Los sufrimientos Modernos del adolescente - Philippe Lacadée (fragmento 25 pp.)

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Serie Tyché Directora: Damasia Amadeo de Freda Lacadée, Philippe Jean-Marie Los sufrimientos modernos del adolescente / Philippe Jean-Marie Lacadée; prólogo de Agustina Juan - 1a edición - San Martín: UNSAM EDITA; Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Fundación CIPAC, 2017. 152 pp.; 21 x 15 cm. (Tyché / Amadeo de Freda, Damasia) Traducción de: María Romé. ISBN 978-987-4027-50-4

1. Psicoanálisis. 2. Adolescencia. I. Juan, Agustina, prolog. II. Romé, María, trad. III. Título. CDD 150.195

1a edición, mayo de 2017

© 2017 Philippe Lacadée © 2017 de la traducción María Romé © 2017 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de San Martín © 2017 Pasaje 865 UNSAM EDITA

Campus Miguelete, Edificio Tornavía Martín de Irigoyen 3100, San Martín (B1650HMK), provincia de Buenos Aires unsamedita@unsam.edu.ar www.unsamedita.unsam.edu.ar

Pasaje 865 de la Fundación Centro Internacional para el Pensamiento y el Arte Contemporáneo (CIPAC) Tel.: (54 11) 4300-0531 Humberto Primo 865 (CABA) pasaje865@gmail.com Diseño de interior y tapa: Ángel Vega Edición digital: María Laura Alori Ilustración de tapa: Francisco Hugo Freda, Líneas (fragmento), 2013.

Se imprimieron 1000 ejemplares de esta obra durante el mes de mayo de 2017 en Albors Adrián y Trabucco Carlos S. H., California 1231, CABA

Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723 Editado e impreso en la Argentina

Prohibida la reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores.




Prólogo por Agustina Juan

La invención de una fórmula adolescente Introducción

Los adolescentes son nuestro futuro: ¿cómo construirlo con ellos? Capítulo 1

La esperanza de la adolescencia: “delicada transición” y “elemento de novedad” Capítulo 2

La adolescencia entre la razón y la pasión Capítulo 3

La clínica de la lengua y del acto con los adolescentes Capítulo 4

Los sufrimientos modernos de los jóvenes Capítulo 5

Yo apurado… Todo ya Capítulo 6

El cuerpo de las adolescentes Capítulo 7

Violencia: marcas en el cuerpo y en las ciudades Capítulo 8

Jérôme y las marcas del cuerpo, Reinzinho y la violencia en la ciudad Referencias bibliográficas

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Prólogo

LA INVENCIÓN DE UNA FÓRMULA ADOLESCENTE

¿De qué sufren los jóvenes hoy? Este es el primer interrogante con el que nos encontramos en el libro, el cual nos lleva a pensar inevitablemente en la clínica con la que nos confrontamos en el Centro de Atención Psicoanalítica de Niños y Adolescentes, de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Comencemos por el principio: el concepto de adolescencia. Sabemos que, tal como es rescatado por el autor, este no es un concepto psicoanalítico; es una palabra que se utiliza para dar cuenta de un momento de transición. Freud habla de las metamorfosis de la pubertad para destacar las transformaciones corporales que ocurren en esta etapa de la vida, las cuales incluyen los cambios necesarios para pasar de la vida sexual infantil a la sexualidad definitiva; añade la separación de las figuras parentales como uno de los procesos psíquicos más dolorosos de este período, cuyas manifestaciones se hacen sentir en la rebeldía y la ambivalencia. Lacan ubica la pubertad como el momento en el que el sujeto se confronta con lo real del sexo, es decir, con la ausencia de un saber predeterminado, para vivir de ahí en más la sexualidad. No solo el cuerpo cambia de forma en esta etapa; la lengua, las palabras de la infancia ya no sirven para traducir los modos de gozar la sexualidad, y esta es vivida de manera extranjera. En el texto se pueden ubicar tres tipos de exilios del adolescente: primero, por el lenguaje, hay una pérdida del goce primitivo; luego, en la pubertad, queda expulsado de su cuerpo de niño y del discurso de su infancia –ya no le sirve para traducir su encuentro con la sexualidad–; por último, queda exiliado en la soledad de su goce, que es singular. A partir de lo planteado, se propone una salida novedosa: tomar la adolescencia como una respuesta sintomática frente a las 9


transformaciones que la pubertad acarrea. Es decir, las maneras en que cada uno va a sobrellevar y hacer frente a las modificaciones que se producen, entre otras, en el cuerpo, con las consecuencias que conlleva. ¿Cuáles son los síntomas actuales de los jóvenes que se aventuran al encuentro con un psicoanalista? Se constata una importante presencia de autolesiones y de trastornos en la alimentación, en casos de mujeres, situaciones de violencia escolar, aislamiento social, sensación de soledad y conflictos, así como la ausencia muy marcada de vínculo con la figura paterna. Una constante que atraviesa gran parte de las consultas es la desorientación en la que se sienten inmersos los jóvenes. Persiste la presencia de angustia, en la que se sufre más en relación al tener que al ser. Si bien la adolescencia siempre fue vivida en forma de crisis, la pregunta que se impone es si es posible pensar estas nuevas formas de presentación atravesadas por un fenómeno de época. ¿Qué es ser adolescente hoy? ¿Implica un esfuerzo adicional a serlo en el siglo pasado? ¿Cómo influye el cambio de época en este período crucial de la vida de un sujeto? Estos son algunos de los interrogantes que suscitan los malestares con los que nos encontramos en la clínica. Como ya es sabido, en la actualidad podemos pesquisar la caída del saber transmitido por el Otro, debido al declive de la función paterna. Hay un descrédito de la palabra, donde la historia se reduce a la sensación inmediata. Lacadée hace referencia a un matema propuesto por Jacques-Alain Miller, a>I, para dar cuenta de la imposición del objeto sobre el ideal. En la época de Freud, los adolescentes tomaban como referencia los ideales de sus Otros, aunque sea para contradecirlos. En la actualidad, no hay un punto de referencia desde el cual el joven pueda partir en busca de la construcción de su identidad; predomina la soledad del goce, el cual se rige por los objetos gadget que ofrece el mercado como ilusión de felicidad. Si bien estructuralmente hay una carencia en el orden simbólico para nombrar el encuentro con la sexualidad, hay que sumarle a esto los efectos de la precariedad de dicho orden en la actualidad. Parafraseando a Rimbaud, el título del libro Los sufrimientos modernos da cuenta de lo que le ocurre a un joven inmerso en la sociedad de hoy. Las consultas aparecen bañadas de angustia e incertidumbre, como consecuencia de un dolor por el simple hecho de existir. Teniendo en cuenta este contexto, ¿qué podemos ofrecerles a los adolescentes, desde la ética del psicoanálisis, para acompañarlos en la proyección de otro porvenir? ¿Cómo brindarles un soporte para su 10


inserción en la sociedad? Lo más novedoso del texto probablemente sea que no solo se conceptualiza al adolescente y sus avatares en la sociedad actual, sino que también se busca la forma de hacer algo nuevo con ese panorama. Lacadée hace alusión al punto desde donde como un lugar de apoyo para acompañar al adolescente, un lugar desde donde ofrecerle un punto de referencia a partir del cual inventar una solución singular. Recurre nuevamente a Rimbaud, quien en su poesía “Vagabundos” dice sobre la adolescencia: “yo apurado en encontrar el lugar y la fórmula”, para destacar la prisa con la que se vive en la actualidad y la búsqueda del joven para poder hacerse un nombre, una identidad. Hoy nos encontramos con que un adolescente viene a pedir una fórmula para ser y funcionar en sociedad. Si antaño esta respuesta era buscada y encontrada en el Otro, hoy ese pedido responde a la carencia de una brújula para orientar y proyectar un futuro. En el marco de una conferencia dentro de la Universidad, el psicoanalista Bernard Lecœur se refirió a la “proeza” mediante la cual los jóvenes buscan poner a prueba la existencia de sí y del Otro. En las conductas de riesgo se jugaría una apuesta para saber si el Otro podrá dar una respuesta; ponerse en riesgo tiene como fin obtener una prueba, encontrar alguna certeza. Se trata de una pregunta por el derecho a vivir, y de la búsqueda de una autorización de vivir. Philippe Lacadée subraya la importancia de la creación, poder generar una conversación posible sin acallar el factor novedoso que hay en la adolescencia. Se trata de poder inventar una fórmula junto a ellos. En palabras del autor: El espacio de libertad de palabra que ofrecemos a los adolescentes en la sesión analítica hace de encuadre para que el sujeto encuentre la vía de lo nuevo en el decir… encontrar un lugar en el cual dirigir su sufrimiento, donde poder elaborar su propia fórmula.

Encontramos también lo paradójico de una conducta típica de los adolescentes: “el pedido de respeto”. Si bien por una parte puede aparecer la falta de respeto como característica en esta población, se le pide al Otro autentificar la invención que hay que suponer en juego en todo adolescente; él solo pide ser mirado y aceptado en su nuevo cuerpo y lengua propia, que ya no depende del Otro. Es por eso que entendemos como crucial la posición del analista en ese espacio que le puede ofrecer al joven, espacio en el cual puede traducir con sus palabras los cambios que atraviesa, eventualmente hacerse 11


un nombre propio a partir de los avatares de su propia vida y, quizás, por qué no también, fabricarse un Otro a la medida de sus deseos. Agustina Juan Miembro del Centro de Estudios Psicoanalíticos (UNSAM) Buenos Aires, 26 de febrero de 2017

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Introducción

LOS ADOLESCENTES SON NUESTRO FUTURO: ¿CÓMO CONSTRUIRLO CON ELLOS?

El niño viene al mundo prematuro e indefenso. Solo puede crecer si es introducido en él por adultos responsables del “elemento de novedad”1 que aquel encarna en el hogar y, más tarde, como adolescente en la ciudad. El niño aprende, entonces, a partir de lo que experimenta en su cuerpo, las reglas de vida de aquellos que lo reciben. No elige lo que se le enseña; es educado a partir de su cuerpo viviente, en torno a sus orificios pulsionales y gracias al discurso que se establece para con él. Por supuesto, ese discurso depende de la presencia encarnada de un Otro2 que le ofrece palabras y también objetos de deseo fundamentales para su constitución: la voz y la mirada. El niño estará siempre dividido entre un sí y un no. La lengua en la que se exprese tampoco será elegida por él, sino que le será impuesta, así como las costumbres con las que deberá vivir, construirse una identidad, aprender a intercambiar y a compartir. Con la lengua que se le ofrece, hará un uso de la identificación de lo que siente, lo que es y lo que dice. Sus expresiones y su manera de hablar serán siempre singulares, y es preciso saber recibirlas como sus creaciones. Con esa lengua que se le ofrece, hará también un uso de goce, de placer de evocación y de repetición, y alojará allí una parte de su ser viviente, su bien y su hábitat. Lalengua es el neologismo que inventó Lacan para nombrar el sustrato sobre el cual se elabora la lengua común, la del sentido común, en la cual el sujeto debe consentir en entrar para poder hablar al Otro, no 1 H. Arendt. “La crisis de la cultura: su significado político y social” [1954], en: Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política. Barcelona, Península, 2003, pp. 303-345. 2 Nos referimos al complejo de Nebenmensch, de Freud, sobre el cual volveremos.

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sin haber sido antes hablado por él. Es en el encuentro con ese Otro que el niño halla el resguardo de un discurso establecido. Durante su escolaridad obligatoria, aprenderá a “saber hacer” con las disciplinas3 que reciba, y es importante que encuentre, entonces, un maestro auténtico que sepa hacer con el saber y tenga el deseo de transmitirlo, en lugar de un maestro autoritario que se concentre en el programa. El niño no puede elegir sus objetos de aprendizaje; él debe ser educado, y esto debe pasar por el deseo de un Otro, donde podrá alojar el suyo. No podemos abandonarlo sin transmitirle los medios de estar en el mundo, de habitar un mundo en común y de comprenderlo, a fin de aprender a vivir allí con otros. Ahora bien, si el niño necesita ser educado por su carácter prematuro, esto asigna también a los adultos la tarea de reencontrar el deseo de transmisión que prevalece en su existencia, en tanto nadie puede sellar su destino en el lugar del niño. ¿Qué transmisiones? El sujeto moderno, posiblemente más que en otros tiempos, es condenado a descifrar él mismo su historia, sin el apoyo simbólico que le permitiría poner su futuro en perspectiva, y encontrándose así más solo que antes frente a su destino. Alojar a quienes llegan, abriéndoles las puertas de un futuro posible compartido, no puede realizarse sin prestar atención a la marca que hace de cada uno, un ser singular. Brindar al niño y al adolescente los medios necesarios para incorporarse a una cultura –sin llevarlos a reproducirla ciegamente– para apropiarse de una tradición, de conocimientos, de valores de los que deberán también poder desprenderse, es lo que permitirá, no sin dificultad, que ellos construyan su propio futuro con nuestro sostén. Es eso lo que permite transmitirles el deseo de ponerse en perspectiva en el futuro para, así, prolongar la existencia de un mundo en el que serán los principales actores. Aceptamos y reivindicamos la existencia de transmisiones singulares que enriquecen lo compartido: del lado del Otro, transmisión de una historia familiar, de una manera de pensar las cosas de la vida 3 En el presente libro he decidido hablar del encuentro, gracias al Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Niño (CIEN), con compañeros de otras disciplinas, lo cual resulta fundamental para abordar los desafíos de la adolescencia.

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y de antiguos valores; del lado del sujeto adolescente, transmisión de “sensaciones inmediatas” que enriquecen nuestra poesía con un saber hacer original. Roland Barthes sitúa el punto de partida de “la poesía moderna” en la obra del adolescente Rimbaud –sobre el cual volveré a menudo en este libro–, ya que es el príncipe del adolescente moderno. Podemos ubicarlo en dos cartas, una del 13 y otra del 15 de mayo de 1871, en las que Rimbaud escribe a su maestro de retórica. Allí pretende diferenciarse de la necedad de la poesía subjetiva, muy ligada, para él, a la herencia de los antiguos o a una cierta idea de Dios, como la de Musset, que él dice aborrecer. Escribe, entonces, que inventa la poesía objetiva, esa que se nutre de sus sensaciones inéditas y del desajuste de todos los sentidos que experimenta en su cuerpo. Llega a decir que él es producido por su texto, más que producirlo. De esta manera, Rimbaud abre la vía de la modernidad, para dar cuenta de los sufrimientos modernos del adolescente, siempre ligado al hoy, al instante presente y al tiempo de la contingencia. Sufrimientos del adolescente de la modernidad, en relación inmediata con las sensaciones del cuerpo en su encuentro con el impacto de las palabras. Príncipe de la adolescencia, Rimbaud escribe que hace falta “ser absolutamente moderno”,4 y traza también la vía hacia el nuevo amor a encontrar siempre en otro lugar, en el camino más singular, no sin asumir el riesgo. Esas transmisiones singulares se inscriben sobre un fondo común a reinventar cada vez que las torna posibles. No hay transmisiones individuales o grupales sin su vehículo esencial, que es la lengua viva, además de un mundo con un mínimo de dignidad simbólica que permita, al que transmite como al que recibe, encontrarse simbólicamente relacionados, pero también poder conversar el uno con el otro, a condición de hacer valer la importancia de la palabra y el respeto de la enunciación del otro. Ese mundo común no puede ser el del beneficio únicamente, sino el de un decir en el que nos enriquezca lo que nos dice el otro, donde encontremos el gusto de la palabra y de aquello que nos une y a la vez nos impide, por así decir, empujarnos los unos a los otros, sin respeto por el lugar de cada uno.

4 A. Rimbaud. Una temporada en el infierno [1873]. Buenos Aires, Editorial del Cardo. Biblioteca Virtual Universal, 2006, disponible en: http://www.biblioteca.org.ar/libros/133650. pdf, p. 13. Consultado el 13 de noviembre de 2016.

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La “modernidad irónica” del siglo XXI o “encontrar el lugar y la fórmula” El mundo que se instala entre los adolescentes no tiene más el poder de reunirlos o relacionarlos, ni tampoco el de separarlos, y es eso lo que ofrece nuestra sociedad, tan difícil de soportar para algunos de ellos. Los fundamentos que anteriormente tenían autoridad, que los conducía a separarse de manera dolorosa pero necesaria de la autoridad parental, no se encuentran más allí. El suelo simbólico común, fundamento mismo de nuestra existencia colectiva, resulta muy frágil en “nuestra modernidad irónica”,5 en la que el saber transmitido por el Otro no se encuentra más en el mismo lugar. La ventana virtual invadió la habitación del niño. En efecto, este no encuentra más aquella ventana que en otro tiempo hacía decir a Arthur Rimbaud que era mirando a través de ella, apoyándose sobre su marco como distracción vagamente curativa, lo que le permitía alejarse de la angustia de su madre, siempre inquieta por su hijo que, como Vagabundo, como el Uno solo, erraba por la campiña. Al final de su poesía “Vagabundos”, Rimbaud escribe un bello enunciado con el que transmite la esencia del tiempo de la adolescencia: “yo, apurado por encontrar el lugar y la fórmula”.6 Así, se impone al adolescente el pensamiento de tener que vivir siempre en otro lugar, fuera de su casa, allí donde se encontraría “la verdadera vida”. Cabe señalar aquí que algunos creen que Rimbaud decía “La verdadera vida está en otro lugar”, mientras que lo que él escribió es “La verdadera vida está ausente”.7 De allí la importancia de ofrecer un lugar y un lazo de palabra al adolescente, para que él se dé cuenta de que “la verdadera vida” se inscribe en el tiempo de su palabra dirigida al otro. En su intento de prescindir del Otro parental, él reivindica “la libre libertad”.8 En ese sentido, si el saber del adulto aún funciona para la infancia, resulta, en cambio, incapaz de movilizar de la misma manera a los adolescentes que, si bien están siempre a la espera de objetos investidos de 5 Matema de J.-A. Miller, a>I, sobre el cual volveré a menudo, dado que se aplica muy bien a la adolescencia como momento en el que la pulsión es más fuerte que los ideales de la razón. 6 A. Rimbaud. “Vagabundos” [1886], trad. de Magdalena Cámpora. Buenos Aires, Editorial del Cardo. Biblioteca Virtual Universal, 2010, disponible en: http://www.biblioteca.org.ar/ libros/152521.pdf, p. 3. Consultado el 13 de noviembre de 2016. 7 A. Rimbaud. Una temporada en el infierno, op. cit. 8 A. Rimbaud. “Lettre à Georges Izambard. 2 Novembre 1870” [1871], en: Œuvre-Vie. Édition du Centenaire établie par Alain Borer. Paris, Arléa-Le Seuil, 1991, p. 165 [N. de T.: La traducción es nuestra].

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fuerte poder simbólico, los quieren de inmediato y son capaces de responder en el instante, no a su búsqueda identitaria, sino a su voluntad de goce. Los conocimientos y competencias del suelo común ofrecidos por la escuela, que no sabe reinventarse, no son más portadores de una cierta ambición ni de una posibilidad de ver la vida de otro modo –como lo eran anteriormente–, dado que se los transmite sin la inquietud de orientarlos de una manera que resulte atractiva y deseable. Los adolescentes de hoy no construyen su identidad solamente a partir de saberes escolares. La mayor parte de ellos los encuentra; algunos los asimilan más o menos bien. Consienten en examinarlos, pero ni bien pueden se ausentan mental y físicamente de la escuela, ya que su verdadero polo de identificación se juega en otro lugar, en lo que ellos buscan de esa verdadera vida, más activa, más moderna. Algunos construyen su universo en otro lugar, en un clan o en una banda, en la música o en otras invenciones, en los juegos electrónicos o en los universos virtuales. La identificación constituyente y el punto desde donde La lengua articulada al Otro es el vehículo de la identificación constituyente del ser hablante; identificación constituyente que ocupa un lugar esencial para todo niño. Ella se establece, en el corazón de su intimidad, con las palabras que el pequeño recibe del Otro, que le dan una idea del valor que él tiene y de lo que él es para ese Otro. Con ese valor él va a identificarse, identificación que constituye un poco más tarde el ideal del yo, desde siempre allí si el sujeto ha consentido eso. Esa identificación representa para Freud el tiempo necesario para la salida del Edipo, que opera como trazo y como referencia a partir del cual el sujeto se considera digno “de ser amado, incluso amable”. Es el punto desde donde,9 que le permite, en el momento de la adolescencia, tener una idea de sí sobre la cual apoyarse a fin de orientar su existencia; es el vector sobre el cual se apoya la identificación constituyente. De esta manera, el ideal del yo entra en función sirviendo de apoyo a ese punto desde donde. Corresponde a cada uno construirlo para inventar su solución. Para ello, hace falta, no el evaluador con su grilla o su casillero, sino el encuentro con un ser responsable de la autenticidad 9 Ese punto desde donde será a menudo retomado en este libro, pero es preciso articularlo con el punto de apoyo del síntoma, que debemos saber alojar en nuestra práctica clínica. Es desde el punto de vista del síntoma que podemos operar, siempre respetándolo.

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de su presencia, un ser que sepa hacer con su goce y que demuestre cómo ha sabido arreglárselas con él. Es sobre ese Otro, que puede tener para él una función de excepción, que el adolescente calcula lo que él puede ser para la mirada del Otro. Con su frase “el púber donde circula la sangre del exilio y de un padre”,10 Rimbaud ilustra esa crisis de la identidad en la cual el adolescente es tomado entre la apuesta hacia la aventura forzada del exilio, como el Uno solo, urgido por el objeto de la pulsión que lo empuja hacia otro lugar, y el continuar apoyándose siempre en el Otro parental. El exiliado, con el que se identifica el adolescente, experimenta en su carne el dolor de todos aquellos que se encuentran privados de su lengua, esa de su infancia que sostenía la identificación constituyente de su ser y el sentimiento de la vida. El punto desde donde evoca, entonces, la función constituyente del ideal del yo, que orienta al sujeto con respecto a lo que debe hacer como hombre o como mujer, y al mismo tiempo lo aleja de la pulsión de muerte o de la glotonería del superyó, que le reclama al sujeto gozar siempre más y de inmediato. Hoy, en estos tiempos de soledad en que el adolescente no puede apoyarse en ese punto desde donde, se encuentra cada vez más dispuesto a asociarse a cualquier objeto gadget, objeto plus de goce, para satisfacer su voluntad de goce, aunque sea al precio de volverse adicto a él. Es allí donde el matema de la modernidad a>I –según el cual el objeto plus de goce es más fuerte que el ideal– representa esa tensión entre el a y el I, que se pone en juego en este delicado momento de la adolescencia.11 Los objetos gadget y las nuevas tecnologías El famoso “encontrar el lugar y la fórmula”,12 un lugar donde ser autentificado ya sea a partir de un decir, o bien, para Rimbaud, de un texto escrito, resulta cada vez más reemplazado en nuestra época por querer buscar y encontrar un objeto con el fin de hacerse un nombre de goce. A menudo, ciertos adolescentes se buscan en un estilo o en una manera de ser extremista, a falta de haber encontrado un límite al goce 10 A. Rimbaud. “Ressouvenir”, en: Œuvre-Vie, op. cit., p. 282 [N. de T.: La traducción es nuestra]. 11 Ver el capítulo 2, titulado “La adolescencia entre la razón y la pasión”. 12 A. Rimbaud. “Vagabundos”, op. cit.

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destructivo surgido en el momento de la pubertad, como lo muestran el Dictionnaire du Look13 y el Lexik des cités.14 La búsqueda de la identidad continúa siendo la preocupación esencial con respecto al adolescente, en la medida en que, en nuestros días, tal identidad resulta cada vez menos sostenida por identificaciones ideales con figuras de héroes, pero cada vez más sostenida por estilos de vida o de goce en ruptura. Una de las salidas posibles consiste, entonces, en crearse su propio nombre de goce, o en encarnar una posición sintomática en impasse. Dicha búsqueda ya no pone en juego un objeto portador de una falta, capaz de sostener la mediación hacia el deseo, sino un objeto gadget capaz de procurar un goce inmediato. La relación con la falta, por lo tanto con el deseo, se encuentra desplazada, y el adolescente se somete cada vez más a la glotonería apremiante y apremiada de su superyó, que le reclama siempre más y todo de inmediato.15 Entonces, el enunciado de Rimbaud “yo, apurado por encontrar el lugar y la fórmula”, ¿atormenta aún a los jóvenes? El adolescente vive siempre en “lo último”: esperar está por fuera de sus posibilidades; su tiempo se lleva bien con la velocidad. Es empujado por una fuerza que lo transforma, frente a la cual es impotente; y muchas veces se produce algo del orden de lo imposible de soportar. He venido demasiado temprano a un mundo demasiado viejo, decía Rimbaud. Sin embargo, ¿quién puede decir que aquel que corre, “vive más rápido”? Si permanece apurado, el adolescente corre el riesgo de errar y de perder su vida corriendo detrás de otras vidas. Busca un lugar donde resguardar su intimidad, esa parte de sí que no puede decirse al Otro y que lo empuja a aislarse en un lugar propio: el lugar del secreto de su pensamiento, el lugar del diario íntimo, así como el de su habitación. Freud mismo decía que si el comportamiento del adolescente depende de lo que sucedió en la habitación del niño, esto no implica, sin embargo, que tenga que pedir disculpas por ello, dado que le corresponde una parte de responsabilidad sobre la cual es posible actuar. En la actualidad, el lugar de la intimidad se encuentra, ya sea desplazado sobre una autopuesta en escena pública donde se ponen de relieve los objetos voz y mirada, ya sea disuelto en el objeto gadget que 13 G. de Margerie y O. Marty. Dictionnaire du Look: une nouvelle science du jeune. Paris, Robert Laffont, 2009 [N. de. T.: “Diccionario del look”]. 14 AA. VV. Le Lexik des cités. Paris, Fleuve Éditions, 2007 [N. de T.: “El léxico de las ciudades”]. Diccionario realizado por once jóvenes de Evry, en las afueras de París (la banlieu), departamento de Essone, situado en la región de Isla de Francia. 15 Ver el capítulo 5, titulado “Yo apurado... Todo ya”.

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sirve para no pensar más, o bien, infiltra el lugar de la lengua articulada bajo el modo de la provocación lenguajera. Encontrar una lengua e inventar lugares para la conversación Cada adolescente inventa su fórmula en la lengua para nombrar lo que experimenta; esto se vuelve más evidente en la actualidad, en esa lengua que hablan algunos de nuestros adolescentes y que infiltra cada vez más un modo de hablar. El famoso “hallar una lengua”16 de Rimbaud, se encuentra al principio del enunciado de la joven de Juegos de amor esquivo,17 que dice hablar la lengua de la ciudad, esa lengua de la autenti-ciudad,18 cargada de violencia y de insultos y que le permite “tomar posición”. Tomar posición en la lengua, de la manera más irrespetuosa e incómoda para el Otro, es a menudo la solución adoptada por ciertos adolescentes. Se trata de un uso particular de la lengua, que no les sirve más para representarse por un significante para otro, sino para presentarse en bruto, tal como son en su totalidad. De esta manera, la represión, o lo que ellos deben a los símbolos del Otro, no se encuentra más en el mismo lugar –además de no tener el sentido de las palabras que ellos emplean–. Ya en 1938, Lacan volvía a dar todo su valor a la función del ideal del yo. Es ese punto desde donde que es preciso saber introducir en nuestra conversación con los adolescentes, ya que es a partir de allí, hablando con ellos directamente de ellos, que cada sujeto puede encontrar “el gusto de la palabra”. Intentar con ellos la apuesta de la conversación es una manera de poner a distancia eso que para cada uno constituye una mancha negra en su existencia, ya sea la vergüenza o el odio, que conduce a veces al estrago de su ser. Es precisamente apoyándose sobre ese punto desde donde, que el adolescente debe inventar su solución, su singularidad; es a través de su manera de decir, que él podrá arreglárselas con su goce, aunque sea al precio de un síntoma, que él podrá encontrar eso que lo identifica como ser sexuado, responsable de su goce. 16 A. Rimbaud. “Vagabundos”, op. cit., p. 3. 17 Película de Abdellatif Kechiche, de la cual hablo en El despertar y el exilio. Enseñanzas psicoanalíticas sobre la adolescencia. Barcelona, Gredos, 2012. 18 N. de T.: En francés, la palabra “autenticidad” es homófona a “autenti-ciudad” (authenticité).

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Lo nuevo que el adolescente porta en sí La cuestión esencial a la cual nos vemos confrontados hoy es la de la transmisión de una lengua viva en la que se anuden el saber de los antiguos y el nuevo saber inventado por nuestros jóvenes. Es ese el mundo a compartir entre generaciones; un mundo que pueda, además, permitir a adolescentes de diversos orígenes y sensibilidades hablarse y asumir su parte de responsabilidad, para asegurar su porvenir, no sin asumir el riesgo necesario. Para volverse un hombre responsable, el adolescente debe lograr incorporar lo que le ofrecen, en un don de palabra, aquellos que lo preceden y, a la vez, distanciarse de eso para existir en su propia identificación. Podrá darse cuenta de eso solamente cuando logre traducir con sus palabras ese elemento de novedad que él sabe ser y que porta en sí, sobre todo en el momento en que su cuerpo y sus pensamientos se transforman. Los adolescentes de hoy viven a menudo la sensación de ser desollados vivos, como muchos de sus profesores. Tomados entre la presencia de educadores, que ya no saben qué mundo común transmitirles, y los comerciantes de la virtualidad, que les proponen comprarse a bajo precio una identidad virtual sin pagar el precio simbólico, los jóvenes entran en la errancia moderna, en la cual el vagabundeo adquiere un aspecto diferente de aquel tan apreciado por Rimbaud. Sin esa deuda simbólica que les ha sido arrebatada, como dice Lacan, 19 devienen adeptos a un estilo de vida en el que suele ser la sobrepuja de las transgresiones lo que sustituye el déficit de la ley simbólica. ¿Cómo decir sí a lo nuevo que surge? En la actualidad, el declive de la función paterna y el descrédito de ciertos discursos ponen en peligro la continuidad de una auténtica autoridad. Hasta hace un tiempo, la función de excepción del padre, que anudaba la ley al deseo, demostraba cómo se las arreglaba con su propio goce: en su vida privada, sabiendo hacer de su mujer –la madre de sus hijos– aquella que causa su deseo; o en su vida pública, ofreciendo puntos de referencia hacia los cuales dirigir el respeto y un cierto uso de la lengua. Saber arreglárselas con su goce, encarnándolo en una manera 19 J. Lacan. El Seminario, libro 8: La transferencia. Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 340.

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de vivir y de hablar susceptible de sostener un lugar de identificación posible, daba lugar al respeto y al amor. La caída de esa función del Nombre del Padre provoca la caída de los ideales y precipita al sujeto a un desarreglo tal que puede conducirlo a querer salir de la escena del mundo. Musil lo ilustra de manera magistral en Las tribulaciones del estudiante Törless,20 así como el libro de Juli Zeh, La fille sans qualités.21 ¿Cómo hacer acto de presencia para autentificar, por medio de la palabra, esta nueva vía del adolescente, sabiendo decir sí a la metamorfosis que él traduce en sus propios términos? El psicoanálisis nos enseñó la importancia de la función del padre y luego la de la nominación en el transcurso de los tres tiempos del Edipo. En efecto, el padre edípico de Freud, aquel que se interpone entre el niño y su madre, encarna esa ley de la que Lacan reveló la función lógica denominándola el “Nombre del Padre”. El padre es, entonces, aquel que, al dar su Nombre al deseo de la madre, dice no al goce de ella y/o al del niño anudando, así, el deseo a la ley. Pero por ese mismo nudo, según Lacan, es él también quien dice sí a lo nuevo. En su lectura de Freud, Lacan nos muestra el interés por orientarse hacia el tratamiento que hacen los adolescentes de ese tercer tiempo del Edipo, aquel del padre que dice sí, cuya función opera según la modalidad del Otro del chiste (Witz). El Witz designa una invención, un mensaje que no es un elemento del código significante habitual o esperado. Surgido en la sorpresa de un intercambio con el Otro, tiene el valor de un neologismo. Debe ser aceptado por el Otro para ser luego reconocido en su valor de Witz, de significante nuevo que puede ser transmitido a un tercero, que Freud denomina la dritte Person. El Nombre del Padre ocupa esa función para el sujeto: es el Otro que puede reconocer el valor de la invención, aceptar con un sí el nombre, el proyecto, el ideal e, incluso, el síntoma por el cual el sujeto responde, se singulariza. Así, Lacan presenta un uso preciso del Nombre del Padre y lo vuelve equivalente a un instrumento del que el sujeto puede prescindir “a condición de servirse de él”. Más adelante en su enseñanza, Lacan pluraliza esa función refiriéndose a los nombres del padre y extrayendo de allí un neologismo: los no incautos yerran.22 De esta 20 R. Musil. Las tribulaciones del estudiante Törless. Barcelona, Seix Barral, 2002. 21 J. Zeh. La fille sans qualités. Paris, Actes Sud, 2007 [N. de T.: “La hija sin atributos”]. 22 N. de T.: Neologismo surgido del juego de palabras, basado en la homofonía en francés entre les non dupes errent (“los no incautos yerran”) y les noms du père (“los nombres del padre”). Neologismo con el que se titula el Seminario 21 de Lacan.

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manera, señala la importancia, para todo sujeto, de consentir en situarse en la lógica de los semblantes. El Nombre del Padre constituye, entonces, un significante que abre la vía a las significaciones del deseo a partir de la existencia. La nueva vía propuesta por ese tercer tiempo del Edipo, esa concepción inédita del Nombre del Padre, y finalmente su pluralización en los nombres del padre, esclarece la constitución de ideales a partir de procesos de identificación y, particularmente, el punto desde donde. Ese punto desde donde, que se apoya sobre dicha función significante, es el “lugar” que permite al sujeto autentificar la construcción de su respuesta singular, de su “fórmula”. Respuesta tan singular, que tendrá que reformular en el momento del encuentro de la no relación sexual. El pedido de respeto y el punto desde donde escuchar la singularidad de su síntoma como base de apoyo Es en este punto preciso que el sujeto adolescente actual sitúa lo que nosotros llamamos su síntoma, o sea, su “pedido de respeto”. Es también allí que entra en juego, para algunos, una forma de provocación lenguajera. Vemos entonces la paradoja de su pedido de respeto, dado que él se muestra lo más irrespetuoso posible. Ese pedido de ser mirado y aceptado por lo que es y lo que tiene: un cuerpo y una lengua propia, que no pertenecen más al Otro. El sujeto adolescente quiere que se respete ese elemento de novedad que a partir de entonces él encarna con todo su ser. Su ser le pertenece e intenta hacer con él lo que quiere. Sin embargo, al no tener garantías de ello, pide que se le dirija una mirada como respectus, ese famoso punto desde donde él se siente seguro de ser autentificado, a pesar de todo, por el Otro, pero portador de una diferencia, de un trazo que lo separa del niño que él fue para ese mismo Otro. El pedido de respeto de ciertos adolescentes que, de manera paradojal, se muestran irrespetuosos –nuevo síntoma actual del callejón sin salida de nuestra civilización– se justifica posiblemente por el simple hecho de que no encontraron frente a ellos adultos responsables de lo que ofrecieron a sus hijos. Ningún respeto puede justificar aquí la abstinencia educativa. Freud recordaba el paso dado por la civilización cuando el insulto reemplazó la lanza. No lo olvidemos, los jóvenes creadores del rap, reemplazando las riñas por el juego de rimas, consiguieron también dar a sus vidas ritmos más pacíficos y singulares. El espacio de libertad 23


de la palabra que ofrecemos a los adolescentes que recibimos, en el marco de la sesión analítica o en las conversaciones que organizamos con ellos en los lugares donde habitan, delimita un marco que ofrece al sujeto la vía de lo nuevo en el decir. Un resto inasimilable puede venir a depositarse allí. Ese resto, esa mancha negra, es ese real insoportable, indecible, esa parte oscura del ser, de la cual no nos curamos pero nos acomodamos más o menos bien: “testimonio del misterio doloroso que era para sí mismo, y de los derroteros por los cuales, en su análisis, se mitigó ese dolor”,23 escribe Jacques-Alain Miller. Lo insoportable exilia, a veces, al sujeto de su sentimiento de humanidad, salvo si el encuentro con el Otro abre ese punto desde donde; el tiempo de un espacio a ocupar de otra manera, a partir de un “sí” a su toma de palabra, a su parte de excepción, a su enunciación siempre incomparable. Lo nuevo aparecido en el dicho puede, entonces, orientar una palabra inédita, una nueva toma de posición en la lengua, permitiendo, así, al adolescente traducir la nueva vía que se le ofrece. Tal es el refugio que puede ofrecer el encuentro con un psicoanalista, al orientar al adolescente en la tarea de bien decir su ser. Saber decir sí, como brújula para orientarse Las ciudades actuales no conservan nada de la Ciudad anterior. Sin embargo, aquí la nostalgia es inadmisible; más vale saber estar al tanto de lo que los adolescentes inventan, aun si eso implica una cierta incomodidad. ¿Qué lugares quedan en nuestras ciudades modernas, que puedan alojar un mundo común posible de conversación, cuando solo encontramos el ruidoso silencio de los supermercados del hiperconsumo, que ofrecen una multitud de productos para conectarse cortocircuitando la relación de palabra con el Otro? Identificándose entre ellos como conectados, creyendo disolver allí sus preocupaciones, los adolescentes actuales no saben hacer con la falta que les abriría la puerta del deseo. De esta manera, algunos de ellos rechazan la presencia del Otro por considerarla demasiado exigente, ya que enreda sus modos de pensar. Tratando de diferenciarse a cualquier precio, no dudan en poner en riesgo sus vidas para mostrar sus ganas de ser reconocidos como auténticos, o sea, nuevos 23 J.-A. Miller. Prefacio a Un comienzo en la vida, de Sartre a Lacan. Madrid, Síntesis, 2003, p. 13.

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y modernos. De allí su rechazo del mundo adulto, considerado demasiado viejo y superado.24 Creen encontrar en el universo virtual que “irrealiza” lo real aboliendo lo humano –es decir, aboliendo la presencia de una falta encarnada en un cuerpo vivo capaz de responder–, la promesa de felicidad, la cual se torna cada vez más inaccesible a medida que buscan alcanzarla. Navegan sobre la creencia en un mundo en que todo sería posible, en tanto se los incita a creer en eso. Se encuentran permanentemente conectados con los otros, en un mundo del que se espera que responda a todo y sobre todo. Un mundo liberado del simple hecho de palabra donde, sin embargo, el sujeto no puede encontrar su lugar más que en el orden simbólico inscribiendo su falta, lo quiera o no, en una filiación individual y colectiva. Cada hombre es el hijo del símbolo que lo ha preexistido, y que lo inscribe en su orden. Ante este fenómeno –que encontramos de maneras diversas en todas las culturas jóvenes– los adultos se encuentran simbólicamente desprovistos. Sin embargo, frente a un adolescente deliberadamente inscripto en otro mundo, deviene posible tratar de inventar con él una transición entre el ciego forzamiento del amo autoritario y la cobarde renuncia del amo nostálgico, transición esclarecida por el principio de rescatar una conversación sostenible, a condición de haber sabido decir sí al elemento de novedad que porta cada niño, aún antes de haber dicho no. Es precisamente a partir de este encuentro entre el sí y el no, que el adolescente podrá extraer la serenidad necesaria para hacerse un nombre, asumiendo su parte de responsabilidad.

24 Ver los capítulos 7 y 8, sobre la violencia en la ciudad y las marcas sobre el cuerpo.

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