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Jorge Marín: Elogio de la forma. Sandra Benito Vélez

Hasta hace poco tiempo, la participación de las mujeres afromexicanas en esta danza estaba relegada a su oficio de músicas, como se ha visto en algunas comunidades de Guerrero. Y, en años posteriores, debido a su participación en el espectáculo de la Guelaguetza, a ser acompañantes del grupo de danza y portadoras de las ofrendas que se arrojan al público al terminar su participación.

No obstante, las mujeres jóvenes buscan trascender la patrilinealidad de la tradición ya que el lugar en los diablos se heredaba, exclusivamente, de padres, tíos y/o abuelos a las siguientes generaciones de hombres. Así, puede entenderse que, con más frecuencia, se observe a mujeres diablas danzantes debido a tres posibles factores y/o motivos: el trabajo, la migración y el acceso a tecnologías de la información y la comunicación.

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Durante los meses que dediqué al trabajo de campo en la comunidad de Collantes, Pinotepa Nacional, pude observar y escuchar que uno de los argumentos más comunes para dejar el grupo de danza o para no asistir a los compromisos asumidos por la Casa de la cultura, era que ser danzante no implicaba un beneficio económico para ellos, sino por el contrario, debían dejar de trabajar para asistir; lo cual representaba no percibir el salario diario de peón en el campo, no salir a pescar o dejar de contribuir en la dinámica familiar diaria. Es importante decir que muchas de las familias vivían con menos del salario mínimo y dependían de la pesca y la caza para la subsistencia.

Asimismo, la migración de los hombres al centro-norte del país y a Estados Unidos, dada la falta de oportunidades y la clara desigualdad económica, dejó espacios disponibles en los grupos de danza que eran cubiertos, en algunas ocasiones, por los miembros más jóvenes de las familias. Aunque eso implicara la molestia de los integrantes mayores, quienes debían adaptarse a su inserción y a su falta de experiencia.

Sin embargo, el factor más importante de la creación de grupos de diablas y/o a la incorporación de mujeres en los grupos ya establecidos, ha tenido que ver con la forma en la que estas mujeres asumen su juventud desde una serie de eventualidades y discursos propios en torno a la visibilidad de su identidad afromexicana. Lo anterior, derivado del Decenio Internacional de los Pueblos Afrodescendientes; de las luchas por la representatividad política que han encabezado distintas activistas; de la inclusión en los censos poblacionales en donde se señalan las necesidades más urgentes de los pueblos afromexicanos; pero, sobre todo, derivado de la posibilidad de dialogar e insertarse en un mundo global que se transforma gracias a las luchas feministas por la legalización del aborto y a la búsqueda de justicia de las mujeres desaparecidas, entre otros.

Se ha visto, por mencionar uno de los contextos coyunturales en estos dos años de pandemia, que las redes sociales avivan la necesidad de pertenencia, sea cual sea el motivo, y la búsqueda de foros de discusión y protesta que el imaginario espacio público de la virtualidad provoca. De tal suerte que las diablas afromexicanas de hoy en día transitan el estado liminal de un margen que, no obstante, intentan ampliar y resignificar en la búsqueda de respuestas sobre quiénes fueron, quiénes son y qué caminos pueden andar.

Foto: José Fredy Bartolo López

Documental “Mi cuerpo de diablo” de Estefanía G. Luna Montero

Foto: Estefanía Luna, Collantes, Noviembre 2012

agradece a CÓRDOVA PLAZA S.A DE C.V, primera compañía especializada en el transporte de obras de arte en México y líder en el ramo, el patrocinio brindado para la impresión de este número con el cual se suma a la promoción y difusión del arte y la cultura.

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