RAMIRO SEGURA
CIENCIAS SOCIALES S E R I E INVESTIGACIONES
Vivir afuera Antropología de la experiencia urbana
Yo también pensé que él vivía afuera… Fogwill, Vivir afuera
CIENCIAS CIENCIAS SOCIALES SOCIALES
Vivir afuera
Colección: Ciencias Sociales Serie: Investigaciones Director: Máximo Badaró Segura, Ramiro Vivir afuera: Antropología de la experiencia urbana / Ramiro Segura; con prólogo de Alejandro Grimson. 1a edición San Martín: Universidad Nacional de General San Martín. UNSAM EDITA, 2015. 176 pp.; 21x15 cm. - (Ciencias Sociales. Investigaciones / Máximo Badaró) ISBN 978-987-1435-94-4 1. Antropología. 2. Geografía. 3. Etnografía. I. Alejandro Grimson, prolog. II. Título CDD
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1ª edición, julio de 2015 © 2015 Ramiro Segura © 2015 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de General San Martín Campus Miguelete. Edificio Tornavía Martín de Irigoyen 3100, San Martín (B1650HMK), provincia de Buenos Aires unsamedita@unsam.edu.ar www.unsamedita.unsam.edu.ar Diseño de interior y tapa: Ángel Vega Edición digital: María Laura Alori Corrección: Javier Beramendi Se imprimieron 500 ejemplares de esta obra durante el mes julio de de 2015 en Imprenta Dorrego, Av. Dorrego 1102, CABA, Argentina Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723 Editado e impreso en la Argentina Prohibida la reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores.
RAMIRO SEGURA
CIENCIAS SOCIALES
Vivir afuera
Antropología de la experiencia urbana
SERIE INVESTIGACIONES: COMITÉ ACADÉMICO
Aguilera, Oscar Universidad Católica del Maule, Chile Barrancos, Dora Universidad de Buenos Aires, CONICET, Argentina Besserer, Federico Universidad Abierta Metropolitana-Unidad Iztapalapa, México Borges, Antonádia Universidade de Brasília, Brasil Burchardt, Hans-Jürgen Universität Kassel, Alemania Caetano, Gerardo Universidad de la República, Uruguay Calvo, Ernesto Maryland University, EE. UU. Carvalho Rosa, Marcelo Universidade de Brasília, Brasil Forment, Carlos The New School for Social Research, EE. UU. Goebel, Bárbara Ibero-Amerikanisches Institut, Alemania Grimson, Alejandro Universidad Nacional de San Martín, CONICET, Argentina Gutiérrez, Ricardo Universidad Nacional de San Martín, CONICET, Argentina Jelin, Elizabeth Instituto de Desarrollo Económico y Social, CONICET, Argentina Obarrio, Juan Johns Hopkins University, EE. UU. Pecheny, Mario Universidad de Buenos Aires, CONICET, Argentina Sabato, Hilda Universidad de Buenos Aires, CONICET, Argentina Theidon, Kimberly Harvard University, EE. UU.
A Elena y a nuestro hijo, Lisandro
AGRADECIMIENTOS
Este libro tiene su origen en la tesis doctoral que escribí y defendí hace cinco años. Muchas cosas han cambiado en el tiempo transcurrido –entre ellas, el texto que ahora se publica–; pero otras persisten, como las personas y las instituciones a las que deseo agradecer. En este sentido, reitero mi agradecimiento a tres personas que han sido fundamentales en mi proceso formativo como investigador. A Virginia Ceirano, quien me posibilitó dar los primeros pasos en la investigación y la docencia universitaria en la Universidad Nacional de La Plata. Incansable y apasionada formadora; Virginia nos dejó hace unos años y somos muchos los que lamentamos su partida y reconocemos su valía. A Elizabeth Jelin, por su envidiable vocación pedagógica que despliega en el Programa de Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de General Sarmiento y el Instituto de Desarrollo Económico y Social, manifiesta en su predisposición a escuchar, leer y orientar, y por el apoyo que siempre sentí de su parte para todos mis proyectos. A Alejandro Grimson, quien como director de la tesis contribuyó con su agudeza analítica y con su compromiso para leer mis ideas y ayudarme a mejorarlas. Para mí, es un placer compartir desde hace años proyectos y espacios de trabajo y aprendizaje en el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín con Alejandro, quien me incentivó constantemente para que este libro finalmente se publicara. El Programa de Doctorado UNGS-IDES constituyó un ámbito inmejorable para realizar el doctorado. Mi agradecimiento para Rossana Reguillo, Silvia Sigal, Verena Stolcke y Adrián Gorelik, quienes realizaron productivas sugerencias y observaciones en distintos momentos del desarrollo de la investigación. Quiero agradecer especialmente a Sabina Frederic, María Carman, y Gabriel Kessler, evaluadores de la tesis, quienes en esa instancia realizaron valiosas sugerencias que procuré seguir en la elaboración de este libro. El Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (IDAES/UNSAM) constituye mi lugar de trabajo como Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET),
donde además enseño Antropología Urbana en la Licenciatura en Antropología Social y Cultural. Desde hace años, el IDAES representa para mí un ámbito de diálogo y de crecimiento intelectual. Quiero agradecer especialmente a Máximo Badaró, quien me invitó a transformar la tesis en libro. Y a UNSAM EDITA, que hizo posible la publicación de este libro. La Universidad Nacional de La Plata no es solo la institución en la que me gradué, sino un lugar en el que trabajo desde hace más de quince años. Quiero agradecer a la totalidad de compañeros y compañeras de la cátedra de Antropología Social 1 de la Facultad de Trabajo Social. Y a los integrantes del Laboratorio de Estudios en Cultura y Sociedad (LECyS), con quienes compartimos distintos proyectos de investigación. La oportunidad de realizar una estadía posdoctoral en la Red de Investigación sobre Desigualdades Interdependientes en América Latina (desiguALdades.net) en la Freie Universität de Berlín durante casi un año constituyó una instancia de reflexión fundamental para la producción de este libro. Quiero agradecer muy especialmente a Sérgio Costa, del Instituto de Estudios Latinoamericanos (LAI) de la Universidad Libre de Berlín y a Bárbara Göbel, directora del Instituto Iberoamericano de Berlín, por su camaradería y generosidad durante mi estadía. Y a Anne Huffschimd, de la Freie Universität de Berlín, con quien no solo compartí momentos maravillosos en Berlín, sino que nos une la pasión por comprender “lo urbano”. También deseo agradecer a mis colegas Santiago Bachiller, María Carman, Cristina Cravino, Carla del Cueto, Jaime Erazo Espinoza, Cecilia Ferraudi Curto, Andrea Gutiérrrez, Frank Mueller, Jerónimo Pinedo y Neiva Vieira de Cunha, con quienes comparto la pasión por los estudios urbanos y con quienes nos hemos encontrado en distintas latitudes, instituciones e instancias de intercambio a lo largo de los años. Por supuesto, hay personas con las que he compartido y comparto alguno o varios de los ámbitos mencionados, pero que el vínculo que nos une los trasciende. Se trata de amigos antes que de colegas (en términos no solo afectivos, sino también cronológicos), con quienes me es imposible establecer límites precisos entre los libros y la vida. Quiero agradecer a Sergio Caggiano por esa larga e interminable charla que, como a él le gusta recordar, comenzó hace más de quince años con una discusión acerca del marxismo inglés. Si por definición no hay ideas propias, esta regla se cumple estrictamente en relación con Sergio, con quien vivimos hablando y discutiendo sobre los libros, la ciudad y la vida. En la misma dirección, quiero agradecer a Mariana Chaves, con quien nos une una amistad que comenzó hace mucho tiempo en “el museo” cuando inicié mi carrera de grado y que luego me allanó muchos caminos cuando di mis primeros pasos en la investigación. Mariana ha sido una interlocutora constante acerca de una pasión común: la antropología y la ciudad. Juntos
hemos compartido y compartimos clases, cursos, escritos, libros, trabajo campo, proyectos, viajes y congresos. Resulta difícil ordenar todo eso, ponerlo por escrito; aunque hoy solo quiero agradecerlo. También quiero agradecer a Cristián Jure y a Mariel Cremonesi, por hacerme sentir siempre como en casa; a Mariana Speroni, por recordarme sutilmente los vínculos entre pensamiento y estética; a Néstor Artiñano, por mostrarme, quizás sin proponérselo, de otro modo la vida. Mi familia ha sido un soporte fundamental a lo largo de toda mi vida, posibilitándome estudiar en la universidad y brindándome apoyo en todos mis emprendimientos. Este libro no es la excepción. Quiero reconocer mi agradecimiento y afecto para “mis viejos”, Carlos y Matilde, así como para mis hermanos, Facundo y Dolores, y mis sobrinos, Augusto y Juana. A Elena Bergé, por el amor que nos une y por la felicidad de estar juntos. Y a Lisandro, nuestro hijo, quien está en camino mientras escribo estas notas.
PRÓLOGO
por Alejandro Grimson
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INTRODUCCIÓN
1. Presentación 2. El retorno del habitante en los estudios urbanos 3. ¿Antropología en la ciudad o antropología de la ciudad? 4. Sobre el concepto de “experiencia” 5. Antropología de la “experiencia urbana” 6. Antropología, periferia y experiencia urbana
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1. Introducción 2. La forma: ¡esto no es una ciudad! 3. El devenir urbano de la forma 4. La persistencia de la forma y sus omisiones 5. Desestabilizar la forma
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1. Hacia un territorio desconocido 2. La producción de la periferia 3. Habitar la periferia: una experiencia común 4. Experiencias comunes, temporalidades diferenciales y límites barriales
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1. Introducción 2. Las imágenes de la ciudad como problema interpretativo 3. Los vacíos de Garnier 4. Los dibujos de la ciudad 5. El mapa y sus efectos 6. El cuadrado como clave de lectura de la ciudad 7. El punto de vista periférico 8. Vivir afuera: las significaciones de las imágenes de la ciudad
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Antropología de la experiencia urbana
CAPÍTULO 1
La persistencia de la forma. Historia material y representaciones sociales de la ciudad CAPÍTULO 2
La periferia segregada: una experiencia común
CAPÍTULO 3
Cartografías discrepantes. La ciudad vista desde la periferia
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CAPÍTULO 4
La trama relacional de la periferia. La figuración “establecidos-outsiders” revisitada
CAPÍTULO 5
La experiencia de la desigualdad urbana. Segregación socioespacial, estigmatización y movilidad cotidiana
EPÍLOGO
La experiencia urbana en la investigación de la verdad contemporánea
BIBLIOGRAFÍA
1. Introducción 2. Los cambiantes usos de barrio 3. Tiempo de residencia y límites (sociales y simbólicos) 4. Establecidos y outsiders 5. La “figuración establecidos y outsiders” revisitada 6. Hacia una lógica de la heterogeneidad
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1. Espacio urbano y desigualdad: más allá de la segregación residencial 2. Una topografía del afuera 3. La ciudad, escenario de desplazamientos 4. Lógicas de circulación por la ciudad 5. Los sentidos de “salir” 6. Relaciones de tránsito, interacciones y estigmas 7. Clase, juventud y estigmatización 8. Estructuras de interacción y efectos de lugar
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1. El futuro de (los estudios sobre) la ciudad 2. Tres ejes para pensar la experiencia urbana 3. Acontecimiento y ciudad. Notas sobre La Plata después de la inundación
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PRÓLOGO por Alejandro Grimson
Este libro es una contribución crucial para la renovación de la antropología urbana y los estudios urbanos en la Argentina, así como en la región. Explora y analiza la ciudad en su conjunto: sus fronteras, sus íconos, sus desbordes, los modos en que fue imaginada, soñada, los modos en que hace soñar y sufrir. Ciudad planificada, cuadrada, diagonal; monumental, moderna; ciudad noporteña, orgullosa, de un interior a veces dudoso; ciudad sobrepasada, con excedentes humanos y urbanos que se escapan del plano. La historia de la mirada sobre la ciudad es de convergencias. Puede ser narrada de mil modos, pero en todos ellos serán nombradas las más diversas disciplinas: geógrafos y economistas, historiadores y sociólogos, filósofos y politólogos. ¿Quién podría permanecer indiferente a este capítulo interminable del sedentarismo? En alguna parte, Lévi-Strauss dijo que la revolución industrial era muy poca cosa comparada con la revolución neolítica. El fin del nomadismo como forma de procurar la reproducción, el inicio del cultivo y de la crianza de animales. Y allí, entre las casas, una iglesia, un mercado, una plaza. Muy cerca, algún río. Y todas las ciudades posibles. Todas las urbes imaginables y también inimaginables. Porque cualquier cosa que sea el ágora de La Plata hoy en día, nos permitimos dudar de que haya podido ser preconcebido desde alguna polis griega. Quisiera narrar en uno o unos pocos párrafos la breve historia de la antropología urbana en nuestro país. No por capricho, sino porque este libro se integrará en esa historia y marcará un hito. Como se sabe, la antropología se dedicaba a otras cosas en sus inicios. A islas perdidas en la Melanesia, a tribus africanas más o menos aisladas, a grupos indígenas amazónicos o relativamente apartados, o a grupos indígenas muertos. Digamos al pasar que esto generaba tanto entusiasmo que en aquel trabajo con ruinas a veces participaban los descendientes de los homenajeados, pero no eran reconocidos como tales. Eso ofrece una imagen de por qué era tan exotista la antropología: allí donde el otro estaba entre nosotros se lo diluía, para que el otro pudiera ser un otro radical, originario pero muerto. No era un contexto especialmente alentador 15
Vivir afuera. Antropología de la experiencia urbana
para que alguien se internara por las calles de la ciudad o los pasillos de la villa y describir aquello que vive entre nosotros, o donde nosotros vivimos. Hay otra cara de la historia de la antropología, complementaria de esta. Fue en ese viaje hacia las sociedades no occidentales donde se forjaron teorías y metodologías para abordar y comprender otros puntos de vista. Para familiarizarse con lo extraño. Y es de allí mismo que habrían de beber quienes, una vez derrumbada la frontera que limitaba a la antropología, proyectaron esas teorías y metodologías, con los debates que suscitan, sobre nuestra sociedad contemporánea. De hecho, el libro de Hugo Ratier Villeros y villas miseria desplaza una frontera de la antropología al tomar tanto a las villas como a los Cabecita negra (su otro libro de la misma época) como objeto de estudio de la disciplina. Esa picada abierta por Ratier, sin embargo, demoraría años en ser cruzada por otros. Básicamente, en aquella misma década del setenta, pocos y extraordinarios antropólogos estaban realizando también estudios innovadores en otras partes del país. Poco después, la antropología se tornó impracticable, además de atacada y perseguida. Entre los grandes debates de las diferentes disciplinas, se encontraban por entonces tres temas cruciales. Uno, la cuestión de la marginalidad, analizada por Germani y creativamente por Nun en un texto pionero. Dos, la influencia de la idea de Castells respecto de la tensión y complementación entre el ámbito de producción (la fábrica, el trabajo) y el ámbito de la reproducción (el barrio). Este último, mostraba Castells, condensaba conflictos sociales dinámicos y planteaba nuevos desafíos teóricos y políticos. En tercer lugar, la emergente preocupación por los nuevos movimientos sociales, con la influencia de Touraine en varios sociólogos argentinos. En particular, en el caso de Jelin esta relación implicó preocupaciones que incluían las formas de organización microsocial en espacios barriales, y su capacidad política. En esos años, Esther Hermitte coordina un estudio sobre villas miseria y barrios populares, que consiste en la primera incursión antropológica sobre la cuestión urbana en la década del ochenta. Participaron de esa experiencia y dejaron textos relevantes Guber, Casabona, Tiscornia, Boivin y Rosato. Gravano y Guber publicaron después un libro sobre la tensión entre la villa y el barrio. Si lo pensamos desde el punto de vista del barrio, tres renovaciones ineludibles que provienen de la sociología son los trabajos de Merklen, Auyero y Svampa y Pereyra. Esa renovación dialoga con estudios propios de la antropología social, como el de Sabina Frederic, Buenos vecinos, malos políticos, que tiene la peculiaridad de no considerar a las villas en sí, sino en el panorama urbano más general del municipio. Siempre se habían mirado las relaciones desde el punto de vista de la villa, pero Frederic mira también la villa desde el punto de vista central. 16
Prólogo
Por otra parte, el estudio de Lacarrieu sobre el barrio de La Boca y los trabajos de María Carman sobre el Abasto, la villa gay y, en general, sobre las trampas de la naturaleza y la cultura vienen a instalar otras agendas de investigación, vinculadas a la cultura, el patrimonio y las transformaciones urbanas. A mi criterio, a partir de allí, incluyendo mi propio trabajo, los estudios antropológicos se multiplican: la ciudad como escenario, pero también la ciudad como objeto de estudio. Antropología en la ciudad y antropología de la ciudad. Los primeros son, si no innumerables, inabarcables al menos para un prólogo de este tipo. Solo, a riesgo de ser injusto, mencionaré los estudios de Pablo Semán porque ha propuesto modos innovadores de analizar las culturas de los sectores populares mediante intersecciones entre cosmologías, política y territorialidades. Los segundos proponen diversas perspectivas que marcan la emergencia de una nueva generación de antropólogos. Este libro, creo, es uno de los mayores aportes en el marco de esas nuevas cartografías urbanas. Ramiro Segura despliega en esta obra su especial conocimiento de las teorías sociales sobre la ciudad combinado con un exhaustivo trabajo de campo. Un trabajo de campo que, con todas las virtudes de la tradición, entremezcla la producción de datos con otros materiales menos visitados por la tradición antropológica. Así construye las experiencias de vivir en la ciudad, de vivir afuera. Realiza aportes a los debates sobre segregación y a los debates sobre las relaciones entre establecidos y outsiders. Segura mira la ciudad como un todo, recurriendo a la historia de la mirada totalizadora en términos heurísticos de la antropología, así como a su historia teórica sobre el espacio social. Pero en la construcción de una antropología de la ciudad, Segura apela y recupera los aportes de Harvey, Williams, de Certau o Gorelik, lo cual le permite generar una tensión productiva entre el modo en que Beatriz Sarlo aborda Buenos Aires y la especificidad del aporte antropológico. Por eso, Segura estudia en La Plata, pero no estudia La Plata, parafraseando a Geertz. En un espacio urbano específico, muy específico por haber sido planificado y por su desarrollo histórico, Segura introduce los distintos puntos de vista sobre el espacio, multiplicidad característica de la antropología tal cual él la entiende. Así, tenemos en nuestras manos un libro que introduce conceptos, como cartografías discrepantes, que podrían y deberían ser aplicados a otros espacios urbanos. Segura combina de modo ejemplar el análisis de lo que denomina la ciudad como mosaico y la ciudad como flujo. Hay una heterogeneidad constitutiva de la experiencia urbana, que la mirada desde la periferia y desde los márgenes viene a enfatizar. Pero no se trata de un pluralismo estable ni esencial, sino de una heterogeneidad inestable y dinámica. Ni la diferencia ni sus interrelaciones resultan ajenas a las desigualdades de poder. Es sobre esa base que Segura construye su propuesta conceptual de experiencia urbana y los ejes de análisis. Por ello, este libro tiene el valor peculiar 17
Vivir afuera. Antropología de la experiencia urbana
de aquellos que realizan propuestas teóricas basadas en un diálogo fluido entre el trabajo de campo y los debates del análisis social contemporáneo. Sobre esta ciudad planificada y desbordada, utópica y distópica, organizada e inundada, Segura construye con cimientos sólidos una mirada renovadora sobre la experiencia del espacio urbano. En ese movimiento, su aporte antropológico trasciende, como se verá, los límites de la ciudad.
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Introducción
ANTROPOLOGÍA DE LA EXPERIENCIA URBANA Los espacios se han multiplicado, fragmentado y diversificado. Los hay de todos los tamaños y especies, para todos los usos y para todas las funciones. Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse. Georges Perec, Especies de espacios
1. Presentación Este libro ensaya un abordaje antropológico de la vida urbana. Resultado de una investigación desarrollada entre los años 2007 y 2010 en la ciudad de La Plata, tiene por finalidad comprender la experiencia urbana de sus habitantes, colocando la mirada de manera particular –aunque no exclusivamente– en los habitantes de la periferia urbana. Vivir afuera –expresión recurrente en los modos de significar la experiencia de la ciudad por parte de los habitantes de la periferia– condensa una “estructura de sentir” (Williams, 1997) cuyos trazos y tensiones se irán delineando en las páginas que siguen a partir de un doble ejercicio interpretativo que supuso analizar las relaciones existentes, tanto entre los habitantes y la ciudad como entre los propios habitantes en la ciudad. La antropología como disciplina siempre ha tenido una relación compleja con las preguntas y los problemas que se abordan en este libro. Mientras encontramos una temprana –y productiva– reflexión antropológica acerca de la construcción social y cultural del espacio, solo de manera tardía en comparación con otras disciplinas (urbanismo, historia y sociología, entre otras), la antropología comenzó a tomar a la ciudad y a las formas de vida urbanas como objetos de análisis y reflexión. Atento a estas tensiones, este libro parte de la convicción y el desafío de que la antropología urbana es urbana, pero fundamentalmente es antropología. Y precisamente por esto, busca mostrar no solo cómo la mirada antropológica enriquece la comprensión del urbanismo, al indagar dimensiones de los procesos urbanos habitualmente minimizados por otras disciplinas que tienen el centro de su reflexión en lo urbano, sino también señalar las vías por las cuales el 19
Vivir afuera. Antropología de la experiencia urbana
fenómeno urbano presenta desafíos analíticos, conceptuales y empíricos para la mirada antropológica, tradicionalmente desarrollada en contextos no urbanos. La antropología urbana como campo específico se consolida de manera tardía entre las décadas de 1960 y 1980, dependiendo de las distintas tradiciones nacionales metropolitanas. Esto se debió a la persistencia de una doble exigencia, a partir de la cual la antropología clásica construyó sus objetos de investigación. Por un lado, lo que podríamos denominar exigencia de holismo, es decir, la búsqueda por conocer un grupo social en su totalidad y, por lo tanto, la tendencia a realizar investigaciones de campo en agrupamientos sociales de escala reducida. Por el otro, lo que podríamos llamar exigencia de alteridad (y, muchas veces, de exotismo), es decir, la comprensión de “otros” distintos del investigador, donde la propia distancia social y cultural entre el sujeto y el objeto aseguraría cierta objetividad o, al menos, la ausencia de implicación. De esta manera, mientras el holismo como horizonte deseable llevó a formular la pregunta: ¿cómo estudiar antropológicamente una ciudad?, la exigencia de alteridad llevó a interrogarse acerca de cómo trabajar con nuestros vecinos. En el caso de los estudios antropológicos latinoamericanos, sin embargo, la realización de trabajo de campo en contextos urbanos dentro de la propia sociedad del investigador ha sido una constante desde su propia constitución, debido fundamentalmente a la ausencia de territorios coloniales. Por esto, las “antropologías periféricas” solo parcialmente han cumplido con las exigencias de distancia, alteridad y comparación propias de las “antropologías imperiales”. Pese a todo, estas condiciones no han sido obstáculo para que las antropologías periféricas hayan investigado con éxito su propia sociedad y cultura, lo que muestra –siguiendo a Caldeira– “que la alteridad es menos una exigencia inmutable de método que un efecto de poder” (2001: 21). Este libro asume, entonces, que la interrogación antropológica de la ciudad disloca al urbanismo, apostando a pensar el fenómeno urbano desde otros puntos de vista, a la vez que lo urbano desafía a la antropología al poner a prueba sus conceptos y sus metodologías para la comprensión de la vida social en un contexto específico. 2. El retorno del habitante en los estudios urbanos Hace un tiempo, en un intento por sistematizar las últimas décadas de reflexión sobre la ciudad en el campo de las ciencias sociales, Guillerme Cantor Magnani (2002) señaló la existencia de dos tendencias dominantes. Por un lado, aquellas investigaciones que enfatizan los aspectos de desagregación de la ciudad manifiestos en el colapso del sistema de transporte, las deficiencias de saneamiento, los problemas de vivienda, la distribución desigual del 20
Introducción
equipamiento y el incremento de la violencia urbana, a partir fundamentalmente de variables cuantitativas e indicadores económicos, sociales y demográficos. Por otro lado, aquellas investigaciones que proyectan escenarios urbanos marcados por la sucesión veloz de imágenes, la superposición y el conflicto entre signos, la proliferación de redes y puntos de encuentro virtuales. Mientras el primer enfoque se centra principalmente en las grandes ciudades del mundo subdesarrollado, enfatizando la continuidad histórica de rasgos estructurales, el segundo enfoque, centrado en el análisis de las ciudades del mundo desarrollado, remarca la ruptura con el pasado como consecuencia de las transformaciones tecnológicas, la multiplicación de signos y las nuevas formas arquitectónicas. En el primer caso, la ciudad es producto del capitalismo salvaje; en el segundo, del capitalismo tardío. Aunque en relación con las demás ciencias sociales la antropología solo tardíamente consideró a la ciudad y la vida urbana como objetos legítimos de análisis, desde sus inicios la disciplina pensó al espacio como una dimensión fundamental de la vida social. Contra la habitual naturalización del espacio con la cual colabora el hecho de que este tenga dirección, área, forma, diseño, volumen y distancia como atributos clave, desde sus comienzos la antropología señaló el carácter de artefacto sociocultural del espacio (y también del tiempo), en el doble sentido de ser socialmente producido y, a la vez, marco fundamental que ordena la experiencia social. Paradójicamente, más allá de sus diferencias, ambas tendencias arriban a conclusiones semejantes en lo que respecta a la vida en las ciudades contemporáneas –supuestamente caracterizada por el deterioro de los espacios públicos, el incremento de la segregación, la evitación de contactos, etc.–, en las que los habitantes de las ciudades son precisamente los grandes ausentes en estas investigaciones. En un contrapunto con estas tendencias –aunque dialogando con sus resultados–, este libro ensaya una antropología de la experiencia urbana. Por esto, en términos generales, partimos aquí de asumir que el espacio (y también el tiempo) es un producto social resultado de las prácticas y procesos materiales vinculados con la reproducción de la vida social (Harvey, 1998). Constituye un marco para la experiencia que condiciona y orienta las prácticas sociales (Bourdieu, 2007) y es susceptible de ser transformado por estas. Precisamente por medio del análisis de la “experiencia urbana”, este libro busca pensar las relaciones entre espacio y sociedad sin reducir ni disolver uno de los dos términos, como sucede con los determinismos de corte sociológico (donde el espacio expresa materialmente la sociedad) o geográfico (donde la sociedad es expresión de las cualidades espaciales). Nos interesa, en cambio, captar las relaciones complejas entre espacio y prácticas sociales, en tanto el primero es un producto de las segundas: las orienta, pero puede ser transformado por ellas. 21
Vivir afuera. Antropología de la experiencia urbana
En su ya célebre propuesta de análisis condensada en La invención de lo cotidiano, Michel de Certeau (2000) sostiene que el análisis de las prácticas no supone necesariamente el retorno del individuo a las ciencias sociales; desde su perspectiva, es la relación (siempre social) la que determina los términos involucrados en ella (y no a la inversa), correspondiendo a la investigación identificar, describir y comprender “maneras de hacer” (entendidas como modos de operación o esquemas de acción) y no a los sujetos que son sus autores o sus vehículos. Incluso si acordamos en líneas generales con esta propuesta, en lo que respecta tanto a la crítica a las posiciones que colocan al individuo como fuente última (y muchas veces primera) del sentido y de la acción, como con el señalamiento del carácter social y relacional de la realidad humana, el trabajo que aquí se presenta pretende ser sensible a los habitantes de la ciudad, a sus trayectorias biográficas, a los escenarios y contextos en los que están insertos, a los modos en que estos los condicionan y, a la vez, a las formas en que son apropiados y modificados por ellos; en definitiva, se busca reponer los lugares socioespaciales desde los cuales los habitantes hablan, ven y viven la ciudad. No porque sean la fuente última de sentido, sino porque el análisis de la lógica práctica de sus quehaceres, representaciones y sentimientos socialmente producidos en la ciudad nos permite comprender –parafraseando a Ortner (1999)– no solo lo que está en la base de la acción, sino lo que la acción arriesga y genera. En definitiva, analizar la experiencia urbana de los habitantes de una ciudad no supone necesariamente el retorno del individuo, pero sí implica apostar por un acercamiento a la vida urbana que no entienda las representaciones y las prácticas sociales únicamente como actualización de un modo de operación o de un esquema de acción preexistentes, sino como instancias constitutivas de la vida social, con el doble carácter de ser producidas socialmente y socialmente productivas. 3. ¿Antropología en la ciudad o antropología de la ciudad? El lugar de estudio no es el objeto de estudio. Los antropólogos no estudian aldeas (tribus, pueblos, vecindarios...); estudian en aldeas. Clifford Geertz, La interpretación de las culturas
Un debate que atraviesa la antropología urbana se condensa en la oposición entre una antropología en la ciudad y una antropología de la ciudad. Mientras la primera hace alusión a trabajos antropológicos desarrollados en contextos urbanos que no problematizan la ciudad como artefacto sociocultural ni se detienen a pensar el lugar de las configuraciones espaciales en la vida social, apareciendo de este modo la ciudad como telón de fondo o escenario de la 22
Introducción
acción social; la segunda –en las posiciones exclusivistas, la “verdadera” antropología urbana– toma como foco de análisis la ciudad. En el marco de este debate, el epígrafe de Clifford Geertz podría ser interpretado como una muestra más del habitual y generalizado desdén de la antropología metropolitana –en este caso, por parte de una de sus voces más autorizadas– por la cuestión urbana. Si bien a nivel “superficial” esta interpretación puede ser parcialmente verdadera, a nivel “profundo” (para utilizar el arsenal de términos de los análisis geertzianos) la sentencia remite a una cuestión diferente que nos llevó largo tiempo asumir: no se estudian aldeas, y la aldea, cualquiera que sea su escala y sus características, puede ser un terreno más o menos propicio para formular un problema o una pregunta que en el caso aquí estudiado se vincula, paradójicamente, con “las aldeas”. Así, para decirlo de manera directa, la frase nos previene contra la tendencia a confundir el lugar de estudio con el objeto de estudio, que en el caso de la antropología urbana es más probable y frecuente, ya que, como venimos sosteniendo, toda antropología urbana que se precie de tal debería estudiar ciudades en ciudades. Aquello que la frase del epígrafe nos fuerza a explicitar es, entonces, el problema de investigación: ¿qué estudiar en una ciudad? E inclusive, ¿qué estudiar de la ciudad (en términos genéricos) en una ciudad concreta? Viéndolo desde esta perspectiva, a la vez que nos desafía, la frase de Geertz nos libra tanto de un imperativo disciplinar, el holismo, la pretensión (imposible) de dar cuenta de la totalidad, como de la necesidad de elección entre uno de los dos términos de la (a nuestro entender falsa) dicotomía entre antropología en la ciudad y antropología de la ciudad. En relación con la primera cuestión, si la pretensión de totalidad es problemática cuando trabajamos en una aldea, lo es más en el caso de una ciudad, no solo por su mayor escala, sino también –y fundamentalmente– por la dificultad de fijar los límites de cualquier ciudad, puesto que se cae en la equivocación de equiparar una ciudad con un sistema (o con una cultura) asignándole un territorio propio y autónomo, con límites claros y precisos, y con una lógica específica y singular que se manifiesta dentro de los límites de dicho territorio; es decir, el error de replicar el isomorfismo entre espacio, lugar y cultura (Gupta y Ferguson, 2000), propio de la antropología clásica. Por otro lado, en relación con la segunda cuestión, el análisis de la experiencia urbana, en tanto supone las relaciones y condicionamientos mutuos entre espacio urbano y prácticas de los actores sociales, nos permite evitar caer tanto en una antropología insensible al lugar del espacio urbano en la vida social, como en aquella otra que confunde la ciudad con la vida social. Sabemos que no existe “experiencia urbana” en estado puro; siempre sucede en algún sitio, se encuentra situada y posibilitada por una localización que, a la vez que la condiciona, es modelada por ella. Sin embargo, el recorte operado 23
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en este trabajo, las cuestiones sobre las que nos detendremos, si bien tienen en cuenta las peculiaridades locales, obtienen validez en relación con el objeto analítico más que en relación con el enclave empírico. Por esto, como se verá, la “suma de las partes” de este trabajo no componen una totalidad, no restituyen (en gran medida porque es imposible hacerlo) “la ciudad”, sino que buscan dar luz a ciertos problemas de la experiencia urbana contemporánea. Idealmente, el libro fue pensado como un laboratorio donde se ponen a prueba teorías; es decir, donde se encuentran y dialogan teorías que hablan (generalmente desde pocas ciudades) sobre la ciudad y las ciudades, con lo que ocurre con los modos de experimentar una ciudad por parte de distintos actores sociales. Por medio de esta operación buscamos también remarcar (y cuestionar) la “geografía de la teoría” que dominó largo tiempo los estudios urbanos. Desde una perspectiva poscolonial, Jennifer Robinson ha señalado recientemente la paradoja de una teoría urbana construida a partir de una espacialidad restringida (las historias y las experiencias urbanas europea y norteamericana), con pretensiones de conocimiento universal sobre las ciudades (Robinson, 2011). La aplicación de estas teorías en ciudades de otras latitudes, habitualmente, ha conducido (y conduce) a la conclusión de que estas pertenecen a una categoría diferente (y deficiente) de ciudad. Esto es particularmente relevante en el caso específico de la “experiencia urbana”, noción cuya fuerte carga normativa (cuando no etnocéntrica) radica en que la forma ideal de la vida urbana se encuentra generalmente asociada a algún universo cultural específico: habitualmente, la polis griega y su espacio público, o la modernidad clásica europea del siglo XIX –paradigmáticamente París– con sus tensiones, conflictos y horizontes futuros aún abiertos. De esta manera, este conjunto de imágenes subyace a distintos juicios (generalmente negativos) acerca de las ciudades contemporáneas, claramente alejadas en escala, población, conflictividad e inserción en el mundo económico de aquel universo cultural que se toma como instrumento de medida. Por más deseables que sean aquellas experiencias históricas, en el abordaje de una situación específica debemos abandonar (o al menos dejar en suspenso) semejante carga normativa, ese “deber ser” de la vida en las ciudades. Para apoyar esta posición, no está de más señalar la singularidad (pretendidamente universal) del urbanismo europeo occidental, muy diferente al oriental y al del continente americano. La nostalgia que a veces se intuye en muchos trabajos es por demás infundada, pues incluso en nuestro caso ni siquiera se trata de un paraíso perdido. Por esto, en lugar de estudiar las ciudades del “sur global” como casos empíricos interesantes por su anomalía respecto de los parámetros occidentales (lo que conduce necesariamente a un neo-orientalismo), se trata siguiendo a Ananya Roy (2013) de trabajar con geografías teóricas abiertas (que incluyen 24
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lo realizado en el norte) para producir una serie de conceptos que permitan reconocer la heterogeneidad y multiplicidad de las modernidades metropolitanas. Mezcla de particularidad y generalización, los conceptos y las teorías urbanos son producidos en lugares específicos –y esos lugares, como venimos diciendo, importan– y luego se encuentran sujetos a una historia de viajes, apropiaciones, préstamos y resignificaciones. Por eso, antes que una antropología de “la ciudad”, este libro condensa el ejercicio de una antropología de la experiencia urbana en una “ciudad ordinaria” (Robinson, 2002), entendida como un locus donde mirar procesos compartidos con otras ciudades así como particularidades locales y dialogar críticamente con conceptos construidos en otras latitudes. 4. Sobre el concepto de “experiencia” La noción de “experiencia urbana” corre el riesgo de transformarse en una “caja negra” donde incluir diversos fenómenos y procesos, en una metáfora que puede hablar simultáneamente de muchas cuestiones distintas. Por esto, se torna necesario explicitar el sentido en que será utilizada en este libro, sin pretender agotar un campo inmenso ni resolver un debate que lleva siglos desarrollándose en la filosofía, en torno a diversas cuestiones como las condiciones de posibilidad de la experiencia, las relaciones entre lenguaje y experiencia, el problema del sujeto de la experiencia, la experiencia como fuente de autoridad, entre otras ( Jay, 2009). En la historia semántica del concepto, Raymond Williams sostiene que durante el siglo XX es posible identificar dos posiciones extremas respecto de “experiencia”. En uno de los extremos, “la experiencia (presente) se propone como el fundamento necesario (inmediato y auténtico) para todo el razonamiento y análisis (subsiguientes)”; en el otro extremo, la experiencia “se ve como el producto de condiciones sociales, sistemas de creencia o sistemas fundamentales de percepción y, por lo tanto, no como material de las verdades, sino como evidencia de condiciones o sistemas que por definición ella no puede explicar por sí misma” (2000: 140). Ante este panorama, el desafío consiste en salir de la dicotomía: no se trata de sostener aquí la posibilidad de una experiencia inmediata, anterior al lenguaje; pero tampoco quedarnos con la proposición simétrica e inversa, que tiende a reducir y disolver la experiencia en el lenguaje. Y es precisamente en la obra de Williams donde encontramos un camino alternativo. Al mismo tiempo que reconoce que “no existe una forma natural de ver y, por lo tanto, no puede haber un contacto directo e inmediato con la realidad”, alerta contra las teorías lingüísticas y semióticas en las que “lo epistemológico absorbe 25
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totalmente a lo ontológico: es solo en nuestras formas de saber donde llegamos a existir” (citado por Cevasco, 2003: 163-164). La experiencia supone, en cambio, la comparación incesante entre lo articulado y lo vivido, la frecuente “tensión entre la interpretación recibida y su experiencia práctica” (Williams, 1997: 154-155), proceso que constituye una fuente para los cambios en las relaciones entre significante y significado. Comienza a delinearse el sentido en que usaremos experiencia en este libro. No como el (imposible) encuentro prístino entre sujeto y realidad, creencia que desconoce las mediaciones socioculturales en los modos de acercarnos a la realidad y supone el acceso a la “vivencia” en estado puro; tampoco como la fuente última del sentido y de la acción, posición que ignora las condiciones y las categorías desde las cuales se vive y se aprehende el mundo que nos rodea; menos aún como epifenómeno de las condiciones sociales e históricas. Experiencia remite aquí a los modos (eventualmente diferenciales) de ver, hacer y sentir (en nuestro caso, la ciudad y la vida en la ciudad) por parte de actores situados social y espacialmente, por el modo en que en sus vidas cotidianas se vinculan lo articulado y lo vivido. 5. Antropología de la “experiencia urbana” En La ciudad vista, un reciente trabajo de Beatriz Sarlo sobre la ciudad Buenos Aires (2009), la autora cuestiona a la etnografía urbana porque “opta por representar a los pobres a través de sus propios discursos, acompañados de descripciones débiles para evitar un problema clásico: hablar por el otro”. Y agrega: “No comprende que esas transcripciones son también una forma de ‘hablar por el otro’, y, además, no siempre la mejor ni la más comprensiva”. Ante este diagnóstico negativo, precisa su propia estrategia: El camino que seguí fue el contrario, y lo elegí conscientemente. Durante cuatro años recorrí la ciudad tratando de ver y de escuchar, pero sin apretar las teclas de ningún grabador. Llevaba, cuando llevaba algo, una libretita y una cámara digital, y tomaba centenares de fotografías (…) Me propuse un conocimiento visual de algunas manifestaciones evidentes de la nueva pobreza, confiada en la potencia significativa de los pormenores. Christine Buci-Glucksmann dijo que la captación precisa de un “barroquismo de superficie” puede permitir una especie de mirada de conjunto y, al mismo tiempo, alcanzar “una escritura del detalle, donde el ver y el saber se dan al mismo tiempo (2009: 10).
Sin ánimo de discutir las opciones metodológicas, cada una de las cuales tiene sus potencialidades y sus límites, no se sabe muy bien a qué se refiere la autora con etnografía urbana ni cuáles serían sus críticas. Parece bastante claro que la diferencia entre la práctica etnográfica y, para ponerle un 26
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nombre, “la crítica cultural”, no se explica ni se reduce a una cuestión técnica, como por momentos parece sugerir: llevar o no grabador, ver y escuchar, usar una libreta, sacar fotos, recorrer la ciudad… Todas estas actividades son realizadas tanto por etnógrafos urbanos como por otros investigadores, sin contar a los muchísimos habitantes y visitantes de la ciudad que realizan prácticas similares todos los días. Después de darle vueltas al asunto, parece bastante claro que el problema es otro: el problema es precisamente el otro y qué hacer con él en la investigación. Al respecto, la posición de la etnografía (urbana o del tipo que sea) entendida ya no como mera técnica, sino como método de investigación, experiencia y género narrativo es clara: ni se es el otro (uno no se transforma en su objeto) ni se habla por él (uno no es un vocero del otro), sino que se trata de una forma de indagación de la vida social que implica un tipo de “esfuerzo intelectual” (Geertz, 1997: 21) donde el etnógrafo busca captar el punto de vista del otro, “comprender su visión de su mundo” (Malinowski, 2001: 77). Lo que se obtiene –se transcriba o no textualmente el discurso del otro– es un texto (del etnógrafo) en que se percibe la lógica práctica del otro. Se trata de una opción, claro está, entre muchas otras igualmente posibles y legítimas. Evidentemente, no es la opción escogida por Sarlo en un trabajo plagado de insights reveladores sobre la vida urbana, pero con poco espacio para “otros puntos de vista” sobre la ciudad. De hecho, en los capítulos donde practica ese “barroquismo de superficie” para acceder a lo que denomina “la ciudad de los pobres” y los “extraños en la ciudad”, lo que sabemos al leerlos es lo que la autora siente y piensa ante la pobreza y los migrantes y, algo muy valioso y revelador, los desplazamientos que tuvo que hacer para descentrar “su” ciudad, en la que esos pobres no son muy visibles y por la que esos extraños no circulan casi nunca. La ciudad vista expresa así aquella ciudad que una reconocida intelectual, rompiendo su territorialidad cotidiana, logra con mucho tiempo y esfuerzo ver, fotografiar y narrar. Casi nada sabemos, en cambio, sobre cómo los pobres ven Buenos Aires o cómo los migrantes (bolivianos, coreanos) experimentan la ciudad. Mientras el etnógrafo intenta captar un punto de vista ajeno, Sarlo propone una estrategia de pasaje (Magnani, 2002) habitual en la crítica cultural, donde el producto es un relato de sus desplazamientos por la ciudad y las reflexiones que estos desplazamientos provocan. Sabemos qué siente ante los carteles escritos en coreano, no tanto sobre la experiencia de los migrantes coreanos con el castellano; tenemos vívidas descripciones de “pobres” en la ciudad (familias que duermen en la calle, cartoneros, etc.), aunque sabemos muy poco acerca de quiénes son, qué piensan y cómo llegaron a la situación en la que se encuentran. En contraposición, este libro busca conocer distintas formas de ver, practicar y sentir la ciudad, colocando en el centro la comprensión de distintos 27
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puntos de vista. Como sostuvieron Duhau y Giglia, “la noción de experiencia puede considerarse como el lado dinámico de la cultura, o como una forma de ver la cultura urbana en su concreta actualización por parte de diferentes sujetos y sus múltiples maneras de vivir y ser parte de la metrópoli (2008: 21). Así, sin perder de vista los complejos procesos que modelan la vida urbana, proponemos un desplazamiento desde una mirada de la ciudad “de lejos y de afuera” hacia una mirada “de cerca y de adentro” (Magnani, 2002). El énfasis se sitúa no tanto en la ciudad construida, como en la evocada y recorrida (Silva, 2000), la ciudad diferencialmente vivida por distintos actores sociales. En un trabajo reciente que nos ayuda a pensar las dimensiones involucradas en el estudio de la experiencia urbana, Oliver Mongin sostenía: La condición urbana designa tanto un territorio específico como un tipo de experiencia de la que la ciudad es, con mayor o menor intensidad según las circunstancias, la condición de posibilidad. Multiplicadora de las relaciones, aceleradora de los intercambios, la ciudad acompaña la génesis de valores calificados de urbanos. Es por ello que, más allá del aspecto físico de la aglomeración espacial circunscripta por un territorio y sus límites, por un adentro y un afuera, la experiencia urbana remite aquí a tres tipos de experiencias corporales que enlazan lo privado y lo público, lo interior y lo exterior, lo personal y lo impersonal (2006: 31; las cursivas son nuestras).
La condición urbana involucra, entonces, dos componentes: un territorio específico (la ciudad) y un tipo de experiencia de la cual la ciudad es condición de posibilidad, pero que no se (con)funde con la ciudad. La distinción entre la ciudad y lo urbano fue sostenida por diversos autores (Lefebvre, 1969; Joseph, 1988; de Certeau, 2000; Silva, 2000). Mientras la ciudad hace referencia a la forma y la materialidad, lo urbano refiere a las relaciones, las prácticas y los usos. Vale señalar que esta distinción no supone escisión ni autonomización de ninguna de las dos dimensiones. Como tempranamente advirtió Lefevbre, “la vida urbana, la sociedad urbana, en una palabra, lo urbano no pueden prescindir de una base práctico-sensible, de una morfología” (1969: 67). El desafío es, pues, pensar sus relaciones recíprocas. Indagar en la experiencia urbana supone, entonces, analizar la relación entre el espacio urbano y las representaciones y las prácticas de los actores sociales en y sobre dicho espacio; es decir, implica indagar tanto el lugar que el espacio ocupa como condición de posibilidad y condicionante de la experiencia social, así como el papel de dicha experiencia en la construcción del espacio urbano, prestando atención a los modos de representarlo, habitarlo, transitarlo. Una vez realizada la distinción entre ciudad y experiencia, Mongin cualifica el tipo de experiencia a la que se refiere, que remite a los modos de entrelazar lo privado y lo público, lo interior y lo exterior, lo personal y lo impersonal: la experiencia urbana como “pliegue” cuyas posibilidades extremas son el 28
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“despliegue” o el “repliegue” en el espacio. Siguiendo a Simmel (2001), podemos pensar que la experiencia urbana remite, entonces, tanto a los límites como a las relaciones. Separar y ligar aparecen como operaciones complementarias y constitutivas de los modos de simbolizar, habitar el espacio y vincularse con los demás. Así, pensamos que una vía útil para conocer y caracterizar los modos de experimentar el espacio es analizar las maneras en que los actores sociales distinguen y a la vez vinculan el adentro y el afuera, el interior y el exterior, lo público y lo privado, la mismidad y la otredad. ¿Qué atributos, ámbitos y categorías son socialmente relevantes en el espacio urbano y funcionan como límites sociales? ¿Cuándo y en qué condiciones se entrelazan y comunican? Con fines analíticos, pensamos en un conjunto de oposiciones o ejes metafóricos (Silva, 2000) relevantes para los actores sociales (adentro/afuera, nosotros/otros, etc.) y a la experiencia urbana como el modo de vincular (no sin tensiones y contradicciones, y de manera cambiante según los actores sociales involucrados, los contextos y las situaciones de interacción), tales oposiciones (Segura, 2013a). Simultáneamente, es importante remarcar que la experiencia urbana, en tanto práctica social de separación y entrelazamiento, es una experiencia espaciotemporal. La muestra más elemental de esto radica en la constatación de que el uso (circulación, paseo y/o apropiación) de un determinado espacio requiere del consumo de tiempo. Por lo mismo, ambas categorías estarán inextricablemente vinculadas en este trabajo. Tiempo remite aquí a la historia material del proceso urbano de creación y transformación de la ciudad, pero también a la temporalidad de la acción (momentos), al ritmo de la vida urbana (velocidades) y al tiempo presente en los relatos de los actores (antes/ahora). Es en gran medida por esta cualidad espacio-temporal de la experiencia urbana que, si bien no puede verse la sociedad fuera del espacio, hay que tener presente que no existe la articulación plena entre espacio y sociedad. Y el tiempo (tanto en términos de proceso histórico como de temporalidades sociales diferenciales) es la dimensión clave para que estas relaciones plenas sean imposibles: trabajaremos, entonces, sobre conexiones no articuladas plenamente, conexiones fragmentarias entre la experiencia del tiempo, la experiencia del espacio y la experiencia social. En definitiva, no hay ninguna sociedad que esté plenamente articulada consigo misma. Quizás por esto más adelante en su trabajo Mongin avanza en su caracterización de la experiencia urbana: Es ante todo una experiencia física, el deambular del cuerpo en un espacio donde predomina la relación circular entre un centro y una periferia. La experiencia urbana es luego un espacio público donde los cuerpos se exponen y donde puede inventarse una vida política mediante la deliberación, las libertades y la reivindicación igualitaria. Pero es también un objeto que se mira, la maqueta que tienen ante sus ojos
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el arquitecto, el ingeniero y el urbanista, una construcción y hasta una maquinaria, sometida de entrada a los flujos de la técnica y a la voluntad de control del Estado (2006: 32; las cursivas son nuestras).
Analizar la experiencia urbana supone, así, el trabajo sobre registros diversos y distintas entradas a la ciudad. La experiencia urbana refiere aquí, simultáneamente, a tres cuestiones interrelacionadas que serán abordadas en los capítulos que siguen: ◗ La ciudad como objeto que se mira, un espacio de representación. ◗ La ciudad como experiencia corporal, que supone tanto el límite que separa como el desplazamiento que conecta el interior con el exterior. ◗ La ciudad como experiencia pública de vincularse con otros. 6. Antropología, periferia y experiencia urbana Este libro se detiene en la comprensión de la experiencia urbana de los residentes de la periferia de la ciudad de La Plata. La investigación en las periferias de las ciudades tiene una larga historia en las ciencias sociales latinoamericanas. Predominan, en su estudio, básicamente dos tipos de acercamientos (Caldeira, 1984). Por un lado, las investigaciones que se centran en la descripción de las características físicas del espacio urbano, el relevamiento de las condiciones materiales de vida de sus residentes y el análisis de los procesos históricos, sociales y urbanos que las generaron, caracterizando generalmente a la periferia a partir de las carencias. Por otro lado, las investigaciones que analizan los movimientos políticos surgidos en la periferia, enfatizando en este caso cuestiones relativas a la agencia de los actores sociales que allí viven. En las investigaciones recientes, estas opciones se traducen en dos tipos de estudios. Por un lado, los análisis de los patrones de segregación residencial de las áreas metropolitanas latinoamericanas, a partir de datos cuantitativos, con la finalidad de medir la segregación, identificar cambios en sus patrones y evaluar sus efectos en la vida social (Katzman, 2001; Sabatini, Cáceres y Cerdá, 2001; Rodríguez y Arriagada, 2004; Saraví, 2008). Si bien se acepta que la segregación residencial no es un fenómeno reciente, sino que, por el contrario, en sus distintas modalidades de segregación residencial socioeconómica, racial o étnica, constituye un rasgo de la ciudad capitalista, solo en las últimas décadas las ciencias sociales se han volcado a su análisis, en gran medida porque se supone que a partir de la articulación con procesos recientes como la transformación del mundo del trabajo y la segmentación del sistema educativo, entre otros, no solo se incrementa la segregación sino que sus efectos negativos se 30
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potencian, al tiempo que desaparecen los pocos efectos positivos que podría llegar a presentar en ciertas circunstancias específicas. Por el otro lado, las investigaciones centradas en el análisis del emergente mundo comunitario de los pobres urbanos que, como señala Svampa, “la sociología argentina contemporánea ha sintetizado como el pasaje de la fábrica al barrio” (2005: 160). En efecto, en estas investigaciones se ha señalado que, frente a la pérdida de centralidad de la actividad laboral, con la consecuente declinación de las formas de organización y de identificación propias del mundo del trabajo, la vida social de los sectores populares tendió a quedar circunscripta a los límites del barrio y de las organizaciones locales que allí operan. Denis Merklen (2005) ha denominado a este proceso “inscripción territorial” de los pobres urbanos, es decir, que frente al proceso de desafialiación generalizado y empobrecimiento, el barrio aparece como lugar tanto de repliegue como de inscripción colectiva. También se ha señalado que el proceso de “territorialización de los sectores populares” (Svampa, 2005) producido en los últimos 25 años no solo se relaciona con la pérdida de centralidad del mundo del trabajo, sino también con una correlativa transformación profunda de las políticas públicas. De este modo, una vasta bibliografía coincide en señalar que la conjunción entre la limitación de la mayor parte de las prácticas cotidianas al espacio barrial y los procesos de inscripción territorial han reforzado la segregación socioespacial de los sectores populares. Nuestro interés se encuentra precisamente en el vacío que surge de cruzar ambas miradas. Si en el último tipo abordaje –y de manera paradojal– más allá de la efectiva constatación de la “territorialización” o “inscripción territorial” de los sectores populares se ha prestado escasa atención a las dimensiones territoriales, la focalización en lo territorial por parte del primer tipo de enfoque en general ha implicado la minimización de las dimensiones prácticas y simbólicas de la vida social. Buscamos conocer la experiencia de habitar un espacio segregado en la periferia de la ciudad. Se trata de estudiar precisamente lo que no se reduce a las condiciones de vida e infraestructura de un barrio ni al estudio de los procesos políticos que tienen lugar en él, sino en conocer el cotidiano de la vida barrial y urbana en el que ambas cuestiones (carencias y política) están incorporadas en los puntos de vista de los actores y en la experiencia cotidiana del habitar la periferia. Para reponer la heterogeneidad y complejidad de la periferia, buscamos “darle un papel protagónico al sujeto anónimo que vive y hace la periferia” (Hiernaux y Lindón, 2004: 118). Conocer esta experiencia supone indagar en los modos en que los residentes de la periferia viven la ciudad. En definitiva, nos interesa el habitar “como el proceso de significación, uso y apropiación del entorno que se realiza en el tiempo” a través de un “conjunto de prácticas y representaciones que permiten al sujeto colocarse dentro de un orden 31
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espacio-temporal y al mismo tiempo establecerlo” (Duhau y Giglia, 2008: 2224), reconociendo que habitar (dwelling), a diferencia de construir (building), es un verbo intransitivo (Ingold, 2011) que remite al proceso necesariamente “inacabado” e “interminable”, mediante el cual los actores sociales se sitúan en unas coordenadas espaciales, temporales y sociales a partir de la relación que establecen con el entorno (espacial y social) en el que se encuentran insertos. En este sentido, podríamos decir que existen dos metáforas para pensar la vida urbana. Por un lado, la imagen de la ciudad como mosaico, que consiste en un fuerte y persistente modelo del espacio urbano heredado de la sociología de la Escuela de Chicago (Park, 1999; Wirth, 1928; Whyte, 1943). Desde esta perspectiva, se representa al espacio urbano como una colección de mundos relativamente autónomos, definidos generalmente sobre la base de la corresidencia y/o la pertenencia étnica-racial, claramente delimitadas y separadas del resto de la ciudad por duras fronteras. En este esquema “ecológico” de la ciudad, la tarea de la investigación consistiría en comprender, a partir de las herramientas del método etnográfico, la lógica particular de cada uno de esos mundos entendidos como “regiones morales”. Esta estrategia analítica se generalizó en los estudios antropológicos en ciudades, ya sea a través del estudio de “barrios étnicos” como de “tribus urbanas”, al brindar un esquema acorde con las exigencias de holismo (reponer la totalidad) y de exotismo (estudiar a otros), que son propias de la antropología clásica (de la Pradelle, 2007). En las últimas décadas, sin embargo, ha recibido reiteradas críticas (Hannerz, 1986; Signorelli, 1999), que apuntaron a la priorización de la relación de los actores con el espacio (un espacio, una cultura) por sobre las interacciones sociales en la ciudad con otros actores, y a la ausencia de reflexión sobre los desplazamientos por la ciudad, al centrarse de manera exclusiva en la vida social de los espacios residenciales. Por el otro lado, la imagen de la ciudad como flujo. Si bien es posible rastrear antecedentes de esta perspectiva en la literatura moderna (Williams, 2001) y en la crítica cultural urbana de entreguerras (Simmel, 2001; Benjamin, 1999), esta puede ser pensada en gran medida como resultado de la crítica a la “etnologización de la ciudad” (de la Pradelle, 2007) que resultaba de la aplicación de la ecología cultural urbana. La imagen de la ciudad como flujo representa al espacio urbano como un ámbito cambiante, dinámico, líquido, inestable, blando (Raban, 1974). Nos encontraríamos ante un espacio relativamente indeterminado, donde los actores podrían realizar elecciones, inventar trayectos, modelando a su gusto –con más o menos resistencias y obstáculos– la sustancia urbana en pos de sus inquietudes, búsquedas y deseos. Esta perspectiva tiene indudablemente el mérito de reintroducir en los estudios urbanos las interacciones sociales en la ciudad entre actores diferentes y desiguales, prestar atención a los desplazamientos y los recorridos que se realizan a través 32
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del espacio, e indagar los usos y las apropiaciones de los distintos ámbitos de una ciudad. Nos coloca ante una vida urbana que no se agota en el mapa y en la cual los movimientos, los relatos y las prácticas, como remarcaba Michel de Certeau (2000), no se localizan sino que espacializan, es decir, producen espacio. A la vez, en muchas investigaciones el énfasis en la movilidad y la blandura de la ciudad pierde de vista o minimiza tanto las posiciones –espaciales y sociales– que los agentes ocupan en la vida urbana (Bourdieu, 2002), como el hecho de que la ciudad presenta cierta resistencia y no es igualmente maleable para todos los actores sociales. Atributos como la clase, la etnia y la raza nos recuerdan que “la ciudad es más blanda para unas personas que para otras” (Hannerz, 1986: 280). Por esto, en nuestro abordaje de la periferia urbana de la ciudad de La Plata partimos de la precaución de evitar la tentación de encontrar “la aldea en la ciudad” (Gorelik, 2008), prestando atención a las interacciones, los desplazamientos y los usos que son constitutivos de la vida urbana, así como reconocemos que la ciudad puede ser, según las situaciones, los actores involucrados y los dominios de actividades, más o menos blanda, más o menos dura. De esta manera, al estudiar un sector periférico de la ciudad no podemos suponer que ese recorte sea relevante per se para los actores sociales involucrados, así como tampoco esperamos que agote la vida urbana de esos actores (Althabe, 1999; Bourgois, 2010). Las personas residen en espacios particulares, pero también se mueven y desplazan por la ciudad y por otros dominios vinculados con el trabajo, la recreación, los lazos de parentesco; es decir, los roles que desempeñan en su barrio son solo uno de los que potencialmente ocupan en los distintos dominios de la ciudad y, por lo mismo, el barrio puede ser un espacio socialmente relevante de su acción como puede no serlo, o serlo para algunas actividades y no para otras. Partiendo de la observación y descripción de “situaciones sociales” (Agier, 2012) necesariamente fragmentarias y situadas, el desafío consistirá en analizar simultáneamente posiciones y movilidades, indagando cómo se entrelazan en la experiencia urbana de los residentes en la periferia los límites y las fronteras con las relaciones y los intercambios.
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Ramiro Segura
Vivir afuera Antropología de la experiencia urbana Lejos de las islas perdidas en la Melanesia, de las tribus africanas y de los grupos indígenas S E R I E amazónicos o relativamente apartados, Vivir INVESTIGACIONES afuera explora y analiza la ciudad como escenario, pero también, como objeto de estudio: simultáneamente antropología en la ciudad y antropología de la ciudad. Tradicionalmente estudiada por las más diversas disciplinas (geógrafos y economistas, historiadores y sociólogos, filósofos y politólogos), la antropología se suma al campo de los estudios urbanos y aporta su método etnográfico para desentrañar la ciudad, en general, y la ciudad de La Plata, en particular, desde los sentidos y las prácticas de sus habitantes. Ciudad monumental, moderna, no porteña, la capital de la provincia de Buenos Aires es un emblema del positivismo decimonónico y de la planificación urbana del siglo XIX, sujeta a un poderoso proceso de transformación a lo largo de su historia. Sobre esta ciudad desbordada, utópica y distópica, organizada e inundada, Segura construye con cimientos sólidos una mirada renovadora de la experiencia del espacio urbano. CIENCIAS SOCIALES