Buenos Aires, París, Mallorca, un itinerario estético para un proyecto americanista
Colección Artes y Letras Serie Poliedros
Colección: Artes y Letras Directora: Gabriela Siracusano Serie: Poliedros Directora: María Elena Babino
Babino, María Elena Ricardo Güiraldes y su vínculo con el arte: Buenos Aires, París, Mallorca, un itinerario estético para un proyecto americanista 1a edición–San Martín: Universidad Nacional de Gral. San Martín, 2007. 100 p.; 21x29,7 cm. (Poliedros) ISBN 987-22523-4-3 1. Arte. 2. Ensayo Argentino. I. Título CDD 700: A864
1ª edición, julio de 2007 ISBN 987-22523-4-3 © 2007 María Elena Babino © 2007 Universidad Nacional de General San Martín Campus Miguelete. Edificio Tornavía Martín de Irigoyen 3100, San Martín (1650), Provincia de Buenos Aires unsamedita@unsam.edu.ar www.unsam.edu.ar Diseño y maquetación: Ángel Vega Fotografías: Oscar Balducci Imagen de tapa: “Autorretrato”. Ricardo Güiraldes, 1922, lápiz s/papel. (MAGSAA). Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11 723 Editado e impreso en la Argentina Prohibida la reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores.
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PRESENTACIÓN
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PALABRAS LIMINARES
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INTRODUCCIÓN
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CAPÍTULO I: RICARDO GÜIRALDES Y PARÍS 1. Anglada Camarasa y el grupo de artistas argentinos 2. Los “Ballets Rusos” 3. Caaporá: entre París y Buenos Aires 4. Bocetos preparatorios para escenografía y vestuario de Caaporá
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CAPÍTULO II: RICARDO GÜIRALDES Y MALLORCA 1. El contexto mallorquín 2. El eco rubendariano 3. Las Notas para un libro mallorquín
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APÉNDICE DOCUMENTAL 1. Reflexiones en torno al arte 2. Ricardo Güiraldes como crítico de arte 3. Extractos de su diario personal 4. Extractos de Raucho 5. Extractos de Notas para un libro mallorquín
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BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
PRESENTACIÓN
¿Qué de real satura el arte en su ansia de verdad? Hay sin duda una concurrencia de atisbos y cercanías que recorren el talante de todo arte –allí donde inaugura silencios en el tumulto de las cosas, para intentar (quizá sin demasiado saberlo) la sombra o el perfil borroso de un mundo. Como ese “espacio de contemplación” donde culminaba, para Aby Warburg, el esfuerzo del pensamiento simbólico por espiritualizar la conexión entre el ser humano y la naturaleza circundante. Allí se obliga a compadecer, ante la servidumbre de lo concreto, a aquello “universal” que fragua desde dentro la realidad más espesa y, por ello, –volátil, de los mundos de cada cosa. Comunión incierta en la liturgia de las horas donde el alma acepta y confiesa la semejanza que le acerca a los otros /y a sí misma/ como espíritu– por vigilia e intensidad. Las artes urden su imperio de libertad en acuerdos que preexisten a las intenciones escasas, desnutridas y siempre tristes de los saberes que agolpan la conciencia de su poiesis. El artista es siempre mucho menos que su mano urdida en el acierto de fluidos tan oscuros como lúcidos bajo el reverso más veraz de las apariencias. Por ello, la escritura se nutre y desvela por imágenes que el tiempo esculpe en materias arrastradas hacia su nada. O es el sonido que graba en la única profundidad del aire (Chillida) el silencio abierto en nuestra noche /sin oscuridad, donde la palabra o la imagen son la nada de su propia excedencia. Finalmente –siempre– las artes saben que son cada una de ellas -y mucho más, en la antigua comunión de un destino que roza en lugares no aprehendidos el propio derrotero de pérdida y desvelo llamado –para el hombre– dignidad. Asedio de significados que acorrala al intérprete en el esquivo engaño de saber lo que la poiesis no puede jamás decir de sí. Pero es siempre como un mandato de silencio, una declaración inherente de ilegitimidad, que impera –con la misma fuerza y bajo el mismo
vector–, una palabra que enuncie, al menos, su propia indecibilidad. Allí irrumpen con gravedad hermenéutica los contextos que abrigan tiempo condensado en sus propias torsiones negativas. “Circunstancias invisibles” –decía Gamoneda– correlaciones con “… un realismo radicado más allá de los asuntos y las configuraciones, un realismo en el que pueden ser valores, la ambigüedad, la paradoja, la contradicción, el símbolo…”. La tarea del intérprete –deíctica y develadora– orienta la mirada, el oído o el tacto desde su inherente extravío en el afuera abrumado de sentido. Abrir un espacio interior en la acogida más madura de la vida misma, como reditio que palpa la rugosidad de la propia lengua del espíritu, sabiendo –en las aristas inasibles de objetos constituidos por desasimiento– su íntima sequedad. Una palabra como gesto que articula hacia dentro la sensorialidad de la vida, y acompaña (en su modestia) el sino definitivo del arte. Curso generativo inverso, el del arte (nuevamente Gamoneda). Va hacia la realidad bajo condiciones de irrealidad y alberga significados en el hilo insensible de la nada de sentidos. Férreo despojo –como enigma indescifrable a cuyo compás, el esfuerzo de entender, arropa saberes y conjeturas de verdad en la certeza que frente al arte, “comprender” es transformarse. Experiencia del límite donde se confunden la desesperación y la esperanza. La mirada, en la metáfora más amplia de su encarnación, es forma de la experiencia. Su trastorno ineludible inaugura la posibilidad del arte en el circuito total del propio trayecto, desde su génesis más íntima hasta la comunión de necesaria alteridad. En uno y otro eje de su arco definitorio lo esencial será siempre esa “vibración del alma” sin la cual tan sólo nos aguarda el vacío de la miseria (Kandinsky). En su abrigo profundo, esa experiencia es “pasaje”, éxodo de sí /hacía sí/ por la nada de la libertad como tarea impostergable. Pero ello supone el desafuero de la soledad, en tanto regazo de la verdad más honda del espíritu (Petrarca), allí donde se roza el abismo que envuelve y contiene toda cosa siendo él mismo inaccesible (Clemente de Alejandría). Las labores de la interpretación urden aciertos y engaños para acercar la mirada, el oído, la mano, al reposo imposible. Aquel que traza el arte en el surco imperceptible de su nudo y aceptación. Finalmente también ellas comulgan con el gesto más decisivo del arte mismo: “hacer lo que no sabemos” (Deira). Y en ello reposa su verdad.
La serie que este texto inaugura quizá nos empuje a la errancia de transitar, de un modo análogo pero no lejano, la experiencia suprema de la vida humana (Michel Henry),– de la que el arte es su sí mismo y su testimonio.
Carlos Ruta
PALABRAS LIMINARES
El presente estudio se inscribe en el contexto de los vínculos de la literatura con las artes plásticas, en el marco de nuestras investigaciones sobre las relaciones artísticas entre la Argentina y Europa en los primeros años del siglo xx. En el caso particular de Ricardo Güiraldes, fue decisiva la experiencia de nuestro peregrinaje por París y Mallorca tras los pasos de los artistas argentinos que estuvieron nucleados en torno de la figura de Hermenegildo Anglada Camarasa. En otro orden, el trabajo en los archivos del Parque Criollo y Museo de Asuntos Gauchescos de San Antonio de Areco (provincia de Buenos Aires), el de Alejandro Vaccaro –donde pudimos encontrar interesantes referencias a Ricardo Güiraldes en el epistolario de su esposa Adelina del Carril mantenido con Guillermo de Torre– y el archivo de Beatriz Anglada Huelín, hija del destacado pintor, en Puerto Pollensa (Mallorca, España), nutrieron parte de esta labor con un material invalorable para la reconstrucción del vínculo de Güiraldes con las artes plásticas. Queremos expresar nuestro especial agradecimiento a la profesora Francisca Lladó Pol, de la Universidad de las islas Baleares, con quien hemos compartido un fructífero intercambio de perspectivas que, en torno de la figura de Ricardo Güiraldes, alimentaron nuestros sucesivos encuentros tanto porteños cuanto mallorquines, encuentros que repitieron casi un siglo más tarde parte del itinerario güiraldiano. Asimismo, reconocemos la buena disposición del Sr. Alejandro Vaccaro al poner a nuestro alcance el material de su colección. De la misma manera, Cecilia Smyth y Lourdes Smith Estrada, directora y conservadora, respectivamente, del Parque Criollo y Museo de Asuntos Gauchescos “Ricardo Güiraldes” de San Antonio de Areco, hicieron lo propio con el acervo que ese museo resguarda. Va también nuestro agradecimiento a Pierrete Lagos de Dumas y
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a Siobhan Dumas quienes, al tiempo que nos brindaron un importante material fotográfico y documental, nos aportaron valiosos datos vinculados al escultor Alberto Lagos y a su cuñado Aníbal Nocetti, ambos, referentes insoslayables en las estadías de Güiraldes en París y Mallorca.
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INTRODUCCIÓN “Conocí las razas, las naciones, los pueblos, y así de lejos pensé siempre en mi raza, mi nación, mi pueblo” Ricardo Güiraldes, El libro bravo
En el presente trabajo tomaremos como marco de referencia la presencia de artistas, escritores e intelectuales que, entre París y Mallorca, desarrollaron reflexiones estéticas y obras de arte que reconocen influencias de diverso cuño a partir de las cuales reformulan el desarrollo artístico en nuestro país. En este contexto, nos interesa la figura del escritor Ricardo Güiraldes (Buenos Aires, 1886-París, 1927) porque pensamos que se trata de una de las que mejor refleja ese espíritu cosmopolita en donde la experiencia del viaje a Europa se traduce en una forma profunda de construir, desde la distancia, una nueva poética capaz de expresar la propia territorialidad natal. Si bien en este desarrollo expresivo la literatura ocupó un lugar central, la práctica del dibujo y la pintura y su interés por los artistas que lo rodearon fueron acompañando y complementando la cristalización de su propia visión estética del entorno. Su esposa, Adelina del Carril, señala la temprana afición de Güiraldes por el arte: Entre los años 1910 y 1912 vivió en París entre pintores y músicos, aunque fuera entonces cuando empieza a escribir con regularidad en busca de su verdadera vocación artística (…) Ricardo Güiraldes se crió en la casa paterna de la calle Corrientes 537, donde había nacido, y que era un verdadero museo (…) Sus colecciones (…) cuentan de la cultura refinada de Don Manuel José de Guerrico y de Don Manuel J. Güiraldes, su padre, fino connaisseur que mandó a París a su amigo por encargo, famosos cuadros que enriquecieron sus hogares entre los años 1872-1888 y de allí le venía a Ricardo Güiraldes su afición pictórica.1
1. Adelina del Carril, “Prólogo”, Croquis, dibujos y poemas de Ricardo Güiraldes (obra inédita), Buenos Aires, Editorial Ricardo Güiraldes, 1967.
Así, la experiencia vivida tanto en París cuanto en Mallorca y, de modo particular, el contacto y la amistad con el artista catalán Hermenegildo Anglada Camarasa y el grupo de artistas latinoamericanos que lo rodeó, aportan a Güiraldes nuevas condiciones desde donde reflexionar emocional y estéticamente –en ocasiones desde la propia praxis pictórica– sobre el sentido y el destino del arte argentino y, en forma más profunda, sobre su propio destino en el mundo. De la misma manera como sucedió con otros artis-
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tas y escritores –podemos pensar en Xul Solar, Pettoruti, Borges, Marechal– Güiraldes ensaya uno de los rasgos típicos de nuestras vanguardias latinoamericanas: la atracción por el tema del viaje. La estudiosa Francine Masiello, en un trabajo dedicado a las vanguardias en nuestro país,2 destaca este aspecto señalando lo que ella llama “formato viajero” para aludir a este anhelo casi caníbal por absorber, apropiarse y devorar experiencias de otros lugares con las que poder repensar lo local. Fue Europa el escenario donde el escritor escribió, en parte, obras cumbre como lo son Raucho y Don Segundo Sombra, lo que evidencia que la distancia aparece como oportunidad de meditación sobre el propio espacio de pertenencia. Por su parte, Ivonne Bordelois vio con claridad que el final de la vida y obra del escritor no fue más que un retorno a las fuentes y que la experiencia del viaje fue, ya no un tránsito en el orden de lo geográfico, sino una búsqueda de su yo íntimo; en ese sentido el viaje no fue tanto un viaje exterior en el espacio geográfico sino un peregrinaje iniciático e introspectivo. Dice Bordelois al respecto: Partido del pago de Areco, el inusitado destino de Güiraldes es París, Bombay, Jamaica, Mallorca, Rusia. Pero la estación terminal confirma la unidad de un proyecto de vida que quiere asumirse en la fidelidad enriquecida, no en el olvido ni en la dispersión indiferente. El largo viaje de Güiraldes termina en la infancia, en el pago de Areco transfigurado siempre en un insólito fulgor de hazañas que arremolinan el manso polvo de las calles provincianas.3
2. Francine Masiello, Lenguaje e ideología. Las escuelas argentinas de vanguardia, Buenos Aires, Hachette, 1986. 3. Ivonne Bordelois, Genio y figura de Ricardo Güiraldes, Buenos Aires, EUDEBA, 1998, p. 25. 4. Un reciente estudio de Rodrigo Gutiérrez Viñuales ha recuperado el valor de estas corrientes en La pintura argentina. Identidad nacional e hispanismo (1900-1930), Granada, Universidad de Granada, 2003. 5. Citado en Así pensó y escribió Ricardo Güiraldes, Antología Ramachandra Gowda, Cuadernos con memoria 2 y 2.1, Río Negro, El Bolsón-Epuyén, 2001, p. 55 y ss.
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Paralelamente, este distanciamiento de la Argentina, a la vez que posibilita una reflexión en torno al lugar de origen, supone también el diseño de un proyecto “americanista” que, de manera no programática, aporta valiosos testimonios para estudiar el desarrollo de una corriente creativa ligada a formas y “visiones de mundo” de raíz criollista, unas veces, o indigenista, otras, considerada por muchos una vía artística posible aunque más tarde quedara relegada a un ámbito marginal en la historia del arte argentino.4 En este sentido podemos destacar que en un texto titulado Semblanza de nuestro país5 el escritor alza su voz en favor de la emancipación intelectual americana: Nuestra actitud ante la crisis europea, debe pues ser nacional. Todo punto de vista nacional –no patriotero– es humano, apunta. Cabe referir que en esta vocación emancipadora no están ausentes los aportes provenientes de artistas vinculados con las propuestas renovadoras próximas al desarrollo del arte moderno. Así pode-
mos entender el interés de Güiraldes por figuras como Pedro Figari o Emilio Pettoruti hacia quienes el escritor orientó algunas páginas de su actividad en el campo de la crítica artística. A su tiempo, la fascinación por el primitivismo y el exotismo o el anclaje en una naturaleza incontaminada por la modernidad componen un imaginario simbólico –en el primer caso esta fascinación se produce en las temporadas que Güiraldes pasa en París, mientras que en el segundo es el paisaje de Mallorca el que le revela la experiencia de una naturaleza virginal–, clave en la poética güiraldiana. En este trabajo proponemos, entonces, desplazar a Güiraldes de la lateralidad que ha ocupado en el campo de las artes y analizarlo como una personalidad destacada en ese mismo contexto.
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