Serie Tyché Directora: Damasia Amadeo de Freda Cottet, Serge 12 estudios freudianos. 1ª edición - San Martín: Universidad Nacional de Gral. San Martín. UNSAM EDITA; Fundación CIPAC, 2013. 172 pp. ; 15x21 cm. Traducido por: Damasia Amadeo de Freda ISBN 978-987-1435-62-3 1. Psicoanálisis. I. Amadeo de Freda, Damasia, trad. CDD 150.195 Título original en francés. 12 études freudiens 1ª edición, agosto de 2013 © 2013 Serge Cottet © 2013 De la traducción y el prólogo Damasia Amadeo de Freda © 2013 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de General San Martín © 2013 Pasaje 865 UNSAM EDITA Campus Miguelete. Edificio Tornavía Martín de Irigoyen 3100, San Martín (B1650HMK), provincia de Buenos Aires unsamedita@unsam.edu.ar www.unsamedita.unsam.edu.ar Pasaje 865 de la Fundación Centro Internacional para el Pensamiento y el Arte Contemporáneo (CIPAC) Tel.: (54 11) 4300-0531 Humberto Primo 865 (CABA) pasaje865@gmail.com Diseño de interior y tapa: Ángel Vega Edición digital: Daniel Maldonado Corrección: Laura Petz Colaboradores de la traducción: Beatriz Garay Morales, Elena Grynman, Beatriz González y Nicolás Landriscini. Ilustración de tapa: Francisco Hugo Freda, Líneas y curvas (fragmento), 2012 Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723 Editado e impreso en la Argentina Prohibida la reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores.
Prólogo por Damasia Amadeo de Freda
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Capítulo 1 A propósito de la neurosis obsesiva femenina
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Capítulo 2 “Soy un cuerpo de oficial” (un caso de psicosis de Freud)
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Capítulo 3 Un sexto psicoanálisis de Freud: el caso Ferenczi
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Capítulo 4 Freud analizante
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Capítulo 5 El sexo débil de los adolescentes: ¿sexo-máquina o mitología del corazón?
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Capítulo 6 Construcciones y metapsicología del análisis
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Capítulo 7 Refoulement versus répression
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Capítulo 8 El inconsciente
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Capítulo 9 Freud y su actualidad en el malestar en la civilización
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Capítulo 10 Lacan y l´ a-Freud
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Capítulo 11 ¿Quiénes son los freudianos?
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Capítulo 12 Las tendencias cientistas del psicoanálisis contemporáneo
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Bibliografía
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Prólogo
¿Cómo hacer un prólogo de este libro?, tal fue la pregunta que insistió durante el tiempo que llevó la realización del mismo. Hacer un comentario de un libro de Serge Cottet no es tarea sencilla; la complejidad de su pensamiento –reflejada en los textos– así lo demuestra. Lo primero que diremos es que este libro es un testimonio de que él es, sin lugar a dudas, un lector exquisito de la obra de Freud. Pero el conjunto de los 12 artículos que componen este libro da cuenta de que Serge Cottet es más que eso; él construye a partir de los conceptos freudianos; descubre casos clínicos, entre los que incluye el del mismo Freud; imagina escenas entre los protagonistas del círculo más estrecho del creador del psicoanálisis; vuelve a traer las ideas de algunos de ellos, aun cuando muchas de ellas nos puedan parecer hoy en día un tanto extravagantes; interroga a Freud, lo critica, le rinde homenaje, lo defiende y, fundamentalmente, toma posición ante los problemas clínicos, epistémicos y políticos que nacen de la mano de su descubridor y que se hacen sentir con intensidad en la actualidad dentro y fuera del ámbito psicoanalítico. Clínica, epistémica y política fue la orientación que hemos decidido para el ordenamiento de los textos. Aunque esta clasificación no es exhaustiva –se podrá percibir en la lectura del libro que los rubros se entrecruzan, que no son independientes, y que tampoco podemos decir con certeza si uno es el resultado del otro–, ella es el soporte de la interpretación que ofrecemos para la lectura del libro. Serge Cottet clínico Los primeros cuatro textos estarían dentro de este rubro. Este sería a primera vista el rasgo que los une, aunque rápidamente se verá que lo epistémico y lo político también los atraviesan. Pero en algún punto podemos decir que son, sobre todo, textos clínicos. 9
“A propósito de la neurosis obsesiva femenina” es un estudio profundo sobre lo que podemos resumir, en las palabras del propio autor: “es el sentido y la función del síntoma lo que decide la estructura y no la observación de un comportamiento”. Así, con esta contundencia, el texto contestará a la clínica del DSM IV respecto del TOC, por ejemplo. Asimismo, el autor advertirá a los analistas sobre la necesidad de establecer un preciso diagnóstico respecto de la pertenencia del síntoma obsesivo a una estructura clínica o a otra, para una correcta orientación de la cura. Cottet echará por tierra la idea de lo obsesivo como característico del “hombre”, recordándonos la inmensa gama de síntomas obsesivos en los casos de mujeres tratados por Freud. Este texto es también un reconocimiento a la clínica de los posfreudianos y a la de sus colegas actuales, entre otras cosas, en el trabajo hecho en el CPCT. “Soy un cuerpo de oficial” es un verdadero hallazgo clínico; un caso de Freud prácticamente desconocido por la comunidad analítica. Entre sus planteos, el texto advierte sobre el peligro de fascinarse con un tipo de discurso que engañaría respecto del abonamiento del inconsciente, trampa en la que pareciera haber caído el mismo Freud. Y es un texto que retoma –como en el primer artículo– la necesidad de establecer un diagnóstico diferencial preciso, y para ello el autor recurre a las comparaciones hechas por el mismo Freud en otros casos. “Un sexto psicoanálisis de Freud: el caso Ferenczi” es un texto completamente original. En él se percibe a un Cottet creacionista, un Cottet que imagina los orígenes del psicoanálisis, pero también que nos da pruebas de su gran erudición. Es este un texto de reconocimiento, de homenaje a los pioneros del psicoanálisis. En algún sentido, es un texto piadoso, y es conmovedor el relato que nos hace del destino de aquellos que participaron de los comienzos del psicoanálisis y que no salieron indemnes de la cercanía con Freud. “Freud analizante” es la idea misma –que luego Lacan formalizará con el procedimiento del pase– de que nadie mejor que el propio analizante para dar cuenta del pasaje a analista. Es el testimonio del inconsciente puesto al servicio de una causa, en este caso, la del psicoanálisis, y es el testimonio de la necesidad del franqueamiento de las propias resistencias para soportar un deseo que se impone más allá de uno mismo. Freud, y el análisis de sí mismo –del que su obra está repleta–, es el testimonio de lo que decimos. “El sexo débil de los adolescentes…” ya está ahí claramente la torsión, se percibe bien en este texto un nudo con lo epistémico y lo político.
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Serge Cottet hace un análisis del impacto que produce la modificación del discurso en aspectos tales como el sexo y el amor en una etapa de la vida que parece ser más vulnerable que ninguna otra a las modificaciones de la época. El autor no duda en tomar como interlocutor a la sociología para cuestionar la idea de un goce sin límites como resultado del hiperconsumo que ofrece el capitalismo, para contraponerle la idea –extraída de Lacan– de las dificultades de los adolescentes ante el “agujero de lo real del sexo” cuando el mundo se vacía de normas que lo enmarquen. Serge Cottet epistémico De los tres textos siguientes, también sostendremos lo dicho anteriormente. Lo epistémico que pareciera caracterizarlos no se separa de una concepción de la clínica que los subyace, la cual, a su vez, determina y está determinada por una política. “Construcciones y metapsicología del análisis” es un texto de juventud, el más antiguo de este volumen. Es este un texto formidable, una escritura difícil, que requiere de una lectura muy concentrada. Partiendo de “Construcciones en psicoanálisis”, el autor se paseará por la obra freudiana para hacer pasar su idea de que hay homogeneidad entre el proceso analítico y la estructura del aparato psíquico. Consideramos que hay en este texto algo de extraordinario, porque en él se puede entrever la idea del análisis como un proceso, más que de construcción, de pura creación, de pura invención, en el mejor sentido del término. “Refoulement versus répression”, más allá de recordarnos las teorías de Wilhelm Reich y su desviacionismo con respecto a Freud, es un texto que da cuenta de las resistencias tempranas a los conceptos fundamentales del psicoanálisis. En él se nos recuerda cómo conceptos como el de represión o el de pulsión de muerte fueron rechazados en el seno mismo del movimiento analítico creado por Freud. Al mismo tiempo, el autor no se priva de rescatar de entre el delirio de una concepción psicoanalítica, un antecedente del objeto a de Lacan. “El inconsciente” es ya una lección, tanto epistémica como política. Escrito para ser publicado en el “Diccionario de ciencias humanas”, lo que podría haber sido una definición del concepto lo más sintética y clara posible, se convierte en un recorrido que va desde la elección del término por parte de Freud, hasta las modificaciones que del sentido del mismo se encuentran en la enseñanza de Lacan. Se ve en este texto el
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trazado de un arco que apunta a lo político; es decir, la idea de que hay una estrecha dependencia entre la concepción que se tenga del inconsciente y la dirección de una cura. Es también un texto político porque constituye una clara toma de posición en favor de la política de orientación lacaniana sostenida por Jacques-Alain Miller frente a las teorías cognitivo-comportamentalistas que desearían hacerla desaparecer. Serge Cottet político Este rubro reúne los que consideramos también como textos de actualidad. En ellos se percibe la preocupación del psicoanalista ante los embates que padece el psicoanálisis, y se ve más que nunca la causa que lo anima, la cual supone mantener vivo el nombre de Freud. Sobre “Freud y su actualidad en el malestar en la civilización”, verdadero homenaje hecho en la Unesco en París para el aniversario de los 150 años de su nacimiento, lo menos que puede decirse es que es un texto altamente político. El contexto en el que fue expuesto demuestra el calado hondo del pensamiento de Freud en la cultura. Sin embargo, su contenido no disimula que tal descubrimiento fue un cachetazo para cualquier idea de progreso o de promesa, ya sean las que ofrecen las políticas de Estado como la religión. Pero, sobre todo, es un texto que advierte que debido a la resistencia que se le opone desde siempre a tal descubrimiento –por el malestar que trae consigo esta nueva verdad–, el analista debe estar siempre en estado de alerta. “Lacan y l´a-Freud” es también un texto que conmemora un aniversario, en este caso, el de los 30 años de la muerte de Lacan. Homenaje a Lacan, no deja de ser también un tributo a Freud. El título, que antepone la letra a –propiamente lacaniana– al nombre de Freud, así lo demuestra. Si bien este texto trata sobre la transformación hecha por Lacan a partir del descubrimiento freudiano, el autor no dejará de declarar –parafraseando a Lacan– que si bien el inconsciente es lacaniano, el campo seguirá siendo freudiano. “¿Quiénes son los freudianos?”, como su título lo indica, denuncia el desviacionismo y el bastardeo que los psicoanalistas de la misma institución creada por Freud hicieron de su nombre y de sus conceptos. En una especie de contrapunto con el texto anterior –aunque no deliberado–, aquí el autor demuestra cómo, no por ampararse en un nombre se lo destruye menos.
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“Las tendencias cientistas…” finalmente. Este texto va más lejos que el anterior; aquí ya no es únicamente la tergiversación de los conceptos freudianos, es la alianza del supuesto freudismo con aquellos que más se oponen a Freud. Queriendo proteger supuestamente la obra del padre de la herejía lacaniana, sus hijos “legítimos” no hacen más que empeñarse en hacer desaparecer a su progenitor. La clínica desopilante de algunos de ellos –que con gracia Cottet no se priva de interpretar– permite ver el abismo que hay entre la interpretación que el autor de este libro hace de la clínica freudiana y la de quienes se dicen los acérrimos defensores de Freud. Llegados al final, los lectores podrán constatar que el ordenamiento y la lectura que ofrecemos aquí de los textos responde también a la idea profunda de que el psicoanálisis no está asegurado. Consideramos que el último texto es un claro ejemplo de que dentro del psicoanálisis mismo se corre el riesgo de que ya nada se parezca a nada. Este motivo nos anima para contribuir con esta publicación para que el psicoanálisis continúe siendo elucidado de la mejor manera. Consideramos que este anhelo se cumple con los 12 estudios freudianos de Serge Cottet. Damasia Amadeo de Freda Buenos Aires, 25 de julio de 2012
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Capítulo 1
A PROPÓSITO DE LA NEUROSIS OBSESIVA FEMENINA1
Este título da la impresión de considerar que un tipo clínico puede ser descripto a partir de la división: masculino-femenino. Podríamos pensar, por el contrario, que una clínica de la estructura psíquica trasciende los géneros. Es verdad que tenemos la costumbre de hablar de la histeria en términos femeninos y de la neurosis obsesiva en términos masculinos. Lacan muy raramente hizo objeción a esta disimetría, incluso si señala que la “histérica no es obligatoriamente una mujer ni el obsesivo obligatoriamente un hombre”.2 Dora es el paradigma de la histeria y “El Hombre de las Ratas” el del obsesivo. Pero eso no impide que Sócrates sea considerado un histérico, y no solamente a partir de sus síntomas, sino también en función de la pregunta que le dirige al amo. Podemos preguntarnos: ¿hay una especificidad de la neurosis obsesiva femenina que la época actual haría surgir? La clínica de los TOC conduce en todo caso a una redefinición contemporánea de la obsesión. Problemas de diagnóstico Una primera observación concierne a los síntomas obsesivos (o considerados como tales), en el sentido del comportamiento que se puede observar en sujetos femeninos, pero que no prueban la estructura. Así lo demuestran los mecanismos de defensa y de rituales definidos por Anna Freud3 o por los defensores de la Ego psychology, 1 Conferencia clínica pronunciada el 29 de marzo de 2007 en la École de la Cause freudienne. París, (seminario de Esthela Solano). Publicada en la Revue de la Cause freudienne n° 67, 2007 y en S. Cottet. L’ inconscient de papa et le nôtre. Paris, Editions Michèle, 2012, pp. 183-206. 2 J. Lacan. El Seminario, libro 16: De un Otro al otro. (1968-1969). Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 350. 3 A. Freud. Le moi et ses mécanismes de défense. Paris, PUF, 1967.
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así como también los ejemplos de la interpretación de las defensas de Otto Fenichel.4 No basta con tener la manía de limpiar, hacer la cama todas las mañanas de manera rigurosa u ordenar meticulosamente la biblioteca para ser obsesivo. Es más bien en los casos en los que el sujeto teme que los libros mal ordenados se caigan en la cabeza de alguien, que hay algo que no marcha (tanto más cuanto que el riesgo aumenta si se los ordena). No es suficiente tampoco con una división entre el objeto de amor y el objeto del deseo en una mujer para formar parte del tipo clínico en cuestión. Freud hizo célebre la degradación de objeto como condición del deseo en el hombre, pero esa degradación no es distintiva desde el punto de vista de la diferencia de los sexos, la prueba está en que hay una degradación histérica. Karen Horney describió bien ese quiasma de la estructura y del síntoma en “La feminidad inhibida” que es un clásico de la clínica.5 Síntomas como la idea fija en sujetos femeninos descritos por Janet atraviesan todas las estructuras clínicas y deben ser opuestos a la estructura de la obsesión que implica un pensamiento y una forma de hablar bien precisos, formaciones reactivas, etcétera (como vimos en el caso “El Hombre de las Ratas”). El hecho de no distinguir esta estructura significante del comportamiento ritualizado es lo que explica el éxito de los TOC, entidad transclínica y más exactamente transestructural, que puede incluir tanto a un sujeto esquizofrénico como a un autista o a un neurótico. Una diferenciación diagnóstica se plantea respecto de la melancolía y la obsesión en la literatura psicoanalítica clásica. Así lo demuestra el caso de la joven paciente de Abraham con un ritual al acostarse: cada noche se vestía de punta en blanco, como si esperara la muerte. Su identificación con el padre muerto no desestimaba la melancolía.6 La enferma de Daniel Lagache7 pone en acto un suicidio melancólico, mientras que la cura se orientaba hacia la elucidación de un duelo imposible de hacer: se trataba del hijo muerto en un accidente en una mujer que tenía motivos para considerar a dicho hijo como un estorbo y que conjuraba su odio mediante numerosas formaciones reactivas. Esta superposición de una estructura cualquiera y un síntoma obsesivo se verifica más todavía en la psicosis. Un caso de Hanna 4 O. Fenichel. Problèmes de technique psychanalytique. Paris, PUF, 1953. 5 K. Horney. La psychologie de la femme. Paris, Payot, 1969. 6 K. Abraham. Obras completas, vol. I. Paris, Payot, 1965, pp. 116-122. 7 D. Lagache. “Deuil pathologique, Mélange clinique, La Psychanalyse”, Revue de la Societé Française de Psychanalyse n° 2. Paris, PUF, 1956, pp. 45-74.
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Segal,8 comentado recientemente en la Sección clínica, ilustra una suplencia por medio de la duda en una estructura paranoica de un hombre. El sujeto pasaba dos horas por día en resolver un dilema: ¿debería tomar un baño o ponerse a tipear en la máquina de escribir? Una mujer verdaderamente paranoica describe un ritual inconmovible en el momento del aperitivo: los pistachos y los maníes antes de las nueces, si no nada. Recordemos el comentario que hacía Jacques-Alain Miller del “Retrato del artista”9 de Joyce. El ego de Joyce, en tanto que está construido “como un retrato”, como un imaginario de seguridad, es un yo obsesivo. Si hoy en día estamos atentos a la ideología de la personalidad donde “construirse” se vuelve el trabajo de una vida, vemos que el síntoma tiene por delante un buen porvenir. Nuestra teoría de la psicosis no se opone al hecho de que un síntoma obsesivo permita una estabilización en una psicosis ordinaria. Hemos visto en el CPCT un sujeto sin papeles, instalado en una ambivalencia entre la identificación con un padre idealizado y el rechazo a las insignias del logro social, revelarse finalmente un megalómano delirante. Recordemos finalmente que el episodio obsesivo de la neurosis infantil de “El Hombre de los Lobos” de Freud debe ser reconsiderado a la luz de su desencadenamiento paranoico de 1926. En síntesis, es el sentido y la función del síntoma lo que decide la estructura y no la observación de un comportamiento. Hay un mundo entre la defensa contra los impulsos sádicos o perversos en un ritual de conjuro y el hecho de golpearse diez veces al día la cabeza contra la pared para resistir a un impulso suicida. Lacan nos volvió sensibles a esta distinción del sentido y la estructura en su “Introducción a la edición alemana de los Escritos”,10 particularmente cuando se trata de la neurosis obsesiva, al afirmar que un caso de neurosis obsesiva no enseña nada sobre otro caso del mismo tipo. Hay que ver hasta qué punto el sentido y la función del síntoma no son deducibles a priori a partir de estándares y parámetros generalmente asociados a la obsesión. La cuestión tiene importancia porque se trata de saber si se le da la oportunidad a un sujeto de levantar sus defensas, de perturbarlas –como 8 H. Segal. “D’un système délirant comme défense contre la résurgence d’une situation catastrophique”, Nouvelle Revue de Psychanalyse n° 10, 1974, pp. 89-106. 9 Ver la conferencia de J.-A. Miller sobre J. Aubert. “Sur James Joyce”, Analytica n°4, 1992, pp. 3-18. 10 Ver la Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los Escritos,en J. Lacan: Otros escritos. Buenos Aires, Paidós, 2012, pp. 579-585.
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decimos corrientemente– para hacer advenir un deseo reprimido o si, por el contrario, se las estabiliza, o incluso se las incita, dado que ellas pueden impedir por ejemplo, mediante una duda permanente, un pasaje al acto. El síntoma femenino para Freud No es que los ejemplos de síntomas obsesivos falten en la clínica freudiana. Sin embargo, son adjudicados generalmente a la histeria como estructura de la neurosis. A partir del momento en que Freud hace de la neurosis obsesiva un dialecto de la histeria, podemos detectar síntomas notoriamente obsesivos, tales como rituales, defensas u obsesiones en momentos cruciales de la historia de la neurosis de una mujer. Es lo que demuestra el ejemplo elegido por Freud en sus “Lecciones introductorias al psicoanálisis”,11 el caso titulado “La mujer del mantel” que ya fue comentado por Esthela Solano.12 Recordemos el ritual vodevilesco en el que una mujer frustrada por un marido impotente repite incansablemente delante de su mucama una escena que desmiente el fracaso de las relaciones sexuales de la noche de bodas: la prueba es una mancha roja sobre el mantel, simple desplazamiento de las marcas de la desfloración y “que una ausencia eterna de la cama”, como diría Mallarmé, no puede realizar. Freud recurre a un cliché para reconducir los trastornos del carácter y las manías domésticas a una frustración de la que el hombre es responsable en la pareja. El esquema parece ser el de las neurosis actuales, distinguidas por Freud de las psiconeurosis en 1895. Esthela Solano centró ese caso respecto de la función de la mirada del Otro, especialmente de la Otra mujer, para acentuar el fantasma irrisorio del hombre. Sin embargo, los ejemplos de este tipo están lejos del análisis de una neurosis infantil y de sus avatares en la vida adulta, tal como lo demuestra el caso de la neurosis de “El Hombre de las Ratas”. En 1913, Freud describe un caso sobre el que se interesó en 1911, como lo demuestra una carta escrita a Ferenczi.13 En ese caso, los 11 S. Freud.“Lecciones introductorias al psicoanálisis”, en S. Freud: Obras completas, tomo II, cap. 17. Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, p. 2282. 12 E. Solano. “Névrose obsessionnelle et féminité”, Revue de la Cause freudienne n° 24, junio 1993, pp. 16-20. 13 S. Ferenczi y S. Freud. Correspondance 1920-1933, tomo II. Paris, Calmann-Lévy, 1992, p. 263.
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síntomas obsesivos descritos son puestos a cuenta de una regresión de la libido a una etapa del desarrollo de la sexualidad. La localización no es en absoluto estructural. Se trata de una mujer frustrada de las dichas de la maternidad debido a una esterilidad del marido. Las relaciones sexuales se vuelven escasas, la mujer desidealiza al marido. Ella se abstiene de las relaciones sexuales, su libido regresa al estadio sádico-anal aislado por Freud a partir del artículo de Jung: “Odio y erotismo anal”.14 Freud destaca sobre todo el hecho de que los síntomas obsesivos aparecen tardíamente en el transcurso del matrimonio. La neurosis es precedida por un trauma seguido de una histeria de angustia. En este caso, Freud pone en cuestión su tesis según la cual la neurosis obsesiva es un dialecto de la histeria, es decir, un documento escrito en dos lenguas distintas pero con un contenido idéntico. En el presente caso, la neurosis obsesiva es una segunda experiencia que desvaloriza completamente la primera, en lugar de ser una reacción nueva al traumatismo de la histeria. Aquí también es la impotencia del marido lo que desencadena una serie de síntomas. La esterilidad la priva de un hijo, lo que reactiva su insatisfacción; las relaciones conyugales se deterioran, el hombre ya estéril se vuelve impotente. Debido a la desvalorización de la vida genital, la vida sexual experimenta una regresión a un estadio anterior: la organización sádico-anal. En esa época, Freud quería hacer reconocer a toda costa la existencia de pulsiones parciales, es decir, un modo de goce exclusivo del genital. De ese mecanismo resulta una neurosis de carácter que, sin ser muy original, Freud la atribuye a la frustración del goce, en vista de los clichés imputados a las mujeres querellantes, intrigantes, peleadoras y mezquinas. Únicamente el rasgo de avaricia permite destacar una relación al objeto en correlación al erotismo sádico-anal. Sin embargo, es la reacción a esta pulsión, es decir, su recusación, que bajo la forma de la duda y la formación reactiva se vuelve el hueso de la neurosis: volvemos a encontrar el conflicto entre la hipermoralidad del lado de la defensa del amor de objeto y el odio contra él. Freud trata en términos de desarrollo y de regresión de los estadios una posición subjetiva que hasta entonces estaba articulada de manera más estructural, a saber, a partir de significantes religiosos. Así lo demuestra especialmente su artículo fundamental: “Los actos obsesivos y las prácticas religiosas”, que tiene numerosos ejemplos de rituales 14 S. Freud. “La disposición a la neurosis obsesiva”, en S. Freud: op. cit., tomo II, p. 1738.
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femeninos, todos relativos a lo imposible de la relación sexual.15 Parece que este período (1907-1914) es rico en observaciones sobre los síntomas femeninos, como lo testimonian las cartas a Jung. Sin embargo, la descripción sigue siendo fragmentaria y no llega al paradigma de “El Hombre de las Ratas”. Esta cuestión nos da la oportunidad de profundizar sobre las afinidades de la neurosis femenina con la religión. Un caso de Hélène Deutsch nos da una idea. Se trata de una maestra de una escuela católica, quien “en el momento de su análisis había intentado huir del mundo haciéndose novicia en un convento”.16 Parecía presentar un cuadro de estupor catatónico. De hecho, no se le podía tocar el cuerpo porque temía que fuera mancillado al contacto con el otro. Un grave delirio de contacto genera una serie de rituales de conjuro, de prohibición, de inhibición, de anulación, etcétera, totalmente característicos de las defensas obsesivas contra las tentaciones masturbatorias y sádicas. H. Deutsch despliega las categorías en uso de los años 30 concernientes al desarrollo de la libido, la regresión sádico-anal y el autocastigo. Entre la masturbación y las pulsiones mortíferas, toda la gama de síntomas se encuentra ordenada por la severidad implacable del superyó. Las tendencias destructivas de la persona sufren la inversión característica de los avatares del sentimiento de culpa: el masoquismo interior y las tendencias ascéticas superan al sadismo exterior. El recurso a un vocabulario extraído de la energética, en términos de conflicto de fuerzas, no aclara nada sin embargo de lo específicamente femenino. Es verdad que algunos años más tarde, H. Deutsch verá en el masoquismo una característica de la libido femenina, un punto de vista bastante polémico, debido al hecho de que las pulsiones pregenitales y la culpabilidad dejan poco espacio al inconsciente. Es el inconveniente de la teoría de los estadios de la libido. El goce pulsional oculta toda referencia al deseo, término mayor en el tratamiento de la obsesión en el Seminario 5 de Lacan.17 La equivalencia de la culpabilidad sexual y de la contaminación forma parte de la sintomatología obsesiva en los niños. En el caso de la paciente, el origen de las obsesiones se remonta a un episodio de juegos sexuales con su hermano, muerto de sífilis. La 15 S. Freud. “Los actos obsesivos y las prácticas religiosas”, en S. Freud, op. cit., tomo II, p. 1337. 16 H. Deutsch. La psychanalyse des névroses. Paris, Payot, 1970, p. 105. 17 J. Lacan. El Seminario, libro 5: Las formaciones del inconsciente, ver especialmente el cap. XXIII. Buenos Aires, Paidós, 2004.
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paciente, siendo niña, se atribuye la responsabilidad: “sus dedos sucios, es decir, contaminados por la masturbación, contaminarán al mundo entero con la sífilis”.18 Se trata de una extrapolación que permite todas las especulaciones sobre lo que Lacan condensó en el matema F0. Más convincente, respecto de la especificidad femenina, es el desenlace de esta cura con un resultado terapéutico mínimo. La paciente finalmente encuentra una salida. Se desembarazará de su sentimiento de culpa mediante la religión: “una sublimación lograda (…). Rezos y penitencias se vuelven el sustituto de los rituales obsesivos aparentemente absurdos”.19 ¿Es la pobreza de la doctrina de la feminidad lo que explica ese resultado o es la gravedad del caso que, fuera de discurso, no encuentra otra solución para el lazo social más que en la Iglesia? Es difícil creer que una sintomatología tal sea el producto de la represión. En todo caso, semejante odio a la sexualidad y una intensidad tal de la necesidad de castigo permanecen sin ser apaciguadas por el psicoanálisis. El caso es una incitación a cernir más de cerca la afinidad del goce femenino con el Nombre de Dios. Pero sabemos que según Lacan es más bien la experiencia mística la que invita a ello.20 Lacan mostrará, entre los años 1955-1960, la insuficiencia de la teoría de la fijación y del desarrollo en su crítica a los conceptos de ambivalencia y de agresividad preedípica que algunos no dejaron de promover después de Melanie Klein en los años 50. Él va a contracorriente de esta orientación. Así como lo es para la histeria, el esquema L21 es el que va a servir de marco conceptual al desciframiento del deseo obsesivo, haciendo funcionar la estrategia del sujeto en relación al gran Otro: no para sostener el deseo sino para apuntar a su destrucción y su anulación. En los años 1957-1958, Lacan precisará esta función del gran Otro en la neurosis obsesiva femenina.22
18 H. Deutsch, op. cit., p.113. 19 Ibíd. (Agradezco a Lilia Mahjoub que me recordó esta referencia). 20 J. Lacan. El Seminario, libro 20: Aun. Buenos Aires, Paidós, 1975. 21 J. Lacan. Escritos 2. Madrid, Siglo XXI , 1987, p. 883. 22 J. Lacan. El Seminario, libro 5, op. cit., p. 396.
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El caso de M. Bouvet Es a partir del artículo de Bouvet23 que Lacan elabora lo esencial de su reflexión sobre la obsesión femenina. Ese caso fue tratado primero en el Seminario 5, más específicamente en el capítulo XXV, “La significación del falo en la cura”;24 luego, lo retoma en el Seminario 8 para centrarse en el manejo de la transferencia.25 En efecto, la más mínima correlación entre un tipo neurótico y la feminidad pasa necesariamente por el complejo de castración y la disimetría que este induce en la mujer con respecto al hombre. Para Bouvet es la envidia del pene lo que parece ser el punto de llamado a la neurosis obsesiva. Se trata de una mujer de 50 años, casada y madre de dos hijos. Los síntomas de la paciente ponen claramente en evidencia un tipo de agresividad especialmente obsesiva caracterizada por obsesiones de tipo religioso con apariencia compulsiva, es decir, que se le imponen de un modo incoercible en contradicción con sus convicciones. Es la hipermoralidad y la lucha contra las tendencias perversas lo que caracteriza a la neurosis obsesiva, conforme a la definición de Freud: “La moral se desarrolla a expensas de las perversiones que ella reprime”.26 Es por eso que las obsesiones por sí mismas no caracterizan a la neurosis obsesiva: se necesita el conflicto moral. Esta mujer está presa de pensamientos que la asaltan, “disarmónicos respecto del alma”, según la fórmula de “Televisión”.27 La lista de las obsesiones: miedo obsesivo de haber contraído la sífilis, obsesiones infanticidas (motivo de la prohibición del casamiento de su hijo mayor). Esas obsesiones comienzan a partir del matrimonio y se agravan al intentar disminuir las posibilidades de quedar embarazada. Pero ya a la edad de siete años la niña estaba parasitada por la idea de envenenar a sus padres. Debía dar tres golpes en el suelo y repetir tres veces: “no lo 23 M. Bouvet. “Incidences thérapeutiques de la prise de conscience de l’envie du pénis dans la névrose obsessionnelle féminine. La relation d’objet, Névrose obsessionnelle, Dépersonnalisation”, en Œuvres psychanalytiques, vol. I, Paris, Payot, 1950. 24 J. Lacan. “La significación del falo”, en J. Lacan: Escritos 2, op. cit., cap. XXV, pp. 665675. 25 J. Lacan. El Seminario, libro 8: La transferencia. Buenos Aires, Paidós, 2003, pp. 276290. 26 S. Freud. Les Premiers psychanalystes, Minutes de la Société Psychanalytique de Vienne, tomo I, 30 de enero, 1907. Paris, Gallimard, 1976, p. 123. 27 J. Lacan. “Televisión”, en J. Lacan: Otros escritos, op. cit., p. 538.
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pensé”. En la pubertad tiene la obsesión de estrangular a su padre y de desparramar alfileres en la cama de sus padres para pinchar a su madre. En esa época, la paciente se avergüenza de su padre y vive dolorosamente la educación religiosa que su madre le impone. Son sobre todo las obsesiones de tema religioso las que focalizan el interés de Lacan, especialmente las frases injuriosas o escatológicas, las blasfemias, los pensamientos sacrílegos. Ella insulta tanto a Dios como a la virgen y agrega: “odio la obligación de cualquier lado que venga, de parte de un hombre o de una mujer. Las injurias que dirijo a la Virgen las he pensado ciertamente a propósito de mi madre”.28 Lacan retiene especialmente una imagen que se le impone: la imagen de los órganos genitales masculinos en el lugar de la hostia. El temor de una maldición consecutiva da a sus defensas el aspecto de esa “armadura de hierro” comparable a la que Lacan señala a propósito de “El Hombre de las Ratas”.29 Las coordenadas edípicas de la paciente no dan cuenta de la intensidad de sus obsesiones, ni la ambivalencia respecto de la madre ni los reproches dirigidos al padre por su sumisión a esta. Se destaca sobre todo la transferencia de esta agresividad sobre la persona del psicoanalista: “soñé que destrozaba la cabeza de Cristo a patadas, y esa cabeza se parecía a la suya”.30 Asociando, confiesa un recuerdo: “Paso cada mañana, para ir a mi trabajo, frente a un servicio de pompas fúnebres donde están expuestos cuatro Cristos. Mirándolos, tengo la sensación de caminar sobre sus penes. Experimento una suerte de placer agudo y de angustia”.31 Todas las insignias de la potencia del hombre son objeto de una degradación agresiva. La muchacha ataca el pene como lo que ella no tiene, por un lado, y por otro, como símbolo de la potencia que le falta para asegurar su independencia con relación al deseo de la madre. Esta última la tiranizó toda su vida. Bouvet reduce ese fantasma a la posición kleiniana de la agresividad oral. Por ejemplo, a propósito de un sueño en el que sus propios senos son transformados en pene: “acaso, ¿no deposita sobre el pene del hombre la agresividad oral dirigida primitivamente contra el seno materno?”.32 Sin 28 M. Bouvet. Incidences, op. cit., p. 51. 29 J. Lacan. El Seminario, libro 7: La Ética del Psicoanálisis. Buenos Aires, Paidós, 2001, p. 245. 30 M. Bouvet. Incidences, op. cit., p. 58. 31 Ibíd. 32 Ibíd., p. 55.
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embargo, la observación no pone de relieve la pulsión oral, a excepción de dos puntos correlacionados a la palabra: primero, cuando se calla en el análisis; luego, cuando sueña con estrangular a su padre. Lacan se aboca a distinguir esta omnipotencia de la palabra del objeto parcial, seno o pene.33 En el mismo contexto, descalifica un análisis fundado sobre el tener y la frustración, oponiéndole el ser del sujeto y sus identificaciones. La regresión a lo pregenital no explica nada: la afirmación por parte de la paciente sobre la omnipotencia del falo está totalmente relacionada con su insurrección contra el saber supuesto del analista. Ella lo hace callar. La intolerancia al significante del Otro, especialmente a la voluntad materna, enmascara al mismo tiempo un odio hacia el padre, que no tiene nada de pregenital. Bouvet cree poder ver fácilmente en los afectos transferenciales lo que fue la relación de la paciente con su padre. Sin embargo, es la intolerancia a la interpretación y la transferencia negativa lo que está en el centro de la observación. El análisis de Bouvet se apoya solamente en lo imaginario de la envidia del pene y de la castración masculina. Ahora bien, ese estereotipo no tiene nada de específico en cuanto a la elección de la neurosis. En su lugar, Lacan hace pivotear la cura, no sobre la envidia del pene y el deseo de ser un hombre, sino sobre el deseo de la madre y del falo como significante del deseo. Durante la infancia, la paciente fue objeto del deseo de la madre: varias escenas describen su dependencia a la vez vital y apasionada. Pero la ambivalencia no quiere decir pregenital. Se trata de la dialéctica falocéntrica. A propósito de la iconografía respecto de los pies de la virgen sobre la cabeza de la serpiente: “Contrariamente a lo que se cree, el falocentrismo es la mejor garantía de la mujer”.34 Lo que ella destruye es esta dependencia de la imagen fálica deseada por la madre. En efecto, está en rivalidad, pero no con el padre ni con la madre, sino con un deseo más allá de ella que es el falo. Lacan aplica la ley general del deseo obsesivo: “Destruir los signos del deseo del Otro”. En este caso, es a ella misma a quien destruye, en tanto que identificada con esos signos. “El objetivo del tratamiento es hacerle ver que tú misma eres lo que quieres destruir…”.35 33 J. Lacan. El Seminario, libro 10: La angustia. Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 291. 34 J. Lacan. “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, en J. Lacan: Intervenciones y textos 2. Buenos Aires, Manantial, 2001, p. 143. 35 J. Lacan. El Seminario, libro 5, op. cit. p. 462.
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El problema no es el de tener o no ese falo, sino el de serlo. Es así como ella está en rivalidad con su marido, en tanto que el marido es el falo. En esa época, Lacan trata la dialéctica del ser y del tener y del deseo de reconocimiento. Esta dialéctica vale tanto para el hombre como para la mujer. En efecto, el neurótico en general quiere serlo: como lo demuestra el caso de la paciente. En la provocación que manifiesta con los hombres, vistiéndose de manera sexi, haciendo de su cuerpo un fetiche, especialmente usando zapatos de taco alto cuyo precio entra en relación con el precio de las sesiones, ella es el falo. Lacan se refiere al análisis de la mascarada descrito por Joan Rivière.36 Una variante de la huida, asimilada a una coquetería, caracteriza a una paciente que oculta a los hombres su engaño y su agresión imaginaria: Ella buscaba sobre todo, mediante la máscara de la inocencia, asegurar su impunidad. Era verdaderamente una anulación obsesiva de su proeza intelectual, los dos aspectos formando “la doble acción” de su acto obsesivo, su vida entera no había sido más que una alternancia de actividad masculina y femenina.37
Joan Rivière vuelve compatible de esta manera un semblante de seducción con la denegación de un fantasma de omnipotencia fálica. La paciente de Bouvet se presenta también “como teniendo lo que ella sabe perfectamente no tener”.38 En este caso, es el odio al hombre y la destrucción de las insignias de potencia lo que está en primer plano. Es probable que el término “destrucción”, tan utilizado por Bouvet, sea utilizado por la paciente misma. De hecho, hay dos mascaradas: una que hace semblante de ser el falo, haciendo de su cuerpo un fetiche para engañar al deseo masculino en la huida; la otra, que niega que ella lo tiene, en una rivalidad competitiva, sacada como de contrabando a una provocación agresiva. Esta última destruye la imagen fálica mediante una burla obscena borrando la borradura misma de la cosa mediante esta crudeza. Este redoblamiento de la borradura de la huella es la traducción que Lacan da de la Ungeschehenmachen de Freud (hacer que eso no haya sucedido). Ese modo de borradura es el tema de la clase del 14 de marzo de 1962, del 36 J. Rivière. “La féminité en tant que mascarade”, vol. VII: La sexualité féminin, Paris, PUF, 1964, p. 261. 37 Ibíd. 38 J. Lacan. El Seminario, libro 5, op. cit., p. 461.
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Seminario 9, “La identificación”. Hay que decir todavía que el odio solo no es determinante respecto del tipo clínico. Por otro lado, el pasaje de una mascarada agresiva a otra es siempre posible en la historia del sujeto, como lo demuestra la historia amorosa de los adolescentes.39 Se hará la misma observación tratándose de la identificación con el falo, que vale para la neurosis en general y no solamente para la neurosis obsesiva en particular: es la estrategia en relación al deseo del Otro lo que es determinante. La neurosis obsesiva se caracteriza por el desvanecimiento y la afánisis del deseo; porque, destruyendo el deseo del Otro, es el suyo propio el que el sujeto golpea. Dado que Lacan hace recaer todo sobre el ser en detrimento de un imaginario de la posesión, la estrategia de Bouvet le parece incoherente. Bouvet le da a su paciente el falo que se supone le hace falta, tal como una madre condescendiente. Frente a ese regalo, ella responde enviando a su propio hijo a análisis. Esta generosidad reduce la angustia, en tanto que los síntomas no se modifican. El interés de la observación de Bouvet reside en el hecho de que él cree fundar una especificidad de la neurosis obsesiva femenina en lo pregenital y la envidia del pene, temas cruciales en esa época. Lacan considera más fundamental la relación a la palabra y sobre todo el estatuto del verbo y lo que implica el significante Cristo-rey. Es esta omnipotencia la que es objeto de destrucción. El pequeño phi de la blasfemia Por supuesto que la estructura significante del goce está en el primer plano de la observación. Podemos comparar los intervalos significantes a un hueco, una hiancia que encontramos en la fobia. Es la presencia real del goce. El significante religioso circunscribe el uso obsceno de la palabra. En la misa, la paciente de Bouvet oye: “abran sus corazones” y ella lo asocia con: “abre tu ano”. Es esta degradación del falo, escrito pequeño phi, que Lacan formaliza cuatro años más tarde en su Seminario 8 con la escritura: A <> F (a, a” a””, a”””,…).40 La fórmula conviene a la degradación del falo simbólico de la paciente: ella se ofrece a la demanda obscena del Otro, aunque 39 S. Cottet. “Le sexe faible des ados: sexe machine et mythologie du coeur”, Revue de la Cause freudienne n° 64, 2006, pp. 67-76. Incluído en esta obra. 40 J. Lacan. El Seminario, libro 8: La transferencia. Buenos Aires, Paidós, 2003, p. 287.
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cerrándose al amor. El significante de la falta en el Otro es retrotraído a la pulsión anal, como encarnación justamente de la demanda. Por otro lado, la degradación del objeto da su aspecto de perversión a la obsesión. Podemos observar desde este ángulo las novelas eróticas de Georges Bataille, que acumulan escenas de degradación del objeto femenino entre Misa negra y sacrilegio. En “Ma mère” y en “Madame Edwarda” está especialmente revelada la equivalencia del abismo del sexo y de Dios. Pero es sobre todo “Histoire de l’oeil” la que presenta más analogías con la obsesión de la paciente. Bataille se complace en los escenarios de profanación de la hostia: “justamente, continuó el Inglés, esas hostias que ves son el esperma de Cristo en forma de galleta”.41 Una anotación biográfica nos da la clave de la novela: Bataille escribe sobre la degradación real de su padre, enfermo y ciego. Las palabras obscenas del padre delirando, mezcladas con escenas de decadencia, sufren una conversión erótica que forma un nudo de goce transgresivo sobre un fondo de teología. Nos dispensamos aquí de debates sobre el misterio de la transubstanciación que eran bien conocidos por Bataille y ciertamente por Lacan también, a saber, que la hostia no es otra cosa que el cuerpo real de Cristo y no su símbolo; pan y vino se convierten en carne de Cristo: algunas discusiones interminables resultaron después del Concilio de Letrán, en 1215, luego en el Concilio de Trento en 1551. Los cristianos de Oriente y los ortodoxos se inquietaron por ese “metabolismo”, y más tarde los protestantes también. La paciente se hace eco de esto en su religión privada. ¿Es que el excremento puede ser asimilado a una parte del cuerpo de Cristo? (Las especulaciones de “El Hombre de los Lobos” sobre el trasero de Cristo actualizan las mismas polémicas). Queda el hecho de que el ropaje perverso del fantasma en el obsesivo es correlativo de una frecuencia mayor de la obsesión sexual en el hombre, por más que él sea el sexo débil con respecto a la perversión. En Freud, es la disimetría del complejo de castración: la represión de la sexualidad en una, el superyó en el otro; el trauma de la seducción pasiva en la niña opuesto a la actividad sexual precoz del varón. La paciente de Bouvet, justamente, es una excepción: de niña tuvo una actividad sexual precoz con otras niñas, un esquema “activo” mucho más determinante que los traumas anteriores. 41 G. Bataille. Madame Edwarda, La Mort, Histoire de l’oeil. Paris, UGE (10/18), 1994, p. 112.
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Podemos anticipar también otras razones: a partir del Seminario 16, “De un Otro al otro”, Lacan introduce la variable del saber, su relación al goce y su disimetría en los dos sexos: no estamos más en la dialéctica del deseo del Otro, que resume un pasaje de los Escritos en “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”.42 Los dos términos del fantasma se encuentran hendidos.43 Es cierto que Lacan ubica a la mujer del lado de la insatisfacción y del sin fe de su intriga. Ahora bien, encontramos el mismo binario en el Seminario 16, pero articulado en los términos de los cuatro discursos: en particular S1 y S2, como términos del saber.44 En respuesta a los impasses del goce, el obsesivo negocia un tratado con el Otro, excluyéndose como amo (contrariamente a lo que se cree). Su relación con el saber queda marcada por la prohibición. Él no se autoriza sino a partir de un pago siempre renovado. Es la deuda interminable. La forma histérica está en el otro extremo y se encuentra más especialmente en las mujeres, en tanto que ella no se toma justamente por La mujer. Esta definición de la mujer como una “entre otras” será el giro del Seminario 20. La mujer no existe como La; su goce no está completamente borrado por el Uno fálico. La operación matemática que “sustrae el a al Uno absoluto del Otro” proyecta la relación sexual a un punto infinito. El argumento matemático es difícil, especula sobre la serie de Fibonaci.45 Lacan todavía no tiene la hipótesis del goce suplementario, pero ya no se contenta con los clichés clásicos sobre la represión del goce. Es más bien que la histérica “promueve el punto al infinito del goce como absoluto”, lo cual es una razón para que ella “rechace cualquier otro”.46 En contraste, la estrategia obsesiva tiene la estructura repetitiva del par anulación-repetición, que pone más bien al pequeño a en serie. Podríamos, para simplificar, buscar un anudamiento específicamente obsesivo de RSI y tendríamos entonces como especificidad de lo real el hueso de un goce imposible de alcanzar y contra el cual el sujeto se protege como una fortaleza a lo Vauban. En lo simbólico, es la inflación del Otro y del amo. El obsesivo no puede tomarse por el amo, “pero supone que el amo sabe lo que él quiere”.47 Y él lo anula perpetuamente. En lo imaginario, la fortaleza 42 J. Lacan. Escritos, op. cit., p. 773. 43 Ibíd., p. 804. 44 J. Lacan. El Seminario, libro 16, op. cit., p. 351. 45 Ibíd., p. 305. 46 Ibíd., p. 305. 47 Ibíd., p. 350.
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narcisista del obsesivo coincide con su mortificación: de esta manera está en la procastinación. En cuanto al objeto, Lacan retiene menos las características del objeto anal que las que atañen a la mirada y a la pulsión de “hacerse ver”, donde se concentra la oblatividad obsesiva: dar a ver una imagen de sí mismo. Los diferentes seminarios acentúan respectivamente el yo, el significante, el objeto mirada. Al respecto, el caso Bouvet es paradigmático. Para volver a los ejemplos, podemos encontrar muy restringido el cuadro clínico precedente dado que está marcado por la educación religiosa y otras determinaciones simbólicas obsoletas; no podemos exigir del sujeto contemporáneo tener obsesiones religiosas estructuradas como las elucubraciones del Concilio de Letrán. La madre y el hijo Tratándose de obsesiones femeninas, es frecuente que los síntomas se cristalicen en el objeto hijo como ambivalencia e ideas de muerte. Freud mismo destaca sin embargo, que algunas defensas específicamente obsesivas del tipo formación reactiva, aislamiento y anulación de la agresividad no son específicas de la obsesión. Así, el conflicto que la ambivalencia provoca en la histeria se soluciona siendo contenido el odio contra una persona por un exceso de ternura hacia ella (…). Por ejemplo, la histérica que trata con excesiva ternura a sus hijos a los que en el fondo odia, no se hace por ello más cariñosa que otras mujeres, ni siquiera para con otros niños. La formación reactiva de la histeria se mantiene tenazmente fija a un objeto determinado y no alcanza la categoría de una disposición general del yo. En cambio, la neurosis obsesiva presenta precisamente como características la generalización, el relajamiento de las relaciones con el objeto y la facilidad de desplazamiento en la elección del objeto.48
Una madre que no quiere ser tal y que deja caer a su hijo es lo que Lacan llama una madre fálica, tal Clitemnestra en l’Electre de Giraudoux.49 La categoría de obsesiva o de histérica es aquí secundaria. Un ejemplo: una mujer de unos cuarenta años, madre de dos hijos, está paralizada por una inhibición. Es periodista y no puede escribir en su nombre: no puede escribir sino para otro que recoge el fruto del éxito y cobra en su lugar. Esta dependencia que enajena el producto de su 48 S. Freud. “Inhibición, síntoma y angustia”, en S. Freud: op. cit., tomo III, p. 2874. 49 J. Lacan. El Seminario, libro 10, op. cit., p. 136.
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trabajo la indigna, provocándole al mismo tiempo una rabia femenina donde su deseo de reconocimiento está frustrado. Ella hace el trabajo pesado, pero su nombre no aparece nunca. De golpe, no solamente no escribe más para ese otro sino que, tirando al niño junto con el agua de la bañera, no escribe más tampoco para ella misma. Se borra, en sentido estricto, borrando su nombre, que es el de su padre y no el de su marido. Al mismo tiempo, piensa en un accidente que podría sucederle a su hija mayor. Las condiciones del nacimiento de esta última le provocaron un sentimiento de extrañeza, como si su hija no le perteneciera, como si no fuera su prolongación o su imagen. La paciente permanece a distancia de su propia imagen; en su división, se construyó una imagen de madre completamente artificial. Es la mayor de los hermanos de una familia en la cual, para el padre, los hijos varones tardan en llegar, y de niña estuvo mucho tiempo aterrada por sus gritos. “Son todas tontas”, decía el padre respecto del mundo femenino. Una fórmula significante fue especialmente aislada y descifrada: el equívoco entre los gritos (cris) del padre y el escrito del padre (écrit). Ella tuvo que trabajar muy duro para salir de su dificultad, hacer sus estudios y ganarle los títulos al saber… El éxito profesional, considerado como una proeza masculina, provoca una deflación que parece verificar el paradigma obsesivo: el sentido gozado que ella le da al nombre de autor sostiene una inflación fálica imposible de soportar. Ella se anula y se elimina de la escena literaria, lo cual vuelve compatible su frenesí narcisista con su modestia. El anudamiento de una inhibición intelectual respecto de los ideales superyoicos contrariados por el veredicto paterno y el estorbo que provoca la presencia del hijo van en el sentido del síntoma. Ella duda y su pensamiento se enreda. Sin embargo, no hay ninguna degradación del falo en este caso. Podríamos decir también que para ella tener éxito es hacer el hombre; ese paradigma da suficientemente cuenta de la inhibición del pensamiento por el conflicto que produce estragos entre maternidad y feminidad. ¿Autocastigo y pulsión mortificante? Apostaríamos más bien por el embrollo contemporáneo de la identificación… En todo caso, no intentamos analizar “la defensa antes de la pulsión”, según el consagrado cliché, sino más bien interrogar la insatisfacción del deseo de nuestra “escritora”, orientándolo sobre el parásito del pensamiento, más que sobre las dificultades relativas al hijo. Lo que parasita a la paciente es más bien su nombre propio. Ese patronímico tomado al pie de la letra la importuna: este contiene el
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significante de un exceso, de una cantidad supernumeraria. Ese significante la perturba. Sacrifica mucha energía para llevarlo. Sucede que ella se toma de los significantes del patronímico como de una blasfemia para aliviarse. A pesar de esos síntomas “obsesivos”, la paciente no tiene rituales, no tiene impulsiones ni culpabilidad: no hay que confundir la inhibición del amor por el odio, en la neurosis obsesiva, con una demanda de amor contrariada. Aquí, la ambivalencia es relativa al deseo del padre, que ella mantiene, y no a su destrucción. Las apuestas para la dirección de la cura Tratándose de las apuestas para la dirección de la cura, vemos el interés que hay en distinguir una estrategia de la reivindicación fálica y de la insatisfacción, de una estrategia de usura en la cual el sujeto se consume mortificándose: “…nada más difícil que conducir al obsesivo hasta ponerlo entre la espada y la pared de su deseo”.50 En efecto, es como imposible que ella lo sostiene. Es sobre todo en el caso de la obsesión que la respuesta a la demanda es la menos apropiada. Es en estos casos que se mide hasta qué punto un análisis conducido a partir del don de la palabra o de la reparación es caduco. Ella transforma al psicoanálisis en religión, lo que es el colmo para el sujeto obsesivo: de una religión, hacer dos. Es también a las atenciones relativas a la demanda del falo a lo que no es aconsejable ceder para no fijar al sujeto en su silla.51 Lacan hace aún alusión a Bouvet y a su ausencia de distinción entre deseo y demanda. No es imposible pensar que dada la polémica política que hacía estragos en su época en la Sociedad Psicoanalítica de París (SPP), Lacan se haya servido del caso Renée como de un paradigma de lo que no hay que hacer: reparar, satisfacer una demanda de reconocimiento, proponer una nominación (al contrario de la vacilación calculada para la histérica), así como de los problemas a los cuales el pase nos ha sensibilizado y a los que Esthela Solano consagró algunos artículos. Probablemente haya una incidencia del descifrado lacaniano de la neurosis obsesiva femenina sobre los principios generales de la dirección de la cura y es una buena razón para enriquecer la clínica. En lo que concierne a la actualidad del tipo clínico, podemos pensar que los parámetros de la neurosis obsesiva 50 J. Lacan. El Seminario, libro 8: La transferencia, op. cit., p. 291. 51 J. Lacan. “Discours à l’EFP”, Scilicet 2 y 3, 1970, pp. 9-29.
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femenina habitualmente retenidos han envejecido: una atmósfera de santurronería y de convento recubre los casos de la literatura clásica. La ideología feminista, la lucha de los sexos y el espíritu de la época vienen a enredar las diferencias estructurales estrictas y a dar más amplitud a la reivindicación fálica ordinaria que a la blasfemia. La destrucción de las insignias del Uno fálico no milita forzosamente a favor de la obsesión; la paranoia, como la histeria, puede dar cuenta de ello. Es cierto que la introducción del significante Dios en la cuestión del goce femenino, a partir del Seminario 20 “Aun”,52 podría relanzar el debate.
52 J. Lacan. El Seminario, libro 20: Aun, cap. V. Buenos Aires, Paidós, 1975.
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