Darwin en la argentina. H. Palma (Adelanto)

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COLECCIÓN CIENCIA Y TECNOLOGÍA SERIE ENSAYOS


Colección: Ciencia y Tecnología Director: Diego Hurtado

Palma, Héctor Darwin en la Argentina - 1a edición San Martín: UNSAM EDITA de Universidad Nacional de Gral. San Martín, 2009. 78 pp. ; 16x23 cm. - (Ciencia y Tecnología / Diego Hurtado) ISBN 978-987-24731-8-1 1. Ciencias. I. Título CDD 500

1ª edición, agosto de 2009 © 2009 Héctor Palma © 2009 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de General San Martín Campus Miguelete. Edificio Tornavía Martín de Irigoyen 3100, San Martín (1650), Provincia de Buenos Aires unsamedita@unsam.edu.ar www.unsam.edu.ar Corrección: Laura Petz Diseño de interior y tapa: Ángel Vega Edición digital: María Laura Alori Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723 Editado e impreso en la Argentina Prohibida la reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores.


COLECCIÓN CIENCIA Y TECNOLOGÍA SERIE ENSAYOS



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introducción

Otro libro más sobre Darwin

Capítulo 1

1. El problema Darwin 2. Evolución, progreso y pensamiento teleológico

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Capítulo 2

1. El viaje de Darwin 2. Charles Darwin y Juan Manuel de Rosas 3. Los indios de la pampa y algunas consideraciones políticas 4. La vida de los gauchos 5. Los viajes a Malvinas 6. La gran sequía 7. Consideraciones sobre los habitantes del Río de la Plata 8. La relación con Francisco Muñiz a propósito de la vaca ñata 9. Darwin y las vinchucas 10. Darwin y el mate

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Darwin y el darwinismo

Darwin en la pampa argentina

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Darwin en la Tierra del Fuego

Capítulo 3

1. Llegada y recepción 2. La liberación de los tres indios 3. Los patagones 4. Sobre el rescate de dos prisioneros

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EPÍLOGO

Acerca de Darwin y el darwinismo

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Bibliografía Recomendada

1. Textos de Darwin 2. Biografías sobre Darwin 3. Sobre la teoría de la evolución en el contexto de la biología 4. Filosofía de la biología

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referencias bibliográficas

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Introducción

OTRO LIBRO MÁS SOBRE DARWIN

En 2009 se cumple el bicentenario del nacimiento de Darwin (el 12 de febrero) y el sesquicentenario de la publicación (el 24 de noviembre) de On the Origin of Species by Means of Natural Selection or the Preservation of Favored Races in the Struggle for Life (El Origen de las especies por medio de la selección natural o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida- de aquí en adelante El origen), la primera de las dos grandes obras de Ch. Darwin. Es una buena excusa, banal y oportunista si se quiere, para abordar algo no banal como es la figura de este científico. Otro libro más sobre Darwin. ¿Vale la pena otro libro más sobre Darwin? Sin contar con que se trata quizá de uno de los científicos más importantes de los últimos siglos, seguramente es el científico sobre el que más se ha escrito. De modo tal que la inimaginable cantidad de trabajos –excelentes, buenos, mediocres y malísimos– que se vienen publicando desde hace ciento cincuenta años sobre Darwin (su vida, sus aportes a la biología y a la ciencia en general y las derivaciones antropológicas, filosóficas e ideológicas de su pensamiento), parece cancelar la posibilidad de cualquier novedad al respecto y la recomendación de una buena selección de libros y artículos parecería ser el mejor servicio que se le podría ofrecer al lector. Para cumplir con esto, al final de este libro ofrezco una lista de lecturas recomendadas indispensables para quien quiera profundizar acerca de las derivaciones biológicas, culturales e ideológicas del darwinismo. Sin embargo, y más allá de esto, aún hay otras facetas, no tan conocidas, acerca de la vida y obra de Darwin, por ejemplo, y este es el tema del presente trabajo, las vicisitudes de su paso por el actual territorio argentino poniendo el acento en las consideraciones socio-antropológicas y políticas, además de otras más anecdóticas y locales. Tomo como fuente principal –aunque no la única– su Diario de Viaje, que se destaca por la minuciosidad y prolijidad con la que describe los aspectos geológicos de algunas zonas, como así también de las diversas floras y faunas típicas. Sin embargo, estos aspectos serán dejados de lado y me centraré, como decía, en otras cuestiones: la figura de Juan Manuel de Rosas y su ejército de gauchos e indios; la descripción de la situación con los indios de la pampa; consideraciones sobre las costumbres y mentalidad de la población criolla; opiniones y perspectivas sobre el futuro político de la zona; los indios fueguinos y en concreto el episodio de repatriación de tres de ellos que habían sido llevados a Inglaterra por Fitz Roy en su primer viaje; la relación con Francisco Muñiz acerca de la vaca ñata y sus comentarios sobre el mate. 9



Capítulo 1

DARWIN Y EL DARWINISMO

1. El problema Darwin Las biografías de Darwin se interpelan entre sí: apologéticas (como la clásica de J. Huxley y H. Kettlewell); noveladas (como la de I. Stone); sociologistas que minimizan su papel y lo ubican como un mero traductor biológico del laissez faire inglés (posición compartida tanto por el biólogo E. Radl como por el historiador J. Bernal); psicológicas (como las de H. Gruber o J. Greenace), sin contar con la breve pero magnífica autobiografía que escribiera para su familia. Sin embargo, la historia de la ciencia es más interesante y rica que las biografías de sus grandes exponentes. Esto, que es una regla general, resulta mucho más patente en el caso de Darwin, por la enorme repercusión que su teoría de la evolución tuvo en los distintos ámbitos de la ciencia y la cultura; seguramente la teoría científica que más controversias externas a su campo específico ha provocado. Por eso, revisar y actualizar el darwinismo implica, necesariamente, abordar múltiples dimensiones y aunque es mucho lo que ya se ha dicho en 150 años, aún sigue siendo asunto de interés para biólogos, historiadores, sociólogos, antropólogos, filósofos, educadores y políticos, y para todos aquellos que intenten comprender, participar o promover un debate sobre su sentido en la cultura contemporánea. Sin embargo, no resulta nada sencillo explicar lo que de un modo más o menos vago se denomina darwinismo. Apenas se comienza a desmenuzar la figura del científico inglés y las derivaciones de su teoría de la evolución, se percibe que se trata, más bien, de un problema multifacético que resiste las explicaciones sencillas (que abundan por cierto), y que denominaré, a falta de mejor nombre, el “problema Darwin”. En primer lugar, obviamente, hay que resaltar el impacto que produjo su obra en las ciencias biológicas, cuyo desarrollo marcó desde 1859 hasta la actualidad. La teoría de la evolución hoy no es exactamente la misma que expusiera Darwin. Por un lado, algunos de los problemas que acosaban a su teoría (como por ejemplo “la imperfección del registro fósil”, el cálculo de la antigüedad de la Tierra y la carencia de una teoría de la herencia) hoy ya no son temas de discusiones de fondo. En paralelo, los aportes de la genética (mendeliana, de poblaciones y finalmente la molecular), el neodarwinismo de Weismann que elimina la herencia de los caracteres adquiridos, y la teoría sintética a partir de la década de 1930, por citar solo los hitos más relevantes, reforzaron –modifi11


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cando y mejorando–, la propuesta inicial darwiniana basada en el origen común de lo viviente y en la selección natural. Quizá la expresión que mejor sintetiza la situación actual sea el feliz título del artículo de Th. Dobzhansky: “Nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución”. Pero, además, la teoría darwiniana ha dejado su impronta en el pensamiento médico y socioantropológico, e incluso en el pensamiento filosófico e ideológicopolítico. La extensión hacia otras áreas científicas y del pensamiento muestra, por un lado, la íntima interrelación entre los saberes, en ocasiones separados artificialmente en ciencias o disciplinas pero, sobre todo, el peculiar modo por el cual, en ocasiones, algunas áreas de investigación –en este caso la biología evolucionista pero también ocurrió algo similar, por ejemplo, con la física newtoniana– se convierten en modelos de cientificidad y proveedoras de conceptos explicativos –y de metáforas por qué no– que se extienden a otras áreas. Como quiera que sea, las múltiples interrelaciones entre la teoría de la evolución biológica propuesta por Darwin, el contexto sociohistórico y las derivaciones habitualmente denominadas darwinismo no resultan unívocas y requieren más bien rehuir las interpretaciones causales lineales, mecánicas y fáciles. El darwinismo no fue solo una extrapolación de la teoría biológica a otros ámbitos (volveré sobre esto en el último capítulo). Hay que tener en cuenta que la irrupción de El Origen se produce sobre un telón de fondo cultural, generalizada y marcadamente evolucionista, al que la teoría biológica viene a prestar un apoyo extra e importante, pero el evolucionismo en lo social, a la sazón fuertemente imbricado con la idea de progreso, no se apoya al modo de una copia sobre un original biológico. Por ello, y porque además involucra una cantidad de expresiones diferentes resulta equívoca la expresión “darwinismo social” y es poco útil como herramienta de análisis. El evolucionismo ha sido una idea que recorrió todo el siglo XIX y se extendió y ramificó a todas las áreas del conocimiento (Cf. Randall, 1940). Entonces, la enorme difusión y alcances que ha tenido la teoría de la evolución en un contexto propicio para acogerlas, hace que se produzcan interpretaciones forzadas, parciales, equivocadas, ideologizadas y que se conjugue con otras ideas en principio ajenas o directamente inconsistentes. El evolucionismo ha contribuido no poco con lo que ahora gustan llamar “biopolítica”, para referirse tanto a las concepciones del Estado, la sociedad y la política en términos, conceptos y teorías biológicas y por ende el conflicto social en términos patológicos como así también al modo en que el Estado, mediante las políticas, organiza y administra la vida social de los individuos a través de la organización y administración de la vida biológica.1 Es que por su propio contenido y alcances la teoría de la evolución necesariamente trasciende el mundo estrictamente biológico y ofrece la enorme tentación –justificada o no, lo veremos– de meterse con los asuntos estrictamente humanos. Todo esto hace que resulte un tanto estéril realizar una exégesis minuciosa y vigilante de los escritos de Darwin para luego denunciar en qué sentidos se lo ha malinterpretado o forzado. La tarea a realizar, más bien, es la de asumir y 1 G. Agamben (2002, 2004), Esposito (1998, 2002, 2002a), M. Hardt y A. Negri (2000), G. Hottois (1999), B. Latour (1999), P. Achard et al (1977), buena parte de la obra de M. Foucault (véase sobre todo 2004 y 2004a).

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Capítulo 1 Darwin y el darwinismo

comprender esa complejidad del darwinismo que se ha extendido con límites más o menos difusos con un núcleo central fuerte. Como quiera que sea, el modelo de selección natural se aplicó a otras áreas del conocimiento: hacia fines del siglo XIX buena parte de la sociología y la antropología fueron evolucionistas; la antropología criminal de Lombroso (la llamada escuela criminológica positivista italiana) explicaba la conducta del “criminal nato” a partir de una idea que circuló mucho en los círculos evolucionistas aunque era predarwiniana: la teoría de la recapitulación según la cual la ontogenia repite la filogenia; la eugenesia –la aplicación de tecnologías sociales y médicas para promover la reproducción de los individuos considerados mejores y la inhibición de la reproducción, y en ocasiones el exterminio, de los individuos considerados inferiores– se basa teóricamente en una lectura sesgada de la selección natural; en las últimas décadas se habla de una “economía evolucionista” que aplica el modelo de selección natural tanto a las empresas como a las innovaciones tecnológicas; también en la actualidad hay una medicina evolucionista que considera a la enfermedad en términos de evolución y supervivencia de los más aptos; la moderna sociobiología humana o la llamada psicología evolucionista que pretenden encontrar las bases biológicas de las conductas sociales complejas de los humanos basándose en la teoría sintética de la evolución. Por no hablar de las filosofías evolucionistas y en particular de las epistemologías evolucionistas. Algunos autores sostienen que la razón del triunfo casi inmediato de la teoría de Darwin es que reflejaba (y daba, además, apoyo ideológico) a las ideas del liberalismo inglés de su época. Es relativamente fácil encontrar cierta correlación entre ambas circunstancias, pero se trata de una lectura exageradamente simplificada, por tres razones: en primer lugar, otorgar un excesivo y decisivo peso a esa circunstancia, desmerece injustamente el enorme mérito científico (tanto teórico como referido a la monumental recolección de datos y observaciones) del trabajo de Darwin, reconocido repetidamente por sus pares; en segundo lugar, porque no tiene en cuenta el hecho también abundantemente documentado de que debió enfrentar una enconada oposición de algunos sectores científicos y sobre todo de sectores conservadores religiosos; y en tercer lugar, porque se trata de una versión algo conspirativa de la historia, sin matices, y que pretende establecer relaciones causales –entre la ciencia como producto y el contexto histórico– algo forzadas y deterministas. El darwinismo provocó también la revolución antropológica, cultural e ideológica más profunda y amplia derivada de una teoría científica, en toda la historia. No solo redefinía la noción de especie en una perspectiva poblacional desechando la perspectiva esencialista o tipológica, sino que ubicaba a la especie humana derivando de ancestros no humanos y como el resultado de una historia evolutiva particular y contingente. Esto eliminaba no solo la creencia en la creación especial (según la cual dios habría creado a cada especie por separado), sino sobre todo la idea del hombre hecho a imagen y semejanza del creador, como culminación de la creación y con un lugar privilegiado en el mundo. Por ello la teoría darwiniana de la evolución es incompatible con la ortodoxia religiosa cristiana. Cualquier intento de conciliación entre ambas –que de hecho los hay– conlleva a violentar o bien la 13


Darwin en la Argentina

evolución o bien la religión. Por ello, el último párrafo agregado en la segunda edición de El Origen es curioso y significativo a la vez: Hay grandeza en esta concepción de que la vida, con sus diversas facultades, fue originalmente alentada por el Creador en unas pocas formas o en una sola; y que, mientras este planeta ha ido girando según la ley constante de la gravitación, a partir de un comienzo tan sencillo se desarrollaron y están evolucionando infinitas formas, cada vez más bellas y maravillosas (p. 281).

En efecto, en la primera frase Darwin parece conciliar evolución y creación, pero dos cosas hay que señalar al respecto. En primer lugar, la parte más importante de esa frase es la que señala que en el origen había una sola forma de vida (o unas pocas), es decir el origen común de todos los seres vivos. En efecto, para la teoría darwiniana cualquier par de especies que uno tome, posee un ancestro común; si son especies similares, ese ancestro (anterior a la diversificación en dos o más especies diferentes) es relativamente reciente, como por ejemplo entre los chimpancés y los sapiens; si son especies muy diferentes, digamos las ratas y los sapiens, el ancestro común es mucho más antiguo. La otra parte de esa primera frase, la que se refiere a la creación, ha sido vista en ocasiones como una especie de concesión de Darwin a su época, a sabiendas del malestar que su teoría podría provocar. Es posible, sin embargo, una explicación más interesante y es que la teoría de la evolución articula dos preguntas donde antes había una. La versión creacionista/fijista daba cuenta de la creación por parte de dios de la vida y de la diversidad. La teoría darwiniana no dice nada acerca del origen de la vida y responde solo a la pregunta por el origen de la diversidad. La segunda y última parte del párrafo señala que la forma de explicar y entender el origen de las especies debe partir de la detección de los patrones y leyes naturales que lo rigen, así como se rige el resto de la naturaleza, sin apelar a explicaciones sobrenaturales. El mecanismo principal (aunque no el único) postulado por la teoría darwiniana de la evolución es la selección natural (o supervivencia de los más aptos) definida por Darwin como “conservación de las diferencias y variaciones individuales beneficiosas y la destrucción de las que no lo son”. Implica cuando menos tres elementos. En primer lugar, la descendencia con variación: es decir que los individuos de una misma especie no son exactamente iguales entre sí. En segundo lugar, una tasa de reproducción mayor que la tasa de supervivencia: nacen más individuos que los que el medio puede mantener, por lo que hay una proporción variable de esa descendencia que sucumbe antes de llegar a estar en condiciones de reproducirse. En tercer lugar, la lucha por la sobrevivencia. Las variantes individuales pueden, en determinadas situaciones, representar una ventaja para el individuo que la posee para sobrevivir y reproducirse o, por el contrario representar una desventaja que lo hará sucumbir prematuramente y no dejar descendencia. Este sencillo mecanismo, funcionando a lo largo de miles de millones de años, acumulando variaciones minúsculas que, a su vez, representan una ventaja reproductiva o, en el caso de algunas especies, una desventaja mortal, y todo ello de manera totalmente casual –porque esas variaciones no tienen relación con las variaciones ambientales–, ubica la existencia humana como una mera contingencia azarosa del devenir cósmico. 14


Capítulo 1 Darwin y el darwinismo

Vale la pena aquí una breve digresión. En lo que hoy llamamos “biología”, al igual que en otras áreas del conocimiento humano, prevalecieron al principio explicaciones de tipo mítico y religioso o, en el mejor de los casos filosóficas. Con el correr de los siglos, se fueron agregando e imponiendo más y mejores explicaciones científicas. Sin embargo, mientras que por un lado en la física, la astronomía y otras áreas de las ciencias naturales, el pensamiento religioso, aunque lentamente y muy a regañadientes, tuvo que ir dejando lugar a descripciones y/o explicaciones acerca del mundo natural que al principio le parecían inaceptables, por otro lado en el área de las ciencias biológicas como en ninguna otra, el pensamiento mítico religioso, a través de una militancia inclaudicable –a veces extemporánea– y en ocasiones de gran efectividad, aún pretende imponer sus creencias. La religión pretende tener incumbencia, con distinto énfasis y desde distintas perspectivas, en los tres grandes problemas implícitos en el origen de lo viviente: en el origen de la vida en términos absolutos, en el origen de los individuos –es decir en la reproducción– y en el origen de las especies. Aquí nos ocuparemos solo de esta última cuestión, pero no hay que olvidar que en cuanto al origen de los seres individuales, la presencia religiosa es mucho más fuerte en términos prácticos y está referida a los debates sobre la interferencia en la descendencia, la anticoncepción y la penalización/despenalización del aborto. Las respuestas mítico-religiosas son las más tranquilizadoras, cómodas y sencillas, pero no solo son dogmáticas (no admiten ni siquiera la posibilidad de error y modificación), sino también poco interesantes (no explican realmente), inútiles (no sirven para seguir indagando) y sobre todo, totalmente insuficientes para la razón humana (porque la razón humana siempre está ávida de conocer más y mejor el mundo que la rodea). En términos estrictos, y agregaría por definición, el dogma religioso no puede ser horadado en lo más mínimo por ninguna explicación alternativa –científica o no–: el dogma es justamente eso, una creencia que se acepta y resiste aunque haya prueba o evidencia en contra. Pero, por otro lado, cada uno de los aspectos del mundo que a lo largo de la historia han ido recibiendo un abordaje y logrado explicaciones producto de la racionalidad humana indican que ese es el mejor camino para saber más, aunque sea interminable, sinuoso, provisorio y a veces conduzca al precipicio. La convicción de los científicos de esto último, al fin una de las consecuencias del largo proceso de secularización en Occidente que estableció una división de tareas entre ciencia y fe, es probablemente una de las principales razones por las cuales la comunidad de científicos del área de las ciencias biológicas nunca se ocupan, en las publicaciones especializadas,2 de salir a contestar a las versiones religiosas. En algún sentido creo que se trata de la mejor actitud, porque prestarse a la discusión, en cualquier ámbito, le da entidad al interlocutor y la religión no tiene mucho para decir y disputar con relación a las descripciones acerca del mundo: en suma, no es un interlocutor válido. No son pocos los autores que piensan que, en términos de una racionalidad estricta, ciencia y religión se 2 Es cierto que hay científicos que son religiosos y suelen ser bastante locuaces, pero su ámbito de expresión nunca es el reducido número de revistas y publicaciones de primera línea sino los artículos periodísticos o los trabajos de divulgación.

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han separado definitivamente hace ya un par de siglos por lo menos y, sobre todo que la ciencia debe ignorar completamente a la religión como no sea para realizar estudios históricos o antropológicos. Sin embargo, no todo se acaba en las discusiones académicas de más alto nivel y en las fronteras de la ciencia. La religión, justamente, sale a hacer proselitismo en otros ámbitos: en el del público no especialista, básicamente en la educación y la divulgación, muchas veces en el contexto de la pelea política. Esta disputa nunca cesó y actualmente, se manifiesta en los constantemente renovados embates de los grupos religiosos más fundamentalistas sobre todo de EE.UU. y en menor medida en Europa, apoyados por algunos pocos científicos, aunque nunca en publicaciones especializadas, por reinstalar la discusión entre evolución y la llamada “teoría del diseño inteligente”. El debate adquiere, en realidad, estatus político e ideológico, dado que se encuentra académica, intelectual y epistemológicamente saldado y lo que hoy se denomina “diseño inteligente” no es ni más ni menos que el famoso argumento de la teología natural de W. Palley de 1802, según el cual los compuestos complejos –como un reloj o un ser viviente– no pueden ser el resultado del azar de las fuerzas naturales sino de un acto de creación sobre un diseño previsto. En Argentina, por su parte, resulta llamativa, salvo excepciones, la ausencia de la cuestión de la evolución en los institutos de formación docente y por consiguiente en los establecimientos de enseñanza media (tanto confesionales como en muchos de los públicos) a despecho de que aparezca como parte de la currícula en los documentos oficiales. 2. Evolución, progreso y pensamiento teleológico Es necesario llamar la atención sobre algunas consecuencias importantes del pensamiento darwiniano. Principalmente la anulación de la idea de progreso en el desarrollo del mundo natural y de la concepción teleológica de la naturaleza, concepto que en algunas circunstancias viene asociado con el de progreso. Darwin, a decir verdad, era muy prudente y evitó en principio utilizar la palabra “evolución” (evolution)3 para designar al cambio orgánico, y se refería a este más bien como “descendencia con modificación”. Estas precauciones se relacionaban con otros usos y acepciones corrientes del término. En su sentido moderno, fue introducido por primera vez por Lyell en 1832 para discutir las ideas de Lamarck, pero fue utilizado anteriormente en relación con la biología por Albrecht von Haller (1708-1777) para su teoría embriológica y allí hacía referencia a los cambios que se producen en el embrión a lo largo de su desarrollo, cambios que se dan según una secuencia fija y en pasos y tiempos perfectamente predeterminados, proceso bastante diferente al de la evolución de las especies, según Darwin. Al mismo tiempo, el concepto de “evolución” parece estar indefectiblemente ligado a la idea de cambio progresivo, no solo el progreso de un embrión hacia su de3 En las primeras cinco ediciones de El Origen la palabra “evolution” no aparece. Recién en la sexta, Darwin la utiliza repetidas veces, seguramente porque el sentido que tiene en su teoría ya había sido suficientemente difundido y aclarado como él mismo consigna en sus cartas y en su Autobiografía.

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