María Graciela Rodrígez - Sociedad, cultura y poder (adelanto)

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Colección

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Reflexiones teórica s y líneas de investig ación

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Colección: Cuadernos de Cátedra Directora: Nerina Visacovsky Libro ganador del Concurso Cuadernos de Cátedra 2012

Rodríguez, María Graciela Sociedad, cultura y poder: reflexiones teóricas y líneas de investigación. -1a edición- San Martín: Universidad Nacional de General San Martín. UNSAM EDITA, 2014. 124 pp.; 20 x 14 cm. (Cuadernos de Cátedra / Nerina Visacovsky) ISBN 978-987-1435-76-0 1. Sociología de la Cultura. CDD 306

1a edición, julio de 2014 © 2014 María Graciela Rodríguez © 2014 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de General San Martín Campus Miguelete, Edificio Tornavía Martín de Irigoyen 3100, San Martín (B1650HMK), provincia de Buenos Aires unsamedita@unsam.edu.ar www.unsamedita.unsam.edu.ar Diseño de interior y tapa: Ángel Vega Edición digital: María Laura Alori Corrección: Wanda Zoberman Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723 Editado e impreso en la Argentina Prohibida la reproducción total o parcial, inluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores.


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Introducción Las siete puertas de Tebas

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PARTE 1 LOS CLÁSICOS

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Capítulo 1 Viajes y viajeros

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Capítulo 2 La ley y los cuerpos: un recorrido por los límites

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Capítulo 3 Miradas nocturnas

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PARTE 2 UNA PERSPECTIVA CONTEMPORÁNEA

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Capítulo 4 El pie izquierdo

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Capítulo 5 Espirales de sentido

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Capítulo 6 Luces y sombras: las representaciones mediáticas

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Capítulo 7 Umbrales de una investigación

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Bibliografía

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INTRODUCCIÓN Las siete puertas de Tebas ¿Quién construyó Tebas, la de las Siete Puertas? En los libros figuran solo los nombres de reyes. ¿Acaso arrastraron ellos bloques de piedra? Y Babilonia, mil veces destruida, ¿quién la volvió a levantar otras tantas? Quienes edificaron la dorada Lima, ¿en qué casas vivían? ¿Adónde fueron la noche en que se terminó la Gran Muralla, sus albañiles? Llena está de arcos triunfales Roma la grande. Sus césares ¿sobre quiénes triunfaron? Bizancio tantas veces cantada, para sus habitantes ¿solo tenía palacios? Hasta la legendaria Atlántida, la noche en que el mar se la tragó, los que se ahogaban pedían, bramando, ayuda a sus esclavos. El joven Alejandro conquistó la India. ¿Él solo? César venció a los galos. ¿No llevaba siquiera a un cocinero? Felipe II lloró al saber su flota hundida. ¿Nadie lloró más que él? Federico de Prusia ganó la guerra de los Treinta Años. ¿Quién ganó también? Un triunfo en cada página. ¿Quién preparaba los festines? Un gran hombre cada diez años. ¿Quién pagaba los gastos? A tantas historias, tantas preguntas. Bertolt Brecht, Historias de almanaque.

Bertolt Brecht le hacía estas preguntas a la humanidad. Atinadas preguntas que la historia poco a poco se fue encargando de responder. De hecho, el historiador Carlo Ginzburg se sostiene en el poema de Brecht para refrendar la mirada que propone sobre el pasado. En el comienzo de la introducción a El queso y los gusanos dice: Antes era válido acusar a quienes historiaban el pasado, de consignar únicamente las “gestas de los reyes”. Hoy día ya no lo es, pues cada vez se investiga más sobre lo que ellos callaron, expurgaron o simplemente ignoraron. “¿Quién construyó Tebas de las siete puertas?” pregunta el lector obrero de Brecht. Las fuentes nada nos dicen de aquellos albañiles anónimos, pero la pregunta conserva toda su carga (Ginzburg, 1981: 3).

Este comentario que inserta el historiador es más que un simple homenaje al dramaturgo: es una declaración de principios a la vez que una invitación a producir saber sobre aquellos seres anónimos que, sin figurar 9


en los anales, también han construido la historia. Ginzburg primero encuentra y luego saca a la luz unos documentos de la Inquisición en los que constan los testimonios de un molinero friulano del siglo XVI, Menocchio, quien fue encarcelado –dos veces– por blasfemo hasta que, finalmente, fue quemado en la hoguera. Estos documentos –que están escritos en latín por un monje escriba que pasaba al papel las declaraciones del molinero con la lentitud que le daba la pluma– demuestran que el molinero dijo lo que dijo. La diferencia entre Menocchio y el albañil de las siete puertas de Tebas es que a este nadie le tomó declaración. El poder, que atraviesa las reflexiones de Ginzburg, es una cuestión que recorre la historia de la humanidad en su conjunto. Y por eso mismo, la relación entre sociedad, cultura y poder fue profusamente tematizada no solo por la historia, sino por todas las ciencias sociales. Para las diferentes disciplinas –y dentro de ellas, desde perspectivas distintas–, los lazos que anudan esta relación fueron y son objeto de reflexión. Sin desestimar esas reflexiones, acaso sea la figura de Michel Foucault la que se destaca insoslayablemente cuando hablamos de poder. No solo por su trabajo sobre los vínculos entre saber, discurso y poder, sino también por los escritos en los cuales desarticula una concepción de poder concebida como aquello que emana de los aparatos del Estado o de una clase privilegiada, para proponer pensarlo en términos de “trama microscópica y capilar” (Foucault, 2003: 63) por donde el poder transita transversalmente. Mucho se ha escrito sobre su obra, y no es el objetivo de este libro abundar. La pretensión es más bien otra: es partir de estas premisas de Foucault, para avanzar sobre autores que han colocado su mirada en el revés de la trama, en los modos sutiles en que el poder y la cultura clausuran y abren espacios de actuación, en los ejercicios posibles dentro de una organización reticular. Partiendo de esta base que asume una perspectiva que enfatiza las relaciones de poder que construyen el vínculo sociedadcultura, la intención general es doble y simultánea: por un lado, brindar un panorama sobre algunas miradas que, aun con desbalances, sostuvieron y sostienen el campo de los estudios en la temática; y, en paralelo, proveer algunos marcos conceptuales para abordar la relación entre la cultura, el orden social y las diferentes manifestaciones que adopta esta relación en la sociedad contemporánea. Precisamente, el hecho de que estas manifestaciones no sean todas iguales o, dicho de otro modo, que la relación entre sociedad, cultura y poder adquiera diversas formas de expresión, hace de este núcleo temático una zona pertinente para su estudio. La multiplicidad de relaciones de poder, que se ubica en distintos niveles y trabaja de modos sutiles pero contundentes, 10


requiere construir una mirada que, microscópicamente, observe al ras las múltiples tramas, las redes por donde circulan sentidos e individuos que sostienen o amenazan su eficacia. En ese sentido, los temas posibles de análisis se pluralizan: la construcción y naturalización de la desigualdad y de la diferencia, la administración del poder cultural, la democratización de las voces, el poder de las representaciones mediáticas en la legitimación del sentido común, las tácticas de fuga de los practicantes-consumidores, la posición subordinada de la cultura popular en la economía simbólica de una sociedad, son algunos temas, entre otros tantos, que se constituyen en núcleos problemáticos específicos desagregados del encuadre general. Ahondar, entonces, en aquello que se considera “la realidad” en un momento dado es, en verdad, como ya ha postulado Foucault, develar un régimen específico de inteligibilidad históricamente configurado, naturalizado como tal, en el cual aquellos núcleos problemáticos pasan desapercibidos o resultan desatendidos. Su importancia también radica en que estas diversas manifestaciones conforman el entramado social, cultural y político de la vida cotidiana; esa dimensión rutinaria y subrepticia que, sin embargo, da sentido a la vida de millones de seres humanos. Si bien los marcos iniciales de estas reflexiones los provee Michel de Certeau, la intención es colocar a este autor en diálogo con otros, a fin de ajustar algunas de sus concepciones generales para luego “tejer” esos encuadres con desarrollos teóricos renovadores. Por eso mismo la propuesta es regresar a ciertos recorridos teóricos que dan cuenta de los vínculos entre sociedad, cultura y poder, y después avanzar en las consideraciones que permitan su actualización. Tres objetivos fundamentales guían esta propuesta: el primero de ellos, revisar y ajustar críticamente sus anclajes posibles; el segundo, desovillar desde allí los encuadres más relevantes para pensar nuevamente los conceptos en el contexto actual; y, finalmente, presentar algunas posibilidades de investigación en el marco propuesto. En cuanto a la organización del libro, la primera parte recoge tres variaciones argumentales en torno a la figura de Michel de Certeau. Se trata de producciones que incluyen revisiones teóricas y diálogos entre autores con una doble intención: mostrar, por un lado, dichas variaciones y, por el otro, que la figura misma de De Certeau evoca –a veces demasiado románticamente– las posibilidades de actuar en los intersticios del poder, de rebelarse contra él, de desobedecerlo. El capítulo uno contextualiza su biografía y obra, para luego encuadrar sus consideraciones respecto de la cultura en plural y ordinaria, las tácticas y estrategias, y las escalas de la mirada del analista. A su vez, despliega algunas pistas metodológicas para llevar a cabo su programa de investigación. 11


El segundo capítulo pone en diálogo a tres autores que han pensado la inscripción del poder en la materialidad de los cuerpos: De Certeau, Foucault y Bourdieu. En ese diálogo se intenta desmenuzar el grado de relación que cada uno de ellos establece entre la estructura y las prácticas de los sujetos, haciendo foco en los límites de sus teorías. Por último, el tercero trabaja la recuperación que hace Jesús Martín-Barbero de sus lecturas tempranas de De Certeau, la colocación en clave latinoamericana y su apuesta de ampliar el marco conceptual de aquel autor a problemáticas ligadas al campo de la cultura popular-masiva. La segunda parte completa la organización general y se diferencia de la anterior, en cierto sentido, porque pretende revisar algunos conceptos considerados clave en las formas en que se expresan las relaciones entre sociedad, cultura y poder en la actualidad. Con el sentido metafórico del viaje y los desplazamientos, el núcleo de esta sección es, además, una apuesta por la transdisciplinariedad que aboga por la construcción de una mirada capaz de articular críticamente categorías de diversas disciplinas, para mirar y analizar el mundo de hoy. En ese sentido, se seleccionaron tres marcos conceptuales para ser examinados bajo la lupa, cuyos ejes en común son el señalamiento de vínculos asimétricos de poder y el hecho de que se postulan como sostén teórico de un proyecto de investigación en curso. El primero de ellos implica un conjunto de estudios sobre cultura popular, núcleo conceptual en el que se cifran las relaciones asimétricas que organizan la economía cultural contemporánea. El término oscila hoy, sin embargo, entre dos miradas académicas que es necesario discriminar, pero también reconciliar. Se trata de una categoría que adquirió fortaleza de la mano de los estudios culturales y que hoy se debate entre el antropológico plural de “cultura(s) popular(es)”, el sintagma comunicacional “cultura popular-masiva”, y su desaparición definitiva. Y si bien ambas, cultura(s) popular(es) y cultura popular-masiva, condensan las asimétricas relaciones –naturalizadas– entre sociedad, cultura y poder, las divergencias y convergencias exigen la cautela de conocer su derrotero conceptual para no caer en errores epistemológicos. Describir el devenir de esas categorías es el objetivo del cuarto capítulo, porque en el trayecto histórico se encuentra la posibilidad de revisar el problemático recorrido de un concepto que en el avatar de su destino fue perdiendo su potencialidad como categoría explicativa. La segunda noción a trabajar es la de circulación, que requiere asimismo un abordaje transdisciplinario, dado que condensa una preocupación central de los estudios que se interrogan acerca de las dinámicas culturales y los modos en que estas colaboran en la organización de las relaciones 12


sociales. Sobre estos estudios se cierne, además, un debate entre perspectivas culturalistas y materialistas que, al incorporar el papel de los medios de comunicación, pretende ajustar las falencias respectivas para comprender las articulaciones entre experiencias populares y representaciones mediáticas. Esto exige focalizar en un proceso que es parte constitutiva de la dinámica cultural contemporánea, y sobre el que, dicho sea de paso, las ciencias sociales han tematizado escasamente. Reponer estas cuestiones es el interés del quinto capítulo. La revisión de ciertos núcleos conceptuales también alcanza a la categoría de representación, solo que en este caso se la ha recortado a las representaciones mediáticas. Portadora de cierta autonomía teórica dentro del campo de la comunicación y la cultura, esta noción es retomada desde esa especificidad a los fines de ser incorporada en el encuadre teórico-metodológico de la investigación en curso. Por eso mismo, explícitamente, el sexto capítulo se dedica a desovillar los desarrollos teóricos a los que fue sometido el concepto, sin desmerecer ni ignorar los desarrollos en otros campos disciplinares sino, en todo caso, conociéndolos para desmenuzar los elementos que hacen a su especificidad. No hay contradicción entre esta operación y la perspectiva transdisciplinaria que orienta estas investigaciones. Superar las fronteras disciplinares implica articular líneas teóricas y metodológicas en un sistema de proposiciones que se sitúe más allá de la formulación de cuestiones centradas en una sola disciplina. Y simultáneamente, requiere buscar la especificidad de los objetos a analizar para no caer en generalidades improductivas. Para investigar en ese terreno, es imprescindible producir una síntesis que permita explicar los problemas de la organización cultural contemporánea desde el núcleo mismo de constitución del poder, de las tramas sociales, de los grupos y los conflictos, atendiendo al panorama complejo, de múltiples entradas y dimensiones de análisis de las sociedades actuales. El programa de investigación derivado de las premisas presentadas aquí pone en diálogo la especificidad de la categoría de representaciones mediáticas y la construcción de un “mirar antropológico” (Maluf, Magalhães y Caggiano, 2008: 12) sobre los objetos masivos, con el objetivo de que permita dar cuenta de los modos en que los bienes de la cultura trazan fronteras simbólicas, proponen clausuras a la significación, y con ello contribuyen al establecimiento de modalidades de relacionamiento entre grupos sociales. El último capítulo está destinado, justamente, a presentar los umbrales de una investigación en curso que pretende poner en contacto representaciones mediáticas y experiencias populares. Sin embargo, y dado que se trata de una primera etapa, este apartado está dedicado solo a las representaciones 13


mediáticas, por lo tanto queda para otra oportunidad la interrelación analítica con los análisis de las experiencias populares. Por otro lado, cabe aclarar que el objetivo no es, en verdad, el estudio de las representaciones en sí mismas, sino la posibilidad de dar cuenta de la potencia co-productiva de las representaciones mediáticas en los modos en que se articulan la diferencia y la desigualdad. La propuesta de este libro, en fin, es ofrecer públicamente reflexiones sobre la relación entre sociedad, cultura y poder, dar cuenta de la asimetría que organiza el campo cultural contemporáneo y proveer marcos y andamiajes razonados para programas de investigación. Los textos aquí presentados son el resultado de reflexiones que se encuentran moldeadas por las instancias curriculares en las que me desempeño, hace ya varios años. Incluso algunos fragmentos son versiones preliminares que fueron recurrentemente actualizadas y revisadas luego de los intercambios con estudiantes, becarios y tesistas de grado y posgrado. Ellos fueron, en su momento, los auténticos destinatarios de aquellos primeros borradores y hoy son quienes los mantienen vivos, los que alimentan las reflexiones, señalan las contradicciones, y apuestan a seguir construyendo saber.

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PARTE 1 LOS CLÁSICOS



Capítulo 1 Viajes y viajeros

Comprender el papel del poder como principio articulador de los vínculos entre sociedad y cultura –si ambos pueden pensarse de manera separada– ha dado lugar a innumerables reflexiones en sedes académicas regionales y locales, y en términos teóricos y metodológicos. Una de estas reflexiones, que ha sido objeto tanto de apropiaciones acríticas como de rechazos absolutos, es la que ha desarrollado Michel de Certeau y de la cual esta presentación pretende dar cuenta sintéticamente. La perspectiva de este autor en torno a la relación entre sociedad, cultura y poder resulta interesante por dos razones: primero, porque según él, en la relación cultura-sociedad la cuestión del poder no es una variable dependiente a ser restituida, sino que es un elemento primordial en la configuración de la dinámica social. Y aunque la idea de centralidad del poder no es suya, se propone –y esta es la segunda de las razones– observar esa dinámica, privilegiando las operaciones de los sujetos antes que los dispositivos. Para dar cuenta con mayor detalle de estas cuestiones comenzaré con una presentación contextuada de algunas notas biográficas sobre Michel de Certeau, haciendo foco en los modos en que su trayectoria académica impactó en el despliegue de sus esquemas teóricos. Luego, continuaré con un punteo de algunos de los núcleos clave que atraviesan esos esquemas y, finalmente, haré una puesta en perspectiva que permita repensar su obra en clave analítica, respecto de la relación concreta entre sociedad, cultura y poder.

1. Notas biográficas Michel de Certeau nació en Chambéry, Francia, en 1925, y murió en París en 1986. Obtuvo grados en Letras y Filosofía en las universidades de Grenoble y París. Pocas disciplinas le fueron ajenas: la historia, la filosofía, las 17


ciencias sociales, el psicoanálisis, la lingüística, se dieron cita para combinar sus intereses académicos con una multiplicidad de herramientas teóricas. En 1950 ingresa a la Compañía de Jesús con la firme intención de partir en una misión hacia China, aunque finalmente nunca llega a hacerlo. Seis años más tarde es ordenado sacerdote. En 1960 obtiene su diploma de altos estudios de doctor en Ciencias Religiosas en La Sorbona. Con el objetivo de estudiar a los místicos del siglo XVII de Francia, en los inicios de su vida académica, De Certeau se dedicó a indagar sobre el caso del sacerdote Jean-Joseph Surin, contemporáneo de Descartes, que vivió entre los años 1600 y 1665 y que fue enviado a Loudon en calidad de exorcista de unas religiosas en 1634. Al ser considerado persona insana, los escritos de Surin fueron en gran parte quemados o destruidos, lo que le permitió a De Certeau encontrar una obra fragmentaria, que debió reconstruir a fin de sustentar su tesis doctoral. Los resultados de esta investigación le provocaron un fuerte impacto, debido a la toma de conciencia de la abismal distancia existente entre los cristianos del siglo XVII y los contemporáneos –y entre estos él mismo, por su propia formación jesuita–. Como corolario de la experiencia de exorcismo, en 1970 publica La posesión de Loudon.1 Además de convertirse en especialista en cristianismo del siglo XVII, la toma de conciencia de la discrepancia entre los discursos institucionales y las creencias de los sujetos será una de las marcas de inicio que nortearán la totalidad de su obra. El mayo francés, en 1968, segundo hito significativo en su vida, de algún modo señala el fin de lo que uno de sus biógrafos denomina su período misionero (Giard, 2006).2 Sumamente impactado por los hechos de la revuelta francesa, ese mismo año escribe lo que luego será La toma de la palabra y otros escritos políticos,3 obra en la que reflexiona agudamente –si bien con la urgencia implícita de sus primeros escritos sobre los sucesos– acerca de la diferencia entre la objetividad de las instituciones sociales y la irreductibilidad de la conciencia de los sujetos. Esta primera inflexión, junto con el primigenio impacto que había tenido la fuerte noción del paso del tiempo en las creencias, se convierte en el punto crucial de su desarrollo teórico. La inquietud que vertebra su obra y enlaza todas 1 Michel de Certeau (1970). La possesion de Loudon. Paris, Gallimard [Ed. esp.: (2012). La posesión de Loudon. México, Universidad Iberoamericana]. 2 Luce Giard distingue tres etapas, de duración desigual, en el itinerario de Michel de Certeau: el período misionero, en el cual se consagra a la historia de la espiritualidad; el período político, momento de ampliación de su proyecto intelectual, entre 1968 y 1974; y la etapa de reflexión sobre la historia y las creencias, desde 1975 hasta su muerte. 3 Michel de Certeau (1968). La prise de la parole et autres écrits politiques. Paris, Desclée De Brouwer [Ed. esp.: (1995). La toma de la palabra y otros escritos políticos. México, UIA-Iteso].

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sus producciones puede sintetizarse de este modo: la lucha desigual que se entabla entre sujetos e instituciones. El ingreso al segundo momento biográfico, en 1968, está sesgado por una importante producción de literatura política –política en un sentido amplio y no en términos partidarios ni doctrinarios–. En este período, De Certeau oscila entre dos líneas de trabajo: los místicos y la relación entre sociedad y cultura. Esta etapa es acaso la más fructífera de las tres mencionadas por Luce Giard ya que, influenciado por Sigmund Freud y Jacques Lacan, construye la arquitectura epistemológica de su recorrido teórico.4 Justamente, de esta etapa es La cultura en plural,5 reconocido trabajo en el que comienza tomando en cuenta ciertas consideraciones epistemológicas, y culmina planteando cuestiones políticas que ponen en el centro de la escena los mecanismos culturales de una sociedad democrática. ¿Cómo es que De Certeau produce el pasaje desde la idea lacaniana sobre el efecto de la nominación,6 hacia la relación de las expresiones culturales con la democracia? Para él, como para Lacan, la nominación forma parte de un mecanismo que en el mismo gesto de nombrar, reprime: algo de lo oculto queda negado en ese gesto que, a la vez, permite la existencia –de un sujeto en Lacan, de un grupo social en De Certeau–. Aun más, para De Certeau el par saber-poder constituye el núcleo central en la construcción de conocimiento de los objetos denominados populares. Por eso mismo es que afirma que toda vez que necesariamente debe ser nombrada por otros –otros que poseen el poder de la nominación–,7 la cultura popular es afásica, no posee textos propios. Luego, y llevado al plano de la dinámica relación entre sociedad y cultura, en otros capítulos de La cultura en plural (1999) De Certeau se detiene en el análisis del pasaje de la constitución “cultural” de un grupo al estatus de grupo “político”. Este pasaje pone en juego, sustantiva y crucialmente, 4 Como es sabido, Michel de Certeau funda junto con Jacques Lacan la Escuela Freudiana de París, un grupo informal que sirvió como punto focal de discusión e intercambio para aquellos interesados en el psicoanálisis. 5 Michel de Certeau (1974). La culture au pluriel. Paris, Seuil [Ed. esp.: (1999). La cultura en plural. Buenos Aires, Nueva Visión]. 6 Me refiero a esa afirmación contundente de Michel de Certeau, Dominique Julia y Jacques Revel en “Nissard: la belleza de lo muerto”, en la que sostienen que “la cultura popular no puede conocerse por fuera del gesto que la suprime” (1991: 69). 7 Las implicancias de esta afirmación respecto del carácter afásico de la cultura popular no son menores. Si bien no todas las perspectivas teóricas sobre cultura popular se hacen eco de esta cuestión, algunas tradiciones han aportado “salidas” a la dificultad presentada por De Certeau. Son conocidos, por ejemplo, los argumentos de Ginzburg (1981, especialmente) en relación con la necesidad de avanzar en el estudio de la cultura popular más allá de estos escollos, y del carácter conjetural que tiene el tipo de conocimiento así producido.

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la discusión profunda y radicalmente democrática de los complejos procesos de tomar y dar la palabra.8 Aquí se halla la segunda inflexión significativa en su desarrollo teórico: la relación de nominación que, para De Certeau, está constitutivamente atravesada por la cuestión del poder y por un tipo de acción cuyo motor es, en primer lugar, cultural. Esto es así, porque la pregunta que le interesa responder no es solamente quién nombra a quién, sino también, qué se deja a oscuras cuando algo es nombrado –el deseo en Lacan, la cultura ordinaria en De Certeau–. Zonas ocultas, más que oscuras; plegadas sobre la misma nominación, antes que “malditas”. Sobre estas zonas inscribirá su programa de investigación. Es precisamente en este segundo período posterior a 1968, en el que produce un conjunto de trabajos centrales para pensar la relación entre sociedad, cultura y poder. Acaso uno de los más influyentes sea La invención de lo cotidiano, editado en dos volúmenes,9 de los cuales en el primero De Certeau elabora y da cuerpo a las líneas programáticas de su investigación cultural –programa que se tratará en el parágrafo siguiente–. Para cerrar con su biografía, mencionaré aquí que el tercer momento de De Certeau –siempre siguiendo a Giard– se inicia a mediados de la década de 1970, específicamente en 1975, cuando comienza a interesarse por temas relacionados con la epistemología de la historia –lo que lo lleva a dialogar con la Escuela de los Annales– y la antropología de las creencias. De este último período son La escritura de la historia y La fábula mística.10 En paralelo a estos intereses, entre 1975 y 1986, año de su muerte, dicta clases en México y en París. Sus obras La toma de la palabra y otros escritos políticos, Historia y psicoanálisis entre ciencia y ficción y La debilidad del creer se publican en forma póstuma.11 8 La manera en que concibe el pasaje del grupo “cultural” al grupo “político” difiere de la perspectiva bourdieuana. Bourdieu (1988) sostiene que el intento de legitimar la visión del mundo de grupos no vertebrados como legítimos implica un tipo de acción política que denomina ruptura herética, una subversión cognitiva y a la vez política, que pone en riesgo la adhesión al orden establecido. Para este autor, los dominados solo pueden constituirse en grupo separado si en la propia acción de “tomar la palabra” ponen en tela de juicio las categorías de percepción del orden social. “El pasaje de lo implícito a lo explícito, de la impresión subjetiva a la expresión objetiva, a la manifestación pública en un discurso o en un acto público constituye por sí un acto de institución y representa, por eso, una forma de oficialización, de legitimación” (p. 165). Para ampliar, ver Rodríguez (2008). 9 Michel de Certeau (1980). L’Invention du quotidien. I Arts de faire. Paris, Gallimard [Ed. esp.: La invención de lo cotidiano. I Artes de hacer. México, Itesco]; Michel de Certeau, Luce Giard y Pierre Mayol (1980). L’Invention du quotidien. II Habiter, cuisinier. Paris, Gallimard [Ed. esp.: (1996). La invención de lo cotidiano. II Habitar, cocinar. México, Itesco]. 10 Michel de Certeau (1975). L’Ecriture de l’histoire. Paris, Gallimard [Ed. esp.: (1993). La escritura de la historia. México, UIA-Iteso]; Michel de Certeau (1982). La fable mystique. Paris, Gallimard [Ed. esp.: (1993). La fábula mística. México, UIA-Iteso]. 11 Michel de Certeau (1987). Histoire et psychanalyse entre science et fiction. Paris, Gallimard

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2. El lugar de las prácticas en la teoría decerteausiana Se podría decir que la teoría de De Certeau es polemológica –del griego polemos, “guerra”–12 desde el momento en que coloca en el centro de su desarrollo teórico la primera de las preocupaciones vistas aquí: la disputa desigual que la dinámica social entabla entre instituciones y sujetos. Como gran lector de Michel Foucault, es crucial su voluntad de construir una teoría de las prácticas cotidianas, apropiándose de los presupuestos foucaultianos respecto de las dinámicas de las sociedades disciplinarias.13 Para Foucault, todo dispositivo lleva en su constitución la posibilidad de encontrar una “falla”, un sitio adonde escapar de la vigilancia y del control. De Certeau va a colocarse en la perspectiva de los puntos de fuga, para mirar allí las prácticas. Para observar las fugas, las antidisciplinas, las desobediencias, se va a ubicar “del otro lado” de donde Foucault desmenuza los dispositivos de control y disciplinamiento: en la zona “oscura”, en esos lugares donde sujetos comunes y ordinarios viven su vida cotidianamente. Sus actores, por lo tanto, no serán las instituciones sino los sujetos. Las fugas no son etéreas formas sin sujeto; son prácticas, y aun cuando sean ocultas, diseminadas y heterogéneas, dejan marcas en el sistema. De Certeau engloba a estas prácticas en la figura del consumo, categoría que, antes que remitir a la última actividad de un proceso cerrado –producción-circulación-consumo–, define el comienzo de otra actividad, invisible, expandida, oculta –nocturna, dirá poéticamente–. El consumo es aquí entendido como la acción que realizan los sujetos en los intersticios de los dispositivos de poder.14 El gran objetivo de De Certeau en este período es construir una teoría de las actividades de los practicantes –entendidas como una producción-otra–, inherentes a la vida cotidiana. Porque esta disputa entablada entre sujetos [Ed. esp.: (1995). Historia y psicoanálisis entre ciencia y ficción. México, UIA-Iteso] y Michel de Certeau (1987). La Faible de croire. Paris, Seuil [Ed. esp.: (2006). La debilidad del creer. Buenos Aires, Katz editores]. 12 De hecho, una de sus lecturas favoritas fue El arte de la guerra, de Sun Tzu. La referencia de De Certeau es Sun Tzu (1972). L’ Art de la guerre. Paris, Flammarion. [Ed. esp.: (2004). El arte de la guerra. Buenos Aires, Pluma y Papel]. 13 Decir sociedad disciplinaria, y no “disciplinada” es, precisamente, uno de los núcleos argumentales de Foucault (2003) en relación con las configuraciones del poder. Dicho en palabras sencillas, una sociedad “disciplinada” no tendría necesidad de renovar los dispositivos de vigilancia y control. Por el contrario, el adjetivo “disciplinaria” aplicado a “sociedad” indica que estos dispositivos requieren ser recursivamente generados para evitar, o paliar, justamente, las fugas. 14 Aunque De Certeau se muestra reticente a hablar de “consumidores” y prefiera hablar de “practicantes”.

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e instituciones se pone en juego en el marco de la rutinaria vida cotidiana, en la cual unos hombres ordinarios, figuras anónimas y múltiples producen prácticas ordinarias, anónimas y múltiples, todos los días. La vida cotidiana es el gran escenario que lo fascina; un escenario de prácticas quizá no tan rutilantes como las acciones extraordinarias de hombres extraordinarios, pero que poseen su propio resplandor.15 No obstante, dice, estas prácticas producen cultura: una cultura múltiple, heterogénea y plural, a la que ni más ni menos denomina cultura en plural, y quienes la producen son los sujetos. Cabe aclarar, sin embargo, que la teoría de De Certeau no es subjetivista en un sentido pleno, aun cuando el peso que le otorga a las acciones de los sujetos podría interpretarse como un exceso de indeterminación.16 En verdad, sostiene que el espíritu polemológico de su teoría responde, de hecho, a un punto de partida inexorable, que implica reconocer la desigualdad social. Y afirma que desde allí, lo que intenta iluminar son las maneras en que los sujetos, en el marco de esa desigualdad, encuentran intersticios en los cuales operar de modos heterónomos. En ese sentido, advierte que no son los sujetos en cuanto individuos los que le interesan, sino las operaciones que estos realizan. Este desplazamiento –desde los sujetos hacia las operaciones– ubica a la teoría de De Certeau a cierta distancia de algunas perspectivas “optimistas” que celebran acríticamente la supuesta libertad de los sujetos. Por otra parte, la puesta en foco en la cuestión de unas prácticas que están reguladas por el sentido práctico remite a Pierre Bourdieu, pero con una inflexión respecto de la noción bourdieuana:17 para De Certeau se trata de los mecanismos de un hacer cultural, en el que el consumo, desviado por naturaleza, se erige en el lugar de prácticas que son, fundamentalmente, culturales. No obstante, su obsesión no lo abandona. En su teoría, la disputa se da siempre entre las prácticas de los sujetos y los dispositivos institucionales, en la cual las primeras adoptan la forma de desvíos realizados sobre los productos de una Cultura que se declina en singular y se escribe con 15 Desde ahí –desde la actividad de esa gran “mayoría silenciosa”– es que De Certeau parte para elaborar sus argumentos en torno a la cultura popular. 16 De hecho, esta es una de las apropiaciones acríticas realizadas con ligereza desde las lecturas decerteausianas. Para ampliar, ver Sarlo (2001). 17 Con sentido práctico Bourdieu se refiere a unas prácticas que responden a la organización de ciertos principios que “pueden ir de la práctica a la práctica sin pasar por el discurso y por la conciencia” (Bourdieu, 1980: 126). Se trata de un sentido del juego que “supone una invención permanente, indispensable para adaptarse a situaciones indefinidamente variadas, nunca perfectamente idénticas (…) Pero esta libertad de invención, de improvisación, que permite producir la infinidad de jugadas posibles por el juego (…) tiene los mismos límites que el juego” (p. 70).

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mayúscula –y que sería homogénea, única, visible–.18 Pero si bien frente a la luz abrasadora de la Cultura en singular, De Certeau opone el resplandor particular de una cultura en plural –lugar de la multiplicidad, la heterogeneidad y la creatividad ordinaria–, no se trata ni de un estudio de la cultura popular, ni tampoco de las meras resistencias a los regímenes de poder. Las prácticas de la cultura en plural, operatorias, orales y ordinarias por definición,19 no solo son del orden de lo humano, sino que implican una posición de sujeto: la posición de consumidor, de no productor. Que la gran mayoría silenciosa –parafraseando a De Certeau– forme parte, sociológicamente, de los sectores más desposeídos –“los débiles”–, señala que probablemente esta cultura en plural sea la base de la cultura popular. No obstante, esto no quita que “los poderosos”, ubicados ocasionalmente en una específica posición de sujeto, no sean consumidores también. Habría entonces, en esta argumentación, dos dimensiones superpuestas, aunque sin vínculos de necesariedad: una que resulta de la posición de sujeto –no productor– y otra que indica que quienes conforman mayoritariamente el grupo de los no productores son los sectores ubicados en las posiciones más desfavorables de la estructura social. Es por este camino que el argumento decerteausiano conduce a un solapamiento con cuestiones relacionadas, de manera sociológica, con la cultura popular. Para dar cuenta de estas prácticas culturales en sentido amplio, De Certeau se propone crear una “ciencia de lo particular” que ponga en relación a la vida cotidiana con las circunstancias particulares del hombre y la mujer comunes, y que reconstruya, entonces, los estilos de acción del sujeto ordinario. Tiempo, lugar, forma y situaciones son los elementos que le permiten ordenar su matriz de análisis y establecer, simultáneamente, un método de indagación organizado en tres niveles: las modalidades de la acción –por ejemplo, el escamoteo–; la formalidad de las prácticas –por ejemplo, a través de los relatos de las partidas– y, por último, los tipos de operaciones de esas prácticas –por ejemplo, de desvío–. Para ello, da dos pasos: en el tomo I de La invención de lo cotidiano (1996) elabora su programa teórico, y en el II presenta, junto con sus discípulos, los resultados de la aplicación de la teoría en un programa de investigación concreto. En la fase de elaboración teórica del tomo I, De Certeau se vale de recursos teóricos de diversa procedencia y se apropia críticamente de ellos. 18 Acaso esta sea una de las debilidades de De Certeau menos observadas por los críticos: la suposición de que los dispositivos institucionales producen una sola cultura, y que esta reviste el carácter de homogénea. Un análisis más detallado de este punto ameritaría un desarrollo autónomo, pero por el momento quedará para el futuro. 19 Esta triple condición será retomada más adelante.

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Tómese esto como una marca biográfica en el sentido de que, como he mencionado, su formación académica se caracterizó por una suerte de “eclecticismo crítico”: Foucault, Bourdieu –especialmente el Bourdieu etnólogo–, Wittgenstein, Benveniste, entre muchos otros, desfilan por las páginas, brindándole la oportunidad de combinar elementos provenientes de la lingüística, la sociología, la antropología o la teoría de la enunciación, y de darle validez como instrumentos teóricos para la reconstrucción de esas prácticas constitutivas de la cultura en plural.20 De esta combinación de teorías surge el par conceptual tácticas y estrategias, que será uno de los aportes más fructíferos –y a la vez más utilizados de forma abusiva– de su propuesta teórica. Con el término estrategias, De Certeau concibe a aquellas acciones producidas por/desde las instituciones. Poseen un lugar propio, presentan capacidad de anticipación, organizan el espacio y el tiempo cotidianos, dictan leyes, normas y prescripciones, producen discursos y textos, se sostienen en el peso de la historia, se sedimentan en el tiempo acumulado. Son, en fin, acciones de los poderosos, de los productores. A las tácticas, por el contrario, las caracteriza como prácticas de desvío producidas por los débiles, los consumidores. No poseen lugar propio, sino que deben actuar en los escenarios del otro, son prácticas fugaces que aprovechan el tiempo, dependen de la astucia, no anticipan, usan las fallas y fisuras del sistema, no capitalizan lo que ganan.21 Las tácticas, en fin, son heterónomas, carecen de autonomía plena; a pesar de ello, marcan con su ejercicio los productos del poderoso. Estas marcas, aunque débiles, silenciosas y poco luminosas, producen cultura. Entonces, a las estrategias de los poderosos se le oponen, de manera polemológica, las tácticas, las prácticas culturales del hombre común. Aun con algunas imprecisiones, el par conceptual tácticas-estrategias le permite a De Certeau distinguir analíticamente, en un nivel de abstracción tendiente a construir su teoría, las modalidades de acción –el escamoteo–, 20 Vale la pena mencionar, además, que en los capítulos finales del tomo I de La invención…, De Certeau pone a prueba estos instrumentos, escribiendo tres espléndidos ensayos referidos al espacio, la lectura y el creer. Los ensayos en cuestión son “Andares de la ciudad”, “Leer: una cacería furtiva” y “Credibilidades políticas”. 21 Claro que esta última afirmación –las tácticas no capitalizan lo que ganan– puede ser refutada confrontándola con algunas investigaciones que dan cuenta de cierto grado de capitalización de las tácticas de acumulación y sedimentación, en términos de una memoria que solo es legible en las mismas prácticas. A su vez, desde una perspectiva puramente teórica, y siguiendo al pie de la letra la teoría de De Certeau, si hay capitalización ya no se trataría de una táctica, sino de una estrategia. Pero a la vez, entre una táctica y una estrategia, la teoría deja un hueco imposible de llenar, ya que por definición el par conceptual no permite distinguir los matices, es decir, las acciones “intermedias” situadas a mitad de camino entre una y otra.

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la formalidad de las prácticas –unas reglas de juego que remiten a la categoría bourdieuana de sentido práctico– y el tipo de operaciones –el desvío–.22 Un ámbito paradigmático de aplicación de su teoría es la ciudad. En principio, cuando una ciudad es observada “desde arriba” puede ser entendida como una estrategia –de los urbanistas– que a la vez que organiza el tiempo y el espacio, produce normas y textos –los mapas–. No obstante, vista “desde abajo”, simultáneamente hay otra ciudad: la que es vivida, experimentada por otros; un lugar por donde caminan los sujetos que en el trajín cotidiano la van marcando con sus trayectos plurales y heterogéneos, modificando la cartografía urbana, jugando en los intersticios. Estos practicantes operan sobre un espacio que involucra, no un orden fijo, quieto e inmutable, sino vectores de dirección, velocidad y tiempo. Se trata de un espacio practicado donde se realizan operaciones hechas por sujetos concretos.23 La práctica cotidiana opera marcando el territorio estratégicamente diseñando por el poderoso; allí, el débil hace uso de los productos existentes, recombinando las reglas de acuerdo a su encuadre, aunque no totalmente determinado por ellas. Porque desde la perspectiva de De Certeau, las prácticas no son “libres”, sino que poseen un grado de indeterminación relativa. Sin embargo, si el objetivo del autor es hacer una teoría de esas prácticas, desde el punto de vista de su teoría se plantea un problema ya que, por definición, aquellas no poseen textos propios. Y eso implica un gran desafío porque, al ser ocultas y diseminadas –nocturnas–, se corre el riesgo de producir el gesto de violencia derivado del efecto de nominación, gesto denunciado por el mismo De Certeau. En verdad, desde el propio marco decerteausiano, no hay salida posible a esta cuestión: la complejidad a la que se enfrenta implica la operación de formalizar lo que carece de forma, aquello que no posee soporte institucional, ni normativo, ni textual, pero sin traicionar el núcleo central que las constituye como prácticas del débil. Dejando de lado la complejidad epistemológica derivada de su teoría, hay dos cuestiones que interesan resaltar de su armadura analítica, dado 22 Aquí, De Certeau recupera la teoría de la enunciación de Benveniste, para establecer una analogía entre la diferencia entre la lengua –el sistema– y el habla –el uso de ese sistema–, y las prácticas de los débiles. En este sentido, recupera la teoría para enfatizar, particularmente, dos atributos del uso de la lengua que serían homologables a dichas prácticas –las prácticas de los débiles–: las marcas que dejan los hablantes –los deícticos– y las combinaciones que estos realizan por selección de fragmentos. 23 Contrariamente a las definiciones de Marc Augé (1994), De Certeau diferencia entre el concepto de lugar, que señala un “orden según el cual los elementos se distribuyen en relaciones de coexistencia”, y el de espacio, que es “el efecto producido por las operaciones que lo orientan, lo circunstancian, lo temporalizan y lo llevan a funcionar como unidad polivalente de programas conflictuales o de proximidades contractuales” (1996: 129).

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que presentan desafíos a la hora de investigar. En primer lugar, que la operación de reconstrucción de las prácticas requiere la inversión del punto de vista omnicomprensivo; exige cambiar la escala de observación para mirar al nivel de los sujetos. Y, en segundo lugar, que supone también una importante diferencia con otras tradiciones teóricas que consideran a la cultura como un repertorio de bienes. En efecto, el foco de De Certeau, como ya he mencionado, está puesto en las operaciones, en lo que los sujetos hacen con un repertorio dado de bienes. Por eso, lo importante es observar los consumos de esos bienes, la organización de los espacios y sus usos, las apropiaciones y los desvíos, siempre dentro de los límites marcados por los dispositivos. Según su programa, en esas operaciones cotidianas, rutinarias y de bajo resplandor, se produce cultura. Una cultura en plural, heterogénea y múltiple, que se opone polemológicamente –es decir, no solamente por la posición en la estructura, sino por la disimetría en las relaciones de poder– a una Cultura en singular y con mayúscula, homogénea y única. Ahora bien, ¿cómo define De Certeau a estas prácticas plurales? ¿Qué características poseen? Ya en La cultura en plural (1999) caracteriza a esta cultura como un conjunto de operaciones que producen los débiles sobre los productos de los poderosos. Y en La invención de lo cotidiano II (1996), producto del programa teórico elaborado en el primer tomo junto con Luce Giard y Pierre Mayol, plantea que la cultura en plural supone tres dimensiones: la oralidad, la operatividad y lo ordinario. ◗ La oralidad: en el espacio de lo comunitario, del intercambio social cotidiano, se requiere de una competencia oral y no verbal –y/o gestual– para comunicarse con el otro. La conversación está en todas partes: cafés, plazas, mercados, veredas del barrio, las ferias, entre otras. ◗ La operatividad: la producción cultural de los débiles se juzga por sus operaciones y no por sus productos.24 Esta cobra poder a partir de lo que se hace con aquello que es recibido, e implica, por eso mismo, un gesto ético –de inconformismo– y otro estético –imprime un sello propio–. ◗ Lo ordinario: remite al consumo, con códigos propios, que pluraliza la homogeneidad de los bienes y que se realiza en la vida cotidiana de modos casi invisibles, en las zonas ocultas a la mirada panóptica, como describe De Certeau. Estas zonas ocultas van armando, parafraseando a Jesús Martín-Barbero (1987), un “mapa nocturno” de los trayectos de los practicantes. 24 Este es el punto en el cual Sarlo se centra para discutir con quienes realizan, en sus palabras, una lectura abusiva de De Certeau. Para ampliar, ver Sarlo (2001).

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Estas tres dimensiones surgen de un conjunto de investigaciones de campo que se encuentran registradas en aquel tomo y que fueron realizadas en el marco del Programa de Investigación sobre las Prácticas Cotidianas, en 1972. El proyecto parte del supuesto de la existencia de una formalidad, una ratio popular oculta en las prácticas cotidianas –unas “artes de hacer”–, que solo es observable a través de las operaciones y que, por ende, es necesario reconstruir analíticamente. La hipótesis central es que, debajo de esas prácticas ligeras y silenciosas, obligadas a adaptarse a las circunstancias cotidianas y a las restricciones del sistema, la gente ordinaria es menos obediente y sumisa de lo que los poderosos creen y/o dicen. El financiamiento para realizar el Programa les permitió tomar una serie de acciones cotidianas diferentes –cocinar, habitar la ciudad, espacios de socialidad– y analizarlos con una misma perspectiva metodológica de observación. Claro que si el principal objetivo de la investigación es observar a los débiles produciendo desvíos en los intersticios que dejan los espacios restringidos de los poderosos, la dificultad más seria proviene de definir la formalidad de esas prácticas, de hacer teoría sobre esas formas sin forma. Y, al mismo tiempo, el intento de reconstruir las reglas y abstraer de ellas elementos formales, cuidando de no traicionar la esencia de su heterogeneidad constitutiva, podría conducir a la descripción de unas prácticas que extendiendo el listado al infinito y, para no violentar su urdimbre, “respetuosamente” no hablara por ellas. Esta tarea de investigación abordada por el grupo liderado por Michel de Certeau quedó inconclusa debido a su muerte en 1986. De todos modos, posiblemente la vastedad del campo a investigar haya sido un augurio de que la empresa nunca hubiera podido completarse. Llegados a este punto, parece necesario rescatar tres ideas del legado de De Certeau, que permiten relativizar algunas afirmaciones en torno a la relación entre sociedad, cultura y poder. Primero, que en la vida cotidiana también se produce cultura; segundo, que esta cultura, en plural, se mide por sus operaciones y, tercero, que un programa de investigación que tenga en cuenta las disimetrías sociales y culturales debe poder escalar la mirada, observar al ras, porque como afirma De Certeau: “Ser solo este punto vidente, es la ficción del conocimiento” (1996: 75).

3. Algunas líneas de cierre La teoría de De Certeau ubica en el centro, de manera crucial, la relación entre sociedad, cultura y poder. Y tanto teórica como analíticamente, advierte la capacidad de la gente común de hacer cultura, de erosionar, de modificar 27


lentamente las representaciones autorizadas, aceptadas y comunicables de la sociedad en la que viven. La existencia de zonas blandas (De Certeau, 1999) en la cultura, que habilitan su modificación, señala la carga política involucrada en los intentos, por parte de aquellos sujetos ubicados en posiciones de “debilidad”, de obtener autoridad, legitimidad y poder en el mismo acto de producción. Son las acciones de tomar la palabra las que habilitarían a ciertos grupos, a apropiarse de un lugar ocupado por otros –y por eso mismo disputable–. La acción cultural como motor de los cambios es, básicamente, una de las cuestiones centrales del argumento decerteausiano. Uno de los flancos por donde la teoría de De Certeau ha recibido críticas reside precisamente en aquellos elementos que sugieren una lectura de la dimensión cultural de las prácticas en clave insurreccional. Y si bien sus escritos no parecen confundir insurrección con desvío, su teoría, en ese sentido, amerita reflexionar sobre el tema. Tres acotaciones pueden hacerse, en principio, al respecto. Por un lado, considerar la vida cotidiana como una permanente desobediencia civil implica restar importancia a los momentos en los cuales la vida cotidiana se afirma y se sostiene en la reproducción. Así como la gente no puede protestar todo el tiempo (Thompson, E. P., 1992), tampoco es serio pensar que todo desvío genera necesariamente insurrección. Y aunque así lo fuera, es un error –conceptual y analítico– confundir un gesto de insumisión cultural (Grignon y Passeron, 1991) con la modificación efectiva de las condiciones de existencia. Por otro lado, como señala Paula Abal Medina (2007), la versión dicotómica del par conceptual tácticas-estrategias sugiere que las primeras le siguen a las segundas y que estas, a su vez, se reconfigurarían –ajustarían sus mecanismos de control– según la acción de las primeras, y así sucesivamente. Esto vendría a sugerir que la calidad del vínculo entre el par conceptual es de tipo reactivo, calidad que Foucault nunca postuló, dado que el poder y la resistencia son parte constitutiva del mismo dispositivo. Además, como Abal Medina también indica en el mismo trabajo –que deslumbra por sus sensatos y rigurosos aportes en relación con los desarrollos de De Certeau–, el dispositivo produce un tipo particular de subjetivación que incidirá en las propias formas de resistencia de los sujetos. Finalmente, la lectura de las investigaciones de campo –especialmente las volcadas por De Certeau y sus discípulos en el tomo II de La invención...– conduce a un efecto contrario al que se supone sería la dimensión insurreccional de las tácticas de antidisciplina. Y es que en la descripción minuciosa de las prácticas cotidianas aparece no solo la dinámica de los desvíos sino también, y de modo mucho más rotundo quizá, la dinámica 28


de la reproducci贸n. En estos escenarios, los desv铆os son un tibio resplandor dentro de lo cotidiano, lo ordinario y lo min煤sculo; un resplandor que termina ahogado en la imperceptible pero contundente reproducci贸n de la vida.

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Colección

María Graciela Rodríguez

Sociedad, cultura y poder

Reflexiones teóricas y líneas de investigación Libro ganador del Concurso Cuadernos de Cátedra 2012

¿Cómo se legitiman las jerarquías y asimetrías sociales? ¿Cómo negocian los grupos su lugar en ellas? ¿De qué está hecho el lazo social? ¿Cómo se articulan la política y la cultura? ¿Por qué obedecemos? A partir de estos interrogantes –cuyas formulaciones poseen más interés que sus respuestas–, Sociedad, cultura y poder brinda un panorama de algunas de las miradas “clásicas” que, aun con desbalances, sostuvieron y sostienen los estudios sobre la relación entre dichos conceptos. En paralelo, el libro provee algunos marcos conceptuales para abordar las diferentes manifestaciones que adopta esta relación en la sociedad contemporánea. Para ello, pone en diálogo a autores consagrados del campo, ubica históricamente los desarrollos de ciertos conceptos clave, revisa críticamente legados autorales, pone en tensión los resultados de perspectivas disciplinares y propone líneas analíticas para la formulación de nuevos programas de investigación. Finalmente, el libro da cuenta de los encuadres indispensables para pensar el mundo actual y, a la vez, constituye un marco crítico para la investigación y el trabajo de campo para aquellos se inician en las ciencias sociales.


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