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Rosario Troncoso: Poeta de la ausencia

Rosario Troncoso: Poeta de la ausencia

Francisco Javier Gallego Dueñas

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[literatura-crítica-poesía]

En una entrevista reciente, la poeta Ana Patricia Moya pregunta a Rosario Troncoso: “¿Amor o desamor como tema universal poético?” Esta responde: “Ausencia.” (Ana Patricia Moya, 2018). Rosario Troncoso es una poeta que posee una indudable voz propia. Nacida en Cádiz (España), ejerce de profesora de Lengua Castellana y Literatura en Secundaria y Bachillerato y es conocida en el mundo literario por su larga labor cultural al frente de la editorial Takara y coordinando la revista El Ático de los Gatos y su versión dirigida a los más jóvenes, El Ático de los Gatitos. Su trayectoria poética está consolidada desde su primerizo Huir de los domingos (Padilla, 2006) hasta el reciente Los ángeles fríos (Calambur, 2019), además de la antología Eternidad provisional (Takara, 2017). Es también responsable de la antología Nube. Un mar de mujeres. Personal antología (Ediciones En Huida, 2013).

En un artículo reciente, Carmen Medina Puerta (2019) cartografía la poesía última escrita por mujeres en España. Como grandes bloques distingue la poesía tradicional, en el sentido que José Luis García Martín hablaba de poesía figurativa, de la poesía experimental, bien dentro del irracionalismo surrealista o de la fragmentación propia de la llamada retórica del silencio. La admiración que la gaditana tiene por Chantal Maillard coincide con el uso recurrente de la ruptura del hilo argumental tan propio de la poesía de la experiencia. La alusión al acontecimiento trasciende y se difumina.

Su personalidad poética se afianza a partir de unos elementos esenciales. Se mueve en el límite entre lo personal y lo general, la anécdota y el concepto. Trasciende el punto original que provoca el poema para establecer un discurso más general, donde lo conceptual, los sentimientos y la reflexión planean sin caer en la moraleja o en la consigna. Es cierto que a veces es difícil resistirse a la tentación de suponer la anécdota personal que origina el poema porque su tono, su yo poético, tiende a confundirse con su yo real. La poesía en femenino que realiza (y antóloga) Rosario Troncoso no es una postura cursi asociada con un estereotipo romántico y paternalista, sino la expresión de la radical experiencia humana, concreta, material y corpórea. Al mismo tiempo podemos incluir a Rosario Troncoso dentro de una poesía más figurativa, y, como las autoras incluidas en el estudio de Medina Puerta, apela al humor y la ironía. Sin embargo, es en el uso de la llamada autoficción (2019) donde más claramente se sitúa su poética.

Mucha poesía de Rosario Troncoso tiene un trasfondo autobiográfico. Habla de la niñez como paraíso perdido en el bosque oscuro del devenir, de la educación sentimental, de los fantasmas oníricos que cruzan por nuestra conciencia y salvan a lo diario de la monotonía y de esa erosión que acecha las pisadas del intimismo, como si las vivencias fuesen una secuencia reiterada que camina sin remisión hacia un espacio vacío. (Morante, 2018)

Tiene la maravillosa habilidad de Rosario Troncoso de dotar de musicalidad implacable lo que parece, solo superficialmente parece, un discurso cotidiano y habitual. Baja al detalle concreto, minúsculo para hacernos sentir el concepto abstracto y terrible. Frases cortas, como respiración jadeante. Y su especial sentido de corporalidad para describir las sensaciones y las reflexiones, la soledad, el miedo, la rabia: “Estamos demasiado lejos de la piel” (Lejos, NOS), “La espero / con el frío enredado en los tobillos” (Todos los veranos son ceniza, NOS).

Su universo abarca desde la niñez añorada (A mi madre, Verano, El árbol de la infancia, DYM) hasta los paisajes tras los que se esconde la desolación y el omnipresente mar, la orilla. El océano frente a la casa, lo cotidiano, trasunto del delirio y lo desconocido frente a la batalla diaria y los desafíos conocidos. Los paisajes preferidos en la poesía de Rosario Troncoso son, por un lado, el mar, con su horizonte abierto, relacionado con las pulsiones y la libertad; y por otro el hogar, espacio reservado a lo cotidiano, al sentimiento, a los afectos. Entre ambos está la ciudad, que es el territorio de las relaciones humanas, de las convenciones y las normas sociales. Paco González Fuentes, gran conocedor de la poética de Rosario Troncoso reflexiona a partir del título de uno de sus últimos libros:

La orilla salvaje no es la adecuada, tampoco es la misma. Es peligrosa, como el exceso de melancolía por una juventud amada y demasiado fugaz. A la orilla salvaje solo se va a morir (…) “Nuestra orilla salvaje” no es un pensamiento abstracto, no es retórica sobre el paso del tiempo. Es confesión, temblor. (Paco González Fuentes, 2017)

Sin embargo, como en las todas las entregas, nunca la rendición o la derrota, siempre aparecen asideros de certezas: “No se sueñan los fracasos, no se aman. / No arden sin pausa veinte años” (Negación, LAF). El título, Fondo de Armario, nos da pie a pensar en las múltiples aristas que la autora quiere mostrarnos, juega precisamente con lo cambiante y con la profundidad de una persona que se mantiene a través de todas ellas: “Pensamos que crecemos. / Pero no es cierto. / Envejece la cáscara” (Cáscara, FDA).

Rosario Troncoso ha encontrado una voz poética personal, un tono reconocible en sus poemas, un estilo que impregna claramente su obra. Un estilo precisamente transparente, huyendo de artilugios estéticos barrocos, con frases cortas, contundentes, habladas, versos como conversaciones, aunque realmente oculten un pulcro cuidado del ritmo y la medida y aparezcan metáforas audaces. Es un ejemplo de la intensa relación que existe entre lo personal y lo público, de lo íntimo y la reivindicación más social, de lo cotidiano y lo trascendente, una manera de entender la poesía en la que el acontecimiento que da pie al poema puede camuflarse para que sean los propios versos los que atraviesen el sentimiento y conecten, con una naturalidad aparentemente sencilla, con el lector y trasciendan la propia anécdota. Para lograrlo tan necesaria es la observación del instante decisivo como el oficio y la sensibilidad para seleccionar las ideas y traducirlas a palabras inscritas en un ritmo tan hermoso como contundente.

A lo largo de mi trayectoria, algunos críticos, lectores y amigos, me han colocado etiquetas varias: poesía de la fragilidad, de lo cotidiano, etc. No me agradan demasiado. (…) La poesía es literatura, no terapia. Si bien es verdad, el género lírico es el género de las emociones, los sentimientos. (…) Desde el más profundo de los respetos, me considero juanramoniana, y es la desnudez, la complejidad de lo más sencillo (creo que el reto más complicado es acercarse a los temas universales de la poesía desde un lenguaje cercano, y no precisamente fácil), lo que Juan Ramón perseguía. (Entrevista con Norberto García Herranz, 2018)

La conciencia de la radical existencia como ser humano en el tiempo, como mujer, como poeta, como docente se enhebra con aparente facilidad, a partir de la vida cotidiana y las vidas cotidianas. En cada entrega poética se puede advertir la mezcla entre lo personal y lo general. El compromiso se advierte claramente en poemas como Desahucio, Desamparo, Contrato (T), Inocencia, Apocalipsis, Babel (EEI), con un contenido más social: “en vuelo rasante, arrojaban sombras, / dudas, sobre un reino de iluminados / de altas atalayas incapaces” (Llegaron de lejos, EEI). La casa, el hogar ocupa un lugar predominante. Y su importancia radica tanto en su carácter de hogar como de propio edificio es precisamente un ejemplo de ese eje que articula lo íntimo con lo externo, lo público: Cuerpo de casa, Cerca, Sin tiempo, incluso. “Las casas son organismos vivos, habitados/ por esencias y presencias” (Cerca, T).

El juego con la cotidianeidad, con las labores propias de su sexo y condición, sirven como herramienta poética para subvertir los estereotipos y dar un nuevo contenido metafórico. Puntadas (T) es uno de los más logrados en esta clave. En la poética de Rosario Troncoso es el amor una de las naturalezas, vitales y filosóficas. Es el amor, el deseo, la ternura quienes se encargan de redimir el mundo. Su tono íntimo, sin artificiosidad nos abre su corazón y nos descubre el nuestro. “Escribir como lo hace Rosario Troncoso, abriéndose las heridas con una suerte de minuciosidad y de dignidad, es casi una osadía” (Josefa Parra, 2008, 7). En el prólogo a Juguetes de Dios, Manuel Bernal Romero coincide que “tiene el ritmo de lo cotidiano, pero su corazón pesa tanto que las figuras y la retórica quedan obligatoriamente en la otra orilla, a un lado, como si sobrara donde las palabras solo son suficientes para que las reflexiones permitan más allá del dolor del comienzo” (p. 11). Domínguez Leal lo corrobora, “el arte de Troncoso surge de la cotidianeidad, la sublima y la poetiza, reconociendo, al tiempo, los límites de tal operación.” (2012).

El siguiente elemento fundamental es el sentimiento, tanto los más apasionados de ternura y deseo tanto como los que se enfrentan a la injusticia del mundo, la rabia, el abandono, la falsedad… Confiesa en alguna ocasión que “Suelo entregarme a la ira / y a todas las pasiones, / con los poros anegados / de humanidad” (Finitud, JDD). Payán Martin, en “Las pasiones profanas de Rosario Troncoso”, lo afirmaba: “Desde el comienzo, la escritora refleja una apuesta vital hacia los valores inmanentes del mundo real y las pasiones humanas” (p. 5). No obstante, los sentimientos, participan de esa manera de entender las relaciones como una Eternidad provisional. Se puede apreciar un canto a la pareja estable (Desconexión, T) como cierta añoranza de otros tiempos más inciertos y quizá excitantes frente a los “correctos espejismos” (Caducidad, T). La intensidad de “ese vicio del uno por el otro” también presente en el duelo (Duelo y Buenas Noches, T). Una pareja contemporánea, unos amores desconcertados en cierta forma entre un pasado donde estuvieron claras las eternidades y un presente de momentos fugaces y líquidos. Y es precisamente esa desorientación a la que hace referencia la segunda parte de Transparente, cuando las rutas conocidas ya no son fiables, no podemos fiarnos de las normas establecidas: “Tanta niebla, en cada día que viene” (Unas manos que abriguen).

La vida no viene sola y es el amor quien se encarga de hacer memorables –bien cuando se rompe, cuando fracasa como cuando triunfa y brilla– los días y las noches. El amor, descubre Rosario Troncoso, está por encima del paso del tiempo. Algo tan delicado que se rompe como el silencio, quizás por esa razón son tan exquisitos y tan potentes los poemas de temática amorosa de la gaditana: como los que celebran del amor como el que cierra el volumen o como Luz virtual, o como Ghostling (LAF): “Ya deshabitados, / somos almas fronterizas, leve hilo / de luz y de agua. / Pétalos dispersos en lluvia y precipicio”, con versos que tanto sintonizan con el decisivo monólogo del replicante al final de Blade Runner.

Más cerca de Sylvia Plath (para ejemplo, Llaves de Cristal, JDD) que de Emily Dickinson, vemos poemas en los que la introversión, “alcanza un grado de objetivación casi fisiológica” (Payán Martin, p. 6), la primordial corporeidad de Rosario Troncoso: “Admito que mi cura es tu cuerpo / …/ Y en la anatomía de tu existencia / el antídoto al desvalimiento crónico / que mantiene cosida mi cintura / al más cruel y mortal aburrimiento” (En otro orden de cosas, tú, JDD); “Hoy soy yo / el humano sacrificio” (Mientras espero a Caronte, JDD). La sensualidad, la carnalidad va continuándose especialmente en la primera mitad de su producción poética: “Desbordas mis sentidos, / me haces playa” (Me haces playa, HDLD). Sin embargo, como en la autora de Amherst, hay una declarada necesidad de diluirse: “Necesito evaporarme una vez más / como aquella mañana, / en que alcancé la nada con mis manos” (Evaporarme, desaparecerme, HDLD), el poema La niña transparente (JDD), el mismo título de su primer libro en La Isla de Siltolá. En Delirios y mareas lamenta: “Yo no existo, ya no soy / no estaba ahora la carne” (Bulimia).

Josefa Parra describe los poemas de Delirios y mareas como “Teologías íntimas del amor y la entrega” (p. 8). Quizás sea en esta primera parte de la poesía de Rosario Troncoso donde más se aprecie la combinación entre el sentimiento como deseo y la locura como delirio. “En carne viva te deseo. / Mi pulsión primigenia /… / Tan solo quiero que Tú / me encuentres” (Agitado océano de deseo, DYM); “Despertemos al durmiente deseo. Ya // Él siempre estuvo allí / como dócil bestia al pie de nuestra cama” (Abierta, EEI). Y este delirio se incardina en un paisaje concreto, a partir del universo marino habla del deseo, carnal y espiritual. A menudo Rosario Troncoso aprovecha el coraje y la ira como elementos creativos. Desafiando al destino, a la naturaleza ingrata, al propio Dios: “Antes de que agarren / a las paredes del útero / se desprenden todos los deseos, / abortándoseme criaturas / poco viables // Y a quién se le ocurre / concebir utopías congénitas, / y esperar que no les falten / los dedos de las manos” (Utopías congénitas, JDD); “No hay tiempo / para digerir tanto odio” (Misantropía, JDD).

La suya no es una poesía complaciente, hay mucho de bravura en sus versos: “Por matar la mala hierba / hay quien incendia una bandera, / o a sus hijos o la casa del hermano” (Vocación, LAF). Como pocos, aborda el tema del suicido (Efecto contagio, LAF) para quienes lo ven como única salida lúcida, muy cercana al pensamiento más insondable de Ciorán. Y a la vez, puede presumir de valiente incluyendo poemas más personales (Julio, LAF), la hermosa Lucidez, dedicada a Paco González Fuentes y una delicadeza dedicada a su pequeña Helena quien “colecciona relámpagos”. Otras veces lo que aparece es el sentido del humor y la ironía, como en el temprano Elogio de la mujer grande (DYM). Y, como bien señala Lambea Bornay: “La poetisa explica que necesitamos fe como también la fe nos requiere a nosotros, como también se necesitan los límites infinitos de un cuerpo o lo incontaminado oxígeno de la literatura” (Juguetes de Dios, p. 62).

Víctor Alija Castro en su prólogo a El eje imaginario dice: “Vislumbra, discernir, un eje imaginario –pero real– sobre la vida y sus aconteceres, obligados o casuales, ante los ojos del ser humano sea, quizás, la tarea inconclusa y necesaria del poeta” (p. 7). Y más adelante concreta: “El eje imaginario de Rosario parte del dolor, no del padecimiento del sufrimiento ante la imposibilidad de lo necesitado, sino del dolor de lo que brota para llegar incluso a trasformar LA FAMI- LIA” (p. 8). La experiencia vital en la India marca poderosamente la poesía de Rosario Troncoso y se advierte especialmente en algunos poemas como La lluvia roja. Una espiritualidad diferente, menos dependiente de dioses, se traduce en los versos: “Azarosa variación de la muerte es la vida. / Extraña belleza de las heridas, porosa y moldeable arcilla en manos del placer más efímero. /… / Inventario de experiencias, por si sobreviene / el súbito apagón, el misterio del final / y me encuentro sola y lejos de lo que conozco” (Variación de la muerte, EEI); “Veremos desaparecer colinas, / montañas desplomadas, / todo el peso del cielo sobre nuestras costumbres” (Apocalipsis, EEI). Y en el memorable verso: “Porque a veces la tierra / no soporta nuestro peso” (Queja, EEI). Siempre consciente del paso del tiempo y de que los tiempos de la infancia y la juventud no pueden durar, Rosario Troncoso acusa la madurez como una condena, la pérdida de la ilusión, el fin de una era, la infancia y la juventud (“La juventud bien lejos / allí donde ya no puede tocarse”, Equilibrio, NOS) una especie de resentimiento contra la realidad. No es sólo una cuestión personal, es “nuestro” derrumbe: “Esta combustión de los días / y los últimos fragmentos de la infancia” (Los restos de nuestro derrumbe, NOS).

Sin embargo, la expresión de la historicidad de la experiencia vital y poética corre pareja a una sensación de incertidumbre. Es posible enraizar la poesía de Rosario Troncoso a través de una lectura posmoderna en la que quepan los conceptos de Bauman, Vattimo y el pensamiento débil. En sus versos aparece la perplejidad del ser humano al abandonar los grandes relatos (la emancipación del hombre, la larga lucha por la libertad, el devenir del espíritu como progreso). Las grandes certezas del mundo tradicional y de la Ilustración, la fe en la razón han dejado paso al desconcierto y la ambigüedad, como ese oxímoron que titula el volumen antológico, una eternidad provisional. No es extraña esta vocación filosófica en su obra: tituló Deuterofobia a uno de los poemas de Transparente. Es un concepto del pensador Byung-Chul Han. Cuando reflexiona sobre las relaciones humanas, insiste en su fragilidad, su carácter líquido y efímero: “Inquietud. No toques nada por dentro. / Pues no hay control. Y todo arde” (Inquietud, NOS). En un sentido filosófico y personal, “Sin pudor manipulas / la voracidad y el hambre y el miedo / a todo lo que era, / a todo lo que soy contigo” (Vicio, NOS). Se palpa su ansiedad hacia el futuro. Toma como propios temas ajenos, anécdotas para que los lectores también nos sumerjamos en este universo. Y no falta la perspectiva femenina y feminista, reivindicaciones, soberanía en el cuerpo y en la casa, en la calle y en la vida. Igualmente se rebela y reivindica (Hueco, NOS).

Unida a la sensación de incertidumbre es el desvalimiento. Como dice Serrano Cueto (2015), hay que entender “la transparencia como fragilidad. Porque este es uno de los temas recurrentes de Troncoso: la fragilidad del ser, su desvalimiento”. Un desvalimiento ante el paso del tiempo, la incapacidad para afrontar los retos cotidianos, en la muerte y, como veremos más adelante, en las ausencias, pero también “en la desfragmentación del ser, tema este muy del gusto de la autora («Pedazos», «Zombie», «Puntadas», «Profesora, la poesía no sirve para nada»)”. La posmodernidad que se puede atribuir a Rosario Troncoso no tiene que ver con los vicios literarios derivados de la fragmentación, el pastiche o la distancia irónica. Tiene que ver con una postura filosófica de reconocimiento de que “se me ha desordenado la ciudad, (…) ya no son infalibles / las rutas conocidas” (Ríos subterráneos, T). Un mundo que se desdibuja, en el que las normas que pudieron guiar ya no sirven: “no nos enseñaron a ser libres / ni a protegernos del frío” (Finitud, T). Sin embargo, el poeta no lamenta la situación, al contario, valientemente afirma que “no quiero certezas, ni razones contundentes, ni argumentos de peso, ni demostraciones empíricas de la realidad más pragmática. // Sólo quiero que responda Dios. Y que traiga el afecto necesario a este mundo, tan lleno de piedras” (10-4-2016). Muy lejos queda esa certeza de la infancia (“Fue Dios quien nos cuidaba. /Ahora sí lo sé”, Verano, DYM) en el enfrentamiento con el Todopoderoso, que no es la muerte de Dios nietzscheana, pero indica, en una misma línea, la desprotección y vulnerabilidad del ser humano lanzado al mundo, cuando solo somos “juguetes de Dios” y no percibimos su presencia (“La voz callada de Dios” Sangre negra en el subsuelo, DYM). Ya en Huir de los domingos aparecía el poema titulado Mi teología: “Mi teología es cada huella / de tus zapatos, / y en mi retina guardo / tu existencia entera /…/ Arrojaré mis llaves del mundo al mar. / Me quedaré en tierra / a la deriva.” De la misma forma que en numerosas ocasiones revierte los mitos, Rosario Troncoso, ya sean los clásicos, los cuentos como el de Cenicienta, o los transmitidos por el cine norteamericano, más que los grecolatinos (más propios de otras autoras revisadas por Medina Puerta, 2019). La figura de Dorothy es muy significativa a este respecto. José Luis Morante lo recalca con precisión:

Pero la experiencia cotidiana muda ese paisaje interior. Se imponen los efectos negativos, la derrota y la decepción; llega un tiempo cíclico que lleva al desamor y la ruptura; de ahí el rótulo que acoge a las composiciones de esta segunda parte, “El final de las Hadas”, (…) Las constantes vitales dan fe de ese fracaso, de esa inmersión en el dolor, repleta de efectos corrosivos. Así lo subraya, con concisión lapidaria el poema “El final de las Hadas”, donde la identidad constata el fin de la inocencia. (Morante, 2017)

La voz poética se siente desconcertada ante un futuro incierto y amenazante: “Se repiten algunos mecanismos / de la vida y la muerte / no cesa el desconcierto” (Estaciones, LPYSM). Se hace patente la necesidad de un refugio, “Que me lleve algún ángel de la guarda / bien lejos de esta noche” (Refugio, LPYSM), aunque no siempre esté disponible porque “La fe está reservada para el sueño. / Es valioso delirio de los locos” (Vocación, LPYSM). No dejamos de ser juguetes de Dios. Y, dolorosamente aparece la certeza de que: “No le importan que no crees. / A él no le importa” (Juguetes de Dios, JDD). Y dolorosa también la alternativa: “Despídete de dios. / Vive ya sin tu padre y sin tu madre. / Es hora de llevar pancartas. / Digno representante de lo extraño, / reniegas de milagros / y canciones de cuna. / La fascinante tribu / que devora a los débiles / espera tu vacío” (Subversión, NOS).

No es pequeño el contenido filosófico propiamente dicho en la poesía de Rosario Troncoso y de esa voluntad reflexiva nacen los Relámpagos, hijos, en muchas ocasiones del quehacer poético. Otros poemas encierran sentencias: “Es inútil recomponer jarrones / desechos en añicos /… / El olvido es siempre un bien imperfecto” (Lección, T); “Todos los que ocurrieron / ahora son fantasmas” (Humus, T). Lo mismo en el carnaval como en la vida hay que lidiar con sus máscaras: “La lluvia deja tu teatro vacío, / y ecos fantasmales en el patio de butacas /… /. Es lo que pasa en el mundo. / Todos los teatros siguen la función / justo después de ti” (Sigue la función, EEI). En cierta manera estamos hablando de un desvalimiento “¡Cuánto temo al total desvalimiento, / a solo hallar un agujero hueco, / ocupando el lugar de los abrazos!” (Desvalimiento, EEI). Alejandro Pérez Guillén hace un certero repaso a sus libros anteriores en Yo no soy Dorothy y esto no es el reino de Oz: “La autora esboza ese miedo a la incertidumbre, a un futuro que se nos cae encima como esas nubes negras que amenazan con derramarse sobre nuestras cabezas. Miedo al riesgo, a la aventura de ser libre, a pesar de que en los principios se antojan imposibles”.

Y, de igual forma que en el mundo de imágenes y trampantojos del Barroco, el desengaño es otro de los temas recurrentes, “No hay así, nunca, posible lucidez que sirva. / Y se empeña mi sombra en bailar con un cadáver” (Lucidez, LAF), “Acertar siempre en las sospechas / anuda un lastre a los tobillos, / inabarcable como el mundo” (Sordidez, LAF). Posee, además, la valentía para afrontar el dolor de los otros, como en la devastadora descripción en Tardes de visita: “esos que con prisa y desmemoria traen nieve / en los zapatos / y acallan la conciencia / con un perfume / o cajas de pañuelos”; o la conciencia del desastre de las decisiones colectivas: “Por matar la mala hierba / hay quienes incendian una bandera, / o a sus hijos o la casa del hermano” (Vocación, LAF).

Como si el sujeto lírico hubiese recorrido una amplia geografía hecha de desamparo e intemperie, en la que el derrumbe ha ido dejando esquirlas. El presente se convierte en un invernadero de acogida a ilusiones y sueños. Lo compartido entonces no tiene la calidez habitable de la compañía sino la certeza de un caminar común hacia el vacío [… ] En todo el apartado prevalece la sensación de desgarro y vacío. Pero el verso no se hace declamatorio, como si en la conciencia del yo poético hubiese una tácita aceptación de que vivir es un error pactado que requiere puntos de sutura.” (Morante, 2017)

Después de los primeros poemas en los que las pasiones se desbordaban y se atisbaba la incertidumbre, Rosario Troncoso se embarca en un proyecto mucho más directo, o, como Raquel Lanseros revela “un claro avance de su desarrollo poético, en el sentido de la sedimentación personal y depuración lingüística. De una profunda preocupación por la precisión y exactitud de la palabra. Troncoso emprende en esta última entrega poética una expedición hacia el territorio de la desnudez, entendida como esencialidad, despojo de todo artificio” (Raquel Lanseros, p. 11). Podríamos decir que se embarca en un proyecto de contención, “controlar la furia antes del temblor” (Las edades del sol, LAF), en un intento de estoicismo filosófico, poético y vital del que es muy difícil salir indemne. En sus propias palabras: “En Los ángeles fríos, de algún modo, vengo de vuelta del dolor. Lo he atravesado. Y exploro otras formas de decir, de expresar, de contarlo todo. Es un poemario, dicen, de madurez, de contención, reflexivo e inquietante a la vez” (Rasero Balón, 2019). En toda la poética de Rosario Troncoso vemos el enfrentamiento y la contradicción entre el deseo y la realidad, la incertidumbre y la fe, la poesía y lo prosaico de lo cotidiano:

Mi condición temeraria y contradictoria atraviesa no solo este libro, sino toda mi trayectoria. Estoy en continua pelea contra mí, y el conflicto interior se palpa en todo lo que escribo. El día en que no me contradiga unas cuantas veces desde que me levanto hasta que me voy a dormir seré otra persona. (Entrevista con Rasero Balón, 2019)

También siembra algunas suertes de poéticas (“Porque todo está escrito / son siempre los poemas las sombras de otros”, Oficio, EEI, Taller de alta poesía, De cualquier otro mundo, T), quizás más en el sentido de rechazo que asumiendo esas supuestas normas que despersonalizan, que imponen un modelo estético: “En tu caso, el útero inservible. / Arráncate los pechos” (Taller de alta poesía, T). En la entrevista con Ana Patricia Moya, defendía: “La poesía (hablo de la de verdad, no de merchandising) la comparo con una cala salvaje poco accesible y poco conocida. Mejor así.”. Prefiere la objetivación más que la abstracción de los conceptos (que son los ángeles fríos de S. Plath): “Es difícil asumir que detrás / de estas paredes / se deshacen los pájaros” (Estorninos, LAF). La introspección que utiliza está convertida en objeto, encarnada en las sensaciones físicas concretas, casi dolorosas. No nos debe extrañar que dedique un poema, Efecto contagio (LAF), a la cobertura –o falta de cobertura– de la prensa de los suicidios, para no seguir el ejemplo de Woolf, Storni, Plath o Pizarnik.

De todos estos elementos hay una clave que subyace durante toda la trayectoria poética de Rosario Troncoso, y es el sentimiento de ausencia. Entendida en toda su amplitud y aplicable tanto al yo poético en primera persona como al resto de voces que utilizan la escritura de la gaditana como medio de expresión. Las ausencias que pueblan los versos de Rosario Troncoso pueden deberse a un alejamiento propio (como el significativo título de su primer libro, Huir de los domingos), como la constancia del paso del tiempo, a una ruptura, a un duelo. El mar, tan protagonista en sus primeros libros, se convierte en escenario de abandonos y entregas donde, en ocasiones, es víctima la poeta y otras, involuntariamente, responsable. Las partidas, los desencuentros, las rupturas son el último origen, quizás el más importante, de las ausencias: “No está. / Te has ido sin avisar. // Maldito seas” (Al respirar me duele, HDLD); “Odiabas el sonido de las olas /… / Las olas ya no hablan de ti. Mis poemas tampoco” (Las olas no hablan de ti, DYM); “En la obviedad de tu abrazo /…/ Que tú estuvieses, siempre, era tan lógico /…/ Pero llegó la ausencia /… / Ahora la costumbre / entrelaza sus dedos / a los dedos del frío” (La costumbre, EEI). Las ausencias quedan reflejadas como una parte integrante del desarrollo de las relaciones y el amor. Las ausencias se producen por salidas y por errores. Por voluntad de cerrar y continuar, por la propia conciencia de ese transcurso de las mareas afectivas: “En ese justo instante / en que te siento lejos” (Cansancio, EEI); “Hoy. Ella vendrá a besarte los labios. / …/ Mirarás sin ojos tu estancia oscura. / Justo cuando ya no seas. / Entonces la verás” (Ilusión, EEI); “Te preparo un lugar entre nosotros. // Llénalo con tus días” (El nido, EEI).

En otras ocasiones es el paso del tiempo quien se encarga de hacer fugaces las experiencias y constantes los recuerdos: “Sin llegar al cruel recordatorio / de la caducidad de mis días” (Huir de los domingos, HDLD). Ausencia que es huella, de quienes se fueron apartando, de quienes ya no estarán, de la juventud perdida. Ausencia que remite a un pasado que, como Pavese, vendrá como la muerte y tendrá tus ojos: “El pasado viene a mi cama / algunas noches / se tumba a mi lado /… / A veces intuyo sus ojos. / Parece que me mira. / Pero está muerto” (Visión, LAF). El tema básico que subyace es el tiempo, con un poema precisamente así titulado muy al estilo de Felipe Benítez Reyes.

La experiencia de la ausencia es ontológica en la poesía de Rosario Troncoso, es decir, forma parte de su yo poético más profundo y esencial. Incluye también la propia búsqueda: “Salgo a buscarme. / No tengo miedo” (Húmedos dioses del monzón, DYM); “Un llenar los huecos / de otros versos que volaron” (Un poema más, DYM). Igualmente de la propia presencia en la vida de los otros, del alejamiento existencial: “Tengo miedo, / porque desde que tengo alas / huyo cada noche, / sobrevuelo al futuro. / Cuando no hay nubes / observo desde allí / y no encuentro en ti / ni rastro de mis besos” (Miedo, JDD). La conclusión tiene mucho que ver con la sensación de incertidumbre de la que hablábamos: “Nadie nos enseñó nunca a ser libres. Nunca. /Nadie nos dio recursos/para aguantar el frío” (Apatía, T). En el camino vital del yo poético que supone Nuestra Orilla Salvaje siguen teniendo lugar las decepciones y los desengaños. La presencia de la muerte es también constante. La relación con la ausencia es ambivalente, si por un lado parece preferir taparse los ojos (“Y nunca nos sucede” A nosotros no, NOS), sabe que “A los muertos mejor no despertarlos”, y por otro, no deja de añorarlos (“Ya nunca más germinará un nombre / que duerme entre mis muertos”, Muertos, NOS), aunque se rebela: “Sería una indecencia / Ver a la muerte un día laborable” (El turno siguiente, NOS). Y una conciencia de la muerte, cada vez más cercana, al poeta y a sus seres queridos y que planea como una sombra. Lo que antes fueron ausencias de todo tipo, ahora serán definitivas. De ahí el miedo y el desamparo. Renacer (NOS), sin embargo, habla de la alegría que es todavía posible, de la vida cuya urdimbre de afectos (la esperanza, el amor y también el engaño y la ilusión). Quizás con una dolorida ironía, Rosario Troncoso nos aconseja “Asumir que todo acaba / conlleva libertad de movimiento. / Era verdad aquel consuelo inútil / de nuestra sangre joven, / cuando éramos tan tercos / que creíamos en el orden natural de las cosas” porque, a fin de cuentas, “También el dolor se desgasta” (Desgaste, NOS). Rosario Troncoso es consciente de que la memoria que transforma los recuerdos también se resiente del paso del tiempo “y ya no son hermosos / los recuerdos del frío” (Algún dios bueno y nuestro, NOS).

No es extraño que aparezca la necesidad de desaparecer: “No era necesario estar. / Porque necesito solo flotar / sobre la corriente / de los días superfluos, / aquellos en los que te sobrevivo” (Lo innecesario, JDD). Tan importante como para titular uno de sus libros Transparente es otra forma de ausencia. En el epílogo a Juguetes de Dios, Francisco Lambea Bornay lo confirma: “Es transparente, una transparencia entendida como un concepto pasional de la existencia, enemigo de inerciales rutinas, una trasparencia que supone abierta y solidaria disposición de ánimo” (p. 61). Aun transmitiendo ese miedo a la fragilidad, sabe que el mundo es transformación y metamorfosis somos (Crisálida, NOS) y hay un atisbo de esperanza en el porvenir. Aunque la esperanza consista en un sabio olvido: “Por fin se muestra confortable el olvido” (Desgaste, NOS). En Los ángeles fríos continúa como leit motiv la ausencia: “Y cuántas veces / soportaré tu muerte. / Tus muchas muertes” (Déjà vu, LAF); “Todo es más simple: / Quería que volvieras. / Morir contigo” (Plegaria, LAF), “Hoy te he visto en una fotografía. / Con esa chica se te ve feliz. // No pasa nada: / me gusta que te amen y que ames tú. / Asumo haber perdido. / No hay rastro en mí de melancolía. /…/ Ay, Dios. / No aprendí nada en estos años. / Detestas las mentiras. / Perdóname” (Que ames tú, LAF). Quedémonos con la nostalgia nacida de estas ausencias: “Y a pesar de la costumbre, volver / a los poemas que solo hablan de ti. (Inventario, LAF).

Entre un pasado de pérdidas, un presente de quebradiza provisionalidad y un desenlace tan previsible como el de cualquier vida, esta poesía preventiva y rememorativa, confesional y sanadora, es también una poesía en claroscuro en la que las sombras se imponen a las luces. (Santos Domínguez, 2018)

Lidiar con la presencia y las ausencias se resume maravillosamente en el que quizás sea su poema fetiche.

Te dejo aquí las llaves de mi vida y pan con chocolate. // No llegues tarde, me asusta tu ausencia. // Caliéntame un poco de leche, amor. / Prepárame la cama. / Recuérdame y trae fresas. // En la nevera hay algún beso de ayer. // Volveré pronto. Enciende todas las luces.” (Post it)

Bibliografía

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Rosario Troncoso

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