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Cuatro elementos para formar el todo

Elena Garrido.

La actual tabla periódica consta de 118 elementos químicos, de los cuales 90 son de origen natural. Hoy es conocido que todo lo que hay en el universo responde a la combinación de esos 90 elementos naturales, pero hubo una corriente de pensamiento en la que todo se reducía a 4 elementos: tierra, agua, aire y fuego. La catedrática emérita del Área de Historia de la Ciencia de la Universidad Miguel Hernández (UMH) de Elche Rosa Ballester se remonta a la concepción que los antiguos griegos tenían del mundo, cómo ésta derivó en la tradición médica del medievo y, en última instancia, a entender qué es la materia en nuestro universo.

Rosa Ballester
Catedrática emérita del Área de Historia de la Ciencia de la UMH

Los filósofos presocráticos desarrollaron su actividad en la Grecia asiática (conocida entonces como Jonia) durante los siglos VII y VI a. e. c. Propusieron abandonar las interpretaciones míticas y religiosas para elaborar interpretaciones racionales sobre el origen y la evolución del mundo. El cosmos era una ordenada realización de un concepto nuclear: el physis o naturaleza. “Los pensadores presocráticos consideraban que este concepto era el principio de todas las cosas existentes tanto en el macrocosmos como en el microcosmos”, señala Ballester.

Pero, si la naturaleza se planteaba como un principio universal y unitario, ¿cómo explicaban que se originaran naturalezas tan distintas como las nubes que coronaban el cielo, las flores que adornaban los campos o los animales que habitaban la Tierra?

“La respuesta de estos filósofos fue que la naturaleza estaba compuesta primariamente por elementos cuya combinación determinaba la diversidad de las múltiples cosas que forman parte del cosmos”, explica la catedrática emérita y académica de número de la Real Academia de Medicina de la Comunidad Valenciana. Según esta concepción del universo, todo lo que formaba parte de la naturaleza estaba compuesto por los mismos elementos y estaba sometido a una serie de leyes naturales que provocaban los cambios que se producían en el cosmos.

Esta interpretación racional de los fenómenos naturales dio lugar a la teoría de los cuatro elementos, que sostenía que todos los seres naturales están compuestos por una mezcla, en proporciones variables, de agua, aire, tierra y fuego. Ballester destaca que esta idea, formulada por el filósofo natural y sanador Empédocles de Agrigento (495-435 a. e. c), fue la teoría presocrática más duradera e influyente de la historia.

Galeno sintetizó el modelo biológico y médico que permaneció vigente a lo largo de la Edad Media y durante los primeros siglos de la Edad Moderna.

La teoría de Empédocles establecía que los elementos se habían configurado a partir de la combinación binaria de cuatro cualidades: “El aire estaría compuesto por calor y humedad; el agua, por frío y humedad; la tierra, por frío y sequedad y el fuego, por calor y sequedad”. Cada uno de los elementos era una peculiar mezcla de los cuatro en la que predominaba uno de ellos: “Por ejemplo, en el caso del agua, el agua de los ríos, del mar o de las fuentes no es, de hecho, el elemento agua en sí. Es una mezcla de los cuatro, en la que predomina el agua”, aclara la experta.

La cosmología aristotélica ratificó las ideas de Empédocles. Para Aristóteles (384-322 a. e. c), el cosmos respondía a una estructura en la que la Tierra formaba el mundo sublunar. Se trataba de un conjunto esférico en el que los elementos, que estaban sujetos a cambios y se movían de manera lineal, se distribuían en orden descendente según su peso. También atribuyó a los elementos una serie de cualidades: la tierra era fría y seca, el agua era fría y húmeda, el aire era caliente y húmedo y el fuego, caliente y seco.

El discípulo de Platón fue más allá y planteó la existencia de un quinto elemento, el éter. Este elemento, incorruptible e inalterable, formaba el cielo y los astros y, por tanto, se encontraba en el mundo supralunar. “Se creía que el éter llenaba los espacios celestes y que se introducía incluso entre los pequeños resquicios del aire y de los cuerpos sólidos, siendo considerado como el quinto elemento durante siglos”, explica la catedrática emérita de la UMH, quien añade que, a diferencia de los elementos terrestres, esta sustancia se movía circularmente. En la concepción aristotélica del cosmos, la región supralunar estaba ordenada en múltiples esferas sucesivas hasta llegar a la última, la de las ‘estrellas fijas’, a partir de la cual no había nada más, ni lugar, ni materia.

Los cuatro elementos en La medicina

La unión de las interpretaciones racionales de la naturaleza de los pensadores presocráticos y la experiencia clínica acumulada por las llamadas ‘escuelas médicas’, formadas por grupos de sanadores de formación artesanal, supuso el origen de la medicina clásica griega. La denominada Colección hipocrática (Corpus hippocraticum), compuesta por 53 tratados que tradicionalmente se han atribuido al médico Hipócrates de Cos (460-370 a. e. c.), asimila y hace suya la teoría de los cuatro elementos, añadiéndole rasgos propios.

La combinación de los cuatro elementos daría lugar a cuatro humores orgánicos: la sangre, la flema o pituita, la bilis negra o melancolía y la bilis amarilla o cólera. “Cada uno de estos humores se asociaba respectivamente a uno de los cuatro órganos principales: el corazón, el cerebro, el bazo y el hígado”, apunta Ballester y explica que en cada órgano predominaban las cualidades que formaban los elementos que los componen.

Según este planteamiento, la salud era el resultado del equilibrio y armonía de los elementos, los humores y sus cualidades, mientras que la enfermedad era entendida como un desequilibrio relacionado con la mezcla (crasis) de los humores del organismo. La teoría humoral tuvo un recorrido muy largo y se expandió ampliamente en el mundo alejandrino y en el romano. En este último caso, la experta en Historia de la medicina de la UMH destaca la figura de Galeno de Pérgamo (129216 e. c.): “Su figura fue fundamental. Galeno sintetizó el modelo biológico y médico que permaneció vigente no solo a lo largo de la Edad Media (siglos V - XV), sino también durante los primeros siglos de la Edad Moderna (siglos XV -XVIII)”.

A través de Galeno, la influencia de Aristóteles proporcionó un fundamento sólido de los esquemas de la ciencia antigua, especialmente para la biología y la medicina clásica helénica, pero también a otras áreas científicas: “Sus aportaciones a la ciencia tienen muchas vertientes entre las que figuran los presupuestos filosófico-naturales, lógicos y éticos. Además, su obra biológica supuso un cambio profundo en el campo de la morfología, porque inició la anatomía estructural con su planteamiento acerca de la composición de los seres vivos y el concepto de parte anatómica”, señala Ballester y añade que sus aportaciones a la zoología descriptiva sentaron las bases de la anatomía comparada.

En esta línea, Ballester hace hincapié en la importancia de conocer los orígenes de la tradición científica. “No solo como homenaje a sus protagonistas, sino, sobre todo, porque nos dan claves para saber de dónde venimos y nos permite transmitir a las nuevas generaciones la pasión por el conocimiento”, señala. La experta parafrasea al médico e historiador Pedro Laín Entralgo (1908 - 2001): “El sabio antiguo albergó el proyecto de un conocimiento puramente intuitivo del cosmos. El «elemento» de Empédocles o el «humor» de los hipocráticos serían realidades elementales intuibles con los ojos de la imaginación o con los ojos de la cara. Apoyada sobre ellas el saber científico acerca de la naturaleza vendría a ser una armoniosa construcción mental de intuiciones reales e intuiciones posibles”.

No será hasta el periodo de la Baja Edad Media (siglos XIV y XV) cuando se llegará a la conclusión de que el saber científico no puede ser meramente intuitivo, sino que debe sustentarse en otras bases. De esta necesidad surgirá el desarrollo de la ciencia moderna y contemporánea y, por lo tanto, nuevos métodos de estudiar la naturaleza.

Ya en plena revolución científica, el filósofo natural Robert Boyle (1627-1691) publicó el libro The Sceptical Chemist (El químico escéptico). El inglés decidió llamarse ‘químico’ en lugar de ‘alquimista’, debido a la mala reputación que tenía el término al vincularse constantemente con fraudes en la producción de oro. En esta obra, Boyle establecía que un elemento es una sustancia que no puede ser descompuesta en sustancias más simples y descartaba que estuvieran hechos unos de otros, sino que se trataba de cuerpos primitivos. De esta forma propuso que los cuatro elementos aristotélicos no podían serlo.

Sería Antoine de Lavoisier (1743-1794) quien crearía la primera lista de elementos tal y como hoy se conocen. Con la nueva química, las nomenclaturas pasarían a ser menos imaginativas, pero más eficientes: el ‘aire inflamable’ sería denominado ‘hidrógeno’, el ‘azúcar de Saturno’ sería ‘acetato de plomo’, el ‘vitriol de Venus’ sería ‘sulfato de cobre’. Al igual que los presocráticos trabajaron para distinguir el mito del conocimiento real de la naturaleza, durante la Ilustración (16851815) se creó un nuevo lenguaje que derivó en una manera distinta de pensar en la ciencia: experimental, racional y libre de las tradiciones clásicas. El trabajo de todas estas mentes perseguía un objetivo común: saber qué es la materia.

¿Sabrías emparejar estas enfermedades con su tratamiento medieval? ¡No los pruebes en casa!

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