El crimen de la guerra (Adelanto)

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El crimen de la guerra



El crimen de la guerra JUAN BAUTISTA ALBERDI

Edición crítico-genética / Estudio preliminar

Élida Lois


Colección: Jorge M. Furt Director: José Emilio Burucúa Serie: Archivo Alberdi Directora: Élida Lois

Alberdi, Juan Bautista El crimen de la guerra: edición crítico-genética de Élida Lois / Juan Bautista Alberdi; dirigido por Élida Lois, -1a edición- San Martín. Universidad Nacional de General San Martín, 2007 304 pp.: il. ; 19x26 cm. (Archivo Alberdi) ISBN 978-987-22523-9-7 1. Filología. I. Élida Lois, dir. II. Título CDD 410

La Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica contribuyó a financiar parte de esta edición con recursos provistos para el PICT 2004 Nº 20349, Papeles, Ganados e Ideas. Una investigación global en el Archivo y Biblioteca Furt, 2006-2009.

© 2007 Élida Lois © 2007 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de General San Martín Campus Miguelete. Edificio Tornavía Martín de Irigoyen 3100, San Martín (1650) Provincia de Buenos Aires unsamedita@unsam.edu.ar www.unsam.edu.ar Diseño de interior y tapa: Ángel Vega Edición digital: María Laura Alori Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723 Editado e impreso en la Argentina Prohibida la reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores.


PALABRAS LIMINARES

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SERIE ARCHIVO ALBERDI PRESENTACIÓN El archivo y el proyecto de edición La problemática editorial de los Escritos póstumos Ediciones genéticas y ediciones crítico-genéticas

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EL CRIMEN DE LA GUERRA ESTUDIO PRELIMINAR PENSAR LA GUERRA DESDE UNA “SOCIEDAD INTELECTUAL” PACIFISTA LE CRIME DE LA GUERRE DÉNONCÉ À L’HUMANITÉ Eje temático y perspectiva de análisis Borradores enmascarados por el proceso editorial LA GÉNESIS TEXTUAL DE EL CRIMEN DE LA GUERRA Testimonios del proceso escritural Estatuto genético del material conservado Operatoria escritural Etapas textuales • Un embrión textual, el incipit y la definición conflictiva de un lugar de enunciación • Recomienzo, ajustes, addenda e interrupción

Un texto abierto

CUADROS Cuadro Nº 1: Alteración de la progresión escritural y del paratexto Cuadro Nº 2: Planificaciones sucesivas del texto de El crimen de la guerra

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EDICIÓN CRÍTICO-GENÉTICA DE LOS MANUSCRITOS AUTÓGRAFOS CARACTERÍSTICAS DE ESTA EDICIÓN

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ABREVIATURAS Y SIGNOS EMPLEADOS EN EL APARATO CRÍTICO

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LOS BORRADORES DE EL CRIMEN DE LA GUERRA Libreta I Libreta II Libreta III Libreta IV

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APÉNDICE DOCUMENTAL Convocatoria de la Ligue internationale et permanente de la Paix De la anarquía y sus dos causas principales Dos cartas de Sarmiento a Alberdi

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BIBLIOGRAFÍA GENERAL Obras de J. B. Alberdi Correspondencia epistolar Sobre Alberdi y su época Acerca de la guerra y la paz

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In memoriam Ricardo RodrĂ­guez



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PALABRAS LIMINARES

Entre los aceros de la guerra quizá todo hombre barrunte para sí lo que (la poeta) Marina Tsvétaïéva pensaba sobre ella misma ante la travesía de ese mismo horror: Soy la sombra de una sombra. Evanescencia de la carne en los trasuntos del dolor. Estas sombras coinciden aquí con las ausencias que evocan las palabras; como si ellas fueran desde siempre testigo mudo y ciego de la imposibilidad de nombrar, del desacierto de la pretensión de trazar el perfil preciso de las cosas, de la inmensa decepción de lo humano: Persigue nombres que no se dejan nombrar ( Juan Gelman). Sombra de una sombra es la escritura, y, sin embargo, pesa sobre ella el destino –casi la vocación– de ser pulsión de luz. Filo de verdad abriendo la corteza de la letra (Buenaventura), esa costra que desabriga las cosas de su propia médula. Como todo libro, este también es fruto de un largo proceso de convergencia, una escritura sobre escritura donde las aguas se han juntado en una conciliación nada fácil. Labor que también entreteje, en el revés de la memoria, la sombra de los sueños que dan sinrazón al incomprensible oficio de escritor (Cortázar). Tal vez aquí se anude la lengua que pronuncia su destino como ojos que saltan hasta las cosas para hacer del estropicio el intento de un mundo: …todo pájaro suyo sólo ahí puede cantar y abrir alas a su verano y se alza como una sed de mundo ( Juan Gelman). Así como Cortázar imaginara para el Libro de Manuel, todo texto obra un sueño en el centro de su desconcierto. Clave de esa convergencia que estrecha y derrama el cauce heterogéneo y difuso de ese delta impreciso que es la escritura. También El crimen de la guerra descarna en su revés anhelos rasgados de la frágil condición humana. Pero ahora el sueño de la paz desvela al hombre ante la inconmensurable impotencia de ser. Y no habrá escritura que dé cuenta de ese fracaso. Con este -su perfil profundo que casi siempre coincide con el nombre de realidad. La palabra que fragua escritura hurga el oficio de entender y abruma su paso en la experiencia de no comprender lo que busca. Es que toda comprensión, si se sabe honesta, nace en el instante de luz en que las sombras develan lo que son en la impotencia de abrazarlas: no separes el sí del no (Paul Celan). Como entre nieblas las cosas emergen de una nada que las oculta y hace posibles. El oficio de entender también puede ahogarse en la vanidad de creer que comprendemos las obras del tiempo. Y allí sólo es posible asomarse con lámparas alimentadas de espanto. Gesto de quien arde sin tregua soportando la quemadura central que avanza como la madurez paulatina en el fruto, manotazos de quien sabe ser el pulso de una hoguera en esta maraña de piedra interminable (Cortázar). Eso querría ser la labor de comprender: fábula, escritura. Pues de qué sirve la verdad que tranquiliza al propietario honesto? Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura… Una escritura que arriesga lo que busca, que se expone a los horizontes del tiempo en su estatura diversa. Que urde claridades a despecho de penumbras e incertidumbres. Que sabe de su opacidad, pero acomete –en sencillez– la osadía de imaginar. Justamente, el estudio y presentación de El Crimen de la guerra, que este texto procura, es así un trabajo de tramas en la conjunción de escrituras donde el pasado abre futuro en la magnitud de lo perfectible. Los hombres inventamos el pasado bajo el instante que arrebata nuestro presente, como un ancla lanzada desde la popa del


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andar incierto. Inventamos para ser. Urdimos telas para dar con la noche, su misterio, su verdad. Noche de la existencia que se nos esconde bajo la pálida astucia de la razón, pero que finalmente nos cobija en su desnudo misterio. Escritos en palabras que, como en este caso, atesoran una fuerza reflexiva (Odiseas Elytis) que nos alienta a navegar hacia el sino profundo de las cosas humanas como la paz o la guerra. La labor de escritura que desplegó Alberdi y la infatigable lectura en la que Élida Lois articuló el revés de aquella forja, sugieren la hondura de esa invención que ahora es de ambos y a cuyo respiro el compromiso de escribir hila y juega el propio y secreto riesgo de vivir. Carlos Ruta


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Serie Archivo Alberdi Presentación El archivo y el proyecto de edición

En el Archivo “Alberdi” de la Fundación “Jorge M. Furt” se conserva un importante fondo documental: 119 libretas y hojas sueltas con apuntes, borradores y originales autógrafos; 7190 cartas cuyo destinatario fue Juan Bautista Alberdi (fechadas entre 1832 y 1884 –el año de su muerte–, y la mayoría firmadas por figuras de importante actuación pública); 225 piezas epistolares intercambiadas entre terceros –aunque conectadas con el repertorio nuclear–; legajos con textos ensayísticos y documentación jurídica, diplomática, política y privada; legajos con escritos de terceros.1 Ese fondo documental (en su mayor parte, inédito o defectuosamente editado) contiene valiosa información para estudiar la escritura y el pensamiento alberdianos, así como la vida política y cultural de nuestro país. Dada la importancia de la figura de Alberdi como estadista, jurisconsulto y escritor, y la repercusión de su obra escrita en la formación del Estado Argentino, se considera indispensable dar a conocer en ediciones fidedignas los cuantiosos materiales de su archivo.

Sobre la base del análisis de los borradores se están preparando ediciones genéticas y ediciones crítico-genéticas anotadas. También están en curso de preparación ediciones críticas anotadas del epistolario. Nadie se había introducido aún en el “taller de escritura” de Juan Bautista Alberdi porque sus borradores nunca fueron estudiados como tales. El despliegue de los procesos de génesis escritural (el inventario de rectificaciones, vacilaciones, supresiones, interpolaciones) y su interpretación remiten desde los vaivenes discursivos a los conflictos ideológicos que los provocan. Desde esta perspectiva, entonces, se abre una nueva línea de investigación. En cuanto al archivo de correspondencia, se procurará –siempre que resulte posible– publicar intercambio epistolar; con ese objetivo, se están relevando en repositorios públicos y privados (tanto en el país como en el exterior) las piezas que Alberdi intercambió con los remitentes de las que se conservan en la Fundación Furt.2 La correspondencia epistolar contiene valiosa información para penetrar en la intimidad de sucesos históricos. Las cartas –en un discurso en que la vida pública se entrecruza permanentemente con la vida privada– encierran ideas, reflexiones, comentarios, impulsos, designios, pasiones, en suma, testimonios de una red de resortes que han movido los actos políticos que fueron trazando un proyecto de Nación.

1) Esta documentación se encuentra en el Archivo y Biblioteca de la Fundación “Jorge M. Furt” (presidida por Etelvina Furt de Rodríguez y patrocinada por la Universidad Nacional de General San Martín), en la Estancia “Los Talas” de Luján (provincia de Buenos Aires). Ver Archivo Alberdi (Archivo Epistolar, catalogado por Ricardo Rodríguez), San Martín, Escuela de Humanidades, UNSAM, 2004 (CD-Rom que contiene, además, información sobre el establecimiento rural “Los Talas” –fundado en 1824– y sobre la obra de Jorge M. Furt). Ver, también, Ricardo Rodríguez, Biblioteca y Archivo Furt. Buenos Aires, Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, 1991. 2) Lamentablemente, no se conservan en el Archivo Furt copias autógrafas ni apógrafas de las cartas que Alberdi envió a sus corresponsales.


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Archivo Alberdi

La preservación y la reproducción de todos esos documentos se consagra a la empresa de salvaguarda de la memoria escritural argentina, y junto con la vocación de hacer leer el futuro en el pasado, a esa empresa se suma el intento de fogonear una teoría de la cultura aportando nuevos datos acerca de las condiciones y las estrategias de producción textual.

La problemática editorial de los Escritos Póstumos

La mayor parte de las libretas del Archivo Alberdi contienen los borradores que sirvieron de base para editar los Escritos Póstumos, edición de 16 tomos que duplicó en volumen la obra impresa en vida del autor y se dio a conocer entre 1895 y 1901.3 Pero contienen, además, páginas jamás publicadas. Inhallables desde hace más de cinco décadas, los Escritos Póstumos fueron reeditados en 2003 por la Universidad Nacional de Quilmes, que así contribuyó a difundir materiales fundamentales para el estudio del pensamiento argentino. No obstante, se trata una vez más de una reedición de la primera publicación de esos Escritos, ya que sus textos no fueron cotejados con los manuscritos ni se incorporaron los trabajos que aún permanecen inéditos. Como sólo se conservaban borradores (es decir, como no existieron originales “autorizados” por el autor), los responsables de la 1ª edición los ordenaron con criterios discutibles en busca de una coherencia impropia de la escritura en proceso: modificaron su secuencia temporal y los reagruparon en capítulos para los que crearon títulos; así, alterando la progresión del discurso y su marco paratextual, se tergiversó muchas veces el pensamiento del autor. Por otra parte, como el arduo desciframiento que imponen las grafías alberdianas dio origen a numerosísimas erratas4 y como las publicaciones subsiguientes fueron preparadas sobre la base de la 1ª edición, se considera indispensable encarar la preparación de ediciones genéticas y crítico-genéticas de ese sector sustancial de la obra alberdiana. El propio Alberdi, ante la eventualidad de que ya no le quedase tiempo de vida para dar forma definitiva a numerosos bosquejos (con el tiempo, esta sensación se transformó en la “certeza” de que eso ya no sería posible) e indeciso con respecto a la conveniencia de publicar escritos fuertemente críticos acerca de procesos y protagonistas de la política argentina, vivió conflictivamente el deseo de que se conocieran sus trabajos inéditos. En la 9ª cláusula de un testamento fechado en París el 11 de julio de 1869, declaraba: Ruego a mi Albacea que todos mis papeles que no sean meramente documentales se destruyan y quemen absolutamente, a su vista si fuese posible, sin permitir la publicación de ningún autógrafo o manuscrito inédito mío, porque nada dejo escrito para ver la luz después de mis días.5

Mi resaltado destaca el asomo de un sintagma que en los borradores de El crimen de la guerra (justamente, en esos días comenzó su redacción)6 se irá cargando de una dimensión 3) J. B. Alberdi, Escritos póstumos, Buenos Aires, 1895-1901, 16 tomos: Imprenta Europea, 1895-1897, I-V; Imprenta Alberto Monkes, 1898-1900, VI-XI; Imprenta Juan Bautista Alberdi, 1900-1901, XII-XVI. 4) A las erratas se suma la intervención voluntaria (generalmente, desacertada) con propósitos de enmienda. 5) Cf. A. O. Córdoba, Los escritos póstumos de Alberdi, Buenos Aires, Ediciones Teoría, 1966, p. 33.


Presentación

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simbólica: ‘presentar a la luz del día’ se verá como la antítesis de ‘tramar juegos de poder en lugares recónditos’: Su primer trabajo político fue la promoción de una Logia o sociedad “secreta”, que ya no podía tener objeto a los dos años de hecha la revolución de libertad, que se podía predicar, servir y difundir a la luz del día y a cara descubierta.7

Sintomáticamente, en el dossier genético de Peregrinación de Luz del Día o viajes y aventuras de la Verdad en el Nuevo Mundo,8 listas de posibles títulos barajan términos que connotan anonimato y oscuridad antes de incluir la denominación “Luz del Día”, en tanto se va tejiendo y destejiendo en la trama una compleja simbología; por otra parte, la obra fue publicada anónimamente (aunque la abreviatura “A.” –que ya había sido utilizada por Alberdi– permitía individualizar al autor).9 Por entonces, ese vaivén entre ocultar o divulgar pareció encaminarse hacia una definición. En 1874, Alberdi declaraba la determinación de difundir sus escritos inéditos y lo expresó claramente en Palabras de un ausente: La historia y la prueba de mi vida pasada lejos de mi país están consignadas en mis escritos publicados y en mis escritos inéditos, que un día conocerá mi país.10

Es evidente que la voluntad de difusión estaba acompañada por la decisión de dar forma definitiva a borradores y apuntes, y hay testimonios de que había emprendido esa tarea hacia 1878;11 no obstante, la operación le resultaba muy ardua. Ernesto Quesada, que lo visitó en 1879, evoca así supuestos dichos de Alberdi: Yo me siento fatigado para revisar mis manuscritos y convengo en que debería hacerlo porque no todos se encuentran listos para la impresión. Me preocupa hondamente ese problema póstumo y a veces me atormenta la tentación de destruir lo escrito.12

En esta etapa, pesaba su conciencia de escritor-pensador en el balanceo de sus incertidumbres. Las obras publicadas en vida de Alberdi tuvieron, en principio, una factura cuidadosa, y en su correspondencia privada de la época –particularmente, en el Epis6) Alberdi inició la redacción de El crimen de la guerra después del 29 de junio de 1869. Ver infra “Testimonios del proceso escritural”. 7) Los resaltados son míos. Ver infra f. 74 r. en la edición crítico-genética publicada. 8) Peregrinación de Luz del Día o viajes y aventuras de la Verdad en el Nuevo Mundo. Cuento publicado por A, Miembro Correspondiente de la Academia Española, Buenos Aires, Carlos Casavalle Editor, s. f. [1874]. Su nutrido dossier genético será editado por UNSAM EDITA en esta Serie. Alberdi no solía guardar los borradores de las obras ya publicadas, pero en este caso particular, el designio de escribir una continuación (que comenzó, pero quedó trunca) parece haber justificado su conservación. 9) Mariano A. Pelliza titula sin rodeos “Luz del día, última producción del Dr. Alberdi” una nota bibliográfica (La Nación, junio 24 de 1875), republicada en Críticas y bocetos históricos, Buenos Aires, Casavalle, pp. 238-241. Ver “Seudónimos utilizados por Alberdi”, en A. O. Córdoba, Bibliografía de Juan Bautista Alberdi. Buenos Aires, Biblioteca de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales, Serie II, Nº 2 - Abeledo-Perrot, 1968, p. 23. 10) J. B. Alberdi, Palabras de un ausente en que explica a sus amigos del Plata los motivos de su alejamiento, París, Imprenta Pablo Dupont, 1874, p. 15. 11) Ver Carta de Arturo Reynal O’Connor a Manuel Bilbao, publicada en La Libertad (Buenos Aires), septiembre 23 y 24 de 1878. 12) Cf. Ernesto Quesada, “Una conversación con Alberdi. A propósito de sus escritos póstumos”, en El Tiempo (Buenos Aires), agosto 6 de 1897.


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Archivo Alberdi

tolario inédito Alberdi-Benites (1864-1883)–,13 se registran claros testimonios de este tipo de preocupaciones. En una serie de esquelas que se suceden hacia 1870 en relación con el envío adjunto de originales que Benites se apresta a publicar y acerca de los cuales pide opinión, las críticas de Alberdi tienen que ver con secciones que parecen “meros apuntes para redactar un artículo” o con algún pasaje “lleno de repeticiones, que lo hacen pesado y oscuro”; además, revelan su obsesión por el perfeccionamiento cuando aconseja demandar numerosas pruebas de imprenta (“cuatro o seis pruebas”).14 El 13 de junio de 1881, en Buenos Aires –probablemente con ánimos de conciliación política y en tanto espera ser nombrado nuevamente representante argentino en Francia–, Alberdi firma un nuevo testamento en el que no modifica la actitud del anterior frente a los escritos inéditos: Deseo que mis albaceas de París y Londres no dejen venir a América ninguna parte de mis trabajos literarios inéditos y manuscritos, ni permitan que allá ni aquí se publiquen tales como están, pues son simples materiales para componer libros más bien que libros ya compuestos.15

Pero dos meses después, enfermo y desengañado, emprenderá el viaje hacia su último autoexilio. Particularmente, el hecho de que la prensa porteña continúe difundiendo las críticas que sigue despertando en su país amargará sus años finales y, en un último testamento –protocolizado en París el 20 de mayo de 1883–,16 no se hace ninguna mención de los escritos inéditos dejando así abierta la vía para su publicación. La vasta erudición de Alberdi, unida siempre a su vocación por interpretar fenómenos sociales, estaba en permanente proceso de actualización, y esta voluntad es testimoniada por sus escritos.17 Pero esa dinámica intelectual no ha sido específicamente estudiada en el “hacerse” de la escritura.

Ediciones genéticas y ediciones crítico-genéticas

Una “edición genética” se define por oposición a una “edición crítica” remarcando, en particular, diferentes metas: en tanto la edición crítica se propone ofrecer a la lectura un texto, la edición genética tiene por ob­jetivo hacer leer pre-textos.18 Se denomina, enton­ces, “edición genética” la que presenta, exhaustivamente y siguiendo el orden cronológico de su aparición, los testimonios de una génesis escritural.19

13) Epistolario inédito Juan Bautista Alberdi-Gregorio Benites (1864-1883). Edición crítica de Élida Lois y Lucila Pagliai. Estudios históricos de Ricardo Scavone Yegros y Liliana Brezzo. Coedición de Academia Paraguaya de la Historia-Fundación Furt-UNSAM, Asunción, Fondec, 2007, 3 tomos. 14) Cf. piezas epistolares de J. B. Alberdi a G. Benites, AGN, MHN-Legajo 62, Cat. 10285 y Cat. 1093. Se trata de esquelas “s. l.” y “s. f.” que habrían sido enviadas mediante mensajeros y tuvieron que ser redactadas en París hacia 1870. 15) Cf. A. O. Córdoba, Los escritos póstumos de Alberdi, op. cit., p. 40. 16) Ibid., p. 43. 17) A título de documento crítico, se recoge un comentario de José Ingenieros (que se refiere a los Estudios económicos incluidos en el Tomo I de los Escritos póstumos): “Es difícil que ningún otro americano estuviera, en su época, más al corriente de las nuevas direcciones sociológicas; es seguro que en ninguno puede seguirse mejor el rastro de toda la evolución filosófica del siglo XIX” (Obras completas, Buenos Aires, Ediciones Mar Océano, 1961, p. 202).


Presentación

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La escritura se ofrece como una combinatoria de operaciones múltiples y heterogéneas: sustituciones verticales, desplazamientos, interpolaciones, expansiones, supresiones, reducciones, conexiones, desgajamientos, intersecciones, etc. Su dinámica responde a una tensión que hace de la recursividad su principio constitutivo: la escritura es reescritura. Así, una edición genética se postula como la transcripción de ese proceso significativo fracturado y multidimensional que rompe con la ilusión de linealidad a la que nos tiene acostumbrados la letra impresa. Representando ese proceso y buscando formas de hacerlo legible, una edición genética pretende ser una máquina de leer los testimonios arqueológicos de una producción intelectual. Se distinguen tres tipos principales de ediciones genéticas: las ediciones facsimilares acompañadas de una transcripción, las ediciones genéticas propiamente dichas (que todavía hoy siguen siendo las ediciones en soporte-papel) y las ediciones genéticas electrónicas (que están comenzando a desarrollarse). Pero los documentos que se editan en la Serie Archivo Alberdi interesan también como “textos” (por más que por su carácter de borradores haya que asignar esta categoría a la última etapa escritural registrada). Es por eso que las ediciones en soporte papel serán crítico-genéticas: darán protagonismo al texto, pero además brindarán la información y los recursos imprescindibles para “hacer leer génesis”. Con ese fin, el establecimiento del último estadio escritural registrado en los manuscritos se edita no sólo acompañado de un aparato crítico (una fundamentación de la determinación textual): sino también de una anotación genética que reproduce la temporalidad de las reescrituras. Por otra parte, los estudios preliminares ofrecen pautas destinadas a facilitar la legibilidad de la dinámica escritural además de aportar la imprescindible contextualización de una lectura interpretativa, en tanto que apéndices complementarios, ilustraciones, gráficos, tablas temáticas y bibliografías enriquecen los aportes de los materiales presentados. Acompañará, además, la edición en soporte-papel un CD-Rom con la reproducción de los manuscritos autógrafos de Juan Bautista Alberdi poniendo así a disposición de los investigadores el corpus documental mismo.

18) El concepto de “pre-texto” es la categoría descriptiva fundadora de una crítica genética. Se denomina así a los documentos escritos –por lo general, y preferiblemente, manuscritos– que, agrupados en conjuntos coherentes, constituyen la huella visible de un proceso creativo. Se señalan dos grandes categorías de pre-textos: “prerredaccionales” (documentación, notas preparatorias, esquemas, esbozos, planes) y “redaccionales” (material ya directamente consagrado a la textualización: borradores, copias sucesivas con reescrituras, pruebas de página con correcciones del autor). 19) Ver A. Grésillon, Éléments de critique génétique. Lire les manuscrits modernes, Paris, PUF, 1994; E. Lois, Génesis de escritura y estudios culturales. Introducción a la crítica genética, Buenos Aires, Edicial, 2001.



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El crimen de la guerra Estudio Preliminar PENSAR LA GUERRA DESDE UNA “SOCIEDAD INTELECTUAL” PACIFISTA El período histórico que abarca el último tercio del siglo XIX y los comienzos del XX, marcado por el afianzamiento de los nacionalismos europeos y por el imperialismo triunfante de las Grandes Potencias –que se reparten el mundo y los pueblos–, culmina con las atrocidades de la Primera Guerra Mundial. No obstante, paradójicamente, ese período fue uno de los más fructíferos en conceptualizaciones e iniciativas a favor del avance de la Humanidad; en particular, surgieron propuestas audaces con el fin de obtener y asegurar la paz y el progreso universal. Fue una época de proyectos y utopías, pero también de actividades concretas y hasta de algunos logros (numerosas asociaciones pacifistas nacionales e internacionales, congresos universales sobre la paz, asambleas de legisladores y conferencias de diplomáticos para tratar medidas antibélicas). Si bien la búsqueda de medidas y métodos apropiados para el mantenimiento de la paz entre los pueblos es casi tan antigua como la constitución de las entidades políticas, el establecimiento de postulados para obtener la utopía de la paz perpetua entre las Naciones se vuelve recurrente en los filósofos de la Modernidad. A partir de 1742, año en que el abate de Saint-Pierre publica su célebre Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe, aparecieron numerosas obras consagradas al tema, hasta el punto de que resulta muy arduo para los investigadores determinar con exactitud cuáles fueron las fuentes del Proyecto de paz perpetua de Emanuel Kant. Así, la elaboración de una “filosofía de la guerra” por parte de Kant, Volney, Fichte, Hegel y otros,21 se inscribe en una tradición de pensadores que sienten que la Filosofía no puede circunscribirse a la búsqueda del Ser y que un filósofo no puede desentenderse del hombre estremecido por la angustia frente a la violencia y la muerte. Por otra parte, la guerra ocupa un espacio preciso en los principales cuerpos conceptuales de la filosofía política. En el marco de la filosofía de la Ilustración –cuya concepción del Estado apuntaba a un horizonte humanista y universalista–, la guerra se inscribía en el discurso político de la Revolución Francesa como guerra revolucionaria (los ciudadanos en armas con la finalidad de aportar los derechos del hombre al género humano), una concepción que –aunque no sea intrínsecamente perversa en sus principios– podía tergiversarse. Desde una posición opuesta, en el marco de la filosofía romántica –en especial a partir de Schlegel, que con su crítica a cualquier forma de humanismo abstracto proclama la absoluta heterogeneidad de las culturas nacionales y 21) Obras de Kant, Volney y Fichte, citados frecuentemente –al igual que el abate de Saint Pierre– en El crimen de la guerra y en otros escritos del autor, integraban la biblioteca de Alberdi. En cambio, Alberdi jamás cita a Hegel, aunque la influencia del idealismo alemán le llega de manera indirecta a través de otros autores que había leído muy atentamente: Herder, Lerminier, Cousin. En El crimen de la guerra, tampoco hay menciones de La Guerre et la Paix de Proudhon (1861).


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considera irreductibles las diferencias que distinguen entre sí a las diversas comunidades–, la nacionalidad es vista como un valor que hay que conservar a cualquier precio contra todo lo que amenace desnaturalizarla. Dentro de esa lógica, la guerra con las demás naciones es una posibilidad abierta y las relaciones internacionales son pensadas sobre un fondo de guerra latente, con la colonización del vencido como meta (nunca con su integración). 22 A fines del siglo XIX, particularmente, surgen movimientos organizados que militan a favor de la instauración de un orden pacífico universal y emprenden tareas de investigación que se relacionan con el progreso de las ciencias sociales, al mismo tiempo que su acción contrasta con las destrucciones provocadas por guerras sucesivas y la eclosión tecnológica de los instrumentos mortíferos, resultado de las importantes innovaciones técnicas e industriales que volvieron la guerra más temible y más costosa que nunca. La propuesta de estos movimientos pacifistas consiste en una visión del mundo en la que debe proscribirse la guerra porque entorpece el desarrollo científico y las innovaciones industriales y porque resulta nefasta para el desarrollo de la democracia (un sistema político que no puede funcionar plenamente en un sistema de guerra), y el hecho de que al leer las obras de historia general o de historia diplomática prevalezca la impresión de que estas organizaciones han tenido débiles ecos desdibuja su envergadura. Las ideas pacifistas, su expansión y su audiencia están estrechamente ligadas al contexto político, económico, social y científico de la época y a la actuación de personalidades con vínculos sociales y políticos vastos y complejos, que se proyectaron en los parlamentos y los intentos de interrelación parlamentaria. En 1899, la Primera Conferencia de la Paz de La Haya habría de mostrar los frutos de las uniones interparlamentarias y de los proyectos pacifistas impulsados por varias cancillerías, actividades interrelacionadas, también, con los intentos de manejar mecanismos de control de un equilibrio internacional que podía modificarse muy rápidamente a partir de la evolución de relaciones de fuerza impuestas por los diferentes desarrollos armamentistas. En esta línea, una serie de conferencias internacionales se inscribiría en un juego político encaminado a la búsqueda de un equilibrio de fuerzas. Pero los orígenes del movimiento pacifista se sitúan varias décadas más atrás de la Conferencia de la Paz de La Haya en 1899. Hubo numerosas organizaciones pacifistas: internacionales, nacionales, locales. Su historia se confunde tanto con la del internacionalismo como con la de las ideas pacifistas, pero la mayoría de esas organizaciones desaparecieron casi sin dejar rastros.23 Una visión retrospectiva de la historia del movimiento pacifista reconoce la presencia de una minoría de individuos convencidos de constituir una élite con la misión de esclarecer a la opinión pública y a los gobiernos acerca de las calamidades de la guerra. El surgimiento de estas élites constituye un hecho novedoso en la historia cultural de la Humanidad desde el momento en que se apunta a promover la formación de un espíritu pacifista fortaleciendo la fraternidad entre las Naciones, el acercamiento de los pueblos, el progreso general. Una comunidad de ideas de filósofos, escritores y políticos 22) Véase Alain Renaut, “Lógicas de la nación”, en Gil Delanoi y Pierre-André Taguieff (comp.), Teorías del nacionalismo (trad. esp.). Barcelona-Buenos Aires-México, Paidós, 1993, pp. 37-62. 23) Véanse Merle (1966) y Lange & Schou (1919, 1954, 1964).


Estudio preliminar

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(Kant, Buckle, Spencer, Cobden, Saint-Simon, Fourier, Victor Hugo, Mazzini, Garibaldi, etc.) daba sustento en materia de propuestas encaminadas a la meta de la paz general: la neutralidad de los pequeños Estados, el arbitraje obligatorio, la federación europea (ya que la dominante perspectiva eurocéntrica identificaba un continente con el Universo). Grupos heterogéneos confluían en estos ideales: liberales, socialistas, aristócratas, profesionales de la alta clase media, juristas, economistas, periodistas, profesores universitarios, maestros, preceptores, feministas, agrupaciones religiosas y laicas, masones, asociaciones de jóvenes, así como algunos legisladores, diplomáticos, artistas, industriales y banqueros. Por la acción de estos grupos, el pacifismo se transformó en una corriente social, lo que facilitó la multiplicación de intercambio de información y de encuentros nacionales e internacionales. De todas maneras, no se trataba, en principio, de propugnar un quebrantamiento del orden político y económico vigente: la cuestión de la soberanía del Estado y las exigencias de la seguridad nacional no fueron, en principio, cuestionadas por esas agrupaciones, que se veían a sí mismas, fundamentalmente, como asociaciones de intelectuales. En este sentido, son reveladoras estas manifestaciones que el pacifista portugués Magalhaes Lima vertió en un encuentro celebrado en París: Français, Allemands, Belges, Italiens, Portugais, nous nous trouvons ici réunis et identifiés par la même pensée, par le même sentiment, par la même volonté. Nous sommes des frères, des camarades, c’est dire que nous sommes solidaires les uns des autres. Pour les intellectuels les frontières n’existent pas. L’intellectualité, c’est le prolongement de notre âme, de notre patrie, de notre bonheur.24

El Congreso de la Paz celebrado en Ginebra en 1867 estableció los fundamentos para una aproximación entre pacifistas de diferentes países y distintas tendencias. Como resultado de esos acercamientos, se concretó la fundación de la Ligue de la Paix et de la Liberté,25 con sede en Berna, que perduró hasta bien entrado el siglo XX. Uno de sus principales animadores fue el sansimoniano Charles Lemonnier, que desde el comienzo propugnó la formación de federaciones internacionales y promovió la democracia, el fortalecimiento del civismo, la justicia social y el diálogo abierto entre distintas agrupaciones políticas (aunque con el correr del tiempo esta liga se desprendió de su minoría socialista) y orientaciones confesionales diversas. Es cierto que antes se habían creado numerosas asociaciones, sobre todo en Estados Unidos, en Gran Bretaña y en Francia, pero esas primeras tentativas –en general, de inspiración religiosa– fueron esporádicas y estaban desprovistas de una auténtica dimensión internacional. También en 1867, se fundó en París la Ligue internationale et permanente de la Paix, cuyo principal propulsor fue Frédéric Passy,26 secundado por el industrial alsaciano Jean Dollfus y numerosas personalidades liberales (Michel Chevallier, Édouard-René de Laboulaye, Frédéric Bajer, Cesare Cantu, Justus von Liebig, entre otros). Esta asociación congregó a un público vasto, buscó el diálogo con diversas tendencias políticas y 24) Citado por Grossi (1987, pp. 59-60). 25) Véase Molnar (1987, pp.17-36). 26) Frédéric Passy (1822-1912) era jurista y economista, partidario entusiasta del librecambio. Fue diputado en 1881 y, como tal, en 1889 colaboró en la creación de la Union interparlementaire. Fue miembro del Bureau international de la Paix y en 1901 recibió el Premio Nobel de la Paz.


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Convocatoria de la Ligue internationale et permanente de la Paix a un premio destinado a un ensayo sobre el tema Le crime de la guerre dénoncé à l’Humanité.

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se esmeró por exhibir apertura confesional (el Padre Gatry, el Pastor Martin-Paschoud, y el Gran Rabino Isidor figuraban entre sus miembros conspicuos).27 De todas maneras, el consecuente rechazo que la Ligue de la Paix et de la Liberté mantuvo frente a ellos testimonia la presencia de importantes fracturas ideológicas entre las distintas asociaciones pacifistas.28 En enero de 1869, la Ligue internationale et permanente de la Paix convocó a un premio destinado a un ensayo sobre el tema Le crime de la guerre dénoncé à l’Humanité.

LE CRIME DE LA GUERRE DÉNONCÉ À L’HUMANITÉ En vísperas del apogeo del kaiserismo prusiano, los integrantes de la Ligue trabajaban activamente: reuniones, conferencias y publicaciones difundían con entusiasmo ideales pacifistas.29 Pero la guerra franco-prusiana –que estalló en 1870– interrumpió abruptamente su labor, y sus integrantes debieron exiliarse. Entre tanto, la convocatoria al premio ya había sido suspendida de hecho: los aspirantes debían entregar sus trabajos antes del 31 de enero de 1870, pero en los últimos meses de 1869 ya no puede hallarse ninguna mención del certamen.30 En ese contexto de situación Alberdi había comenzado a redactar un ensayo sobre El crimen de la guerra, que dejó inconcluso a pesar de haber avanzado sensiblemente en el proyecto de escritura.

Eje temático y perspectiva de análisis

En el centro de las esperanzas y de la sensibilidad ética modernas está la convicción de que la guerra, aunque inevitable, es una aberración. Esta reflexión de Susan Sontag, que condensa la posición moral moderna frente a la guerra, contiene dos aserciones en tensión:

27) Ver Grossi (1987, pp. 65-69) y Molnar (1987, pp. 22-24). La Ligue internationale et permanente de la Paix no era, entonces, una “asociación religiosa”, como afirma Gerardo Ancarola en el Prólogo a una reciente edición de El crimen de la guerra (Buenos Aires, Librería Histórica, 2003, p.11). 28) Los miembros de la Ligue de Berna los consideraban “bonapartistas”, dado el momento histórico de su fundación (por otra parte, en los discursos de sus miembros no estaban ausentes las respetuosas menciones al Emperador), y mantuvieron un firme rechazo ante todas las gestiones de acercamiento que llevó a cabo Passy, tanto durante la guerra franco-prusiana como después. 29) Première assemblée générale 8 juin 1868, Paris, Bibliothèque de la Paix, publiée par les soins de la Ligue internationale et permanente de la Paix, Guillaumin et Cie, 1868; Les Maux de la Guerre et les bienfaits de la Paix. Première réunion publique tenue à Paris le 10 Février 1869, Paris, Bibliothèque de la Paix, publiée par les soins de la Ligue internationale et permanente de la Paix, Guillaumin et Cie, 1869; Deuxième assemblée générale 24 juin 1869, Paris, Bibliothèque de la Paix, publiée par les soins de la Ligue internationale et permanente de la Paix, Guillaumin et Cie, 1869; Bariéty, J. & A. Fleury (edits.), Mouvements et initiatives de paix dans la politique internationale: 1867-1928, Berne, Association internationale d’histoire contemporaine de l’Europe, Berne, P. Lang, 1987. 30) De acuerdo con los registros de las actividades de la Ligue, el primer premio que concedió fue adjudicado en 1872 a M. Mézières por una obra titulada La Polémomanie. De todas maneras, después de la guerra francoprusiana la Asociación no pudo reconstituirse fácilmente; sobre todo, tuvo grandes dificultades para conservar su carácter internacional. No tardó mucho en convertirse en una Société française des amis de la paix, y más tarde en la Société française pour l’arbitrage entre nations.


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A. La guerra es una aberración. B. La aberración es inevitable. En el concepto de “Derecho de las bestias” elaborado por Cicerón en el Libro I de De officiis ya estaba presente la figura del oxímoron, que envuelve fatalmente el planteamiento de la cuestión de la guerra traduciendo la conmoción intelectual que provoca.31 Pero cuando el rechazo de lo aberrante conmociona tan profundamente como la constatación de su inevitabilidad, el pensamiento enfila hacia la utopía, y Juan Bautista Alberdi –el más realista de nuestros pensadores utópicos– se abocó a responder al reto de enfrentar esa tensión desde la perspectiva de la jurisprudencia y la filosofía política. Importa destacar que las primeras organizaciones pacifistas insistieron en planteos filosóficos, políticos, culturales (ética humanista, defensa de la libertad del individuo, federaciones de estados, neutralidad, reducción del armamentismo, fomento de la educación, la industria, el comercio). Sin embargo, sólo después de la guerra francoprusiana empezarán a tomar progresiva importancia los planteamientos jurídicos: en el Vème Congrès à Lausanne (septiembre de 1871) aparece en el Orden del Día (aunque no entre los puntos principales) el ítem “Droit politique et international”. A partir de entonces, el discurso jurídico irá ocupando cada vez más espacio.32 En esa línea, el proyecto escritural de El crimen de la guerra –interrumpido hacia 1870– aporta una contribución pionera. Así lo reconoce en 1912 –más de 40 años después– Thomas Baty, por entonces Secretario de la Asociación de Derecho Internacional, cuando encomienda su traducción al inglés y decide prologarla.33 El discurso alberdiano sobre la guerra se inscribe en un espacio de inserciones múltiples. El punto de arranque se relaciona directamente con la citada convocatoria de la Ligue internationale et permanente de la Paix, pero sustenta su discurso una historia de las reflexiones sobre la guerra provenientes del campo de la filosofía y del derecho; además, si bien incide el contexto político y cultural europeo, también pesan en sus disquisiciones las experiencias bélicas sudamericanas (particularmente la contienda más cercana –la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay–, en la que Alberdi se ha involucrado ampliamente con la pluma):34 así, el proceso histórico del pasado se inscribe en el presente, y las calamidades hispanoamericanas se enlazan con las europeas.

31) Cf. § 42 de los borradores de El crimen de la guerra. 32) Ver Molnar (1987, pp. 17-36). 33) J. B. Alberdi, The crime of war, London-Toronto, I. M. Dent, 1913 (traducido por E. J. Mac Connell; prologado y anotado por Thomas Baty). 34) J. B. Alberdi, Las disensiones de las repúblicas del Plata y las maquinaciones del Brasil, París, Librería E. Dentu, 1º de marzo de 1865; Los intereses argentinos en la guerra del Paraguay con el Brasil. Carta dirigida por J. B. Alberdi a sus amigos y compatriotas, París, Imprenta Rivadavia, Simon Racom y Cum, julio de 1865; La crisis de 1866 y los efectos de la guerra de los aliados en el orden económico y político de las repúblicas del Plata, París, Imprenta de Dubuisson et Cie., febrero de 1866; Tratado de la Alianza contra el Paraguay, firmado el 1º de mayo de 1865, por los plenipotenciarios de la República Oriental del Uruguay, del Imperio del Brasil y de la República Argentina. Traducción literal del texto publicado por el gobierno británico, París, Imprenta de Dubuisson et Cie.; Las dos guerras del Plata y su filiación en 1867. Carta dirigida por J. B. Alberdi a sus amigos y compatriotas, París, Imprenta Hispano-americana, 1867; El Imperio del Brasil ante la democracia de América. Colección de los últimos escritos dados a luz por don J. B. Alberdi, ex Ministro de la República Argentina en París y Londres, París, Imprenta A. E. Rochette, 1869.


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En el proceso de construcción nacional argentino, Alberdi fue la figura política que más se acercó al prototipo de “intelectual puro”, en tanto instancia reflexiva que procura mantener su autonomía respecto de la esfera del poder político (nunca fue –ni quiso ser– hombre de “partido”). Dos de sus obras representan dos momentos bien diferenciados en su oficio de “pensador de la nación”: el Fragmento preliminar al estudio del Derecho y Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, derivados de la ley que preside al desarrollo de la civilización en la América del Sud... Ya en esos beginnings del Fragmento preliminar, había debutado asumiendo una delicada mediación, una función que reiterará a lo largo de su vida intelectual y que puede metaforizarse –retomando una imagen ideada con otro sentido por el propio Alberdi– en la figura del pararrayos: por un lado, absorbe descargas eléctricas (el escándalo de los unitarios –e incluso, los resquemores de amigos muy cercanos, como Miguel Cané padre–, que se suma a la consabida desconfianza del rosismo), pero también busca facilitar la comprensión, la supervivencia y el progreso. Lo hace, además, procurando armonizar posiciones encontradas, preanunciando así un itinerario textual posterior que se articulará sobre dos ejes: el análisis concienzudo de una problemática histórica concreta y la búsqueda de salidas posibles. Las Bases, por su parte, convertirán a Alberdi en “el redactor de la ley” (Terán, 1996). Así, esos dos lugares de reflexión se consagran, sucesivamente, al análisis del espacio en el que habrá de constituirse el Estado (el primero) y a la construcción de ese Estado (el segundo), y casi toda la obra alberdiana se aboca, en constelación, a ese proyecto creador. Pero, si bien la construcción del poder fue un eje central de su producción programática, en el devenir de sus disquisiciones y aun en los ocasionales descensos a la arena política lisa y llana, una vocación por el análisis de los conflictos lo llevará a viviseccionar dicotomías: barbarie/civilización, campo/ciudad, interior/Buenos Aires, atraso/ progreso, tradición/cambio, voluntad (soberanía del pueblo)/razón (orden del mundo), América/Europa, localismo/universalismo, Estado-Nación/pueblo-mundo, guerra/ paz. Y en la obstinada reescritura de esas vivisecciones, ya se vislumbra en Alberdi un preanuncio de lo que será una situación de incomodidad característica del pensamiento contemporáneo: la comprensión de la insuficiencia de las oposiciones binarias para dar cuenta de fenómenos de enorme complejidad. Esa vocación por analizar tensiones lo llevará, finalmente, a entrar en conflicto con su propia línea de pensamiento. La escritura de los borradores en los que discurre sobre el crimen de la guerra lo impulsará a ejecutar una operación de desplazamiento radical: de la construcción del Poder pasará, intempestivamente, a la impugnación del Poder. Y aquí no se trata del poder político de turno –que es pasajero y que puede ser derrocado–, sino del principio de ordenamiento social que desveló tanto al joven jurista de la Generación del 37 como al próspero abogado radicado en Chile que publicó las Bases en 1852 y al anciano estadista que escribió La República Argentina consolidada en 1880 en su fugaz regreso a Buenos Aires, antes de autoexiliarse por última vez. Porque en sus análisis los problemas no suelen resolverse limitándose a catalogar los hechos en oposiciones antitéticas, el pensamiento alberdiano alcanza sus momentos más lúcidos cuando matiza, cuando resemantiza o cuando integra las polaridades en sistemas complejos. Y en el caso de los borradores de El crimen de la guerra –una obra que nunca quedó lista para ser entregada al público–, aunque encadenamientos conceptuales atravesados por tensiones dejen entrever en su base las profundas contradicciones


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del proyecto modernizador (al que Alberdi nunca se planteó renunciar), el esfuerzo por someter a un examen crítico las propias postulaciones desnuda su compromiso profundo y apasionado con el quehacer intelectual. Se ha hablado mucho de las contradicciones de Alberdi;35 sin embargo, no suelen obedecer a la pragmática de los políticos (las típicas adaptaciones a los procesos históricos que ejecutan quienes se desempeñan como actores directos de esos procesos), y a veces se trata de “rectificaciones”. Por otra parte, no sólo ya han sido señaladas por varios autores las etapas de su pensamiento político, sino que no es excepcional toparse en su discurso con fórmulas del tipo “Ahora, después de [...], pienso lo contrario porque [...]”, con las que no sólo va marcando la ejecución de ajustes periódicos en sus concepciones, sino que las explicita. El análisis de sus reescrituras revela cómo se pone en acto un pensamiento crítico que incluso se autocuestiona. Alberdi no teme pensar en contra de sí mismo porque, si bien más de una vez meditó para actuar políticamente, se hace evidente que, al menos en sus papeles de trabajo escritural, privilegia el ejercicio de pensar para comprender. De todas maneras, los análisis intelectuales no pueden desligarse de las contradicciones de su época, y a menudo, condensarlas crudamente es uno de sus legados efectivos; pero atisbarlas es sin lugar a dudas un paso más. La principal herencia de la Modernidad es la autocrítica permanente y es a partir de esa comprensión de la magnitud de lo perfectible que siempre se abren posibilidades de avance para el futuro.

Borradores enmascarados por el proceso editorial

En el año 1886, después de haber llegado a un acuerdo con los restantes herederos de su padre, Manuel Alberdi fue autorizado por la ejecución testamentaria a hacerse cargo “de los papeles inéditos del causante”,36 y una vez que los manuscritos fueron trasladados a Buenos Aires desde París (donde se guardaban “cuidadosamente empaquetados, rotulados y encerrados por el doctor Alberdi”),37 comenzó a ocuparse de su edición. En 1897 (cuando ya se habían publicado 5 tomos) y a raíz del precario estado de salud de Manuel Alberdi, el librero y editor Francisco Cruz, que ya habría estado colaborando con él en esa tarea, se hizo cargo formalmente de continuarla. 38 35) Ver, por ejemplo: E. C. Petracchi, “Contradicciones de Alberdi”, en Revista Jurídica y de Ciencias Sociales, año XLVI, Nº 1, junio de 1929, pp. 27-36; Alcides Pereyra (seudónimo de L. Soler Cañas), “Juan Bautista Alberdi y sus contradicciones”. En Reflector (Luján), año II, Nº 4, junio de 1961, pp.11-12; I. Ruiz Moreno, “Las contradicciones de Alberdi”, en El pensamiento internacional de Alberdi, Buenos Aires, Eudeba, 1969. En particular, se ha insistido en observar su acumulación en los Escritos póstumos; valga como ejemplo esta afirmación de Ricardo Sáenz Hayes “Mucho se le han enrostrado a Alberdi las contradicciones, algunas de ellas, desconcertantes, que abundan en sus escritos, de preferencia los póstumos” (Historia de la literatura argentina. Dirigida por Rafael Alberto Arrieta, Buenos Aires, Peuser, 1958, Tº II, p. 340). El tema reaparece en casi toda la bibliografía crítica aunque se lo plantee de modo menos tajante y, en consecuencia, se lo denomine de otro modo (“oscilaciones”, “vaivenes”, “fluctuaciones”, “conflictos”, “tensiones”). 36) Cf. A. O. Córdoba, Los escritos póstumos de Alberdi, op. cit., p. 46. 37) Ibid., pp. 69-70. 38) Ibid., pp. 51-52. Tradiciones orales asocian desde un primer momento a Francisco Cruz con la transcripción de los manuscritos alberdianos (cf. edición de El crimen de la guerra del Concejo Deliberante de Buenos Aires, ed. cit. infra, p. 27); pero no caben dudas acerca de que Manuel Alberdi se ocupó activamente en la tarea editorial.


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