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Haikus en dos voces: A la luz de la fl or del almendro À luz da fl or da amendoeira
Haikus en dos voces: A la luz de la fl or del almendro À luz da fl or da amendoeira
Jesús Cárdenas
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Varias son las particularidades que hacen de este poemario bilingüe un libro singular. En primer lugar, dos autores, el portugués Carlos Castilho Pais y el español Gregorio Muelas Bermúdez se hallan al frente de la firma, pero ninguno de los dos traduce. Para la traducción al español se encarga José Ángel García Caballero, y para la versión portuguesa, Sandra Santos. Esto supone, ya de por sí, una labor de cierta envergadura, además de una novedad editorial. En segundo lugar, los textos son intercalados con las ilustraciones de Ricardo Sanz, en correspondencia más o menos inmediata con aquello que describen. Y en último lugar, ambos escritores se reparten el mismo número de haikus, dos bloques de veinticinco por cada uno, sin embargo los dos autores responden a inquietudes diferentes y no coinciden plenamente ni en la forma ni tampoco en la temática, si acaso a ambos les ata el mismo hilo: la reflexión sobre el ser temporal y frágil y la mirada al mundo natural.
Antes que nada, convendría aclarar que escribir haikus no consiste en un simple alarde formal de la poesía japonesa (en tan sólo 17 sílabas distribuidas en versos de 7-5-7, sin rima), sino, fundamentalmente la adopción de una manera concreta de mirar (atenta, perpleja, armónica, silenciosa) de estar aquí y ahora, y de participar de los sucesos, de los instantes e impresiones que entrelazan el presente en el que vivimos. Así, la mirada en el haiku lo es todo. Es por donde el haiku respira. No se pierde en los límites de la abstracción sino que concreta lo que todos pueden ver.
El título del libro, A la luz de la fl or del almendro (publicado hermosamente por Karima Editora), busca aunar el instante primaveral antes de que la flor se marchite y, por lo tanto, un instante que ofrece una imagen visual que produce belleza. A través de las imágenes visuales el conjunto adquiere una extraor- dinaria fuerza, proporcionando a los lectores una inmersión inmediata en la realidad evocada. A eso aspira el conjunto del libro, lográndolo.
Los primeros veinticinco haikus son obra del profesor de Lengua y Literatura Modernas de la universidad de Lisboa, Castilho Pais, quien nos ofrece una reflexión existencial y una actitud vital ante la espiral de la urgencia en la que vivimos casi sometidos en nuestros días, como puede verse en el número 28: «Já iniciado / e de nada lhes valeu / o novo milénio» pero también mediante el empleo de la ironía que implica el distanciamiento del yo, como el número 12: «Neste funeral / precisa-se de um morto / e de muitas flores». El instante es aprehendido propagando una sugerencia que resuena poderosa en sus versos. Tras los versos, queda solamente el silencio y la reflexión. Leemos en el número 23: «Defesa da terra. / Voltou o tempo da rega / com a tua ajuda». Llama la atención que en los haikus del portugués la casa, aun estando revestida de cierta naturaleza, no se encuentre alejada sino que aparezca como referente en varios textos, como si el haiku rindiese un tributo a lo cotidiano: «Bem perto da casa / nasceu um rebento de árvore / lembro-me do dia» (número 1). Aún así, el concepto de sinergia con el paisaje, propio de Matsuo Bashô, se halla en distintos haikus. Para muestra un botón: Folhas do Outono / embaraçam a alegría / e que o fogo queima (número 7).
El haiku clásico se sitúa al extremo de la efusividad sentimental, en las antípodas de la poética del yo. La introducción de esta antigua forma poética japonesa en una sociedad atenazada por el subjetivismo como la occidental fue un proceso lento: deshacerse del yo en una tradición lírica dominada por el egocentrismo. Como ya afirmara uno de los grandes especialistas del haiku en lengua castellana, Vicente Haya, «el haiku es un vaciamiento del yo para dejar entrar el mundo en nosotros». A este respecto, no está lejos la defensa de lo natural frente a la era tecnológica, al mundo líquido en el nos vemos absortos viviendo.
El segundo bloque de haikus es obra del poeta Muelas Bermúdez, quien ya aportara a la forma poética japonesa un especial homenaje en viaje compartido también, junto a José Antonio Olmedo López-Amor, en el libro La soledad encendida (Ultramarina Cartonera) busca el encuentro místico entre el paisaje y la serenidad de la aceptación del ciclo de la vida, como leemos en el número 5 («Una hoja al agua / se desvanece el brillo / de la arboleda»), en el número 11 («Fin de diciembre, / el viento rasga una hoja / del calendario») o tras una prueba de amor juvenil inscrita en un árbol (número 19: «Un rayo parte / el corazón tallado / en un abedul»). Ahí se nos muestra la disposición espiritual del haijin en busca de un significado del transcurso de los días, de las estaciones, de los años. Siempre atento al poder de la naturaleza que nos pueda brindar un segundo mágico contenida en un detalle, casi inapreciable en la contemplación natural, que el poeta trata de apresar para sí, convirtiéndolo en una imagen plástica visual para evocar un caleidoscopio de realidades: «Un nubarrón / cubre los viejos nidos / del campanario» ( número 17). Como el buen haijin, el poeta persigue con su mirada el medio natural que le rodea, originando una reflexión sobre la existencia, así el número 23 («Se acorta el día, / los campos de cebada / desparecen»). El espacio natural se revela cercano, pero pleno de espiritualidad. Ya lo advertía el profesor Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala en sus estudios: «Esa ambientación, esa estampa, las juzga el poeta suficientes para el paso de esta vida al más allá». Antes de que todo final nos alcance pone el foco de su mirada en lo frágil, en lo cotidianamente leve. Todos los seres vivos ofrecen una extrema fragilidad: seres desvalidos, como el ave (número 22: «Tras un chirrido / restos de una paloma / que cojeaba»).
En ambos autores se recoge la sencillez sin exhibicionismos que lo protagonice, sin verbosidad lingüística, una forma sobria contenida en el decir, de acuerdo con los parámetros estilísticos señalados por Vicente Haya. En este sentido, y, tal vez, en diálogo a la tradición oriental, la poesía desnuda o esencial de Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno u Octavio Paz, entre otros, se acerca al haiku, con la distinción del empleo simbólico de las palabras en la poesía hispánica del siglo XX.
A la luz de la flor del almendro rinde, en suma, un tributo al haiku. Derrama una emoción existencial: la naturaleza nos brinda el espejo de lo frágil que somos; nos muestra la realidad de forma transparente. Este libro nos aporta el pulso lírico mantenido en cincuenta haikus. Al lector de esta forma poética japonesa le atrapará la luminosidad de un instante revelador, provocando una inmersión sincera en el conglomerado de la realidad.