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Noches luminosas y días oscuros: La poesía de Hilario Barrero
Noches luminosas y días oscuros: La poesía de Hilario Barrero
Antonio Cruz Romero
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[literatura-crítica-estudios culturales]
Pocos como el pintor Edward Hopper han sabido retratar con tanta nitidez los espacios y lugares más íntimos de las ciudades norteamericanas. Nadie con esa mirada precisa capaz de detenerse en la nostalgia y soledad de sus habitantes; un pintor que afirmaba que si pudiera decirlo con palabras, no habría razón para pintar. Se equivocaba, pues es aquí cuando el poeta Hilario Barrero hace lo imposible y le pone palabras a sus pinturas, versos de tanta elegancia y melancolía como los trazos de Hopper, cuyo resultado final supone una continuación de las íntimas escenas de la vida neoyorquina y sus alrededores: una comunión única y exquisita entre un pintor y un poeta.
Revisar la poesía de Hilario Barrero es revivir una existencia intensa y emocionante, en donde el poeta nos permite ser testigos de una vida que transita por la historia de varias ciudades, no de dos, como hizo Dickens en su novela, sino de al menos tres, y por todo ello entiendo que en absoluto exageraba en su día –y así lo sigo creyendo–, al afirmar que la publicación de Educación nocturna (Sevilla, 2017), la antología poética de Hilario Barrero (poeta, diarista, traductor, editor de una revista, dibujante y profesor en diversas universidades de Nueva York), fue uno de los grandes acontecimientos literarios de aquel año en España, tanto para aquellos que ya admirábamos su oscura y honda poesía y su voz personalísima, como para los que a partir de entonces pudieron degustar a uno de los grandes poetas de los últimos cuarenta años en España.
Posiblemente Dios ha muerto, pero en el parque este Sábado Santo, después de la batalla del invierno, en la hierba de abril un torso resucita.
A Hilario Barrero me lo imagino siempre en su pequeño Reino de Brooklyn, contemplando todo con su atenta mirada y armado a su vez con su pluma minuciosa. Me lo imagino oteando el horizonte a través de un gran ventanal y hechizado observando cómo la luz metamorfosea los cielos de Nueva York, y mientras se deleita con una ópera, recitando de memoria hasta el más mínimo detalle, se detiene en el último racimo de luz, y cuando la oscuridad va ciñéndose sobre la ciudad de los rascacielos, le pone el punto final al día pero la coma a otra noche que da comienzo, pues de noches luminosas y oscuros días hablan gran parte de sus poemas. Cruzando el Brooklyn Bridge la luz roza la ojiva y hay una gaviota que ensombrece el palio azul de la mañana.
Hay un libro suyo de poesía al que siempre termino acudiendo: In tempore belli. Y es con este poemario con el que Barrero obtuvo en 1998 el Premio de Poesía Gastón Baquero, una obra sobria compuesta de poemas ciertamente barrocos, con un evidente tono elegíaco y poso oscuro que resume a la perfección su estilo. Barrero, que vive en Nueva York desde 1978, se presentó al premio bajo el pseudónimo de Arcipreste de Bruklin (por lo que también pienso en él como un escrupuloso monje copista, elaborando un poema, diseccionando una traducción o trazando alguno de esos dibujos hermosamente singulares). Al citado poemario pertenece «Plaga», un tema recurrente en su poesía y que resulta verdaderamente escalofriante:
Todavía se aman a pesar de la plaga
y encuentran en la noche sus torsos alumbrados
sabiendo que la muerte les acecha celosa.
Puede que el vivir lejos de España le haya hurtado la posibilidad de haber estado aún más presente y con más vehemencia entre los lectores de nuestro país (¡causa asombro que un poeta de su talla haya permanecido inédito hasta el año 1999!); pero no es menos cierto que gracias a esto se ha mantenido al margen de las reyertas literarias, del ansia irrefrenable de publicar, de las puyas estilográficas del fuego amigo y de los dardos de irrefrenables vates, que aun sin veneno, en ocasiones tratan de emponzoñar, y a veces incluso matan.
Resulta todo un acierto que la sucesión de los poemas de la antología no se estableciese por el clásico y manido criterio cronológico, siendo estructurada en cuatro secciones que reflejan el mundo lírico y vital del poeta: Travesía, Modo Subjuntivo, Mortal Manhattan y Educación Nocturna. Al mismo tiempo el poemario parece ser una suerte de Divina comedia en la que el «Infierno», «Purgatorio» y «Paraíso», se ajustan a las coordenadas de sus tres ciudades: Toledo, Barcelona y Nueva York, pero sin que pueda emparentarse de manera clara cuál de estas corresponde al infierno, cuál al purgatorio y cual al paraíso, sino más bien entremezclados cada uno de los lugares y ciudades.
En sus pulcras composiciones, algunas de corte elegíaco (“Unos gladiolos blancos sobre la piedra gris/ y en la piedra grabado un nombre familiar”), muchas simbólicas y otras descriptivas, se dan cita poetas tan dispares como Cernuda (realidad y deseo van de la mano en su versos, desembocando en ocasiones en la sensualidad, y con frecuencia en el erotismo); la sensibilidad de enigmáticas mujeres norteamericanas a las que ha traducido, como Dickinson, o la mirada cosmopolita de Sara Teasdale; la presencia sempiterna de Góngora y su verso oscuro, o la luz que sólo Eliot o Dante han sabido plasmar de manera tan sublime, aglutinándose la esencia de éstos en la poesía del toledano, que es capaz de describir con precisión de cirujano un paisaje o una escena haciendo uso de todas las tonalidades luminiscentes habidas y por haber, aplicando un inusual colorido en sus composiciones, y como explicaba al comienzo de este artículo, sin olvidar la influencia que tiene en su estética el pintor estadounidense Edward Hopper, al que incluso le dedica un poema («Early Sunday Morning»), hermosísimo y de tan grandiosa plasticidad que uno tiene la tentación de tratar de pintar cada uno de sus versos:
Dormidas las persianas,
amarillo despierto de septiembre,
un visillo entretiene su frágil esqueleto en el lento columpio de la brisa,
mientras Mrs. McLaughlin siente un escalofrío,
protegida por Gato (y una buena ginebra)
y comienza a leer la última edición del New York Times, c
uando tan sólo son las siete menos cuarto,
en la recién creada mañana del domingo.
Leer la poesía de Barrero es leer la Vida, su propia existencia, con sus sombras y con sus luces, y en donde la noche decide parte de la educación, y también de los versos: el amor, la vejez (“se entregaba a otros cuerpos/ que le iban tirando de la piel./ […] No pudo detener el deterioro”), o las innumerables ciudades (Gijón, Lisboa, Oporto o Venecia, además de las ya citadas), que se articulan como geografías de vidas pasadas; poemas de una sola palabra que lo dicen todo.
Y aunque nada parece que ha cambiado
tienes miedo de entrar en la estación
pues bien sabes que ya están los cuerpos
que te pidieron lumbre,
te invitaron a una pensión de barrio
y encendieron tu noche.
Hilario Barrero entró por fin en la Pléiade de la editorial Renacimiento con su antología Educación nocturna, una edición publicada bajo el cuidado del crítico y poeta José Luis García Martín. Son poemas ya antiguos –como suelen ser los que forman las antologías–; poemas que han aparecido en diversas revistas y publicaciones, pero resucitan cada vez que son leídos y parecen frescos y relucientes, y como apunta García
Bibliografía
Barrero, Hilario. In tempore belli. Madrid: Editorial Verbum, 1999.
_____. Libro de familia (2001−2011). Cáceres: Diputación provincial de Cáceres, 2011.
_____. De las Ramblas a Brooklyn. (Código descifrado). Nueva York: Cuadernos de Humo, 2016.
_____. Educación nocturna. Antología poética. Sevilla: Renacimiento, 2017.
_____. Blending. Nueva York: Editorial Cuadernos de Humo, 2017.