Purificar y destruir. Usos políticos de las masacres y genocidios (Jacques Sémelin)

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JACQUES SÉMELIN

CIENCIAS SOCIALES SERIE CRIMINOLOGÍA

Purificar y destruir Usos políticos de las masacres y genocidios



JAQUES SÉMELIN

CIENCIAS CIENCIAS SOCIALES SOCIALES

SERIE SERIE CRIMINOLOGÍA CRIMINOLOGÍA

Purificar Purificar y destruir y destruir

Usos políticos de las masacres y genocidios



JACQUESSÉMELIN SÉMELIN JAQUES

CIENCIAS CIENCIAS SOCIALES SOCIALES

SERIESERIE CRIMINOLOGÍA CRIMINOLOGÍA

Purificar Purificar y destruir y destruir

Usos políticos de las masacres y genocidios


Colección: Ciencias Sociales Director: Máximo Badaró Serie: Criminología Director: Eugenio Raúl Zaffaroni Dependiente del Programa de Investigación en Criminología de la Universidad Nacional de San Martín Sémelin, Jacques Purificar y destruir: Usos políticos de las masacres y genocidios / Jacques Sémelin; con prólogo de Eugenio Raúl Zaffaroni. - 1a edición - San Martín: Universidad Nacional de Gral. San Martín. UNSAM EDITA, 2013. 400 pp.; 15x21 cm. - (Ciencias Sociales / Máximo Badaró) Traducido por: Gerardo Losada ISBN 978-987-1435-71-5 1. Genocidio. 2. Criminología. I. Eugenio Raúl Zaffaroni, prolog. II. Gerardo Losada, trad. III. Título CDD 364 Cet ouvrage a bénéficié du soutien des Programmes d’aide à la publication de l’Institut français. Esta obra ha recibido el apoyo de los Programas de ayuda a la publicación del Institut français. Título original: Purifier et détruire. Usages politiques des massacres et génocides. © 2005 Éditions du Seuil 27, rue Jacob, Paris VIe 1ª edición en español, diciembre de 2013 © 2013 Jacques Sémelin © 2013 de la traducción Gerardo Losada © 2013 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de General San Martín Campus Miguelete. Edificio Tornavía Martín de Irigoyen 3100, San Martín (B1650HMK), provincia de Buenos Aires unsamedita@unsam.edu.ar www.unsamedita.unsam.edu.ar Diseño de interior y tapa: Ángel Vega Edición digital: Daniel Maldonado Corrección: Laura Petz Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723 Editado e impreso en la Argentina. Prohibida la reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores. Prohibida su venta en España.


A Pierre Hassner, cuya camaradería benévola y crítica siempre fue una fuente importante de estímulo intelectual y que, muy atinadamente, me incitó a explorar los fundamentos del poder de destruir.



Soy el ser más pacífico que existe. Mis deseos son: una modesta cabaña con un techo de paja, pero provista de un buen lecho, de una buena mesa, de leche y de manteca bien frescas, con flores en las ventanas; delante de la puerta algunos árboles hermosos. Y si el buen Dios quiere hacerme completamente feliz, que me conceda ver unos seis o siete de mis enemigos colgados de esos árboles. Con un corazón enternecido, les perdonaré antes de su muerte todas las ofensas que me hicieron durante su vida –por cierto hay que perdonar a nuestros enemigos, pero no antes de que estén ahorcados–. Heinrich Heine, Aforismos y fragmentos Me acordé de los Campo dei fiori junto al carrusel en Varsovia, una clara tarde de primavera, al son de una música alegre. Las salvas que venían del ghetto, eran ahogadas por la melodía, y las parejas volaban en lo alto, en el cielo sereno. Un viento desde los incendios arrastraba a veces sombríos jirones y los viajeros del carrusel atrapaban al paso en el aire cenizas. El mismo viento caliente levantaba las polleras a las niñas, mientras la gente dichosamente reía, ese bello domingo en Varsovia. Czeslaw Milosz, Campo dei fiori



Agradecimientos 17 Palabras liminares por Eugenio Raúl Zaffaroni 21 Introducción

¿Comprender?

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Capítulo 1 Los imaginarios de la destructividad social

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1. Las pistas falsas

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2. El poder del imaginario 37 2.1. Fantasmas destructores 40 2.2. Entre imaginario y real: el rol de la ideología 44 3. Del relato identitario a la figura del traidor 3.1. La marcación de las pequeñas diferencias 3.2. La figuras del enemigo interior

45 50 52

4. De la búsqueda de pureza a la figura del “Otro de más” 4.1. Pureza identitaria y pureza política

55 60

5. Del dilema de seguridad a la destrucción de enemigo 63 5.1. Complot y paranoia 65 5.2. Racionalidad delirante 67 5.3. Destruir el “ellos” para salvar el “nosotros” 69 Capítulo 2 Del discurso incendiario a la violencia inmolatoria

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1. El trampolín intelectual 1.1. La creación de mitos doctos 1.2. ¿Los intelectuales van a la guerra?

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2. El tiempo de la legitimación política 82 2.1. El acceso de Hitler al poder 83 2.2. Milosevic y el sueño de la “Gran Serbia” 84 2.3. Kayibanda y la formación del Estado ruandés 85 2.4. Los profetas del caos 87 2.5. Alimentar el miedo y el resentimiento: el rol de los medios 91 2.6. El árbol venenoso de la propaganda 95


3. De lo religioso a lo inmolatorio 98 3.1. Alemania: la soledad de Dietrich Bonhoeffer 99 3.2. La Iglesia ortodoxa y el “martirio serbio” 101 3.3. La Iglesia católica ruandesa: entre el apoyo al régimen y las contradicciones internas 103 3.4. La refundación inmolatoria del “nosotros” 105

Capítulo 3

Contexto internacional, guerra y medios

4. Lo social: entre la adhesión, el consentimiento y la resistencia 4.1. La “espiral del silencio” 4.2. La descomposición del vínculo social 4.3. El rol del tercero

108 111 113 116

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1. Una estructura de oportunidades políticas 122 1.1. Estados modernos y masacres 124 1.2. La herencia de las violencias étnicas 126 1.3. Masacres y flujo de poblaciones 128 1.4. Derrumbe del Estado y violencias extremas 131 1.5. Ruanda-Burundi: los falsos gemelos étnicos 133 1.6. Serbia-Croacia: un tándem fratricida 136 1.7. Alemania nazi-Unión Soviética: el choque de los totalitarismos 137 1.8. La pasividad de la “comunidad internacional” 138 2. El vuelco hacia la guerra 2.1. La politización de la guerra 2.2. Hacia la conquista del “espacio vital” 2.3. La guerra contra los civiles 2.4. Hacia la destrucción de los inyenzis 2.5. Rechazar el engranaje fatal 2.6. El nuevo universo de la guerra

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3. El testimonio, ¿último recurso? 3.1. El exterminio de los judíos: descubrir el horror... y no hacer nada

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3.2. Bosnia: saber... y disimular 3.3. Ruanda: saber... y partir 3.4. El supuesto “efecto CNN” y la indiferencia de los Estados Capítulo 4

Las dinámicas de la masacre

162 166 171 175

1. Sobre el proceso de decisión y sus responsables 176 1.1. Alemania nazi: la preeminencia de Hitler 178 1.2. Ruanda: una llamada pública al genocidio 180 1.3. Yugoslavia: la dislocación del sistema federal 183 1.4. ¿En búsqueda de la decisión? 186 2. De la organización de la masacre y sus actores 2.1. Alemania nazi: los guerreros ideológicos 2.2. Ruanda: “hacer el trabajo” 2.3. Serbia: fuerzas armadas alternativas 2.4. Prácticas organizadas y autónomas 2.5. El símbolo de Srebrenica 3. De la indiferencia colectiva a la participación popular en las masacres 3.1. La suerte de los judíos, entre hostilidad e indiferencia 3.2. Ruanda: la masificación del asesinato 3.3. El autismo de la población serbia 3.4. La defensa territorial 3.5. Salvadores comunes 3.6. Resistir, la fuerza de la desesperación

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4. Las morfologías de la violencia extrema 230 4.1. Del Estado amenazado al Estado amenazante 232 4.2. De la destrucción parcial a la destrucción total 234 4.3. Tecnologías de la masacre 238


Capítulo 5

Los vértigos de la impunidad

Capítulo 6

Los usos políticos de las masacres y genocidios

243 1. Las metamorfosis del paso a la acción 1.1. Masacrar, saquear, hacer negocios 1.2. Una socialización con vistas a la violencia 1.3. Convertirse en matador en el campo de batalla 1.4. ¿En qué piensan al masacrar? 1.5. Disonancia cognitiva y racionalizaciones 1.6. Las legitimaciones divinas

245 247 249

2. El dispositivo de vuelco a la masacre 2.1. El delito de obediencia 2.2. La conformidad con el grupo

261 261 265

3. El doble aprendizaje de la masacre 3.1. El “Yo asesino” 3.2. Especialización de las tareas y profesionalización de las matanzas

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250 252 256 259

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4. Los perfiles de los matadores: reconsiderar la noción de “banalidad del mal” 4.1. Ejecutores comunes 4.2. La implicación de las mujeres y los niños 4.3. De la ambigüedad del mal 4.4. Retorno a la “banalidad del mal”

280 281 282 284 287

5. Violencias sexuales y otras atrocidades 5.1. Interpretaciones plurales e inciertas 5.2. Un cálculo racional 5.3. Hacia la violencia orgiástica 5.4. Del goce de la crueldad 5.5. El abismo de la “zona gris”

290 292 294 297 301 305

309

1. ¿Instrumentalizaciones de una palabra imposible de definir? 311 1.1. “Genocidio”: una herencia del derecho internacional 314


1.2. Ciencias sociales: los estudios pioneros 1.3. Liberarse del derecho 1.4. La “masacre” como unidad de referencia 1.5. Pensar los procesos de destrucción

317 321 323 325

2. Destruir para someter 2.1. De la guerra a la “gestión” de los pueblos 2.2. Regímenes comunistas: la remodelación total del cuerpo social 2.3 El paradigma de “Camboya democrática”

328 329 331 334

3. Destruir para erradicar 335 3.1. Del uso de la cirugía en política 339 3.2. El paradigma de la Shoah 341 3.3. ¿Regímenes politicidas? 344 3.4. De la “limpieza étnica” al “genocidio” 345 4. Destruir para insurreccionarse 4.1. Las retóricas del terrorismo 4.2. El paradigma del 11 de septiembre de 2001 4.3. Candidatos “comunes” al sacrificio Conclusión

El “¡Nunca más eso!” que recomienza…

348 349 353 358

363 1. La prevención de las crisis: argumentos e ilusiones

364

2. Una ética de la responsabilidad

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3. La “revancha de las pasiones”

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Anexo I

Investigar sobre una masacre

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Anexo II

Las trampas de la comparación: equivalencia y unicidad

383

Anexo III

Una enciclopedia electrónica sobre las masacres y genocidios

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Agradecimientos

Este libro es el fruto de una lenta maduración que comenzó un día de julio de 1985, con la emoción experimentada durante mi visita a Auschwitz-Birkenau, y que, más tarde, se nutrió de otros viajes a Polonia, Alemania, Ruanda y distintos países de los Balcanes. Me parece imposible poder agradecer a todas las personas que, a lo largo de estos años, fueron importantes en la evolución intelectual de esta obra. Al menos no querría olvidar mi encuentro con el historiador francés Léon Poliakov, el cual, a propósito del genocidio de los judíos me confió esta “fórmula” que nunca olvidaré: “Puesto que el acontecimiento tiene una multiplicidad de causas, es imposible conocer la causa del acontecimiento”. Este pensamiento inspiró siempre mi posición de investigador con respecto al objeto estudiado. Iluminó mi itinerario en las ciencias sociales, operando como una suerte de invitación constante a la complejidad y a la humildad del procedimiento científico. Pienso también en esa mesa redonda sobre los genocidios y persecuciones masivas que yo había organizado en París, en marzo de 1986, con el mismo Léon Poliakov, Yves Ternon (para la Turquía de Talaat), Vladimir Berelowitch (para la URSS estalinista), Jean-Luc Domenach (para la China maoísta) y François Ponchaud (para la Camboya de Pol Pot). Hasta donde sé, este encuentro constituye la primera tentativa de discusión comparativa en Francia sobre las grandes masacres del siglo XX. Ahora bien, recuerdo que me sentí apasionado por los intercambios de ideas, y en esta reunión probablemente residan las primicias de este libro. Pero fue sin duda Pierre Hassner, quien, a fines de los años 1990, después de la defensa de mi tesis de habilitación para dirigir investigaciones en ciencia política (de la cual él había sido el director), despertó en mí el deseo y la voluntad de emprender un nuevo programa de investigación sobre este difícil tema, en el marco del CNRS. Por eso, le dedico este libro. En la fase final de la redacción de esta obra, me beneficié grandemente con las observaciones y comentarios de eminentes especialistas en los casos estudiados, quienes me hicieron el honor de leer el manuscrito e indicarme sus lagunas: Philippe Burrin (para la Alemania nazi), Jean-Pierre Chrétien, Marcel Kabanda y Claudine Vidal (para Ruanda), Joseph Krulic y Joël Hubrecht (para la ex-Yugoslavia). La consideración de sus observaciones y sugerencias enriqueció intensamente los análisis propuestos en este libro. Otros colegas, amigos o allegados, leyeron el texto en su totalidad o en parte: Annette Becker, Christiane Guiffrais, Sandrine Lefranc,

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Purificar y destruir

Christian Mellon, Géraldine Muhlman, Nicole Parisel, Valérie Rosoux y Rafiki Ubaldo. La pertinencia de sus observaciones me llevó, con mucha frecuencia, a hacer modificaciones a veces sustanciales para mejorar la precisión y la claridad del texto. Pero, como es obvio, soy el único que asume la responsabilidad de lo que está escrito en estas páginas. Durante los años de preparación de esta obra, hubo colegas que desempeñaron un papel importante para alentar y estimular mi investigación. Pienso en primer lugar en Michel Wieviorka, director del CADIS (EHESS), y en Christophe Jaffrelot, director del CERI (FNSP), que me acogieron en sus equipos en 2000 y 2004 respectivamente, lo cual hizo que este trabajo se beneficiara de una inserción institucional esencial para su éxito. El grupo de investigación “Faire la Paix: du crime de masse au peacebuilding”, que dirigí en el CERI junto con Béatrice Pouligny entre 2000 y 2002, fue un crisol intelectual particularmente estimulante. El apoyo de Pierre Muller, que me incitó a organizar un coloquio sobre “violencias extremas” en noviembre de 2001, en el seno de la Asociación francesa de ciencia política, fue un gran estímulo, puesto que este encuentro fue rico en enseñanzas, como consecuencia del diálogo entre las disciplinas representadas –de lo cual este libro sacó provecho–. El apoyo de colegas que ejercen responsabilidades importantes en la investigación francesa en ciencias sociales, tales como Patrick Michel en el CNRS y Gérard Grunberg en Sciences-Po, fue también una fuente esencial del reconocimiento de este trabajo, lo cual me dio todavía más energía para llevarlo a término. No quisiera olvidarme de los colegas extranjeros, que encontré principalmente en el marco de la International Genocides Scholars Association, con los cuales discutí ciertas ideas defendidas en este libro. En primer lugar, Omer Bartov (Brown University), Frank Chalk (Concordia University, Montréal), Ben Kiernan (Yale University), Henry Huttenbach (City University of New York), Eric Markusen (Holocaust and Genocide Studies, Copenhague), Robert Melson (Purdue University). Para reunir la documentación que nutre las numerosas notas a pie de página, diversas personas me aportaron su precioso conocimiento a lo largo de estos años. Así, mi reconocimiento va, particularmente, para Michael Aubeneau, André Bourdalet, Dominique Bretteville, Mauricette Coret, Jamila Elkhiat, Elisabeth Hopkins, Serge Kovanyko y Bernard Vidon. Por la conformación y la presentación del texto, estoy obligado a expresar toda mi gratitud a Caroline Longlet, muy especialmente a Ronaldo Hato y a Nathalie Tenenbaum, quien tuvo la temible tarea de acompañarme en la primera fase de redacción de este libro, con la responsabilidad de leer y releer el texto, de buscar y completar las referencias, de mejorar su presentación. Sin su preciosa y benevolente colaboración, esta obra simplemente no sería lo que es. Finalmente, más allá de la mirada que a veces le pido que eche sobre mi escritura, mi más profundo y caluroso pensamiento va para Lydie, quien se encuentra en la

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Agradecimientos

situación particularmente difícil de “soportar” (en el sentido inglés, bear, y español de este término), día a día, a un investigador apasionado por el conocimiento del ser humano y de sus conductas extremas.

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Palabras liminares por Eugenio Raúl Zaffaroni

Hay libros interesantes, otros útiles, pero algunos imprescindibles para la comprensión de ciertos hechos. A esta última categoría pertenece esta investigación de Jacques Sémelin en materia de genocidio. Aunque resulte extraño y hasta increíble, la criminología ha eludido largamente el tema del más grave de todos los crímenes y, por cierto, las investigaciones científicas al respecto –como la presente– no provienen de criminólogos. No obstante, son estas investigaciones las que, desde fuera de la criminología, la colocan en la necesidad de proceder a un decidido cambio de paradigma. Este estudio se centra en tres masacres estatales: la nazi, la de Ruanda y la de la ex-Yugoslavia. No obstante, sus observaciones y conclusiones se pueden aplicar sin mayor dificultad a otras muchas masacres de los dos siglos precedentes y aun a las más lejanas. Publicar esta obra en español contribuirá a esclarecer el complejo y peligroso funcionamiento de nuestros aparatos punitivos, pero también el de nuestra propia esencia latinoamericana. La criminología es un orden de conocimientos que surgió en los países centrales, o sea, en el seno de las potencias colonialistas, neocolonialistas o líderes del actual momento de poder planetario, llamado globalización. La incorporación de las masacres estatales a este saber producirá una inversión en la perspectiva, pues hará inevitable la devolución de la periferia al centro. A poco que reflexionemos, veremos que nuestra región se incorporó al mundo central como su periferia de poder, por efecto, y como resultado de sucesivos genocidios, masacres, desplazamientos masivos con diferente grado de coacción y crímenes contra la humanidad. Nuestros pueblos originarios fueron masacrados o esclavizados sin piedad, sus culturas fueron decapitadas. El poder colonizador se extendió por América y Asia y no se conformó con aniquilar a los pueblos originarios, sino que también transportó masivamente africanos para venderlos como mercancía, reducidos a máquinas de fuerza. Pero el grueso de nuestros colonizadores provenía de pueblos ibéricos reconquistados –o conquistados, según se mire–, a sangre y fuego, o bien de perseguidos europeos reclutados por los portugueses.

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Purificar y destruir

Luego, con el correr de las décadas y de los siglos, todos los otros grupos humanos que vinieron a nuestra región también fueron desplazados por genocidios, persecuciones sangrientas, hambrunas, miseria, guerras o penurias de todo género. En definitiva, configuramos hoy el mayor conjunto de víctimas de las atrocidades cometidas en todo el planeta, somos herederos de culturas victimizadas, que interactuamos en la misma o cercana lengua y, al mismo tiempo, sincretizamos nuestras cosmovisiones de los modos más originales y creativos. Lo cierto es que nuestros propios órdenes jurídicos asientan sus normas fundamentales (su Grundnorm) en masacres y genocidios y otros crímenes contra la humanidad, como si el tiempo tuviese la insólita capacidad de transformar un crimen en un título legitimante. Esta investigación muestra claramente cómo las propias agencias del poder punitivo fueron autoras, cómplices o encubridoras –en diferente medida, pero siempre activa– en la comisión de los crímenes que estudian. Los latinoamericanos conocemos esto por experiencia propia y no muy lejana, asistimos al triste espectáculo que ofrecieron las agencias que en el deber ser eran las responsables de nuestra seguridad y, por ende, de nuestra vida y se convirtieron en asesinas de masa. Más aún: sabemos por experiencia que nuestras instituciones armadas son capaces de autonomizarse y reproducir procesos de neocolonialismo, ocupando nuestros propios territorios y sometiendo, por medio del terror, a nuestros pueblos. Cada vez que el poder central planetario se ocupó de evitar que nuestros habitantes alcanzasen la condición de ciudadanos, o cuando decidió interrumpir o revertir su marcha hacia la ciudadanía, se valió de nuestras propias agencias de control punitivo para arrojarlas contra la población y controlarla a través del terror, mediante la comisión de crímenes masivos de estado. Nuestra región no conoció otro terrorismo más grave que el desatado por estas agencias ocupadas en contener el progreso social de nuestros pueblos. Con semejante historia a la vista, se nos impone que nuestra criminología sea necesariamente crítica, pues no puede dejar fuera de su ámbito a nuestros aparatos punitivos, so pena de quedar reducida al estudio del comportamiento de víctimas y de unos pocos deteriorados y psicópatas, con lo que perdería de vista la mayor causa de muertes violentas y de condicionamientos criminógenos de la región. Por cierto que nuestra crítica criminológica puede aprender mucho de la crítica central, pero no puede permitirse el lujo de quedar reducida a sus estrechos límites. Cabe suponer que la decidida introducción del genocidio al ámbito epistemológico de la criminología periférica (latinoamericana y africana) enriquecerá la crítica central, y posibilitará la evolución de la teoría criminológica hacia una comprensión más universal, que arroje nueva luz sobre los fenómenos particulares propios de los centros de poder mundial.

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Palabras liminares

Hasta muy recientemente, la criminología no se había animado a dar este gran paso. Su formidable omisión parecería dar tácitamente por cierto que el nazismo fue un camino especial (Sonderweg) irrepetible, en tanto que los casos de la ex Yugoslavia y menos aún el de Ruanda, tampoco han servido para sacudir la indiferencia criminológica. Si tenemos en cuenta que tampoco se había reparado en Armenia, en el Congo de Leopoldo II, en Camboya, en Bangladesh y ahora en Sudán, tanta omisión cobra, en alguna medida, un sentido sombrío, peligrosamente cercano a un negacionismo. Cuando la criminología se ocupaba solo etiológicamente de los delincuentes, al dejar fuera de sus límites al poder punitivo, tácitamente lo estaba legitimando, pues esa omisión presuponía que operaba de modo natural, como la lluvia, el viento o las estaciones climáticas. Cabe preguntarse ahora si la omisión de los crímenes de Estado masivos, pese a que causan muchas más muertes que las guerras y –por supuesto– que todos los homicidios privados, no constituirá acaso una nueva forma de legitimación o, al menos, una tácita tolerancia, al remitirlos, como otrora con el poder punitivo, a un campo de indiferente naturalización. El Sonderweg del nazismo tranquiliza la conciencia central; la consideración del caso de la ex-Yugoslavia como otro camino especial producto de problemas interétnicos ancestrales, es otro buen recurso para calmar la voz de la conciencia; en cuanto al resto de las masacres que tienen lugar lejos del centro, parecería que son atribuidas a culturas violentas, por no decir inferiores. Aunque nadie lo diga en voz alta, parecería que la criminología central no se ocupa de los genocidios cometidos en su propio territorio, por considerarlos algo así como accidentes políticos irrepetibles, y tampoco de los que tienen lugar lejos de su territorio, por considerarlos propios de culturas ajenas y particularmente violentas o no evolucionadas, aunque a veces los hayan ejecutado sus propios ciudadanos y aún sus propios monarcas. Creemos que en el fondo de esta enorme omisión no deja de latir un viejo sentimiento colonialista, no erradicado del todo del inconsciente del saber central. Por todo lo expuesto, nos parece que es urgente tarea de las criminologías periféricas de América Latina, de África y también de Asia, la incorporación de los genocidios al horizonte de proyección de nuestro saber y, como devolución al conocimiento criminológico central, emplazarlo en el mismo sentido. Esta nueva tarea necesita recurrir a las obras de los propios investigadores europeos y norteamericanos que, desde afuera del espacio criminológico, han investigado estos crímenes. Con urgencia debemos estudiar sus obras y ampliar sus conocimientos con la investigación comparada de nuestras propias y letales experiencias locales. La prevención de nuevas masacres nos demanda este esfuerzo en un siglo en que la capacidad destructiva se viene potenciando a pasos acelerados, lo que éticamente no nos permite eludir nuestra responsabilidad.

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Por esta razón, reiteramos la afirmación formulada al comienzo: la presente obra de Sémelin es un libro indispensable. La iniciativa y el apoyo de la Universidad Nacional de San Martín para su traducción y publicación marcan un hito en este género de estudios en toda el área de nuestra lengua, al tiempo que ponen en evidencia la sensibilidad, el nivel y el sentido de la nueva conciencia universitaria que se despierta desde el conurbano bonaerense. Nápoles, mayo de 2013

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Introducción

¿Comprender?

No soy ni judío alemán, ni tutsi de Ruanda, ni musulmán de Bosnia. Mis propias raíces están, por cierto, del lado de la Vendée. Pero la historia de las “Columnas infernales”, que vinieron a masacrar a lo chuanes sublevados contra la Revolución francesa, no formó parte de mi novela familiar. No escribo en nombre de alguna Historia comunitaria. Tampoco pretendo asumir la postura de ese historiador justiciero “encargado de la venganza de los pueblos”, brillantemente pintado por Chateaubriand.1 Si he consagrado varios años de trabajo al tema de este libro, lo hice como investigador, para contribuir a la comprensión de los enigmas de los genocidios. Por otro lado, estoy seguro de que muchos de mis contemporáneos se plantean las mismas preguntas: ¿cómo puede suceder?, ¿cómo se puede llegar a matar a miles, decenas de miles, hasta millones de individuos indefensos?, ¿y por qué, además, hacerlos sufrir, violarlos, martirizarlos antes de destruirlos? Reconozcámoslo: pueden habitar en nosotros pensamientos vengativos con respecto a tal o cual persona, por considerarla nuestro enemigo. Y tal vez podamos llegar a pensar en hacerlos sufrir, e incluso matarlos. Pero, afortunadamente, esa intención mortífera quedará en eso: en un estatus de fantasma. Entonces, ¿qué pasa cuando ese fantasma se convierte en realidad, cuando, además, no se trata solo de cometer una muerte, sino, aunque parezca imposible, una muerte masiva? El pensamiento vacila al borde del abismo de nuestra propia barbarie. A propósito de la Shoah, el cineasta Claude Lanzman resumió esas preguntas en una síntesis impresionante: “Entre el querer matar y el acto mismo, ¡hay un abismo!”. Precisamente, ese problema central del paso a la acción en el abismo genocida está en el corazón de los análisis propuestos en este libro; un paso a la acción comprendido no como una pulsión física, sino, más bien, como un proceso de vuelco, particularmente complejo, que implica dinámicas colectivas e individuales, de naturaleza política, social, psicológica, etc. ¿Pero no es peligroso querer elucidar ese enigma? ¿Hay que intentar comprenderlo? Algunos lo dudan, incluso le temen. Preconizan sobre todo cultivar la me1  “Cuando, en el silencio de la abyección, no se escucha resonar sino la cadena del esclavo y la voz del delator, cuando todo tiembla ante el tirano y es tan peligroso obtener su favor como merecer su desfavor, el historiador parecería encargado de la venganza de los pueblos. Es en vano que Nerón prospere. Tácito ya ha nacido en el Imperio”. F. R. de Chateaubriand. Mémoires d’outre-tombe. Paris, Gallimard, 1990; tr. esp. de Jesús García Tolsa. Memorias de ultratumba. Barcelona, Orbis, 1983.

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Purificar y destruir

moria, mantener vivos los testimonios de sufrimiento soportados por las víctimas. ¿Querer comprender? Seguramente, no. Porque eso sería entrar en la lógica de los verdugos, mostrar que estos tienen un rostro humano, encontrarles circunstancias atenuantes –en resumen, terminar excusando sus crímenes–. Tales reticencias no carecen de fundamentos. “Comprender no es perdonar”, respondió el historiador Christopher Browning en el inicio mismo de su obra maestra sobre la evolución de los policías alemanes de Hamburgo devenidos en ejecutores en masa de los judíos polacos. “Renunciar a comprender a los matadores en términos humanos convertiría en imposible no solo este estudio, sino toda la historia de la Shoah que no sea una caricatura”,2 agrega. Y recordemos esta frase del historiador francés Marc Bloch, escrita poco tiempo antes de que fuera ejecutado por el ocupante alemán: “Una palabra, para decirlo todo, domina e ilumina nuestros estudios: comprender”.3 Este procedimiento de comprensión se arraiga, por otro lado, en la experiencia misma de la masacre, cuando las víctimas se preguntan: “¿Qué sentido tiene todo esto?”, “¿por qué yo?”, “¿qué hice?”. Ahora bien, apenas llegado a Auschwitz, Primo Levi recibió esta áspera respuesta: “Acá no hay ningún porqué” (Hier ist kein warum).4 Es el predominio de una aparente incoherencia impuesta por los verdugos lo que transforma la voluntad de comprender, también en un deber moral. Negarse a comprender sería, entonces, reconocer el triunfo póstumo de los verdugos. Sería admitir que la intención de hacer el mal fue y sigue siendo definitivamente más fuerte que la que aspira a penetrar en sus misterios. Desde un punto de vista ético, tal posición es insostenible. En el nombre mismo de todos los que se preguntaron “¿por qué?”, tenemos un deber de comprensión. Este procedimiento comprensivo, lejos de disculpar a los que decidieron y ejecutaron las masacres, equivale, por otra parte, a plantear la cuestión de su propia responsabilidad en las matanzas. En efecto, no se puede considerar que aquellos obraron necesariamente y siempre por factores exteriores a ellos mismos, que sus conductas destructoras estaban, entonces, totalmente determinadas, como si se tratara de simples marionetas. Salvo excepción, no se los puede considerar más como “locos” porque, como se verá aquí, los verdugos fueron terriblemente normales. La cuestión es, más bien, comprender cómo llegaron a eso y qué significaciones (¿jus2  Ch. R. Browning. Des hommes ordinaires. Le 101e bataillon de réserve de la police allemande et la Solution finale en Pologne, trad. del inglés por Élie Barnavi. Paris, Les Belles Lettres, 1994, p. 9; tr. esp. de Monserrat Batista. Aquellos hombres grises. El Batallón 101 y la solución final en Polonia. Barcelona, Ehasa, 2002. 3  M. Bloch. Apologie pour l’Histoire ou le métier de l’historien. Paris, Armand Colin, 1974, citado en Ch. R. Browning, op. cit., p. 9; tr. esp. de María Jiménez y Danielle Zaslavsky. Apología para la Historia o El oficio de historiador. México, Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 143. 4  P. Levi. Si esto es un hombre, tr. esp. de Pilar Gómez Bedarte. Barcelona, Muchnik, 2002, p. 15.

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Introducción ¿Comprender?

tificaciones?) dan de sus compromisos. En suma, se trata de saber cómo individuos, inmersos en una situación social dada, van a interpretar esa situación y reaccionar… mediante la masacre. Es especialmente el método de la sociología comprensiva de Max Weber el que puede ayudarnos a realizar el estudio específico de esos “actoresverdugos”: más que las causas sociales objetivas, lo que cuenta para analizar sus conductas es, primero, el sentido o los sentidos que dan a sus acciones. Se ve aquí el aporte prometedor de la sociología para la comprensión de los procesos. Esta, sin embargo, ha descuidado ese campo de estudio y lo ha dejado a los historiadores. En 1989, el sociólogo inglés de origen polaco Zygmunt Baumann ya había insistido para que la sociología se dejase interpelar por ese “objeto sucio”, en la medida en que la historia misma de la Shoah, por su naturaleza, era capaz de renovar sus marcos de interpretación.5 Más ampliamente, diría que, más allá de la sociología, son las ciencias sociales las que deben internarse más sistemáticamente en este campo de investigación, dado que la destrucción de las poblaciones civiles es un fenómeno masivo en el siglo XX y que el siglo XXI ya en sus inicios parece seguir un camino parecido. Al inscribirse en tal perspectiva, esta obra descansa en un doble desafío. El primero es el de la comparación. Los trabajos sobre el exterminio de los judíos europeos dominan los estudios sobre el genocidio en general y son imprescindibles. Sin embargo, para hacer progresar la reflexión en ese dominio, el análisis comparativo es más que necesario, ya que comprender es también comparar. La metodología de la comparación es una de las raras posibilidades ofrecidas a las ciencias sociales para “testear” sus hipótesis, a falta de poder someterlas a un protocolo experimental. Así, me he decidido a añadir, al caso de la Shoah, el de Ruanda y el de Bosnia, a comienzos del los años noventa. Podría haber tomado otros. Por desgracia, no faltan ejemplos –que, por otro lado, serán evocados a veces, como los de los armenios del Imperio otomano o de la Camboya de Pol Pot–. Esta investigación, sin embargo, se ha limitado a esos tres casos para estar en mejores condiciones de proponer una reflexión profunda; lo cual ha exigido un esfuerzo considerable para dominar sus historias tan complejas.6 En general, los historiadores trabajan 5  Z. Baumann. Modernity and the Holocaust. Cambridge, Polito Press, 1989, tr. esp. de Ana Mendoza y Francisco Ochoa de Michelena. Modernidad y Holocausto. Madrid, Sequitur, 1997. 6  No pretendo, de ninguna manera, haber adquirido la erudición de colegas especializados en la historia de cada uno de esos casos. Me he beneficiado grandemente con sus consejos y comentarios y, por eso, me he sentido obligado a agradecerles al comienzo de esta obra. Sin embargo, notemos la distancia en el conocimiento historiográfico entre el caso de la Alemania nazi, por una parte, y los de Ruanda y Bosnia, por otra. Las investigaciones sobre la persecución y, después, el exterminio de los judíos ha producido miles de libros y artículos, mientras, diez años después de los hechos, los trabajos sobre las masacres en Bosnia y Ruanda verdaderamente no han alcanzado todavía su madurez. De esto resultan debates, muchas veces pasionales, entre los investigadores, con relación a los cuales he tratado de mantenerme aparte. Sin embargo, esto no me ha impedido afirmar mis propios análisis en función de los conocimientos adquiridos y los enfoques comparativos.

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de hecho sobre un período determinado en un país preciso que, por ende, conocen perfectamente. Pero, aquí, el lector podrá seguir tres historias en paralelo, cuyos trayectos, a veces convergentes, a veces divergentes, le serán mostrados. Porque la comparación no significa evidentemente que los casos sean equivalentes, sino, más bien, que a partir de cuestiones comunes, cada uno posee una historia singular. Comparar es diferenciar. Sin embargo, era necesario referirse a una noción común para desarrollar nuestra investigación. Evidentemente, el término “genocidio” venía inmediatamente a la mente: hasta tal punto su empleo se ha banalizado. Pero era precisamente el uso, con frecuencia abusivo de esta noción, lo que hacía problemática su utilización en ciencias sociales, por ser poco riguroso. Si el conocimiento de la naturaleza genocida del exterminio de los judíos europeos y de los ruandeses tutsis no planteó problemas, no fue lo mismo para el exterminio en Bosnia, considerado por algunos como un genocidio y, por otros, como una forma de “limpieza étnica”. ¿Pero resultaba inevitable, entonces, encontrarse enredado, desde el comienzo, con problemas de definición, cuando la ambición de este libro era, más bien, la de comprender mejor los procesos de vuelco hacia las formas de extrema violencia? Integrar el caso de Bosnia se verificaba como más interesante en ese aspecto, ya que uno tenía en cuenta tales desacuerdos. Rompiendo con cantidad de trabajos anteriores, he optado deliberadamente por invertir el procedimiento: en lugar de tratar la cuestión controvertida de la definición (o de las definiciones) de genocidio al comienzo de la obra, he preferido abordarla al final, apoyándome en la reflexión anterior. Esa opción me ha parecido más acertada, ya que a medida que la investigación progresaba, me he dado cuenta de que la noción de “masacre” era muy apropiada como término mínimo de referencia, como mínimo común denominador. Propongo aquí una definición empírica de ese término, de naturaleza sociológica, como forma de acción las más de las veces colectiva de destrucción de no combatientes. Por cierto, se puede objetar que esto no resuelve la cuestión de la definición del genocidio. A lo cual respondo que es precisamente uno de los desafíos de este libro el evaluar mejor en qué circunstancias una masacre o una serie de masacres puede evolucionar hacia una situación genocida. Este procedimiento me condujo también a interrogar la pertinencia de esta noción de genocidio, objeto hoy de todas las instrumentalizaciones, por lo que procedí a un examen crítico de casi la totalidad de los trabajos sobre el tema, desde la creación del término en 1944.7 El segundo desafío de esta obra es el de la multidisciplinariedad. En efecto, el fenómeno “masacre” aparece en sí mismo como tan complejo que convoca a una mirada multidisciplinaria: no solo la del historiador, sino también las del psicólogo, 7  En lo que atañe a estos problemas de definición y de comparación, dirigirse al último capítulo de este libro y al anexo II.

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el antropólogo, etc. Al respecto, la obra que más ha influido en mí es la ya citada de Christopher Browning. Si este construye su libro como “historiador”, analizando las operaciones de matanza de los judíos en manos de los policías alemanes, mediante una cronología fina, cuidando interpretar la conducta de esos hombres en su contexto específico, termina discutiendo sus comportamientos a la luz de ciertas teorías psicológicas, aptas para aclarar la comprensión del fenómeno. Esa apertura disciplinaria, reflexionada y matizada da a su escritura una profundidad real. He querido avanzar en esa misma perspectiva y me sentí más preparado para la tarea cuando adquirí, con el transcurso del tiempo, una formación multidisciplinaria, desde la psicología hasta la ciencia política, pasando por la historia contemporánea y la sociología de la comunicación. Sin embargo, la dificultad era lograr una escritura que no fuera demasiado “dispersa” y oscura. En suma, una escritura interdisciplinaria que, aun estando profundamente inspirada por esos diversos abordajes disciplinarios, evitase la jerga, propusiera un espacio común de conocimiento y, a fin de cuentas, mantuviera el hilo de la coherencia de un relato. Sobre este último punto, el del “hilo rojo” de la investigación, no hay ninguna duda de que esta obra tiene como punto de mira la cuestión del poder, desde un ángulo, en general poco analizado por la ciencia política: el del poder de destruir. Ahora bien, cuanto más avancé en la escritura de estas páginas, más tuve en cuenta la obra de Michel Foucault, cuando muestra que todo poder trata de dejar su marca en los cuerpos o que, a la inversa, el cuerpo es el receptáculo privilegiado de la voluntad de poder. Se sabe que Vigilar y castigar se abre con la ejecución pública de Damiens en la Plaza de Grève, el 2 de marzo de 1757, quien fuera condenado a muerte, luego de interminables suplicios, por haber atentado contra la vida del rey de Francia.8 Esta escenificación altamente ritualizada del sufrimiento corporal, según Foucault, apunta a restaurar de manera espectacular la integridad del poder real, momentáneamente herido por el gesto del criminal. Inspirándome en parte en este enfoque, sostendré que el acto de masacrar constituye la práctica más espectacular de la que dispone un poder para afirmar su trascendencia, marcando, martirizando, destruyendo los cuerpos de los que designa como sus enemigos. Sin embargo, mi objeto de estudio no fue el suplicio de un solo individuo, sino la masacre de centenares, de miles, incluso de decenas de miles de personas, si no fueron muchas más. Evidentemente, el poder político, que constituye la materia de este libro, no aparece como de la misma naturaleza que los poderes del siglo XVII y XVIII, analizados por Foucault. Se interesa, en primer lugar, por un poder que tortura el cuerpo para inspirar el respeto y la distancia, luego, demuestra cómo ese poder, en el siglo siguiente, tiende a suavizarse, e inventa nuevas ortopedias de la disciplina para asegurarse la 8  M. Foucault. Surveiller et punir. Naissance de la prison. Paris, Gallimard, 1975; tr. esp. de Aurelio Garzón del Camino. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.

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docilidad de los hombres, en cuerpo y en alma. En cambio, lo que he intentado analizar aquí son los poderes que, al no contentarse con ese control social, no vacilan en destruir los cuerpos en cantidad, en masa, apoyándose, para este fin, en retóricas que derivan del imaginario y lo sagrado. Si, entonces, Foucault ha descripto un Estado que encierra y controla, el propósito de estas páginas es comprender cómo esos Estados pueden, en ciertas circunstancias, impulsar, organizar, poner en movimiento lo que se podría llamar prácticas políticas de “purificación” y de destrucción del “cuerpo social”; prácticas ya observables en el siglo XIX, con el ascenso de los nacionalismos, pero que experimentan un desarrollo considerable en el siglo XX. ¿Es necesario añadir que ese poder de purificar y de destruir, incluso si uno se cree preparado para captarlo con todas las cuerdas de un saber interdisciplinario, conserva, a pesar de todo, un aspecto desconcertante? No se puede soslayar ese problema: los esfuerzos de los investigadores para comprender se pueden ver paralizados por el carácter espantoso de su objeto. Sin duda, se le podrá hacer observar que debía saber a qué atenerse… Pero ¿quién puede estar verdaderamente preparado para el choque del relato de crueldad, en su desnudez aterradora? Tanto más cuanto que el estudio del comportamiento de los verdugos incita inexorablemente al investigador a plantearse esta pregunta personal, por lo menos perturbadora: “¿Qué hubiera hecho yo si hubiera estado en su lugar?”. Entonces, la emoción puede realmente tetanizar el pensamiento. Con el tiempo, el investigador termina por recuperar su espíritu, su distancia. Pero ha adquirido la convicción aguda de que su trabajo, en las fronteras de lo humano y de lo inhumano, no carece de riesgos para sí mismo. Se trata precisamente de una exploración en los extremos, que pone en carne viva su sensibilidad, capaz de provocar en él actitudes igualmente extremas, de rechazo o de pasión. Por cierto, afirmar que el genocidio es “impensable aparece hoy como el gran estereotipo de todo discurso sobre el tema. Sin duda que el genocidio es pensable, demasiado pensable, desdichadamente. Al descubrir la riqueza y la profundidad de los trabajos que son presentados y discutidos aquí, no se puede dudar de los esfuerzos que han sido desplegados para comprenderlo. Sin embargo, la monstruosidad de los actos en general asociados con las masacres, suscita, es verdad, horror y repulsión. Todo ocurre entonces, como si cuanto más el investigador se aproxima al núcleo fundamental de la crueldad humana, más se encuentra confrontado con una suerte de “agujero negro”, refractario a todo conocimiento intelectual. Lo cual equivale a decir que este universo aparentemente insondable, convocará siempre nuevas investigaciones: tan propiamente desconcertantes son las conductas de los hombres en esas circunstancias. Es decir que el investigador debe dar prueba de modestia en sus interpretaciones y mostrarse siempre dispuesto a retomar su trabajo. Por consiguiente, invito al lector a seguirme por estos caminos sinuosos que conducen a los seres humanos desde la paz hasta la barbarie. No quiero tocar las

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cuerdas de la crueldad y del voyeurismo para retener su atención. Ya hay demasiados filmes y libros que explotan esas vertientes equívocas. Es cierto que no voy a poder evitar algunos hechos que, sobre todo, no conviene disimular. Pero no se tratará aquí de escenificarlos, de construir una estética del horror. No, más bien, he tratado de desnudar –fríamente– los procesos que pueden llevar a la destructividad humana masiva. De este modo, haremos una especie de viaje; partiremos de países que podrían ser los nuestros. No están en guerra (¿todavía?), pero su situación interior tiende a degradarse. En ese contexto cada vez más crítico, comienzan a difundirse discursos de odio. Luego, sin que uno se haya puesto en guardia, la gente se vuelca hacia la violencia: un pueblo se convierte en el verdugo de otro pueblo… a menos que no se convierta en el verdugo de una parte de sí mismo. Entonces, todo se vuelve posible. En cuanto al lector que vive en un país donde ya reina la violencia, donde el Estado no garantiza verdaderamente la seguridad e incluso designa a ciertos miembros como sus enemigos, espero que encuentre también algún interés en leer estas páginas. Lo que aquí se describe es posible que ya lo esté viviendo o lo haya vivido: por ende, podría hablar del tema mejor que yo. Pero, tal vez, descubra alguna cosa nueva a través de este trabajo de comparación entre países muy diferentes. Tal vez, al tomar noción de la desdicha de los otros, uno llegue a comprender, un poco mejor y bajo una luz diferente, su propia condición.

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Jacques Sémelin

Purificar y destruir Usos políticos de las masacres y genocidios ¿Cómo puede la violencia ser masiva? ¿De qué manera se construyen esos mecanismos dedicados pura y exclusivamente al asesinato? Estos son los interrogantes que Jacques Sémelin articula para poder “pensar” cómo, en la modernidad, los procesos de violencia han podido culminar en masacres y genocidios. Mediante un enfoque interdisciplinario y comparativo, su investigación aborda, concretamente, el Holocausto, la depuración étnica en la ex-Yugoslavia y el genocidio de los tutsis en Ruanda. Por la magnitud de la documentación y la riqueza de las referencias empleadas, sin lugar a dudas, este libro ofrece un acercamiento al misterio insondable de la comprensión humana.

CIENCIAS SOCIALES

“Aunque resulte extraño y hasta increíble, la criminología ha eludido largamente el tema del más grave de todos los crímenes y, por cierto, las investigaciones científicas al respecto –como la presente– no provienen de criminólogos (…). Publicar esta obra en español contribuirá a esclarecer el complejo y peligroso funcionamiento de nuestros aparatos punitivos, pero también el de nuestra propia esencia latinoamericana”. Eugenio Raúl Zaffaroni


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