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Antulio Parrilla Bonilla: Una voz profética recuperada
Antulio Parrilla Bonilla: Una voz profética recuperada
Luis N.Rivera Pagán
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[teología-historia-estudios culturales-poesía]
Recordar al obispo católico Antulio Parrilla Bonilla renueva en mi memoria unos versos del poemario Canto de la locura (1976), de Francisco Matos Paoli, uno de nuestros grandes poetas nacionales:
Yo quisiera vivir
sin tener que ser profeta…
perder la huella de la noche,
no sostener* más la perla
del abismo…
Pero es imposible, Dios mío.
“Yo quisiera vivir sin tener que ser profeta… Pero es imposible, Dios mío”. Matos Paoli se formula esa conmovedora reflexión íntima encarcelado en una lúgubre mazmorra por su entrega sacrificada a la patria y su devoción a la más genuina vivencia religiosa. La fidelidad a su vocación poética tuvo un precio elevado: represión por sus afanes libertarios, menoscabo por parte de diversos jerarcas políticos y eclesiásticos. Pero no podía contenerse: tenía que escribir su palabra, sin medir las consecuencias, sin dejarse seducir por cálculos de ganancia individual o amedrentar por amenazas de quienes se jactaban de ser dueños y señores del universo.
Me pregunto, ¿cuántas noches de soledad y silencio, tras sus devociones nocturnas, al irse a reclinar en una habitación austera y sencilla, Antulio Parrilla Bonilla, en el interior de su alma, se debatió con una ansiedad similar: “Yo quisiera vivir sin tener que ser profeta…” y finalmente, tras un agudo e intenso drama, se contestaba - “pero es imposible, Dios mío”. Como el poeta Matos Paoli, el obispo Parrilla Bonilla no podía evadir la vocación que animaba su espíritu: vivir a la usanza y semejanza de los profetas bíblicos, constituirse en la conciencia ética de su patria, la vibrante voz que convoca a la liberación y la justicia. Sin permitirle a los poderosos de este mundo, sean políticos o eclesiásticos, silenciar su palabra. Aunque en tantas ocasiones pareciera ser aquel anacoreta cuya solitaria voz clamaba en el desierto (Isaías 40:3; Marcos 1:3), sin ser escuchado por caciques seculares ni prelados religiosos.
Antulio Parrilla Bonilla fue el regalo de Reyes para nuestra nación caribeña al nacer el 6 de enero de 1919, hace exactamente un siglo. La descolonización política, económica y espiritual del pueblo puertorriqueño y la solidaridad con los excluidos y marginados fueron las marcas prioritarias del ministerio profético del obispo católico Antulio Parrilla Bonilla. En un acto ecuménico, celebrado en Lares, Puerto Rico, el 23 de septiembre de 1970, Parrilla Bonilla, con la puritana seriedad que siempre le caracterizó, lanzó el siguiente desafío a los representantes de las distintas iglesias allí presentes:
A lo largo de todo el Antiguo Testamento [Dios] llamó profetas como Isaías, Amós… y otros para que denunciaran las injusticias sociales, la explotación… Los eclesiásticos que pretenden evadir la grave responsabilidad de comprometerse con la dura labor de librar a Puerto Rico de todas sus opresiones… están presentando al pueblo un Cristo falso. Jesús vino a salvar al… género humano, total e integralmente, en todas sus dimensiones… Por esto compete a los ministros del Señor el compromiso de liberación. Los próximos años de esta década verán más sacerdotes, más ministros y más monjas y laicos comprometidos en las cárceles, en las cámaras de tortura, en los tribunales, en el desprestigio…, pero ¡ay de la Iglesia de Cristo si no da testimonio en la ingente tarea de la liberación del mundo en todas sus formas!
Lo sorprendente de tan atrevida y audaz aseveración, proferida no en un acto político en una plaza pública, sino en un contexto litúrgico, en el seno de la iglesia católica de Lares, es que acontece un año antes de publicarse el libro al que se acredita el surgimiento de la teología latinoamericana de liberación - Teología de la liberación (1971) de Gustavo Gutiérrez - y una década antes del asesinato, también en un ambiente eclesiástico, del arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero. Parrilla Bonilla mostró una característica distintiva esencial del profeta: la capacidad de distinguir los signos de los tiempos y de vislumbrar los retos que la historia lanza a quienes se comprometen a fondo con el apostolado cristiano.
Para honrar el centenario de su natalicio, el libro de Miguel Santiago Santana, Antulio Parrilla Bonilla: obispo y profeta de Puerto Rico, publicado inicialmente en el 2013 por la Fundación El Piloto, disfruta de una nueva edición (Publicaciones Gaviota, 2018). Esta obra es una vasta y valiosa contribución a la historiografía puertorriqueña, la social, la política y la eclesiástica. Culmina largos e intensos años de investigación cuidadosa y rigurosa, regida por el interés devoto de rescatar la memoria de un obispo católico que en su tiempo fuese la principal figura profética a todo lo largo y ancho de su patria y su iglesia y quien estuvo siempre dispuesto a asumir el costo que tradicionalmente corresponde a los profetas: marginación, exclusión y persecución. Este libro es un proyecto literario fruto, por un lado, de la pasión que un autor, inteligente y sensible, siente por un tema que le seduce y fascina y, por el otro, de su escrupulosidad académica en la ardua y laboriosa empresa de analizar textos y eventos.
En agosto de 1969, en el Centro Intercultural de Documentación (CIDOC) que había fundado en Cuernavaca, México, Iván Illich increpó a algunos puertorriqueños que cenábamos con él, diciéndonos: “Ustedes en Puerto Rico no siempre valoran los grandes seres humanos que viven en su tierra”. Esas palabras me vinieron a la memoria al leer este libro de Miguel Santiago Santana sobre el pensamiento teológico y la obra pastoral de Antulio Parrilla Bonilla. Lamentablemente, hemos relegado al olvido los aportes que a la sociedad puertorriqueña y a nuestras vivencias espirituales nos legó este insigne compatriota que dedicó toda su vida al apostolado cristiano, la libertad de su patria y el logro de una sociedad solidaria y equitativa.
Pero siempre hay quienes se aprestan a revivir las memorias injustamente relegadas y marginadas. Son seres que logran forjar la feliz combinación del rigor académico y la fascinada pasión por su objeto de estudio, sobre todo cuando éste llena la medida de la máxima plenitud humana. De esa manera contribuyen al enriquecimiento de la conciencia histórica de las nuevas generaciones. Uno de ellos es el autor de este libro: Miguel Santiago Santana.
Todos estamos en deuda con Miguel Santiago Santana por su solícita dedicación al análisis del pensamiento y la obra pastoral del obispo Parrilla Bonilla. Han sido años de devoto estudio del rico caudal de libros, ensayos, artículos de periódico, discursos, conferencias, homilías, informes y cartas de un líder eclesiástico que honra la historia de nuestro país. Se trata de la difícil pero honorable tarea de recuperar la memoria postergada y marginada de un ser humano que vivió y laboró con ahínco y afán incansables por forjar una mejor iglesia y un Puerto Rico más digno. De los esfuerzos académicos de Santiago Santana brotaron dos disertaciones aprobadas por el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, una de maestría - Monseñor Antulio Parrilla Bonilla, S.J. (1919-1994): su ética cristiana y su oposición al Servicio Militar Obligatorio en Puerto Rico y a la Guerra de Vietnam (2006) y otra de doctorado - La Doctrina Social de la Iglesia en la vida, pensamiento y obra del obispo Antulio Parrilla Bonilla, S. J. (1919-1994) (2012) y, finalmente, este libro que ahora enriquece las bibliotecas y librerías de nuestro país.
Nuestro autor cumple a cabalidad los objetivos que se impuso al iniciar su investigación:
–Estudiar la vida del obispo Parrilla Bonilla: la evolución de su devoción religiosa que le conduce primero al sacerdocio, luego a la Compañía de Jesús y finalmente al episcopado; el desarrollo de su pensamiento teológico y de sus interpretaciones de la doctrina social de la iglesia católica que le convierte, a la postre, en uno de los pioneros en Puerto Rico de la emergente teología de la liberación; su creatividad dirigiendo o forjando entidades, como la Acción Social Católica y el Centro Social Juan XXIII, que encarnen los principios liberadores del evangelio; el liderato que asume, con mucha modestia pero cabal dedicación, en los esfuerzos por liberar la patria puertorriqueña de la subordinación colonial; sus afanes vigorosos contra el militarismo, en un momento en que la juventud puertorriqueña se veía obligada a servir en el ejército de los Estados Unidos y así participar en la guerra de Vietnam que, según Parrilla, constituía una agresión ilegítima contra un pueblo que luchaba por su plena unificación y descolonización; y, finalmente, su inagotable labor promoviendo el cooperativismo como posible semilla de un socialismo humanitario, participativo y democrático.
–Ubicar la vida y la obra del obispo Parrilla Bonilla en su contexto histórico, marcado por la invasión armada estadounidense en Indochina, la utilización de buena parte de nuestro territorio patrio para actividades militares, el servicio militar obligatorio impuesto a nuestra juventud, la criminalización y persecución del independentismo, las críticas renovadas al capitalismo por privilegiar el lucro individual sobre el bien común, los movimientos de liberación nacional que proliferaban por todo el tercer mundo, los vientos renovadores en la iglesia tras el segundo concilio vaticano (1962-1965) y el cónclave del episcopado latinoamericano en Medellín (1968), las nuevas corrientes teológicas progresistas y de matices emancipadores.
–Despertar la conciencia de los lectores, entre ellos el que escribe estas líneas, de la necesidad de recuperar y validar la memoria de quien en un momento específico de nuestra historia nacional jugó un papel significativo y crucial en la ardua labor de concebir y labrar una sociedad de mayor autonomía personal y comunitaria, una comunidad en la que prevalezca la liberación de los seres más vulnerables, los empobrecidos, marginados y despreciados. Esta tarea se logra gracias a la escritura diáfana y elegante de Santiago Santana, fruto indudable de innumerables noches de desvelo en continua búsqueda de la redacción precisa y feliz, aquella que expresa fielmente el contenido que se desea destacar.
Santiago Santana reproduce diversos escritos de Parrilla Bonilla los cuales, leídos hoy, décadas después de haber sido redactados o pronunciados (muchos fueron discursos, conferencias, ponencias u homilías), sorprenden por su audacia y radicalidad. Veamos algunos breves ejemplos:
[…] el compromiso político ha de ser a favor de los oprimidos, de los de abajo. Cualquier otro compromiso, apoliticismo o neutralismo es realmente una farsa que encubre consciente o inconscientemente el favorable alineamiento en pro de los privilegiados, de los dominadores y de los opresores. El verdadero cristiano… no teme a la persecución, ni a las cárceles, ni a las estrecheces económicas, ni al vilipendio, ni a la difamación, ni al riesgo de la muerte. El cristiano no puede ser extraño a las penas y a los sufrimientos de los oprimidos, de los explotados y de los que no tienen voz… Los cristianos, a base del Evangelio, no tienen más remedio que optar por los oprimidos dondequiera que estén ubicados.
La pregunta principal que me surge de este esfuerzo literario notable llevado a cabo tan fructíferamente por Santiago Santana es la siguiente: en esta época nuestra donde impera el neocapitalismo global y su idolatría del libre mercado como la única alternativa para configurar la sociedad humana, ¿es todavía viable proponer una teología de carácter liberador integral? ¿O es que ya estamos en el ocaso de todo pensamiento utópico, en la clausura definitiva de toda inspiración radical de emancipación humana y social?
Creo leer, entre las líneas de este excelente libro, una negativa a la resignación, una convocatoria a renovar, en otro contexto socio-histórico y quizá con matices y énfasis algo distintos, la visión liberadora y profética que encarnó el obispo Antulio Parrilla Bonilla. A mí al menos, me parecen erradas las predicciones prematuras y generalmente interesadas de la disolución de las teologías de liberación. Más bien, lo que acontece es una diversificación de temas y perspectivas que no abdican la hermenéutica teológica liberacionista. De hecho, las fuentes matrices originales de la teología de liberación transcurren actualmente por un proceso de fortalecimiento por las siguientes razones:
Primero, la persistencia tenaz de la pobreza y las asimetrías socioeconómicas, incrementadas por la globalización neoliberal y la hegemonía planetaria del sistema capitalista de mercado que pretende transmutar, a manera de un avaro rey Midas, todo lo que toca en lucro. Sus más devotos feligreses han augurado el fin de la historia, frase enigmática cuya oculta semántica preconiza la permanencia de un sistema económico que valora el cálculo de ganancias sobre la promoción humana equitativa y que para garantizar su dominio no vacila en emplear distintas modalidades de violencia imperial. Vivimos en un período histórico donde las desigualdades sociales se incrementan gracias al poder con pretensiones omnímodas del capitalismo financiero, hegemónico en nuestra era posmoderna. Es una nueva configuración de potestad global que requiere de nosotros, por consiguiente, novedosas reflexiones teóricas críticas.
Segundo, la rebeldía de los excluidos y empobrecidos, que reclaman un orden social alterno y forjan nuevas instancias de resistencia. Ciertamente, son variados los postulados de reivindicación de los diversos movimientos sociales. Hay quienes repudian la miseria a la que intenta destinárseles, otros reclaman el reconocimiento de la plena dignidad de su raza, sexo, identidad cultural, nacionalidad u orientación sexual. Esas distintas trincheras confieren complejidad teórica y práctica, pero también amplían las fronteras de los imaginarios utópicos que incentivan la resistencia social. Las teologías de la liberación se niegan a acatar las condenas y anatemas que tantas jerarquías eclesiales le han proferido, en estrecha consonancia con poderes muy profanos y seculares. Todo este caleidoscopio teológico suscita una transformación radical de la manera de ser iglesia en la historia. Persiste la encomienda de reconfigurar el pensamiento y la praxis eclesial desde la perspectiva de y la solidaridad con los diversos rostros de los excluidos y marginados.
Tercero, la recuperación, por parte de muchos creyentes, de la desafiante tesitura profética de las tradiciones bíblicas. Por más que se intente domesticar la fe cristiana, es imposible silenciar las memorias subversivas que anidan en sus textos y tradiciones más íntimas. El evangelio, como ha escrito el teólogo español José María Castillo, es:
[...] el recuerdo peligroso de la libertad que cuestiona todas nuestras opresiones, nuestros miedos, nuestros desalientos, nuestras cobardías y también nuestras seguridades. Por eso el Evangelio es memoria subversiva, que nos descubre horizontes insospechados de libertad y autenticidad. Sólo así podremos recuperar el significado y la práctica de la Religión de Jesús.
Las teologías de liberación, de orígenes muy diversos y múltiples talantes resignifican y recontextualizan esas memorias rebeldes. Es ahí donde se encuentra su peculiar ruptura epistémica.
Por último, retumba vigorosa la acuciante conciencia de que Dios aún importa. En el interior de los conflictos sociales, políticos y económicos que trastornan nuestras vidas, Dios es repensado y sentido no como trascendencia impasible e inmutable, sino, a la manera bíblica, como Quien escucha con esmero y compasión el clamor de los oprimidos y excluidos. Cuando las miserias sociales que afligen la vida comunitaria se hacen intolerables, la memoria del Dios libertador de los oprimidos irrumpe dramáticamente. Más allá de las disputas interminables entre el secularismo recalcitrante y el fundamentalismo religioso, el texto paradigmático de emancipación social vuelve a resonar vigorosamente:
Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura servidumbre. Entonces pedimos auxilio al Señor, el Dios de nuestros padres, y él escuchó nuestra voz. Él vio nuestra miseria, nuestro cansancio y nuestra opresión, y nos hizo salir de Egipto con el poder de su mano y la fuerza de su brazo… (Deuteronomio 26:6-9).
Como todo excelente libro, esta obra suscita inevitablemente interrogantes y observaciones críticas. Con el permiso del autor, y con el afecto que él sabe que le tengo y la admiración que profeso a su labor académica y literaria, enumero brevemente tres de ellas:
1- 1960 fue un año crucial para la relación entre la iglesia católica de Puerto Rico y la política. Los obispos católicos –James P. Davis y James E. McManus– emiten en octubre sendas cartas pastorales acusando al gobierno de atentar contra los principios cristianos y doctrinas morales del país y auspician la creación de un partido de clara tesitura católica, el Partido Acción Cristiana. Fue una confrontación cruenta y muy sonada. Aún después de las elecciones de ese año, este asunto fue objeto de acalorados debates. Aunque Santiago Santana afirma que Parrilla Bonilla, tras varios años fuera de Puerto Rico, primero en Cuba haciendo el noviciado jesuita y luego en un cargo parroquial en Nueva York, regresa al país en 1960 y que, por solicitud del arzobispo Davis, asume en 1961 la dirección de la oficina de Acción Social Católica de la arquidiócesis de San Juan, nada indica sobre las visiones, ideas u opiniones que pudiese haber tenido este joven sacerdote sobre esta cuestión tan disputada en ese tiempo. Pregunto: ¿a qué se debe tan enigmático y extraño silencio?
2- A lo largo de su libro, Santiago Santana intenta demostrar que el ministerio de palabra y acción de Parrilla Bonilla estaba en plena sintonía con la doctrina social oficial de la iglesia católica, tal cual ésta se expresa en documentos conciliares oficiales y múltiples encíclicas y declaraciones papales. Pero al ejecutar esta estrategia hermenéutica apologética menciona de paso encíclicas papales y decretos de las más altas jerarquías vaticanas que, con mucha honestidad, considero poco loables o emancipadoras. Decretos que merecen, cuando menos, una nota de reserva crítica. Me refiero a documentos como Mirari vos (1832) de Gregorio XVI, una diatriba contra los principios liberales centrales a toda sociedad democrática, el Syllabus errorum (1864) de Pío IX, una larga y abominable lista de libros prohibidos e ideas censuradas, Divini redemptoris (1937) de Pío XI, con sus acerbas denuncias a la revolución mexicana y la república española, a todas luces un tácito apoyo a la insurrección franquista, y la declaración de marzo de 1986 de la Congregación para la Doctrina de la Fe, “Instrucción sobre libertad cristiana y liberación” (Libertatis conscientia), una amonestación crítica a la teología latinoamericana de liberación, publicada con el aval del entonces prefecto de esa Congregación, cardenal Joseph Aloisius Ratzinger, y el visto bueno del Sumo Pontífice, Juan Pablo II. Hay que tener sumo cuidado a fin de evitar que la honrosa recuperación de la memoria de Antulio Parrilla Bonilla como sacerdote, obispo y profeta se empañe con aparentes apologías de documentos eclesiales que tras el segundo Concilio Vaticano y el cónclave episcopal latinoamericano de Medellín son ya, incluso al interior de la iglesia católica, indefendibles en su integridad.
3-Solo de paso y muy brevemente Santiago Santana menciona los artículos periodísticos que con relativa frecuencia escribió Parrilla Bonilla sobre el tema del control de la natalidad. Esos textos se reprodujeron en un libro titulado Neomaltusianismo en Puerto Rico (Río Piedras, PR: Editorial Juan XXIII, 1974). Son escritos en los que resuenan fuertes ecos, aunque algo revestidos de un ánimo tercermundista y anti imperial, de la encíclica Humanae vitae, emitida en julio de 1968 por Pablo VI, uno de los documentos papales que, lo admito, despiertan en mi escasa aprobación. Esos artículos de Parrilla Bonilla suscitan en mi persona dos reacciones: primero un inmensurable y persistente hastío y luego una irónica sonrisa al percibir como ciertos varones de iglesia –sacerdotes, teólogos y obispos– pretenden decretar a las mujeres lo que les es permitido hacer en asuntos que tocan muy íntimamente a su sexualidad y derechos reproductivos. Es mal viejo, congénito y por lo visto difícil de curar. Por suerte, cada vez son menos las mujeres que en esa cuestión siguen al pie de la letra las prescripciones y proscripciones de los jerarcas eclesiásticos.
La excelencia de este libro de Miguel Santiago Santana es doble: restaurar la memoria de una de las figuras cimeras de la historia eclesiástica y social de Puerto Rico y retarnos a proseguir con nuevos bríos, en nuestro peculiar momento histórico, la lucha dual que Antulio Parrilla Bonilla acometió con devoción incesable: la descolonización política, económica y espiritual del pueblo puertorriqueño y la solidaridad con los excluidos y marginados de nuestra patria. Nuestra profunda gratitud a Miguel Santiago Santana por legarnos esta valiosísima obra.
Inicié estas reflexiones con un verso de Canto de la locura, de Francisco Matos Paoli. Permítaseme concluirlas con otro poema del mismo autor, esta vez de su libro Contra la interpretación (1989)…
Porque estoy vencido por el otro que sufre
por el clamor de una muchedumbre hambrienta.
Entonces, como el Cristo, cojo el pan, cojo el pez, los multiplico.
Y así traigo al mundo el silencio fiel de Dios,
la gracia del camino de Damasco
que pone un nombre nuevo a Saulo:
el forjador incorregible de la locura de la cruz...