Paisajes interiores (Philippe Genty)

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PHILIPPE GENTY

Paisajes interiores



Paisajes interiores



P h i l i pp e G e n t Y

Paisajes interiores


Genty, Philippe Paisajes interiores / Philippe Genty; prólogo de Carlos Almeida. - 1a ed. San Martín: Universidad Nacional de Gral. San Martín. UNSAM EDITA, 2015. 320 pp.; 26 x 20 cm. Traducción de: Gerardo Raúl Losada. ISBN 978-987-1435-95-1 1. Teatro de Títeres. 2. Crónica de Viajes. 3. Autobiografías. I. Almeida, Carlos, prolog. II. Losada, Gerardo Raúl, trad. III. Título. CDD 920

Cet ouvrage, publié dans la cadre du Programme d’aide à la publication Victoria Ocampo, a bénéficié du soutien de l’Institut français d’Argentine. Esta obra, publicada en el marco del Programa de ayuda a la publicación Victoria Ocampo, cuenta con el apoyo del Institut français d’Argentine. Título original: Paysages intérieurs © 2013 Actes Sud Le Méjan 13200 Arles, France 1ª edición en español, septiembre de 2015 © 2015 Philippe Genty © 2015 de la traducción Gerardo Losada © 2015 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de General San Martín Campus Miguelete. Edificio Tornavía Martín de Irigoyen 3100, San Martín (B1650HMK), provincia de Buenos Aires unsamedita@unsam.edu.ar www.unsamedita.unsam.edu.ar Diseño de interior y tapa: Ángel Vega Edición digital: María Laura Alori Corrección: Javier Beramendi epígrafes Tapa: Pierrick Malebranche en Fin des terres, 2005. Contratapa: La fuga imposible, con Alexandre por un camino. Costa Rica, 1964. p. 4: Los pequeños planetas (detalle), Christian Hecq en Boliloc, 2007. p. 12: Great Salt Lake Desert. Utah, 1965. p. 114: “Le Souffle”, Rond comme un cube, 1980. p. 276: La dirección de la mirada, Eva Perrot en Ligne de fuite, 2003. Se imprimieron 1000 ejemplares de esta obra durante el mes de septiembre de 2015 en Latingráfica SRL, Rocamora 4161, CABA. Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723 Editado e impreso en la Argentina. Prohibida la reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores.


Estos Paisajes interiores están dedicados a Margareta Niculescu, testigo y cómplice de mis primeros vagabundeos, de sus desarrollos inverosímiles, sostén indefectible todo a lo largo de mis periplos, a veces sinuosos. En su ansia de compartir la visión de esos sucesos con otros, ella me indujo a reexplorarlos y a darles la forma del relato que sigue.



PRÓLOGO Philippe Genty, junto con su compañía, ha deslumbrado en varias oportunidades a la comunidad de artistas, en particular, y al público argentino, en general, tal como ha sucedido en otros tantos lugares del mundo. Su primera presentación en nuestro país se desarrolló en el marco de la experiencia Cargo 92, organizada por el Teatro Municipal General San Martín y el gobierno francés. Posteriormente, Genty ha compartido varios de sus inolvidables trabajos, como Désirs Parade, Dérives y Voyageurs immobiles. Más allá de estos notables espectáculos, hubo otra visita que marcó para siempre la hermandad con nuestra comunidad. Durante febrero y marzo de 2008, invitado por la Universidad Nacional de San Martín, Philippe habitó por un mes un espacio único de la Patagonia argentina, el Camping Musical Bariloche, donde nos ofreció, junto con su compañera de vida, la notable coreógrafa Mary Underwood, el seminario Paisajes interiores. Philippe es un artesano de la vida, sabe entretejer recuerdos y sueños, deslumbra con su ingenio, juega, sabe querer y comprender. Concibe la escena como un regalo que se ofrece desde lo más íntimo, como un acto de amor, de entrega, un diálogo virtuoso del inconsciente entre artistas y espectadores. En las páginas que siguen, Philippe nos compartirá sus recuerdos más íntimos y nos invitará a viajar con él por las aguas profundas de su construcción escénica. En esta travesía nos ayudará a recorrer los paisajes interiores que ponemos en juego cuando compartimos sus propuestas y huimos por los rincones de nuestro inconsciente. Nos hará partícipes del vértigo de sus búsquedas, sus laberínticas experiencias; caminaremos al lado de un eterno niño y un aventurero prodigioso. Para navegar, perderse entre las estrellas y los desiertos, o entre sus propios sueños y recuerdos, Philippe cuenta con una cómplice, otra gran niña que, aunque adulta, conserva la frescura del saber jugar. Esa estrella que, día a día, acompaña al gran maestro es una mujer bella, prudente y sabia que posee una gran dulzura; coreógrafa y directora de escena, ama el movimiento de las personas y de los objetos. Todos los días le salva la vida a nuestro querido amigo. 9


Adivinando la complicidad de Philippe, entonces, a Mary Underwood va dedicada esta versión en español de Paysages intérieurs.

Carlos Almeida Decano Instituto de Artes Mauricio Kagel

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INTRODUCCIÓN Se puede leer lo que sigue, o al menos la primera parte, como una autobiografía. Tal vez lo parezca, pero mi propósito no es tal. Los fragmentos, recuerdos, documentos han sido reunidos aquí porque son el origen de creaciones, de direcciones de trabajo; han dado nacimiento a una forma de teatro, cuya singularidad, tal vez, podrá ser mejor comprendida al descubrirlos. Cómo ciertos temas, imágenes y tomas de posición han podido surgir a partir de esas fuentes es lo que se me ha preguntado y a lo cual he intentado responder. Se trata, entonces, primero de una historia personal que se convierte, con bastante rapidez, en una historia compartida con dobles, cómplices, intérpretes, que la han modelado a veces más de lo que ha podido hacer mi sola voluntad. He denominado a esta relación de acontecimientos “libretas de huidas”. La huida va a ser el motivo constante durante los numerosos años de mis fugas, evasiones, postergaciones, naufragios, expediciones, paranoias, viajes. Las razones de esta huida perpetua permanecerán durante mucho tiempo misteriosas. Las “libretas de trabajo” que siguen testimonian la elucidación de esos enigmas, que serán, a la vez, el motor y la materia en perpetua metamorfosis de lo que en adelante se relaciona más con un viaje interior con nuevos compañeros de ruta que con la tormenta irreflexiva que lo ha precedido. De las experiencias, de los métodos, del saber compartido que de ahí se deriva, he intentado dar algunos indicios, algunos fragmentos en esa “caja de herramientas” final, que reúne en desorden lo que he espigado durante mi periplo sin haber hecho nunca un inventario exhaustivo de ello.

Philippe Genty, diciembre de 2012

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LIBRETAS DE HUIDAS



Diciembre 1938 Hasta esta fecha, ninguna huella de la existencia de Philippe Genty.

Primavera 1944 Todo comienza a los seis años con tres golpes, tres golpes a la puerta en nuestro chalet en Megève. Mi madre va a abrir. Dos siluetas negras en el marco de la puerta del chalet, dos gendarmes. Detrás, el sol que centellea en las últimas capas de nieve y en las pendientes reverdecientes de los contrafuertes alpinos. Uno de los gendarmes pronuncia algunas palabras mientras me mira. Primera imagen de mi existencia, los cinco años precedentes se han perdido en uno de los muchos agujeros negros de mi memoria. Mi madre me saca de ahí con precipitación antes de que los gendarmes terminen de hablar y me encierra en mi habitación. Estoy en lo de la señora Michèle. Miro sin comprender. La vieja solía hablarme, darme la merienda. Está tirada en el piso, con los ojos abiertos, pero no duerme, está ahí sin estar ahí, no comprendo por qué su cuerpo está vacío. En el suelo, se despliega un charco grande oscuro; en el empapelado, una línea horizontal de agujeros. De pronto, mi madre entra. Me había dejado en la puerta de su amiga para volver a buscar una cesta de provisiones olvidada, yo había entrado por mí mismo. Ella me toma, me levanta, me aprieta muy fuerte y sale corriendo. Más tarde, siento algunos fragmentos de conversación… Michèle había denunciado a unos combatientes. Algunas semanas más tarde, sentado yo en la parte posterior de la bicicleta, trepamos la montaña. Nuestro chalet con otros doce debe ser incendiado en represalia por la muerte de un soldado alemán ultimado por la resistencia. Hay un sol espléndido, la naturaleza se despierta; pregunto a mi madre por la ausencia de mi padre, me responde que 15


ha partido para América. A la tarde, alcanzamos el campo atrincherado de los combatientes, en medio del bosque. Al día siguiente, por la mañana, miramos hacia abajo, hacia el valle, a lo largo de la pequeña ruta. Los chalets me recuerdan las pequeñas casas suizas de mi juego de construcción, van explotando e incendiándose uno tras otro, esto me divierte mucho. Mientras todos están ocupados en la escena, diviso una ametralladora, bastante pesada, colocada sobre un banco. Una voz me pide con mucha dulzura que no me mueva. Alguien me sonríe… Me habla con mucha solicitud… Se me acerca lentamente. Toma el arma. Una sonrisa puede preceder a un sopapo magistral.

Verano 1945 ¡Liberación…! Descubrimiento de las pequeñas tabletas alargadas y chatas, envueltas en un papel plateado que se llaman “goma de mascar”, y otra cosa tan hermosa que me niego a utilizar: ¡jabón completamente blanco! Mi madre canta La vie en rose… Me confiesa que mi padre no está en América. Un año antes, mientras practicaba ski, sufrió una caída mortal en un precipicio, cerca de Chamonix. A la sombra de un quitasol en un patio de nuestra casa en Annecy, la hija de nuestra vecina, Claudine, un año mayor que yo, corta la tela para hacerle una falda a su muñeca; me cautiva su habilidad con las tijeras. Mientras la viste, me propone mostrarme lo que tiene bajo su calzón si yo le muestro lo que tengo bajo el mío. Muy intrigado, acepto, ella se baja el calzón, se levanta la falda y me dice: “ahora tú”. Tal vez yo esperaba ver otra cosa, ¿o no fue sino la relación entre las tijeras, lo que yo había visto y lo que yo tenía para mostrarle? Me retracto cobardemente. Claudine toma un mazo de madera y me da un gran golpe, ampliamente merecido, en la cabeza. Ninguno de los dos esperaba ver escapar tal ola de sangre… Gritos… Mi madre viene 16


A los cinco aĂąos, en algĂşn lugar de Saboya. 17


corriendo… Cuando se reinician las clases, cada uno está de pupilo en un internado. Yo, en alguna parte, muy lejos, “en el fin del mundo”. Ella, en otro lado. Durante mucho tiempo, mi frente llevará la cicatriz de la frustración de Claudine.

Primavera 1952 Adquiero un gran virtuosismo para hacerme expulsar de los internados. En uno de ellos, se me ocurre construir un monigote chato, articulado en los brazos y las piernas, cuya cabeza es la caricatura grosera de mi profesor de alemán. Lo fijo detrás del pizarrón. El monigote está controlado por un hilo que pasa bajo la tarima del profesor hasta alcanzar mi pupitre. Cuando nuestro profesor se vuelve hacia nosotros, después de haber escrito una frase en el pizarrón, tiro del hilo. El muñeco gesticulante surge por detrás del pizarrón, agitándose. Entonces, estalla la risa enloquecida… El profe se da vuelta, el muñeco ha desa­ parecido, el profe busca vanamente lo que habrá escrito para desatar semejante hilaridad. ¡El éxito supera todas las expectativas…! Un día, el hilo se atasca. En el extremo del hilo, una enésima expulsión.

Invierno 1954 Sin saber verdaderamente desde cuándo, tengo el sentimiento confuso de que un pasajero clandestino ha hecho nido en un rincón de esta esponja que me sirve de cerebro. Mientras mi atención se concentra en un tema, siento que derrapo, como si ese clandestino me arrastrara. Lo llamo Alex. Lo cual me tranquiliza, me permite tratarlo con más familiaridad y, a veces, mandarlo a pasear. Cierto domingo de noviembre, mirando en el interior de una gaveta, Alex descubre la manija de otra gaveta. La curiosidad se sobrepone a la aprensión. Alex me impulsa a deslizarme en el interior de la primera gaveta. Un rayo de sol otoñal atraviesa la gran ventana del internado iluminando una parte del espacio donde nos hemos introducido. Alex tira de la manija, que resiste, pero termina por ceder. Algunos copos de nieve se recortan sobre un cielo oscuro; a lo lejos, avanza el crepúsculo. Por un instante, pienso en volver a la sala de lectura del internado, 18


abandonado durante el fin de semana por la totalidad de los pupilos. Alex, fascinado, es atraído por ese paisaje desapacible y glacial. Me vuelvo a encontrar en una bicicleta, en medio de una extensión blanca, incapaz de saber cómo he llegado hasta ahí. Acá y allá, algunas manchas oscuras, pequeños bosques se elevan como mechones de cabello. A lo lejos, la nieve es brillante, inmaculada y silenciosa. Cubre un pasado que cuchichea “no me olvides”. Aproximadamente a quinientos metros, en la cima de una cresta, un hombre vestido de negro arrastra un trineo, desentierra cosas sepultadas bajo ese inmenso manto blanco y las arroja desordenadamente a su trineo entre las otras. Dejo mi bicicleta para alcanzarlo; al abandonar el sendero, me hundo en la nieve. Cuando alcanzo finalmente el lugar, el hombre y su trineo se han volatilizado en ese océano de blancura. Me doy cuenta de que es demasiado tarde para dar marcha atrás. Estamos en 1954, un invierno célebre por la ola de frío excepcional, acabo de escapar de mi decimoquinto internado. En mi huida improvisada, ni siquiera he tomado algo para comer, excepto una mandarina. Busco un lugar donde dormir, donde protegerme del viento glacial. Me acerco a una granja sumergida en la oscuridad. Alex me disuade de presentarme ahí por miedo a que nos denuncien. Todo el mundo está contra nosotros y nos busca, hay que esconderse, huir lo más lejos posible. Estoy agotado, ahora es de noche y comienza a llover. Buscando un galpón, me encuentro de golpe con el pie suspendido en el vacío, un olor sofocante me ha detenido. Estoy a dos dedos de caer en una fosa de purina. Continúo marchando y, asustado, encuentro un pajar de heno, donde me refugio. La tormenta estalla. En medio de un relámpago, creo ver una silueta que se acerca al pajar y tengo miedo de ser descubierto. Con las primeras luces del alba retomo mi bicicleta. Al llegar a París, he recorrido 160 km. Trato de encontrar la dirección de Gilles, un amigo. Recuerdo que vive en un cuarto de servicio bajo los techos, en Montmartre, donde en otro tiempo me dio clases de apoyo en matemática. Al pie del edificio, hay un agente de policía. Alex está convencido de que está ahí por nosotros, como, por otra parte, todos los policías de Francia. Esperamos largo rato en la esquina a que se aleje. En el patio del edificio hay tres escaleras, vacilo, la cabeza me da vueltas… Como me fui sin un peso en el bolsillo, no he comido otra cosa que mi mandarina desde la víspera. 19


Entre dos expulsiones, la primera comuni贸n, vacaciones de verano, el certamen de las playas de Trouville. 20


Recorro pasillos interminables, todas las puertas se parecen. Quisiera golpear en alguna de ellas para pedir ayuda, pero Alex me disuade. No encuentro la puerta de Gilles, doy en otro corredor que se parece al anterior. La angustia me va oprimiendo poco a poco. Nunca encontraré mi camino. Me dejo deslizar hacia el suelo. Una puerta se entreabre, la mirada sospechosa de una anciana me escruta, vacilo, pero me decido a preguntarle si conoce a Gilles. No bien empiezo a abrir la boca, la puerta se cierra. Vuelvo a recorrer un dédalo de corredores. Otras puertas se abren y se vuelven a cerrar a mi paso con desconfianza. Dudo de la escalera que he tomado. No logro acordarme. Termino por convencerme de que una de las puertas es, seguramente, la de Gilles. Golpeo sin éxito. La puerta siguiente da sobre los baños comunes del piso. Por el tragaluz, percibo la ventana ligeramente entreabierta de la pieza de mi amigo en el ángulo de un patio que da a un pozo de seis pisos. El hambre me atenaza; me deslizo por el tragaluz y pongo primero un pie, luego el otro, en una cornisa. Del otro lado del abismo, detrás de una ventana, dos ojos me observan. Mis piernas flaquean, mis dedos apretados y agarrados se deslizan a lo largo de la canaleta, faltan algunos metros. Alex me invita a lanzarnos al vacío, me veo caer como si ya hubiera ocurrido. Alcanzo la ventana, ruedo por el piso. Una sola pieza, una cocina en un rincón, una cama, es sin duda la habitación de Gilles. Exulto. En la mesa, algunas monedas; desciendo para comprar un pan que devoro mientras subo nuevamente. Me dejo caer en la cama… Me despiertan Gilles y una joven que ha conocido en la víspera. Es de noche. Él despide a la joven. Le cuento de mis diez años de pupilo, mis fugas, mis expulsiones, mi pasión por el dibujo y la pintura, mi deseo de estudiar en una escuela de arte, a lo cual mi madre se ha opuesto categóricamente varias veces. Su acogida es cálida. En ningún momento se muestra contrario a albergarme. Duermo en un catre, paso días enteros dibujando en París. Por la noche, sueño con laberintos, puertas y gavetas. La tregua es de corta duración; por la radio pasan anuncios sobre mi búsqueda. Diez días más tarde, golpean a la puerta, ahí está mi tía… Se deshace en lágrimas. Siento la tristeza tímida de Gilles, que no podía prolongar más la situación. Vuelvo al internado con la promesa de poder presentarme el año siguiente a las pruebas de admisión de la École des Arts Apliqués à l’Industrie. Una vez aprobado el examen de ingreso, ese refugio tan deseado de las artes aplicadas se transforma prontamente en una Bastilla. Como casi 21


siempre, llego tarde, entro por el tragaluz del sótano y me abro paso por los subsuelos oscuros. Una mañana, la luz se enciende, el director y el preceptor general están ahí para recibirme. Al fin del segundo año, recibo con alivio una carta oficial en la que se me pide no presentarme al año siguiente. Me duele dejar a algunos de mis profesores. Estos, como no han sido consultados, solicitan y obtienen mi reincorporación. Yo ya me he escapado hacia otros rumbos… Empleado por Jacques Sigrand, que dirige una casa de ropa de confección masculina, dibujo minuciosamente a lo largo del día avisos publicitarios a la acuarela. Tweed, pied-de-paule, franela y siluetas con sonrisa radiante de finales de los años cincuenta.

Verano 1959 Los días y las noches se mezclan. El tiempo se me escapa, lentamente me voy disolviendo… Me desmaterializo… en esta cama del hospital Val-de-Grâce. Apenas si me acuerdo de las razones de esta huelga de hambre. Hace dos meses que me convocaron para el servicio militar. Le idea insoportable de esta guerra en curso. La prisión. Una navaja de afeitar corta las venas de mi puño. El ruido lejano de las sirenas de la ambulancia… Todo esto no tiene ya importancia. El hambre misma no es sino un recuerdo vago. Me alejo… Me hundo lentamente en una suerte de vacío, un cuerpo astral que me desdobla. No estoy solo en esta cama… Alex está conmigo. Mientras uno se debilita, el otro se fortalece al descubrir burlonamente el reinicio de las actividades de la gente de guardapolvo blanco en esta habitación del hospital Val-de-Grâce. En la oscuridad, las paredes centellean con un color índigo intenso… Estoy parado frente a una puerta que se abre. Surge una luz enceguecedora. Me doy vuelta para verme en la cama que acabo de dejar. He abandonado mi cuerpo. Todo es muy real, Alex me invita a seguirlo… ¿Por qué sustraerme a esta euforia que me inunda?… Al seguirlo, siento que me voy a hundir en lo irreversible. Si no lo sigo, también. ¿Atravesar o no esta puerta? Vacilo… Vuelvo a la cama. Alex me alcanza, me tira del brazo, juntos nos tumbamos lentamente en 22


el vacío, caída interminable… Una inmersión en los calabozos de la memoria… Ningún choque, sino la sensación de diseminarme, de dividirme en un calidoscopio de personajes… Personajes a la vez extraños y familiares. Desde sus orígenes, prisioneros de sus deseos, de sus miedos, de sus vergüenzas ridículas y monstruosas, monstruosas porque soy su origen. Detrás de una puerta, aparece una joven vestida de blanco… Estrecharla, apretarla contra nosotros, aun sintiendo algo de incestuoso en esa relación. Huir de este jardín de los tormentos. Abrir otras puertas que resisten… No es que las puertas resistan, sino, más bien, que nuestros brazos, nuestras manos no reaccionan más. Estamos paralizados… Esta mañana o tal vez ayer, nos han introducido por la nariz unos tubos. Líquidos sin gusto, sin olor, se deslizan dentro de nosotros. Varias veces, la mirilla de la puerta se abre para controlar si las paredes cambian de color. Pasan progresivamente del blanco al malva, para fundirse en un ámbar cada vez más resplandeciente antes de que se apaguen las luces. Entonces me despierto mientras un enfermero me desliza una almohada en la espalda, y una enfermera me tiende una cuchara llena de sopa. Los días recuperan progresivamente animación. De la unidad “caja fuerte”, me transfieren a un dormitorio común entre otros pacientes. Uno de ellos pasa el día masturbándose; otro, limpiando cuanta cosa cae entre sus manos, desarma varias veces por día los globos de luz del techo para limpiarlos. Una mañana, al volver del desayuno, lo encuentro limpiando los casilleros interiores de mi caballete. Me habían preguntado si quería tener alguna cosa, yo había respondido “mi caballete”. Pinto sin respiro, pinto ese paciente continuamente inmóvil… En una emboscada en Argelia todos sus compañeros fueron asesinados después de haber sido emasculados. Hacerse el muerto lo salvó; desde entonces, mantiene esa postura. El psiquiatra militar me pregunta qué idea tengo de mi futuro. “Irme, lejos muy lejos, recorrer el mundo”. El diagnóstico es caratulado como 23


“infantilismo”. Sospecho en él una cierta benevolencia. Me prometo enviarle una tarjeta postal desde el otro extremo del planeta. Soy definitivamente excluido del ejército, puedo volver a casa. Nunca una expulsión me procuraría un alivio como ese.

1960 Alex sueña. Espacios inverosímiles, ciudades astrales, bosques místicos, vagabundeos más allá. Más allá de la noche, más allá del tiempo, más allá de este océano de recuerdos. Esas divagaciones han terminado por contaminarme. Empiezo a proyectar una vuelta al mundo en un Citroën 2 CV. ¿Cómo financiar ese viaje? Planeo ganarme la vida vendiendo mis pinturas y dibujos mientras viajo; sin embargo, aparte de ciertas telas compradas por desconocidos, encontradas más tarde en el desván de mi tía y el sótano de mi madre, mis experiencias con las exposiciones en París no han sido lucrativas. Termino optando por un espectáculo de marionetas, tal vez recordando ese monigote detrás del pizarrón. En una habitación de servicio en Montmartre, que Gilles me presta, esculpo, modelo, hago bricolages, ensamblo articulaciones, mecanismos, los brazos, las piernas de una marioneta, Alexandre, que será más elaborada, más vívida que todo lo que ha sido realizado hasta ahora. Con ella atravieso los grandes espacios, los océanos, cultivando esta paradoja: cuanto más me propongo controlar meticulosamente el menor de sus movimientos, tanto más parto a la conquista del mundo y me libero de lo que me encierra. Apoyo incondicional de Alex. Alexandre parece salido de una historieta, veintiocho hilos lo animan, dos semanas para ajustarlos, equilibrarlos, mueve los ojos, la boca. Tras una serie de fracasos y la laboriosa puesta a punto del sistema de articulaciones, da sus primeros pasos. Decido presentárselo a Louis Valdès, un marionetista por quien tengo una inmensa admiración. Trabaja en el Crazy Horse Saloon. Cada noche conmociona al público con su Pierrot. Su pequeño personaje, después de una entrada divertida, se quita la máscara sonriente, bajo la cual aparece un rostro de tristeza infinita. Una perturbación surge de la relación entre el hombre y la marioneta, esta última parece escapar a su manipulador, reflejando su estado interior. 24


La fuga imposible, con Alexandre por un camino. Costa Rica, 1964. 25


Alexandre camar贸grafo. Par铆s, 1960. 26


Hay algo de gitano en Louis, una persona de sensibilidad exacerbada, como su Pierrot. En ocasión de una de mis visitas a su exiguo estudio tipo buhardilla, lo encuentro a punto de arrojarse por la ventana. Le presento a Alexandre; “¡Hazlo vivir!”, me ordena. Con la cruz de mando en mi mano derecha, mi mano izquierda busca el dispositivo para animar los ojos, después con la misma laboriosidad, el de los brazos y de las piernas, produciendo una serie de acciones fragmentadas. Louis saca de una gaveta sus tijeras. Estupefacto y consternado, veo cómo corta todos los hilos hasta que Alexandre se derrumba. Concluye lacónicamente: “¡Vuelve cuando tenga un mínimo de hilos!”. De veintiocho hilos paso a veinticuatro, después a veintiuno: todavía son muchos, pero comienzo a coordinar el conjunto de los movimientos y a lanzarme en la elaboración de los sketchs mientras construyo otras marionetas. Mimi, una vecina de piso muy amiga de una primera bailarina de la Ópera de París, Paulette Dynalix, la convence para venir a ver un ensayo. Impresionado por la personalidad de Paulette, me enredo en la manipulación, me asalta el pánico, me descompongo. El punto culminante de mi confusión llega cuando escucho: “¡… pero el chancho está mirando bajo mi falda!”, sin advertir que se refiere a Alexandre. Paulette se enamora de Alexandre, después atraviesa rápidamente los veinte hilos que la separan del marionetista. Con ella me sumerjo en el universo áspero, aéreo, implacable y con frecuencia pomposo de la danza clásica, mientras continúo con los preparativos de la gran partida. Entretanto, me olvido de confeccionar un informe para la UNESCO, a la que había recurrido para financiar un proyecto de filmación sobre los teatros de marionetas en cada país que pienso atravesar. En la víspera, por la tarde y durante toda la noche, me dedico a desarrollar, de punta a punta, una presentación del proyecto. Cuando lo releo por la mañana, termina en el cesto de papeles. Mi incapacidad para redactar un texto alcanza límites insondables. La ignorancia tiene dos caras: la impotencia y la audacia. A veces, puede permitir que uno se lance a situaciones en las que la razón no habría nunca osado aventurarse para intentar lo inconcebible. Atravieso la puerta de la sala de reuniones de la UNESCO con las manos vacías. En fin, más precisamente, sin informe pero con una valija muy 27


Notas preparatorias para la vuelta al mundo, 1960. / En lo de Paulette. ParĂ­s, 1960. 28


larga. Alrededor de la impresionante mesa oval, un panel de caballeros de distintas nacionalidades: India, Canadá, Egipto… Abro la valija, saco a Alexandre, que se presenta, y va al encuentro de cada uno, describe con aplomo cómo él va a descubrir esos héroes míticos del teatro de sombras en la India, los de bunraku en Japón. Alexandre, en papel de reportero, se propone investigar sobre el mundo de las marionetas. Esos administradores, usualmente inmersos en el mundo de las relaciones, informes, presupuestos miran a Alexandre con una curiosidad infantil. La magia opera. Al final del encuentro, se comprometen a suministrarnos, a Alexandre y a mí, película y cámara durante todo el periplo. Al volver, cuatro años más tarde, los responsables de la sección cine habrán cambiado. En ocasión del montaje del filme, no comprenderán cómo sus predecesores en la UNESCO enviaron tantas películas sin los legajos ni los contratos correspondientes. El filme Ritos y juegos: marionetas de Oriente y Occidente se incorpora al programa Azul como una naranja, la serie de documentales más difundida en los años setenta en los países miembros, inscripta en el gran proyecto Oriente-Occidente de la UNESCO, que se proponía como objetivo la apreciación mutua de los valores culturales de Oriente y Occidente. Construyo otros compañeros de ruta, otras dos marionetas de hilo: un mapache y Zizi, una bailarina de charlestón inspirada en Zizi Jeanmaire, a la que Paulette me ha hecho conocer y de la cual había sido madrina en la escuela de la Ópera de París. Pero me pongo a soñar con una marioneta autónoma, una marioneta más viva que su marionetista. Si Alexandre testimonia mi sed de viajar, Blop es más bien un cómplice gracioso, se me parece sin parecérseme, formamos un curioso dúo en escena. Quise que fuera de factura ruda, mordaz. Lleva un sombrero de copa como yo, pero el de él es desastroso. Yo tengo un abrigo largo, él uno corto. Yo soy elegante, él podría ser un linyera aristócrata o un juerguista. No tiene más que una mano humana cubierta por un guante, las mías también están enguantadas de blanco. Los dos, expansivos, estamos sentados; él, sobre mis rodillas. Yo, melancólico, a la espera de una cita que no ocurrirá, tengo la mirada perdida a lo lejos. Pongo en escena una paradoja: él, la marioneta, parece bien vivo; yo, el humano, estoy ausente, desencarnado, tengo gestos mecánicos. Abro un paraguas para protegerme de una lluvia que no existe. Blop toma al público como testigo de mi insensatez, me inspecciona, me toquetea la cara, intenta por todos los medios romper mi melancolía, atraer mi atención. Al revisarme, encuentra una carta… Una carta de adiós que 29


Alexandre, Zizi y Blop. París, 1960. / Listos para partir, Zizi, el mapache y Alexandre. París, 1960. 30


lo deshace en lágrimas, una tristeza melodramática tal vez fingida, en todo caso cómica. Saco un revólver, lo acerco a mi sien. Blop se vuelve, comprende, se asusta, deja la carta, intenta detener mi gesto. Mi mano se aparta de mi rostro, se aleja desmesuradamente hasta el extremo y tira… Mi doble se derrumba, revelando el embrollo de quién es quién. Mis manos son las de un socio disimulado detrás de mí bajo mi abrigo, la de Blop es la mía, mi otra mano controla su cabeza y los movimientos de su boca, aunque no pronuncia, como yo, ninguna palabra. Trabajo en un número que pone en escena a Alexandre en una divertida caza de mariposas. Mi habitación de servicio es demasiado exigua para ensayar en ella, Paulette me ha acogido generosamente en su departamento en la Île de la Cité, y he transformado rápidamente el cielorraso de su salón en queso gruyere, para instalar ganchos, poleas y una multitud de hilos para animar mis insectos voladores. Paulette da cursos de baile clásico en la calle du Bac y acaba de conocer a un hombre de teatro que inicia a los actores en el gesto mediante la máscara y la pantomima en un estudio inmediato a su sala de baile. “Es un tipo bastante especial, me dice con esa condescendencia típica de los bailarines clásicos para con otras formas de coreografía, pero seguramente te podría dar algunos consejos”. Así me presenta a Jacques Lecoq, con quien entablo una relación de simpatía y de admiración que no se desmentirá nunca y tendrá una gran importancia en mi descubrimiento de un teatro distinto. Divertido por Alexandre, me sugiere reemplazar mi dispositivo infernal por una simple caña de pescar para hacer volar mis mariposas. Con esto, Paulette obtiene el placer de recuperar de vez en cuando el uso de su salón; yo, el de poder ejecutar el número de Alexandre en cualquier parte sin agujerear los cielorrasos y, sobre todo, sin largas horas de preparación. Una vez que constata que aprovecho los encuentros a los que ella me ha conducido, Paulette, convertida en mi primera admiradora incondicional, me presenta el “todo-podrido”, como ella se divierte en llamar al círculo mundano de sus amigos parisinos, que no siempre se extasían tanto como ella lo desearía ante mis balbuceos creativos. Muchos se prestan al juego, curiosos de conocer al pequeño enclenque del que ella se ha enamoricado. Si bajo cuerda hay comentarios burlones, sobre mis proyectos grandiosos que contrastan con mi aspecto adolescente (lo cual saca a Paulette de las casillas), Alain Recoing, Pierre-Aimé Touchard, Olivier Merlin y muchos otros me animan también con calidez y generosidad. 31


Quiero agradecer muy particularmente a mi hijo Roy Genty, a mi compañera Mary Underwood y a Olivier Peyronnaud por el aliento que me han prodigado a lo largo de la redacción de estos Paisajes interiores, por su atención y la pasión que han puesto al releerme y al discutir los más pequeños detalles, en particular en lo que atañe a los últimos capítulos, que yo no hubiera podido terminar sin su preciosa ayuda. Pero también a Patrick Lecoq, que nos ha dado una mano en la exhumación de documentos que yo a veces creía perdidos en el fárrago de mis archivos. Gracias también a los lectores atentos de los sucesivos esbozos, cuyas críticas ilustradas y benevolentes me han sido de gran ayuda: Roger Dadoun, Jean-Marcel Bougureau, Dorothée Charles, Éric de Sarria, Gilles Paumier, Laurence Conan-Miotes y Margareta Niculescu por supuesto. En fin, deseo testimoniar mi vivo reconocimiento al equipo de Actes Sud, Leslie Auguste, Florence Inoué, Raphaëlle Pinoncély y, en primerísimo lugar, a Claire David, que han dado pruebas de una paciencia y de una curiosidad traviesa con vistas a la conclusión de este proyecto, así como al equipo editorial de UNSAM EDITA y a la Universidad Nacional de San Martín por hacer posible esta traducción y, con ello, permitir un nuevo episodio en la travesía de estos Paisajes interiores, que adquieren en cada incursión mayor intensidad.

Philippe Genty es artista asociado a la Casa de la Cultura de Nevers y de la Nièvre, Centro de Creación y de Producción. www.philippegenty.com


PRÓLOGO

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LIBRETAS DE HUIDAS

13

LIBRETAS DE TRABAJO

115

CAJA DE HERRAMIENTAS

277

FICHAS TÉCNICAS DE LAS CREACIONES

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CRÉDITOS FOTOGRÁFICOS © Alissa Mello: páginas 280 (arriba), 286 (abajo a la derecha), 289 (arriba) y 290 (arriba a la derecha). © Birgit: página 158. © Colección Philippe Genty: páginas 183 y 184, fotogramas extraídos de una captura de Dominique Thiel, con su amable autorización. © Elizabeth Carecchio: página 154 (arriba y abajo). © Florian Tiedje: páginas 149, 150 y 152 (todas las fotografías). © Gilles Lasselin: página 167. © Jacqueline Mézin: páginas 201, 205 y 276. © Jeff Busby: páginas 286 (arriba a la izquierda y debajo a la derecha), 289 (medio), 290 (abajo) y 294 (arriba y abajo a la derecha). © Julia Sigliano: páginas 228, 280 (las de abajo), 286 (abajo a la izquierda), 293 (todas las fotografías) y 301 (todas las fotografías). © Laurent Philippe: página 159. © Marc Ginot: páginas 162, 165 (arriba), 197 y 198. © Marie Dolard: páginas 77 (todas las fotografías), 90 (abajo), 91 (todas las fotografías), 93 y 112. © Pablo Gershanik: páginas 282 (foto número 4, de izquierda a derecha y de arriba abajo) y 298 (arriba a la derecha). © Pascal François: tapa y páginas 4, 210-211, 212, 214-215 (todas las fotografías), 216-217, 219, 220-221, 222 (todas las fotografías), 224, 231, 232-233, 234-235, 237, 238-239, 240, 246-247, 254 (todas las fotografías), 255, 256-257, 258, 260-261, 263, 266, 268-269 (todas las fotografías), 270-271 y 272.


© Philippe Genty: páginas 26, 28 (arriba), 33, 37 (arriba), 38, 51 (arriba), 57 (todas las fotografías), 60 (todas las fotografías), 62, 64, 66 (a la izquierda), 75 (arriba), 84 (todas las fotografías), 94 (todas las fotografías), 96 (todas las fotografías), 100, 104, 108, 114, 119, 120, 132 (arriba), 133, 182 y 209. © Serge George: páginas 28 (abajo), 30 (todas las fotografías), 37 (abajo), 40, 42 (todas las fotografías), 44-45, 46, 49, 50 (todas las fotografías) y 51 (abajo). © Yves Brunier: contratapa y páginas 12, 25, 34, 66 (a la derecha), 68, 71 (todas las fotografías), 73 (todas las fotografías) y 83. Derechos reservados / Colección Compagnie Philippe Genty: páginas 102 (todas las fotografías), 110 (abajo), 123, 125, 130 (arriba), 132 (abajo), 135, 136, 138-139, 141, 165 (abajo), 170 (todas las fotografías), 171, 173, 174-175, 177, 188 (todas las fotografías), 190-191, 194 (arriba), 206, 282 (fotos números 1, 2 y 3, de izquierda a derecha y de arriba abajo), 289 (abajo), 290 (arriba a la izquierda), 294 (al medio) y 294 (fotos números 1, 3 y 4, de izquierda a derecha y de arriba abajo). Derechos reservados / Colección Philippe Genty: páginas 17, 20 (todas las fotografías), 54 (todas las fotografías), 56, 61, 75 (abajo), 79, 87, 88, 90 (arriba) y 101. Derechos reservados / Vladimir Lupowski: páginas 194 (abajo) y 195. Derechos reservados: páginas 110 (arriba), 129, 130 (abajo), 154 (medio), 156, 157, 202 y 282 (abajo a la derecha).



“Hice mis estudios superiores en un Citroën 2CV, en rutas llenas de baches, tuve maestros fabulosos, hablaban un idioma que me resultaba familiar, el idioma de la imagen”. Philippe Genty

Con más de cuarenta años produciendo un lenguaje visual único, lleno de ilusiones ópticas, escenarios oníricos y fantasías cautivadoras, Genty explora en estos Paisajes interiores su vida y su obra, entre el teatro, la danza y los títeres. Nos sumerge en un mundo de sueños vertiginosos, recuerdos, anhelos, miedos y fugas, que se cristalizan en diarios de viajes, apuntes de trabajo y fotografías. Inquieto y errante, nos lleva a recorrer el mundo y a conocer artistas y marionetistas de todos los confines: desde la India hasta los Estados Unidos, pasando por el Japón, Australia, Rusia, el Perú, Guatemala, México y la Argentina, donde realizó en 2008 un taller-laboratorio, invitado por la Universidad Nacional de San Martín.


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