FILOSOFÍA MODERNA II: RACIONALISMO, EMPIRISMO E ILUSTRACIÓN El Racionalismo iniciado por Descartes en el siglo XVII (y continuado por Leibniz o Spinoza), pretende resolver el problema del conocimiento que plantea una época de crisis, de grandes cambios en la que se habían hundido creencias y concepciones milenarias (se había descubierto un Nuevo Mundo, circunnavegado la tierra, se estaba dando el paso del geocentrismo al heliocentrismo, se había pasado desde el teocentrismo medieval al antropocentrismo renacentista, la revolución científica, etc…). En este desconcertante contexto histórico, Descartes considera que la experiencia puede ser engañosa pero sin embargo la deducción racional, propia del procedimiento que siguen las matemáticas, proporciona conocimientos absolutamente ciertos. El Empirismo, filosofía característicamente inglesa, constituye una reacción contra el racionalismo durante los siglos XVII y XVIII. Así Locke y Hume. El empirismo se caracteriza por su rechazo radical del innatismo y la afirmación de que todo conocimiento procede de la experiencia. Locke pone las bases del empirismo al rechazar las ideas innatas del racionalismo, y al establecer que para la epistemología empirista el único camino por el que las ideas llegan a la mente humana es la experiencia; no obstante, Locke no llevará al empirismo hasta sus últimas consecuencias. Será Hume quien, con su crítica a la causalidad, planteará un empirismo radical, extendiendo su escepticismo hasta el yo, el mundo exterior, y Dios. Ya en el siglo XVIII aparece la Ilustración, el “Siglo de las Luces”; Kant es el máximo representante de este movimiento. Las grandes corrientes de la filosofía moderna parecían haber llegado a un callejón sin salida. Así, mientras Descartes y su racionalismo resolvía el problema del conocimiento confiando plenamente en la razón, Locke o Hume, desde el empirismo, confían exclusivamente en la experiencia. En esta situación, Kant advirtió que el fenómeno del conocimiento humano no es ni pura percepción sensible ni pura creación absoluta de la razón, sino una “síntesis trascendental” de ambas facultades cognitivas. En cuanto a las características generales de la Ilustración, debemos resaltar: Racionalidad (confianza entusiasta en la razón humana), antidogmatismo (liberación de toda tutela: tradiciones, fe irracional…), progreso (optimismo en cuanto al progreso de la humanidad en los ámbitos científico-técnicos, pero también morales y políticos), y emancipación (no se admite ninguna imposición ajena a la razón), constituyen los conceptos centrales de este movimiento que trasciende el estricto ámbito filosófico y cuyo espíritu Kant resume en el tópico horaciano “sapere aude”.