Tras la sombra de mi hermano - Uwe Timm (Adelanto)

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Al servicio de las nubes Delia Falconer Un río llamado tiempo, una casa llamada tierra Mia Couto País de mi calavera. La culpa, el dolor y los límites del perdón en la nueva Sudáfrica Antjie Krog Aves de paso Uwe Timm

Para un alemán es difícil hablar de la Segunda Guerra Mundial, especialmente cuando lo toca en lo personal, en el seno familiar. Uwe Timm esperó muchos años para hacerlo. Su hermano mayor, el favorito del padre, aquel que estaba destinado a grandes cosas, murió tras haber sido herido de gravedad. Karl-Heinz Timm era un SS y, si bien los soldados alemanes no podían tener diarios personales, este no cumplió la orden. Medio siglo después, Timm bucea en sus cartas y sus anotaciones para entender el pasado, a sus padres, a su generación, pero, por sobre todo, para entenderse a sí mismo. Sus propias contradicciones. Silencios y confesiones; matar y morir. La memoria, el dolor, la culpa, el nazismo. Los padres y su infancia. Alemania antes y después de la guerra.

Uwe Timm

Tras la sombra de mi hermano UWE TIMM nació en 1940 en Hamburgo. Estudió germanística y filosofía en Múnich y París. En 1969 se casó con Dagmar Ploetz, de familia argentino-alemana, traductora de textos literarios. En 1971 se doctoró con la tesis “El problema del absurdo en el obra de Camus”. Por entonces inició su carrera como escritor independiente, influido por el movimiento estudiantil de 1968, época que reflejan entre otras las novelas Heißer Sommer [Verano caliente], Kerbels Flucht [La huida de Kerbel] y Rot [Rojo]. UNSAM EDITA, además de haber publicado Del principio y el fin. Acerca de la legibilidad del mundo, reedita en español para América Latina Tras la sombra de mi hermano, obra que ha sido elogiada tanto por los lectores como por la crítica más rigurosa. Asimismo, edita su última novela Vogelweide, bajo el título Aves de paso. Algunos de sus numerosos premios son el Premio de Literatura de la Academia de Bellas Artes de Baviera (2001), el Premio Napoli (2006), el Premio Heinrich Böll (2009) y el Premio de Honor a la Cultura de la Capital Múnich (2013). Actualmente vive en Múnich y Berlín.

C O L E C C I Ó N L E T R A S

C O L E C C I Ó N L A D E T Í T U L O S O T R O S

Miradas. Cuentos sudafricanos Zoë Wicomb Ivan Vladislavić

Tras la sombra de mi hermano

TRAS LA SOMBRA DE MI HERMANO

Del principio y el fin. Sobre la legibilidad del mundo Uwe Timm

Rostro Original Nicholas Jose

Uwe Timm

Uwe Timm

Cinco campanas Gail Jones

UNSAM E D I T A





Colección: Letras Director: Carlos Ruta

Timm, Uwe Tras la sombra de mi hermano / Uwe Timm – 1ª edición– San Martín: UNSAM EDITA, 2016. 144 pp.; 21 x 15 cm. - (Letras / Ruta, Carlos Rafael ) Traducción de: Carles Andreu Saburit.

ISBN 978-987-4027-39-9

Narrativa Alemana. I. Andreu Saburit, Carles, trad. II. Título. CDD 833

Original publicado en idioma alemán como Am beispiel meines Bruders de Uwe Timm, ©2003, Verlag Kiepenheuer & Witsch GmbH & Co., K. G., Köhn 1ª edición para América Latina, octubre de 2016 © 2016 Uwe Timm © 2016 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de General San Martín © de la traducción Carles Andreu Saburit Traducción cedida por editorial Planeta, S. A. V. Campus Miguelete. Edificio Tornavía Martín de Irigoyen 3100, San Martín (B1650HMK), provincia de Buenos Aires unsamedita@unsam.edu.ar www.unsamedita.unsam.edu.ar Diseño de interior y tapa: Ángel Vega Edición digital: María Laura Alori Revisión: Pedro Javier Beramendi Fotografía de solapa: Pablo Carrera Oser Para la realización de esta obra se utilizó la tipografía Alegreya ht Pro (cuerpos 11 y 8) y papel Bookcel de 80 g Se imprimieron 1000 ejemplares de esta obra durante el mes de octubre de 2016 en Latingráfica SRL, Rocamora 4161, CABA. Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723 Editado e impreso en la Argentina Prohibida la reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores.


Traducción de Carles Andreu Saburit



above the battle’s fury clouds and trees and grass (por encima del furor de la batalla nubes y árboles y hierba) William Carlos Williams



Alguien que me levanta en vilo, risas, júbilo y una alegría incontenible; esa es la sensación que acompaña el recuerdo de una experiencia, de la primera imagen que me quedó grabada y que marcó el comienzo del conocimiento de mí mismo, mi memoria: llego a la cocina procedente del jardín y ahí están los adultos, mi madre, mi padre y mi hermana. Los tres se quedan mirándome. Entonces alguien dice algo que ya no recuerdo, tal vez: “Fíjate”; o pregunta: “¿Ves algo?”, y sus ojos se dirigen al armario blanco que, según me contarán más tarde, era un armario escobero. Ahí, en lo alto del armario, y así es como me ha quedado grabada la imagen, se ven unos cabellos, unos cabellos rubios. Alguien se esconde ahí detrás; y de pronto sale, el hermano, y me coge en brazos. No logro recordar su cara, ni tampoco lo que llevaba puesto, probablemente el uniforme, pero esta fue, sin duda, la situación: todos observándome, yo que descubro el pelo rubio escondido tras el armario y a continuación la sensación de que alguien me levanta: estoy flotando. Es el único recuerdo que conservo de mi hermano, que entonces tenía dieciséis años y que unos meses más tarde, a finales de septiembre, resultaría gravemente herido en Ucrania.

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30-9-1943 Querido papá: Por desgracia el día 19 me hirieron de gravedad, un tanque me disparó en las piernas y me las han amputado. Me han cortado la pierna derecha por debajo de la rodilla y la izquierda a la altura del muslo ya no me duele demasiado consuela a mamá todo terminará pronto en unas semanas estaré en Alemania y entonces podrás visitarme no he sido temerario. Ahora quiero parar. Saludos para ti, mamá, Uwe y todos los demás. Tuyo, Kurdel

Murió el 16 de octubre de 1943 a las 20 horas en el hospital de campaña 623.

Ausente y presente al mismo tiempo, mi hermano me acompañó durante toda la infancia, en el dolor de mi madre, en las dudas de mi padre y en sus mutuas insinuaciones. Contaban cosas de él, pequeñas situaciones siempre parecidas que le presentaban como un chico valiente y honrado. Incluso cuando no se hablaba de él seguía estando presente, mucho más presente que otros muertos, gracias a las historias, las fotos y las comparaciones de mi padre, que me consideraba como el rezagado. He intentado en muchas ocasiones escribir sobre mi hermano, pero todas ellas se quedaron en intento. Leí sus cartas desde el frente y el diario que escribió durante el despliegue en Rusia, un librito de color marrón claro con el título “Notas”. Quería comparar las entradas de los escritos de mi hermano con el diario de campaña de su división, la División SS Totenkopf, para conocer lo sucedido con la mayor exactitud y a través de sus propias palabras. Sin embargo,

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cuando me ponía a leer el diario o las cartas, pronto interrumpía la lectura. Cada vez me asaltaba un estremecimiento de miedo que me resultaba familiar, pues era el mismo que de pequeño me producía el cuento de Barbazul. Por las noches mi madre me leía y releía los cuentos de los hermanos Grimm, muchos de ellos en varias ocasiones; entre ellos estaba el de Barbazul, cuyo final nunca quise oír: tal era mi angustia cuando, tras la partida de Barbazul, su esposa quería entrar en la habitación cerrada a pesar de tenerlo prohibido. En ese momento le pedía a mi madre que no continuara leyendo. Solo años más tarde, cuando era ya un adulto, leí el cuento hasta el final.

Finalmente abrió la puerta y al instante la golpeó un torrente de sangre. Vio en las paredes a las esposas colgadas; de algunas quedaba tan solo el esqueleto. Se asustó tanto que volvió a cerrar la puerta de golpe, pero la llave salió despedida y cayó en un charco de sangre. La recogió enseguida e intentó limpiarla, pero no sirvió de nada, pues cada vez que limpiaba un lado, la sangre reaparecía en el otro.

Otra razón fue mi madre: mientras vivió me fue imposible escribir acerca de mi hermano. Sabía de antemano lo que me iba a responder si le hacía preguntas: a los muertos hay que dejarlos tranquilos. Solo tras la muerte de mi hermana, la última que le había conocido, me sentí libre para escribir sobre él, y cuando digo libre me refiero a poder plantearme todas las preguntas sin tener que pensar en nada ni en nadie.

De vez en cuando sueño con mi hermano. Generalmente, se trata tan solo de sueños fragmentarios compuestos de

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imágenes, situaciones y palabras, pero uno de esos sueños se me ha quedado grabado. Alguien quiere entrar en casa. Fuera hay una figura, oscura, sucia, cubierta de barro. Quiero atrancar la puerta, y la figura, que no tiene rostro, intenta impedírmelo. Me apoyo con todas mis fuerzas contra la puerta y forcejeo con ese hombre sin rostro que sé con toda certeza que es mi hermano. Finalmente, logro encajar la puerta en la cerradura y echar el pestillo, pero para mi horror me encuentro con una chaqueta andrajosa e hilvanada en las manos.

Mi hermano y yo.

En otros sueños tiene la misma cara que en las fotos. Solo en una de ellas viste de uniforme. Hay muchas fotos de mi padre en las que aparece con casco y sin él, con gorra militar, con uniforme de servicio y uniforme de gala, con pistola y con el puñal de las SS. De mi hermano en uniforme, en cambio, existe tan solo una única imagen que le muestra con un rifle en la mano durante una revista de armas en el patio del cuartel. La foto está tomada de tan lejos y es tan poco clara que mi madre fue la única que aseguró haberlo reconocido a primera vista.

Desde que comencé a escribir sobre él, tengo encima de la biblioteca una foto suya, probablemente realizada en la época en la que se presentó como voluntario a las WaffenSS; tomada desde abajo, muestra su rostro alargado y lampiño, y una arruga insinuadora en la frente le da un aire severo y pensativo. Lleva el pelo rubio peinado con la raya a la izquierda.

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Una de las historias que mamá explicaba más a menudo era la de cuando se había querido presentar voluntario en las SS, pero se había perdido; lo explicaba como si lo que vino a continuación se hubiera podido evitar. Se trata de una historia que he oído tantas veces y desde que era tan pequeño que me parece como si la hubiera vivido.

En diciembre de 1942, un día particularmente frío, a media tarde, mi hermano se dirigió hacia Ochsenzoll, donde se encontraban los cuarteles de las SS. Las carreteras estaban cubiertas de nieve, no había postes de señalización y se había perdido en la oscuridad que comenzaba a invadirlo todo, pero ya había dejado atrás las últimas casas en dirección al cuartel, cuya posición había marcado en un mapa. No se ve a nadie, pero él se aventura a campo abierto. El cielo está despejado de nubes y sobre las colinas y los arroyos flotan apenas unos jirones de niebla. La luna acaba de asomar por encima de un soto. Mi hermano está a punto de dar media vuelta cuando de pronto ve a un hombre, una figura oscura de pie junto a la carretera que contempla la luna más allá del campo nevado. Mi hermano duda un instante; el hombre está como paralizado y no se mueve ni siquiera al oír el crujir de los pasos que se acercan sobre la nieve. Mi hermano le pregunta si conoce el camino hacia el cuartel de las SS. Durante un buen rato el hombre no reacciona, como si no le hubiera oído, pero de pronto se da la vuelta y dice: Ahí. La luna ríe. Mi hermano le pregunta de nuevo si conoce el camino hacia el cuartel, el hombre le contesta que lo siga y se pone en marcha inmediatamente, a paso rápido, a grandes y ágiles zancadas, y avanza sin darse vuelta, sin descanso, hacia la noche. Pronto es demasiado tarde para buscar la caja de reclutas, y mi hermano le pide que le indique el camino hacia la estación, pero

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el hombre continúa adelante sin responderle y pasa frente a unos caseríos y unos establos, donde se oyen los roncos mugidos de las vacas. En los caminos, el hielo se agrieta al pisarlo. Al cabo de un tiempo, mi hermano pregunta si van por el camino correcto. El hombre se detiene, se vuelve y dice: Sí. Vamos hacia la luna, sí, la luna ríe, ríe porque los muertos están tiesos. Por la noche, ya en casa, mi hermano contó que por un instante había sentido terror y que más tarde, cuando finalmente logró llegar a la estación del ferrocarril, encontró a dos policías que buscaban a un loco que se había fugado del manicomio de Alsterdorf. ¿Y entonces? Al día siguiente salió bien temprano y encontró el cuartel y la caja de reclutas, donde lo aceptaron enseguida: 1,85 de alto, rubio y ojos azules. Así se convirtió en ingeniero de combate de la División SS Totenkopf. Tenía dieciocho años.

Entre las divisiones de las SS, esta era considerada una unidad de elite, junto con la división Das Reich y la Leibstandarte Adolf Hitler. En 1939, a la División SS Totenkopf se le asignó la vigilancia del campo de concentración de Dachau. Como distintivo, los soldados llevaban la calavera no solo en la gorra, como las demás unidades de las SS, sino también en los galones.

De pequeño, mi hermano tenía una peculiaridad: de vez en cuando desaparecía de casa. No porque temiera un castigo: desaparecía porque sí, sin un motivo aparente. De repente no había forma de encontrarlo y al cabo de un rato, tal como se había marchado, volvía a estar allí. Mi madre le preguntaba dónde se había metido, pero él se negaba a revelarlo.

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Entonces estaba físicamente muy débil. El doctor Morthorst le había diagnosticado anemia y fibrilación cardíaca. En aquella época, mi hermano no podía moverse ni salir afuera a jugar. No salía de casa ni siquiera para ir a la tienda, a la que se accedía desde la vivienda a través de una escalera, ni al garaje, que mi padre llamaba atelier. Así, desaparecía siempre sin abandonar la seguridad del hogar, con sus cuatro habitaciones, cocina, baño y trastero. Madre salía de la habitación y cuando al cabo de poco regresaba, ya no estaba. Lo llamaba, miraba bajo la mesa y en el armario; nada. Era como si se hubiera esfumado. Era su secreto, la única peculiaridad del pequeño. Más tarde, años más tarde, tal como explicó ella misma, al pintar la ventana de la vivienda, ubicada en la planta baja, mi madre descubrió una tarima de madera que hacía las veces de alféizar. La tarima se podía apartar y ocultaba un hueco en el que había una gomera, una lámpara, libretas y libros en los que aparecían leones, tigres y antílopes en la selva. Mi madre no recordaba el nombre de los demás libros. El niño debía de sentarse allí a leer mientras escuchaba los pasos y las voces de su madre y su padre, y se sentía invisible. Cuando mi madre descubrió el escondrijo, mi hermano ya estaba en el Ejército. Vino una vez de visita, pero a mi madre se le olvidó preguntárselo.

De pequeño debió de ser un niño pálido, ciertamente transparente. Solo así podía desaparecer y reaparecer de repente, sentado a la mesa como si nada hubiera sucedido. Si le preguntaban dónde se había metido, respondía que bajo el suelo, algo que no era mentira del todo. Su conducta era extraña, pero su madre ya no preguntaba nada, ni lo espiaba, ni le contaba nada al padre.

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Era un niño más bien asustadizo, contaba la madre. No mentía, era honrado y, sobre todo, según contaba el padre, valiente ya de niño. El chico valiente, así lo describían incluso los familiares lejanos. Era una convención lingüística que se aplicaba también en su caso.

Las entradas de su diario comienzan a principios de 1943, el 14 de febrero, y terminan el 6 de agosto de 1943, seis semanas antes de que lo hirieran y ocho antes de su muerte. Hay una entrada cada día, no falta ni uno y, de repente, se interrumpen. ¿Por qué? ¿Qué sucedió el 7 de agosto? A continuación, hay aún una entrada sin fechar, pero de eso ya hablaremos más tarde.

14 de feb. Esperamos entrar en acción en cualquier momento. En alerta desde las 9.30 h. 15 de feb. Pasó el peligro, espera. Continúa así, un día tras otro. Un día las órdenes son esperar, otro continúa el trajín cotidiano o pasar lista. 25 de feb. Entramos en acción en un altozano. Los rusos se retiran. Por la noche bombardeo en la pista de aterrizaje. 26 de feb. Bautismo de fuego. El primer batallón contraataca con fuerza

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contra los rusos. Por la noche guardia en la ametralladora sin ropa de invierno.

27 de feb. Peinamos el terreno. ¡Magnífico botín! A continuación proseguimos.

28 de feb. 1 día de calma, gran caza de piojos, nos dirigimos a Onelda.

Este era uno de esos momentos en los que anterior­mente me detenía y no sabía si seguir leyendo. ¿Era posible que cuando decía caza de piojos se refiriera a algo totalmente distinto a desinsectar el uniforme? Claro que en ese caso no diría 1 día de calma. Pero ¿y ese Magnífico botín? ¿Qué se esconde tras ese concepto? ¿Armas? ¿A qué vienen esos signos de exclamación que aparecen en el diario tan solo en contadas ocasiones?

14 de marzo Aviones. Los Ivanes atacan. Mi pesada metralleta Fahr dispara como loca apenas logro controlar las ráfagas, acierto a varios. 15 de marzo Avanzamos hacia Jarkov ante la resistencia de unos pocos rusos. 16 de marzo En Jarkov. 17 de marzo día tranquilo.

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18 de marzo interminable bombardeo de los rusos 1 bomba en nuestro cuartel 3 heridos. Mi Fahr no funciona cojo mi ametralladora 42 y disparo 40 H (?) fuego constante.

Así sigue: pequeñas entradas a lápiz, con una caligrafía irregular, tal vez escritas en un camión, en el cuartel, antes de una nueva operación, día a día: inspección de armas, lluvia y barro, prácticas de disparo con metralleta, ejercicios con lanzallamas 42.

21 de marzo Donetz. Cabeza de puente sobre el Donetz. A 75 m un Iván fuma un cigarrillo, forraje para mi metralleta.

Este era el punto en el que, cuando topaba con esta frase (que me saltaba directa al ojo desde la esquina superior izquierda de la página), dejaba de leer y cerraba el diario. Solo tras tomar la decisión de escribir sobre mi hermano, y con ello sobre mí mismo, y de abrir las puertas al recuerdo, me sentí libre para ahondar en lo que había dejado escrito.

Forraje para mi metralleta: un soldado ruso, tal vez de su misma edad. Un joven que acababa de encenderse un cigarrillo; dio la primera pitada y la expulsó mientras se recreaba en el humo que se elevaba del cigarrillo encendido, antes de la siguiente calada. ¿En qué debía de pensar? ¿En el relevo, que no tardaría en llegar? ¿En un té, algo de pan, en su novia, su madre, su padre? Una voluta de humo se deshilachaba en un paisaje impregnado de humedad, restos de nieve, agua de

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deshielo encharcada en las trincheras, el verdor incipiente de los pastos. ¿En qué debió pensar el ruso, el Iván, en aquel momento? Forraje para mi metralleta.

Fue un niño que estuvo mucho tiempo enfermo. Fiebres inexplicablemente altas. Escarlatina. En una foto aparece en la cama, con el pelo rubio enmarañado. Mi madre cuenta que a pesar del dolor mantenía una compostura sorprendente; era un niño sufrido. Un niño que pasaba mucho tiempo junto al padre. Algunas fotos muestran al padre con el pequeño, en el regazo, en la motocicleta, en el coche. La hermana, dos años mayor que él, está a un lado, ignorada. Los apodos que él mismo se dio de pequeño: Daddum, Kurdelbumbum.

En cuanto a mí, el rezagado, mi padre pensaba que pasaba demasiado tiempo entre mujeres. En una carta que mi padre, por aquel entonces destinado por la Luftwaffe a Frankfurt del Oder, le escribió a mi hermano a Rusia, puede leerse la siguiente frase: Uwe es un chiquillo de buen corazón, aunque algo consentido, en fin, en cuanto regresemos a casa todo volverá a su cauce…

Yo era lo que entonces se daba en llamar un niñito de mamá. Me atraía el olor de las mujeres, esa mezcla de jabón y perfume, me gustaba y buscaba (se trata de una sensación temprana) la blandura de pechos y muslos. En cambio, él, mi hermano mayor, mostró ya desde pequeño una mayor inclinación hacia nuestro padre. Finalmente estaba nuestra hermana, dos años mayor que mi hermano y dieciocho mayor que yo, que recibió poca atención y apenas afecto

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por parte del padre, lo que la volvió una mujer algo áspera y distante. Esa actitud hacía que nuestro padre la tildara de gruñona y eso provocó, a su vez, que ella se alejara todavía más de él. Karl-Heinz, el hermano mayor. ¿Por qué tuvo que ser precisamente él? Entonces se callaba y uno podía percibir claramente la pérdida, podía verle meditar quién debería haber desaparecido en su lugar. Mi hermano era el chico que nunca mentía, que siempre actuaba con rectitud, que no lloraba, el valiente, el obediente. Un chico ejemplar.

Mi hermano y yo.

Escribir sobre mi hermano significa también escribir sobre mi padre. Mi parecido con él se revela en mi parecido con mi hermano. Acercarse a él mediante la escritura es un intento de resolver lo que solo se había conservado en el recuerdo, de reencontrarle.

Ambos me acompañan en mis viajes. Cada vez que me acerco a una frontera y debo rellenar un formulario de inmigración, llevo conmigo a mi padre y a mi hermano como parte de mi nombre, que escribo en mayúscula en las casillas correspondientes: Uwe Hans Heinz. Me dieron el nombre de mi hermano porque este insistió en ser mi padrino, y mi padre quiso que mi segundo nombre fuera el suyo: Heinz. He aquí el deseo de pervivir, por lo menos en el nombre de otra persona, ya que en 1940 era evidente que la guerra no iba a terminar pronto y la muerte adquiría cada vez una mayor probabilidad.

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