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Figura 1. Esquema general de la tesis
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1.7 ESTRUCTURA DE LA TESIS
En la figura 1 se especifica la estructura general de la tesis.
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Figura 1. Esquema general de la tesis.
2.R E V I S I Ó N L I T E R A R I A
2.1 MARCO TEÓRICO
2.1.1 La urbanización: entre lo urbano y lo rural
A lo largo del tiempo han existido acontecimientos relevantes en la historia, en que la ciudad
y el campo han sufrido diversas transformaciones tanto en su estructura funcional como
física (Geisse, 2014). Hasta mediados del siglo XVIII los cambios característicos de los
territorios eran las decisiones políticas y sociales (López-Goyburu, 2017), en donde la
distinción entre urbano y rural era indiscutible. La ciudad formada por un espacio urbanizado
en el que se concentraban las instituciones importantes, los servicios religiosos, los
monumentos y el mercado, constituyéndose como centro de toda la vida social. Mientras
que el campo era el espacio natural circundante a la centralidad urbana, de vastas
extensiones, caracterizado por la producción agrícola auto – suficiente (Fuica et al., 2014).
Consecuentemente, los usos de suelo eran los que permitían definir el campo y la ciudad,
incluso algunas urbes se separaban adicionalmente a través de murallas que constituían sus
límites físicos (López-Goyburu, 2017).
Sin embargo, la era industrial y capitalista marcan un punto de inflexión en la historia del
urbanismo (Segado-Vazquez y Espinosa-Muñoz, 2015). A partir de estos dos sucesos
estrechamente vinculados entre sí, se produce una rápida urbanización en el que los
territorios experimentan cambios esenciales que se reflejan en el incremento de población
urbana, el crecimiento físico y la migración del campo a la ciudad (García-Ayllón, 2016). En
este sentido, las urbes pasaron a ser una zona principal de producción, donde las clases
dominantes y dominadas se reúnen en un mismo espacio con el fin de la reproducción
capitalista, constituyéndose como el lugar de la vida colectiva. Mientras que las zonas rurales
pasan a ser subordinadas por la ciudad industrial, en el que pierde su carácter auto-
suficiente por la dependencia frente a las crecientes demandas de productos, servicios y
tecnologías ofrecidos por la ciudad (Limonad y Monte-Mór, 2012).
Bajo este contexto, tanto la ciudad como el campo han perdido sus características
sustantivas de origen, por ende, las calificaciones de urbano y rural pasan a representar
alusiones de realidades transformadas e integradas a una nueva organización territorial más
compleja (Berardo, 2019).
a. Efectos de la urbanización
Las ciudades por su naturaleza no dejan de crecer y expandirse. En este sentido, la población
puede incrementar de dos maneras: por efecto de la densificación dentro de los límites
urbanos definidos o por la expansión como resultado de un espacio insuficiente en la ciudad.
Bajo este contexto se establecen dos principales modelos de ciudad: el uno basado en la
concentración y el otro en la dispersión. Si bien son conceptos opuestos, ninguno de ellos
se encuentra en estado puro, son abstracciones de la realidad que intentan describir el
proceso de urbanización de las ciudades (Alarcón, 2020).
Las urbes de los países en desarrollo, como los de América Latina, se caracterizan por tener
un modelo de crecimiento difuso con un proceso acelerado de urbanización (Angel et al.,
2011; Martner, 2016). Los signos más evidentes de este crecimiento urbano son la
expansión de las áreas edificadas y la extensión de las redes de infraestructura (Hersperger et al., 2012), los cuales son el resultado intrínseco del crecimiento poblacional y la migración
rural-urbana (Gutiérrez y Grau, 2014). Este proceso se desarrolla generalmente de manera
caótica, dispersa y no planificada. Por tal razón, la ciudad difusa de América Latina se
conceptualiza generalmente como un modelo de fragmentación territorial, desigualdad
espacial e insostenibilidad ambiental (Martner, 2016).
En América Latina el proceso de urbanización se ha incrementado significativamente a partir
de mediados del siglo XX (García-Ayllón, 2016). Es por ello que ahora constituye la región
más urbanizada del mundo, en el que alrededor del 80 % de la población vive en las ciudades,
cifra mayor al promedio mundial de 56 % y se prevé que la población urbana seguirá
incrementándose en los próximos años, especialmente en los países en desarrollo (The
World Bank, 2021). Con el aumento global proyectado de la urbanización, incrementará
consecuentemente la presión sobre la disponibilidad de suelo para uso urbano (Jacquin et
al., 2008).
Si bien en la actualidad tan solo el 3% de la superficie mundial es ocupada por las ciudades,
la urbanización conlleva implicaciones importantes sobre la sociedad y el ecosistema
(Jacquin et al., 2008). Algunos estudios explican que el cambio de la cobertura de suelo ha
sido reconocido como un factor importante del cambio ambiental global. Uno de los temas
de debate es la deforestación de los bosques los cuales es el resultado del crecimiento
poblacional, el incremento de viviendas y la creciente demanda de productos agrícolas que
trasforman estos espacios naturales (Gutiérrez y Grau, 2014). Por ello se considera que la
urbanización es una de las principales fuerzas impulsoras de la pérdida de biodiversidad, que
induce a cambios de microclima, afecta a los sistemas hídricos y modifica la productividad
primaria (Leveau y Leveau, 2012).
Otros autores explican que existe una estrecha relación ente la contaminación ambiental y
la urbanización. Por una parte, el crecimiento de la población urbana conlleva al incremento
de consumo y el despilfarro de energía, situación que provoca más contaminantes
ambientales. Por otra parte, las tasas de urbanización se desarrollan a ritmos más acelerados
que las de crecimiento poblacional, esta descoordinación produce espacios de baja densidad, dispersos y dependientes de vehículos motorizados y con ello todos los efectos
que este modo de movilización produce al medio ambiente como los gases efecto
invernadero (Han, 2020; Zhang, 2021).
La velocidad del proceso de urbanización y crecimiento poblacional ha limitado la capacidad
de planificación por parte de las entidades encargadas, especialmente de las ciudades de
América Latina que ha tenido desafíos constantes para dirigir el crecimiento urbano de
manera eficiente (García-Ayllón, 2016). Como resultado se tiene suelos dispersos de baja
densidad con grandes inequidades espaciales y segregación residencial, escasez de
viviendas, limitaciones en la dotación de servicios básicos y otras desiguales que deterioran
la calidad de vida de la población (Pérez, 2003).
b. Características de los suelos urbanizados
Los procesos de urbanización dan lugar a cambios radicales en la configuración de los
territorios. Lo urbano considerado como una de las formas de organizar el territorio hasta
el momento no es una cuestión clara en un territorio cada vez más urbanizado y expandido.
En este sentido, existen algunas vertientes para definir un suelo urbanizado, desde el ámbito
socioeconómico se analizan aspectos como la actividad productiva, el modo de vida, el grado
de interacción social, el estrato económico, el nivel de educación y otros criterios
establecidos por los organismos de estadística de cada país (Berardo, 2019). No obstante,
esta información es más costosa de recolectar debido a que son datos a nivel de hogar que
deben ser recogidos a través de encuestas. Otra vertiente de análisis es a través de datos
espaciales, los cuales en función de sus valores cuantitativos o de cobertura permiten
determinar el grado de urbanización de un espacio geográfico. Bajo este contexto, a
continuación, se describen las variables e indicadores más comúnmente utilizados.
Uso de suelo
Una de las principales variables para determinar los suelos urbanizados es a través de sus
usos. En este sentido, los equipamientos son un componente esencial para el desarrollo de
la sociedad pues cumple rol fundamental para atender las necesidades básicas de los
ciudadanos. Ocupan un lugar importante en el espacio construido que permite mejorar la
calidad de vida a través de la interacción social, la inclusión y el derecho a la ciudad. No
obstante, el papel de los equipamientos está vinculados directamente con las distintas
realidades territoriales. Generalmente los espacios planificados para la vida urbana, dentro
de unos límites definidos, son los que presentan mejores coberturas, proximidad y calidad
de equipamientos, con distribuciones equitativas en el territorio. Mientras que en zonas no
planificadas existen altos déficit de equipamientos (Franco y Zabala, 2012).
En ciudades montañosas, la topografía es un variable fundamental de urbanización, puesto
que es la que configura la morfología urbana y la que limita la expansión, generando poca
disponibilidad de suelos aptos para la vivienda (Dame et al., 2019). En estas urbes los
cambios de cobertura terrestre no se producen de manera homogénea en todo el paisaje,
se presentan diferentes patrones espaciales condicionados por interacciones complejas
relacionadas entre los atributos ambientales, como la topografía (Gutiérrez y Grau, 2014).
Por ello, la expansión ejerce presión sobre los suelos con vulnerabilidad a riesgo
incrementando la exposición al emplazamiento de viviendas en zonas de altas pendientes
con riesgo a deslizamientos.
El uso de suelo de protección constituye espacios territoriales que por sus características
ambientales, paisajísticas o geográficas son de vital importancia para el adecuado
funcionamiento de los ecosistemas. Poseen gran diversidad de fauna y flora, permiten filtrar
el agua, mitigan la contaminación del aire y el cambio climático, por estas y otras razones
más son suelos que deben ser protegidos y conservados. Estos espacios pueden emplazarse
en cualquier parte del territorio, por ello es necesario identificarlos para poder restringir su
urbanización (Ministerio del Ambiente, 2012).
Servicios básicos
Los servicios básicos son indispensables para asegurar la vida digna de la población. Las
zonas con mayor dotación de agua potable, energía eléctrica y alcantarillado dan cabida a
mayor población, mientras que las zonas dispersas con bajas densidades limitan la capacidad
de dotación de los servicios (ONU-Hábitat, 2014). En este marco, los suelos urbanizados son
los que presentan mejor dotación de servicios básicos.
Accesibilidad y conectividad
La red vial es la que estructura a las ciudades, guía su crecimiento, permite la interconexión
de los espacios, es el centro de la vida colectiva y, además, es por donde se transportan los
servicios básicos. Por ende, las vías son determinantes para el desarrollo eficiente de las
ciudades. En este sentido, las zonas con mayor densidad vial se relacionan con suelos
mayormente fraccionados y urbanizados. Entre el 25 y 35 % del suelo urbanizado está
dedicado generalmente a la infraestructura vial (ONU-Hábitat, 2014).
El tiempo de viaje es otro indicador importante para medir la accesibilidad ya que determina
el tamaño de una ciudad y su accesibilidad. Las zonas urbanizadas se localizan cerca a los
centros urbanos, por ende, los tiempos de recorrido son relativamente cortos, mientras que
las zonas dispersas de bajas densidades se emplazan cada vez más distantes de las ciudades
y sus centralidades, además poseen menor infraestructura vial situación que provoca
mayores tiempos de viaje (ONU-Hábitat, 2014).
Por otra parte, el transporte público es una variable que permite determinar la conectividad
a los diferentes espacios territoriales. Este medio de movilización es el más utilizado en la
mayoría de las ciudades debido a que presenta grandes beneficios para la población. Es una
de las alternativas más económicas para los pasajeros y además constituye el medio de
transporte con mayor aceptabilidad ecológica y racionalidad espacial (Morton et al., 2016; Šipuš y Abramović, 2017). No obstante, el transporte público está influenciado en términos
de eficiencia como competitividad en las zonas urbanas, pero cuanto más disperso y menos
estructurado es el territorio, menor es la calidad ofertada (Braçe et al., 2017).
Ocupación del suelo
La densidad de vivienda es una variable importante para determinar el grado de
urbanización, este indicador permite definir el número de viviendas en una unidad específica
de superficie y con ello se establecer si una ciudad o sector es compacto o disperso (Alarcón,
2020; Berardo, 2019). No obstante, las diversas realidades territoriales no permiten definir
cuantas viviendas por hectárea debe haber para que se considere como urbanizado. Una
ciudad con un crecimiento planificado a lo largo de su historia presentará altas densidades
de vivienda y con ello estará próximo a una vida urbana sostenible (Rodríguez y Rivero,
2017). Mientras que en ciudades menos planificadas las densidades de vivienda serán
mucho más bajas debido a que presentan mayor dispersión y expansión. Por ende, la
densidad de vivienda refleja distintas consideraciones de planificación urbana, economía y
ecología (ONU-Hábitat, 2014).
Si bien se ha descrito algunas variables que permiten diferenciar los suelos urbanizados, la
Nueva Agenda Urbana considera que se deben identificar cada vez más zonas para el
crecimiento, asegurándose que se aleje de zonas vulnerables, sean áreas contiguas a las
zonas consolidas que cuenten con una infraestructura existente y servicios básicos
adecuados para una vida digna (Naciones Unidas, 2017).
2.1.2 Las áreas periurbanas, una interfaz compleja
El creciente físico de las ciudades ha consumido ampliamente el suelo rural: superficies
agrícolas, naturales o forestales, por tal razón, los límites de las ciudades son cada vez más
imperceptibles. Este proceso de expansión constituye una de las formas más irreversibles
de transformación del suelo (Salazar et al., 2021). Si bien la expansión urbana es un proceso
natural generalmente tiene connotaciones negativas debido a que se caracteriza por ser un
proceso que se desarrolla de manera descontrolada y caótica formando nuevos espacios fragmentados de bajas densidades (Cieślak et al., 2020).
Las principales ciudades de América Latina se han transformado de urbes radiocéntricas y
delimitadas hacia configuraciones espaciales complejas con delimitaciones difusas que se
expanden aceleradamente. Como resultado se forman nuevas aglomeraciones con
morfologías fragmentadas de baja densidad que originan una serie de demandas de
infraestructura, servicios, transporte y otros requerimientos necesarios para subsistir (De
Mattos, 2010).
Este proceso de expansión y urbanización realizado sin una adecuada planificación ni control
del suelo rural, conduce a un desarrollo insostenible de las ciudades con repercusiones de orden social, económico y ambiental (Cieślak et al., 2020). En este marco, es necesario que
los países implementen estrategias basados en modelos capaces de territorializar las
políticas públicas principalmente en las interfaces urbano-rurales, o también conocidas
como áreas periurbanas, espacio geográfico que presenta mayor dinámica de urbanización
(Encarnação y Sposito, 2014).
a. Las áreas periurbanas y su conceptualización
El término periurbano se ha convertido en un concepto inherente del proceso de expansión
urbana (Narain, 2017). Sin embargo, no existe un consenso unánime sobre la definición de
lo que es este espacio. La diversidad de criterios utilizados para conceptualizarlo se sustenta
en las diferentes formas de asentamientos humanos que presenta cada contexto geográfico
(Karg et al., 2019). En los países industrializados el periurbano es una zona de
reestructuración del espacio con cambio social y económico, mientras que, en los países del
mundo en desarrollo, el periurbano suele ser una zona de urbanización caótica que conduce
a la dispersión. En ambos casos lo periurbano puede considerarse no solo una franja
intermedia entre campo y ciudad sino también una zona de transición, un nuevo tipo de
territorio multifuncional (Nilsson et al., 2013).
De igual manera, el concepto varía en función de las diferentes ramas del conocimiento. Los
economistas los definen con base a variables funcionales referentes a producción, empleo,
renta y otros afines, los especialistas del medioambiente se enfocan en las características
del medio natural y su paisaje, mientras que los sociólogos tienden a enfatizar rasgos
demográficos y socioeconómicos de la sociedad (Reig et al., 2016).
McGee y Greenberg (1992) utilizaron el término desakota (pueblo-ciudad) para describir el
periurbano, definiendole como un espacio heterogéneo en el que coexistían usos urbanos y
agrícolas. Por su parte, Webster (2002) concibió al periurbano como un proceso en el que
las áreas rurales ubicadas alrededor de las ciudades se vuleven más urbanas tanto en
términos físico como social y económico. Allen (2003) lo definió como un espacio con
diversidad social, económica y ambiental que se caracteriza por posibilidades y conflictos
particulares, en el que la falta de instituciones y competencias propias para estos espacios
genera desafíos constantes en su planificación. Mientras que Narain (2017), determinó que
el espacio periurbano se conceptualizaba de tres formas diferentes: como proceso, para
denotar un lugar y como concepto. Como proceso, es el lugar en el que coexisten actividades
e instituciones urbanas y rurales; como lugar, hace referencia a las zonas marginales que
rodean las ciudades; y como concepto se lo utiliza para estudiar las relaciones núcleoperiferia. Por su parte Salem et al. (2020), analiza al periurbano desde la morfología física
como un espacio que se encuentran generalmente en el borde de una región urbana
funcional y su límite cambia rápidamente a medida que el área urbana se expande y
reestructura. En este marco, la variedad de definiciones con respecto a los espacios
periurbanos no permite la medición precisa y única de sus límites en una ciudad.
Si bien el término de periurbano varía en función de diversos aspectos se requiere de una
diferenciación espacial que permita delimitar estos espacios con la finalidad de que cuenten
con políticas propias orientadas a mitigar los múltiples problemas presentes en estas áreas
e incentivar un crecimiento sostenible (Allen, 2003; Mortoja et al., 2020).
b. Características de las zonas periurbanas
Si bien no existe un consenso unánime sobre las áreas periurbanas existen rasgos comunes
que permiten caracterizarlas. McGee y Greenberg (1992) identificaron seis características
de las zonas periurbanas (desakota):
Una gran población de pequeños agricultores.
Un incremento de las actividades no agrícolas.
Extrema fluidez y movilidad de la población.
Mezcla de usos de suelo que incluye: agricultura, industrias artesanales y desarrollo
suburbano.
Mayor participación de la mano de obra femenina.
Falta de responsabilidad administrativa que fomenta actividades de urbanización
informales e ilegales (llamadas zonas grises administrativas).
Webster (2002) identifica cuatro características del periurbano:
Cambio de la economía basada en agricultura a una economía dominada por la
manufactura.
Cambio de empleo de agricultor a manufactura.
Rápido crecimiento de la población
Cambio de los patrones de desarrollo espacial.
Por su parte, Nilsson et al. (2013) determina cuatro características del periurbano:
La densidad de población es relativamente baja en comparación con la ciudad.
Son asentamientos dispersos.
Tienen gran dependencia del transporte para desplazarse.
Falta de gobernanza espacial.
Owusu y Chigbu, (2020) manifiestan que los espacios periurbanos se transforman por tres
aspectos básicos:
Cambios físicos referentes a la conversión de tierras de uso agrícola a usos no
agrícolas, desarrollo de infraestructuras y crecimiento poblacional.
Cambio económico medidos por desarrollo del mercado de suelo, altos precios de la
tierra y diversificación de los medios de vida.
Cambio social e institucional referentes a los cambios en los estilos de vida.
El territorio constituye un elemento continuo que no puede ser analizado por partes, es por
ello que para definir y caracterizar las zonas periurbanas es necesario considerar también el
ámbito urbano y rural. En este marco, la mayor parte de la literatura revisada caracteriza al
periurbano como un espacio dinámico de cambio que es comparado con los atributos de la
ciudad y de las zonas rurales. Si bien estos espacios geográficos cambian en función del
contexto, existen algunas características que permiten diferenciarlos como el uso de suelo,
la gobernanza, la densidad poblacional, las actividades económicas a las que se dedican, el
transporte público, el sistema vial y el valor del suelo (figura 2).