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Aprender a perder
José Antonio Pagola, teólogo
Uno de los rasgos más espectaculares de nuestros días es, sin duda, el paso de una sociedad unitaria y rígida a una sociedad más pluralista y tolerante en todos los campos de la vida.
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En pocos años se han ido desmoronando entre nosotros las murallas del uniformismo ideológico. No solamente se ha admitido publicamente el pluralismo político y confesional. De hecho, han ido surgiendo y consolidándose entre nosotros diversas ideologías y actitudes frente a la existencia.
Hoy en día las ideologías y planteamientos prácticos son muchos y variados. Sociológicamente nadie puede presentarse con el monopolio de la verdad y la justicia. Ninguna ideología, ningún sistema, ninguna confesión religiosa ni grupo humano puede pretender imponerse en nuestra sociedad como el único poseedor de todo lo que es justo y verdadero.
Sin duda este pluralismo puede ser grandemente enriquecedor si aprendemos a vivir en el respeto mutuo, en una sana tolerancia y en dialogo constructivo. Nunca la intransigencia y el totalitarismo ayudan a un pueblo a descubrir su verdadero rostro humano.
Pero es indudable que en una sociedad pluralista como la nuestra debemos estar atentos a un riesgo nuevo. Un clima de permisividad pluralista puede conducirnos a un indiferentismo y una relativización de valores. Más concretamente, tenemos el riesgo de subestimar cualquier proyecto moral y perder progresivamente la conciencia de culpabilidad.
Quizás cada uno nos vamos configurando ‘una moral a nuestra medida’. Una moral cómoda desde la que juzgamos duramente a los demás al mismo tiempo que nos sentimos siempre justos.
Esta puede ser nuestra gran equi- vocación. La del fariseo Simón, un hombre que, desde sus propios esquemas morales, juzga duramente a una mujer ‘pecadora’, mientras es incapaz de sospechar que también él es pecador y necesita vivir del perdón.
El hombre que siempre se siente justo y cree que no tiene necesidad de perdón, se halla en peligro. Es un hombre que corre el riesgo de deshumanizarse poco a poco. Sabe juzgar, condenar y despreciar. Pero no sabrá acoger, comprender y ayudar.
Un hombre que no siente necesidad de conversión y perdón, difícilmente nos ayudará a cambiar la sociedad y hacerla mejor, pues no es capaz de cambiarse a sí mismo.