Conversaciones con Nancy Fraser

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CIENCIAS SOCIALES

Conversaciones con Nancy Fraser


Colección: Ciencias Sociales Director: Máximo Badaró Conversaciones con Nancy Fraser: justicia, crítica y política en el siglo XXI Nancy Fraser ... [et al.]; dirigido por Eduardo Rojas; Micaela Cuesta; prefacio de Greco, Mario. 1a edición - San Martín: UNSAM EDITA, 2017. 244 pp.; 21 x 15 cm - (Ciencias sociales / Máximo Badaró)

ISBN 978-987-4027-55-9 1. Justicia. 2. Política . I. Fraser, Nancy II. Rojas, Eduardo, dir. III. Cuesta, Micaela, dir. IV. Greco, Mario, pref.

CDD 306.2

1ª edición, julio de 2017 @ 2017 de la dirección Eduardo Rojas y Micaela Cuesta @ 2017 de la presentación Mario Greco © 2017 UNSAM EDITA de la Universidad Nacional de General San Martín Campus Miguelete. Edificio Tornavía Martín de Irigoyen 3100, San Martín (b1650hmk), provincia de Buenos Aires unsamedita@unsam.edu.ar www.unsamedita.unsam.edu.ar Diseño de interior y tapa: Ángel Vega Edición digital: Gastón I. Ferreyra Fotografía de tapa: Ingo Joseph bajo licencia Creative Commons Zero (CC0) Se imprimieron 500 ejemplares de esta obra durante el mes de julio de 2017 en Albors Adrián y Trabucco Carlos s. h., California 1231, CABA Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723 Editado e impreso en la Argentina Prohibida la reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores.


EDUARDO ROJAS MICAELA CUESTA

(directores)

CIENCIAS SOCIALES

Conversaciones con Nancy Fraser Justicia, crítica y política en el siglo XXI



PRESENTACIÓN

Un punto de partida

CAPÍTULO 1

El destino de la igualdad en un mundo financiarizado

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CAPÍTULO 2

La crítica llevada a su valor práctico: justicia, Estado y desarrollo

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CAPÍTULO 3

Elementos para una crítica política de la economía política

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CAPÍTULO 4

Acción social, interpretación y género en la teoría crítica de Nancy Fraser. Aportes metodológicos para pensar las luchas políticas contemporáneas

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CAPÍTULO 5

Crítica del lenguaje “experto puente” e interpretación de la justicia social

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CAPÍTULO 6

Uso público y privatizado de la política

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CAPÍTULO 7

Justicia social y desenmarque del Estado nación

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Mario Greco

Nancy Fraser

Eduardo Rojas

Micaela Cuesta

María Stegmayer y Mario Cruz

Cintia Cavallo y Waldemar Cubilla

Gisele Bilañski

Julieta Del Campo Castellano y Alejandro González

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CAPÍTULO 8

Representación, paridad participativa y racionalidad política

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EPÍLOGO

En diálogo con Nancy Fraser, para una sociología crítico-pragmatista. La justicia y la política en cuestión

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Anaïs Roig y Nahuel D’Angelo Nancy Fraser et al.

SOBRE LOS AUTORES

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Presentación

UN PUNTO DE PARTIDA

por Mario Greco

Esta es la única brecha que la inquieta conciencia burguesa ha dejado abierta para un programa de oposición a la permanencia de las cosas tal como son: la r­ evuelta ética, ese grito impotente de rechazo de las injusticias del mundo sin que una sola, decisiva, de estas se vea nunca trastocada. Pero no es con la injusticia de los hombres, sino con la historia de la época con lo que nos tenemos que medir. Mario Tronti1

1. Contribución a la crítica de los preludios Este texto debería comenzar con un epitafio que podría rezar: “aquí yacen unas palabras destinadas a no ser”. Como en la fórmula lacaniana de la imposibilidad de la relación sexual o del propio amor –“dar lo que no se tiene a quien no lo es”–, las presentaciones corren el riesgo o gozan de la ventaja de lo insustantivo, del puro protocolo: riesgo de no realizar su sentido en una dudosa recepción, ventaja de no estar sometidas a ninguna posibilidad de juicio crítico. ¿Por qué, entonces, presentar este ejercicio intelectual con forma de libro? Otra vez Lacan: en el Seminario XV, que lleva el nombre de “El acto analítico”, decide dedicarle unos minutos de su clase a la relación entre verdad y saber. En una larga reflexión sobre el compromiso del acto analítico, en cuanto puesta en acto del inconsciente, se pregunta por el vínculo entre realidad y conocimiento. La ecuación que propone es una de sus clásicas provocaciones. Cuando saber y verdad se asimilan, entramos al ámbito del fundamentalismo, y cuando se encuentran en polos totalmente opuestos, estamos en la universidad. La universidad, entonces, como ámbito donde es posible un saber “sin consecuencias”, 1 M. Tronti. “Política, historia, siglo XX”, en: La Política en el crepúsculo. Madrid, Traficantes de Sueños, 2016, p. 193.

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dicho de otra manera, un espacio donde tanto las humanidades como las ciencias tienen como condición a priori el desconocimiento de las consecuencias al nivel de la verdad. Anticipación del triunfo del nuevo espíritu del capitalismo allí donde se decide abandonar toda confrontación, toda tensión con el desafío iluminista del sapere aude. Es en esta sospecha sobre los círculos consagrados de la academia que se esboza esta introducción a la manera de crónica, de narración de un intento de insubordinación, de una práctica que desde el interior del mundo de los claustros propone poner en cuestión esa falla aparentemente insalvable entre saber y verdad. 2. Primer movimiento: ¿se puede leer el mundo? “La lengua de las mariposas”2 es el título de un bello cuento del escritor gallego Manuel Rivas. Poético abordaje en un relato que narra el pasaje de la felicidad idílica de la infancia al inicio traumático del drama de la guerra, desde el punto de vista de un niño. El cuento despliega, a la manera de una crónica, climas intensos: los ritos de iniciación de la infancia –con una apelación implícita al reflejo de la “nostalgia de lo natal”–, la vida comunitaria en la comarca, la relación “progresista” entre diversas expresiones de las clases bajas y medias, la convivencia tensa, pero convivencia al fin, de “católicos de misa diaria y republicanos ateos”, y de pronto, casi como la irrupción de una catástrofe climática, inesperada: la guerra. Rivas no soslaya caldos de cultivo, contextos nacionales ni pujas ideológicas. Nos va ofreciendo algunos datos muy sutiles en el recuerdo de ese niño en los que los lectores intuiremos los primeros trazos del “huevo de la serpiente”. El relato termina con una escena desgarradora del niño que se ve empujado a lanzar piedras contra los “rojos” detenidos por el ejército nacional, entre los que camina en “cordada” su maestro idealizado. Dieciocho de julio de 1936, imaginamos todo lo que vendrá después porque lo sabemos. La intolerancia fascista frente al izquierdismo republicano será el primer movimiento que desembocará en una guerra civil de una violencia inusitada, y permitirá que ese país se sumerja en la sordidez de la cultura ultramontana durante cuatro décadas ante la indiferencia cómplice del resto de Europa. Cuento de efectos… Rivas ha recordado muchas veces el momento en que escribió ese texto, luego convertido en film memorable. Junto con su mujer y sus hijos pequeños, vivía en una aldea campesina de Galicia, donde había decidido retirarse para llevar adelante una experiencia de vida rural comunitaria. Llevó a sus hijos al colegio, su mujer ya estaba en el aula donde daba clases, en la escuela del pueblo, y él escribió de un tirón, como en una sola toma, todo el cuento. A 2 M. Rivas. “La lengua de las mariposas”, en: ¿Qué me quieres amor? España, Penguin Random House, 2010.

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Presentación Un punto de partida

la hora del almuerzo, estaba terminado. Jura que es el único texto que le fue casi dictado. Como si los traumas de los relatos de esa guerra, sus propios temores de niño, la experiencia de la lucha juvenil contra la dictadura, hubiesen convergido esa mañana a la manera de demiurgo de su escritura. La literatura condensando múltiples líneas y registros de interpretación de nuestro mundo. Como en Pequeños combatientes, de Raquel Robles,3 el ejercicio literario de la memoria de los personajes-niños revela una prodigalidad de factura de sentidos. Experiencia que se hace escritura. Literatura y memoria: recordar para leer el mundo, allí algunas de las claves de un ejercicio que nos hemos propuesto, desde hace casi una década, en el programa Lectura Mundi. Desde el inicio, la literatura estuvo en el centro de la iniciativa. En su origen estuvieron un conjunto de interrogantes abiertos que aún hoy animan la acción. La idea de concretar un espacio transversal a todos los saberes de la universidad, que pusiera en el centro la práctica de la lectura como forma de representar la curiosidad intelectual y el deseo de transformar nuestros mundos. Por ello, en nuestro manifiesto inicial se leía una secuencia que sumaba: -El mundo como libro: Una idea renacentista del mundo. En La legibilidad del mundo (2000), Hans Blumenberg se refirió a la lectura como una metáfora para la totalidad de lo experimentable. La lectura, de la que la legibilidad del mundo sería una consecuencia o una aplicación, constituiría una “metáfora absoluta” que, según el autor de Paradigmas de una metaforología, estaría asociada a las expectativas de la ejecución de lo prescripto por la empiria. -El mundo como literatura: La larga tradición de los estudios conocidos como historia intelectual, en especial los referidos a la historia del libro y la modernidad tardía, significaron para el programa un estímulo y una interpelación permanentes. Los interrogantes de Roger Chartier, por ejemplo. Aquellos sobre el valor de la literatura como corpus que demuele el monopolio de la historia en las representaciones del pasado. El reconocimiento de la tarea de recuperación de las formas diversas de la memoria –individual o colectiva, íntima o institucionalizada– como cuestionamiento de la tarea muchas veces gélida de la historia frente a la experiencia viva. Sus reflexiones y análisis sobre el futuro de los libros y la lectura, frente al proceso de digitalización del mundo, y, por lo tanto, la transformación implícita de todo orden del discurso. -El mundo como experiencia de conflicto por la palabra: Gracias a esa metáfora de la lectura, el mundo habría experimentado un cambio de significación desde el ámbito de la naturaleza –cuyas apariencias pasarían ahora a ser caracteres o tipos– al ámbito de la vida del hombre, de “sus prestaciones expresivas y culturales”, de sus conflictos por lograr el sentido y la articulación de sociedad a través de la palabra. La experiencia del libro y la experiencia del mundo 3 R. Robles. Pequeños combatientes. Buenos Aires, Alfaguara, 2013.

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rivalizarían de manera ejemplar en el empeño de la una en erigirse en la palabra de la otra. -La política universitaria, efecto de cultura: Promover la lectura no solo en su faceta instrumental de abordaje del conocimiento simbólicamente legible, sino fundamentalmente como “experiencia del mundo”, en la que la universidad constituye una representación privilegiada para el encuentro del mundo del texto, del mundo del lector y del mundo de quien está fuera de texto y lectura. -Un sentido práctico de apertura de horizontes: Programa crítico, en el sentido baudeleiriano de apertura de horizontes. Cobijar lecturas convergentes del mundo, en cuanto biblioteca de paradigmas y enfoques distintos que dialogan en un polilingüismo dulce, así como saberes controversiales que se interpelan, divergen y son reconstruidos por terceros, dándoles un sentido práctico que no parecían tener de inicio. -Una multiplicidad expresiva de artes y experiencia cotidiana: La riqueza y diversidad de epistemes y prácticas propias del mundo universitario, lo que propicia la emergencia de distintos actores, registros y estilos expresivos: el discurso académico, la literatura, la música, las artes, la performance y capitales de una experiencia sin aura. -Universidad y sociedad en intercambios interesados: Desarrollo de la vida universitaria a la manera de una vita nuova, en la que el científico, el intelectual, el artista, el profesional, se abren, por su propio interés, a una experiencia de intercambios con arreglo a la consigna “universidad en la sociedad, sociedad en la universidad”. Lectura Mundi, un programa que se expresa como cara voraz de la universidad que, además de articular política con conocimiento, propone pensar una política del conocimiento. 3. Sociedad, economía y política-Teoría social aplicada (SEP-TeSa) Cuatro años después de la fecha que evoca el cuento de Manuel Rivas, Walter Benjamin enfrentaba su “última frontera” –Portbou–: septiembre de 1940, en la antesala de acceder a ese territorio como un salvoconducto para su salida de Europa. Conocemos el final trágico. Los textos de Benjamin son una evocación casi inevitable de la lectura del cuento de Rivas. Es que el abismo que nos presenta el escritor gallego, la desazón en la que nos sumerge, se parece bastante al vacío que se produce cuando la maquinaria de producir conocimientos asume, de manera tácita y silenciosa, una forma que solo puede explicarse por la heteronomía que las ciencias sociales y las humanidades suelen entregar a la hegemonía cultural burguesa. Micaela Cuesta y Eduardo Rojas, en un ensayo de sugerida lectura, retoman 12


Presentación Un punto de partida

“Experiencia y pobreza”, de Benjamin, para explicarnos y proponernos un camino posible para superar el hiato que se produce cuando el hilo del saber de la experiencia se corta. Y esa interrupción no ocurre solo cuando estamos ante una tragedia histórica. “El diagnóstico –compartido por muchos– es que asistimos a una crisis que, por un exceso de lo real más inapresable que nunca, parece hoy confinar a las ciencias sociales a la queja, la incomprensión o la mera fórmula”.4 Crisis y crítica, como la herencia filosófico-política de la que se parte –herencia a la manera de patrimonio inicial–, pues antes de la aparición pretensiosa de la sigla SEP-TeSA hubo puesta a punto de tradiciones compartidas. El encuentro con Eduardo Rojas, su acercamiento a la universidad, la conformación del primer grupo de trabajo fue precedido por un tiempo de intercambio de claves de lectura, palabras y nombres emblemáticos: marxismo, marxismo italiano, filosofía política italiana, sociología clásica, marxismo latinoamericano, pensamiento crítico latinoamericano, teoría crítica, pragmatismo, posestructuralismo, Marx, Gramsci, Weber, Habermas, Benjamin, Peirce, Rorty, Foucault, y también Aricó, Portantiero, Calderón, González, etc. Un suelo común para tres generaciones que confluyen en una propuesta de trabajo –SEP-TeSA– cuyos atributos fundamentales serían: • un espacio de formación de investigadores • una metodología de trabajo y de producción de conocimientos • un vivero de proyectos SEP-TeSA será, entonces, una apuesta de universidad en movimiento, impulsada por la idea y la práctica de la desalienación, del combate al aislamiento intrínseco de los claustros. Y a partir de ese nacimiento, hace casi una década, se desplegará bajo la protección y guía de las “reglas Rojas”,5 una experiencia de formación, de producción de conocimientos e intercambio con actores sociales y políticos, inédita en la universidad argentina. Talleres de formación teórica alrededor de la teoría de la acción comunicativa de Habermas y de Verdad y método, de Gadamer, planteados casi como catecismo o rito inicial de entrada al círculo. Grupos y proyectos sobre “saber experiencial” y “universidad y desarrollo” son algunos de los hitos que animaron al programa. Y un seminario internacional permanente –argentino-chileno– de “ciencia política aplicada”: Experimento de trabajo del político intelectual en la academia, (…) una reflexión teorética tan libre cuanto puede ser comprendida su carencia de ambición conclusiva y/o de verificación unívoca. Una trama de teoría social que se pretende fuertemente situada en orden a conectar, poner en común, enfoques diversos, muchas veces

4 E. Rojas y M. Cuesta. Crítica y crisis. Aprender a leer, aprender a hablar. Prometeo, Buenos Aires, 2015, p. 15. 5 Recomiendo leerlas con atención en “En diálogo con Nancy Fraser, para una sociología críticopragmatista. La justicia y la política en cuestión”, incluido en este libro.

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confrontados, articulándolos en una suerte de método operatorio adecuado a lo que hemos designado “ciencia política aplicada”.6

Durante ocho años, en tres reuniones anuales de jornada completa, se reunieron políticos y académicos argentinos y chilenos, en un “experimento de discurso integrado, intercultural” que nos permitió salir del esquema analítico del estudio de casos y encontrar conceptos y categorías decibles con nuevos tonos, híbridos y productivamente ambivalentes, que parecen anunciar cierta novedad en el empeño permanente de la política por encontrarse con lo real de la sociedad.7

Fruto de ese seminario fue la publicación del libro Entre el orden y la esperanza. Es posible que una interpretación –entre muchas otras– de estos años de producción del programa sea la de haber resistido los embates de la hiperprofesionalización meritocratizante y despolitizada de cierta expresión de las ciencias sociales dominantes. Y esa resistencia se materializó en una reflexión densa, alrededor de la articulación de los conceptos de experiencia y saber crítico, o sea, otra vez Benjamin que analiza la rememoración y el valor actual de toda tradición distinguiendo en la experiencia realizada una posibilidad de salvación de saber crítico (…), una crítica salvadora que, a diferencia de la crítica ideológica convencional, argumenta de modo convincente a favor del valor comunicativo de la experiencia para una teoría traducible en práctica, como la que pretendemos leer y escribir.8

Estas fueron y son las interpelaciones realmente emergentes del sedimento que queda al final de cada balance de nuestro trabajo, la que asume la incompletitud, la falta en las narraciones constitutivas de las tradiciones que nos contienen. Mérito de Marx, como dice Tronti, “grandeza irrepetible”: “en su aventura humana está, grabada, la existencia simbólica del intelectual revolucionario, esa figura trágica de la modernidad”,9 pero al mismo tiempo indeciso en Das Kapital, entre una teoría del desarrollo y una teoría del derrumbe. Allí se inscribe finalmente este intento que aquí se presenta, en esa fisura que nos permitiría sumar a la crítica de la economía política, una crítica de la política. La misión ulterior, imprescindible, en tiempos de reflujo, de asumir no solo una crítica de las formas burguesas de vida, sino la de oponer una cultura alternativa incluso en el territorio del comunitarismo ilusorio de la vida académica. 6 E. Rojas y M. Greco. Entre el orden y la esperanza. Buenos Aires, UNSAM EDITA, 2013, p. 175. 7 Ibíd., p. 19. 8 E. Rojas y M. Cuesta, Crítica y crisis, op. cit., p. 16. 9 M. Tronti. “Política, historia, siglo XX”, op. cit., p. 193.

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Presentación Un punto de partida

4. Trabajar con Nancy Fraser Poco tiempo después de la puesta en marcha de ese experimento que llamamos SEP-TeSA, se planteó la pertinencia de proyectar un encuentro con Nancy ­Fraser. Se recuperó el periplo de la recepción de sus trabajos en la Argentina, en el que sobresalían aquellas ocurridas en el ámbito de la sociología del trabajo. Esas lecturas explican la publicación, en el 2006, del clásico artículo “La justicia social en la era de la política de la identidad: reidistribución, reconocimiento y participación”, en el número 6 del año 4 de la nueva época de la Revista de Trabajo, publicada por el Ministerio de Trabajo de la Argentina. El texto está incluido en un capítulo de género. Rojas, especialista en los estudios laborales y fuertemente interesado en un sociología política de cuño pragmatista habermasiana, nos incitaba a explorar las vías que podrían habilitar ese encuentro. Se comenzó, como otras veces, por la metodología SEP-TeSA, esto es, leer a la autora, parafrasearla, fusionar sus marcas con las propias, con los recorridos recientes y pretéritos del proceso colectivo, reestablecer sus hitos: empezar el profundo trabajo de “trabajar con Nancy Fraser”. El punto de partida era auspicioso: temáticas compartidas, reflexiones metodológicas comunes, cuestiones de teoría que forman parte de las mismas tradiciones y una coincidencia fundamental referida a la dimensión política de la teoría social y, más aún, a los objetivos concretos que se derivan de esa dimensión en la práctica: En tiempos de crisis, por otra parte, nos encontramos en una encrucijada de caminos. Mientras el statu quo se nos aparece crecientemente disfuncional, experimentamos la necesidad e incluso el deseo de trazar un nuevo rumbo. (…) ¿Podemos encontrar una ruta que resuelva la crisis por un camino que promueva la igualdad, amplie y profundice sus significados, que nos haga avanzar en su dirección? ¿O debemos rendirnos a una solución empobrecedora de nuestro sentido igualitario que exacerbe la desigualdad? En mi opinión, hoy nos encontramos en un momento así. El desarrollo, a lo largo de las últimas décadas, de una nueva forma de capitalismo, en proceso de globalización, financiarizado, neoliberal, nos ha llevado a tal extremo.10

Eso decía Fraser en la conferencia brindada con motivo de la entrega del doctorado honoris causa. Intelectual de la academia yankee, que parte de la tradición radical norteamericana, militante temprana como muchos jóvenes de su generación en una secuencia de causas prototípicas: derechos civiles, Vietnam, movimiento estudiantil, feminismo. Producto de la new left, pasó de la militancia, crucial en su experiencia de entender y hacer mundo, a la forma académica, a la lucha en los claustros. Y sus recorridos son muy caros a los del grupo SEP-TeSA: de un marxismo heterodoxo, pasando por las corrientes alemanas 10 N. Fraser. “Trabajar con Nancy Fraser”, suplemento Lectura Mundi, UNSAM para Review. Revista de libros, Año I, N° 1, marzo-abril, 2015, Buenos Aires, Capital Intelectual.

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de la teoría crítica –de Lukács a Habermas– y el pragmatismo estadounidense –Rorty–, hasta el posestructuralismo francés, encarnado particularmente en Foucault. A diferencia de otros recorridos o historias intelectuales más sensibles a ser arrasados por las modas intelectuales, la secuencia teórica de Fraser es acumulativa, el pasaje por distintas escuelas suponen una superación que conserva y amplía. Porque Fraser pertenece a la pléyade de intelectuales atravesados constitutivamente por la XI tesis sobre Feuerbach. Esto le permite volver a sus primeras lecturas priorizando la construcción de una práctica y una teoría de la justicia que se nutre tanto del movimiento de “volver a Marx” como de la idea de igualdad que nos propone muchas veces la lucha de los de abajo. En un artículo del 2014, aparecido en la New left Review, titulado “Tras la morada oculta de Marx”, Fraser sostenía: Gracias a décadas de amnesia social, generaciones enteras de activistas y estudiosos más jóvenes se han convertido en avanzados expertos en análisis del discurso al tiempo que conserva una completa ignorancia en lo referente a las tradiciones de la Kapitalkritik.11

Critica la joven ciencia social culturalista y responsabiliza a sus “mayores” por no haber incorporado a sus interpretaciones del capitalismo, de manera sistemática, los aportes de la teoría feminista, el poscolonialismo y el ecologismo. La originalidad de Fraser se nota tanto en la caracterización de la crisis actual­ –como multifacética y novedosa– cuanto en el señalamiento de la emergencia de los movimientos y actores sociales que se expresan de manera contestataria en este presente. Y su propuesta de superación del vacío teórico para la tarea analítica de ambas dimensiones es un retorno a Marx. Para, a partir de allí, desplegar un análisis sofisticado que, dialogando con la máquina de lectura marxiana del capitalismo, logre comenzar por su obra para ir detrás de él, en busca de una nueva interpretación con vocación transformadora. Llegado este punto, un breve comentario del dispositivo “trabajar con Nancy Fraser”: un crescendo que parte de la distribución de lecturas entre los investigadores, el proceso de paráfrasis y el comienzo de un “tiempo Fraser” en la oficina, en las conversaciones en las horas del almuerzo y de los mates. Se la empieza a llamar por su nombre, la familiaridad con sus textos, las polémicas teóricas, los ejercicios de interpelación práctica a los que son sometidos sus textos alumbran meses de inmersión en la obra de esa “amiga” a la que se comienza a esperar. Al trabajo cotidiano se le suman conferencias de especialistas, al tiempo que Rojas y Cuesta, cual directores que ensayan el ensamble de una orquesta de cámara, preparan la mise-en-scène para el encuentro. Cada pareja de 11 N. Fraser. “Tras la morada oculta de Marx. Por una concepción ampliada del capitalismo”, New Left Review 86, mayo-junio, 2014, p. 58.

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Presentación Un punto de partida

autores del colectivo prepara un tema-problema de investigación para compartir con Nancy Fraser, en una jornada de trabajo cuya transcripción forma parte de este libro. Se transita por artículos, capítulos y libros de distintas épocas: desde aquel de 1985 sobre la teoría critica, Habermas y los temas de género; los primeros referidos al Esbozo de una teoría crítica socialista-feminista (1991); Iustitia Interrupta. Reflexiones críticas desde la posición postsocialista (1997), hasta los más recientes y densos Escalas de justicia (2008) y ¿Redistribución o reconocimiento? (2006), junto a Axel Honneth. El primer texto de Fraser que incluye el libro que se preludia, “El destino de la igualdad en un mundo financiarizado”, es una edición ampliada de la conferencia brindada en el ciclo “¿Qué hacer con Marx?”, que alberga nuestro programa Lectura Mundi. Luego, de la labor colectiva sobre los materiales de Fraser surgieron un conjunto de textos cuya pretensión era servir de lengua comun –tanto de encuentro como de desencuentro– entre la autora y los lectores argentinos y que, a continuación, reseñamos brevemente: En “La crítica llevada su valor práctico: justicia, Estado y desarrollo”, Eduardo Rojas plantea que una comprensión de la complejidad de los desafíos de la ciencia social contemporánea exige considerar la teoría social de Fraser, en términos de sus definiciones pragmático-comunicativas de la justicia social, la crisis financiera del capitalismo maduro y el valor práctico económico de la política. Su texto se ocupa, así, de los vínculos, crecientemente dudosos, entre razón mercantil, razón práctica y gobernabilidad sistémica. Para Rojas, Fraser discute las distinciones actuales “de izquierda”, tradición marxista y movimiento social, con una inquietud que apunta a la capacidad de explicar y aplicarse en contextos de experiencia cada vez más diferenciados –desenmarcados–, en los cuales la innovación y el desarrollo son necesidades de toda práctica colectiva. Según el autor, y desde un punto de vista local, Fraser aporta un enfoque indispensable para una teoría en condiciones de responder a los interrogantes de saber y pragmáticos que plantea hoy el desarrollo de nuestro país y de otros de América Latina. Desarrollo que ya no puede olvidar que el valor justicia para ser verificable, ha de serlo tanto en la acción “desde abajo” como en sus instituciones “desde arriba”. Micaela Cuesta escribe “Elementos para una crítica política de la economía política”. La autora, que junto a Rojas dirige este proyecto, revisa las tesis centrales de Nancy Fraser que suscitan la hipótesis que afirma que los proyectos probables de país, de economía y de sociedad para la Argentina actual, tendrán un componente de cultura política de mayor significación que el imperante en países cercanos. Su sospecha es que la razón práctico-política recibe una carga normativa desbordante desde la experiencia y la historia. En ese contexto, indaga la posibilidad de hacer converger la noción fraseriana de justicia social con 17


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una lectura democrática del concepto de lo político en Carl Schmitt. Su propósito es volver sobre la urgencia de una nueva crítica de la economía política. En esta vía de reinterpretación fraseriana de la teoría de Schmitt o, bien, de un agregado schmittiano a la teoría de la justicia acuñada por Nancy Fraser, intenta con éxito contribuir a una reflexión sobre la dimensión política adecuada a la razón democrática en los tiempos aciagos del capitalismo financiero global. María Stegmayer y Mario Cruz produjeron “Acción social, interpretación y género en la teoría crítica de Nancy Fraser. Aportes metodológicos para pensar las luchas políticas contemporáneas”, una síntesis muy productiva de los planteamientos críticos de Nancy Fraser en torno a los dilemas y desafíos que enfrenta una teoría de la “acción social” bajo el capitalismo contemporáneo. A partir de ello, reseñan sus principales aportes y reflexionan –situados en el contexto argentino– sobre el quehacer político de los movimientos sociales, sobre las necesidades que impulsan sus estrategias de intervención en la arena pública y sobre el carácter problemático de los sentidos identitarios que llegan a recorrerlos orgánicamente. En esta línea de análisis, los autores sugieren que el programa teórico-práctico de Fraser logra fundamentar con argumentos contundentes la necesidad de involucrar la perspectiva de género –las subordinaciones que ella permite visibilizar en las sociedades patriarcales– como coordenada imprescindible en la ponderación crítica de los modos de autocomprensión política de los sujetos, así como de su diversa capacidad para politizar la variedad de conflictos que los atraviesan, en un mundo crecientemente desigual. Cintia Cavallo y Waldemar Cubilla aportaron el artículo “Crítica del lenguaje ‘experto puente’ e interpretación de la justicia social”. El planteo de los autores se centra en la idea de que el análisis científico de las realidades sociales en una sociedad capitalista en crisis y en desarrollo, como la Argentina, requiere categorías y pautas normativas que abarquen tanto las propias de un movimiento social sin reglas estables, como todo movimiento de sociedad, y otras en condiciones de aplicarse a la fuerza conservadora de raíz burocrática y administrativa. Son las categorías duales de una figura que, con Fraser, designan como “experto puente”. El agente público y/o el dirigente/intelectual en condiciones de actuar dentro de esa categoría enfrenta la despolitización que implica tratar al ciudadano como “cliente” o “beneficiario” de la política pública. Y realiza esa función politizando, de modo siempre inacabado, la relación de la política “desde abajo” con la del Estado. Un puente como dualidad de sentido: integración simbólica e integración sistémica, efectos normativos y patológicos, trabajo y acción estratégica, justicia y democracia, derecho práctico y derecho formal; mediación, lucha y gestión como inclusión. El planteo de Gisele Bilañski en “Uso público y privatizado de la política” es que si para Nancy Fraser lo público es aquello que se dirime en la disputa con relatos reprivatizadores, y lo político es lo que se moviliza en la disputa 18


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politización-privatización, entonces la acción política podrá adquirir una infinidad de formas. Para Bilañski esto dependerá de los recursos que los relatos enfrentados movilicen para encontrar un sustento. En ciertos casos, los discursos reprivatizadores echan mano de los a priori de la economía pretendiendo que esta sea “apolítica”. En otros, toman recursos de la esfera “doméstica”, invisibilizando la determinación social de sus rasgos, para encerrarlos en el plano de lo individual o familiar e impedir, así, su irrupción como cuestión pública. En cualquier caso, los intentos de privatización de la política redundan siempre en la desprotección social de significativos sectores de la sociedad. La propuesta es, entonces, reflexionar sobre la infinidad de formas que puede adquirir la política en la obra de Fraser analizando el modo en que la autora aborda la relación, siempre compleja y confusa, entre el discurso o la acción política, de un lado, y la economía, la técnica o la cultura, del otro. Julieta Del Campo Castellano y Alejandro González prepararon “Justicia social y desenmarque del Estado nación”, en el que abordan la cuestión del vínculo siempre cambiante entre legalidad y práctica política, en un escenario en el cual, de acuerdo con Fraser, las demandas de justicia social apelan a un sujeto transnacional, globalizado. Para los autores, emerge la pregunta por una construcción de la ley que trasciende su aspecto normativo “comunitario” y parece legitimarse en una discusión jurisdiccional “sin fronteras”, que critica el paradigma westfaliano clásico. Cuestiones como la defensa de los derechos humanos, las luchas por la igualdad de género y el debate entre soberanía estatal y de mercado los invitan a imaginar una nueva gramática –político-técnica– de las demandas sociales. Para el caso de Argentina, una lectura conceptual de este tipo permitirá analizar, por ejemplo, el conflicto argumentativo, en definitiva político, entre gobernabilidad-sistema financiero o la vinculación entre demandas populares, poder del Estado y poder global. Por último, en “Representación, paridad participativa y racionalidad política”, Anaïs Roig y Nahuel D’Angelo buscan problematizar lo que la sociología política ha designado como el problema de la representación, a partir de la lectura de los trabajos de Nancy Fraser. Para Roig y D’Angelo, la racionalidad de las demandas de justicia, intereses e interpretación de las necesidades conforman un espacio público de opinión e institucionalización. Postulan así un concepto de la toma pública de la palabra autorizada, que describe una suerte de “paridad participativa” en el campo de la política. Esta noción, junto a su esfuerzo “crítico”, busca sortear sesgos liberales y formales del concepto de igualdad proponiendo una idea radical-democrática del mismo. Con ello, los autores se adentran en el específico dilema de la sociología política: el de una justicia que mide su verdad, rectitud y veracidad según improbables patrones de paridad y reconocimiento entre demandas democráticas directas y demandas democráticas institucionales y ponen en diálogo distintas teorías de la justicia 19


Conversaciones con Nancy Fraser

social donde se destacará la dimensión comunicativista del pensamiento fraseriano aplicado a la problemática de los modos de producción e integración de la sociedad, sus mediaciones entre sociedad civil y Estado. El libro culmina con la edición de la conversación mantenida durante la jornada de trabajo con Fraser. Un diálogo cuya plataforma estuvo configurada por los documentos producidos para el intercambio teórico e intelectual con la autora. Comenzaba allí, en una metáfora circular, un nuevo ciclo, un nuevo momento de este trabajo colectivo de desgrabar conversaciones, producir nuevas paráfrasis de unos textos que han perdido de alguna manera su autoría. O, dicho de otro modo, de unos textos que testimonian la impugnación de la soberanía de un autor sobre su obra. Así podríamos definir esta práctica políticointelectual: de producción de saber entre todos y con otros, como una crítica al modelo científico nominalmente “progresista” y sustancialmente burgués. Para el debate en el que esa experiencia llamada SEP-TeSA está inscripto, esa que sería muy deseable que pudiese formalizarse como otra manera de trabajo académico, bien le vale ese maravilloso final de la respuesta de Michel Foucault al cuestionario de la revista Esprit: en cada frase que pronuncie –y muy precisamente en esta que está por escribir en este instante, usted que se encarniza en responder desde hace tantas páginas a una pregunta por que se ha sentido personalmente involucrado, y que va a firmar este texto con su nombre–, en cada frase reina la ley sin nombre, la blanca indiferencia: “Qué importa quién habla; alguien dice: qué importa quien habla".12

12 M. Foucault. “Respuesta a Esprit”, en O. Terán: El discurso del poder. Buenos Aires, Folios ediciones, 1983, p. 87.

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Capítulo 1

EL DESTINO DE LA IGUALDAD EN UN MUNDO FINANCIARIZADO1 por Nancy Fraser

Sr. Rector, estimados colegas, estudiantes: Me complace enormemente haber recibido el doctorado honoris causa de la Universidad Nacional de San Martín. Siento una profunda afinidad con su misión. Como ustedes, tengo un compromiso con hacer que el trabajo intelectual sea relevante para la meta práctica y material de promover la igualdad social y la emancipación. Acepto este honor con humildad y con un sentido redoblado del compromiso con los objetivos que compartimos. Considerar la persecución de estos objetivos me lleva a preguntarme: ¿Qué es la igualdad? ¿Qué tipo de relaciones sociales requiere? ¿Qué tipo de relaciones excluye? ¿Cómo puede institucionalizarse? ¿Qué clase de disposiciones sociales, económicas y políticas se necesitan para hacerla realidad? Y ¿qué clase de luchas son necesarias para alcanzarla? Filósofos y politólogos han debatido estas cuestiones durante siglos. Sin embargo, hasta hoy no han llegado a un acuerdo. La igualdad, podemos decir, es un concepto esencialmente controvertido. Sostengo que también es un concepto esencialmente histórico. Lejos de darse de una vez y para siempre, el significado de la igualdad se despliega en el tiempo, históricamente. Y este despliegue se realiza tanto en el medio de la lucha social como en el de la reflexión filosófica. De hecho, prácticamente todas las principales innovaciones filosóficas en la teoría de la igualdad surgieron como reflexiones sobre las condiciones y las luchas sociales de la época del pensador. Esto vale para Platón, Rousseau y Marx, por supuesto, pero también para John Stuart Mill, Simone de Beauvoir y John Rawls, entre muchos otros. ¿Se sigue de esto que la igualdad es simplemente una ciénaga conceptual, una amalgama irremediablemente caótica de visiones en pugna sin un sentido determinado? De ningún modo. Ciertamente, ¡todo lo contrario! Si se estudia la historia de la igualdad es posible discernir una orientación y una lógica determinadas en el despliegue de sus varios significados. En el curso de la historia, 1 Traducción de Guadalupe Marando.

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la idea de igualdad se ha vuelto cada vez más amplia y sustancial. Ha sido aplicada a más aspectos de la vida, incluyendo la política, la economía, la familia y la sociedad civil. Del mismo modo, cada vez más la igualdad ha sido invocada para criticar diversos tipos de estratificación social, incluyendo estatus jerárquicos, disparidades económicas y asimetrías de poder político, así como ejes de dominio y subordinación, incluyendo clase, género, sexualidad, raza/etnia, nacionalidad y religión. Y tan importante como eso es que, con el tiempo, los requisitos para alcanzar la igualdad se han vuelto progresivamente más materiales, más orientados hacia los resultados que a los derechos formales. A lo largo de la historia, la igualdad de derechos en los papeles se ha vuelto cada vez más sospechosa en la medida en que coexiste con desigualdades en los hechos. Contemplada históricamente, entonces, la lógica del desarrollo de la igualdad es suficientemente clara: el concepto ha adquirido un sentido bastante específico y reivindicatorio, que yo llamo “paridad de participación”. Explicaré brevemente lo que quiero decir con esta expresión. Primero, sin embargo, debo introducir una importante advertencia. La historia real de la igualdad, en contraposición con su lógica de desarrollo, no es en absoluto lineal ni pareja. Es una historia de altibajos, en la que períodos de progreso se alternan con épocas de regresión, en la que reformas expansivas son seguidas de procesos de reacción brutal. Es más: aun los momentos de progreso están cargados de ambivalencia. A menudo, el éxito en la superación de alguna forma de desigualdad va acompañado de la emergencia o exacerbación de otra de distinta clase –como, por ejemplo, cuando la demolición de las jerarquías feudales trajo consigo las relaciones capitalistas de dominación clasista; o cuando el progreso en materia de igualdad en los países del núcleo capitalista fue comprada con la dominación de la periferia–. De esto se sigue que debemos distinguir dos aspectos: por un lado está la historia real y desordenada de las luchas por la igualdad y de las disputas por el sentido del concepto, con todos sus altibajos; pero, por otro, hay una lógica orientada que subyace a esa historia y que puede ser reconstruida a partir de ella. En mi reconstrucción, como acabo de decir, esa lógica se dirige hacia una definición altamente reivindicatoria de la igualdad en cuanto paridad real y generalizada de participación en la vida social. Esta visión dual, que abarca tanto el desorden histórico de la igualdad como su lógica orientada, implica otro aspecto de gran importancia. El destino de la igualdad depende especialmente de cómo las cosas se desarrollan en épocas de crisis; épocas en que los sistemas sociales enfrentan serios desafíos que surgen de las contradicciones o tensiones arraigadas en la estructura profunda de su organización y en las cuales, además, nos hallamos ante una encrucijada. En la medida en que el statu quo se revela cada vez más disfuncional, experimentamos la necesidad, y ciertamente el deseo, de trazar un nuevo camino. En épocas de 22


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crisis el destino de la igualdad pende de un hilo. ¿Podemos encontrar un camino que resuelva la crisis de un modo que promueva la igualdad, un camino que amplíe y profundice su sentido, que haga avanzar su lógica? ¿O debemos entregarnos a una solución empobrecedora de nuestro sentido actual de igualdad que promueva la desigualdad? Hoy, sostengo, nos hallamos en un momento semejante. El desarrollo, en las últimas décadas, de una nueva forma de capitalismo globalizado, financiarizado y neoliberal nos ha conducido a este punto. El espectro amenazante del colapso financiero y el cambio climático irreversible son solo las expresiones más dramáticas de esta crisis. Menos visible en los medios masivos, pero igualmente agudo, es el sufrimiento de miles de millones de personas alrededor del mundo que se ven obligadas a pagar el costo por los pecados de los especuladores financieros y que son sometidas a regímenes de austeridad que hoy causan estragos en la subsistencia de familias y comunidades. De hecho, la crisis actual es multidimensional, a tal punto que merece ser llamada “crisis general”, dada la convergencia de múltiples y diversas líneas de crisis: ecológica, financiera, real/ crisis económica, social/crisis de reproducción social, crisis política. Todas se encuentran inextricablemente imbricadas, al punto de que todas “sobredeterminan” y son sobredeterminadas; tomadas en su conjunto, todas auguran graves sufrimientos y dificultades. El destino de la igualdad, como dije, pende de un hilo. El actual régimen neoliberal hegemónico busca hacer retroceder el reloj en materia de igualdad. Pasando por alto las versiones más sustanciales y ambiciosas desarrolladas en épocas previas, este régimen las sustituye por un modelo de mercado que reduce la igualdad a una visión idealizada del intercambio mercantil, en el que contratistas en iguales condiciones intercambian libremente mercancías equivalentes, una visión idealizada que se parece poco a la coerción y la desigualdad que caracterizan las transacciones mercantiles en el mundo real. Pero la visión neoliberal celebra la elección individual, el intercambio igualitario y el logro meritocrático, mientras finge no darse cuenta de las desigualdades estructurales que fueron trabajosamente descubiertas y cuestionadas en décadas anteriores por grupos subalternos. Quienes pugnamos por visiones de igualdad más sólidas y ambiciosas ¿lograremos resistir el asalto neoliberal? ¿Debemos adoptar una postura fundamentalmente defensiva tendiente a consolidar las conquistas pasadas? ¿O acaso la crisis actual podría revelarse como un momento de transformación histórica en la que la igualdad misma resulte transformada, profundizada y ampliada, se vuelva más sustancial e inclusiva y avance más lejos en el camino hacia una plena paridad de participación en la vida social? Nadie puede aspirar a responder estas preguntas ahora. Pero, quizá podamos comenzar a clarificar los desafíos a los que nos enfrentamos reflexionando sobre 23


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sus diversos aspectos. Quizá, también podamos comenzar a desarrollar una manera de orientarnos hacia esos desafíos en la coyuntura actual. Esta, en cualquier caso, es la vía de reflexión que me propongo seguir en esta conferencia. Desarrollaré mi reflexión en tres pasos. Primero explicaré brevemente y defenderé mi reconstrucción de la historia de la igualdad en cuanto portadora de una lógica orientada que apunta hacia la idea de paridad participativa. Luego, propondré una caracterización del capitalismo globalizado y financiarizado de hoy, según la cual este presenta una crisis de igualdad y una bifurcación de caminos. Finalmente, bosquejaré algunas ideas provisorias que podrán ayudarnos a vislumbrar una respuesta igualitaria transformadora. 1. Igualdad como paridad participativa: argumentos conceptuales e históricos La paridad de participación es una interpretación específica del ideal de igualdad. En cuanto alternativa a las visiones liberales conocidas, esta sostiene que las nociones formales de igualdad fallan en lo que concierne al respeto de la autonomía y valor moral iguales de los seres humanos. Para alcanzar ese fin, según este razonamiento, la sociedad debe organizarse de tal manera que a todos se les confiera el estatus de socios plenos en la vida social, capaces de interactuar entre sí como pares. Así, la visión de la igualdad como paridad de participación requiere que todos tengan acceso a los prerrequisitos institucionales de membresía plena: esto es, acceso a los recursos económicos, a la posición social y a la voz política necesarios para participar plenamente en la vida social a la par de los otros. Dicho de otro modo, la igualdad como aquí se la entiende exige redistribución, reconocimiento y representación, en formas que ofrezcan a todos la posibilidad de participar plenamente en términos de paridad. Todo lo que no sea paridad participativa constituye una violación de la igualdad. Y la negación del acceso a los prerrequisitos sociales e institucionales de la paridad constituye una burla del declamado compromiso con la igualdad. Así entendida, la paridad participativa constituye una interpretación radicaldemocrática de la igualdad. Mucho más exigente que las interpretaciones liberales, el criterio de paridad es sustancial. En primer lugar, exige la remoción de los obstáculos económicos de la participación social plena. Para alcanzar la paridad, hoy se necesitaría una profunda reestructuración de la economía política que apunte a eliminar la estratificación social. Adicionalmente, el principio de la paridad exige el desmantelamiento de los obstáculos culturales institucionalizados a la participación igualitaria. En las condiciones actuales, lo que se necesita es una gran transformación de las relaciones institucionalizadas de reconocimiento que apunte a eliminar los estatus jerárquicos. Finalmente, el principio de la paridad exige la remoción de los obstáculos políticos a la participación 24


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igualitaria; en el mundo actual de dominación global, esto requiere una profunda reorganización del espacio político (nacional, regional, global) que apunte a eliminar las arraigadas asimetrías en lo que concierne a la voz política. En todos los casos, por otra parte, alcanzar la paridad participativa requiere prestar cuidadosa atención a las imbricaciones mutuas entre redistribución, reconocimiento y representación. Solo de este modo es posible participar y resguardarse de las posibles consecuencias involuntarias de las reformas bienintencionadas. Por ejemplo, debe cuidarse de que las reformas destinadas a reducir las diferencias económicas no terminen exacerbando disparidades de posiciones sociales o asimetrías de poder político –y viceversa–. En efecto, cada instancia debe observarse a través de una lente trifocal, que permita tener presentes las tres dimensiones de la igualdad al mismo tiempo. Así, el principio de la paridad participativa debe aplicarse con plena conciencia de que las sociedades capitalistas contienen múltiples ejes de subordinación que se entrecruzan. Solo siendo conscientes de tal “entrecruzabilidad” podemos garantizar que las reformas destinadas a promover la paridad en un eje no profundicen la disparidad en los otros, como ocurre, por ejemplo, cuando las reformas de género erróneamente concebidas exacerban las ­desigualdades de clase, sexualidad, raza/etnia y/o religión. Sin embargo, queda pendiente la pregunta de qué es lo que justifica la visión radical-democrática de la igualdad como paridad participativa. Desde mi punto de vista, esta idea halla sustento en dos argumentos complementarios. El primero es conceptual. La idea básica es que la igualdad, cabalmente entendida, comporta la libertad real de participar al mismo nivel que los demás en la vida social. Cualquier cosa por debajo de eso implica una falla en la comprensión del sentido pleno de igualdad. Dicha idea no se corporiza adecuadamente, por ejemplo, en los derechos formales iguales –que carecen de lo que John Rawls llamó “valor justo”–, debido a que están ausentes las precondiciones necesarias para su existencia. Tales derechos permanecen en el plano puramente conceptual, a pesar de su importancia simbólica. Solo cuando todas las precondiciones sociales se cumplen, garantizando que todos pueden realmente interactuar como pares, el valor moral igual de cada uno es respetado. Así, la paridad participativa es simplemente el significado del igual respeto por la igual autonomía de los seres humanos en cuanto actores sociales, toda vez que esa idea es llevada a su máxima expresión. El segundo argumento para la paridad participativa es histórico. La idea aquí, como indiqué al comienzo, es que cuando se reconstruye la desordenada historia de la igualdad, con todos sus altibajos, es posible discernir una lógica orientada subyacente que apunta a la paridad de participación como telos o punto final de esa historia. Vista de esta forma, la paridad participativa emerge como el resultado de un proceso histórico amplio y multifacético que ha 25


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enriquecido con el tiempo el significado de la igualdad. En este proceso, que de ningún modo se limita a Occidente, el concepto de igual valor moral se ha expandido tanto en alcance como en sustancia. En el período temprano de la modernidad europea el alcance de la igualdad se restringía a la religión y a la ley. Más tarde, sin embargo, gracias a las luchas de grupos subalternos, su alcance se extendió a otras zonas de interacción social. Por ejemplo, las luchas por la forma republicana de gobierno y por el voto universal expandieron el alcance de la igualdad al ámbito de lo político. De la misma manera, las luchas por la formación de sindicatos y partidos políticos socialistas difundieron la idea de que la igualdad debería aplicarse también a la esfera económica. Más tarde, los movimientos feministas y de lesbianas, gays, bisexuales y personas transgénero (LGBT) sostuvieron que la igualdad es aplicable asimismo a la familia y a la vida personal. Finalmente, los movimientos de pueblos indígenas y minorías lingüísticas y religiosas extendieron el alcance de la igualdad a la sociedad civil, en su lucha por los derechos de los indígenas, el reconocimiento multicultural y la representación plurinacional. En su conjunto, estas luchas expresan una tendencia histórica general: una lógica de expansión progresiva de los tipos de relaciones sociales a los que resulta aplicable la igualdad. Esta lógica ha progresado a punto tal de que la igualdad es hoy la posición estándar y se la considera aplicable a todo. La carga de la prueba se trasladó a los que excluirían una determinada serie de relaciones sociales o espacio social de su alcance. Del mismo modo, el significado de la igualdad se expandió también en términos sustanciales. Antes se solía pensar que los derechos formales bastaban para cumplir con las exigencias del respeto a la igualdad. Hoy, sin embargo, uno se topa cada vez más con la expectativa de que la igualdad se manifieste en forma sustancial, en interacciones sociales reales. Así –como T. H. Marshall célebremente observó–, el derecho a entablar juicio se expandió para abarcar el derecho a un abogado; como se repite en miles de series televisivas: “si no puede pagar un abogado, se le proporcionará uno”. De manera similar, el lema “una persona, un voto” es ahora un pensamiento generalizado que implica el financiamiento público de las campañas electorales. Finalmente, si las feministas logran su cometido, la carrera abierta al talento, largamente vinculada con la educación pública igualitaria, será vista en algún momento en términos que supongan la abolición de la división genérica vigente para el cuidado de personas y el trabajo doméstico. Tales ejemplos sugieren que la norma de la igualdad se ha sustancializado en el curso de la historia. Ya no solo restringida a los derechos formales, sino también abarcando condiciones sociales para su ejercicio, la igualdad ha llegado, en efecto, a significar paridad participativa. Paridad participativa, entonces, es la “verdad” histórica emergente del ideal liberal de la autonomía y del valor moral de los seres humanos. 26


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Permítanme concluir este paso de mi argumentación explicando por qué considero la paridad participativa como una interpretación “radical-democrática” de la igualdad. Llamo a este principio “radical”, porque retiene la percepción marxiana de que las sociedades capitalistas contienen estructuras profundas que aseguran la dominación y bloquean el progreso hacia la igualdad. Estas estructuras deben ser transformadas si la igualdad ha de alcanzarse. Al mismo tiempo, llamo “democrático” al principio de la paridad, porque también expresa la percepción posmarxista de que las sociedades capitalistas contienen múltiples ejes de desigualdad, de los cuales el dominio de clase es uno importante, pero es uno entre otros, y no el locus exclusivo o privilegiado de la lucha por la igualdad. 2. Neoliberalismo versus igualdad: la crisis y la amenaza de regresión En todo caso, así fueron las cosas hasta hace bastante poco. Por un tiempo pareció que esta perspectiva reivindicatoria de la igualdad se había vuelto hegemónica a nivel ideológico, al menos en Europa y Norteamérica. Allí daba la sensación de que el ideal de la paridad participativa había derrotado al ideal liberal y, por lo tanto, que solo era cuestión de tiempo –y lucha– que se institucionalizara como política pública a lo largo y ancho de esas regiones. Hoy, sin embargo, este ya no es el caso. En los últimos años hemos asistido a un pasmoso retorno de interpretaciones estrechas, formales y mercadocéntricas sobre la igualdad. Buscando volver el tiempo atrás, han ido desplazando progresivamente a otras interpretaciones más sólidas. Ideológicamente, las visiones neoliberales de la igualdad dominan hoy los debates públicos en Europa y Norteamérica. Y en términos prácticos, estas visiones configuran asimismo la política tanto a nivel nacional como regional –de lo que pueden dar fe la Unión Europea y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés). Sin lugar a dudas, los europeos y los norteamericanos no apoyan la idea liberal de igualdad global. Pero los que adhieren a concepciones más sólidas se encuentran desmoralizados y a la defensiva. Como consecuencia de estos desarrollos, el Norte global está experimentando una grave crisis de igualdad. Ciertamente, la imposición de las normas del mercado genera protestas. Pero uno ve pocas alternativas programáticas sostenidas y con base amplia, y casi ningún gobierno de izquierda inclinado a hacerse eco de ellas. Por el contrario, los gobiernos democráticos de cualquier color, incluidos los que se dicen socialistas, corren bajo las órdenes de los banqueros centrales ignorando abiertamente la oposición popular a la austeridad; y el sentimiento antineoliberal, aunque extendido y ocasionalmente militante, hasta el momento no ha logrado plasmarse en un bloque contrahegemónico coherente 27


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capaz de convertirse en un desafío creíble para las reglas de “los mercados”. A lo largo y ancho del Norte global, de hecho, las fuerzas de oposición más enérgicas provienen de la extrema derecha: el Tea Party en los Estados Unidos, el lepenismo en Francia, Amanecer Dorado en Grecia y el Partido por la Independencia en el Reino Unido. Nada en el horizonte político se parece ni remotamente al contrapeso protector del famoso doble movimiento de Karl Polanyi. Ningún frente interclasista se está movilizando para proteger a la sociedad y la naturaleza de los estragos causados por los mercados no regulados. Ninguna coalición de base amplia se está levantando para defender –y ni hablemos de extender– las interpretaciones radical-democráticas de la igualdad. En otras partes del mundo, quizá, las cosas sean diferentes. Si uno mira a Rusia, China o al mundo árabe, se encuentra con interpretaciones bastante diferentes de la igualdad; ni liberal ni radical-democráticas, estas visiones son resistentes, pero no verdaderamente emancipatorias. Pero Latinoamérica representa, por lejos, la divergencia más interesante. Observando desde fuera los acontecimientos que aquí ocurren, tengo la impresión de que ustedes están operando en una trayectoria histórica diferente. Habiendo restablecido la democracia y sobrevivido a un ataque previo del fundamentalismo del libre mercado, su región es hoy el hogar de la experiencia más cercana que haya visto el mundo del doble movimiento polanyiano. Al menos aquí, como en ninguna otra parte, la arremetida neoliberal generó una respuesta contrahegemónica: no un proyecto a gran escala, pero sí un frente emergente que aspira a proteger a la sociedad y la naturaleza del capitalismo financiero al mismo tiempo que a profundizar el sentido de la igualdad. Por cierto, este contramovimiento es heterogéneo y asume una variedad de aspectos diversos en los diferentes países, y no todas sus corrientes son plenamente democráticas ni genuinamente emancipatorias. Pero el hecho de que exista es suficiente para hacer de Latinoamérica la región políticamente más interesante del mundo. Gracias a su estatus excepcional, Latinoamérica me parece un lugar singularmente relevante para el estudio de las luchas para superar la desigualdad. Pienso especialmente en las luchas feministas contra la dominación machista, que ahora me gustaría considerar más en detalle. Creo que en esta región, como en otros lugares, la neoliberalización constituye un solvente poderoso de las formas patriarcales tradicionales, que funcionan como “grilletes” para el desarrollo capitalista, como diría Marx. Aquí, como en todas partes, el régimen de acumulación neoliberal pone en primer plano un ethos modernizador y liberalindividualista, que parece enlazarse con las aspiraciones igualitarias de las mujeres. Así, el capital global les impone nuevas demandas exigiéndoles no solo su contribución histórica de trabajo social reproductivo no remunerado, sino también su ingreso al trabajo remunerado, especialmente en servicio, manufactura y trabajo doméstico; pienso especialmente en las millones de trabajadoras 28


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inmigrantes que vienen desde lejos, a menudo sin papeles, para asumir las responsabilidades domésticas y de cuidado de los más privilegiados, dejando a los suyos atrás, al cuidado de los menos privilegiados. En Latinoamérica, como en el resto de las regiones, “los mercados” también exigen el recorte de los servicios públicos y de la provisión estatal de bienestar e infraestructura sociales. Creo, entonces, que en lo que a todo esto concierne, la neoliberalización está haciendo en el sur latino lo mismo que en otras partes, a saber, rediseñando el mapa social en el que los ejes de género de la desigualdad se entrecruzan con otros ejes, como el de clase y raza/etnia. En todos lados está reconfigurando el espacio social donde la producción se entrecruza con la reproducción, la familia se imbrica con el trabajo remunerado, el mercado atraviesa el Estado y lo nacional y lo local confrontan con lo global. Aun cuando ejerce presión sobre la reproducción social, esta forma de capitalismo convoca a las mujeres, cuyo trabajo remunerado necesita cada vez más. Para atraerlas, les promete no solo mayores ingresos y seguridad material, sino también dignidad, autoperfeccionamiento y liberación de la autoridad tradicional. El resultado es el posicionamiento de las mujeres en una zona difícil e incómoda: situadas en el nexo entre patriarcado y neoliberalismo, están también atrapadas entre las dos interpretaciones de la igualdad, una liberal y otra radical-democrática. En efecto, el neoliberalismo crea dilemas políticos para los movimientos feministas en todo el mundo, incluso en Latinoamérica. Por cierto, estos dilemas no son exclusivos del feminismo. Por el contrario, atormentan a todos los movimientos igualitarios y emancipatorios del presente, incluyendo los movimientos LGBT y los movimientos por los derechos de los pueblos originarios, el reconocimiento multicultural y la representación plurinacional. Todos estos movimientos se encuentran ante una encrucijada. Todos luchan internamente por determinar detrás de cuál interpretación de igualdad marcharán. Cada cual debe decidir: ¿elegirá el camino de la menor resistencia y adoptará interpretaciones liberales, meritocráticas, centradas en la elección y en el mercado? ¿O seguirá el camino más arduo y adoptará la visión radicaldemocrática de la igualdad como paridad participativa? Por mucho que cueste admitirlo, las corrientes hegemónicas de los movimientos igualitarios del Norte global han optado, hasta el momento, por nociones estrechas e inadecuadas de igualdad liberal. Por cierto, ese es el caso del feminismo. Las críticas del Norte contra el sexismo, que alguna vez formaron parte de una ambiciosa visión del mundo igualitaria, son hoy moduladas, cada vez más, en términos individualistas y meritocráticos que contribuyen a embellecer el mercado y justificar la explotación. Así, las feministas hegemónicas del Norte, como Sheryl Sandberg, instan ahora a las mujeres profesionales a lanzarse al salón del directorio corporativo sin mencionar que al hacerlo están, de hecho, apoyándose en las inmigrantes pobres que cuidan a sus hijos y limpian sus 29


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casas. Alterando la valencia política de las ideas feministas, esta interpretación liberal de la igualdad de las mujeres efectivamente une fuerzas con la mercantilización en su lucha polanyiana histórica contra visiones de igualdad social más amplias y radicales. El resultado es un vínculo peligroso, cuando no un matrimonio rotundo, entre el feminismo hegemónico del Norte y el neoliberalismo. Como dije, esta dinámica no se limita al feminismo. Se podría contar una historia análoga de otros movimientos que en los últimos años han canjeado interpretaciones radical-democráticas de igualdad por interpretaciones que se enlazan con los imperativos del capitalismo neoliberal. De hecho, la fuerza del neoliberalismo radica precisamente en este desarrollo. La verdad es que el neoliberalismo nunca podría haber triunfado solo. Basta con recordar el lúcido argumento de Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, para reconocer que el interés económico no alcanza para motivar reorientaciones históricas de fuste. La ganancia por sí sola, señala Weber, nunca podría llevar a gran cantidad de personas a abandonar formas de vida consistentes, familiares y saturadas de sentido, por la despoblada abstracción y la atmósfera estrecha de los mercados competitivos. Para efectuar semejante transformación masiva el capitalismo necesitó de lo que Weber llamó un “espíritu”, una dosis de carisma que pudiera dotar al trabajo, inherentemente falto de sentido de la acumulación sin fin, de algún sentido moral y ético más alto, capaz de atraer adherentes. Para Weber, el calvinismo suministró el “espíritu” que propulsó al capitalismo en la temprana modernidad europea. ¿Cuál es hoy su equivalente funcional? ¿Dónde halló el neoliberalismo su calvinismo? En otra parte he sugerido que las ideas feministas han provisto una significativa dosis de carisma al actual neoliberalismo. Mis comentarios aquí lo sugieren también. Pero en esta conferencia quiero ampliar ese argumento: el neoliberalismo toma buena parte de su “nuevo espíritu” de la entera gama de los movimientos igualitarios, cuyas aspiraciones son cada vez más moduladas en términos afines al mercado. El resultado es un pacto diabólico. Al estrechar sus ideas de igualdad, las corrientes hegemónicas de los movimientos igualitarios en el Norte global han prestado su prestigio y su aura emancipatoria a la nueva economía, que profesa la “flexibilidad”, la “creatividad” y el “empoderamiento”. En efecto, estas corrientes han reivindicado un requisito de la paridad a expensas de otros, a menudo el reconocimiento a expensas de la redistribución y la representación. En vista de los viejos esquemas de estratificación y las nuevas transformaciones neoliberales, las consecuencias son claras como el agua: las corrientes hegemónicas de los movimientos igualitarios del Norte han sido cooptadas por las elites, a cuyos intereses ahora sirven a expensas de todos los demás. Unos pocos logran traspasar el techo invisible, pero solo trepándose a los hombros de muchos más. 30


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3. Y ahora, ¿qué? Reanudando la dialéctica histórica Ante el diagnóstico de la crisis actual como crisis de igualdad, ¿qué hacer? Solo un necio podría ofrecer una prescripción detallada. Pero, quizá, puedan sugerirse algunas pautas orientadoras generales. En primer lugar, sería erróneo concluir que los movimientos igualitarios, como el feminismo del Norte, simplemente han fracasado o que son los únicos responsables del triunfo del neoliberalismo. Y más aún, que las luchas por la igualdad social son inherentemente problemáticas y están desde siempre condenadas a la cooptación por parte de proyectos de mercado. Más bien concluyo que aquellos que todavía aspiramos a extender y profundizar la igualdad social necesitamos volvernos más históricamente conscientes, en la medida en que operamos en un terreno poblado asimismo por fuerzas neoliberales. En segundo lugar, en mi bosquejo de la crisis actual como una crisis de igualdad me he referido en varios puntos a la descripción del doble movimiento de Karl Polanyi en La gran transformación. En ese libro Polanyi retrató los conflictos de su época como una batalla histórica bipartita entre los fundamentalistas del libre mercado, por un lado, y los proteccionistas sociales, por otro. Aquí, sin embargo, he revisado implícitamente esa descripción al proponer un conflicto tripartito en el que aquellas dos fuerzas han chocado no solo entre sí, sino también con una tercera, a saber, los movimientos por la igualdad, incluyendo –aunque no solamente– al feminismo. En efecto, he transformado el doble movimiento de Polanyi en un triple movimiento. Abarcando la mercantilización, la protección social y la equiparación o emancipación, esta figura de triple movimiento delinea el encuentro tenso y conflictivo de los tres proyectos históricos, cuyo cruce fatídico estructura el paisaje político de la crisis actual. Esta idea de triple movimiento clarifica mucho mejor el paisaje de la lucha social que la figura de Polanyi. Poniendo en primer plano el controvertido carácter de la igualdad, esta figura deja al descubierto la ambivalencia de las luchas que lo rodean. En la medida en que los movimientos igualitarios intercambian las visiones radical-democráticas por interpretaciones liberales de la igualdad, pierden la oportunidad de alcanzar paridad plena de participación para todos los involucrados. En tanto canjean redistribución y representación por reconocimiento, son cooptados por las elites al mismo tiempo que traicionan a sus bases más amplias. En la medida en que se conforman con la noción estrecha de elección, meritocracia e intercambio mercantil, conspiran –no importa cuán involuntariamente– con el neoliberalismo para hacer retroceder el reloj histórico. Para finalizar, ¿qué ocurre en Latinoamérica? ¿Podría la región constituir la feliz excepción en este caso también? ¿Están sus movimientos sociales siguiendo el otro camino, el que pone en correlación la igualdad no con el 31


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individualismo de mercado, sino con el ideal radical-democrático de la paridad participativa? El tiempo lo dirá. Por cierto, la “excepcional” política cultural de la región parece ofrecer un terreno favorable para este segundo escenario. Un continente que alberga algo que se aproxima a un doble movimiento podría empoderar a sus movimientos igualitarios para que encaren una doble lucha peleando en dos frentes al mismo tiempo. Por un lado, podrían trabajar para desmantelar los estatus jerárquicos tradicionales, que infunden dominación en la protección social e impiden la participación plena de grupos subalternos en la vida social. A su vez, podrían asimismo combatir los nuevos modos de ­subordinación mediados por el mercado, que profundizan la explotación laboral, disminuyen la protección social y presionan sobre la reproducción social hasta un punto límite. Luchando simultáneamente en dos frentes, los movimientos igualitarios latinoamericanos podrían trazar un tercer camino entre los dos polos del doble movimiento de Polanyi. Al tratar la lucha por la igualdad social como una tercera fuerza con peso propio, serían capaces de subvertir el simple esquema binario de mercantilización progresista versus protección social reaccionaria. En ese caso, los movimientos igualitarios latinoamericanos invertirían el escenario del Norte. En lugar de alinearse con la mercantilización en contra de la protección social, podrían unir las fuerzas de la igualdad con las de una protección social transformada en la batalla histórica, para reafirmar el control democrático sobre los procesos descontrolados y destructivos de mercantilización. Es más, al elegir este camino, los movimientos sociales latinoamericanos no solo potenciarían la lucha por la igualdad en su propia región: modelarían también, para el resto del mundo, otra forma de resolver la ambivalencia de la igualdad. Los movimientos igualitarios del Norte podrían beneficiarse especialmente de semejante ejemplo de excepcionalidad latina. Inspirados en los movimientos igualitarios del Sur global, nosotros los igualitarios del Norte global podríamos reunir el coraje necesario para romper con el peligroso vínculo con el neoliberalismo.

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