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Sobre La víspera del grito de Helena Sampedro

Sobre La víspera del grito de Helena Sampedro

Violeta Lorenzo Feliciano

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La víspera del grito (2016), ópera prima de Helena Sampedro, es una novela sobre la niñez, la adolescencia, la adultez temprana y la etapa de formación artística del pintor noruego Edvard Munch. El texto demuestra los desafíos psicológicos del personaje y cómo estos se convertirán en fuente de inspiración para El grito, su obra más conocida. La hermosa portada que diseñó Tere Dávila afianza esta idea ya que a la figura humana que aparece en la misma se le desvanece el cráneo y en lugar de este hay una reproducción de El grito. En otras palabras, la figura de la portada contiene El grito y el espanto al que apunta dicho cuadro en su mente. Asimismo, las citas de Dostoyevski y de Munch que fungen de epígrafes permiten que los lectores intuyan el papel de la angustia y del sufrimiento en el desarrollo de la subjetividad del personaje. Estructuralmente, este künstlerroman –cuyo título remite al bildungsroman puertorriqueño La víspera del hombre de René Marqués– se compone de cuatro partes. Cada una empieza con una cita extraída de los escritos del pintor que sirve para marcar la temática y el tono de los capítulos cortos que la conforman.

La primera parte tiene treinta y cuatro capítulos que giran en torno a los conflictos familiares y emocionales de Munch tras la muerte de su madre y la inminente muerte de su hermana mayor. Una voz en tercera persona relata lo que aconteció durante la gravedad de la madre del pintor al esta enfermar de tuberculosis y describe la reacción hostil de su padre Charles Munch al enviudar. El narrador también alude a los miedos y ansiedades que acosan al joven Edvard Munch. El miedo, la pena y la muerte mencionados en la cita que abre la primera parte de la novela resumen la temática dado que Munch en ocasiones le tiene miedo a su padre, toda vez que la pena por la muerte de su madre y su hermana opacan los recuerdos felices de su niñez.

La segunda parte contiene veintitrés capítulos y está enmarcada por citas de Munch. Es decir, esta sección contiene una cita al principio y otra al final. La primera nos indica que el personaje llega a preguntarse si está en el infierno a causa de sus problemas. En esta parte el narrador no deja duda alguna sobre las frecuentes alucinaciones visuales y auditivas que padece Munch. Asimismo, el conflicto entre padre e hijo se agudiza porque el padre se opone a que su hijo sea pintor. Por consiguiente, Munch atraviesa una crisis que le lleva a cuestionar el statu quo. Sin embargo, este cuestionamiento apunta a la incipiente formación del artista. Así como ha expresado Mijaíl Bajtín en su ensayo “Discourse in the Novel”, en las novelas hay una pluralidad de voces o discursos que propician la formación de subjetividades. Algunos de estos discursos tienen autoridad y gozan de privilegio mientras otros carecen de poder y no suelen ser aceptados en la sociedad. Entre los discursos privilegiados se encuentran los de la iglesia, los del pater familias, los de las instituciones educativas y el de los gobernantes, por mencionar algunos. En La víspera del grito, el discurso privilegiado proviene mayormente de la iglesia y del padre de Munch. Por lo tanto, la formación de Munch como personaje que piensa por cuenta propia estriba en aprender a navegar la pluralidad de discursos de tal forma que pueda cuestionar y resistir el discurso dominante si él no está de acuerdo con el mismo.

Munch desafía la idea de que el arte es pecaminoso y poco a poco va desarrollando su propia ideología estética. Además, el personaje cuestiona el poder del gobierno, el de los críticos de arte, el de la iglesia y el de su padre. Sus lecturas de filósofos como Nietzsche, así como su interés en vertientes psicoanalíticas indican su deseo de aprender acerca de discursos que en ese momento no gozan de prestigio. Con todo, la cita que cierra la segunda parte indica que Munch no ha logrado deshacerse del lastre de los traumas y las alucinaciones que lo llevan a tener miedo de “su propia sombra a la luz de la luna” (Sampedro 167).

Consecuentemente, la tercera parte comienza con una cita que subraya la crisis existencial y psicológica del personaje al cuestionar qué somos y cuál es el papel de los espíritus. Si bien a lo largo de la novela el narrador omnisciente ha descrito los traumas y conflictos de Munch y le ha permitido al lector entrar en el plano de las alucinaciones de este, en la tercera parte de La víspera del grito estos aspectos se siguen desarrollando paulatinamente hasta llegar al punto culminante: el resquebrajamiento psíquico del pintor. El personaje parece estancarse debido a que sus alucinaciones y pesadillas se agudizan. Los detalles de cómo lo que Munch acaba de pintar se tergiversa y parece cobrar vida ante sus ojos en ocasiones son confusos y contradictorios. Las descripciones de las alucinaciones de Munch a veces son excesivas y alteran el ritmo de la acción. La sensación de cansancio y el abatimiento que estas suscitan remiten, precisamente, al estado emocional del personaje en cuestión.

Ahora bien, la tercera parte concluye de modo esperanzador gracias a que la tía de Munch y sus maestros no lo abandonan, sino que le ayudan para que siga desarrollando su talento y sus ideas concernientes a la función del arte: “Notó que la técnica que su sobrino utilizaba intensificaba la iluminación de acuerdo a la importancia del objeto. Supo que la visión del espectador sería clave en la interpretación de la pintura. ‘Un elemento nuevo’, se dijo a sí misma y sonrió” (Sampedro 227). Así pues, es también en esta parte de dieciocho capítulos en la que vemos el desarrollo del personaje en el ámbito profesional puesto que ha ingresado en la Academia de Bellas Artes para continuar sus estudios. Este aprendizaje, por un lado, conlleva familiarizarse con la tradición artística que la mayoría de los críticos de arte favorece. Munch continúa desarrollando su propia estética, pero al apartarse de la tradición recibe críticas negativas de los expertos. Por lo tanto, su aprendizaje también implica saber lidiar con la crítica de modo constructivo. Dicho aprendizaje eventualmente le permite ganar una beca para estudiar en París.

Los últimos veintiocho capítulos se encuentran en la cuarta parte de la novela la cual, al igual que la segunda, está enmarcada por citas. Estas tienen que ver con los límites y abismos en el camino de la vida. Con esto en mente esta última parte nos permite ver cómo el personaje trata de mantener el equilibrio para no caer en el abismo de la locura. El narrador continúa relatando el desarrollo profesional e ideológico de Munch, pero en esta parte provee detalles de la formación sexual del joven pintor.

Munch amplía su círculo social al compartir con otros personajes que cuestionan el statu quo y defienden –con planteamientos que a veces son paternalistas– los derechos de las mujeres y la libertad sexual. Vemos aquí a un Munch más maduro que no teme hacer preguntas a los que tienen más conocimiento que él, toda vez que sigue definiendo sus ideas políticas y artísticas: “Ed se dijo que ‘ya no pintaría más interiores, con hombres que leían o mujeres que tejían apacibles. Voy a pintar la vida de personas que respiran, de personas que sienten, y que sufren y aman, como yo” (Sampedro 300).

A pesar de que –como indican las citas que enmarcan la cuarta parte– la vida transcurre al borde de un abismo, el arte, el pensamiento crítico, las amistades y el amor sirven de asidero para no perder el equilibrio y caer por un despeñadero existencial. Cabe resaltar que el último capítulo es una carta de la (ex)amante de Munch. En otras palabras, Munch –e indirectamente el lector– es el narratario de la misiva que le envía su (ex)amante. La misma le da aliento para que no sucumba emocionalmente a causa de la ruptura entre ambos, pero también se conecta con el título de la novela puesto que la carta incluye una cita de Munch en la cual se alude a uno de sus delirios o alucinaciones que le hizo “oír el grito de la naturaleza”. El final de la novela es abierto, pero culmina refiriéndose indirectamente a las lecciones de la vida que Munch ha aprendido y que lo han preparado –es decir, le han hecho llegar a la víspera– para pintar su obra más conocida: El grito. El proceso de formación tanto personal como profesional ha sido cuesta arriba, pero ha culminado con una formación satisfactoria que le permitirá al personaje integrarse al mundo artístico en sus propios términos.

Hay dos aspectos que deseo subrayar debido a que apuntan al talento de Sampedro y a su cuidado en la selección del lenguaje. Primeramente, las referencias a la luz a lo largo de la novela aluden a las pinturas de Munch y a su técnica al pintar (Sampedro 225, 227), pero también se usan para referirse de modo metafórico a los estados de ánimo del pintor y a las dificultades que él atraviesa. En el relato se mencionan los opuestos “luz/sombra”, “luz/oscuridad” y “blanco/negro”. La oscuridad y la negrura están vinculadas a los traumas y las crisis existenciales del personaje principal; la luz y la blancura se asocian con los momentos de lucidez mental y con su desarrollo artístico: “Aunque tal vez fuera muy pronto celebrarlo, presintió que Ed regresaba de las tinieblas” (Sampedro 227). Los usos de estas referencias lumínicas fomentan la verosimilitud del personaje porque permiten que el lector vea la construcción del mismo como un claroscuro que tiene cualidades claras y positivas, así como oscuras y negativas que se apartan de posturas maniqueas.

En segundo lugar, hay que destacar la forma sugerente en que Sampedro incorpora referencias de la obra artística de Munch en La víspera del grito. Me refiero a que, si bien el desarrollo personal y profesional del personaje lo preparan para lo que será El grito, su obra más famosa, a lo largo de la novela hay un sinnúmero de guiños que llevan a los lectores acuciosos a indagar sobre algunas de las primeras pinturas de Munch y sobre otras que formaron parte de “El friso de la vida”, colección a la que pertenece El grito y cuyos temas tienen que ver con el amor, el desamor, la ansiedad, la muerte y la vida del hombre de cara a la modernidad. La voz narrativa no asume un tono paternalista que pretende educar al lector acerca de las pinturas de Munch, sino que provee datos suficientes para que éste vea puntos en común entre el desarrollo del personaje y algunos cuadros. Por ejemplo, en la cuarta parte de la novela, el narrador presenta los pormenores de la iniciación amorosa de Munch. Cuando su amante lo besa agresivamente, se indica que Munch recordó “un libro en que el protagonista era un vampiro que terminaba siempre chupándole la sangre a sus amigos… Se dijo a sí mismo que capturaría esa imagen en alguna pintura” (Sampedro 288-289). El comentario en la novela no solo insinúa la intensidad de la relación amorosa que recién comienza, sino que sutilmente señala a un cuadro del pintor. El mismo se titula Amor y dolor, pero se le conoce popularmente como “El vampiro” y, precisamente, forma parte de la colección “El friso de la vida”. Este es solo un ejemplo de las muchas referencias pictóricas que enriquecen el texto de Sampedro y que harán que los lectores diligentes busquen más información de las pinturas de Munch.

La víspera del grito es un texto ambicioso; se nota que Sampedro llevó a cabo una investigación meticulosa sobre el pintor Edvard Munch, sus escritos y su pintura para crear un relato ficcional, pero verosímil, de sus años formativos. Algunos aspectos, como la formación sexual del personaje y el alcoholismo de Charles Munch tras la muerte de su esposa, son predecibles. Además, la forma en que la voz narrativa se inmiscuye en las alucinaciones de Munch por momentos resulta excesiva y repetitiva con todo y que es posible darles una lectura que resalte la confusión del personaje durante sus crisis psicóticas. A pesar de estos detalles, este künstlerroman cumple satisfactoriamente con los parámetros de este tipo de novela, toda vez que es una contribución importante para el corpus hispano de novelas sobre pintores como, por ejemplo, La cazadora de astros de Zoé Valdés y El espíritu de la luz de Edgardo Rodríguez Juliá.

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