Colección: Lectura Mundi Director: Mario Greco Serie: Tyché Directora: Damasia Amadeo de Freda
Jacques-Alain Miller 13 clases sobre el Hombre de los Lobos. 1a edición - Buenos Aires: Pasaje 865, 2010. 160 pp.; 15 x 21 cm. Traducido por: Damasia Amadeo de Freda ISBN 978-987-26390-0-6 1. Psicoanálisis. I. Amadeo de Freda, Damasia, trad. II. Título CDD 150.195
La obra original fue publicada en francés: Clases 1-7: “L´Homme aux loups”, la Cause freudienne 72, Nouvelle Revue de Psychanalyse, pp. 79-132. Clases 8-13: “L´Homme aux loups (suite et fin)”, la Cause freudienne 73, Nouvelle Revue de Psychanalyse, pp. 64-117. © 2009 la Cause freudienne 1ª edición en español para América, mayo de 2011 © 2011 Jacques-Alain Miller © 2011 De la traducción y el prefacio Damasia Amadeo de Freda © 2011 Pasaje 865 Pasaje 865 de la Fundación Centro Internacional para el Pensamiento y el Arte Contemporáneo (CIPAC), Humberto Primo 865-CABA, (54 11) 4300 0531, pasaje865@gmail.com, www.pasaje865.com UNSAM EDITA Campus Miguelete. Edificio Tornavía Martín de Irigoyen 3100, San Martín (1650), Provincia de Buenos Aires unsamedita@unsam.edu.ar www.unsamedita.unsam.edu.ar
Diseño de interior y tapa: Ángel Vega Edición digital: María Laura Alori Corrección: Laura Petz Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723 Editado e impreso en la Argentina
Prohibida la reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores.
Prefacio Clase 1
Planteo del problema Clase 2
Erotismo anal, castración, paranoia Clase 3
El mundo cubierto por un velo Clase 4
Discusión clínica Clase 5
El falo y el padre Clase 6
La multiplicidad de padres Clase 7
Puesta en forma (I) Clase 8
Puesta en forma (II) Clase 9
Represión y forclusión (I) Clase 10
Represión y forclusión (II) Clase 11
Freud y la forclusión Clase 12
Represión y forclusión (III) Clase 13
El Hombre de los Lobos en “Inhibición, síntoma y angustia” Bibliografía
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PREFACIO
Las clases Finales de 1987. Trece clases sobre el Hombre de los Lobos. JacquesAlain Miller se avoca, durante un período de cuatro meses y en el marco de un seminario de investigación sobre la clínica diferencial de las psicosis del DEA,1 a estudiar el famoso caso de Freud. ¿Con qué se encontrará el lector a lo largo de estas trece clases? Contrariamente a lo que sucede habitualmente, este libro no se asemeja a ese efecto de claridad casi inmediata que provoca la lectura de sus textos. Desde la primera clase, y a medida que el texto avanza, se diría que un efecto opuesto se intensifica. Uno se pierde en la lectura, no alcanza a entender qué problema se está abordando, y cuando se entiende el problema que él aborda, este se verá rápidamente desplazado siguiendo otras referencias. Miller comienza hablando de las distintas interpretaciones que se hicieron sobre el caso, y él mismo quedará ubicado en la serie. Le restará al lector, al final de la lectura, evaluar si la suya es solo una interpretación más. El texto se mantiene muy estrechamente ligado a su forma original. La elección de pasar la estructura del discurso oral a lo escrito se basó en la idea de que así se podría reflejar mejor el desarrollo en acto de un pensamiento que se debate frente a los problemas fundamentales que el psicoanálisis le plantea. El diagnóstico ¿Cómo aborda Miller el caso del Hombre de los Lobos? Él comienza a trabajar el texto de Freud a partir de la lectura que hace Lacan. De 1 DEA: Dîplome d'études approfondies de l'Université Paris VIII.
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entrada considera, al igual que Lacan, que el problema se centra sobre el diagnóstico. Pero no plantea este problema de manera directa para concluir rápidamente que si Lacan extrajo de ese texto el término Verwerfung que utiliza Freud para caracterizar en ese paciente un mecanismo distinto al de la Verdrängung es porque se trata de una psicosis. Es cierto que él pone en cuestión el diagnóstico de neurosis obsesiva que sostiene Freud, y es cierto también que comienza con el aislamiento del término forclusión por parte de Lacan. Pero esta manera de abordar el tema no hace más que impulsar su lectura y problematizar, tanto el texto de Freud como la lectura que del mismo pudo haber hecho Lacan. Digo "pudo haber hecho" porque Miller dirá, por ejemplo, que todo el "Informe de Roma" fue escrito por Lacan pensando en ese caso, aun cuando la referencia al mismo esté en pocos lugares de ese texto. También llegará a decir que, si bien no hay referencias explícitas al Hombre de los Lobos en "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", bien se puede suponer que Lacan también tenía este caso en la cabeza al plantear la relación P0 → Φ0, la cual, sin embargo, en el esquema de Lacan está explícitamente referida al caso de Schreber. Las referencias Dejándose llevar por lo que pudo haber pensado Lacan, desde la primera clase vemos cómo Miller sí aborda P0 → Φ0 de ese esquema para pensar al Hombre de los Lobos. Es más, considero que esa fórmula –que tendrá muy presente sobre todo en las siete primeras clases– es su brújula, el hilo conductor que guía su pensamiento para interrogar el diagnóstico. Ahora bien, ¿cómo aborda él P0 → Φ0 para pensar el caso? Dirá, por ejemplo, que si el Hombre de los Lobos testimonia indudablemente de una relación al padre y a una serie indefinida de sustitutos, ese mismo exceso de imágenes podría testimoniar de la ausencia en cuanto a su significante. Es decir, que la multitud de personajes paternos que el caso muestra no solo no le asegura la presencia del significante del Nombre del Padre, sino que más bien la problematiza. Dirá también, refiriéndose a ese mismo esquema, que en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en la psicosis se puede observar "el efecto en segundo grado que produce la elisión del falo". Hará entonces una 10
comparación entre "el asesinato de almas" de Schreber como su propia solución en el estadio del espejo a dicha elisión –con el sentimiento mortífero que conlleva–, y "el mundo oculto tras un velo" como la posible solución que pudo haber encontrado el Hombre de los Lobos frente al mismo problema. Desde esta misma perspectiva aborda la imagen de sí como un problema constante en este paciente. Dirá que todo daño posible que se acerque a la imagen narcisista –circunscripta en el órgano fálico y sus sustitutos– es vivido por el paciente como una amenaza de peligro que lo desestabiliza, tal como la gonorrea y el problema en la nariz lo testimonian. La misma cuestión planteará respecto de la imagen del padre y sus representantes, al destacar cómo toda debilidad atribuida a dichos personajes tendrá el mismo efecto en el paciente. ¿No testimoniarían dichas desestabilizaciones del efecto en lo imaginario del trastorno sufrido en lo simbólico por la ausencia del Nombre del Padre? Pero el peligro, ¿concierne a lo imaginario o es vivido como una amenaza real?, son las preguntas que atraviesan ya las primeras clases. Miller invierte rápidamente la perspectiva y en la primera clase introduce también una referencia de Lacan de "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis" en la que localiza la virilidad del Hombre de los Lobos en lo simbólico y la homosexualidad en lo imaginario. En una lectura rápida daría la impresión de que esta referencia desbarataría esta primera aproximación a la psicosis, dado que estamos acostumbrados a situar la falla en lo simbólico y no en lo imaginario para pensar dicha estructura. ¿Qué podría querer decir entonces esta referencia de Lacan? No parece ser el problema mayor que le interese plantear a Miller recordarnos que a esa altura de la enseñanza de Lacan lo imaginario es el lugar en el que se producía la fijación del fantasma. Si se detiene en esta referencia es principalmente para ordenar el caso de Freud en los tres registros –imaginario, simbólico y real– para, desde ahí, interrogar sobre el lugar donde la falla se produce, la que, por otra parte, no resulta tan evidente en esa referencia de Lacan de 1953. Miller retoma el camino andado y nos conduce, sin que prácticamente lo percibamos, a la idea de que hubo forclusión en este paciente, pero hay que saber de qué forclusión se trata. ¿Se trata de la forclusión de una imagen –tal como caracterizaba Freud a la famosa escena primaria– o se trata de la forclusión de un significante? Y si es la forclusión de un significante, ¿resulta tan evidente en el caso que se trate de 11
la forclusión del significante del Nombre del Padre?, son algunos de los interrogantes que se dejan entrever también en las primeras clases. El problema central que Miller trabaja es cómo deducir la falla simbólica de los trastornos en lo imaginario, muy evidentes en el paciente. Es decir, cómo repensar los datos imaginarios, que Freud encuentra como causantes de la enfermedad, en términos significantes. El problema para Miller va a estar dado en cómo desplazar la causa del trastorno de lo imaginario a lo simbólico, ya que tampoco la referencia de Lacan que él toma la aclara. La cuestión central que atraviesa en las primeras clases es la de cómo leer el texto de Freud con las referencias de Lacan y, al mismo tiempo, cómo interpretar dichas referencias. La castración Miller recorre el texto de Freud para centrarse en el problema de Freud, no en el del paciente. El problema de Freud, dirá Miller retomando otro comentario de Lacan de ese mismo texto, es que él mismo no podía subjetivar los problemas teóricos en juego que le presentaba este paciente. Y el problema teórico que este paciente le planteaba a Freud, y que según él era el problema del paciente, no es otro que el problema de la castración, concluirá Miller en la primera clase. Así como el significante Verwerfung es capital en la lectura de Miller, el otro significante que ordena sus clases es el de la castración. Se puede leer ya desde la primera clase, cómo interroga la castración a partir del texto de Freud. Y es justamente respecto de este tema que asistiremos más que nunca al modo en que Miller aborda un problema. Vemos cómo sigue el texto de Freud al pie de letra, cómo se detiene en los puntos de contradicción de Freud y en los puntos contradictorios que Freud nota en su paciente; lo vemos detenerse en las objeciones que Freud se hace a sí mismo y en las resoluciones que encuentra. Y así, de clase en clase, se irá iluminando y ensombreciendo también dicho problema planteado ahora por Miller. Examinará el rechazo a la castración, la resistencia a su aceptación, su aceptación intelectual y su falta de creencia, el convencimiento de su realidad, su convicción, el cambio en la expresión de Wirklichkeit a Realität de la castración... Analizará su aborrecimiento como compatible con la masculinidad, su aceptación como compatible con la psicosis, su asunción para apaciguar la angustia… Examinará nuevamente al 12
padre y se cuestionará si se teme al padre por temor a la castración o si más bien se lo requiere para introducir esta función. Se preguntará si el padre es el que goza o si es el que pacifica, si es necesaria su presencia efectiva para ejercer la amenaza o si hay que recurrir al esquema filogenético cuando no la ejerce en la realidad, si se trata del personaje de la realidad o de la función estructural del significante del Nombre del Padre. Se preguntará finalmente si el Nombre del Padre puede ser un sinthome… El lector encontrará cómo Miller aborda estos problemas, que eran los problemas de Freud y de Lacan, y verá cómo estos problemas se irán transformando para no ser ya más los problemas de Freud y de Lacan sino los problemas de Miller. El estilo El estilo de Jacques-Alain Miller es el de problematizar, como él mismo lo recuerda a menudo. Él se refiere a su metodología como una disciplina de trabajo que consiste en transmitir el movimiento de un esfuerzo de reflexión que parte, no de lo que ya sabe, sino de lo que ignora, de lo que se resiste en él como saber, de lo difícil, de lo que evita y solo puede contornear. Un movimiento de reflexión que apunta a la suspensión del saber en tanto saber acabado y cuyo objetivo es el de mantener siempre un punto de vacío como el mejor modo de hacerlo avanzar. En la clase 5, Miller elogia el estilo de envoltura, la sensación de volumen que da el texto de Freud. Pero, ¿habrá sabido, cuando hacía este elogio, que su propia lectura del caso estaba ella misma impregnada de este rasgo? Ese estilo en Freud está dado por el ir y venir entre el caso y la teoría, entre la cronología y la reinterpretación; entre ese desorden inicial que Freud atribuye al paciente y ese orden que el texto va produciendo al enriquecerse con nuevos datos que permiten resignificar los anteriores, para, a su vez, de capítulo en capítulo, ir planteándole nuevos problemas, hacer surgir objeciones y llegar a nuevas soluciones. Ese movimiento de Freud no hace más que repercutir en el movimiento de Miller, quien también va aportando, de clase en clase, elementos que iluminan y oscurecen el problema tratado, ya que retoma los elementos de Freud y de Lacan para iluminarlos desde otro ángulo y porque en ese movimiento también introduce problemas nuevos, los cuales, de 13
clase en clase, parecen ir acercándolo a un esbozo de solución. Una solución inacabada, como se verá en la última clase, una solución que parece quedar a la espera de una clase por venir… El estilo de Miller en estas clases produce un efecto extraño y el texto se vuelve raro, novedoso, difícil de clasificar entre los suyos. Un Miller borgeano es el de estas 13 clases. Un Miller que habla de la forclusión que se suprime a sí misma; que habla del objeto a como el objeto al que no se puede no evitar; que habla de un estilo de escritura que al nombrarlo así reproduce en acto ese mismo estilo. El personaje A partir de la clase 8 vemos cada vez más a Miller describir un personaje. Pero, ¿es el mismo que los psicoanalistas conocemos casi de memoria? El Hombre de los Lobos que conocemos mejor es aquel del famoso sueño, el de la alucinación del dedo cortado, el de la fobia al lobo y el miedo a la mariposa. Él nos descubre otro paciente. Aquel cuyos lazos libidinales han estallado, cuyo comportamiento demuestra que conviven diferentes posiciones libidinales al mismo tiempo, cuya virilidad parece casi una fachada y cuya identificación a la mujer podría ser, más que un "fantasma homosexual", una forma de "empuje a la mujer". Nos describe un personaje cuyo erotismo anal y su consecuente sintomatología –más todavía que la alucinación del dedo cortado– podría dar cuenta de la psicosis. Nos describe un personaje cuyo erotismo anal sería también lo que da cuenta de la elucidación no resuelta por el paciente –debido a la forclusión de la castración y el mantenimiento de la teoría anal del coito– del problema de saber qué es un hombre y qué es una mujer. ¿No testimonia acaso dar un salto enorme en la manera de pensar ese caso el hecho de que Miller se detenga en esa forma de decir de Freud sobre "la condición erótica" y no "natural" del paciente, para concluir que el Hombre de los Lobos ilustra muy bien la ausencia de la relación sexual en el ser humano? Hacia la psicosis ordinaria Miller habla del encuentro de Freud con un paciente moderno a quien no supo tratar del todo. Pero este paciente moderno, ¿no es acaso el 14
mismo al que, sin saberlo del todo, él le está dando forma? ¿No es quizá con este paciente moderno que comienza a darle vueltas en su cabeza, casi diez años antes, a la noción de psicosis ordinaria? En la segunda mitad del texto se podrá observar cómo Miller se desprende cada vez más de las referencias de Lacan para interrogar de nuevo los mecanismos de represión, regresión, identificación y forclusión. Pero paralelamente vemos surgir otros términos. De pronto lo vemos retomar con insistencia el tema de la actitud y del comportamiento, y el del cambio en la conducta como un punto de ruptura en este paciente. Lo vemos insistir en la apariencia y en el aspecto, en el carácter y en la discontinuidad. Lo vemos hablar de la desinserción social, de la relación con el dinero y de la dependencia respecto a la mujer, del trastorno temporal y de su incidencia en la transferencia, de la posición primordial, que no por repetirse indefinidamente como un leitmotiv en muchos aspectos de su vida es por ello más conocida por el paciente. Lo vemos volver a hablar del desorden de las posiciones libidinales, de la compulsión erótica y de la falta de vitalidad, del fracaso de la sublimación y de la falta de creencia... Vemos así desplegarse en filigrana en las últimas clases el problema del tono, de la intensidad, de la continuidad y la discontinuidad, de la manera de ser. No vemos nada parecido a la localización de un delirio sistematizado ni a un franco desencadenamiento, nada respecto al fenómeno elemental –cuando lo introduce en la clase 3 es para decir que Freud no lo piensa como tal, sino como un significante cuya significación oculta va a encontrar; no vemos nada parecido a un neologismo ni al encuentro con Un padre… Vemos más bien la amplitud de un comportamiento que es el que para Freud se desprende de la identificación con la mujer. En las últimas clases Miller nos va dibujando cada vez más un personaje nuevo, moderno –diría más– contemporáneo; un personaje al cual, veinte años después, él mismo no dudará en incluir dentro de la psicosis ordinaria. En 2008, en la conferencia "Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria"2 que dio en el marco de un seminario anglófono en París, así lo va a diagnosticar. Quizá sea esa la clase que permaneció a la espera. ¿Por qué no imaginar que es esa la clase que le faltó para aliviar "ese afecto de casi vergüenza" que la referencia freudiana le facilitó en la última 2 Miller, J.-A., "Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria", El Caldero de la Escuela N° 14 (noviembre 2010).
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clase para nombrar aquello que acaso le suscitara el dejar ese trabajo en suspenso? A partir de 1996, las reuniones de las secciones clínicas UFORCA3 en Angers, Arcachon y Antibes aceleran el proceso y la inspiración de Miller encuentra su término en el concepto de psicosis ordinaria. Entre 1987 y el momento actual el pensamiento de Miller se ha complejizado, se ha complejizado también al ritmo de la complejización de la época. Una época que parece producir de manera ya no excepcional hombres cuyos rasgos se asemejan a los de aquel paciente de Freud de principios del siglo XX. Diría más, una época que parece producir hombres cuyos rasgos se asemejan a aquellos que Miller supo encontrar en el caso de Freud. El lector decidirá si es mucho decir que el concepto de psicosis ordinaria encuentra su primer antecedente en estas 13 clases que Miller dio entre diciembre de 1987 y marzo de 1988. Damasia Amadeo de Freda París, 26 de enero de 2011
3 UFORCA: Union pour la Formation Clinique Analytique.
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Clase 1
PLANTEO DEL PROBLEMA
Reinterpretaciones Me alegra mucho sacar a relucir nuevamente el caso del Hombre de los Lobos. Todo catálogo hecho a propósito del Hombre de los Lobos, hay que confesarlo, es claramente satírico. Tenemos esa gran cantidad de psicoanalistas que se ocupó de él, esa gran cantidad de comentadores, y luego las variaciones de esos psicoanalistas y de esos comentadores, lo que enriquece ya una enorme literatura. En el fondo, se trata de reinterpretaciones. De hecho, el término reinterpretación aparece regularmente en diferentes niveles del texto sobre el Hombre de los Lobos, que es un escrito que polemiza con las interpretaciones del psicoanálisis hechas por Jung y por Adler, pero también hay en el caso mismo la reinterpretación de una neurosis infantil producida quince años antes. Entonces, nuevamente, reinterpretación. ¿Y qué llegamos a captar de verdadero quince años después? ¿Se verifican en el caso las interpretaciones malintencionadas que se le hicieron? Sabemos que Freud toma diferentes posiciones respecto de la realidad o del carácter fantasmático de la escena primaria; es decir –insisto– que el rasgo de reinterpretación está presente en todos los niveles. No es en absoluto el mismo estilo que Freud emplea para el Hombre de las Ratas; y es que el Hombre de los Lobos, es considerado por lo que él cuenta sobre lo sucedido quince años antes, lo que resulta muy curioso: es como si no se tuviera el caso en el presente, sino que se lo toma en la reinterpretación. Freud condensa el caso poniendo de relieve ciertos rasgos destacados por la cura analítica: “(…) la tenacidad ya mencionada de la fijación, el extraordinario desarrollo de la inclinación a la ambivalencia y, como tercer rasgo de una constitución que hemos de calificar de arcaica, la capacidad de mantener yuxtapuestas y capaces de función las cargas libidinosas más heterogéneas y contradictorias” –indica en la página 2007–, todas ellas capaces de funcionar una al lado de la otra. 17
La variedad de diagnósticos se funda, pues, en lo que Freud nos presenta: un caso donde conviven los lazos libidinales más contradictorios y más variados. Y todo el esfuerzo de Lacan se centrará en el ordenamiento de los diversos lazos libidinales coexistentes, que intentará acomodar repartiéndolos, eventualmente estratificándolos, incluso jerarquizándolos. Los diagnósticos dependen entonces de la manera en que se ordenan esos lazos libidinales: neurosis con tendencia psicótica, caso límite con tendencia al acting-out, obsesión con fuerte coloración paranoide, etcétera. Todo esto se apoya en el tercer rasgo del caso destacado por Freud. La castración: un problema freudiano Sobre esta base, no se puede retomar todo el caso, pero podemos ir a lo esencial, a saber, el problema de la castración. Señalemos de inmediato que no parece que Lacan haya situado en el corazón del caso la cuestión del Nombre del Padre. Resulta evidente que, cuando Lacan pone de relieve no la forclusión como tal –que había trabajado dos años antes–, sino la forclusión del Nombre del Padre, ya no se trata del Hombre de los Lobos. Esta es una indicación que debe tenerse en cuenta. Lacan trata de resolver el problema de la castración, que no está muy claro en Freud; son pues intentos de solución –que, evidentemente, habiendo transcurrido cierto tiempo, pueden transformarse a su vez en problemas–, pero sobre todo son intentos de solución de un problema freudiano. Tomemos el pasaje en el que se apoya Lacan en su “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud”, donde indica que Freud hace un resumen sumamente claro de la coexistencia de los lazos libidinales. En un sentido, el Hombre de los Lobos nunca reconoció la castración, pero en otro sentido sí lo hizo. Cito a Freud, página 1987: La posición inicial de nuestro paciente ante el problema de la castración nos es ya conocida. La rechazó [verwarf], y permaneció en el punto de vista del comercio por el ano. Al decir que la rechazó, nos referimos a que no quiso saber nada de ella en el sentido de la represión. Tal actitud no suponía juicio alguno sobre su existencia, pero equivalía a hacerla inexistente. Ahora bien: esta posición no pudo ser la definitiva, ni siquiera durante los años de su neurosis infantil. Más tarde hallamos, en efecto, pruebas de que el sujeto llegó a reconocer la castración como un hecho. También en este punto hubo de conducirse conforme a aquel rasgo, característico de su personalidad, que tan difícil nos hace la exposición de su caso.
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Tenemos entonces en un primer momento la Verwerfung de la castración y, en un segundo tiempo, su reconocimiento, pero con la particularidad de que este conllevará dos modalidades: primero se resistió a su reconocimiento y luego cedió. Pero la segunda reacción, según Freud, no suprimió la primera. Tenemos así una arquitectura triple: 1) Verwerfung de la castración 2) Reconocimiento de la castración
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Resistir Ceder
Freud precisa en la misma página: Al final coexistían en él dos corrientes antitéticas, una de las cuales rechazaba la castración, en tanto que la otra estaba dispuesta a admitirla y a consolarse con la feminidad como compensación. Y también la tercera, la más antigua y más profunda, que se había limitado a rechazar la castración sin emitir juicio alguno sobre su realidad, podía ser activada todavía.
En un sentido, es verdad que el conjunto del caso del Hombre de los Lobos se nos presenta en el marco de la neurosis infantil e incluso en el de la neurosis adulta. Hay sin embargo, junto a la mención de una resistencia masculina a la castración y a la adopción de una posición femenina, otra cosa que está siempre dispuesta a entrar en actividad. Lo que Freud sostiene es extraordinario, ya que indica que lo que pudo haber pasado más adelante ya estaba anunciado. De ahí también la importancia de la famosa escena primaria, que tuvo supuestamente el efecto de producir en el paciente la convicción de la realidad de la castración. La convicción (Überzeugung) es en verdad una posición subjetiva. El punto de partida de Freud es que una neurosis infantil precede a la neurosis ulterior. En este marco, ¿qué problema teórico plantea la forma misma en que Freud expone este caso clínico en sus diferentes etapas? Freud nos revela la Verwerfung de la castración en la teoría anal del coito. Lo anal está implicado ahí, pero también aparece en la adopción de la posición femenina. De hecho, lo anal se encuentra en dos lugares con dos relaciones diferentes desde el punto de vista estructural. 19
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1) Verwerfung de la castración
2) Reconocimiento de la castración
➚ ➘
Anal
coito anal
Resistir Ceder
➞ Anal posición femenina
¿Cuál es entonces el problema teórico? El problema teórico que plantea Lacan es cómo formular una coexistencia de la Verwerfung y del reconocimiento de la realidad. No hay mil soluciones: o decimos que se produce en el mismo punto (rechaza la castración y al mismo tiempo la reconoce), o bien se reparte diferenciando en qué nivel se produce una y en cuál se produce el otro. Entre simbólico e imaginario Lacan distribuirá las cosas entre simbólico e imaginario. La primera repartición la hace indicando que, desde el punto de vista imaginario, hay una captura homosexualizante, feminizante, etcétera. Ubica, pues, la identificación con la madre en el registro imaginario, y en el registro simbólico incluye todo lo reafirmado como identificación con el padre. Tenemos entonces una repartición: yo no estoy castrado a nivel simbólico, y la posición femenina a nivel imaginario. Esta es su primera tentativa. En “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” –página 254–, Lacan subraya que Freud reconoce, “en el aislamiento simbólico de yo no estoy castrado en que se afirma el sujeto, la forma compulsiva a la que queda encadenada su elección heterosexual”. Lacan los agrupa, junta la posición masculina y el yo no estoy castrado, lo que designa más bien el nivel donde hay una resistencia, donde se abomina la castración, lo que para Freud es totalmente compatible con la posición masculina. Por un lado, tenemos entonces esta posición subjetiva simbólica del yo no estoy castrado y la constancia de la elección de objeto heterosexual con una forma compulsiva: “Me gustan las sirvientas en cuatro patas limpiando el piso con una escoba al lado”. Por otro, está el registro imaginario de la identificación con la madre, o sea, “el efecto de captura homosexualizante que ha sufrido el yo devuelto a la matriz imaginaria de la escena primitiva”. 20
En su artículo “Réévaluation du cas de l’Homme aux loups”, Agnès Aflalo ubicó esa diferencia, esa localización de lo imaginario y de lo simbólico, indicando que, en cierta forma, lo fundamental será la repartición de ambos registros. La primera repartición consiste en decir que lo simbólico está acá y lo imaginario allá, entre la protesta viril y la posición femenina. Finalmente hay un desplazamiento y el reconocimiento será sobre todo del orden de la suplencia. Forclusión del Nombre del Padre y elisión del falo Si bien es cierto que no hay referencia al Hombre de los Lobos en “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, me parece que se la encuentra sin ser explícita cuando Lacan, para sorpresa general y de una forma que no aparece directamente nombrada por la lógica misma del texto, distingue la forclusión del Nombre del Padre y la elisión del falo. Se pregunta entonces si Φ0 es solamente la consecuencia de la forclusión del Nombre del Padre o si se trata de un mecanismo independiente. En un primer análisis, no sería ilegítimo distinguirlos, ya que esta elisión del falo está singularmente cerca, en varios lugares del caso, de lo que el mismo Lacan escribe a partir de esta primera proposición donde evoca, del lado imaginario, “el efecto de captura homosexualizante del yo devuelto a la matriz imaginaria de la escena primitiva”. Vemos el esfuerzo de Lacan por obtener una solución de la paradoja con la distinción de dos niveles: el reconocimiento y la Verwerfung. A cada paso encontramos dos términos que intentan oponerse de una manera lógica. La escansión se va producir en la “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite…”, cuando la forclusión sea aislada como mecanismo simbólico y como opuesta a la Bejahung. De ahí en más, incluyendo la protesta viril y la posición femenina, el reconocimiento se vuelve algo que ya es imaginario. Una vez planteada como tal la forclusión, se podrá releer el caso Schreber haciendo recaer dicho mecanismo esencialmente sobre el Nombre del Padre. Con respecto al Hombre de los Lobos, no creo que haya habido nunca en Lacan la menor duda sobre la forclusión del Nombre del Padre. Así, sostener que es una Verwerfung que no pone en tela de juicio todo el orden simbólico constituye la traducción de ese hecho. Si en ese momento se dice que es un borderline, se adelanta algo que es estructural. Si no hay forclusión del Nombre del Padre, ¿es psicótico o 21
no? Pero ¿se trata, sin embargo, de una neurosis? Porque existe al menos esa corriente, la más profunda, que no admite la castración, y que es del orden de un: ∃x Φx. La cuestión produce algunas dificultades en lo que hace a la neurosis. El Hombre de los Lobos no es un neurótico como los demás. En lo que concierne a la dificultad propia de este caso, para nosotros, para los que nos precedieron y para Freud mismo, Lacan da la siguiente explicación: señala que Freud se encontró en posición de producir un ∃x Φx, cuando dijo que la cosa duró bastante tiempo así. Recuerden la iniciativa de Freud de poner un límite a la cura: según Lacan –en la página 299 de “Función y campo de la palabra…”–, se puede reconocer “en su insistencia a volver sobre ese caso, la subjetivación no resuelta en él de los problemas que este caso deja en suspenso”. 10 de diciembre de 1987
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