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Fugacidad, simbolismo y memoria en Las cenizas del nido de Ricardo Bellveser
Fugacidad, simbolismo y memoria en Las cenizas del nido de Ricardo Bellveser
José Antonio Olmedo López-Amor
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[literatura-crítica-estudios culturales]
En el presente trabajo se pretende llevar a cabo un estudio crítico sobre la obra poética titulada Las cenizas del nido (Visor, 2009) del poeta valenciano Ricardo Bellveser, un poeta que inició su carrera adscrito a la estética novísima y a través de los cuarenta años de producción lírica que jalonan su trayectoria, ha ido evolucionando y cambiando de registros hasta la actualidad. Fugacidad del tiempo, simbolismo y memoria, serán los motivos principales que vehicularán este análisis. El tratamiento del tiempo como elemento poemático dinámico y el tono y forma de los recursos empleados dan buena cuenta de la madurez del autor. Dada la nula bibliografía encontrada en libros específicos que aborden el estudio de la obra de este autor, al igual que dada su extensa y reconocida trayectoria, consideramos necesario indicar las claves temáticas y formales que sustentan su poética, no solo para conocer las características de su estilema desde un interés académico, sino para –de alguna manera– también contribuir a la divulgación de su obra.
El autor y su obra
Ricardo Bellveser Icardo (Valencia, 1948) es una figura singular dentro del panorama literario valenciano. Licenciado en Periodismo y Filología Hispánica, académico electo de la Academia Valenciana de la Lengua, también de la Academia de Bellas Artes de San Carlos y Vicepresidente del Consejo Valenciano de Cultura, Bellveser fue distinguido con el Premio Nacional al Fomento de la Lectura, el Premio de Poesía Universidad de León o el Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma, entre otros muchos reconocimientos. Precisamente este último premio, en su decimonovena edición, recibió el libro objeto de estudio.
Por edad, críticos literarios como Sergio Arlandis lo emparentan con la generación novísima, de hecho, sus dos primeras publicaciones fueron concebidas el mismo año y bajo una visión culturalista, y nos referimos a Cuerpo a cuerpo (Ediciones 23-27, 1977) y La estrategia (Lindes). Adscrito al movimiento denominado poesía de la diferencia en los inicios de esta, su poética ha sido considerada partícipe del mediterranismo, como por ejemplo, apunta Pedro García Cueto a propósito de otro de sus poemarios, El agua del abedul 1 (Visor, 2002) en su libro La mirada del Mediterráneo (Institución Alfonso el Magnánimo, Diputación de Valencia, 2011: 160):
Tiene razón el poeta, la vida sin luz es mucho más dura; por ello, reivindica el espacio de la luz por antonomasia, el Mediterráneo. Bellveser sigue la senda de Brines o de aquellos pintores que reivindicaban la luz, como Sorolla, cuyo mayor destello era ese contraste entre el blanco de las mujeres en la playa y las sombras que aparecen en algunos de sus cuadros.
El propio García Cueto, con relación a otro de sus premiados libros, concretamente Fragilidad de las heridas 2 (Calambur, 2004), manifestó: «Bellveser hace un esfuerzo de contención y logra poemas existencialistas, acunados por la certidumbre que el tiempo nos va dejando 3 ». Algunos críticos encuentran en sus obras un peso específico de la experiencia de la vida, algo que se evidencia tras la lectura de su obra, como también mostrarán su relieve ciertas constantes argumentales, como el tiempo; aunque no es su recurrencia, sino el tratamiento que el autor hará de ellas, lo interesante de su propuesta. Por tanto, etiquetar la poética de Bellveser resulta complejo, no tanto por su liquidez, sino también por el tono y forma de su concepción lírica.
Obviaremos la producción literaria del autor en géneros como la novela, el relato o el ensayo, pero es justo mencionar que como antólogo, Bellveser es responsable de Un siglo de poesía en Valencia (Prometeo, 1975), un libro de referencia y pionero en cuanto a antologías de poetas valencianos que escriben en castellano se refiere.
Fugit irreparabile tempus
Una cita de Luis Cernuda «La casa familiar, el nido de los hombres» introduce al lector anunciando el vínculo semántico entre el escenario de la infancia y el nido que el poeta revisita y redescubre convertido en cenizas. El tiempo evocado es sin duda el pasado, pero el pasado de un presente que ve otro pasado y a su propio ahora modifica (pág. 33, vv. 26-28): «La trampa está muy bien pensada / pues el olvido no hace que olvidemos / sino que le cambia el nombre a las cosas 4 ». Volver la mirada al origen, ya en la ausencia de todo aquello que fue vida y calor, retroalimenta las estancias temporales de la memoria, algo que no puede más que consternar a su observador, erigido como analizador forense, al que cada hallazgo, cada reconstrucción de los hechos conmueve. Empujado al ejercicio de la memoria, el poeta reflexiona y sufre en la misma medida, su reflexión se resuelve al advertir lo absurdo de reconstruir una experiencia hecha pedazos, fragmentos que el tiempo y el olvido han ido destruyendo y desfigurando.
Este es el planteamiento de Las cenizas del nido, un libro que relata el duro momento en el que, tras la muerte (real) de los padres, la casa familiar es desvalijada para que otra familia la ocupe. Un acto tan cotidiano como una mudanza supone en el poeta un punto de inflexión, un inventario de la destrucción en el que el pasado se vive como un presente en el que los objetos materiales alcanzan la categoría de símbolos.
Dividido en tres partes, la primera de ellas corresponde a un extenso poema en prosa, titulado “Lo que quedaba de ellos”, en el que a lo largo de siete páginas queda magníficamente expuesta la razón de ser de todo el poemario (págs. 13-14):
Tras de mí se ha derrumbado una parte de mi vida que de pronto ha envejecido,
mientras hago inventario de la destrucción.
Me voy de esta locura que me aturde
y camino a la ciudad hacia otro seno tibio en el que me aguarda el presente,
ajeno a que llego herido por la daga de una nostalgia imposible que se está transformando en melancolía.
El yo lírico no atiende a imposturas narratológicas, no es otro que el autor (obviando que todo yo literario es ficticio). Ha sobrevivido al desastre, pero no ileso; tiene ante sí las ruinas humeantes de un templo sagrado, pero algo ha muerto dentro de él y es irrecuperable. Su percepción del tiempo evocado no se ajusta a la realidad del presente. Mientras enfrenta ese escenario el pasado se superpone al presente, un pasado que inevitablemente le hiere, pero además le enseña una lectura estoica de la vida en la que los objetos materiales no tienen ningún valor sin las personas que les dieron su sentido. Sin embargo, interactúa con el pasado mientras evoca pero a la vez es consciente de que su presente está en otra parte. Por tanto, la recreación de esa otra realidad pertenece más a la fantasmagoría, a un ensueño fragmentado, traído al primer plano por el encuentro con una fotografía o con un mueble, y por ello no lineal. La cronología se ordena a la coherencia de su caminar en el presente, los recuerdos revividos responderán a ese orden y tratarán de formar su propia coherencia temporal.
Muchos puntos de unión encontramos entre esta obra y La casa encendida de Luis Rosales. Un yo lírico unamuniano vaga por la casa, aunque Rosales utiliza más imágenes irracionales y surrealistas, pero en ambos es visible la influencia de Machado en la concepción temporal. En el caso del libro que nos ocupa, los tiempos (pasado y presente) se solapan y mezclan, jamás el futuro, al que solo se alude con cierto pesimismo. Aunque en Las cenizas del nido la historia narrada no es contextualizada con la realidad social del momento, sí existen referencias –en la tercera parte– al cine o la pintura. La referencia cultural, una constante en la poesía de Bellveser, servirá para manejar una digresión que culminará en la asunción del arte como único elemento incorruptible por el tiempo.
El poeta describe un escenario que es el depósito de un contenido de conciencia, se focaliza en la arquitectura de un mundo ya imposible en proceso de recreación y desintegración. La dual ambigüedad de presente y pasado quiebra el concepto de espacio y tiempo lineal y escinde la realidad en dos esferas, en una grieta insalvable por la que emerge desgarradora melancolía.
Lenguaje sencillo, tono melancólico y reflexivo. El uso del versículo será definitivo en los tres bloques que conforman el libro, aunque ello no exime a que en su heteropolaridad predominen versos endecasílabos y alejandrinos. El verso libre es uno de los recursos generales de su poética, también la rima blanca o ausencia de rima, lo cual influye en que parte de la función poética de los poemas recaiga sobre el uso de formas retóricas como: la metáfora, elipsis, antítesis o paradoja.
Armado de un laconismo conceptista, demuestra que el tiempo es el elemento desencadenante. Es él quien obliga a morir a los padres y quien provoca la evocación en el hijo. La memoria es causal y funcional para contrarrestar el profundo dolor causado por la pérdida y la constatación de un incierto futuro. La muerte y el olvido son trasuntos del tiempo, y la mudanza del tiempo conlleva a su vez la mudanza del espacio.
En la estrofa que sucede a la comentada encontramos uno de los rasgos más característicos referido al tono melancólico, no sensiblero, que rezuma el libro en general (pág. 14, vv. 6-8): «Esta herida es incurable y está abierta, por / eso la escondo bajo una venda de sonrisas / que a nadie engañan». La brecha no admite sutura, de ella mana sangre y en un intento por desdramatizar su relato el poeta toma importantes decisiones: ser más narrativo que lírico y domar su tristeza para evitar caer en la cursilería. Para ilustrar estas afirmaciones y otras más recurrimos a tres fragmentos que componen una carta inédita que el propio autor nos facilitó tras una entrevista con objeto de este estudio. Dicha carta es autoría de la poeta valenciana Francisca Aguirre, madre de Guadalupe Grande y viuda de Félix Grande, quien tras leer Las cenizas del nido se dirigió a su autor en estos términos (fragmento 1, Madrid, 18 de mayo de 2010):
No sé cómo entrarle a un libro como el tuyo. Realmente, en los últimos tiempos, he leído pocos libros como Las cenizas del nido. Para empezar es un libro engañoso. En el primer poema la narración nos envuelve como los hilos de una crisálida, es un discurso narrativo y engañosamente distante que nos cuenta educadamente la desolación de lo que fue milagro y resplandor. Casi me echo a llorar con el último renglón. Pero contigo no hay forma […].
Las sabias palabras de Aguirre ponen de manifiesto la apelación que el poemario hace a la emoción, pero también subraya ese distanciamiento en el relato de los recuerdos como herramienta para sortear un tremendismo, un dramatismo agónico que le haría recrearse en el dolor. Pero en la finalidad del poeta, además de transmitir toda la crudeza de la situación que describe, está la reflexión sobre la vida y el tiempo, el cuestionamiento de los valores que otorgamos a las cosas, la búsqueda de analogías en el mundo real para componer un correlato objetivo y así poder entender mejor el significado de ese mundo evocado.
Tras consultar diferentes reseñas que fueron escritas sobre este libro, advierto que Aguirre descifró como nadie la consciencia del autor a la hora de abordar la carga emocional de los poemas, además de otros rasgos que abordaremos en los siguientes fragmentos. Esa deliberada desdramatización oxigena al conjunto y permite la mínima digresión que el autor emplea para buscar analogías que signifiquen su dolor en el mundo.
No podemos pasar por alto el carácter confesional del autor. Ya en la primera estrofa que inaugura el libro puede leerse (pág. 9, vv. 1-3): «En esas cajas de cartón que aquí veis, se / encierra, precintada, la historia de mi / vida». En la rotundidad de una primera persona del singular el poeta comienza con una interpelación al lector, dato importante, en la que dirige su discurso a una segunda persona del plural. Contempla o propicia una posibilidad de diálogo con el lector; su talante dialógico culminará en monólogos reflexivos y descriptivos en los que el yo lírico se interrogará a sí mismo durante su propio desconcierto.
Búsqueda del origen
“Fugit prima” es el título de la primera de las dos extensas partes que componen el libro. Compuesta por dieciséis poemas en los que el yo lírico es el personaje que dinamiza la acción, su mirada, y sobre todo su evocación del tiempo mítico en la casa familiar, traerán a su experiencia la idea de la vejez y la muerte. Todo ello también reconfigura el olvido, la pérdida, los desprendimientos obligados a que nos somete la vida, pero sobre todo, el tiempo. Con esa idea de decrepitud y fantasmal existencia previas a desaparecer, el poeta forjará la tercera parte del libro, ya en otro escenario, en la que esa imagen totémica será contrastada con la perenne hermosura del arte.
Fiel a su compromiso tácito con la verdad, el poemario en esta segunda parte está gobernado por completo por una pulsión escópica, un deseo inexhausto de ver que partiendo de lo general (la casa de los padres) llegará a lo particular (un poemario, una agenda. un libro, fotografías y postales viejas, etc.) transitando tópicos como el ubi sunt y tempus fugit hasta llegar a de senectute, el cual predominará en toda la última parte del libro.
El crítico Sergio Arlandis, quien posee uno de los mejores estudios publicados hasta la fecha sobre el autor que nos ocupa, opina que esta obra debería considerarse poesía de la experiencia aunque no haga uso del monólogo dramático (Monteagudo 5 , n. º 19, 2014: 228), y no le falta razón. Hemos dicho que la decisión de huir del patetismo disuelve las sospechas en cuanto a su filiación autobiográfica; al no querer enmascarar ni hiperbolizar su propia intimidad los versos se desnudan favoreciendo cotas de Parnasianismo y Simbolismo, lo cual le obligan a prescindir de un yo distanciado, quizá la única salvedad para etiquetarse bajo ese epígrafe al que probablemente pertenece.
A esta desnudez refiere Francisca Aguirre en la carta mencionada, reitera de nuevo la emoción de los poemas y la inteligente forma de abordarlos por parte del autor. Su aserto a este respecto posibilita una lectura de los poemas en clave de poesía pura (fragmento 2):
[…] los poemas que siguen, desde “La casa de los padres”, “Una antigua agenda” o “Donde se halle su mirada” y todo el resto, son una especie de mano que de manera inapelable nos atraviesa el pecho, nos agarra el corazón y nos lo deja hecho un trapo. Pero la verdad, Ricardo es que hay en todo este libro una astucia, un conocimiento del mundo de las emociones, un conocimiento también de la diferencia entre lo narrativo y el poema que da la medida de que quien escribe sabe muy bien lo que es ese territorio salvaje y tierno al mismo tiempo que llamamos corazón. Y sabe que cuando se trata de contar su historia no sirven los abalorios, los inventos. Sólo sirve lo vivido […].
Solo sirve lo vivido si de verdad se pretende emocionar al lector y sonar verdadero. En una de las recientes presentaciones del libro Primavera de la noche (Calambur, 2016), último poemario publicado por Bellveser hasta la fecha, el autor reivindica un regreso de los poetas a la «poesía verdad 6 ». Argumentó a este respecto el daño que hicieron los poetas de las vanguardias de principios de siglo con sus cada vez más complicadas experimentaciones, lo cual terminó por alejar a buena parte del público de la poesía. En su opinión, un poema que no es entendido por un lector es un poema fallido.
Dado el particular estilo de Bellveser y la personalidad que imprime a sus poemas, hace que no podamos considerar que en sus comienzos fuese epígono de la promoción novísima. Atraído quizá por la obra de poetas como Guillermo Carnero, quien influyó y todavía lo hace en su forma de entender la poesía, y debido a un perfecto conocimiento de las historias y costumbres de la cultura grecorromana, Bellveser comenzó su carrera como poeta ofreciendo dos obras de corte culturalista que ya contenían dentro de sí las preocupaciones existencialistas que hoy definen su obra. Su cambio de tendencia vino después: « […] Bellveser ha sabido sumar a su trayectoria los logros de aquella generación del 70, con las nuevas líneas estéticas y la rica tradición literaria, no solo en la lengua española, sino también de la valenciana e incluso la inglesa […] 7 ». El crítico José Lupìáñez en una de sus columnas se refiere a este hecho (El Faro, 2010: 1):
Ricardo Bellveser es para mí un poeta meditativo y mediterráneo. Era ya elegíaco y culto en sus inicios y el tiempo nos lo ha ido acercando más al corazón. En su Mediterráneo, que es el mar de los símbolos, siempre hay ánforas, estatuas dormidas y dioses antiguos que persisten y en sus poemas no falta nunca una llamarada, algún deslumbramiento en medio de sus soliloquios y regresos.
Lupiáñez llama «libro de regresos» a Las cenizas del nido. Y lo es en muchos sentidos. Para regresar al momento de mayor pureza e ingenuidad, a la infancia, es necesario ir desprovisto de retórica, de prejuicios, de versos y contenido que no se necesitan. En su caso, encontrar la palabra precisa, la imagen que todo lo dibuje, es una obsesión permanente. No reconocerse en las fotografías, frente al espejo, es el indicador de que una transformación, una maduración, un desaprendizaje ha comenzado (pág. 40, vv. 1-5): «Me miro en el espejo, / me veo en los vídeos, / me observo en las fotos / y no me entiendo. / Como si yo no fuera yo».
El poemario por entero está indefectiblemente unido, su unicidad y organicidad hacen que haya intertextualidad en sí mismo, pero también la hay con otras obras y autores, como en el caso del poema “Anciana tras la ventana” donde algunos versos de Garcilaso cobran un sentido completamente nuevo al cambiar de contexto (De Villena, El Faro, 2010: 4).
Cabe señalar la importancia de las citas previas a los poemas, en ocasiones, de autores ajenos, y en otras, de cosecha propia, será un recurso constante de valiosa carga catafórica. Su lectura paralela trasciende a su función didascálica por la belleza de su morfología y la profundidad de su significado, algo que José Lupiáñez también reflejó en su comentada columna 8 :
Se trata de sentencias, de comentarios eruditos, de versos incluso que podrían haberse desprendido de alguna estrofa y se han encaramado a las cursivas de la cita. Literatura gnómica y sabia, paralela a los versos, iluminando, abriendo horizontes, universalizando la experiencia vivida […].
Los dos elementos poemáticos que conforman el título del libro son dos perfectos iconos: ceniza y nido. La ceniza, bajo una perspectiva católica, simboliza el pecado y la fragilidad del hombre, y además, la imposición de la ceniza como acto litúrgico es una costumbre que recuerda a quienes practican la Cuaresma que algún día van a morir y sus cuerpos se convertirán en polvo. Por supuesto, la ceniza posee connotaciones de acabamiento, como resto mortal del fuego, un fuego que puede renacer de las mismas, por lo que adquiere una dualidad principio-fin muy rica semánticamente. Por su parte, el nido puede considerarse un símbolo de protección y sosiego; en el arte medieval su presencia acompañada de pájaros se interpretaba como la placidez del paraíso. Un refugio sagrado en el que no solo la vida se preserva, también se alumbra, ya que en el caso del autor ha nacido en la propia casa de los padres (pág. 10, vv. 15-16): «Yo nací en esta casa, entre los gritos de / dolor de un parto viejo […]», lo cual refuerza el vínculo afectivo del yo lírico y su telúrica raíz.
Uno de los temas principales del poemario, el olvido, no solo puede interpretarse como transfiguración del tiempo y de la muerte, sino también bajo una perspectiva lacaniana en la que olvidar no es renunciar para siempre a un recuerdo, sino que este se traslade al plano inconsciente y su acceso a él ya no sea voluntario. A partir de aquí, las asociaciones entre elementos serán menos reconocibles y más intuitivas.
Un clavo en la pared será el elemento donde culmine la semiología empleada por su autor en un poema de mismo título, entendiendo por semiosis la instancia en la que algo indeterminado significa mucho o poco para alguien, constituyéndose así en el portador de su sentido (pág. 41, vv. 2-4, 8-9): « […] isla de acero / en el desierto de cemento, / tuvo sentido. // Se puso allí para cumplir / una misión hija del cálculo». En este sentido, la materia se constituye como icónica portadora de un sentido, pero también algunas ausencias, por lo que la olla sin comida, la casa sin sus huéspedes, el clavo sin el cuadro suponen un reclamo a la memoria, pero también a la sensorialidad, la cual despliega todas sus cualidades como elemento activo, receptor de esa otra veta inmaterial de lo vivido (pág. 27, vv. 1-3): «En este olor a rancio, esta fragancia / a libro antiguo que mana de sus hojas / color vainilla y de sus manchas aguadas […]».
De senectute
“Fugit secunda” es la tercera parte del libro, o segunda si consideramos al primer poema en prosa como pórtico, se compone por siete poemas que se desarrollan en escenarios diferentes, pero imbuidos del mismo carácter reflexivo y emocional que el bloque precedente. Continúa el versículo salmódico y la intención de aprehender la realidad como un todo fluyente, a través de imágenes, símiles, anáforas y expresiones que se irán sucediendo.
La protagonista del primer poema y de otros poemas sucesivos en este apartado es una anciana. En ella se sintetizan todos los pensamientos y sensaciones expresados con relación al paso del tiempo y lo efímero de la vida. Símbolo de un memento mori y quizá trasunto de la figura materna, en el poema titulado “Anciana en el museo” su protagonista contrasta lo ajado de su aspecto y sus derrotadas convicciones con la belleza representada en las esculturas que la rodean (pág. 46, vv. 9-10): «Cara a cara en el invisible aliento malva, / un alma ensombrecida y la inmortalidad». En este poema, la referencia a lo mitológico servirá para oponerse a la visión antropocentrista del mundo.
El poema que lleva por título “Última residencia” invierte la escenografía del poema anterior. Si antes una anciana estaba rodeada por multitud de estatuas, ahora es una estatua (situada en el centro del patio de una residencia de ancianos) la que es rodeada por una multitud de ancianos. La imagen en sí ya es impactante, de evidente fuerza expresiva (pág. 48, vv. 16-18): «Venus hermosa rodeada del fin / del mundo, en la meta de la edad / y el cansancio de la carne rendida». El yo lírico se sitúa en la verja que separa a ese patio de la civilización ruidosa, ajeno al grotesco espectáculo de unos ancianos que arrastran su vida atada a los pies, algunos de ellos, ya ni sabiendo quiénes son. Es así como se encuentra el arte como valor no mancillado por el paso del tiempo, la barroca consideración de una fuerza que supera a la naturaleza. Su permanencia alumbra los visos de una derrota del tiempo.
De la casa familiar a la casa común, el mundo, este otro nido del que nos vamos despidiendo cuando ya el tiempo nos ha mudado tanto que casi no nos reconocemos (Lupiáñez, El Faro, 2010: 2). El punto de vista del yo lírico es panóptico, ya que desde él, primero se aprecia a los personajes y espacios míticos en el ámbito hiperuranio de una verdad incorruptible y ajena al tiempo de los mortales, para después volver la vista a lo material y comprobar el decadentismo de un antropocentrismo fetichista y mitagógico.
¿Hay regreso al fin? ¿Encontramos el camino de vuelta? La única esperanza en medio de tanta incertidumbre quizá siga siendo el amor. Sólo el amor acude, insinuado, lejano, para poner su bálsamo en el corazón desconcertado a la hora del ocaso 9 .
Sin memoria, el objeto se somete al olvido. Y el olvido es precisamente la muerte real de la materia, por eso Bellveser alienta la memoria como cofre de vida (Elguero, Mercurio, 2010: 44). Esta última parte del libro recoge el testigo metafísico con que el poema titulado “La habitación vacía” clausura la segunda parte (pág. 42, vv. 18- 20): «El hombre no es la medida / de las cosas, es quien / nos da la medida». No en vano, todavía queda el eco de la pregunta formulada en el poema “La fresca brisa”, ¿podemos y debemos desprendernos de todo aquello que nos constituye como personas? (pág. 35, v. 14): «Adiós a lo que fui y tal vez aún sea»; más todavía si atendemos al texto contenido en la cita: «Me dijeron que todo acabó pero la casa seguía allí con intolerable arrogancia».
Ricardo Bellveser posee una manera de escribir que se percibe indisolublemente unida a un pensamiento que rige siempre, entre lo anecdótico y lo común un proceso deductivo que trata de confluir en una conclusión razonada 10 (De la Peña, 1995: 21-22). Y debido a ese sometimiento a la razón emerge el recurso al símbolo, también al descubrimiento del absurdo al comprobar lo ineficaz que pueden resultar en el ámbito emocional los metódicos y técnicos procedimientos de la lógica.
La sociedad capitalista es un enorme monumento erguido a la insensatez del ser humano. A través del dolor se pone en marcha un proceso de maduración por el que mutamos nuestras convicciones y el saber epistémico se diluye y renace con incondicionales límites y perspectivas.
Es destacable el hecho de que aun recurriendo a un distanciamiento emocional, ese grado hacia lo aséptico no impida al texto llegar a emocionar al lector. La potencia dramática del suceso versado, así como la sinceridad en la forma de exponerlo favorece la identificación del lector con el yo lírico, y en el caso de Francisca Aguirre, no solo se emociona tras su lectura, sino también se siente empujada a la evocación personal, tal como transmite en el último pasaje de su epístola (fragmento 3):
[…] He leído unas cuantas veces “Una postal de Uclés”: atraviesa el poema una brisa melancólica, una pesadumbre educada que llega hasta nosotros como un suspiro, algo un poco más humilde que la queja. Algo que se queda a nuestro lado tal vez para acompañarnos. He vuelto de tu mano a los días de mi infancia, a las palmeras de Alicante, a las viejas fotos familiares, al rostro de mi madre, a mi abuela leyendo novelas de Dumas, pero sobre todo a aquellos días de hambre, sol, playa y pepinos o algún alficós que había conseguido mi tía Mary. Todos somos el viajero que huye y también algunos nos quedamos asombrados ante el rostro que aparece en el espejo. Tremenda la última parte de tu libro. La he leído jadeando. Y después de acabar el libro he pensado que tal vez pueda sobornarte ¿qué te parece si en lugar de tirar la botella al contenedor tiramos unos cuantos calendarios y yo te mando por recadero urgente una tortilla de patatas? No me importa que digas que la tuya es mejor. Gracias por este libro y un montón de besos. (Paca).
El poema que clausura el libro se titula “Mensaje en la botella” y lo acompaña una cita del grupo musical Police «Rescátame antes de que caiga en la desesperación». Aquí el pesimismo es más evidente, conocida la implacable destrucción de lo físico como paulatina amenaza muda, el yo lírico introduce un mensaje para nadie –en el que le va la vida– en el interior de una botella que sabe que acabará en un vertedero de basura; pero aun a pesar de todo, el hablante lírico se expresa por escrito y mantiene la esperanza de encontrar a su interlocutor (págs. 59-60, vv. 25-32):
Un mensaje en una botella flotando en la hez
de lo que en otro tiempo fue gloria y fama,
señalado por las luces de los escaparates.
Lo que alguna vez fue el lujo de la vida
ahora tan apenas agoniza en su olvido.
Por ello todo mensaje que no va a nadie
es inútil como lo son el despertar de las aves,
y lo fue el canto de las bestias el primer día.
Para terminar este estudio suscribimos las palabras de Fernando de Villena: «Las cenizas del nido, una obra de inusual profundidad en la poesía de hoy, un libro marcado por el desgarramiento, una reflexión estremecedora sobre el tiempo, el olvido y la fugacidad de todo, salvo el arte 11 ».
Notas
1 Por este poemario el autor recibió también el Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma en su decimosegunda edición.
2 Premio de Poesía Ciudad de Valencia Vicente Gaos, 2003, otorgado por el Ayuntamiento de Valencia.
3 Ibíd. pág. 167.
4 Todos los versos que citaremos en el estudio corresponden a la edición de Visor, Madrid, 2009, de Las cenizas del nido.
5 “Alumbrada experiencia de la vida: la poesía última de Ricardo Bellveser” de Sergio Arlandis., editado por la Universidad de Murcia es un artículo recogido en el monográfico de la revista Monteagudo coordinado por Manuel Martínez Arnaldos y Carmen M. Pujante Segura, 3ª época.
6 Presentación realizada el 29 de marzo de 2017 en la librería Ramón Llull de Valencia. En ella, además del autor, participaron: Sergio Arlandis, Rafael Soler y Robert Archer.
7 Idem.
8 Idem.
9 Idem.
10 Esta cita ha sido extraída del libro La memoria simétrica (Huerga y Fierro, 1995), el cual supuso la primera antología poética de Bellveser. En él se compendia los cuatro primeros libros del autor: Cuerpo a cuerpo, La estrategia, Manuales y Cautivo y desarmado. Además incluye unos cuantos poemas del entonces inédito Julia en julio.
11 Idem.
Bibliografía
Arlandis, Sergio; 2014, “Alumbrada experiencia de la vida: la poesía última de Ricardo Bellveser”, Monteagudo, Universidad de Murcia, 3ª época, n. º 19, pág. 228.
Bellveser, Ricardo; 2009, Las cenizas del nido, Madrid, Visor.
De Villena, Fernando; 2010, “Un vitalista, un buscador”, El Faro, marzo, pág. 4.
Elguero, Ignacio; 2010, “Tiempo y memoria”, Mercurio, febrero, n. º 118, pág. 44.
García Cueto, Pedro; 2011, La mirada del Mediterráneo. Estudio de doce poetas valencianos contemporáneos en lengua castellana, Institución Alfonso el Magnánimo, Diputación de Valencia, Valencia, págs. 160, 167.
J. de la Peña, Pedro; 1995, “Hacia una lectura constante de La memoria simétrica” prólogo a La memoria simétrica. Antología poética 1977-1993, Madrid, Huerga y Fierro Editores, págs. 21-22.
Lupiáñez, José; 2010, “Ricardo Bellveser: Las cenizas del nido”, El Faro, n. º 11, págs. 1-2.
Bibliografía complementaria
Aguirre, Francisca; 18 de mayo de 2010, (carta inédita dirigida a Ricardo Bellveser), Madrid.