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el hombre del monumento | héctor ruiz rivas

capacidad manual, hay días en que se le ocurre dibujarlo, colorearlo y sentirlo. Asimismo, puesto que ha tomado notas al escuchar el relato de los viajeros, por momentos le da por describirlo él mismo con sus propias palabras; añade epítetos, completa algunas descripciones, conecta sentidos, propone conclusiones.

Al filo de los días, el hombre ve pasar cámaras de filmación, grupos guiados por una mujer con un micrófono, autobuses repletos de gente pujante y curiosa. Poco a poco el monumento va cobrando más lustre. Concibe que la admiración que le prodigan los visitantes va haciéndolo cada vez más hermoso, más singular. Es de esperar, además, que lo que se escribe y se comenta sobre él contribuya a dorar su gloria. En un resplandor, se le ocurre que todas las miradas del mundo no harán sino realzar su belleza y perfeccionar su armonía, y que por ello convendrá esperar tanto como sea posible para visitarlo, como esos vinos que sólo desprenden su mejor aroma y su mejor caricia al paladar antes de agriarse.

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Pasa el tiempo y él en sus sueños ve crecer el monumento, hacerse más luminoso. Lo contempla en la pantalla de sus noches, en el bullicio de su deseo; lo hace suyo. No hay rincón de él que no haya escrutado, variación temática que no haya visualizado, ángulo mínimo que no haya recibido su más devota consideración.

Por fin, un día el hombre sale determinado a visitar el monumento. Tiene el cabello completamente blanco y su encorvamiento apenas le permite caminar. Su andar es pausado y su frente diáfana y alta ilumina el espacio. Los minutos parecen alargarse y estirar la vivencia a su suma máxima. Pero al llegar el hombre frente a él, casi postrado, el monumento se disuelve y se desdibuja, como una acuarela recién rociada por un breve chubasco.

Héctor Ruiz Rivas (México).

Autor de un relato de anticipación sobre el confinamiento por COVID, de un libro de la ausencia y de unos Guiones celestes en espera de impresor. Nacido en aguas tropicales de México y transportado por ilusión propia a las verdes campiñas inglesas, expulsado por el thatcherismo, pero acogido por la fraternidad de la República francesa, en donde es actualmente profesor de literatura y cine. t 77

t 78

Cuenta hacia adelante y atrás

Daniel Seguer

t 59

Con una fe infinita en lo imposible preparó cada recodo de su cuerpo para el estruendo que iba a producirse, y que le sacudiría fuera de sus límites corporales. Todo el mundo estaba pendiente de él y no podía fallarles. Se había preparado a conciencia, entrenando su organismo al límite de sus posibilidades. “En eso consistía afrontar los retos con los que la vida te obsequia”, se repetía una y otra vez para infundirse fuerzas y no menos valor.

Sentía las miradas en su cogote desde todos los ángulos. A la expectativa del fracaso, aunque dispuestas también a aplaudir el éxito. La gente se había congregado ansiosa, amontonada en la curiosidad, compartiendo espacios que pronto empezarían a rezumar sudores.

La misión constaba de seis momentos críticos a superar. Cada uno de ellos con el corazón encogido en la oscuridad. Tres para lograr el objetivo de la llegada y tres más para conseguir poder contarlo a la vuelta. Cruzando los dedos para que el cúmulo de mecanismos a interactuar respetasen todas las formulaciones teóricas, y entonces…, la propulsión precisa para lograr avanzar primero y retroceder después de camino hacia el aterrizaje. Ambos destinos suponían alcanzar una meta igual de peligrosa. Recorrer un espacio entre dos puntos sendas veces parecía un sinsentido al alcance de muy pocos.

No era el primero en intentarlo y no sería el último. Otros y otras le precedieron y otras y otros le seguirán, con más ímpetu todavía y mejor capacitados. Ese espacio estaba ahí, al alcance de su mano. Siempre lo había estado. Lástima que no fuera tan fácil como acariciar una ilusión óptica, repleta de complicidad.

Empezaba la cuenta atrás, recibió la consigna esperada y se desencadenó todo, casi incapaz de distinguir la realidad de la ficción, como si flotase en la vigilia de un sueño. El cuerpo se contrajo t 79

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