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José Luis Morante: Cartografías de la identidad

José Luis Morante: Cartografías de la identidad

Francisco Javier Gallego Dueñas

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[literatura-crítica-poesía]

Nacido en El Bohodón (Ávila) en 1956 que lo sitúa, al menos cronológicamente, cerca de los principales representantes de la llamada “poesía de la experiencia” (Javier Egea y Jon Juaristi nacieron en 1951, Luis García Montero en 1958, Felipe Benítez Reyes en 1960, Carlos Marzal en 1961). 1 Bebe tanto de Gil de Biedma y Ángel González, de Celaya, Fonollosa, Margarit y Cernuda, como de Borges y Nicanor Parra, de Julio Martínez Mesanza aunque su estilo carezca de la épica de éste. Con Blas de Otero comparte el lenguaje común, coloquial, sumamente cuidado, dotado de ritmo y fina ironía. No intenta, desde luego, deslumbrar con ingenio a través de metáforas artificiales, prefiere recursos como la concepción simétrica del poema, el léxico coloquial y selecto, la “adjetivación ajustada y plena de connotaciones, claridad sintáctica” (Gutiérrez Turrión 13). Según Fernando López Guisado, encontramos una “propuesta estética clásica en el autor que defiende una línea clara cuyas imágenes se alejan de cualquier artificio ostentoso pero también de la arbitrariedad y de la experiencia poética centrada en exclusiva en lo meramente anecdótico” (2013). José Luis Olmedo precisa, “también será constante la arquitectura imparisílaba de los versos: pentasílabos, heptasílabos y endecasílabos serán los más recurrentes en una combinación de metros que irá floreciendo alejandrinos, en mayor medida, en detrimento del eneasílabo” (2019). Como en otros poetas de la experiencia, aunque hay paseos rurales, predomina el espacio urbano, “donde el personaje toma conciencia de los otros y esboza un álbum de imágenes naturales, realistas para reproducir sus pasos” (Gutiérrez Turrión 26). Y como defienden programáticamente, siguiendo a Juan Carlos Rodríguez (Dichos y hechos), la poesía es también un género de ficción: “Escribir es mentir. La mentira merece un crédito que valore su aspecto verosímil, su apariencia de normalidad” (MP); “Tanta dulce mentira esconde a otro” (“Autobiografía”, Causas y efectos).

¿Poesía de la experiencia? Pues claro. ¿Poesía narrativa? De acuerdo. ¿Dónde entonces, su trascendencia y su duración? En compartir los referentes y en extraer los denominadores comunes que los sustentan y que configuran seguramente la base vital de todos nosotros. (Gutiérrez Turrión 21)

Su posición como excelente y reputado crítico 2 y editor 3 ha ocultado su carácter de poeta de cuidado lenguaje y dueño de una voz muy personal, poeta en extremo nada precoz, comenta José Luna Borge en la introducción a su Poesía 1990-1998. Más allá de la polémica entre la concepción de la poesía como comunicación o conocimiento que marcó en gran parte el debate teórico de las generaciones posteriores a la guerra civil (Sánchez García 2018), lo que parece rechazarse desde el marco teórico es la poesía como expresión del yo, ni en el sentido elegíaco ni en el jovial, ni siquiera como intermediario de los dioses (Barrero 2016). La poesía de José Luis Morante, en parte por ser poeta tardío en publicar, evita ese sarampión emotivo que aparece en los poetas más precoces en pasar por la imprenta (“Los contornos de un poeta no coinciden con el desahogo sentimental de un sujeto ensimismado”, MP). En parte también, y es más importante, porque la posición básica del yo poético de José Luis Morante, es una subjetividad becoming, en construcción, cambiante, de heterónimos y máscaras, haciendo diligente caso de la máxima de Marco Aurelio (talla tu máscara), como de la experiencia poética de Fernando Pessoa.

Trataremos de acercarnos a la poética de José Luis Morante a través de la concepción cartográfica, geoespacial de su yo poético, elemento esencial de la escritura del autor. Muchos críticos han puesto de relieve esa insistencia en desdoblar el sujeto poético, abordándolo desde diferentes perspectivas. Luis García Montero hablaba del sujeto escindido 4 del fracaso de la modernidad. Pessoa sentía la necesidad de los heterónimos para vivirlo todo. Josep M. Rodríguez (2001 y 2010) explora algunos de los referentes de esas identidades en construcción: por supuesto Pessoa, Pound, Borges, Dostokievski, Amélie Nothomb o Gil de Biedma. “El espejo que a José Luis Morante también le sirve para descubrir la imagen de «el otro» […] un yo confesional que busca fundirse y confundirse con el de su propio yo, pero que en el fondo es una invención más: otra «máscara»” (Punto cero 9-11). Vicente Luis Mora, en su ensayo El sujeto boscoso (2016), hace una extensa tipología del problema de la identidad en la poesía española contemporánea. Nos acercaremos a las connotaciones espaciales y temporales, geográficas e históricas, de la memoria en la construcción del sujeto poético de Morante porque lo interesante, además es que “junto a esa geografía íntima, la pupila social de este abulense (…) no olvida una realidad más amplia. Pienso en poemas como el hasta ahora inédito Alzheimer, en «Postal nocturna» o en «Chabolas»” (Punto cero 11). El propio autor lo reconoce en un aforismo, “Del diálogo entre microhistoria individual y macrohistoria social surge la conciencia cívica” (MP).

La experiencia poética de la que parte José Luis Morante tiene su origen en la experiencia vital “de la que selecciona y la que toma cuerpo en el poema a través de la palabra elaborada” (Gutiérrez Turión 11). Es esta concepción la que se manifiesta influencia de la poesía de la experiencia: “Sea cual sea el grado de participación del yo histórico en el poema, el referente primigenio siempre sería él; en forma directa o indirecta –esto no es relevante–, pero siempre aparecerá en el fondo del callejón su figura concreta o nebulosa” (Gutiérrez Turrión 8). En otras ocasiones, la experiencia vital no se traduce directamente, sino que se filtra por un concepto: un largo recorrido, el enemigo leal, el país lejano, el ninguna parte… que articula el poemario. No hablamos entonces de una poesía meramente confesional, sino más bien, de nunca exploración poética y también personal (“Como Narciso, hice del espejo un solitario lugar de introspección”, MP). De ahí la importancia que toman los títulos de los libros.

El libro se concibe como un todo unitario, con alguna imagen panorámica que sitúa la acción en el espacio o en el tiempo; sobre esa imagen genérica se asienta la peripecia simbólica del poema, y se cierra con alguna sensación conclusiva que justifica conceptualmente toda la composición. (Gutiérrez Turión 13)

La identidad como problemática quizás sea el rasgo más característica de la poesía de José Luis Morante (Troncoso 2017). Su escritura explicita claramente la distancia que debe haber entre el hombre y la poesía (“Alguien que escribe. Soy parte de la trama. Un personaje episódico”, MP). El poeta es un “heterónimo del propio autor que se suele cubrir como una máscara para complacerlo y traicionarlo” (Gutiérrez Turrión 10). La estructura en ocasiones narrativa de los poemas deja a sus protagonistas –o las diferentes versiones del mismo yo– desorientados, desvalidos, arrojados a la absoluta soledad entre los demás hombres. El uso continuado de la segunda persona es uno de los rasgos más llamativos de la poesía de Morante, unas veces referidos a un diálogo, otras, a un diálogo consigo mismo. Uno de los mecanismos de diferenciación entre el narrador y el protagonista de los poemas es precisamente el recurso a diferentes personas gramaticales en un mismo poema y la consecuente mezcla de planos temporales y espaciales (Luna Borge 24).

Desde Rotonda con estatuas en la poética de Morante se distingue una separación topográfica entre el yo y el tú (1); y entre el yo y el mundo (2); y entre el yo real y el yo fingido (3) que aparece ante los demás, el yo íntimo, auténtico y el yo social inauténtico, la máscara, aunque uno y otro aparezcan nombrados en primera o segunda persona, la máscara y el espejo (Gutiérrez Turrión 12).

Entre el yo y el tú

No se puede negar la importancia capital que en la poesía de José Luis Morante tienen las relaciones personales, el diálogo con un tú que se concreta en el escenario de los afectos tanto como en los escenarios públicos que le acerca a tomar el punto de vista de otro. A modo de ejemplo inicial, en Rotonda de estatuas, el diálogo escrito se concreta en “De la carta que no escribiera nunca / rescataría este párrafo / por su notoria fijación sedante / que me hace invulnerable al desaliento: // «Pienso en ti casi siempre. / Las otras veces pienso en ti»” (“Rompo una carta nunca escrita”).

La peripecia del protagonista poético de Largo recorrido permite incardinar ese diálogo dentro del paisaje cambiante del viaje y las distancias reales y metafóricas entre las que se configuran: “Es difícil tenerte cada día / y emerger imposible de tu abrazo. / Disimular –espiar a plena luz– / bajo un lenguaje neutro que equilibre / el timbre afable y la media distancia” (“Arte de la prudencia”). El viaje, en suma, es la oportunidad de encerrarse en una burbuja que los identifica frente al mundo: “Juntos sobrepasamos las antípodas; / con un vehemente afán de exploradores / nuestros pasos leyeron con tesón / la densa toponimia de los mapas. /… / Contigo a solas he viajado mucho / y he sentido asolando las traviesas / un temblor soñoliento, como fiebre, / que fue abriendo un espacio inhabitable, /un cansancio que mira de soslayo / y anima a cancelar rutas pendientes” (“Cancelaciones”, LR).

Según el filósofo español José Luis Pardo, la intimidad se construye siempre entre dos que comparten lo que el lenguaje lleva “de contrabando” (Pardo 122): “Intenté recordar las palabras propicias / para cerrar un libro / según especifica la hermenéutica, / ese idioma secreto / donde juntos conviven / razón y sentimiento” (“Palabras sueltas”, NP). Sin embargo, y es lo más sobresaliente, la segunda persona gramatical no siempre referencia un interlocutor distinto, muy a menudo es un artificio para tratarse a sí mismo de manera dialógica.

En la utilización de los paisajes, la acción que sólo cobra sentido en el remate último verso, cuando aparece el tú frente al yo, el nosotros. Se puede apreciar en una serie de poemas de La noche en blanco: “La evasión es muy fácil; / para ti no hay regreso / y tu dolor me huele a ropa limpia” (“Pacto”); “Aunque fueras creación memorable, / en este temblor de párpados abiertos / ya no te reconozco” (“Encantamiento”); “Si te hice sueño, no sobrepasabas / el vuelo permitido / a una función modesta: / era la pudorosa intimidad / que infringía la regla de ser islas” (“Vanagloria”).

Entre el yo y el mundo. El espacio en la poética de José Luis Morante

En el primero Rotonda de estatuas, además de inscribirse en el ámbito metafórico de la vida como camino, presente especialmente en Largo recorrido, hace referencia al movimiento circular. Este eje conceptual, por supuesto, no implica necesariamente una interpretación pesimista de la existencia. La rotonda adornada, como esta, por estatuas, es una imagen amable, estética, con una funcionalidad clara en la fluidez del tráfico, que redistribuye los trayectos y permite la salida.

Concretémoslo ya: la vida se presenta en una visión circular y reiterativa, sin soluciones claras, y en ella el autor se ve invadido por estatuas inmóviles y faltas de comunicación: seis mil millones de estatuas en este mundo redondo y repetitivo; o la misma estatua del yo poético secuenciada en perspectivas infinitas. (Gutiérrez Turrión 11)

La metáfora de la vida como camino es la que articula Largo recorrido. 5 Plantea una plena ontología del ser humano donde el movimiento siempre implica un desarraigo inicial, aunque los afectos y la vida procuren anclarse. La circunstancia del viaje se aprovecha para reflexionar no sólo al modo de Kavafis sobre la importancia del recorrido en sí mismo, es más, Morante prefiere recordar que los viajes son siempre de regreso: “Unir viaje y vacío en otra parte. / Celebrar el momento del regreso” (“Propósitos). Desde el principio de su poesía hay un innegable gusto por el viaje “Me gusta emprender sendas hacia ninguna parte” (MD); “Nunca se pierden / los que emprenden camino / a ningún lado” (Nubes). La metáfora del viaje explora la contraposición entre el reino de lo cotidiano y lo excepcional: “Porque lo cotidiano se convierte / en una polución irrespirable, / compro una guía de ferrocarriles, /… / vivo la frustración en ejercicio, / porque partieron ya todos los trenes” (“Tierra de adopción”, LR). Un excepcional, sin embargo, muy codificado, muy preparado, siempre abierto a sobresaltos pero previsible: “Que sea el viaje / un hecho cotidiano y sorprendente; / que guarda la memoria / aquella geografía / donde nunca estuvimos, / adonde llegaremos algún día: / cada viaje culmina en el regreso” (“Viajeros”, UPL). Por el contrario, la posición estable supone también una losa pesada para el poeta que añora el camino y el viaje como se añora la vida desde la madurez: “Aquí pierdo la voz, contemplo Rivas, / un nombre propio escrito en el asfalto, / un árbol que resguarda la memoria, / pulcra ciudad de espacios habitables, / igual y diferente a cualquier sitio /.../ Crece la sed aquí, varado en Rivas, / busco en vano la esencia de las cosas, / acumulo renuncias e inquietudes / y despide mi mano el tren vacío / de la vida que parte, no sé de dónde.” (“Desde Rivas”, LR).

Las referencias espaciales se hacen cada vez más centrales en la poesía de Morante como se advierte desde los propios títulos. El largo recorrido hacia un país lejano, que quizás sea ninguna parte. Quizás ese país lejano pudiera ser un hospital (“Francotirador”, UPL), quizás pueda ser el sueño (“El prisionero”, UPL) o quizás pueda ser el regreso (“Una certeza nubla la memoria: / excluyeron los mapas un país de regreso”, “Nómadas”, UPL). Incluso que ese regreso sea hacia la infancia “… Mas no puedo evitar / que el corazón a veces se estremezca / y con ojos de niño me pregunte: / ¿pero dónde va el tiempo?” (“Diciembre”, UPL). “El miedo” (UPL) es el gran poema del paso del tiempo. Viajar es también volver del sueño.

La sensación predominante en estas últimas entregas es de cierto pesimismo (“El pesimista”, UPL) ante lo que queda por llegar, una aceptación del sinsentido de la vida: “Da fe de su aureola / un hecho singular: / la nada persigue es la nada” (“Extranjero”, UPL); “El botín desmerece. /Nada es la recompensa, mas no importa” (“Nueva salutación del optimista”, Un país lejano); “Estas palabras son el equipaje, / el reclamo de una falsa grandeza, de un terco deambular que viaja solo, / en el vientre de un tren equivocado /…/ Mi desamparo arrojará al silencio / que fue cada estación una renuncia, / un paso dado hacia ninguna parte” (“Equipaje”, LR); “Quede mi nombre / y la serenidad de este paisaje / que no sabe quién fui. /… / Vuelven los ecos y dibujan mapas, / un recorrido de memoria y sueño / que convierte al que fui / en terco pasajero accidental / de otra ruta / que ya no identifico. / El pasado se puebla de restos arqueológicos. /… / Camina dentro / de un dédalo de calles / tras un rostro invisible. / Prosigue la deriva; / en terca voluntad / que empuja hacia otra parte. // En un reloj sin tiempo, / ensordecido / busco un lugar / para empezar de nuevo” (“Piedra caliza”, NP).

Los lugares escogidos en Población activa son “días grises, paisajes urbanos desiertos, deseos incumplidos, la niñez como recurso de ida y vuelta, aproximaciones imprecisas a otros seres, detalles acotados en el transcurso del tiempo” (Gutiérrez Turrión 18). En La noche en blanco son también inhóspitos, nolugares: “Autopista”, “Chabolas”, “Exilio”, “Ciudades”... “A su disposición inhabitable / el futuro le dio la mitad del vacío” (“Chabolas”); “Vuelve el naufragio de la amanecida. / Donde tú estás no hay nadie” (“Fiebre”); “Desde hace tiempo soy / anónimo viajante / que en cada ruta abona / el pactado estipendio” (“Exilio”). Se resume en un aforismo: “Estoy aquí, creo. Aunque desconozco la localización exacta del aquí” (MP).

Los cartógrafos nativos de A

ubicaron el paraíso en B.

Afamados estudiosos de B

descubrieron en A la localización exacta.

En C nunca hubo unanimidad geográfica sobre esta cuestión:

Unos se inclinaban por situarlo en A, otros en B,

y ganaba adeptos un tercer grupo

que prefería no decantarse

porque alimentaba la sospecha

de que el paraíso no estaba en ningún sitio

(“Geografía”, Diez insomnios)

El último poemario, Ninguna parte, es enormemente significativo. Puede hacer referencia a la falta de referencias, a la pérdida de orientación, a estar perdidos; pero también, no olvidemos, la utopía significa literalmente “ningún lugar”. Y así oscilan los poemas, entre lugares inexistentes, (“Nadie vuelve a ciudades que no existen”, “Trenes”); la desorientación (“He desistido ya, soy un intruso / incapaz de entender / que buscan algún alivio / en la zozobra, ese juego intrincado / que mantienen sin pausa ante mis ojos / dos sombras: el delirio y la ceguera. // Las dos habitan la casa de mis padres. / Les debo ser quien soy”, “En la zozobra”); “Después de tanto andar / nunca sé lo que busco” (“Nueva York”).

Entre el yo y el yo

Nubes es la última entrega poética hasta la fecha de José Luis Morante. Este conjunto de haikus termina con una reflexión general del poeta:

La elección vital de los que se convierten en personajes hacia un destino ineludible requiere varias perspectivas, varios modos de situarse. Seamos compañeros de viaje que soportan el frío, la angustia y el miedo: los que crean en los sueños: el testigo de paso de una experiencia ajena con la que no tiene más afinidades que el estar. Percibamos la tensión interna entre el desarraigo y la contemplación. (Nubes 28)

El tema “El otro, el mismo”, a juicio de Vicente Luis Mora “ha cobrado carta de naturaleza en la poesía en castellano” (222 y ss.) y cita la recopilación de Josep M Rodríguez en 2001, Yo es otro (Mora 231). Numerosos aforismos abordan el problema de la identidad en Morante: “¿Quién me propone el «otro» como tema?”; “«No sé quién es usted». Me lo dijo como si yo lo supiera”; “Lucho por desprenderme de ese yo que no soy”; “Heterónimos; ramificaciones del yo” (MD); “Recompone el pasado con fragmentos dispersos, hasta que reaparece un ser desconocido y extraño”; “Eres tú quien no eres. El otro no soy yo”; “Aunque mi yo sea otro, perdura en él un tipo residual que se gobierna por reglas incomprensibles”; “Recuperar el pasado es adentrarse en la conversación con un desconocido que acaso conserva un aire familiar en sus facciones” (MP).

La segunda parte de Rotonda con estatuas se titula Soliloquios inútiles. En ella se agrupan poemas en los que el autor considera las posibilidades poéticas del diálogo consigo mismo. El libro termina con uno de los poemas más celebrados, precisamente titulado “Heterónimos”.

Dentro de mí conviven,

abocados a una inmensa rutina sedentaria,

el yo que pienso y el otro, el que parezco.

Un pacto, que firmaran con los ojos,

les conmina a respirarse en cierta tolerancia,

y ambos han sido absueltos de mencionar,

siquiera cuál fue la última causa que les diera la vida. (“Heterónimos”)

El tratamiento, como estudia Ricoeur (1996), del sí mismo como otro, se correspondería con la explicitación de la distancia del yo consigo mismo, con clara conexión al juanramoniano “no soy yo, soy este”: “Le conozco muy bien, sé lo que piensa / –por más que la certeza suene a pedantería– / ama cuanto yo amo y a menudo acostumbra / a confundir rutina y existencia / como yo justifica el razonable precio / por encima del cual se vendería, / como yo gesticula, como yo decepciona: / ... / Hablaría del amigo perfecto para el viaje // Lo impide su manía de guardar la distancia. / Siempre está al otro lado del espejo” (“El otro”, Población activa).

Sin embargo, en lugar de considerarlo desde el punto de vista clínico, para José Luis Morante supone la posibilidad de exploración serena del propio yo y la aceptación de las múltiples aristas que lo componen (“Si tuviera que suprimir las aristas de mi personalidad que abonan reticencias, acabaría no siendo yo”, MP). Esta experiencia corre pareja al concepto de sujeto escindido tan grato a las aportaciones teóricas de García Montero (1987). La experiencia vital del sujeto de la modernidad radicalmente incardinada en su momento histórico le deja a merced de las contradicciones internas entre los ideales de una emoción vertebradora del yo y la experiencia material y sensorial con la que tropieza, la realidad y el deseo. En un aforismo, confiesa: “Días en los que no sé quién soy. Intento de nuevo saber quién me habita. Hay margen para seguir buscando aunque sospecho que soy un espejismo” (MP), y advierte, “Más que ocultación, la máscara concede otra identidad” (MD). Conviene, sin embargo, no arriesgarse a identificar los poemas como autobiográficos. A pesar de esto, acierta a decir en algunos aforismos: “Alguien que escribe. Soy parte de la trama. Un personaje episódico” (MP) o “La autobiografía convierte a otro en protagonista” (MD). La influencia del Machado más filosófico es evidente: “Dentro de mi conviven, abocados / a una inmensa rutina sedentaria, / el yo que piensa y otro, el que parezco” o en haiku “Dentro del tiempo / el pasado perdura. / Somos quien fuimos”; “Soy permanente / sucesión de mí mismo. / Tiempo gastado” (Nubes).

Otra de las aristas identitarias en la poesía de Morante es un permanente memento mori: “Un ligero temblor precede al gesto; / el ojo se despliega por la estancia. / No camuflo detalles: soy el muerto” (“Un perdedor”, LR); “En su artesana construcción del silencio, / la muerte no reconoce / ninguna otra verdad” (“Piedra Caliza”, NP). Son numerosas las alusiones explícitas al suicidio: “he tomado aquel tren cuyo destino / no expedirá billetes de regreso. / En esa latitud del abandono / me precedieron antes Silvia Plath, / el piamontés Pavese, Maiakovski, / Ana la dulce, Silvia, Paul Celan, / Egea, Ferrater y tantos nombres / que convirtieron años por vivir / en frágil material de pirotecnia” (“En dirección contraria”, LR).

El enemigo leal, título de su segundo libro de poemas, no hace referencia tanto al enfrentamiento de la realidad y el deseo, entre la utopía y la realidad, sino dentro del propio sujeto. No sólo es la historia de un fracaso, de un desencantamiento, no es la desmitificación, sino de la lucha interna consigo mismo, la lucha que sólo lleva a la resignación y la capitulación. El enemigo mayor es uno mismo, es el enemigo leal que nunca abandona: “el autor reflexiona con otro yo que siempre le acompaña y al que manifiesta confidencias de resignación y de aceptación ante cualquier hecho de la vida, en un auténtico monólogo interior poético (Gutiérrez Turrión 16). Es innegable que Morante se vale de la ironía para conseguir un distanciamiento que, por otra parte, aprovecha como complicidad con el lector. Los conflictos con el enemigo, en realidad, son aparentemente menores, conflictos cotidianos que dejan traslucir una lucha interna difícilmente saldada excepto con un armisticio en la que ambos contendientes acepten la derrota como equilibrio.

En Población activa, los poemas “recorren un camino de exposición de una vida gris y cenicienta en una ciudad cualquiera […]. Parece como si el yo poético, vencido y exhausto, renunciara a cualquier posibilidad de sobreponerse a las imposiciones cotidianas y se negara las puertas a un mundo mejorado y utópico” (Gutiérrez Turrión 18). En Causas y efectos se hace patente el desarraigo. Sin embargo, las referencias apuntan a una distancia temporal más que espacial, un replanteamiento sobre la juventud desde la madurez y la experiencia. El distanciamiento es mucho más estoico o irónico, “nada es los suficientemente especial, todo sucede porque sí, ningún hecho resulta sospechoso ni es capaz de excitar la conciencia del autor, que ya aparece resignado a aceptar unos límites deficitarios en el discurrir cotidiano, límites con los que es inevitable convivir y a los que hay que soportar amablemente” (Gutiérrez Turrión 20): (Nada sucede aquí; / nada sucede” (“Piedra caliza”, NP).

El centro del silencio me ha enseñado

a aceptar como un juego que la vida es una sucesión aleatoria de causas y efectos

sobre las dunas de la realidad.

Un extraño rumor nos configura, encubre quienes somos, quiénes seremos

Causas y efectos pasan, se suceden.

Articulan el tiempo. Y eso es todo.

(“Causas y efectos”)

Gusta al autor presentarse desde una óptica negativa: “Confieso en mí un cobarde” (“Cobardía”, NP); “Me siento un dios menor / que en esta creación cobra sentido” (“Identidad”, NB); “acicates oscuros para que yo reincida / en el acto más mío: no hacer nada” (“Cansancio”, UPL). Como el insomnio en La noche en blanco, el paso del tiempo y sus secuelas (envejecimiento y enfermedad: otitis, presbicia, alzhéimer) cobran protagonismo en Ninguna parte: “Salud intermitente; / se perciben los años en mi cuerpo / un viejo caserón / de inseguros cimientos, / rincones sin luz y ventanas clausuradas, / en el que se recluyen decepciones / y unas pocas certezas” (“Patética”). La memoria está muy presente en La noche en blanco (“El agua amanece”, “Niñez”), el olvido en Ninguna parte: “Paso a paso, furtivo, / has hecho de mi olvido / una enojosa práctica” (“Silencio”). En Un país lejano encontramos una irónica visión del propio yo poético: “Nadie sabe lo de su doble vida, / ni el mismo Supermán, con quien comparte / en salidas de emergencia / síntomas de un catarro, el relente nocturno / y atrevidos escorzos de mujeres soñando. / Ningún salario habrá que gratifique / languideciendo el mes tanto desvelo / por meter en cintura una sinécdoque, / domar un adjetivo, / pulir el acento de una esdrújula. // Resignado al filo amenazante de un reloj, / acero de oficina, de ocho en punto, / él se siente elegido, predispuesto / al martirio feliz de otro poema” (“Funcionario poeta”, UPL).

La posibilidad de ser varios en uno se explicita en algunos poemas claramente: “he perdido el anhelo difuso de ser otro” (“Fortaleza”, Mapa de ruta); “Para recuperarte / he luchado contigo y me desbordado / la tremenda importancia, / el bronco desamparo / de sentirte tan lejos. Estás sordo / porque la estupidez no es permeable” (“Esquizofrenia”, UPL). Cuando aparecen otros personajes (“El vigilante”, “El conformista”, “Furtivos”), a veces, tenemos la sospecha de que se trata de sí mismo: “Ni él mismo reconoce su pasado / tan limpio ahora / de líneas y adherencias” (“Arrepentido”, UPL): “Mientras, las horas se poblaron / de una felicidad insistente. / Definitivamente no era yo. / Desenmascaré al intruso, / frente al espejo, aquella misma noche / cuando le pregunté por mi pasado / y no supo qué contestar” (“El intruso”, Diez insomnios) 6 .

La metáfora de la ciudad como símbolo de la identidad no es casualidad (Mora 288 y ss.): “Mi vida es calle abierta, siempre en obras” (“Calle en obras”, LR); “En ti no tiene calle mi deseo” (“Ciudad”, NB); “Ahora cultivo densa claustrofobia, / impuesta soledad sin adjetivos” (“Huida”, LR); “Soy periferia. Y ese estar inconexo me parece un don, un privilegio irrenunciable” (MP). Metáfora que se extiende a la segunda persona: “Todo es paisaje en ti” (“Hipérbole”, NB).

Soy crédulo y paciente aunque mis días recorren una topografía de sucesos mágicos. Otros criticarán mi mansedumbre. Mi voluntad merece un exiguo salario, una pequeña nota a pie de página en clave de novela policial. Tengo fe en quien me escribe: en los renglones últimos resolverá el misterio, ahuyentará las nieblas y el cansancio y hará las oportunas correcciones para que en la partida prevalezca la propia identidad. Es el orden común de la supervivencia. Salvo magulladuras, sigo intacto (“Personaje literario”, UPL)

Ante vivir la identidad como una incertidumbre, Morante se propone buscar “una cartografía cotidiana” (“Noche a noche”, NP) y habitar la identidad.

Notas

1 Como profesor estuvo destinado en Candeleda (Ávila) y más tarde en Arcos de la Frontera (Cádiz), donde entró en contacto con su ambiente poético. Terminó su carrera docente en Rivas-Vaciamadrid (Madrid). Llegó coincidiendo con la publicación de su primera obra poética, Rotonda con estatuas 1990). Después vinieron: Enemigo leal (1992), Población activa (1994), Causas y efectos (1997, con el que obtuvo el premio Luis Cernuda), Largo recorrido (2001, premio Internacional de Poesía san Juan de la Cruz), Un país lejano (2002), La noche en blanco (2005, premio Hermanos Argensola), Ninguna parte (2013) y, lo que por ahora es su última entrega poética Nubes (haikus) (2013). Además, su obra ha sido recogida en diversas recopilaciones: Poesía. (1990-1998) (1998) y las antologías Mapa de ruta, (Antología poética, 1990-2010) (2010) y Pulsaciones (2017). Dentro del quehacer poético hay que añadir las plaquettes El año de la guerra, Diez insomnios (2004), Pateras (2005) y Cuentos diminutos (2015) y destacar la edición de un par de volúmenes de aforismos: Mejores días (2009) y Motivos personales (2015).

2 Recopilada en Protagonistas y secundarios, Institución Gran Duque de Alba, Excma. Diputación Provincial de Ávila, 1999 y en el blog puentesdepapel56.blogspot.com.

3 De las revistas Luna Llena y Prima Littera, de ediciones de Joan Margarit, Luis García Montero, Javier García Menéndez, Karmelo G. Iribarren, Eloy García Rosillo, Luis Felipe Comendador, Hermes G. Donis, la antología Re-generación de poetas jóvenes y la recopilación de aforismos e ideas líricas de Juan Ramón Jiménez.

4 Y así titula un poema inédito en Pulsaciones: “El sujeto escindido / que habita en mis poemas / se ha adherido a mi cuerpo / con un tacto de roca. // Piensa que soy un parking gratuito” (“Sujeto escindido”).

5 “29 de junio 2005. Hay sustantivos que implican en sus significados. Exigen una apropiación en quien los emplea y guían sus pensamientos. A mí me sucede con la palabra nómada. Su grafía me sugiere esbozo de cuentos o poemas. “El nómada cansado convierte a cualquier sitio en territorio propio. No sabe mirar atrás; no desplaza permanencias. En los mapas del nómada el aquí condensa muchos territorios dispersos” (Reencuentros 138).

6 En otras ocasiones es clara la intención irónica: “Mas, ya clásico vivo, qué fastidio / que en las Obras Completas no recojas / tu sello personal definitorio: / la perenne halitosis” (“Poeta consagrado”, UPL).

Bibliografía

Barrero, Hilario: “Algo más que piedra caliza” reseña de José Luis Morante: Ninguna parte. Disponible en Por hache o por be: https://hilariobarrero.blogspot. com/2016/05/ninguna-parte-de-jose-luismorante.html. 2016.

García Montero, Luis: Poesía, cuartel de invierno. 1987. Granada. Diputación provincial de Granada.

Gutiérrez Turrión, Antonio: “Apuntes de supervivencia. La poesía de José Luis Morante”. Los cuadernos de Sornabique. Béjar, 1997.

López Guisado, Fernando: “Reseña de Ninguna Parte, de José Luis Morante” en Acantilados de papel. Disponible en http:// acantiladosdepapel.blogspot.com/2013/10/ ninguna-partes-de-jose-luis-morante.html. 2013.

Luna Borge, José: “Apuntes para desenmascarar al enemigo (La poesía de José Luis Morante”, prólogo a José Luis Morante:

Poesía (1990-1998). Rivas-Vaciamadrid. Encuentro. 1998.

Mora, Vicente Luis: El sujeto boscoso. Tipologías subjetivas de la poesía española contemporánea entre el espejo y la notredad (1978-2015). Madrid: Iberoamericana Vervuert. 2016.

Olmedo, José Antonio: “«Pulsaciones»: la selección personal de José Luis Morante a veintiséis años de poesía.” en Oculta Lit. Disponible en https://www.ocultalit.com/ poesia/jose-luis-morante-pulsaciones-takara/ 2019.

Pardo, José Luis: La intimidad. Madrid: Pretextos. 2004.

Ricoeur, Paul: El sí mismo como otro. Madrid: Siglo XXI. 1996.

Rodríguez, Josep M. (ed.): Yo es otro. Barcelona: DVD ediciones.2001.

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Rodríguez, Juan Carlos: Dichos y escritos. Madrid: Hiperión, 1999.

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José Luis Morante

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