Artistas de villa ballester en la conformación del arte nacional (Adelanto)

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A Nacho, Ro y Santi



Colecciรณn Artes y Letras

SERIE Poliedros

Artistas de Villa Ballester en la conformaciรณn del arte nacional

Ripamonte Pelรกez Carnacini


Colección: Artes y Letras Directora: Gabriela Siracusano Serie: Poliedros Directora: María Elena Babino

Tristezza, Nora Ripamonte, Peláez, Carnacini: artistas de Villa Ballester en la conformación del arte nacional. 1a edición - San Martín: Univ. Nacional de Gral. San Martín, 2009 164 pp.: il.; 15 x 21 cm. (Artes y Letras / Gabriela Siracusano. Poliedros / María Elena Babino) ISBN 978-987-1435-10-4 1. Arte Argentino. I. Título CDD 709.52

1ª edición, junio de 2009 © 2009 Nora Tristezza © 2009 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de General San Martín Campus Miguelete. Edificio Tornavía Martín de Irigoyen 3100, San Martín (1650), Provincia de Buenos Aires unsamedita@unsam.edu.ar www.unsam.edu.ar Diseño de interior y tapa: Ángel Vega Edición digital: María Laura Alori Fotografías: Oscar Balducci Imágenes de tapa: fragmentos de las obras (de izquierda a derecha) El tobiano, Carlos Ripamonte; Paisaje, Juan Peláez; Calle de Villa Ballester, Ceferino Carnacini. Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723 Editado e impreso en la Argentina Prohibida la reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores.


Colecciรณn Artes y Letras

NORA TRISTEZZA SERIE Poliedros

Artistas de Villa Ballester en la conformaciรณn del arte nacional

Ripamonte Pelรกez Carnacini



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PRESENTACIÓN

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PALABRAS LIMINARES

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INTRODUCCIÓN

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CAPÍTULO I Villa Ballester y el contexto artístico en el despuntar del siglo XX 1. Un lugar de encuentros 2. La imagen como soporte identitario

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CAPÍTULO II Carlos Ripamonte

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CAPÍTULO III Juan Peláez

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CAPÍTULO IV Ceferino Carnacini

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APÉNDICE DOCUMENTAL I. La crítica artística II. Arte y educación III. Agrupaciones artísticas e instituciones IV. Escritos

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APÉNDICE DE OBRAS

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CRONOLOGÍA

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BIBLIOGRAFÍA



PRESENTACIÓN

Esta publicación que hoy nos congrega intenta saldar, de alguna manera, una deuda con los artistas de Villa Ballester, ponerlos a resguardo del olvido, y reivindicar la elevada y entrañable dimensión de sus obras. Cuna de la tradición, tierra de José Hernández y de Juan Manuel de Rosas, entre muchos otros personajes de nuestra historia, y solar de descanso y preparación de San Martín y sus huestes en los umbrales de su larga y triunfal marcha hacia el norte, esta Patria Chica y sus historiadores se ocuparon en abundancia de aquellas relevantes figuras. Tal vez por poner el foco especialmente en ellas, la pintura de los artistas locales resultó aminorada en su valoración. Así como otros barrios han sabido recuperar la memoria y mantener vivo el espíritu de sus artífices, hoy los ballesterenses podemos sentirnos orgullosos de la historia forjada en sus calles y rincones. Nuestra ciudad fue el punto de reunión de muchos artistas, tres de los cuales están representados en este libro. Aun así, no es posible dejar en el olvido las huellas plasmadas por Eduardo Sívori, por Raúl Soldi, por Francisco Mazzucchelli y por tantos otros que transitaron estas sendas. La explicación de porqué muchos pintores eligieron la “Córdoba chica” está esbozada en estas páginas. Sin embargo, nos cabe suponer que además de la vecindad con algunos de los más importantes galeristas de Buenos Aires, esta tierra les dio a todos ellos la paz necesaria y suficiente para la creación fértil, contagiándoles el entusiasmo y la inspiración, en aras de volcar en sus trabajos el amor a la Patria que trashuman sus obras.

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Ellos tienen al barrio, a su comarca, como punto de unión, y a la ciudad y su gente como protagonistas de las historias que narraron a través del pincel, del buril o de una cámara fotográfica. Hoy es posible acercarnos a sus historias, dichosos de tenerlos “tan a mano” como quien, con asombro, descubre un valioso tesoro cercano y cotidiano, y se dispone a disfrutarlo de allí en más, en plenitud.

Dr. Ricardo L. Ivoskus Intendente Municipal de General San Martín

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PALABRAS LIMINARES

Con un bicentenario en ciernes es oportuna la aparición de un estudio sobre Carlos Ripamonte, Ceferino Carnacini y Juan Peláez, artistas que integraron la pléyade de quienes consagraron su vida y obra a la definición del arte nacional. Esto es así porque, en plena euforia celebratoria del primer centenario de la Revolución de Mayo, la cuestión de la identidad era el aspecto central de los debates culturales de entonces y ocupaba los días y, sin duda, también las noches de nuestros artistas estudiados. Tal cuestión abrió las discusiones a posturas contrapuestas que la histora del arte no siempre supo analizar con objetividad, unas veces por apresuramiento y otras por la escasa valoración que, en el modelo historiográfico imperante, se le asignaba a cuanto quedara por fuera del análisis plástico de las propias obras. En consecuencia, lo registrado en epistolarios, escritos inéditos, fotografías, catálogos de exposiciones, registros de ventas de obras, crítica periodística, producción escrita –ya en forma de diario personal, ya según la matriz de género ensayístico– perduró por años como un conocimiento silenciado y subyacente bajo el relato parcial de nuestra historia. Relato que, con el paso del tiempo, se fue revelando limitado y hasta inconveniente en tanto promovía una general y prolongada amnesia. Es por ello que consideramos un aporte inestimable este estudio que ahora Nora Tristezza nos ofrece. Y es precisamente este aspecto el que confiere solidez a la investigación del presente volumen. La consulta e interpretación de material de archivo, particularmente los archivos de los propios descendientes de los artistas –lo que le aporta un valor suplementario al dar a co-

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nocer documentos no trabajados hasta el momento–, sostiene todo el trabajo de la autora y le asigna objetividad sin hacerle perder espíritu crítico. En efecto, en forma paralela al valor que tiene revisar la historia del arte argentino para recuperar a algunos de sus protagonistas desde sus aspectos biográficos, pensamos que el apartado que constituye el apéndice documental de este volumen permite situarnos en mejores condiciones para ampliar nociones que, una y otra vez, dan vuelta en nuestros estudios sobre arte. Una de ellas es la de “tradición”, una vasta cantera semántica que sobrevuela para irradiarse hacia un repertorio de alcance insospechado y que va desde un sentido netamente academicista hasta alcanzar dimensiones filosóficas emparentadas con lo esencial, lo inmutable, la raza, el solar, etc. Otra es la de los alcances pedagógicos del arte, en cuya definición Carlos Ripamonte y Juan Peláez ocuparon buena parte de su vida. Al mismo tiempo, este estudio permite también poner en foco a una figura como la de Ripamonte quien, como activo participante en las iniciativas artísticas de la época, no puede quedar al margen del análisis de la historia del arte del momento. Al respecto, uno de los aspectos más controversiales de su participación en el contexto artístico institucional fue, sin duda, el cambio de autoridades en la Academia Nacional de Bellas Artes cuando, en 1908, la dirección pasó de las manos de De la Cárcova y Sívori a las de Collivadino y Ripamonte. En ese sentido, es reveladora la inclusión, en el apéndice documental, de una carta dirigida por Ripamonte al recientemente nombrado profesor de Historia del Arte Alejandro Ghigliani, en reemplazo de Carlos Zuberbühler. Se trata de un texto orientado a evaluar el nuevo programa presentado por el profesor Ghigliani donde aparece una inédita valoración de las artes decorativas e industriales no evidenciada en los contenidos de su antecesor. Particularmente sugestiva, en relación al rol de la crítica de arte como formadora del gusto, es una crónica

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que resulta ser un buen testimonio de los debates estéticos sostenidos en el ámbito periodístico. Nos referimos a una crítica sin firma, de 1936, donde se propone desplazar a la figura de Benito Quinquela Martín como intérprete de la imagen pictórica de La Boca para exaltar, en su lugar, a la de Ceferino Carnacini. En ese texto resulta claro que la tendencia del anónimo comentarista sigue la huella del naturalismo lumínico que promueve una pintura orientada a la transcripción directa de la realidad. En esa línea de pensamiento, el dibujo, la paleta y el uso de la luz de Carnacini son paradigmáticos de ese modelo canónico. Por su parte, en el caso de Juan Peláez, este trabajo abre el camino a una vía particularmente desatendida por la historiografía del arte argentino. Nos referimos a la relación entre el arte y la educación y, más específicamente, al rol del Consejo Nacional de Educación en el desarrollo de un proyecto pedagógico que, desde el arte, permitiera cristalizar la imagen de la nación a través de los tipos y costumbres y el paisaje local. En este contexto, Peláez resulta clave e ineludible. Por último, toda la articulación de la investigación gira en torno de la localidad de Villa Ballester como espacio de convergencia de la trama de encuentros y acciones que sus páginas analiza. Núcleo de convergencia y ámbito de inspiración, llama Nora Tristezza a esta localidad porque fue en ese espacio donde Ripamonte, Carnacini y Peláez, junto a Rosendo Martínez y Alejandro Witcomb, entre otros, reflejaron el Zeitgeist en el cual se situaron. Este es el espacio que, en atención a una nueva historia que recupera los márgenes, el presente libro pone en foco.

María Elena Babino Directora de la Serie Poliedros

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INTRODUCCIÓN "Esto sí es arte argentino, arte de veras y del terruño" Godofredo Daireaux1

Al comenzar el siglo XX el escritor Godofredo Daireaux se expresaba con estas palabras sobre las pinturas de Carlos Ripamonte. Aludía con ellas al espíritu nacionalista que alentaba en los hombres del Centenario. Sin duda, estas opiniones podrían hacerse extensivas también a la producción de Juan Peláez y de Ceferino Carnacini, artistas comprometidos, al igual que el anterior, con la causa del arte argentino. Las obras de estos pintores de Villa Ballester conforman un corpus que se comprende dentro del contexto de inicios del siglo, cuando la incesante búsqueda de un arte propio resultaba ineludible para nuestros artistas. Este trabajo tiene la intención de poner de relieve la importancia que Ripamonte, Peláez y Carnacini, hoy injustamente poco recordados, tuvieron en la formación de la identidad nacional desde distintos focos de irradiación. La enseñanza –tanto en la Academia de Bellas Artes cuanto en los claustros universitarios–, la ilustración gráfica, la reflexión teórica y, fundamentalmente, la práctica artística, fueron las trincheras desde donde propagaron su obra, teniendo siempre en el horizonte un claro proyecto nacional que se respaldaba desde todos estos frentes. Agotando esfuerzos y proponiéndose concretar lo que ellos pensaban podría ser el "engrandecimiento" de la patria a través de la propagación de su pensamiento estético, estos artistas de Ballester procuraron encontrar y definir una identidad que se presentaba esquiva a los hombres de su tiempo.

1 Godofredo Daireaux, “Exposición Internacional de Arte. Impresiones” Athinae, Buenos Aires, a. 3, n. 25, sept. de 1910, p. 21, cit. en R. Amigo y M. I. Baldasarre, Maestros y discípulos, El arte argentino desde el Archivo Mario A. Canale, Buenos Aires, Fundación Espigas, 2006, p. 98. Con todo, si bien Daireaux dedica elogiosos comentarios de los envíos de Ripamonte y Carnacini a la Exposición del Centenario, esto no le impide advertir ciertas debilidades en sus transposiciones pictóricas del paisaje pampeano.

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En muchos casos idealizadas y sin dejar nunca de lado un naturalismo claro y de fácil comprensión, las escenas representadas en sus obras se proponían como una representación simbólica que se reflejara como parte constitutiva de ese proyecto nacional. Sin duda, en una sociedad aluvional e inmigratoria como lo era la argentina de aquel momento, las imágenes "propias" brindaban una seguridad indispensable para el fortalecimiento de las virtudes criollistas y para poder avanzar en el camino de un proyecto identitario. A través del análisis del material documental –conservado felizmente por las familias de estos pintores y por el Museo Casa Carnacini–, proponemos abordar este período tan controversial desde la perspectiva de estos artistas que, lejos de ser vanguardistas –ni siquiera modernos–, marcaron una presencia notable en su momento, sobre todo porque estuvieron convencidos del valor simbólico y de la potencia germinal de la imagen. Los archivos fueron consultados merced a la generosidad de las familias de los artistas. Vaya el reconocimiento e infinita gratitud a Raquel Peláez, nuera del artista, quien preserva con pasión la memoria heredada de su suegro, Juan Peláez. El mismo agradecimiento está dedicado a la familia de Carlos Pablo Ripamonte. Sus nietos, Leonor y Carlos, pusieron a nuestra disposición el valioso archivo que conservan en el mismo estudio que utilizara el pintor y que hoy se mantiene como huella indeleble de su producción y su pensamiento. Por su parte, fue la familia de Ceferino Carnacini la que nos facilitó el material del artista, al tiempo que el Museo Casa Carnacini de Villa Ballester puso a nuestro alcance todas las posibilidades para acceder a los documentos y obras que aquí reproducimos en parte. A la Subsecretaria de Cultura, Prof. Silvia Gorostiaga y a la Asociación Amigos de la Casa Carnacini nuestro más sincero agradecimiento, y en especial al Lic. José María Dobal, Director de Museos de la Municipalidad de General San Martín, quien con su generosidad y compromiso en todo lo requerido hizo posible que pueda llevar adelante este trabajo.

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En cuanto a las obras reproducidas, la mayor parte de ellas pertenece a las familias de los artistas; otras se encuentran en colecciones particulares y en el citado museo ballesterense que atesora un valioso acervo. Asimismo, remarco mi gratitud hacia María Elena Babino, mi guía en cada paso, ya que a partir de su confianza, apoyo constante y aliento pude llevar a cabo esta investigación. También mi agradecimiento a Graciela Sarti y Adriana Lauria por su infinita paciencia en la lectura de estos textos y las sugerencias de enfoques no previstos en su primera versión. Por último, destaco que esta exhumación documental es un primer acercamiento al rescate de estos artistas. Seguramente desde aquí se abrirán nuevos espacios de discusión acerca del lugar que ocuparon y ocupan en la historia del arte argentino. Ese es también el fin de la propuesta. La única ambición de esta publicación es despertar el interés, por tanto tiempo ausente, sobre aquellos pintores que merecen una nueva mirada que los redima del olvido. Ojala así sea.

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