...aĂşn no me ha abandonado el sentimiento de humanidad I. Kant
a Hasso Hofmann
La representaci贸n pol铆tica
Colecci贸n Humanitas
Colección: Humanitas Director: Carlos Ruta
Duso, Giuseppe La representación política: génesis y crisis de un concepto / Giuseppe Duso. - 1a ed . Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Jorge Baudino Ediciones; Gral. San Martín: UNSAM EDITA, 2015. 268 pp.; 21 x 15 cm. (Humanitas / Ruta, Carlos) Traducción de: Gerardo Losada.
ISBN 978-987-1788-25-5
1. Filosofía Política. I. Losada, Gerardo, trad. II. Título.
CDD 320.1
Título original: La rappresentanza: un problema di filosofia politica ©1988 Franco Angeli, Milano 1ra edición en español: enero de 2016 © 2016 Giuseppe Duso © 2016 de la traducción Gerardo Losada © 2016 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de General San Martín © 2016 Jorge Baudino Ediciones UNSAM EDITA:
Campus Miguelete. Edificio Tornavía Martín de Irigoyen 3100, San Martín (B1650HMK), provincia de Buenos Aires unsamedita@unsam.edu.ar www.unsamedita.unsam.edu.ar Jorge Baudino Ediciones: Fray Cayetano Rodríguez 885 (1406), Ciudad Autónoma de Buenos Aires info@baudinoediciones.com.ar Diseño de tapa e interior: Ángel Vega Edición digital: María Laura Alori Corrección: María Laura Petz Se imprimieron 1000 ejemplares de esta obra durante el mes de enero de 2016 en Coop. Chilavert Artes Gráficas, Chilavert 1136, CABA Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723 Editado e impreso en la Argentina Prohibida la reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores.
La representaci贸n pol铆tica Giuseppe Duso
Colecci贸n Humanitas
G茅nesis y crisis de un concepto
prefacio
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Capítulo I
la representación y el arcano de la idea: introducción al problema
19
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.
19 24 30 38 42 49 53
La representación política: la presentación de una aporía Para una historia de la representación política moderna Representación como presencia de la ausencia La estructura de la representación Un itinerario a través de Platón: el ícono o la imagen buena Representación e idea: el diseño de la pólis Práctica de la filosofía y el problema del origen
Capítulo II
génesis y lógica de la representación política moderna 1. Derechos del hombre y constitución: la Revolución Francesa 2. De la representación por órdenes a la representación por individuos: otra manera de entender la política 3. El concepto de pueblo y la dimensión representativa 4. El nacimiento de la ciencia política moderna 5. Naturalidad de la sociedad y naturalidad del gobierno en Althusius 6. La dimensión plural del pueblo y la concepción estamental de la representación 7. El concepto moderno de poder y la nueva dimensión del pueblo 8. La unidad política y la invención del concepto moderno de representación 9. El pueblo a través del representante 10. El pueblo sin el representante 11. Representar la idea 12. El control de los representantes y la revolución 13. La representación política: entre unidad y pluralidad
59 59 63 66 71 73 77 82 85 90 97 102 109 115
Capítulo III
tipos de poder y forma política moderna en max weber 1. 2. 3. 4. 5.
“Herrschaft” en el sentido moderno de “poder político” Distinción y oposición entre poder racional y poder carismático El carisma y la duración del poder El elemento excedente en el poder de tipo racional-legal “Herrschaft” y “Repräsentation”
127 127 131 134 139 143
Capítulo IV
representación y unidad política en el debate de la década de 1920: schmitt y leibholz
153
1. Representación y forma política 2. Representación y realización de la identidad 3. Legitimación del poder y representación
156 166 175
Capítulo V
la representación como raíz de la teología política en carl schmitt
183
1. 2. 3. 4.
185 189 192 199
La analogía y el problema de una conceptualidad radical El emerger de una estructura teorética “Sichtbarmachung” y “Säkularisierung” Representación y forma política en la obra Catolicismo romano
Capítulo VI
filosofía y crisis de la ciencia política: eric voegelin 1. 2. 3. 4.
La filosofía práctica como espacio “disciplinar” Voegelin y Schmitt: una radicalización crítica La representación y el problema de la verdad Platón, Aristóteles y la “práctica” de la filosofía
207 209 218 223 228
Post scriptum
repensar la representación a la luz de la teología política
235
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.
235 238 242 248 251 256 260
La tarea de repensar la representación El concepto moderno de representación política La frustrada dimensión política del ciudadano La teología política y la estructura de la representación Representación e inmanencia en el dispositivo moderno de la soberanía El paradigma del poder y el problema del gobierno La representación entre gobierno y pluralidad
PREFACIO
Q
uien se dispone a leer un libro dedicado al tema de la representación política puede sorprenderse al encontrarse ante una serie de incursiones analíticas, que, con una sola excepción, se refieren a lo que podría ser entendido como la representación política moderna. Para la reconstrucción de una historia del concepto de representación podría parecer necesario un recorrido más amplio, que comprendiese épocas históricas diversas, como la medieval o la caracterizada por una sociedad estamental. Si el presente trabajo se refiere casi exclusivamente a la representación moderna, esto no depende del hecho de que se atribuya poca relevancia al pensamiento político precedente, al contrario, solo una mirada amplia, que se emancipe del horizonte exclusivo de los conceptos modernos, puede permitir enfrentar los problemas de un presente que ya no parece comprensible mediante el uso de los conceptos fundamentales con los cuales se comprendió la política en la época de la estatualidad. Por consiguiente, se trata de una opción precisa, basada en la conciencia de la novedad del concepto moderno de representación, que no consiste en una simple modificación de lo que en un contexto feudal o estamental se entendía mediante el uso de la misma palabra, sino que comporta un modo radicalmente diverso de entender al hombre, la ciencia y la política. Se puede evitar, tal vez, el peligro inherente a una difundida práctica contemporánea de hacer historia de los conceptos, según la cual se presentan las modificaciones que el concepto ha tenido en la historia en un marco unitario que va desde la Antigüedad hasta nuestros días. En este caso, las modificaciones históricas implican un núcleo constante del concepto respecto del cual precisamente se dan las modificaciones, pero, en realidad, esa unidad solo es posible gracias a la proyección indebida de elementos constitutivos del concepto moderno, que condiciona nuestro modo de pensar.1 1 Para una reflexión teórico-metodológica sobre la historia conceptual, ver mi obra: La logica del potere. Storia concettuale come filosofia política. Roma-Bari, Laterza, 1999, especialmente el capítulo 1. Disponible on line en el sitio del CIRLPGE.
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Prefacio En el marco de la ruptura operada por la ciencia política moderna con una tradición que, en lo que respecta a la política, consideraba la experiencia como esencial para el saber y la virtud como esencial para la práctica, se genera el concepto de representación. Este alcanza un estatuto definitivo y resulta indispensable para la forma política que es juzgada como el único medio apto para garantizar la paz y el orden. En el contexto de este modo de entender la ciencia, que, con relación a la sociedad se expresa a través de la nueva ciencia del derecho natural, es la naturaleza misma del concepto la que llega a obtener un estatuto propio y una función propia: conlleva una definición, una determinación racional independiente de la experiencia, un vínculo riguroso y necesario con otros conceptos, de manera que constituye un todo coherente, sin contradicciones y, por ende, válido para todos, más allá de las opciones de vida y de las diversas opiniones sobre la justicia que los hombres puedan tener. Todo esto tiene relevancia en relación con lo que en la Modernidad se entiende por concepto.2 Dentro de ese “procedimiento científico”, el concepto de representación no aparece como una modalidad del ejercicio del poder entre otras, como una modalidad que tal vez alguien podría considerar, de manera aproximativa, como más “democrática”, sino que aparece como un medio indispensable para dar forma al sujeto colectivo, para atribuirle voz, voluntad, acción. Si tal función resultase constitutiva del concepto de representación –y esto se tratará de verificar en el presente trabajo–, entonces los dilemas que surgen en conocidos estudios, como el de Pitkin, entre la independencia del representante o su dependencia del mandato, parecen configurar no tanto posibilidades interpretativas diversas del fenómeno en cuestión, sino, más bien, el signo emblemático de una dificultad, que es lógica y abarca, al mismo tiempo, los procedimientos constitucionales. En efecto, no solo en las opiniones socialmente difundidas, sino también en los mismos principios constitucionales, la representación es entendida, por un lado, como la función necesaria para dar forma a la voluntad colectiva, que no puede ser sino unitaria, en cuanto atribuida al sujeto colectivo (pensemos en una de las principales funciones del cuerpo representativo, la de dar la ley, que es el mandato unitario al cual todos están sometidos), pero, por otra parte, también como la vía a través de la cual los ciudadanos, dentro de las diferencias y de las particularidades que los caracterizan, pueden expresar su voluntad y participar en la formación de la voluntad común. El concepto de representación se encuentra intrínsecamente ligado al de soberanía, es decir, al concepto moderno de poder, en el sentido de poder racional 2 Cf. G. Duso. “El poder y el nacimiento de los conceptos políticos modernos”, en S. Chignola y G. Duso: Historia de los conceptos y filosofía política. Madrid, Biblioteca Nueva, 2009, pp. 233-242.
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Giuseppe Duso y legítimo, fundado en la voluntad de todos, y aún más: es su clave, en cuanto constituye el elemento capaz de legitimar aquel monopolio de la fuerza que se sedimentará en la figura del Estado moderno, y esto en lo que respecta ya sea al uso del poder, que no puede depender de una dimensión personal y ser funcional a los intereses de quien lo ejerce, o al derecho de este uso, que solo puede consistir en un proceso constitutivo basado en la voluntad de todos aquellos que luego quedarán sometidos al poder de la colectividad. A causa de este nexo con el poder, que es determinante para el significado asumido por el término “política” en la época moderna, el examen del concepto de representación se convierte en particularmente relevante y significativo. Una historia del concepto, como la que surge aquí, requiere, no solo por parte de quien se dispone a tal empresa, sino también de los mismos autores que con este fin son estudiados, un acto de pensamiento filosófico, no en el sentido de un estilo de pensamiento que se eleve más allá de la conceptualidad de la ciencia política y de la concepción contemporánea misma de la política y de la organización constitucional de la vida en común de los hombres, sino, más bien, en el de una interrogación radical de la construcción teórica a la cual se asiste en la época moderna, es decir, de una pregunta relativa a la validez de sus presupuestos y a eventuales contradicciones que se ocultan en ella. Es por esta vía por donde, en el momento en que la representación moderna aparece como problema (capítulo 1), emerge en nuestro recorrido la referencia a Platón, no porque en su pensamiento esté presente la noción de representación política, sino porque en sus Diálogos sale a la luz una estructura originaria que viene a caracterizar también la representación moderna. Esta, más allá de la opinión difundida que la entiende como actuar que refleja realidades existentes y que, entonces depende de ellas, implica, en cambio, necesariamente lo que no está empíricamente presente y que posee una naturaleza ideal. La referencia a Platón no ocurre dentro de una presunta historia del concepto de representación que parta de los griegos y llegue hasta nosotros, sino, más bien, en la tentativa de comprensión de un problema originario que anida en el corazón de la ciencia política moderna aunque esta no tenga conciencia de ello. A la luz de estas apreciaciones se podría considerar más pertinente para el presente trabajo un título que hablase de “lógica y aporías de un concepto”. Aun así, se ha preferido usar los términos de “génesis y crisis”, no solo a causa de su mayor claridad para quienes se plantean el problema en cuestión y quieren emprender un recorrido investigativo del mismo, sino también porque el concepto de representación tiene además una dimensión histórica. No es universal sino que posee una génesis específica, temporalmente determinada, que tiende a anular un modo de pensar el hombre, la política y la sociedad,
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Prefacio que tiene una larga tradición y se encuentra en los contextos precedentes (e históricamente no solo precedentes: basta pensar en el largo período del estado estamental, por ejemplo en Alemania, o en la Francia del Antiguo Régimen) en el momento en el cual se usa el término de representación (ver, por ejemplo, los parágrafos del capítulo 2 dedicados a Althusius). Y, más allá de las aporías que aparecen en él, este concepto, así como tiene una génesis propia, parece también vivir en nuestra época un momento de crisis, ligada a la incapacidad de la conceptualidad nacida en la ciencia política moderna y sedimentada en la figura del Estado y de su constitución, para hacernos comprender la realidad actual, que parece haber superado una realidad que resulta caracterizada por la existencia de los Estados nacionales, o lo que ha sido señalado como el horizonte del ius publicum Europaeum. No solo esto, sino que la crisis parece implicar la función de legitimación, que ha sido inherente a la representación desde su aparición. Este volumen replantea los materiales contenidos en La rappresentanza: un problema di filosofia politica (1988), con el añadido del capítulo 2, dedicado a la génesis, las modificaciones, y las aporías del concepto, mediante un recorrido por los clásicos del pensamiento político que más esclarecen sobre este tema. A través de este recorrido se pueden comprender tanto la fuerza de la lógica de la representación como sus contradicciones. Ha parecido útil introducir este capítulo, porque, además de ser central para la historia del concepto, constituye también la base necesaria para entender las reflexiones del siglo XX, a las que estaba dedicada casi enteramente la primera versión del volumen. En lo que concierne a estas últimas, fue provechoso recorrer aquellos pensadores que, justamente en lo que aparece como el primer momento de crisis o de culminación de la enorme construcción de la forma política moderna, o del Estado, ponen en su mira, con particular lucidez, las categorías fundamentales, entre las cuales aparece justamente como determinante la de la representación. Antes que nada es importante tematizar la articulación constituida por el pensamiento weberiano. Se trata justamente de una articulación, puesto que Weber ofrece una contribución decisiva en un momento de problemática transformación de la dimensión de la teoría y del sentido que viene a asumir la racionalidad y, por ende, en un momento de transformación epistemológica, en la que parece modificarse la estructura misma de la disciplina científica, consagrada a un análisis “objetivo” y “no evaluativo”, que renuncie a identificar criterios de comportamiento del actuar humano, los cuales resultan, más bien, productos de opciones subjetivas sin fundamento científico. Típico de ese momento de superación es la consolidación de un “análisis de la sociedad”
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Giuseppe Duso que parece destinado a acaparar todo saber de la política que pretenda tener carácter de cientificidad. Sin embargo, en este nuevo sistema epistemológico es significativo encontrar los conceptos de “poder” (Herrschaft) y de Estado que, a pesar del significado distinto y “descriptivo” que asumen, son inconcebibles si se prescinde de aquel largo camino de la ciencia política moderna, que tiene sus orígenes en la filosofía del siglo XVII. De la misma manera, es inconcebible este nuevo análisis de la sociedad sin el concepto de societas civilis, construido por la teoría iusnaturalista y que se desarrolla luego en la distinción y en la contraposición entre la “sociedad civil”, como el conjunto de las relaciones entre los hombres desprovisto del elemento del poder político, y el “Estado”, con el elemento de la obligación política y su dimensión institucional y constitucional. Si, entonces, es verdad que el pensamiento weberiano se debe contextualizar en aquel ámbito problemático que encuentra en el pensamiento negativo y en la destrucción nietzscheana de los valores un momento de paso necesario, entonces es cierto que en aquel contexto la cientificidad pierde el carácter fundante que revestía en la filosofía o ciencia política moderna de los siglos XVII y XVIII. Sin embargo, me parece –siguiendo una feliz propuesta de Norberto Bobbio– que no se puede negar una interacción fecunda entre el pensamiento weberiano y los clásicos de la filosofía política moderna. Con respecto a esto, es necesario sacar a la luz no solo el vínculo imprescindible entre el concepto de poder político (Herrschaft), tal como es definido por Weber, y la tradición moderna del pensamiento recordada antes, sino también la dialéctica que se da entre la racionalidad formal, con el tipo de poder que parece encarnarla principalmente, y los elementos de subjetividad y fe que son intrínsecos al carisma. El marco teórico resulta así problematizado, de manera que impide toda normalización del pensamiento weberiano en clave “sociológica” y lo abre a una pregunta radical relativa a lo político y a su esencia. A un pensamiento “radical” apunta explícitamente Carl Schmitt, quien, justamente al indagar la forma política como jurista, reconoce la imposibilidad de no plantearse la pregunta sobre los modos en que la forma es producida y sobre un concepto de lo político que haga pensable la determinación del Estado como forma y, al mismo tiempo, también la relatividad y la historicidad de su construcción, y las razones intrínsecas de su crisis. La esfera iuspublicística se ve entonces obligada a abrirse desde su interior y el movimiento que va en la dirección de la filosofía es impuesto por la necesidad de comprender la misma racionalidad jurídica en su concreto plantearse. En esta reflexión, así como en la coetánea de Gerhard Leibholz, aparece en
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Prefacio el centro de la forma política moderna el principio representativo, que no resulta sostenido por una concepción contemporánea del Estado, tal como se presenta desde la Revolución Francesa en adelante, sino más bien como el elemento indispensable y estructurador de la misma forma política moderna, desde su génesis. Esto produjo fecundas consecuencias para la historia del pensamiento político, como lo demuestra el hecho de que, sobre todo con relación a Schmitt, pero también a Leibholz, no solo se ha abierto un debate teórico, sino que han surgido, en tiempos más recientes, distintos estudios sobre la temática representativa y sobre su alcance en el pensamiento político moderno. Pero lo que urge indicar aquí, además de la potencialidad hermenéutica e historiográfica del concepto de representación, es la dimensión epistemológica que abre ese concepto. En efecto, en el momento en que la representación no se concibe simplemente en su función legitimante, sino que es interrogada radicalmente, revela una estructura teórica que impide una constitución tersa y sin contradicciones de la ciencia y, en cambio, se abre al problema del origen. Ante la innegabilidad de este problema emerge una práctica del pensamiento, cuyo rigor no es el rigor “científico” de la construcción de la forma política, sino, más bien, el que aparece en la comprensión de sus aporías. Si el gesto de radicalización schmittiano, que no se queda dentro de un pensar jurídico, sino que trata de comprender el origen y el operar concreto de la forma, muestra algunas características propias de un pensamiento filosófico, un reemerger explícito de la filosofía en el pensamiento de la política acontece a través de pensadores como Eric Voegelin y Leo Strauss, los cuales, aun produciendo sus obras y sus notas más importantes en tiempos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, encuentran en la reflexión sobre la naturaleza del Estado planteada a fines de la década de 1920, algunas de sus fuentes de inspiración más significativas. También el diseño voegeliniano de una “nueva ciencia política” que coincide con un pensamiento filosófico del origen y del fundamento, muestra que tiene sus raíces en el período inmediatamente posterior a aquellos años y que no se resuelve en una nueva “fundación de valores”, sino, más bien, en una pregunta sobre el origen del orden, que surge de las mismas categorías políticas modernas y se evidencia en el momento de su crisis. La secuencia de pensamiento que se desarrolla entre la concepción de lo político de Schmitt y la filosofía política de Voegelin (“nueva ciencia” en relación con la ciencia moderna, pero recuperación de una idea del saber, propia de la filosofía griega) –si se prescinde del juicio global que puede comprender la obra de los dos autores– es emblemática en cuanto parece indicar una relación
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Giuseppe Duso entre filosofía política y ciencia política moderna. La misma no consiste en el mantenimiento, frente al rigor atribuido a la ciencia, de un espacio para la filosofía caracterizado por la forma “no científica” de la Weltanschauung, o por la de una construcción teórica de modelos, incluso “posmodernos” o posteriores a la forma Estado, sino, más bien, tiende a evidenciar la radicación de la filosofía en el mismo espacio de la ciencia política, de la cual capta las aporías y las implicaciones. Las categorías políticas modernas constituyen en este caso el ámbito imprescindible en el cual se sitúa el pensar, y, sin embargo, no determinan un supuesto indiscutible ni tampoco la estructura epistémica en la cual es obligatorio permanecer. Como se ha dicho, el tema de la representación no implica solo un ejercicio de pensamiento que es filosófico, sino que manifiesta también una dimensión propia de la época. Si la representación es inherente al marco de la forma política moderna, en la cual la sociedad –después el Estado– es pensada como sujeto colectivo de la multitud de los individuos, se impone con esta construcción y entra en crisis con ella. Si es verdad que hoy la figura del Estado-nación y su núcleo conceptual constituido por la soberanía, no logran ya hacernos entender una realidad que está atravesada por fenómenos y lógicas que tienen una dimensión mundial, y por procesos aparentemente contradictorios, que son, por una parte, regionalizaciones y fragmentaciones de los Estados, y, por otra, agregados, como en el caso de la Unión Europea, esto implica una reflexión radical sobre los elementos que han estado en la base de la construcción de la soberanía moderna. Es decir, la función fundante del concepto de individuo, el significado específico adquirido por los conceptos de igualdad y de libertad, y precisamente la estructura de la representación, entendida en su doble carácter de proceso de formación de la voluntad unitaria del sujeto colectivo y del proceso de constitución de este último y de su poder a partir de la abstracción de individuos pensados por fuera de las relaciones en las que tienen su determinada realidad. La captación de las aporías de la representación moderna y la reaparición, con fuerza, de problemas que habían sido resueltos solo aparentemente a través de ella no producen una nueva propuesta “más verdadera”, ni resuelven la cuestión sobre “qué hacer”. Sin embargo, la responsabilidad que tenemos de pensar nuestro presente y de encontrar vías de orientación en la praxis, junto con la dificultad y a riesgo de las posibles propuestas, no pueden impedir pensar radicalmente los conceptos modernos, así como no pueden borrar las contradicciones que se manifiestan en ellos. A partir de un trabajo crítico de los conceptos no es posible derivar ciertamente un modelo de solución a poner en práctica, pero sin él no hay orientación posible y se presenta el riesgo de seguir recorriendo
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Prefacio vías infructuosas y usando conceptos que no ayudan, sino que, más bien, nos impiden comprender lo que emerge de nuestra experiencia.3
3 A esta edición española se añade como Post scriptum el ensayo “Repensar la representación a la luz de la teología política”, que indica qué vía se puede emprender si se tienen en cuenta las aporías que emergen en el análisis del concepto moderno de representación y, al mismo tiempo, la innegabilidad de la estructura de la excedencia de la idea que caracteriza el pensamiento y la praxis. El problema es pensar en la estructura teórica que surge en la representación, más allá del intento de la inmanencia que es inherente a la función que el concepto de representación pretende desempeñar en la teoría política moderna. Este ensayo tiene presente un largo trabajo de historia de los conceptos políticos y la reflexión teórica sobre la naturaleza de la filosofía política, que, por una parte, es un análisis crítico de los conceptos y, por otra, tentativa arriesgada de comprensión del presente y de orientación de la praxis (cf. “Pensar la politica más allá de los conceptos modernos”, en S. Chignola y G. Duso (eds.): Historia de los conceptos y filosofía política, op. cit., pp. 351-375). Además el ensayo nombrado se vale de los trabajos dedicados a los conceptos de la democracia representativa y a la relación que estos tienen con la estructura y los procedimientos constitucionales, en lo que respecta a los procesos de la unificación europea, y a la misma realidad estatal. Así, constituye un paso teórico ulterior sobre el tema de este libro, constituido por la representación política. Este volumen está dedicado a Hasso Hofmann, maestro y amigo, que ha escrito la obra más importante sobre la representación.
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CAPÍTULO I LA REPRESENTACIÓN Y EL ARCANO DE LA IDEA: INTRODUCCIÓN AL PROBLEMA
Eine jede Idee tritt als ein fremder Gast in die Erscheinung (Goethes Werke, Hamburger Ausgabe, Bd. 12, p. 439)
1 la representación política: la presentación de una aporía
E
n una primera aproximación al tema de la representación política puede surgir la impresión de que uno se encuentra ante un campo particularmente claro y conceptualmente unívoco. La familia de palabras vinculada con el acto de representar parece, en efecto, referirse a la dependencia de quien ejerce el poder con respecto a aquellos de quienes ha recibido el mandato para actuar, entendido como un actuar que no tiene su propio fundamento en el representante mismo, sino en quienes son representados. En este marco se puede afirmar que las instituciones de un país deben considerarse representativas cuando los miembros de la asamblea legislativa obtienen el mandato mediante elecciones populares.1 En suma, el elemento representativo parece unido al democrático y caracterizaría, a nivel conceptual y a nivel histórico, el largo camino de salida del absolutismo. La acción política, en cuanto representativa, no es, de tal modo, de todos, sino de actores políticos particulares, y, sin embargo, pareciera escapar a la antigua distinción entre gobernantes y gobernados, no solo en cuanto esos actores son sustituibles y a todos les es dada, desde un punto de vista formal, la posibilidad de pisar la escena política, sino también porque la acción política no dependería del arbitrio de quien la cumple, sino, más bien, de la voluntad de los electores; estos eligen los representantes e indican, al mismo tiempo, la dirección fundamental de la vida política. 1 Este aspecto es recordado en la voz “Representación política” del Visionario di política. Torino, UTE, 1983, segunda edición, donde lo propio de la representación política es definido como la “posibilidad de controlar el poder político atribuida a quien no puede ejercer el poder personalmente” (p. 955).
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Capítulo I - La representación y el arcano de la idea: introducción al problema Ese concepto de representación alcanza su realización más adecuada cuando la diferencia numérica entre representantes y representados es mínima y, por eso, da lugar a una relación, a un conocimiento, a una consulta y a un control que aparecen garantizando el hecho de que la voluntad expresada en la esfera política es, con gran aproximación, la de los mismos representados.2 Así, el sentido del representar es el de “estar en lugar de”, de “actuar en vez de otro”, de depender de las condiciones establecidas por otros, es decir, de no moverse en un espacio propio y autónomo. Es claro que, así expresada, esta concepción se refiere a la esfera de opinión común difundida en la llamada sociedad democrática, es decir, al orden de los conceptos que se extienden en una sociedad para su “autointerpretación”, o, en otros términos, la imagen que la sociedad presenta de sí misma, pero no sirve para una comprensión crítica del concepto de representación, porque no da cuenta de la densidad problemática y aporética que se esconde en él.3 Una primera serie de problemas nace dentro de una concepción de este tipo en cuanto uno se pregunta cuáles son los modos en que se forma y se expresa la voluntad del elector y cuáles son sus competencias e ideas sobre lo que debe ser decidido por la asamblea representativa de una nación. Emergen entonces, como características de un sistema representativo, la diferencia entre representante y representado y el espacio de iniciativa, que, por principio, corresponde a quien “representa” la voluntad del pueblo. Por otro lado, esto está incluido en el concepto mismo de mandato libre, que es característico de la representación moderna, tal como fue sancionada desde la Revolución Francesa en adelante, y, 2 Es interesante observar que tal concepto, como se verá, está más cerca del de representación estamental que del que es propio de la teoría del Estado moderno. Es decir, plantea un problema relativo al vínculo, o a la continuidad de hecho, entre las estructuras estamentales y el moderno parlamentarismo, entendido no tanto en su significado formal e institucional de órgano que representa la soberanía de la Nación, sino en el de la constitución material, según el cual es un canal y un lugar de compromiso de los grupos, partidos, intereses; además, se plantea otra cuestión en torno a la posibilidad de una componibilidad teórica entre estas dos concepciones de la representación. Sobre el entrecruzamiento de las dos concepciones de representación, ver la importante “anticipación” de un estudio sobre la representación política de G. Miglio. “Le trasformazioni del concetto di rappresentanza”, en La rappresentanza politica, Atti del convegno del 14-15 dicembre 1984, Materiali del Dipartimento di Politica, Istituzioni, Storia. Bologna, Pitagora Editrice, 1985, pp. 1-25 (ahora en Regolarità della politica, Scritti scelti raccolti e pubblicati dagli allievi. Milano, Giuffrè, 1988, vol. II, pp. 973–997). Para la centralidad del concepto de representación en la Modernidad desde una óptica cercana a la sostenida en este texto, ver C. Galli. “Immagine e rappresentanza politica”, Filosofia politica Nº 1, 1987, pp. 9-30. 3 Esa distinción entre símbolos lingüísticos que son producidos por un contexto social para su propia autointerpretación y los símbolos lingüísticos atinentes a una comprensión crítica y científica (yo diría “filosófica”, si tomamos en consideración la reflexión característica del autor en cuestión y el significado de la “nueva ciencia”), encuentra su expresión eficaz justamente en relación con la temática de la representación, en E. Voegelin. The New Science of Politics. Chicago, University Press, 1952; tr. es. de Joaquín Ibarburu. La nueva ciencia de la política. Buenos Aires, Katz, 2006, p. 46 y ss.
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Giuseppe Duso que diferencia la acepción “moderna” del término de la acepción estamental, en la cual el representante está ligado a determinadas instrucciones, que sujetan de manera unidireccional su acción. Este tipo de problemas encuentra una clara expresión en Hanna Pitkin. Las dos direcciones interpretativas posibles sobre la libertad de acción del representante se evidencian cuando uno se pregunta si el representante debe actuar como el elector “quisiera” que se expresase, o según lo que considere más oportuno para el interés de aquel. Es decir, se trata de decidir si el representante está ligado a la voluntad determinada de los electores, o si su misma naturaleza de representante, o sea, de miembro de un parlamento, que solo expresa la voluntad de la nación, conlleva una desvinculación de las voluntades determinadas y particulares de los individuos o de los grupos internos del Estado.4 La pregunta sobre si es posible (y cómo) hacer emerger la voluntad de los electores en un Estado moderno aparece como disonante con una larga historia teórica, según la cual, por derecho, es la voluntad de “toda la nación” la que debe ser expresada a través del representante en el parlamento, y no la de los individuos o grupos particulares de ciudadanos. Tal connotación de totalidad aparece como intrínseca al modo en que se ha formado el concepto de moderno de representación. Es significativo que, a veces, Pitkin se refiera, para evidenciar las posiciones de quienes subrayan la independencia de los representantes, al punto de vista de los “teóricos alemanes” o de los “autores continentales”,5 sin recordar en el contexto que estas posiciones reflejan la que ha sido la teoría –por cierto, tal vez producida en el “Continente”– del Estado moderno. Entonces, uno ya se puede preguntar qué significado definido tiene el concepto de mandato libre, y si este no es, más bien, una ficción, en cuanto la figura jurídica del mandato tiene un sentido determinado en la forma del mandato imperativo, que se encuentra ambientado, en lo que respecta al nivel político, en una sociedad estamental, como se verá más adelante.6 Además, es posible reflexionar sobre la construcción teórica, que asume la figura del monstrum, según la cual el pueblo es soberano, pero la voluntad del pueblo es la que emerge en el parlamento, 4 Cf. H. F. Pitkin. The Concept of Representation. Berkeley, University of California Press, 1967; tr. es. de Ricardo Montoro Romero. El concepto de representación. Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1985. 5 Ver por ejemplo, H. F. Pitkin. El concepto de representación, op. cit., pp. 157-184, donde la referencia específica es a Gerhard Leibholz, Hans Kelsen y Hans Wolff. No obstante, la posición de Pitkin es más compleja, como lo muestra el hecho de que el tratamiento del problema de la representación en su libro arranque con Hobbes (cf. The Concept, pp. 14-37, tr. es., pp. 15-39). 6 Ver sobre este tema H. Triepel. Delegation und Mandat im öffentlichen Recht. Stuttgart-Berlin, Kohlhammer, 1942; ver sobre el tema también H. Müller. Das imperative und freie Mandat. Überlegung zur Lehre von der Repräsentation des Volkes. Leiden, Sijthoff, 1966.
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Capítulo I - La representación y el arcano de la idea: introducción al problema a su vez, órgano “soberano”.7 En efecto, es el parlamento, y por consiguiente, la asamblea de los representantes, la que debe expresar la voluntad popular, que precedentemente no está ni formada ni determinada, sino que se viene formando en la representación misma, que sería inútil y contradictoria si la voluntad común estuviese ya expresada y determinada, es decir, si tuviese una forma. En este nivel de la reflexión uno tiene la impresión de estar atrapado en el dilema –formulado por una pensadora resueltamente crítica de la representación moderna como Hannah Arendt–, según el cual la acción del representante o bien es un simple subrogado de la acción directa de los ciudadanos (concepción, por otra parte, considerada bastante alejada de la verdad), pero entonces el espacio público pierde la significación y la dignidad de un actuar libre incluso para el mismo gremio político, y se reduce a una simple administración; o bien consiste en un actuar totalmente autónomo, pero de esta manera se reproduce, en la situación contemporánea y de pretendida “democracia”, la simple y antigua división entre quien gobierna y quien es gobernado, por la cual los hombres, en su mayor parte, son reducidos al rol de súbditos y quedan expropiados de su voluntad política.8 Sin embargo, uno se aproxima a una comprensión más radical del problema de la representación política moderna cuando trata de reconstruir su génesis y su historia, los puntos de relevamiento y de desvío con respecto al uso precedente del término. En efecto, si se tiene presente la acepción corriente del término, se descubre con sorpresa, pero también con toda evidencia, que el concepto de representación está en el centro de la construcción del cuerpo político, propia de un teórico de la soberanía absoluta como Hobbes. Este no debe ser considerado tanto como el ideólogo del Estado absoluto del siglo XVII sino, más bien, como el creador de un modelo teórico que pretende tener su fundamento en el rigor racional. Si la soberanía aparece en ese modelo como absoluta y desprovista de una posible instancia superior de control o de formas previstas de resistencia por parte de los súbditos, esto ocurre en la medida en que, al no ser connatural a un individuo particular por motivos de nacimiento o de una directa investidura divina, su naturaleza es representativa. En efecto, el soberano actúa sin control y sin resistencia, justamente porque sus acciones son las acciones del cuerpo político, es decir, las acciones de la persona civil que ha tomado forma mediante el pacto entre los individuos. Con el 7 Cf. C. Schmitt. Römischer Katholizismus und politische Form. München, Theatiner Verlag, 1925, segunda edición (primera edición, 1923), p. 36; tr. es. de Pedro Madrigal. Catolicismo romano y forma política. Madrid, Tecnos, 2011, p. 33. 8 H. Arendt. On Revolution. Wiking Press, 1963; tr. es. de Pedro Bravo. Sobre la revolución. Madrid, Alianza, 2004, pp. 240-241.
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Giuseppe Duso proceso de autorización, es decir, aquel en el que se constituye la autoridad, cada uno se reconoce, a partir del pacto, como autor de las acciones de la persona pública, y, más determinadamente, de quien desempeña el papel de esa persona, precisamente el soberano. Entonces, el soberano es una máscara, es un actor, el único actor de la escena política y las acciones que cumple en su representación escénica humana tienen como autores a los individuos que lo han autorizado, quienes, en la forma que viene a tomar el cuerpo político, están sometidos o son súbditos.9 El ser representante, entonces, no es un elemento accesorio para el soberano, sino esencial, y constituye su misma naturaleza: él otorga gesto y voz al cuerpo político y posee como fundamentación el acto de autorización por parte de todos los que entran en el Commonwealth. Al mismo tiempo, no se da un cuerpo político si no es mediante la acción representativa. En efecto, la voluntad y la acción de aquella única persona, a la cual el pacto da lugar, no puede ser el conjunto de las muchas voluntades y acciones de los individuos: la personalidad del Estado, al no ser una cualidad física, tiene necesidad de una acción representativa que le dé forma, es decir, que exprese la unidad política. Pero, entonces, el elemento representativo aparece como propio no solo de las concepciones que describen las democracias modernas, que no se presentan, por cierto, bajo la forma de la democracia directa, sino también de la teoría –generalmente considerada como opuesta a aquellas– que fundamenta el carácter absoluto de la soberanía y del vínculo mando-obediencia. La aporía que surge de esta manera impone, entonces, considerar el elemento representativo desvinculado de las llamadas garantías democráticas y del mecanismo de la elección10 y tomar en consideración definiciones más comprensivas del fenómeno, como, por ejemplo, la de Voegelin, que ve la representación como connatural a la misma posibilidad de darse de la realidad política, para quien la representación aparece como “forma a través de la cual una unidad política
9 Cf. el cap. XVI del Leviatán (tr. es. de Manuel Sánchez Sarto. México, Fondo de Cultura Económica, 1980, p. 140 y ss.); para la construcción de esta secuencia teórica de la representación moderna retomo aquí, y sintetizo, algunas consideraciones desarrolladas en la “Introducción” de G. Duso (ed.). El contrato social en la filosofía política moderna, tr. es. de Marta Rivero. Valencia, Leserwelt, 1998 (ver en particular el ensayo ahí contenido de A. Biral sobre Hobbes). Este texto debe tenerse presente para una justificación analítica de lo que se dirá en el próximo parágrafo dedicado al moderno concepto de representación y en el desarrollo presentado en el capítulo 2 de este libro. 10 Cf. H. Rausch. “Repräsentation. Wort, Begriff, Kategorie, Prozess, Theorie“, en K. Bosl (ed.): Der moderne Parlamentarismus und seine Grundlage in der ständischen Repräsentation. Berlin, Duncker & Humblot, 1977, pp. 69-98. Para una definición más global de la representación ver E. Fraenkel. “Die repräsentative und die plebiszitäre Komponente im demokratischen Verfassungsstaat“, en H. Rausch (ed.): Zur Theorie und Geschichte der Repräsentation und Repräsentativverfassung. Darmstadt, Wissenschaf-tliche Buchgesellschaft, 1968, p. 330.
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Capítulo I - La representación y el arcano de la idea: introducción al problema llega a la existencia y opera en la historia”.11 La indicación de la centralidad de la representación para la forma política nos señala la originalidad del problema y nos impulsa hacia una interrogación más radical en torno al sentido y a la estructura del representar.
2 para una historia de la representación política moderna La posición hobbesiana nos resulta útil no solo para problematizar el esquema determinado por el uso corriente del concepto en cuestión, sino también para mostrar el punto de partida de un trecho fundamental de la lectura histórica del concepto, en el cual toma forma la ciencia política moderna y la misma forma del Estado, tal como se va delineando hasta el Estado de derecho kantiano. La herencia pesada y agobiante de la reflexión teórica que caracteriza esta época, condiciona también el debate contemporáneo, que tiene su punto de partida en la crisis de la teoría del Estado y en las tentativas de redefinición que se dan sobre todo en la década de 1920 en territorio germano. Es significativo recordar que un concepto de acción representativa capaz de comportar el reflejo de la voluntad de quienes expresan el mandato y, por ende, instruyen y controlan continuamente al representante, no aparece para nada conforme con la teoría del Estado que se delinea desde Hobbes en adelante, sino, más bien con el modo en que se concibe la representación en el contexto de la sociedad estamental. En efecto, el mandato imperativo se encuentra –como se dijo arriba– ambientado en ese tipo de sociedad y, entonces, el representante va a la asamblea con instrucciones precisas sobre su modo de actuar, del cual debe dar cuenta puntualmente.12 Esto presupone la existencia de sujetos políticos que tienen una autonomía y voluntad propias y participan en las decisiones de una instancia de poder jerárquicamente superior. En la teoría hobbesiana, en cambio, no hay nada preconstituido con respecto al cuerpo común, excepto los individuos y sus movimientos. No hay un poder político preexistente que deba ser transmitido: la tentativa consiste, más bien en fundar el poder mismo y mostrar su génesis. El pueblo, entendido como unidad, 11 Cf. E. Voegelin. La nueva ciencia de la política, op. cit., p. 56. 12 Esto fue emblemáticamente expresado por Althusius en su Politica, cuando al bosquejar la imagen de los representantes de las diversas agrupaciones en la asamblea provincial, dice que estos deben rendir cuenta de lo que han hecho “en cuanto vuelven a casa” (J. Althusius. Politica methodice digesta atque exemplis sacris et profanis illustrata. Herborn, 1614, tercera edición reproducción facsimilar: Aalen, Scientia Verlag, 1981, VIII, 66).
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