la preparación física? Dependía de los tiempos. Para el Mundial del setenta, con la selección nos fuimos treinta días antes a México, con el profesor Alberto Langlade que, si bien tenía una concepción bastante militarizada, nos hacía trabajar muy bien. Era muy exigente y muy detallista. En Nacional estaba el profesor Carlos Moreira, quien era muy estudioso y había analizado cómo estiraban los basquetbolistas estadounidenses que recién habían venido a jugar a Uruguay. Por ejemplo, estiramientos de la mitad 17
¿Qué características tenían esos jugadores? Era un plantel con mucha gente grande, con personalidades muy fuertes. A la vez, tenía subgrupos. Por un lado estábamos los jóvenes formados en el club, que nos juntábamos bastante con los demás de nuestra edad. Por otro lado estaban los de la “República del Cerro”: Ubiña, Mugica, Espárrago y alguno más. Aunque Ubiña y Mugica tenían una pica futbolística, sana, porque si el cuadro salía jugando mucho por el lado de uno, el otro se quejaba. Eran bastante celosos entre sí. Arriba, jugar con Cubilla y con el Cascarilla [Julio César Morales] era muy simple, geniales jugadores ambos. Y a Artime había que dársela y punto. Luis era un tipo muy positivo, y muy exigente con los compañeros. Cuando estábamos por salir a la cancha, él nos paraba y decía: “Cero atrás. Uno hacemos”. Sabía que él la iba a mandar a guardar. Por otro lado estaba Manga, que era un tipo muy solitario, básicamente porque era medio extraterrestre. Tenía dificultades para comunicarse, no le gustaba entrenar, no le gustaba que le patearan al arco en las prácticas, pero después se mataba de risa, y ciertamente era un golero formidable, transmitía muchísima seguridad. Consideremos que, más allá de lo mal que le fue a su selección y que era suplente, fue arquero mundialista con Brasil en el 66. Eso no era para cualquiera, menos en aquella época. En definitiva, el Nacional del 71 se fue gestando por la permanencia de un núcleo de jugadores, y se fue enriqueciendo a pulmón y sudor con figuras del continente.
Maneiro celebra el gol de Uruguay ante Israel en el Mundial de México 70. Su gol fue el primero en el certamen. (Foto cedida por el entrevistado)
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del cuerpo hacia arriba que nosotros jamás habíamos hecho. Antes corríamos y estirábamos para abajo. Pero Moreira trajo ese tipo de información y ayudó al resultado físico del plantel. ¿Cómo era Miguel Restuccia? Restuccia llegó a la presidencia del club siendo joven, poderoso, viviendo en una casa gigante, y terminó con poquito y viviendo en una casa común y corriente. Dio la vida por Nacional. Era un tipo muy afectuoso; al jugador de fútbol le brindaba muchísimo cariño y respeto. También tenía un lado más pintoresco que se potenciaba cuando compartía sobremesa con el Pulpa. La historia ha tratado a Etchamendi más como un personaje que como un 18
director técnico capacitado. Pero algo debía de tener. Sí, claro. Tenía mucha fortaleza en las decisiones, no le temblaba el pulso. Y para tomar esas decisiones no se fijaba cómo te llamabas, él priorizaba el cuadro, los rendimientos y el posible resultado deportivo. Hizo algunos cambios en el plantel que fueron muy cuestionados en su momento, absolutamente inesperados, pero el tiempo le dio la razón. Era un sabio, te daba lecciones de vida y tenía relación con mucha gente muy diversa, algo que seguramente le ayudase a leer la realidad sin tanto prejuicio. Ubiña decía que haber sido el capitán de ese plantel fue muy gratificante, y a la vez particularmente difícil.
Ese plantel campeón de todo, ¿qué vinculación tiene actualmente con el club, con los dirigentes? La relación con los dirigentes va y viene, según su consideración. Por ejemplo, con Ricardo Alarcón tuvimos un vínculo importante, por lo menos de atención de su parte: durante su presidencia, en 2011, se organizó la cena por los cuarenta años y en otra instancia se nos declaró socios honorarios, algo que nos permite entrar gratis al Parque Central. A los de ahora, no los conozco tanto. Nosotros, cada tanto, nos juntamos, pero por las nuestras, sin pedirle nada al club. Porque pasamos cosas maravillosas juntos y nos queremos como hermanos. Otro dirigente con quien hemos tenido relación fluida y es alguien a quien respeto y aprecio es Hernán Navascués.
¿Le parece que debería haber particular consideración con las glorias del club? Sinceramente, no. Creo que los clubes son de la gente, y está en la gente tener consideración o no con quienes forjaron la historia. Los dirigentes van cambiando, no te dan mucha bolilla, en las campañas te piden que aparezcas en la foto y cuando te morís te ponen la bandera en al féretro. Igual hay que tener cuidado con la gloria. Obviamente, en el momento y en los días posteriores, luego de ganar la Libertadores o ser campeón del mundo te sentís en un lugar especial. El éxito lo sentís en el cuerpo, es emocional. Pero no tenés que creértela tanto, y darte cuenta de que los triunfos deportivos son mucho más de los clubes que de los jugadores circunstanciales. Y si no te das cuenta, la historia te lo va a hacer notar: el éxito fue del futbolista, el triunfo es de la institución. ¿Por qué hoy les cuesta tanto, a los equipos uruguayos, llegar a instancias de definición? Porque no hay planteles fuertes. Los buenos jugadores, los forjados en las inferiores, se van al año. Así es imposible conformar estructuras sólidas, y principalmente es imposible generar compromiso. Sin esos dos elementos, difícil que los clubes compitan a alto nivel. Por eso lo que ha hecho Tabárez en la selección es admirable. Obviamente es otra realidad, ya que ser técnico de la selección te permite, precisamente, seleccionar jugadores, por lo tanto tenés posibilidades que en los clubes no. Pero él ha logrado sostener una estructura y generar un enorme compromiso de parte de los jugadores que, aun estando en sus equipos, trabajan con la cabeza puesta en el bien de Uruguay. Vaya si nuestros clubes tienen para aprender allí. _Mateo Magnone
La casaca que vistió en el Mundial de 1970 cuando Uruguay clasificó en cuarto lugar. (Foto: Jerónimo López)
Tal vez porque es un dirigente particularmente atento a la historia del club. Sí, además siempre que le preguntan por el once ideal de Nacional, me nombra. 19
Museo celeste
Con estos zapatos, en 1924, hizo José Vidal, frente a Yugoslavia, el primer gol uruguayo en Juegos Olímpicos.
Con ella jugó el hombre en cuyo pecho cabían millones de almas: Obdulio Jacinto Varela, el símbolo de la gesta.
Fotos: Andrés Cribari
Viaje al corazón del fútbol
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Experiencia estética, ampliación del conocimiento de la cultura nacional, recorrido por el glorioso pasado del fútbol uruguayo, así vivió Túnel su visita al Museo del Fútbol.
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La máquina del tiempo Doscientas mil personas congeladas. El óvalo del Maracaná como un ojo lleno de asombro que no puede dar crédito a lo que ve. La foto de tamaño gigante. Enfrente, una camiseta celeste con un número 5 rojo en la espalda. Con ella jugó el hombre en cuyo pecho cabían millones de almas: Obdulio Jacinto Varela, el símbolo de la gesta. En una vitrina, la réplica de la copa Jules Rimet que le entregaran a la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) en reconocimiento por aquel hazañoso logro. Mientras continúa su visita al Museo del Fútbol de la AUF, el periodista se dice que lo que está viviendo tiene mucho de viaje en la máquina del tiempo. A través de sus salas, ha recorrido la historia del más popular de los deportes de Uruguay hasta llegar a la que quizá sea su conquista máxima.
Hace un rato, lo recibió el doctor Mario Romano, director general del lugar. Luego de ofrecerle una visión panorámica de la historia y aspectos destacables del sitio, le presentó a Gerardo Cal, quien sería su cicerone en ese lugar lleno de tesoros que explican cómo se forjó el rico patrimonio futbolístico de los orientales. No sin antes prepararlo para lo que vería: “Temáticamente, la exposición permanente de la planta alta se basa en cuatro sectores que representan las cuatro grandes conquistas futbolísticas de Uruguay: la de 1924 en Colombes; la de 1928 en Ámsterdam, ambas olímpicas; el Mundial de 1930 y, sin duda alguna, Maracaná”. Se han parado junto al busto del Negro Jefe. De los objetos que se encuentran en las vitrinas, como voces venidas de épocas idas, surgen detalles poco conocidos, curiosos
u olvidados que el guía traduce con sus palabras. “Este fue el Mundial en el que por primera vez Uruguay jugó con números en la camiseta”, cuenta y agrega el dato de que en las tres gestas anteriores los jugadores simplemente se enfundaban la celeste y salían a comerse la cancha. En una de las salas contiguas, la casaquilla de Ángel Romano, tatuada por las señales del paso del tiempo, atestigua que así era. “No tiene escudo, ni nombre, ni publicidad, ni número” le dijo Cal al periodista, quien, mientras la observaba, pensó: “Comparándola con las actuales, que, con el logo de alguna marca y el nombre de los jugadores bien a la vista, se han transformado en un producto más de la mercadotecnia, se entiende mejor qué quieren decir los veteranos cuando hablan de aquel ‘jugar por la camiseta’
que tanto añoran”. Están ahora en la zona correspondiente a la primera gloria futbolística olímpica conseguida por Uruguay en Francia. Al equipo celeste le tocó en suerte jugar en Colombes, una ciudad cercana a París, que, a la postre, daría nombre a una de las tribunas del Monumento del Fútbol Mundial, en el que se encuentra enclavado el Museo. Una curiosidad del fútbol de antaño. Además de ser el jugador celeste con más copas América ganadas (las seis primeras que se disputaron), Ángel Romano fue el primer uruguayo que jugó por dos selecciones: la de su país y la de Argentina. Este hecho tan particular se explica porque “entonces regía un sistema amateur”, explica el guía. A poco andar, se aprecian las banderas originales que llevaron los campeones olímpicos. En una foto en la pared, José Nasazzi, “el más grande capitán de toda la historia de las selecciones uruguayas”, según Cal, lleva el pabellón nacional con orgullo; a su lado camina, portando una segunda
enseña de la patria, Andrés Mazali, quien era arquero de aquella escuadra. Personaje extraordinario, si los hay. Además de atajar, estaba a cargo de la preparación física del equipo. “Era un deportista completo: jugaba al fútbol en Nacional; al básquetbol en Olimpia; y además era campeón de atletismo”, sentencia quien conduce la visita. Acto seguido, se detienen ante un exhibidor que contiene unos zapatones con punta de fierro y unos rústicos tapones claveteados en la suela. Vistos con ojos del siglo XXI, más parecen haber sido fabricados para un trabajo rudo que con el fin de jugar la máxima competencia mundial. Con ellos hizo José Vidal, frente a Yugoslavia, el primer gol uruguayo en Juegos Olímpicos. “¡Qué contraste con el fino diseño de los del Loco Abreu, que, además, están personalizados!”, valora el periodista –que, a la entrada, en la planta baja, vio los que calzara el minuano–. Pocos pasos más adelante, cuando ve la pelota con la que se jugaba entonces (un bloque de cuero crudo que mucho tiene de roca), le parece
Visionarios Es sabido que en fútbol, si bien lo más importante ocurre en la cancha, hay hechos tan significativos como los partidos, campeonatos y copas que se hayan ganado: los que generan los dirigentes. Al fondo de la planta alta del museo hay una imponente puerta de madera. Se trata de la que daba entrada a la antigua Asociación Uruguaya de Fútbol, que estaba ubicada en la calle 18 de Julio 1528, entre Vázquez y Tacuarembó. Una vez que el visitante la “atraviesa” simbólicamente, se encuentra en un espacio que, según Milton Romano, “recrea con rigurosidad histórica la vieja Asamblea de Clubes de la AUF, con el mobiliario de la época ubicado tal y como estaba entonces”. Merced a los saltos espacio-temporales que posibilita la magia de un diseño museístico bien planificado, el visitante puede ver, a pocos metros de allí, el mobiliario que se utilizó en la primera reunión de la Confederación Sudamericana de Fútbol, institución que se creó, en Montevideo, en el año 1916, a instancias del visionario dirigente uruguayo don Héctor Rivadavia Gómez.
comprender la necesidad de usar aquel calzado para patearla. Desde la foto, un moreno de estampa viril, con el esbozo de una sonrisa canchera curvándole apenas los gruesos labios y peinado a la gomina, mira a los visitantes. “José Leandro Andrade. El único jugador uruguayo elegido por la FIFA para estar en su Salón de la Fama hasta el día de hoy”, informa Cal. El hecho –se dice el periodista–, amén del significado simbólico más evidente que tiene para el fútbol nacional, también da cuenta del aporte que, desde sus inicios, han hecho los afrodescendientes. El recorrido continúa. Aquel 9 de junio de 1924, en que los celestes ganaron 3-0 la final contra Suiza, quedaría inscrito en la historia del fútbol uruguayo, pero también sería un orgullo para todo el continente. “En honor a que era la primera vez que un equipo de América del Sur ganaba la medalla de oro olímpica, se instituyó que en esa fecha se celebrara el día del fútbol sudamericano”, narró Cal. Lo que poca gente conoce es el origen de aquella hazaña fundacional, que el guía detalla para los admirados oídos del periodista: “En el Sudamericano de 1923, el doctor Atilio Narancio, un dirigente, les dijo a los jugadores: ‘Si ganan este campeonato, el año que viene los llevo a competir a los Juegos Olímpicos’. Ganaron y él tuvo que hipotecar sus bienes para pagar los pasajes de la delegación”. Recorridos unos metros, han viajado cuatro años. Así arriban a Ámsterdam, la segunda conquista olímpica, que daría nombre a otra tribuna del Centenario. Cal le llama la atención al periodista sobre un detalle que pudiera pasar inadvertido: en las fotos, Mazali, quien también cuidó el arco celeste en esta competencia, tiene rodilleras pero 21
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no lleva guantes. “En Uruguay, los arqueros recién empezaron a ponerse guantes en los años sesenta. Incluso estaba mal visto que un golero los usara, porque se lo tomaba como señal de debilidad”, historia y luego, entre risas, añade: “A pesar de que usted vio cómo eran las pelotas por entonces, el arquero, por orgullo, ¡atajaba a mano limpia!”. De inmediato, señala otro hecho increíble para una sensibilidad actual. Acostumbrados a la inmediatez absoluta de la llegada de la información, como estamos, vivir desde Montevideo la segunda final que se jugó en aquellos Juegos Olímpicos contra Argentina (la primera, con alargue incluido, terminó en empate y no existía la definición por penales) hubiera sido un calvario. En efecto, una foto muestra una multitud reunida en la Plaza Independencia, sobre la que Cal apostilla: “La única manera de enterarse de los resultados de los partidos era ir a las
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redacciones de los diarios. Allí los periodistas recibían la información por telegrama y, a medida que iban llegando, anotaban en un pizarrón tanto las incidencias del juego como los goles; o se le anunciaba al público lo que sucedía a través de altoparlantes”. Otro salto en el tiempo. 1930. “Aquí tenemos el primer Mundial de fútbol. Se jugó en una sola ciudad: Montevideo, en tres canchas. Dos de ellas las conocemos porque todavía están: el Estadio Centenario y el Gran Parque Central, de Nacional; y una tercera, que cuando usted va por la calle Coronel Alegre y Charrúa puede ver en la vereda una placa que dice: ‘En busca del arco perdido’ porque allí estaba uno de los arcos de la vieja cancha de Peñarol, en Pocitos”, cuenta el guía. En ese estadio, Lucien Laurent hizo el primer gol de la historia de los mundiales, en el partido que su país, Francia, le ganó a México 4-1.
Rigurosa recreación de la vieja Asamblea de Clubes de la AUF.
Réplica de la copa Jules Rimet que le entregaran a la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) en virtud de haber ganado el Campeonato Mundial de 1950, cuyo puntillazo final fue el Maracanazo.
En las fotos de los goles uruguayos de la final de aquel campeonato se puede apreciar que los palos de los arcos eran cuadrados y de madera “a diferencia de los de hoy, que son de metal y cilíndricos”, hace notar Cal, antes de señalarle al periodista un llamativo detalle que el ojo inadvertido no podría captar sin la ayuda del experto: “Jugaron el primer tiempo con pelota argentina y el segundo con pelota uruguaya. Como no se pusieron de acuerdo, el árbitro hizo jugar un tiempo con cada pelota”. Acto seguido, señalando la foto del arquitecto Juan Antonio Scasso, destaca: “Aquí está quien proyectó y llevó a cabo, en ocho meses, de noviembre de 1929 a julio de 1930, el Estadio Centenario, único en el mundo que tiene el título otorgado por la FIFA de Monumento Histórico del Fútbol Mundial”. El periodista hace un comentario admirativo y su acompañante agrega nuevos y llamativos
detalles: “La Torre de los Homenajes del Estadio se construyó en honor a los campeones olímpicos y tiene nueve balcones, por las nueve franjas de la bandera uruguaya; su parte inferior representa las alas del avión y la proa del barco en que viajaron. Originariamente, sobre esta última, llevaba una estatua de José Luis Zorrilla de San Martín que nunca se colocó, no se sabe bien por qué. En julio del año 1929, en la parte inferior de la torre se colocó la piedra fundamental, que fue hallada cuando se estaba excavando para colocar el ascensor que actualmente lleva a un muy visitado mirador. Hoy se exhibe en la planta baja del museo”, concluye Cal.
Visitantes
De todos los uruguayos
“Al principio, venían más extranjeros que nacionales. Pero, a lo largo de los años se ha ido equilibrando”, afirma Mario Romano, antes de agregar que trabaja activamente con el turismo deportivo, con los cruceros. “La reacción de los turistas es por lo general de sorpresa, porque pareciera que esperasen menos de lo que encuentran. Se van deslumbrados. Incluso la ministra de Turismo, Liliam Kechichián, ha manifestado que uno de los paseos más requeridos por los turistas es, precisamente, el Museo del Fútbol”, informa. Acto seguido, Romano sostiene: “La gran temática del fútbol atrae cada año a más visitantes”. Y comenta con orgullo que su número anual, en la actualidad, se encuentra por encima de las sesenta mil personas, sin contar todos los grupos de escolares que –a razón de tres o cuatro por día– lo visitan en forma gratuita; al igual que grupos de estudiantes de UTU y Secundaria, así como grupos organizados, entre otros, por el Ministerio de Turismo, del Ministerio del Interior, el INAU e intendencias departamentales. Esto ha generado una gran fidelización de estas personas con el estadio y el museo.
“Nos quedó claro que la historia del fútbol les pertenece a todos los uruguayos que habitan a lo largo y ancho de la república”, enfatiza el director del museo. “Empezamos a salir, motu proprio, con una exposición itinerante que se lleva a todos los lugares del interior donde es convocada. Este mecanismo se ha perfeccionado en cuanto al uso de la tecnología y está muy bien aceitado. En cada una de esas visitas a intendencias, ligas de fútbol y clubes sociales se ha generado una verdadera acción de impacto cultural y social. Siempre ocurren dos cosas: primero, se acercan las ligas, los clubes de fútbol, los historiadores locales, los periodistas, la intendencia, entre otros muchos; y, segundo, vamos con la idea de aportar pero es muchísimo más lo que nos traemos: historias y elementos nuevos que aumentan nuestro conocimiento sobre el fútbol; tanto, que esta experiencia ha sido fundamental para nosotros”, relata.
El Museo del Fútbol abre de lunes a viernes de 10 a 17 horas. _Luis Morales
Museo accesible Romano reconoce que durante un tiempo el museo tuvo algunas carencias. Una de ellas en especial lo desvelaba: la accesibilidad. Quería habilitar la posibilidad de que las personas con capacidades diferentes o de edad avanzada que tuviesen afectada su movilidad pudieran visitar la planta alta, a la que sólo se accedía por escalera. Así las cosas, se entendió necesario construir, y se llevó a cabo, un ascensor ideado con las características que requieren aquellas personas.
Lugar de cultura El director del museo recibió a Túnel en el momento en que termina la presentación de un libro, confirmación contundente de lo que le explica al periodista: “Está construido, pensado y gestionado para transformarse en un fenómeno cultural. Da cabida a todas las manifestaciones artísticas, sobre la base de que el fútbol tiene que ver decisivamente con la identidad del pueblo uruguayo. Por acá pasan: el teatro, la murga, la literatura, la escultura, la pintura. En sus instalaciones se suceden las exposiciones itinerantes, en la primera planta; y las presentaciones de libros, eventos, seminarios y charlas en el auditorio, que tiene capacidad para medio centenar de personas”.
La historia del fútbol y algo más Al doctor Mario Romano lo apasiona hablar sobre el Museo del Fútbol. Con amena claridad, y en apretada síntesis, relató para Túnel la historia del sitio que dirige. “La idea del Museo del Fútbol comenzó en la década del sesenta, cuando varios dirigentes se reunieron para concebir cómo sería en el futuro. Si bien en ese momento no lograron su propósito, sí dejaron una especie de comisión y un estatuto que reflejaba sus ideas. “Ya en la década del setenta, el museo se inaugura, aunque no con una forma museística terminada. Era más bien una exposición que seguía una línea del tiempo. Fue algo muy bueno este intento. Tenía la curiosidad de que, como la época lo permitía, se visitaba los días de partido. Así que se publicitaba que la gente viniera un rato antes o se quedase un rato después para visitarlo. ”A partir de entonces surgieron algunas ideas para terminar de definir cómo debía ser el Museo del Fútbol. Hay que agradecerle a muchas personas que, durante el período en que el museo no funcionó al público, fueron agrupando y guardando un sinfín de materiales que posteriormente darían lugar a la realidad que vemos hoy. Entre estas figuras cabe destacar a Marne Rodríguez, Juan Capelán y el arquitecto Juan Deal. ”Luego de innúmeras tratativas y con el apoyo del Ministerio de Turismo de la época y la Asociación Uruguaya de Fútbol –que es su propietaria–, el museo se reinauguró en 2004, no tal cual como está ahora, porque fue mejorando a lo largo de los años. ”En la actualidad, consta de una gran planta baja donde existe un lugar de exposiciones transitorias, que cambian mensualmente. Allí, hacia uno de los laterales, se abre el llamado Corredor Olímpico, en el que tienen cabida todos los deportes. En él se pueden ver algunos hitos del deporte olímpico uruguayo, tales como los equipos de básquetbol que concurrieron a las Juegos Olímpicos; los remos de Eduardo Risso, medalla de plata en Londres 1948; la bicicleta del Atilio François; unos guantes autografiados por Dogomar Martínez, quien también estuvo en los juegos de Londres 1948, y Washington Cuerito Rodríguez, medalla de bronce en Tokio 1964. ”El primer piso es la sala de exposición permanente. Allí queda claro que la idea fuerza del museo es ser el acervo histórico; no hace hincapié en lo tecnológico, sino que se basa en rescatar la historia que puede mostrarse a través de objetos. Por otro lado, la biblioteca del museo desarrolla el estudio y la investigación acerca del más popular de los deportes. En ella se pueden consultar, previa acreditación, los muchos documentos que atesora”.
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Álvaro Tata González, jugador de la selección uruguaya de fútbol
Transpirar la camiseta
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Foto: Leonidas Martínez
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En este pedazo de tierra se juega al fútbol. Tal vez demasiado, sin dudas como se puede, pero la pelota no deja de andar por todas partes. Si bien sobran las historias, de todas las hipótesis que tratan de explicar para qué nos sirve el fútbol me quedo con una: para no perder la memoria de lo que hemos sido. Por algo se hizo un estadio y se le puso nombre para conmemorar los cien años del juramento de la Constitución (y no es casualidad que fuera para inaugurar el primer mundial de fútbol). No, no es nostalgia. Es que muchas veces nos fue bien, muy bien, y otras todo lo contrario. El mérito histórico es que de los golpes siempre se supo salir. Como Álvaro González, que no pidió explicaciones cuando quedó afuera del Mundial de Sudáfrica y esperó la próxima convocatoria para decir “acá estoy”. Unos días antes de que él cumpliera 32 años logramos conversar. Se conectó el Skype y Álvaro González apareció en versión familiar: remera bordó, pantalón deportivo, un cuchillo en la mano y varias verduras para cortar. “Voy a hacer una sopita”, dice. Cerca, pero fuera de pantalla, están Cecilia, su esposa, y Renzo, el primer hijo de ambos que nació seis semanas antes de esta entrevista. La nueva realidad los tiene felices. Álvaro relata cómo fue el nacimiento de Renzo entre decisiones importantes para su carrera deportiva: jugar en Emiratos Árabes, la última oferta sobre la hora que llegó de Rusia. Nada. La primera oportunidad se cayó y a los rusos les dijo que no, aun sabiendo que en la Lazio podía quedar afuera del plantel principal. Si bien todo futbolista quiere jugar, no le pesó la decisión: primero la familia y la comodidad para consolidar un momento único en la vida. Sabe, y lo reconoce, que la contención de los íntimos lo ayudó a sobreponerse en los momentos bravos. Ahora le tocó a la inversa. Y se tiene fe, como cada vez que se pone a jugar de celeste. Luego de ser convocado por última vez para defender a Uruguay en la Copa América Centenario, entrenando con el primer equipo pero a la espera de que Lazio le busque la vuelta para poder inscribirlo en la lista y pueda jugar –situación compleja porque por cuestiones de cupo tendría que rescindir contrato alguno de sus compañeros–, Álvaro Tata González no ve la hora de calzarse la 20 de Uruguay y demostrar de qué están hechas las personas que superan los malos ratos. ¿Cómo arrancó jugando al fútbol aquel chiquilín de Lezica? En el Aviación, que el 12 de octubre
festejó el cumpleaños. Mandé saludos y felicitaciones, es la manera en la que trato de estar porque esas fechas son imposibles para mí. Son los recuerdos más lindos de la infancia, cuando de verdad se jugaba al fútbol por divertirse, con amigos. A medida que crecés va tomando todo más exigencia, más presión, sigue siendo fútbol y algo lindo, pero deja de ser aquello de cuando uno era chico. Hay dos teorías de cuándo arrancaste a jugar al fútbol. Una es que empezaste mirando a tu hermano. La otra es que querías ser golero. ¿Cuál se impone? Medio que las dos. Iba al Aviación porque jugaba Diego, mi hermano, que es tres años mayor y lo iba a ver. Después cuando ya pude jugar sí: me gustaba el arco. Me acuerdo que mi primera camiseta fue la de Nacional de Jorge Seré. Pero en el primer año de baby fútbol tenía un par de compañeros que estaban un poquito más gorditos que yo y la chance para que ellos jugaran era el arco, entonces me sacaron a la cancha y empecé a jugar como hombre de campo. ¿A qué lugar te mandaron? Jugar jugaba en el medio, pero como ya de chiquito el tema físico y respiratorio me favorecía, porque corría y cubría todos los lugares, era más ofensivo de lo que me he vuelto [se ríe]. Entonces ahora de grande te salvan los picados con la selección, digamos. Vuelvo a la infancia y soy puntero derecho, nos dividimos el sector de ataque con [Edinson] Cavani y Seba [Sebastián] Coates. Más de una vez me quedo en el
segundo palo con el bracito arriba porque Edi le pega de todos lados. Juega siempre de delantero, es un aburrido bárbaro. Volvamos. Hay un mojón importante en tu vida que fue un amistoso entre la selección de La Teja-Capurro y la escuelita de Defensor Sporting. Sí, gracias a Alfredo Protasio. Él me preguntó si quería ir porque había un partido. Yo estaba en la selección, pero no tenía ni idea. Me decían de ir a jugar y no preguntaba, iba nomás. Fui, estaban mirando y quedé. Así resultó que caí en el Comando del Ejército de Bulevar Artigas, donde practicaba Defensor. Me empezó a dirigir el profe [César] Santos, a quien le estoy muy agradecido. Tenía creo que diez u once años. Jugaba con la categoría 83, que eran un año mayor. Era la décima. Al año siguiente me preguntaron si quería seguir yendo y no paré. Repetí décima al año siguiente, enganché con mi generación y desde los once a los veinticuatro que me fui a Boca [Juniors, de Argentina], siempre con la violeta puesta. Todo ese tiempo y hasta ahora Defensor ha sido mi casa. ¿Qué te marcó la escuela de Defensor? Mucho. Al principio me costó porque de chico siempre era de los más chiquitos, era suplente o jugaba de a ratos. Lo que pasaba era que había compañeros que ya estaban desarrollados y me sacaban una cabeza o más. Incluso alguna vez se rumoreó que me podían cortar, pero siempre terminaba quedando. Cuando se igualó el tema físico me empezó a ir mejor. Pasé de quinta a cuarta y con la llegada de Juan Tejera pasé de estar cerca de cambiar de equipo buscando opciones para empezar a jugar. 25
por penales. Estaba el Polilla [Jorge] da Silva de técnico. Creo que si pasábamos contra Gremio esa tanda de penales podíamos haber definido la copa, por los equipos que quedaron, más allá de que Boca, que la ganó, era muy difícil. Precisamente el destino que tuviste al semestre siguiente. Es verdad. Terminó la Copa y fui a un Boca bárbaro, que venía de un gran semestre con título incluido y un plantel que se había mantenido. Pero llegué y todo me llamó la atención. Primero porque de vivir en Lezica pasé a vivir en Buenos Aires, imaginate. Venía acostumbrado a Defensor Sporting, que lo sentía como una familia y donde jugaba con amigos en un vestuario precioso para sentirse cómodo, y llegué a todo lo contrario: un Boca que era un caos, con el vestuario dividido en dos facciones. Fue bravo. Creo que haber estado en Boca, con todo lo que significa, más el hecho de jugar en La Bombonera, pudo ser para disfrutarlo más de lo que terminó pasando porque el clima era tenso. Si bien tengo recuerdos muy lindos porque jugué la final del mundo contra el Milán, algo increíble que me pasó. Fue difícil pero aprendí un montón de cosas. Igual que en Nacional, donde fui a jugar después, con todo lo que significa jugar en el equipo del que sos hincha desde chico.
túnel NOV-DIC 2016
“La postura o las decisiones son de todo el grupo, del plantel y de algunos que ya no están. Es como hemos manifestado. Quien tomó la palabra fue Diego [Godín], porque es el capitán. Pero estamos todos. Es por el bien del fútbol uruguayo, por la claridad y por la transparencia, porque queremos lo mejor”. (Foto: Leonidas Martínez)
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No sé qué hubiese pasado si me iba. Esas decisiones de la vida, ¿viste? Fue todo muy rápido. Por suerte supe bancarme y me terminé haciendo un bien. Cuando quise acordar me gané un lugar en primera. ¿Saliste campeón en inferiores? Sí, campeones en quinta y en cuarta. Sentí más pertenencia en el que ganamos con la cuarta porque jugaba más. En primera se te escapó por poco. Sí, me fui un semestre antes. Pero eran todos mis compañeros y me alegré pila, porque además a muchos nos había pasado que hicimos tremendo campeonato el año
anterior, como para salir campeón, pero pasó aquello de Gustavo Méndez, el penal, los seis minutos de alargue, y que no se jugaron las finales. Ahí quedamos todos con la sangre en el ojo y por suerte muchos de mis compañeros se pudieron dar el gusto. A mí me quedó pendiente para la vuelta. Era un muy buen equipo. Porque además del Uruguayo también hicieron Copa Libertadores y Copa Sudamericana a buen nivel. Siempre bromeo que nunca sabré si volveré a jugar en un plantel tan unido y tan fuerte como ese. En la Libertadores llegamos hasta cuartos de final y perdimos contra Gremio
¿Qué análisis hacés de tu paso por Nacional? Tuvimos un semestre muy bueno, ganamos un Apertura de punta a punta, pero se desarmó el equipo, se fueron jugadores importantes y perdimos el campeonato. Al igual que Nacional, tuve seis meses muy flojos y eso me hizo perder el Mundial de Sudáfrica. Había estado toda la eliminatoria convocado, participando incluso hasta de los partidos del repechaje. Fue el golpe más duro que tuve en la carrera deportiva. Ahí volvió otra vez a lo mismo que me pasó cuando no sabía si quedarme en Defensor: la familia, el entorno y buscar ayuda para levantarse y pelear. Al año siguiente estaba jugando la Copa América en Argentina y ganándola. Eso y el empujón anímico que me dio irme a Italia, con todo lo que significa llegar a Europa, me hizo volver a enchufarme. ¿Qué diferencias econtraste entre el fútbol de Europa y el del Río de la Plata? Es diferente, sí. Pero el fútbol italiano se adaptaba mucho a lo que era yo como jugador, basado mucho en la táctica, en la disciplina, en el orden y en lo físico. Desde el día que llegué vi que podía ganarme el lugar. Notaba que no me faltaba mucho, más allá de la adaptación. La prueba es que al poco tiempo era parte del equipo titular. Así fueron varios años de consolidación.
Tanto, que fueron más buenos que malos. Los primeros cuatro años fueron muy buenos. Jugué mucho. En 2013 fui junto con el arquero el jugador del plantel con más partidos disputados. Ese año ganamos la Copa Italia, que fue histórico para el club porque se le ganó la final a la Roma. Incluso fue la última vez que se le ganó a la Roma, los hinchas todavía lo recuerdan. Después de eso fui al Mundial en un gran momento, jugué en Brasil y creo haberlo hecho bien; sin embargo cuando volví a la Lazio había cambiado el técnico. Y el nuevo técnico, Stefano Pioli, no me dio nunca la posibilidad de pelear por un puesto, cosa que anteriormente siempre había pasado. Por más que hubiera sido un jugador importante un año, ya me había pasado que al siguiente volvía a la pretemporada siendo la segunda opción. Y no tenía problema, siempre que tuviera la oportunidad de pelear el puesto. En este caso nunca me la dieron y a los seis meses decidí irme al Torino, donde estuve un semestre, y después me volví a ir al Atlas de México un año. En el Torino al mes me lesioné un menisco y me operaron, por lo que estuve otro mes afuera y cuando volví el técnico no me dio posibilidades, sólo me puso en cuentagotas. Por eso cuando termino el préstamo y volví a la Lazio decidí irme a México. ¿Cómo es el clásico de Roma? Porque si se quiere la Lazio, por méritos propios y tal vez también por desconocimiento, es un equipo bastante estigmatizado con facciones de extrema derecha. ¿Eso se sentía en la cancha? Creo que un poco ha ido bajando, ya no se hace tanto presente. Antes sí era más, pero ahora se vive como un clásico normal. Obvio que con mucha pasión por el fútbol, demasiada, como es un Nacional-Peñarol, pero se ve más esa pasión futbolística que la política. La ciudad está dividida entre los dos y la verdad que es un ambiente muy parecido a un clásico sudamericano. Es divino jugarlo. Me quedó una del fútbol uruguayo: no saliste campeón de primera ni en Defensor ni en Nacional, ¿vas a volver? Mi sueño sería volver a jugar en los dos. Siempre lo digo. He tenido conversaciones tanto con uno como con otro, siempre me manifiestan la posibilidad y que las puertas están abiertas, lo que a uno lo enorgullece. Así que vamos a ver en qué tiempo, si en breve o a largo plazo, pero me gustaría vestir esas dos camisetas porque son los dos equipos por los que tengo sentimiento y los sigo domingo a domingo. Cuando termina el fútbol europeo lo primero que hago es ponerme a mirar los partidos de Uruguay y sigo las campañas de las dos.
“Tabárez fue la piedra fundamental para todo lo que ha logrado la selección. Una persona que tiene bien claro lo que quiere y no se deja influir por el ambiente”. (Foto: Leonidas Martínez)
Después de la Copa América y un par de veces que no te citaron volvés a integrar la lista de reserva de Uruguay, ¿te acordás la primera citación? ¡Por suerte! Volvió a estar mi nombre en la lista y es una alegría bárbara. Había sido duro no estar porque venía de tener buenos rendimientos. Claro que me acuerdo, cómo no. Fue en 2006, en el arranque del proceso del maestro Tabárez, en la gira que se hizo por Estados Unidos, Serbia, Túnez y algún país más. El Maestro incluyó un montón de muchachos jóvenes, por suerte estaba y quedé. Salvo el Mundial y estas últimas citaciones, he estado siempre en las listas. Mantenerse diez años en una selección como
Uruguay, con tantos jugadores a buen nivel, no es nada fácil. Eso se logra con esfuerzo, con sacrificio y siempre aprendiendo. ¿En el primer momento percibías que era un proceso? Se veía que había un cambio. Uno era nuevo y no sabía lo que había pasado antes. Pero sí veía compañeros que se sorprendían por la disciplina, por lo que buscaba el nuevo cuerpo técnico en los jugadores. Entonces eso te daba para pensar que antes no era así. No había otra que aplicarse, rendir bien en su equipo cada uno y dar el máximo para poder estar en la selección, porque era y es la única manera de ser tenido en cuenta. 27
Álvaro Tata González
Con tu experiencia de diez años, ¿cómo creés que se fue cimentando lo que es hoy la selección? Ni que hablar que los resultados juegan. En su momento fueron vitales, porque ¿qué pasaba si Uruguay quedaba afuera en aquella Eliminatoria para Sudáfrica? Después se terminó consiguiendo el cuarto puesto y eso influyó. Lo fundamental en esos momentos complicados fue la unión del grupo, la responsabilidad asumida, cómo se tomaron las cosas y cómo se siguen haciendo. Es importante que haya un grupo, una base, que va mostrando cuál es el camino al recambio que se va sumando. Eso hace todo mucho más fácil para los nuevos jugadores que llegan. Además insisto que es importante que se ha marcado una línea de lo que es el comportamiento. Y, obviamente, lo que hay que buscar dentro de la cancha también es importante. Si hacés eso bien, los resultados van a estar más cerca. ¿El uruguayo está hecho de resultados difíciles? Sí, tenemos eso de que en los momentos bravos resurgimos por amor propio, por responsabilidad, por dejarlo todo, porque nos duelen mucho las derrotas. ¿Cuál es el ADN de la selección? Creo que lo más importante –o el ADN como vos decís– es la adhesión de los jugadores a la selección y la unión que hay entre ellos y a su vez con el cuerpo técnico. Esto ha contagiado primero a los dirigentes y luego también a los periodistas y al
uruguayo que hoy es hincha y camina con la camiseta de Uruguay durante todo el año y no sólo los días de partido. ¿Qué significa esa camiseta celeste para vos? Jugar en la selección es un orgullo, un privilegio y el premio más grande que me ha dado esta profesión por todo lo que uno tuvo y tiene que ponerle en el día a día desde la adolescencia. Queda la recta final para Rusia. ¿Cómo la ves? Estos partidos son muy importantes porque ya estamos por entrar en la definición de la eliminatoria y una cosa es hacerlo arriba como estamos que de abajo y esperando resultados. Al terminar la copa Centenario dije que había que dejarla atrás y pensar que había que terminar el año con un pie dentro de Rusia, habiendo seis partidos en tres meses. Quedan dos y difíciles pero este grupo puede hacerlo. Esta selección ha logrado cosas importantes dentro de la cancha, pero también afuera, sin ir más lejos jugando un rol importante en temas que conciernen al ámbito político o económico. ¿Por qué te parece que es importante hacerlo? La postura o las decisiones son de todo el grupo, del plantel y de algunos que ya no están. Es como hemos manifestado: quien tomó la palabra fue Diego [Godín] porque es el capitán, pero estamos todos. Es por el
bien del fútbol uruguayo, por la claridad y por la transparencia, porque queremos lo mejor. El tema es valorizar más lo que es nuestro fútbol. Hay mucha materia prima, mucho para trabajar y para sacarle jugo. Está bien la implicación de los jugadores porque son trabajadores. ¿Por qué a veces cuesta que la opinión pública entienda que como trabajadores luchen por sus derechos? A veces la información llega de distintas maneras y se puede pensar que lo que se busca es un beneficio personal. Y no es así, acá lo que se busca es el bien del fútbol uruguayo. Nosotros somos producto del fútbol uruguayo, al que respetamos y valoramos muchísimo. Creemos que es muy difícil porque lo vivimos y sabemos cuál es la situación. Se busca mejorar eso. ¿Si te digo Óscar Tabárez? La piedra fundamental para todo lo que ha logrado la selección. Una persona que tiene bien claro lo que quiere y no se deja influir por el ambiente, cosa que es muy difícil. Alineó a todo un país atrás del equipo, cuando en el arranque parecía muy difícil. Mirando el proceso creo que todos tenemos que valorar lo que hay, que no ha sido poco, si bien siempre se puede crecer. La cabeza de todo esto ha sido él. Firme, con sus ideales, y obviamente con el apoyo que ha tenido de los jugadores que siempre hemos seguido sus decisiones con respeto. _Mintxo
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T E O R Í A Y P R Á C T I C A PA R A LO S E N T R E N A M I E N T O S
Editorial Paidotribo 28
Fútbol e identidad
Manual de Cinesiología Estructural
501 ejercicios de contraataque en fútbol
En esta obra se analizan a través de ejercicios simples, las articulaciones y los grandes grupos musculares del cuerpo. Este conocimiento constituye la base de los programas de ejercicios que deben aplicarse para reforzar la musculatura.
El entrenador Santiago Vázquez Folgueira, plantea de forma didáctica y progresiva ejercicios de contragolpe de lo individual a lo colectivo. La obra recoge ejemplos de situaciones de juego extraídas de distintas competiciones.
El Atlético Artilleros, club fundado por uruguayos radicados en Madrid, es un punto de encuentro entre charrúas y españoles. (Fotos cedidas por Carlos Buzón)
Atlético Artilleros:
una historia de fútbol “hispano-uruguaya” La mayor parte de balones de fútbol ruedan en canchas de categorías inferiores o amateur, cuando no sobre el asfalto de las calles. Allá donde no enfocan las cámaras de televisión es donde desarrollan su pasión y su carrera la mayoría de jugadores del mundo. Carlos Buzón jugó toda su vida en este tipo de canchas. Su trayectoria trasluce una historia de integración migratoria en la que el fútbol jugó un papel esencial como red identitaria y de apoyo humano. “Por un momentito sentí que estaba en Uruguay”, dijo entre carcajadas un amigo del ahora entrenador del Atlético Artilleros, Carlos Buzón, tras presenciar una “piñata” que se formó en un campo de fútbol 7 contra un equipo de españoles. Esto ocurrió en una liguilla del madrileño barrio de Valdebernardo. Tras una riña, un integrante del equipo rival había sido incrustado en el fondo de la portería contraria por una trompada propinada por el ex jugador de Rampla Juniors, Pablo Lanzotti, conocido allí como El Toro. Otros recibieron varios golpes, producto de la solidaridad de la mayoría del plantel con los iniciadores de la trifulca. De esto salió sancionado el equipo en su conjunto y a algunos de sus integrantes más importantes, se les prohibió jugar durante lo que restaba de competición
y durante todo el año siguiente en cualquier otro torneo municipal. De esto hace ya más de cuatro años y este equipo, fundado entre risas por uruguayos de todos los “kilajes” y edades radicados en Madrid, ahora tiene una plantilla de 25 jugadores de entre 18 y 24 años y compite federado en la segunda división regional de la categoría amateur de Madrid. Esto supone estar a dos pasos de ingresar en la categoría preferente, donde los jugadores ya reciben un sueldo y los equipos entran en un contexto preprofesional. “Hemos cambiado muchísimo”, explicó Carlos. “Una cosa es la agresividad jugando y otra cosa es lo que pasó en aquel momento, pegarle al árbitro o agredir a un rival, todo eso lo fuimos cortando y por eso es que el equipo ha crecido. Aquí las cosas son distintas, en Uruguay tenemos
que cambiar esa mentalidad, y si no la cambiamos así nos va a ir en el fútbol”, añadió. Tras haber desarrollado su carrera en clubes como Villa Teresa, Alianza F.C. y Club Oriental de Football, este uruguayo de 33 años, hincha acérrimo de Peñarol, emigró a España en 2006 desencantado por la precariedad económica que tienen que afrontar los futbolistas y clubes en este país. Tras varios años allí, fundó el Atlético Artilleros junto con un grupo de amigos, algunos ex futbolistas profesionales como Lanzotti. Además de compartir procedencia, todos trabajaban juntos en un grupo inmobiliario, fundado a su vez por orientales en España, del cual se deriva una importante red social charrúa en todo el país. En apenas un año, el equipo ingresó en la Real Federación Española de Fútbol y fue 29
“Transmitimos a nuestros jugadores lo nuestro: un equipo bien armado atrás, corriendo y metiendo, como somos los uruguayos. Y la verdad es que hemos armado un cuadro bastante aguerrido, que deja todo y que está bastante unido. Por eso el año pasado ascendimos”.
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Carlos Buzón junto a Cristian Cebolla Rodríguez.
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aumentando de categoría hasta entrar recién en la segunda división regional, situada ya en la última franja del ámbito amateur. Siguiendo esta evolución, sus integrantes esperan alcanzar las categorías profesionales en cuestión de unos años. “No hay techo” comentó Carlos Buzón. “Los uruguayos somos ambiciosos y nos gusta mucho el fútbol, lo vivimos mucho y queremos llegar lo más alto posible”, expresó. En la experiencia de este equipo se hacen visibles a pequeña escala una serie de contrastes y patrones de juego que permiten distinguir un conjunto de factores culturales e identitarios visibles en la misma práctica del fútbol. “Hay mucha diferencia entre el fútbol uruguayo y el español, pero muchísima”, explicó Carlos. Lo primero que inevitablemente le viene a la cabeza, recordando sus años en las canchas uruguayas, es la diferencia de medios e infraestructura. “En Uruguay los campos no te ayudan para nada, hay campos o vestuarios de primera división que no tienen comparación ni siquiera con los de categorías amateur de aquí. Nuestro vestuario tiene calefacción en invierno, los terrenos de juego son todos de césped artificial. Esto ayuda mucho porque hace que cuando llueve no tengas problema y puedas entrenar”. Otra cuestión que destacó es el acceso al equipamiento. “Allá para comprarte un par de zapatos de fútbol es más complicado. Acá por treinta o cuarenta euros tenés unas zapatillas de fútbol y las podés comprar, pero claro, acá no se valora tanto”, explicó. Sin embargo, “nosotros tenemos lo que quizás hay gente de acá que no tiene, y es que acá no se vive tanto el fútbol como en Uruguay. Allá hay una pelota y todo el mundo quiere jugar, aunque ha cambiado mucho porque ahora están los Play Station, está internet...”, añadió. Esta afirmación
no se basa únicamente en la experiencia de Carlos en el juego contra sus rivales. Desde hace algunas temporadas, debido a las exigencias físicas requeridas por el elevado nivel de juego propio del estrato en el que se encuentra el Atlético Artilleros, en su formación dejó de haber lugar para jugadores veteranos. Esto hace que los uruguayos se concentren hoy en el cuerpo técnico y directivo del club, así como en sus apoyos e hinchada, siendo únicamente cuatro los charrúas que visten de corto. Sólo dos de ellos, Matías Aramburu y Roberto Chamorro, integran el club desde el inicio de su andadura en las canchas de fútbol 7. El cuadro actualmente se nutre de jugadores juveniles españoles que quedan libres entre temporada y temporada, procedentes de otro equipo superior en el que jugó Carlos al poco tiempo de trasladarse a Madrid. Esto hace que el contraste entre uruguayos y españoles se haga visible en la misma cotidiana interna del Artilleros. “He notado en los vestuarios que perdemos un partido y nos vamos bastante calientes, ¡porque nos vamos bastante calientes!, y acá los chavales pierden un partido, y como si no pasara nada”, explicó el entrevistado. “He tenido muchas discusiones con jugadores que no tienen esta pasión. Pero creo que este sentimiento y esas ganas que le ponemos se la hemos transmitido a ellos y por eso hoy han aprendido a competir. Que no es sólo jugar, también se trata de competir. Donde nosotros jugamos es para ganar, el equipo tiene que jugar para ganar y dejar todo. Creo que eso se lo transmitimos al equipo y por eso es tan competitivo. Gane, pierda o empate, el equipo deja todo hasta el final”, expresó. “Por esto salen tantos jugadores de una sociedad de 3,5 millones de habitantes: porque los uruguayos vivimos el fútbol con una pasión que acá no tienen, de verdad que no la tienen”.
Escudo de Artilleros.
Por otro lado, sus palabras evidencian contrastes que se manifiestan en el mismo mecanismo de juego que se emplea a uno y otro lado del Atlántico. “En España es más físico, se corre mucho y se juega poco”, señala Carlos. “Es verdad que ahora con esto del Barcelona y de la selección española los equipos intentan jugar más, pero no tienen la calidad de los equipos sudamericanos. Por eso veo que acá hay muchos jugadores sudamericanos habilidosos jugando de media punta o por fuera. También los hay españoles, porque hay muchos equipos, pero acá se trabaja mucho más físicamente. Nosotros transmitimos a nuestros jugadores lo nuestro: un equipo bien armado atrás, corriendo y metiendo, como somos los uruguayos. Y la verdad es que hemos armado un cuadro bastante aguerrido que deja todo y que está bastante unido. Y por eso el año pasado ascendimos”, explicó el ex futbolista. Fútbol y migración Una de las cosas que Carlos Buzón dejó en Uruguay tras emprender su aventura migratoria fue el fútbol como medio de vida. En España tuvo que cambiar los pantalones cortos por los trajes, y la pelota por un maletín. Su nueva cancha fueron los barrios madrileños que tenía que recorrer de punta a punta en busca de viviendas a la venta. Con el tiempo, ascendió y es hoy copropietario de dos franquicias en la inmobiliaria hispanouruguaya por la que abandonó el Río de la Plata. Su historia de vida forma una trayectoria de migración, como la de tantos latinoamericanos que se trasladaron a Europa en aquellos años huyendo del expolio bancario, pero en la que el fútbol nunca dejó de tener una presencia primordial como red de integración y de apoyo humano. Carlos es de Verdisol, barrio situado entre
Antoine Griezmann exhibe la casaca con su nombre impreso que le obsequió el Club Atlético Peñarol.
Camino de Melilla y Camino Francisco Lecoq, cerca de Nuevo París. La mayor parte de su carrera profesional la desarrolló ligado al plantel de Villa Teresa, donde jugó tres temporadas consecutivas. Después se integró en Alianza Fútbol Club, cuadro resultado de la fusión de Salus, Villa Teresa y Huracán del Paso de la Arena. Allí jugó dos años y se trasladó a Oriental de La Paz, con el que logró ascender en el año 2004 a segunda división. En esa temporada Carlos fue nombrado mejor jugador de la divisional. Sin embargo, la falta de respaldo económico hizo imposible que el equipo se integrara en la nueva categoría, al no poder hacer frente a los gastos que esta exigía. “Ahí perdí el entusiasmo porque, claro, no trabajás por estar entrenando toda la semana, lográs objetivos y luego no podés subir por problemas económicos. Ahí me cansé”. Así, Carlos decidió emprender una nueva vida al otro lado del Altántico. “Quizás, si me hubiese quedado en Uruguay, podía estar jugando en algún equipo de la B o tenía suerte y jugaba en alguno de la A. Podría haber seguido jugando tres o cuatro años más. Pero, bueno, no me arrepiento de nada porque acá me ha cambiado mucho la vida y me sigo dedicando al fútbol, que es lo que me
gusta, pero desde otro lado, no jugando”. A su llegada a España, el ex delantero vivió una de las experiencias futbolísticas que guarda con más cariño entre sus recuerdos: su participación en un mundial de inmigrantes en Madrid como parte de la selección uruguaya. Allí integró un plantel junto a jugadores como Agustín Soto, Elbio Oso Tolosa, Marcelo Otero y Leo Pérez bajo la dirección técnica de Héctor Pichón Núñez, campeón de América en 1995. “Fue una experiencia buenísima, yo recién había llegado a España y, claro, jugar con la selección uruguaya allá, con 300 o 400 uruguayos en la tribuna tocando los tambores, fue algo precioso. La verdad es que fue una experiencia inolvidable”, recuerda Carlos. En España, el ex de Villa Teresa se integró en equipos que competían en categorías similares a las que disputa ahora el Atlético Artilleros, llegando hasta primera división regional. Carlos llegó incluso a recibir dos ofertas de clubes españoles que disputaban su puesto en la categoría preferente con sus jugadores en nómina pero, al no tener documentación por entonces, no pudo entrar en ellos. Así, decidió volcarse en su nuevo trabajo, el cual le permite hoy dirigir
el cuadro de fútbol que él mismo fundó. Actualmente el Artilleros supone un punto de encuentro entre uruguayos y españoles. Semanalmente, sus integrantes organizan asados y comidas para recaudar fondos destinados a cubrir los costes de árbitros, ligas y canchas. A su llegada a España, Carlos no pudo evitar ser seducido por el Atlético de Madrid. “Su afición se refleja mucho en las aficiones nuestras, canta todo el partido, y el equipo tiene muchos jugadores uruguayos vinculados”, explicó. Así, yendo al estadio con su bandera de Peñarol, Carlos terminó forjando amistad con el Cebolla Rodríguez, el cual lo integró al entorno de los jugadores charrúas, y lo llevó a forjar vínculos con Josema Giménez y Diego Godín. Su pasión por el Atlético de Madrid le llevó a también a conectarse con la peña Manyas de Madrid, con la cual se junta cada tanto en su sede o en la del Artilleros para ver jugar a Peñarol a la distancia. De esta forma, la cultura del fútbol hace las veces de tronco vertebrador de una comunidad de uruguayos en el extranjero que comparte mates, nostalgias y pasiones. _Manuel González Ayestarán
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La vida de los jóvenes del interior en las casitas de los clubes de fútbol
Niños de ayer, hombres de mañana Algunas formativas de los clubes de fútbol tienen destinado para los deportistas del interior del país un lugar para alojarlos. Túnel visitó dos hogares: el de Defensor Sporting y el de Liverpool. Una misma etapa, iguales sueños y distinta visión de la realidad.
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Son todos distintos, como lo es una huella dactilar con otras. Son personas, no individuos. Tienen orígenes sociales diferentes, peripecias personales intransferibles, pero cargan con la autenticidad de la moneda recién acuñada. Pueden ser los talentosos, con una cabeza y un corazón que nunca saldrán del potrero, o los intelectuales del fútbol, cuyo diseño estratégico va de la mano con un diagrama similar de la vida. De todos ellos se nutre la cultura del balompié –vaya palabra–, uno de los pocos espacios de igualdad y confraternidad que por un instante transmuta desigualdades más profundas. Tienen la plasticidad de la juventud, de esa edad de oro en la que todo es posible. La diferencia de ellos con el resto de los adolescentes es que comienzan su carrera apenas abandonada la niñez, con la incertidumbre de no saber si se van a recibir, por más duro que trabajen, por más empeño que pongan en la tarea.
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La Casita de Defensor Defensor Sporting Club tiene una casa destinada para los futbolistas que vienen del interior. La Casita, así le llaman, está en el barrio Punta Gorda, sobre la calle Coimbra. Fui recibida por los adultos del grupo: primero Carlos, que es el casero; luego Daniel, cuyo rol fundamental es ser el vínculo entre los chiquilines y el centro de enseñanza al que concurren (liceo o UTU); Gimena, que es la coaching, y Julio, que tiene la tarea de apoyarlos en matemáticas. También tienen profesores de apoyo en otras materias. Nos reunimos en el living. Es amplio, como para que quepan los 24 integrantes del grupo. Mauro, Samuel, Brian, Valentín,
Ramiro y Axel están mirando una película, pero me confiesan que no saben el nombre y tampoco parece importar mucho, “porque no está buena”. Luca está metido en el mate, acomodando la yerba de un lado hacia otro. Por su expresión, parece que es como la película: no tiene acomodo. Mientras nos conocemos –ellos me estudian a mí y yo a ellos–, hay seriedad en el grupo. Intento adivinar qué esperan, pero es difícil. De algún lado, por detrás de mí, llegan más. Antes de verles las caras, de escuchar sus nombres –Gastón, Santiago, Erik, Matías, Agustín, Christian, Valentín–, escucho sus pasos contundentes, seguros. No puedo evitar recordar a Idea Vilariño o, mejor dicho, a Los Olimareños (mi mente lo canta): “De todas partes vienen, sangre y coraje”. Y era así nomás porque en estos gurises están representados todos los departamentos, con un algo corajudo que los hace venirse para la capital. Siguen: Luca, Joaquín, Christopher. “¿Empezamos?”, pregunto. “Ignacio”, sobresaltada me doy vuelta. Viene apurado, atrás llega alguien más. Es Isaac. Nadie hablaba, Ramiro tampoco, aunque todos decidieron que tenía que ser él quien empezara, pero no se decidía, el silencio era espeso. Pedí que olvidara el grabador, entonces habló: “Soy de Maldonado. Me probaron acá y quedé jugando”. Ramiro tiene tres hermanas, que “antes” lo extrañaban un poco, pero “ahora ya están acostumbradas”. Ese fue el puntapié inicial, para que hablara el resto, y entonces caigo en la cuenta de que no será fácil ponerle un nombre a quien habla. Se los digo y lo aceptan. Hablan de la familia, de extrañar y sentirse extrañado, pero también de acostumbrarse a
estar lejos de casa. Ninguno manifestó gusto genuino por Montevideo. Para ellos es un paso, el primero, en una carrera que esperan promisoria. Me cuentan que se levantan a las siete de la mañana a esperar que llegue el pan. Luego de desayunar van a estudiar, vuelven, almuerzan y cada uno se va para la práctica. Los más grandes, al complejo de Pichincha; los más chicos entrenan en el complejo del Comando del Ejército, en Bulevar y Colorado. Las horas libres son luego de la merienda. “¿Todos estudian, no?”, pregunté, creyendo saber la respuesta. “Bue… vamos todos los días”, dijo uno, cortando los tímidos “sí” y arrancando sonrisas cómplices. Los compañeros de clase les preguntan cómo es vivir en La Casita, pero “no todos; algunos nos dan para atrás”. “Eso es por envidia”, dice otro. Nacho va al Nocturno, pero estaba con nosotros porque había ATD: “Es mucho mejor. Toda gente grande. Antes iba a la UTU de Malvín Norte, pero tuve que dejar porque el ambiente me resultaba agresivo; iba solo, sin ningún compañero de acá”. En La Casita están hasta los dieciocho años inclusive, luego deben irse. Nacho y Joaquín juegan en Cuarta. Ambos están cerca de los diecinueve, por lo que la permanencia en ese hogar será por poco tiempo más. Explican que el destino de ellos tiene dos puntas: por un lado, dependen de su trabajo en la cancha; por otro, del de los representantes. Hablan de la psicóloga: “Es grupal, pero si tenés algún problema también te ayuda”. Gimena, la coaching, informa que hacen talleres, donde trabajan la convivencia, el equipo, la importancia de ayudarse unos con otros, de no tener conflictos, y tienen
A las 7 de la mañana se levantan los muchachos que viven en La Casita de Defensor, desayunan, van a estudiar, vuelven, almuerzan y cada uno se va para la práctica. Las horas libres son luego de la merienda. (Foto: Jeronimo López)
actividades con juegos. El próximo taller será “la violencia en el deporte”. El tema lo eligieron ellos. Así que la pregunta era obligada: “¿Sienten la violencia?”. La respuesta fue unánime: “Sí”. “Está complicado, se genera mucho roce, inclusive en la cancha y hay que controlarse. Para ayudarnos en eso tenemos a Juan, que también es psicólogo, pero él trabaja en el Complejo [de camino Pichincha, donde Defensor practica]”. “Es peor cuando estás enojado con las cosas
que te pasan en la vida también”, dice otro. Pregunto si escuchan las cosas que grita la hinchada. Dicen que sí, “a los padres, que putean al juez y eso”, comenta uno con visible amargura. Otro agrega que también hay insultos de la parcialidad contraria, y alguien acota que “eso es normal”. ¿Para qué? Se generó una discusión entre la normalidad y la anormalidad en los epítetos que les proferían a ellos y al juez. Por suerte, uno de los adolescentes con voz potente zanjó el tema: “Lo que pasa que en el
La Casita marca la diferencia Estábamos en plena charla, cuando pedí a los jóvenes futbolistas de la farola que me dijeran en qué se diferenciaba Montevideo del interior. “Acá son bocasucias, allá afuera no se dicen tantas malas palabras”, dijo Matías. “Aparte acá, en La Casita, tenemos que convivir, así que estamos ejercitando eso de la buena educación continuamente”, subrayó Joaquín. “Nosotros tenemos una vida más estructurada que nuestros compañeros de clase. Salimos del liceo y sabemos que después de almorzar debemos ir a la práctica”, añadió Christopher. Joaquín y Christopher son los más grandes, y eso es notorio a la hora de hablar por la forma en que son escuchados por sus compañeros. “La diferencia está en la cantidad de gente. Acá nadie se conoce”, sentenció Samuel. En seguida sus compañeros encontraron otras: “Para mí lo distinto es tomar ómnibus, porque en Salto no se toma. Se camina o vas en bici”. “Arriba acá tenés que llevar una tarjeta”, dijo otro. “Ah, porque afuera sólo es con plata”, acoté. “O con lapicera”, contestó uno haciendo el gesto de escribir algo en la mano. Todos rieron recordando el abono. “A mí me asombra que nadie te espera”, dijo Agustín. Erik lo confirmó: “Acá es al revés, te ven que estás cruzando la calle y siguen”, añadió Gastón. Fue entonces que Alex remarcó resignado: “Si te pueden pisar, te pisan”, arrancando las carcajadas de todos nosotros.
interior es distinto; los de acá insultan más”. Las situaciones con los árbitros también son complicadas y Juan, el psicólogo, intenta darles herramientas para que se puedan conducir de la mejor manera posible. Uno de los muchachos cuenta: “Lo que pasa es que te dicen cualquier cosa. Hay muchos jueces que insultan”. La mayoría se sumó a la queja, a esa y a la que le siguió: “Las juezas son las peores”. Sin dudas que fue el asombro de mi rostro ante la sentencia lapidaria el que obligó a un futbolista a poner el ejemplo: “Una vez íbamos ganando y nos cobró mal, pero muy mal. Nos quejamos y dijo ‘van ganando 4-0, déjense de romper los huevos’; así lo dijo y eso es una falta de respeto”. “Tienen tarjetas que te pueden echar, eso hace que se crean gran cosa”, se escuchó una voz resignada. Otra vez el silencio. Era tan cortante que podía escucharse. Así que lo rompí con una pregunta fuerte: “¿De sexualidad hablan?”. Vi que algunos se miraban e intuí que donde mi visión no alcanzaba, sucedía lo mismo. Alguien se animó a decir que no. Y la que no supe cómo salir de la situación terminé siendo yo, que me enterraba cada vez más: “¿Y por qué no? ¿No les interesa?”. Uno de los chiquilines de edad mediana, dieciséis años quizá, intentó rescatarme: “Ese tema también se 33
En la sede de Liverpool hay una casa para los jugadores provenientes del interior. Actualmente se alojan doce jóvenes. (Foto: Rodrigo López)
planteó, pero votamos y ganó la violencia”. “Les preocupa, entonces”. Los “no” venían de todas direcciones. ¿Cómo podía ser tan torpe? “Bien, pasemos a otro tema”, lo dije con voz firme, mientras intentaba retomar el rumbo que había perdido en un abrir y cerrar de ojos: “¿Qué tema preocupa?”. “El compañerismo, porque en la práctica a veces no nos llevamos bien. Siempre hay alguno con el que podés terminar a las piñas. Eso preocupa”, el muchacho sonaba decidido. Otro consideró que
“si eso te pasa con un hermano, ¿cómo no te va a pasar con una persona que no conocés?”. “A veces pasa que estás muy metido en el partido y se te va la mano para decirle algo a un compañero y ahí se genera un problema”. “Capaz que lo decís para bien, pero lo decís fuerte y…”. “La adrenalina del partido a veces te lleva a eso”. Y hablaron de compañerismo nomás. De golpe callaron, así que pregunté si querían decir algo más: “De los señores de la casita”, dijo un morocho de pelo rebelde. Con un
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Negro y azul, como el color de las lapiceras
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Cuando con los muchachos de Liverpool salió el tema del estudio, les pregunté si ellos notaban un trato diferente al resto de sus compañeros. Inmediatamente dijeron que sí: “No sabés si es porque jugás al fútbol o porque venís de afuera y saben que no vivís con tu familia”, dice Franco. Pero la duda queda zanjada cuando recuerda que en más de una ocasión le han dicho “ah, vos sos el que juega al fútbol”. Nicolás dice que en su caso tiene varios compañeros de clase que juegan en otros cuadros, “pero nos llevamos bien. Me doy cuenta de que eso te ayuda a adaptarte”. Anthony dice que la diferencia la nota en varios círculos, no sólo en el liceo. Pregunto si los profesores también los tratan distinto. Aseguran que la mayoría sí. “Hay compañeros que me han preguntado si pueden venir a practicar”, dice Facundo. Tomás comenta: “Algunos te preguntan ‘¿voy un día y ya quedo?’. No entienden que no es así”. Ellos saben que pisar el lado de adentro de la línea de cal no es sólo cuestión de gustos. “¿Y cómo es?”, pregunto. “Es sacrificado. Hay que tener perseverancia”, dice Thiago, que hasta ese momento había permanecido callado.
“dale” acepté la invitación. “Nooo. Te tiro esa para que todos hablemos”, contestó con desenfado, acompañando las palabras con ese gesto con los brazos, típico de los futbolistas que quieren mostrar que no están cometiendo una infracción. Todos reímos. Era Isaac, lo sé porque cuando se presentó, recordé que su nombre quiere decir “el que hará reír”. Le hace honor. Uno de los más grandes cuenta que cuando llegaron “había otra señora que ya tenía su edad y le cansaban todas estas cosas. Carlos y Silvia, que están hace dos años, son mucho mejor”. Uno dice, como queriendo salvar el recuerdo de la casera anterior: “Lo que pasa que son dos y se apoyan entre ellos; la otra señora era sola”. “Ahora la comida es un lujo. Desde la llegada de ellos ha cambiado mucho”. “Ah, sí, eso es cierto. Carlos pintó la casa, y la comida de Silvia es muy rica”. “Tenemos una perra”. “Sí, y en el complejo tenemos otro, el Recluta, que estaba acá antes”. “No nos olvidemos de Marta, que viene de mañana. Es la limpiadora, pero nosotros tenemos que ayudar con la limpieza”. Comienzan a hacer bromas con la falta de higiene de algunos, hablan entre ellos, se ríen, algunos atacan, otros se defienden y otros contraatacan. Están distendidos e impresiona lo jóvenes
La sede de Liverpool, hogar de muchos Liverpool también tiene una casa para los jugadores del interior. Está en la propia sede. Hay doce jóvenes en total. Túnel habló con nueve: Franco, Facundo, Tomás, Anthony, Nicolás, Sigfredo, Lucas, Thiago y otro Facundo. En este caso se hace más fácil identificar a los protagonistas porque todos nos sentamos en torno a una mesa. La sede de Liverpool aloja jugadores sin el límite de edad que tiene Defensor. Lucas, por ejemplo, es de los más viejos en el lugar. Llegó por un conocido de Soriano. Lo probaron y gustó. Tomás es otro ejemplo. Fue por las de él, luego que otro club lo dejara libre. Reconoce que tiene problemas de conducta. Cuenta anécdotas llenas de picardía. Sus compañeros ríen, pero no tomándole el pelo. Es notorio que lo aprecian y que les divierte sanamente. A mí también, aunque intento disimularlo un poco. En el liceo, al principio iba todo bien, aunque no le gusta estudiar. Ahora hace tres años que está en tercero. Pregunto si la institución tiene un adulto que se haga cargo de hablar con los profesores. Contestan que sí, pero Tomás enseguida aclara: “Pero ya firmó que no se hacía más responsable mío”. El club también lo sancionó por su comportamiento. Es delantero. Imagino que debe ser muy, pero muy, bueno con la pelota entre los pies. Cuentan lo complicado que les resultó Montevideo. A Sigfredo no, porque es de una localidad del departamento de Canelones, y estuvo cinco años levantándose a las cuatro de la mañana para poder practicar. Ahora el club le dio la posibilidad de quedarse a vivir acá. Franco vino desde Paso de los Toros, “al principio me tenían que andar llevando
Les llama la atención la cantidad de gente en Montevideo: “Es rarísimo. En el pueblo que yo vivo son mil habitantes nomás”. Otro retruca: “En el mío no llegan ni a quinientas personas, muchacho”. Un tercero los mira, y a falta de censo, espeta: “Y en mi pueblo que no hay semáforos ni supermercado. La primera vez que vi un semáforo fue acá”.
para todos lados. Ahora ya conozco bastante”, dice confiado. Manejarse bien en los ómnibus cuesta mucho. Relatan las peripecias y yo recuerdo que lo mismo les pasaba a los jóvenes futbolistas que había entrevistado en La Casita de Defensor. Uno de los chiquilines cuenta que cuando pensaba que ya dominaba el trayecto, se armó de valor y se tomó un ómnibus solo. El detalle fue que lo hizo en sentido inverso al que tenía que ir. También les llama la atención la cantidad de gente: “Es rarísimo. En el pueblo que yo vivo son mil habitantes nomás”. Otro retruca: “En el mío no llegan ni a quinientas personas, muchacho”. Un tercero los mira, y a falta de censo, espeta: “Y en mi pueblo que no hay semáforos ni supermercado. La primera vez que vi un semáforo fue acá”. Lo cierto es que el pueblo se extraña y lo hacen sentir. Los que tienen su hogar más lejos, van cada dos meses: “A veces por un día. Si tenés varias horas de viaje, como
es mi caso que tengo que ir hasta Salto, es desgastador”, dice Nicolás, que reconoce que extraña a la familia. Anthony es de Treinta y Tres. Admite que su deseo inmediato es llegar a la Primera de Liverpool. Jugó en otro cuadro, pero sintió que no tenía chance: “Lo que pasa es que acá me siento bien”, dijo mientras sonreía. Al igual que lo hice con Defensor, pregunté si sentían la violencia. Era una charla distinta a la otra, porque no había adultos y ellos eran los únicos representantes de la institución. Capaz que por eso era más fácil: “Según los partidos; a veces se pica”. “Algún padre enojado porque le cobran una falta al hijo”. “Algunos jueces nos hablan mal. Muy mal. No sólo a Liverpool, al otro cuadro también”. Caramba, eso ya lo había escuchado. Piden a Sigfredo que cuente la anécdota y él lo hace: “El partido venía fuerte y los jueces cobraron mal. Era obvio que les pesó la camiseta del otro cuadro. Hubo insultos, baboseadas del rival porque íbamos ganando en la cancha de ellos y nos terminaron empatando pasada la hora. Empezó un lío adentro de la cancha, se terminó y siguió afuera. Era una batalla campal”. Aseguró que no le dio miedo: “Lo que yo quería era defender a mis compañeros. Lo que pasa es que veías para los costados y no conocías a nadie. Miedo no te generaba, sí dudas si ir o no… Estuvo medio complicado”. “Y las juezas, ¿cómo son?”, pregunto. No dudan en la respuesta: “Las mujeres son más educadas. Les falta la personalidad del juez hombre a la hora de cobrar, y con los gritos se pueden marear más. Hay de todo, pero algunas son bien. Hasta mejor que un juez hombre; más justas”, dice uno. “Aparte, ves a una mujer y ya no se le protesta tanto como al hombre”, acota otro. “O vas con más respeto a la hora de hablar”. Lo dijo Tomás, el adolescente terrible. Ni por asomo hubiera adivinado esa gambeta.
Niños de ayer, hombres de mañana
que son y lo ordenados al hablar. No se pisan entre ellos. Uno parece adivinar mis pensamientos: “Acá madurás más rápido. Mirás las cosas de otra manera”.
_Isabel Prieto Fernández
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Fabián Carini, el sacrificio y las ganas
La misma ilusión La pelota cae y Fabián la ve entrar, otra vez el gol. La mira, la va a buscar, y otra vez una lágrima asoma en sus ojos. Se la seca, tira la pelota hacia el medio, y todo vuelve a empezar. Su equipo, el Nuevo Amanecer de Carrasco, está perdiendo en la categoría 79 ante Flor de Maroñas. Piensa cómo debió de reaccionar para evitar el gol, o cómo colaborar con sus compañeros, pero otra vez vuelve la recarga, con Fernando Cañarte a la cabeza. De nuevo el gol. Aparece una lágrima y el más alto de todo el cuadro (Fabián) la vuelve a tirar hacia el centro de la cancha, esta vez con más furia. Así arrancó Fabián Carini, que como todo arquero, primero arrancó jugando. Ya ni recuerda si fue de nueve o de zaguero, aunque prefiere asumir que estuvo en las dos posiciones. Las ganas, el sacrificio y el amor por el fútbol, lo hicieron llegar lejos. Desde Sub 15 en proceso de selecciones juveniles, sudamericanos, Copa América y un Mundial, todo lo que soñó. Esas mismas ganas y esa entrega son las mismas que tiene hoy en Juventud de Las Piedras, siendo uno de los referentes, y una cuota de gol en el equipo del floridense Jorge Giordano, pateando penales.
túnel NOV-DIC 2016
¿Te retirás en diciembre? No, tengo contrato hasta el 31 de diciembre de 2017. La idea sería hacerlo el año que viene. En noviembre nace mi segundo hijo, Luca, que se suma a Alessandro. Mi idea era que él [Alessandro] me viera jugando, también quiero que el que viene me vea. Esperaremos y veremos, si no Luca va a tener videos y lo voy a aburrir con ellos. Pero todavía no sé.
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En las notas que te hicieron durante tu carrera dijiste que tu edad límite era 35, ahora estás llegando a los 37... Siempre lo dije. En el camino pasaron cosas. Hace un tiempo mi señora, estando embarazada, tuvo un problema de salud grave y con esa edad pensé en dejar el fútbol. Pero el físico me está dando, me siento bien, con ganas, voy a los entrenamientos con la misma pasión con la que arranqué a los ocho años. Mínimo hasta 2017 y luego veré. Creo que cuando cumpla 38 años es una buena edad para empezar a abandonar esta profesión que
me dio tantas alegrías desde pequeño. Debuté con diecisiete años, son muchos años de fútbol. El ambiente del fútbol es complicado y hay ciertas cosas que cansan. Pero soy un agradecido de por vida. ¿Seguís teniendo algo de aquel pibe que arrancó en el Nuevo Amanecer de Carrasco? La ilusión. Sigo teniendo las mismas ganas, me acuerdo de lo que sufrí para llegar a esta carrera. Tener a mi hijo, al que viene, a mi señora viva, son todas motivaciones extras. Tengo la ilusión de seguir entrenando y mejorando. Ahora por una cuestión de edad trato de ayudar a los más jóvenes y busco rumbearlos. Tuve muy buenos referentes y de ellos aprendí lo mejor, lo otro lo deseché. Algo que voy a volcar a mis hijos y a los más jóvenes. ¿Qué referentes? Me tocó en Danubio el Zorro [Daniel] Revelez, el Pollo [Gonzalo] Madrid. En la selección estaba Paolo Montero, el Negro [Gustavo] Méndez, Gabriel Cedrés y algún otro que me puedo olvidar. De todos saqué algo: su forma de entrenar, su forma de manejarse en el vestuario, su forma de salir a la cancha, su temperamento y su determinación. Siempre trato de aprender, porque lo podés hacer del más grande y del más chico. Escucho a todos por igual y de todos aprendo. Hablame del Nuevo Amanecer y del día que te mandaron al arco. Está en Camino Carrasco y Cochabamba, yo vivía a dos cuadras. Me acuerdo de ir con los zapatos colgados en los hombros.
Generalmente terminábamos segundos porque nos ganaba el Flor de Maroñas, de Fernando Cañarte y del Puchero [César] Pellegrín. Me acuerdo de un cuadrangular en que vino Danubio, Chacarita y alguno más. Ahí me vieron de Danubio y me llevaron a probarme. Yo iba a jugar al Nuevo Amanecer porque estaba todo el día en la calle con la pelota, dejábamos de jugar cuando la madre de Andrés, un amigo, nos llamaba a tomar la leche. Jugaba de nueve y después me pasaron de central. Un día faltó el arquero y me pusieron, creo que porque era de los más altos, de ahí no paré. Cada vez que me hacían un gol me ponía a llorar. Hacía montañitas de tierra con los delanteros rivales. Iba a divertirme y a ocupar un espacio. También jugué al básquetbol en Malvín, hasta que me coincidieron los horarios de prácticas y elegí el fútbol. ¿Qué vieron de vos en Danubio para llevarte? ¿Por qué es tan buena esa cantera danubiana? Cuando pasé a Danubio, empecé a jugar con el arco grande, y me hacían todos los goles por arriba. En octava, novena y décima siempre nos ganaba la generación de Mauricio Nani y alguno más. Si te tengo que decir cualidades, la verdad no sé. Danubio apuesta a sus juveniles. En mi época estaban Rafael Perrone y Gerardo Panizza, se captaba muy bien. Ese año que llegué a séptima, estuvimos las diez primeras fechas, todas las categorías ganando. Se trabajaba muy bien, buenas herramientas, te daban meriendas, había premios. Ya estaba el complejo de entrenamiento. Pasa por tener la misma idea futbolística, a pesar de que los técnicos cambien. Eso sale bien.
“Siempre hubo grandes planteles en la selección. Tabárez tuvo un proceso. Cuando los procesos se respetan, las cosas salen bien. La selección es una etapa cerrada para mí”, sentencia Carini. (Foto cedida por el entrevistado)
¿Dejaste de estudiar? Estudié hasta primero de liceo, empecé segundo y lo dejé. Ahí empecé en la Sub 15 en las selecciones con Víctor Púa. Me obligaron a tener un trabajo. Al lado de casa había una fábrica de ataúdes y empecé ahí. Los lijaba, les ponía la masilla, los pintaba y los sacaba al sol. Una anécdota que tengo fue con un compañero, que me dijo que en el Mundial 2002 yo iba a tener 22 años y que iba a ser el arquero. Le dije que estaba loco, pero no le erró. Tenía más fe que yo. El trabajo lo hacía con ganas, no me molestaba. Se te da todo muy rápido. Debutás joven en el primero, pegás el pase al exterior, la selección... Debuté en Jardines contra Nacional a los diecisiete años, pero venía de las selecciones juveniles. Un día me agarró Ildo Maneiro y me dijo que iba a debutar y que si había faltas cerca de mi área le pegara yo, porque le pegaba bien. Concentramos en el Charrúa y la ansiedad era enorme, estaba nervioso. Fue un día precioso contra el Nacional de Recoba, de Gustavo Badell, que me hizo el gol. Fue un lindo debut, aunque perdimos.
Con veintiún años me fui a Juventus. Me podía haber ido antes pero Passarella habló con Francisco Casal para quedarme seis meses y estar en la eliminatoria. Fue un cambio; fue el cambio. Estaba Paolo Montero, [Daniel] Fonseca, [Fabián] O’Neill, y me la hicieron más fácil. Me hicieron sentir como en mi casa. Lo único que tenía que hacer era entrenar y estaba bien, no preocuparme por nada. Estuve un año y medio. Jugué campeonatos y partidos. Que hubiese uruguayos ayudó porque me decían por dónde manejarme. Eran muy escuchados. Fui un tiempo a la casa de Paolo, un tiempo a la casa de Fonseca y luego alquilé cerca del estadio. A veces iba caminando, otras veces en bicicleta. Me adapté bien a la ciudad. Me gustaba entrenar y luego estar en mi casa, en Danubio lo hacía. ¿Qué pasó en Italia? Cuando llegué iba con la intención de entrenar y estar bien. Estaba Edwin Van der Sar y se fue a los seis meses. Al otro año vino Buffon. Hubo oportunidades y las aproveché. Tuve algún partido en Champions y Copa Italia. Me di cuenta de que estaba a la par y lo tomé como
una experiencia. A nivel económico fue el cambio en mi vida. Fue una cifra descomunal para tener veintiún años y ser arquero uruguayo. Mi vida siguió siendo la misma, aunque compré la casa a mis padres y un apartamento para mí. Yo era el mismo, pero el teléfono de mi casa empezó a sonar mucho más. Llamaba gente a pedirme de todo y como era joven decía que sí. Luego me daba cuenta de que iban las cosas y no volvían. Me sirvió de experiencia; me di cuenta rápido, porque se me podría haber ido mucha más plata. Jugaste con Fabián O’Neill y siempre cuenta cosas de Juventus, ¿cuánto hay de cierto? Lo que es verdad, que tanto Del Piero como Zidane me decían: “El mejor jugador no soy yo, es aquel”, y era Fabián, que estaba a diez metros. Lo que pasa es que no le gusta correr, es vago para entrenar, me decían. En ese 2002, Marcello Lippi había armado el equipo para Fabián, 4-3-1-2 y él jugaba solo de enganche, con marca. Tenía a Zidane, Del Piero, Trezeguet. Estaba bien, luego se lesionó el gemelo. Yo sé que se juntaba con Paolo y Zidane. Si 37
“Yo iba a jugar al Nuevo Amanecer porque estaba todo el día en la calle con la pelota, dejábamos de jugar cuando la madre de Andrés, un amigo, nos llamaba a tomar la leche. Jugaba de nueve, y luego me pasaron de central. Un día faltó el arquero y me pusieron, creo que porque era de los más altos, de ahí no paré. Cada vez que me hacían un gol me ponía a llorar. Hacía montañitas de tierra con los delanteros rivales. Iba a divertirme y a ocupar un espacio”.
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“Tengo la ilusión de seguir entrenando y mejorando. Ahora por una cuestión de edad trato de ayudar a los más jóvenes y busco rumbearlos. Tuve muy buenos referentes y de ellos aprendí lo mejor, lo otro lo deseché”. (Foto: Andrés Cribari)
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tomaba whisky o no, no sé. Fue el jugador más completo que vi. No sabías con cuál le pegaba mejor, era potente. ¿Te vas a jugar al Standard Lieja buscando minutos? Veía que no iba a tener posibilidades, aunque los dirigentes me dijeron que querían que me quedara. Primero fui al Arsenal y entrené varios días. Estaba David Seaman, y se retiraba enseguida, entonces me dijeron que iba a quedar yo. Pero no quedé por un problema de cupo. Me llamaron del consulado italiano
para decirme que faltaba una partida de nacimiento del año 1888 de mi abuelo que se fue de Génova a Buenos Aires, que lo inscribieron en una iglesia que luego se quemó. Entonces como era época que surgían pasaportes falsos, pensé que era eso. Me dijeron que no, pero que le habían dado un año a la persona que me tramitó el pasaporte para conseguir esa partida, como no lo hizo, debían sacarme el pasaporte. Cuando me dijeron eso me quería morir. El último día que vencía el período de pases arreglé en Standard. Estuve dos años, fue en el país que me fue mejor en todo sentido.
Volvés a Italia y tenés una experiencia en el Inter. ¿Qué cosas había distinta con Juventus? Con 24 años pensé que era una linda revancha, pero estaban Toldo y Julio César. No tuve la continuidad deseada. Creo que los equipos son muy parecidos: te dan todo y pueden comprar lo que quieren, entonces te exigen como equipo grande. En ese momento Juventus no tenía complejo deportivo. Ya si empatás se puede complicar. Quizá la impresión que me daba el Inter, al tener más sudamericanos, era que era más familiar.
“El único secreto es entrenar”, asegura Carini, y afirma que se toma de la misma forma “jugar con Brasil o con Venezuela, en el Olímpico con Rampla, o con Peñarol en el Estadio”. (Foto cedida por el entrevistado)
de ir. Me desgarré el gemelo, atajó el otro arquero y se esfumó mi gran ilusión. Hablando de eso, hiciste un proceso en selecciones: Sub 15, Sub 17, Sub 20 y la mayor. ¿Qué sentís? Siempre fue lo máximo. Desde chico a grande. Me tocaba pelearme, yendo atrás de Paolo, con el presidente de Juventus para que nos dejaran ir. Para nosotros la selección es sagrada, no importa si en amistoso o lo que sea. Tuve problemas en Bélgica también, y me perdí una final de Copa en Inter. Mi sueño de chico era
defender a Uruguay. Me hubiese encantado ser campeón, era la frutilla de la torta. Pero estar ahí, jugando, o en la tribuna, o con Minguta [Edgardo di Mayo, equipier], fue un sueño cumplido.
larga salió bien porque la gran mayoría de ese plantel, Malasia o Nigeria en el 99, le fue bien y se fue a otros países. Si bien ninguna selección fue campeona, hubo un levantamiento en la selección.
¿Cuán duró fue el golpe de aquella final perdida en Malasia 1997? Fue duro ese golpe. No hay merecimientos, pero fuimos superiores en ese partido. Fue una gran selección que mereció ser campeona. Fueron años maravillosos con mucho tiempo de antelación en el trabajo. Pasamos las fiestas en el Charrúa. A la
Apenas volvés de ese mundial de Nigeria te citan a la selección mayor. Estaba Passarella con los del exterior en Maldonado y Púa armó una para el medio local para la copa América de Paraguay. Me citaron junto a Álvaro Núñez y Adrián Berbia. En ese momento no estaba jugando en Danubio, luego Fossati me puso y empecé
Después viene Real Murcia, Atlético Mineiro y alguno más. ¿Siempre buscando minutos? Sí, siempre. Me fui a España porque quería jugar, pero pasaron cosas raras. El entrenador que estaba tenía el mismo representante que el golero. Queda feo decirlo, pero tenía que jugar yo. Luego cuando se fue el DT jugué yo, pero nos fuimos a la B y me pasó lo mismo con otro entrenador que trajo sus jugadores. Me fui a Brasil por lo mismo. Jugué en el campeonato que llegué, luego vino de entrenador Luxemburgo y estaba en duda si iba a jugar. Justo se venía la citación para el Mundial de 2010 y yo tenía esperanzas 39
me decían ‘el mejor jugador no soy yo, es aquel’, y era Fabián [O’Neill], que estaba a diez metros. Lo que pasa es que no le gusta correr, es vago para entrenar, me decían. En 2002, Marcello Lippi había armado el equipo para Fabián, 4-3-1-2, y él jugaba solo de enganche, con marca. Tenía a Zidane, Del Piero, Trezeguet. Estaba bien, luego se lesionó el gemelo. Yo sé que se juntaba con Paolo y Zidane. Si tomaba whisky o no, no sé. Fue el jugador más completo que vi. No sabías con cuál le pegaba mejor, era potente”.
¿Eso hace que este proceso de Tabárez sea exitoso? Claro. Tabárez mantuvo una base y trajo jugadores de procesos juveniles. Arrancó bien el camino y varias veces se escuchó que lo querían bajar. Lo bueno fue mantenerlo y creer en los jugadores. ¿Merecías ir al Mundial de Sudáfrica? En su momento pensé que merecía ir. Pero después creo que no. Traté de hacer todo lo posible para estar. Estaba en Murcia, me fui al Minero en busca de minutos. Tenía la ilusión de estar. A fines de 2008 fue mi última citación. Tabárez fue muy claro y me dijo que le preocupaba que yo no tuviera regularidad en mi equipo. Le dije que estaba haciendo todo lo posible para solucionarlo. Siempre me llamaba Celso Otero, un día me llamó para decirme que no iba a estar. ¿Cómo viviste todo lo que pasó? Me puso muy contento todo. Se veía que la cosa iba a ir bien, se veía lo que había. Los resultados mandan. Me hubiese encantado poder estar, más allá de jugar. Pero el momento de la selección había pasado y me convertí en un hincha más. Siempre hubo grandes planteles en la selección. Tabárez tuvo un proceso. Cuando los procesos se respetan, las cosas salen bien. La selección es una etapa cerrada para mí.
Pero en un momento fuiste un ícono y sumaste 74 partidos con la selección. ¿Por qué? Tuve mi momento. Cuando debuté en primera, cuando me fui, en eliminatorias, siempre a buen nivel. Me mantuve y fui muy profesional. Eso te lo valoran. Siempre traté de entrenar, de ser respetuoso, de cuidarme, de estar bien. Pasó por ahí. Si hubiese sido medio pelo, a los seis meses me cambiaban. Fui fiel a lo que quería, nunca defraudé a nadie. Siempre me manejé igual, hasta el día de hoy, trato de pasar inadvertido. Si en algún momento fui el ícono fue porque me maté entrenando. Yo entrenaba y me iba a casa. De joven sí salía. Pero sabía que si quería llegar a lo máximo, debía hacer el sacrificio y cuidarme. Si yo estaba bien, le iba a dar pelea a cualquiera. Traté de mantenerme en esa forma. Cuando no jugaba me entrenaba el doble para poder venir a la selección. Le pedía a compañeros definiciones, tiros centros, me quedaba con el entrenador de arqueros cuando no jugaba. No daba ventajas. Si no jugaba en Juventus, me preparaba para llegar de la mejor forma a la selección. ¿Cómo ves el partido que tomaron los jugadores por la oferta de Nike? Me parece bien. No tengo idea de derechos de imagen, pero si hay una oferta de veinticuatro y otra de cinco todos vamos a
querer la más alta, no importa de quién sea. Si va a favorecer a la selección, a los clubes, a las juveniles, no habría que pensarlo. ¿Es lo mismo Juventus que Juventud? Para mí es lo mismo porque me preparo siempre de la misma forma, en todos los equipos que estuve ya sea con cinco atrás del arco, o con cien mil. Me preparé siempre igual. Para mí, jugar con Brasil o con Venezuela, o jugar en el Olímpico con Rampla, o con Peñarol en el Estadio, me lo tomo de la misma forma. Me entreno de la misma forma. Podrá salir bien o mal. No me cambia eso. El único secreto es entrenar.
Fabián Carini
“Tanto Del Piero como Zidane
¿Ya no llorás cuando te hacen los goles? No, aunque me pongo un poco mal. Tratás de entrenar para estar bien y de minimizar los errores que pueden tener tus compañeros. A veces también los errores que tenemos los arqueros. Antes cuando mi equipo perdía quedaba muy caliente y mal conmigo. Por suerte lo pude empezar a cambiar, porque me duraba tres días el enojo. Sentía mucha amargura y desazón. Creo que el puesto del arquero no es ingrato. Si me hacen un gol tonto, tengo paciencia. Creo que tenés más cosas para terminar como héroe que como villano. _Diego Martini
lo hubiésemos firmado. El primer gol vino de un penal inexistente. Tengo la foto y cada vez que la veo me agarro cada calentura... Había una buena selección. Fueron cosas raras que pasaron. Por ejemplo lo de la camiseta que taparon la marca, fue un mamarracho. Teníamos un lugar de concentración muy alejado de todo. Lo del grupo estaba bien, pero cuando algunos no juegan se complica. Yo tenía veintidós y trataba de entrenar, de algunas cosas no me daba cuenta.
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(Foto cedida por el entrevistado)
a jugar en la selección. Tenía diecinueve años, a esa edad no pensás las cosas. Venía de Sudamericano, Mundial, y enseguida me pasó de ir a la mayor. Llegamos a la final y perdimos con Brasil. Me pasó todo tan rápido que ni lo pensé. En aquel momento, cuando pasó todo, dije si con diecinueve años jugué una final, capaz jugaba alguna otra. Nunca más jugué una. Hubo muchos cambios en esa selección. ¿Cómo era? Estaba lleno de referentes el plantel y era
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mi primera vez en la selección, era como Disneylandia. Concentrábamos en Punta del Este y entrenábamos allá. Había un bus, juntábamos a los jugadores que venían de Europa e íbamos. Los resultados medianamente acompañaron. El grupo estaba bien. Aunque la eliminatoria fue sufrida. Se cumplió el objetivo de clasificar a Corea-Japón. De ese mundial también se habló mucho. ¿Cuánto hay de cierto? Merecimos un poco más. Si nos decían que si le ganábamos a Senegal y pasábamos,
También era otro momento a nivel institucional. Lo que pasa es que las condiciones de infraestructura no se comparan con las de ahora. Siempre hubo grandes jugadores, pero la organización no era la ideal. No fue una excusa haber quedado eliminados del Mundial de 2006 con Fossati. Cada vez que iba al complejo de Uruguay, veía a Paolo ir a pelear por cosas. Con Carrasco no estuve, fue cuando estaba jugando en Bélgica. Cuando vino Fossati volví a la selección. Mejoramos en la segunda ronda, llegamos al repechaje con Australia y luego lo que pasó. Cuando se tapan parches y no hay proceso, las cosas no salen bien. 41
Fermín Solana, voz de Hablan Por La Espalda
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Los hinchas como yo
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Hace veinte años estaría yo pateando una de cuero ensimismado, en el patio de la Escuela Panamá. Los partidos contra los más grandes fueron inolvidables. Cuando yo fui de los más grandes, conocí la carpeta. Por aquellos años nacía Hablan Por La Espalda (HPLE). “Damos por hecho que está. Que existe. Te vas acostumbrando a que Hablan es parte integral de nuestra vida”. Una banda que surgió como casi todas las cosas: entre amigos. Antes que Seba Lahera partiera hacia Buenos Aires, decidieron junto a los hermanos Solana (Martín –El Tuka– y Fermín) grabar algunos temas para marcar el inicio. Luego de su partida, HPLE retomó con otro bajista y la banda siguió tocando. “Las primeras canciones que hicimos eran punk rock bien básico de tres acordes, o hardcore al palo, regritado. Letras como “el machismo es fascismo” y cosas así. El viaje siempre fue ultra político. El anarquismo fue la fuerza que nos impulsó. Leímos a Malatesta, a Los anarquistas expropiadores. Nos hicimos veganos. Participábamos en radios comunitarias, como la Ni Idea de FM en Palermo, donde teníamos un programa que se llamaba Esquemas, en el que leíamos textos anarcos. La cosa se fue desvirtuando a medida que la música nos fue comiendo. Al principio lo que importaba era el mensaje. No sabíamos tocar. Mi hermano aprendió a tocar en la banda”. Cuelgo de la biblioteca. Conozco a la gente por lo que lee. Un glorioso y ruin banderín de Nacional se abre paso entre Burroughs y Kerouac. Una pintura del popular Víctor Andrade, ubica a Edgar Alan Poe cerca de Bolso, mi buen amigo (de Alejandro Luzardo y Fermín Solana, Editorial Fin de Siglo). Jaime Roos asoma entre los discos, como un buen futbolero que cabecea en un córner que ve por la tele. “Con Charly –batería– éramos amigos de ir a ver a Nacional. La participación de él en HPLE fue en un partido. En la Abdón Porte le dije y me dijo que sí, que “de cabeza”. Él tocaba en Culpables. A la semana estaba ensayando. Los que entran en la banda son todos amigos. El bajista es manya. Es manya y lo respeto, él también
es de ir a la cancha, de viajar. Somos respetuosos. Yo respeto a los hinchas que son hinchas como yo”. Mientras escribo, siento bajar por las callecitas de La Comercial, la voz del Parque Central. La voz del bolso alentando al cuadro. Oigo el eco de la explosión de los goles descender con el viento por la bajada. Y entonces sé que Papelito Fernández se está gozando en la gramilla, y que Fermín estará sudando la camiseta desde el cemento. “Eso hace que HPLE no sea partidaria de un equipo. Los tres colores los uso en el día a día pero es un pacto entre nosotros que no se toca con nada alusivo”. A Fermín el fútbol lo atraviesa como a todos los uruguayos. Lo trastoca. Lo condiciona. Está atento a anotarse en el fútbol cinco de los martes. También en el de los jueves. También en el de los viernes. “Mi tío me hizo socio el día que nací. Mi abuelo, el Toto, era fanático de Nacional, y mi viejo es un enfermo. Él me lo inculcó desde siempre. Me alejé un tiempo del fútbol porque la anarquía, la filosofía política, me hizo alejarme de esa identificación. Dejé de ir a la cancha. Pero era imposible no estar al
“Mi tío me hizo socio el día que nací. Mi abuelo, el Toto, era fanático de Nacional, y mi viejo es un enfermo. Él me lo inculcó desde siempre. Me alejé un tiempo del fútbol porque la anarquía, la filosofía política, me hizo alejarme de esa identificación. Dejé de ir a la cancha. Pero era imposible no estar al tanto en mi casa. Fue un período, un par de años. Cuando volví, volví fuerte y ya no lo dejé más”.
tanto en mi casa. Fue un período, un par de años. Cuando volví, volví fuerte y ya no lo dejé más”. El origen de la violencia es el baby fútbol, la presión de los padres, la fantasía viciosa con el dinero en los pies de los botijas. La violencia también está en los dirigentes de los cuadros. En los representantes, esa figura pseudopaternal que se agota cuando se agota la magia en el botín. La violencia está en la voz callada de los jugadores, en la sumisión, lo más parecido a la esclavitud: correr, jugar, hacer dinero; correr, jugar, soñar con hacer dinero. Correr, jugar, no hacer de esa fantasía una realidad jamás. La violencia también está en el periodismo deportivo, en el uso de los medios. Recién después de todos estos escalafones están los tiros en las tribunas, porque tiros hay, hace tiempo que hay, pero no le echen la culpa al fútbol. “A mí lo que me molesta es la visión del periodismo sobre la violencia. Lo hacen parecer una cosa que no puede entenderse. Que es antinatural. Parece que nunca hubiesen ido a la cancha en su vida. Llevo más de veinte años yendo a la popular. Siempre condenan al hincha. El hincha vive el maltrato de la Policía. Te vas acostumbrando, la vas incorporando. Y vas entendiendo la violencia. Hay que estar ahí para entenderla. La violencia del fútbol romántica de los años ochenta se terminó. Yo vi peleas de barras con las manos. Pero el estado actual social del mundo tiene que ver con otro tipo de violencia. Hay otro tipo de acceso. Yo me acuerdo bien cuando entraron las armas en juego. Se fue haciendo cada vez más lógico dentro de esa lógica particular de las barras, en las que si yo no llevo un chumbo para defender mi bandera, lo lleva otro”. En el desorden explicativo de las cosas, el fútbol y el rock se parecen. Hace algún tiempo sancionaron a un jugador europeo por hacer un saludo nazi en el festejo de un gol. Hace algunos días, cuando esta ya mítica banda montevideana hizo vibrar el Teatro de Verano en la antesala perfecta para el show de Iggy Pop, Marcos Motosierra, otro hito ineludible de la materia, hizo algo similar. Pero claro, por más que se parezcan, el rock y el fútbol
“Los que entran en la banda son todos amigos. El bajista es manya y lo respeto, él también es de ir a la cancha, de viajar. Somos respetuosos. Yo respeto a los hinchas que son hinchas como yo”, afirma Fermín Solana. (Foto: Jeronimo López)
no son la misma cosa, y en ambos, como en todas las cosas, los códigos mandan. Así en el barrio, en el estadio, en el teatro o en el pogo, la cultura establecida,
El Nacional de todas las épocas En el arco banco a Munúa. La línea de cuatro es la del 88: Revelez, el Hugo de León, Pintos Saldanha de cabeza. Y Tony Gómez por el penal en Tokio. ¡Qué baluarte! Al medio el Colo Romero. El Vasco Ostolaza. El Chino (Fermín publicó junto con Alejandro Luzardo Yo vi jugar al Chino, Editorial Medio y Medio). Yubert Lemos. Dely Valdez. Luisito Suárez. Ese es mi cuadro. Con ese voy a la guerra. El equipo de las influencias: Johnny, Joey, Dee Dee y Marky Ramone, Los Ramones, los cuatro de atrás. Mi referente total en mi vida creativa y espiritual Henry Miller en el medio. Jack Kerouac y Williams Borroughs. Adelante Jim Morrison, Hunter Thompson, Stanley Kubrick. Al arco el gran Felisberto Hernández.
curtida con los años, es la que marca la cancha. “Invitamos a cantar un tema a Marcos Motosierra, muy amigo nuestro y además considerado el Iggy Pop uruguayo. En Brasil le dicen Iggy Podre, el Iggy podrido. Para nosotros fue la fecha de la vida. El toque más preciado. El tema que tocamos se llama La Policía, una letra bastante sarcástica que habla del policía como un impotente sexual. Dice que el policía en la vida real está muerto por dentro. Yo me di cuenta después pero Marcos dijo ‘¡Heil Hitler!’. Empezaron las repercusiones y se lo acusó de nazi. En el contexto yo sé que fue totalmente irónico. Pero no necesariamente la gente conoce cómo es él, un artista controvertido, desafiante. Son actitudes históricas dentro del punk desde los años setenta. Las bandas punk ironizan con eso. Marcos se come un garrón importante. Yo le resto importancia”. Es difícil zafar a la coyuntura. Menos que menos a la coyuntura futbolera entre dos futboleros de pura cepa. Entonces la violencia mal llamada violencia en el fútbol, los comunicados de la Selección desnudando realidades que nos atañen a todos, y el manejo de los medios, aparecen
entre amargos y cigarros, esa combinación zitarrosiana que es como nuestro apodo. “Tuve algunas discusiones luego de que se dijo que algunos de los procesados por lo de Santa Lucía eran del colectivo 7411, que es un colectivo que organiza la fiesta en las tribunas de Nacional. Cuando saco la entrada siempre le pongo plata al colectivo, que se usa para globos, humos, todo eso. Para mí es de lo mejor que le pasó a Nacional en mucho tiempo. Hay como una sensibilidad respecto a este tema que va tomando un tinte de guerra civil, hay que tomar con pinzas lo que se dice y no entrar en la manija de la prensa”. Sobre la mesa revistas y libros. Paracetamol 500 manual de giras de HPLE (Estuario Editora) es lo que todos soñamos cuando leímos En el camino, de Jack Kerouac. Es la versión yorugua de las cosas, la cuestión universal de trillar con amigos el mundo. La cosa fundamental de criarse en la calle, en los antros, en las populares. Ese compartir del vino en caja, el fasito, la caja de diez puchos. El amor, el sexo, el amor otra vez, y siempre, siempre, un hermano que te acompañe, o varios. _Agustín Lucas 43
Edgardo Barbosa: el deportólogo de la celeste
“Nada se deja al azar”
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La noción de “proceso” asociada a la selección uruguaya no sólo está vinculada a la continuidad del maestro Tabárez, sino a un trabajo colectivo que involucra a diversas disciplinas. La medicina deportiva es una de ellas y sobre su función dialogamos con el doctor Edgardo Barbosa, médico deportólogo y asistente del jefe del Departamento Técnico de la celeste, el doctor Alberto Pan.
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Recapitular la trayectoria profesional del doctor Barbosa insumiría mucho espacio. En marzo de 2006 fue confirmado en su cargo por Óscar Tabárez y trabaja en el Complejo Celeste hasta el día de hoy. Lejos en el tiempo quedó su graduación como médico deportivo y cardiólogo en 1986, la experiencia en Brasil junto al doctor Eduardo Henrique de Roses, encargado del control antidoping en Río 2016 y en los Juegos Panamericanos de Toronto. En Brasil amplió el espectro de lo aprendido a nivel local, difundiéndolo en los tres institutos superiores de Educación Física (ISEF) de Uruguay. Lo aprendido e incorporado en materia de fisiología del ejercicio, en evaluaciones físicas, en bioquímica y biofísica del deporte comenzó a materializarse en su vinculación con la selección mayor en 1997, colaborando a su vez con la selección Sub 20 en Malasia. En 1999 hizo su segunda incursión como jefe del Departamento de Deportología en la selección mayor. Es en ese período en el que desarrolló la técnica de control bioquímico del entrenamiento, la que sigue aplicando no sólo en la selección mayor sino en equipos locales. Fue decisivo para la incorporación de esta metodología lo asimilado en el Centro de Alto Rendimiento de Cerro Pelado, en Cuba,
donde estuvo en 1999. La tarea del médico deportólogo es evaluativa y se extiende a todas las categorías que componen la selección. No sólo se trata de aplicar al fútbol la fisiología del ejercicio, sino también de decodificar los términos técnicos para ponerlos al alcance del Departamento Técnico, de los entrenadores y de los propios jugadores. El fundamento de este trabajo es el control bioquímico del estado del deportista a través de análisis de sangre, donde las diez variables encontradas en la urea señalan la fatiga acumulada por el jugador. A nivel de la selección mayor, hay que constatar el estado en que se recibe al jugador, que viene de un medio altamente competitivo, a lo que debe sumarse la fatiga del viaje. Luego es preciso constatar las condiciones en las que se lo devuelve a su club de origen. La urea como universo “Es un trabajo de alta precisión –expresa Barbosa–, ya que el jugador al que le da mal la urea exige un entrenamiento y una dieta diferenciada. Otra modalidad de detección la aporta la enzima creatinquinasa (CK), que está en el citoplasma de la fibra muscular. Mide la intensidad del entrenamiento y permite detectar una lesión antes de que aparezca en la
“El gran artífice del cambio fue el maestro, que respetó al jugador, que inculcó un espíritu de grupo, que le brindó mejoras en el Complejo –donde no tiramos manteca al techo– y generó este equipo al que hoy los resultados lo acompañan. Lo principal es que sean buenos jugadores y también buenas personas”. (Foto: Leonidas Martínez)
ecografía de partes blandas. El problema que tiene esta técnica es que puede llevar a confusiones, particularmente en los deportes de contacto, en los que hay abundancia de hematomas que pueden ser mal interpretados. En Europa se la está abandonando para los deportes de contacto”. El análisis de urea es más confiable y a través de él se pueden analizar diecisiete o dieciocho variables. Nosotros, por razones de costo, las limitamos a diez. A través de un aparato computarizado podemos realizar hemogramas, funcionales hepáticos y renales y detectar otras variables”. ¿Han recibido jugadores con anomalías? Las que tienen que ver con fatiga son
comunes, pero en ocasiones aparecen otros problemas, como los renales, debidos al consumo de suplementos inadecuados. Pero además hay que estar atentos a otros indicadores, como el perfil tiroideo, la testosterona y el cortisol, por ejemplo. ¿Qué tratamiento se da al jugador con esos datos? Hay que tener en cuenta que esos análisis se hacen antes y después de los partidos de la selección. Después de estos hay jugadores que necesitan masajes profundos, suplementación con distintas sustancias, aplicación de frío, baños de contraste, es decir, medidas para que se recupere más rápido, sobre todo cuando los ciclos entre competencia y competencia son cortos.
La irrupción de Brasil Respecto al momento en el que la medicina deportiva comienza a ser decisiva en la preparación de los equipos, Barbosa no tiene dudas: “En América Latina al menos, el momento decisivo fue el año 1986, en Brasil. Y es curioso, porque en ese momento Brasil vivía muchas dificultades. Sarney había implementado el plan cruzado, la inflación se había disparado pero en materia de medicina deportiva andaban volando. Promovieron gente joven y generaron una fuerte infraestructura. Desarrollaron sistemas de entrenamiento basados en el principio de que para el deporte de alta competencia, el sistema inmune debe estar impecable. Todo esto se potenció con otra revolución, la de las tecnologías de la comunicación, que permitieron que las innovaciones estuvieran disponibles y que, por ejemplo ahora, estemos trabajando con los fisiólogos del Arsenal, del PSG, del Chelsea, del Barcelona, del Paris Saint Germain… Todo eso nos permite estar actualizados y seguir las investigaciones que se realizan en el mundo. Ahora se está desarrollando el área de la neurociencia y se ha descubierto que el deportista de elite suele tener un cerebro diferente al común, con mayor número de neuronas y una interacción compleja entre ellas, proceso que se puede estimular. Al mismo tiempo, el aspecto nutricional es un inmenso capítulo que se abre y que nos puede llevar a conclusiones insospechadas”.
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Edgardo Barbosa
Hay que tener en cuenta que el control bioquímico es sólo uno de los elementos de un análisis más exhaustivo, que incluye, por ejemplo, el estudio de los materiales de Match-Análisis, a cargo de una empresa argentina, donde se mide el recorrido de cada jugador, las distancias, la velocidad y otras variables. Todo ello se complementa con el análisis técnico que nos brinda la empresa de análisis Kizanaro. Es decir, que nada se deja al azar. ¿Cómo se logra estar actualizado en un entorno en el que los requerimientos de la alta competencia se incrementan permanentemente? No tenemos superabundancia de recursos, pero eso se contrarresta con el desarrollo de las comunicaciones, que nos permite estar al día en todos los aspectos. Por ejemplo, siempre pusimos énfasis en el desafío que implica jugar en la altura, pero últimamente el tema del calor ha sido excluyente en la deportología. En Barranquilla utilizamos ciertos suplementos que le encargué a [Christian] Stuani. Son comprimidos que disueltos en agua aportan vitamina C, sodio, potasio y otros elementos. Ahora bien, una cosa es el suplemento en sí y otra es la disposición del plantel a utilizarlo correctamente, y los jugadores respondieron de manera ejemplar. El resultado está a la vista: nos trajimos un punto de Barranquilla, cuando la última vez que competimos allí nos vinimos con cuatro goles. Previamente estuve en contacto con el número uno en la deportología futbolística a nivel mundial, Sebastián Racinais, que trabaja en el Hospital Aspeter, de Doha, el principal del mundo en la materia.
“Fui deportólogo de tres selecciones y parte del proceso desde sus orígenes. En el 97 el plantel no era homogéneo. Había grupos… no había proceso ni nada que se le pareciera. El gran artífice del cambio fue el maestro, que respetó al jugador, que inculcó un espíritu de grupo, que le brindó mejoras en el Complejo –donde no tiramos manteca al techo– y generó este equipo al que hoy los resultados lo acompañan. Lo principal es que sean buenos jugadores y también buenas personas, lo que también es un mérito de Tabárez”. Lo había consultado en 2014, cuando debimos jugar en el nordeste brasileño. Entonces me hizo un bosquejo de lo que había que hacer para adaptarse al calor, lo que me repitió y actualizó antes de ir a Colombia. ¿En qué medida incide la disciplina y motivación del grupo en estos temas? Fui deportólogo de tres selecciones y parte del proceso desde sus orígenes. En el 97 el plantel no era homogéneo. Había grupos… no había proceso ni nada que se le pareciera. El gran artífice del cambio
fue el maestro, que respetó al jugador, que inculcó un espíritu de grupo, que le brindó mejoras en el Complejo –donde no tiramos manteca al techo– y generó este equipo al que hoy los resultados lo acompañan. Lo principal es que sean buenos jugadores y también buenas personas, lo que también es un mérito de Tabárez. El trabajo de prehidratación que hicimos para el partido con Colombia involucró a todo el grupo, que participó en la preparación de los insumos, realizando trabajos que no le corresponderían a un jugador de fútbol. Llama la atención que jugadores que vienen de clubes poderosos se ponen la celeste y juegan con mayor intensidad que en sus instituciones ¿A qué se debe esto? Esa pregunta me retrotrae a 2005, a mis inicios con la selección. Fuimos con la Sub 15 que dirigía Ángel Castelnoble a Argentina y le oí decir al Pato Fillol, que dirigía la Sub 15 argentina: “Estoy preocupado, porque de Argentina no van a salir jugadores como hasta ahora”. Creí que me estaba tomando el pelo, porque yo era un profundo admirador del fútbol argentino. Pero hoy podemos ver los problemas que tiene la selección argentina y a la vez ver que esta selección nuestra tiene atributos parecidos a aquella que les envidiaba. Me contaba [Edinson] Cavani que cuando van a Qatar con el PSG se alojan en una academia, a la que fue la Sub 20 uruguaya recientemente y donde entrena la selección catarí. Tiene lo último de lo último y de yapa, cuando salen, les extienden una alfombra roja. Edi me cuenta eso y yo me pregunto: ¿Cómo viene de ese mundo y se la juega acá? No sé. Hay una parte de la película que me pierdo.
Dopaje: corriendo de atrás “En materia de técnicas antidoping me formé con el doctor Pedro Larroque, que estuvo presente en los Juegos Olímpicos de Seúl, cuando se constató el dopaje de Ben Johnson. Larroque me inculcó principios éticos, pero también me dejó claro que las técnicas de detec-
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ción del dopaje iban cuatro años atrás del desarrollo de drogas cada vez más sofisticadas para que pasen desapercibidas. Ya en 1988 él me decía que las máquinas de control son capaces de detectar una gota de una sustancia programada en una piscina. Pero los detectores registran diez sustancias (constantemente renovadas) y de antemano se sabía que para los Juegos Olímpicos de 2016 ya se habían programado sustancias indetectables por los métodos utilizados. Ya para los Juegos Olímpicos de 2012 se tomó la decisión de congelar muestras de sangre, las que se conservan durante siete años. Si en ese período se logra detectar una sustancia dopante, se quita la medalla en forma retroactiva. En lo que a nuestro trabajo se refiere, debemos tener muchas precauciones con lo que el deportista consume, controlar otros aspectos, como los insumos que adquirimos, dónde y a quién se los compramos y cómo los suministramos. El diseño de esa estrategia nos ha dado buenos resultados”.
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“Tanto Luis [Suárez], como Cavani y el Pelado [Martín] Cáceres jugaron juntos en la Sub 20. Los tres se desarrollaron físicamente de manera notable en Europa, particularmente Cavani, que me llevó a replantearme el concepto de que el crecimiento termina a los veintiún años. Ellos siguen desarrollando su físico. A los veinte años, Cavani sufría de enormes problemas con la suplementación para que ganara en peso y desarrollara la masa muscular. Sin embargo, en Europa logró lo que aquí seguramente no habría podido”. desarrollando su físico. A los veinte años, Cavani sufría de enormes problemas con la suplementación para que ganara en peso y desarrollara la masa muscular. Sin embargo, en Europa logró lo que aquí seguramente no habría podido.
“La tarea del médico deportólogo es evaluativa y se extiende a todas las categorías que componen la selección. No sólo se trata de aplicar al fútbol la fisiología del ejercicio, sino también de decodificar los términos técnicos para ponerlos al alcance del Departamento Técnico, de los entrenadores y de los propios jugadores”. (Foto: Rodrigo López)
Doctor, usted monitorea el desarrollo del jugador desde las divisionales inferiores a la selección mayor. ¿Qué continuidad existe en esa trayectoria que comienza en etapas muy tempranas? Nosotros hacemos exámenes a niños preséptima, nos preocupamos por su desarrollo biofísico, tratamos de aportarles suplementos, pero la realidad es que en 2005 evalué a 71 jugadores y ninguno llegó a la selección mayor. Sólo uno llegó a Sub 15, luego a Sub 17 y a Sub 20, pero no a la
El fútbol y las etnias “Hay variables que superan mi capacidad de entendimiento –expresa Barbosa–, por ejemplo que la gran mayoría de los jugadores que llegan a la selección mayor hayan nacido en el primer semestre del año”. Yo replico en tono de broma: “O que los grandes equipos uruguayos hayan tenido en su plantilla dos o tres negros, ni menos ni más”.
A propósito de “ese mundo”. ¿Cómo incide en el desarrollo físico y futbolístico de los muchachos? Decisivamente. Nadie puede negar que Luis Suárez es un monstruo, pero estando en el Barcelona mejoró enormemente. El gol que hizo en Barranquilla es obra y gracia de un medio muy exigente. No sólo mejoró pegándole a la pelota, sino en las asistencias, en el manejo. Tanto Luis, como Cavani y el Pelado [Martín] Cáceres jugaron juntos en la Sub 20. Los tres se desarrollaron físicamente de manera notable en Europa, particularmente Cavani, lo que me llevó a replantearme el concepto de que el crecimiento termina a los veintiún años. Ellos siguen
Barbosa replica: “Eso no es ninguna broma. Nos lleva a un tema de actualidad, como es la exuberancia física que tienen los africanos. Los grandes jugadores negros que brillaron en Uruguay, en general lo hicieron por su excelencia técnica y no por su exuberancia física. Eso tiene que ver con el hecho de que para los esclavistas, el mercado nuestro era relativamente marginal. Las etnias que aportaban biotipos más adaptados al trabajo duro en los ingenios eran derivadas al norte. No es casual tampoco que hoy el negocio de las transferencias en Europa tenga el ojo puesto en determinados países que se repiten en finales y semifinales, como Camerún, Sierra Leona, Nigeria…Tengo la impresión de que además de otros factores –como la deriva migratoria– pesa el hecho de que existen etnias que proveen personas con muy buenas condiciones atléticas, y otras que no tanto. Tal vez haya sido una percepción subjetiva, pero cuando jugamos contra Sudáfrica en el Mundial de 2010, en el túnel yo no vi tipos físicos como por ejemplo el de un Caicedo, que por suerte no juega contra nosotros por doble amarilla. Todavía no me explico cómo les ganamos de atrás en Quito. Tienen una montaña de músculos y me consta que algunos países del continente están promoviendo el deporte en zonas donde predominan afrodescen-
mayor. Después de esa generación, que era la noventa, llegaron Abel Hernández, que explotó en Sub 20; Coates, que fue Sub 17 y Sub 20, pero no Sub 15, y Gastón Ramírez, que no fue ni Sub 15 ni Sub 17. ¿Cómo se logra el disciplinamiento de gurises tan jóvenes? Es difícil. En la mayor este tema está a cargo del cuerpo técnico, pero podemos dar fe de la prédica que se hace desde que entra como Sub 15 a través de un equipo que incluye dos psicólogas. Allí se predican valores, pero no a todos les llegan por igual. Hay que contrarrestar en el Complejo, en pocas horas, el lastre que se trae de una vida en sectores humildes. A esa edad podemos pedirles que presenten una fotocopia del certificado de estudios, ir a hablar con los adscriptos, buscarles soluciones, pero a medida que van creciendo aparecen los representantes y la relación pasa a ser otra. Crecen económicamente, acceden a otros bienes de consumo que nunca hubieran imaginado y a veces la elección que hacen es equivocada. Pero existe otro tema aún más profundo. A un buen porcentaje de los gurises que me llegan les detecto anemia. Desde la raya de cal los incitan a que corran, que dejen el alma en la cancha. Y a mí, que chequeé a esos gurises, que sé que en el hemograma les salió un porcentaje de glóbulos rojos menor al que tiene una mujer menstruando, eso me duele. Pero en definitiva, ese es un problema que excede lo estrictamente futbolístico.
dientes con contexturas físicas exuberantes, como lo está haciendo Ecuador en algunas zonas, entre ellas la de Esmeraldas”.
_José López Mercao 47
FÚTBOL Y TENDENCIAS
Que las hay, las hay
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El Mosquito Da Costa vio con incredulidad cómo el balón, después de haber rebotado en la pantorrilla del zaguero de su equipo, trazaba una parábola casi imposible, se elevaba sobre el arquero de cejas depiladas y se metía en el arco a los 92 minutos de juego, sentenciando a sus dirigidos a una nueva derrota y hundiéndolos aún más en la tabla de posiciones pese a su chapa de candidatos, siempre vigente por tratarse de uno de los dos equipos más grandes del país. Se dio vuelta en dirección a su ayudante técnico y le dijo: “Esto no es normal. Renuncio”. La prensa coincidía en que algo extradeportivo estaba afectando al club, cuyo nombre verdadero –al igual que el de los demás protagonistas de esta historia– no será revelado para proteger a los inocentes. Tenía el plantel más caro del país, pero no podía ganarle a nadie. Si los jugadores empezaban a rendir, se lesionaban. Cuando el equipo funcionaba bien, la pelota no quería entrar. Si el juez se equivocaba, beneficiaba al rival. Cuando la dirigencia se reunió a tratar el caso, después de la renuncia indeclinable del Mosquito, alguien recordó que el equipo había usado en tres años más técnicos que los sinónimos
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que el periodista José Carlos Cinsa podía enumerar en un programa entero de Arrebato, el compacto deportivo de TVT. Y fue allí, ante la evidencia acumulada de tanta mala suerte sospechosa, cuando un dirigente decidió plantear lo que todos pensaban pero callaban: había que contratar una bruja que apelara a métodos no convencionales para dar vuelta la pisada. Fue cuestión de acudir a unos pocos contactos para llegar a Amelia, una bruja que venía con muy buenos antecedentes por sus trabajos con clubes en la otra orilla del Plata y que prometía resultados. Amelia explicó que para que su labor surtiera efecto tenían que dejarla ingresar todos los días al complejo de entrenamientos y cumplir algunos rituales, por absurdos que parecieran. La dirigencia aceptó y vio cómo durante semanas Amelia se paraba frente a los futbolistas, sacaba un papelito y recitaba unas palabras mágicas por largo rato. Y sorprendentemente, los efectos empezaron a notarse casi enseguida. La pelota circulaba con mayor facilidad, el equipo empezó a repuntar y los puntos no demoraron en llegar, en una escalada progresiva que terminó con el club metido bien arriba y con chance de definir el campeonato.
Amelia desapareció de los entrenamientos a dos fechas del final y los dirigentes, desesperados, temieron que con ella se hubieran desvanecido los conjuros secretos que escondía en sus pergaminos. Mandaron a los empleados del club a rastrillar cada centímetro del complejo en busca de alguno de sus viejos papeles con la fórmula mágica y al final, muy arrugado pero perfectamente legible, encontraron el “trabajo” que había hecho Amelia. Lo abrieron y descubrieron en él los enigmáticos caracteres del alfabeto tebano que usan las brujas. Traducido, aquel texto sagrado resultó contener las siguientes frases: “Nunca hagan centros frontales, porque está probado que nueve de cada diez los ganan los zagueros. Que el arquero no la vente más a la mitad de la cancha, porque hay cincuenta por ciento de posibilidades de que quede en los pies del rival; salgan por abajo. La mejor manera de hacer tiempo es tenerla, no rifarla de un pelotazo. Toquen la pelota siempre, abran la cancha, busquen al desmarcado y usen las puntas. No hay más secretos, el resto es superstición”. Lo leyeron en trance durante dos semanas y al final el equipo salió campeón. _Martín Otheguy