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Nemesio Canales, Michel de Montaigne y la crítica de la alta cultura
Nemesio Canales, Michel de Montaigne y la crítica de la alta cultura
Edil F. González Carmona
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[crítica-literatura-estudios culturales-filosofía]
A comienzos del siglo XX, el escritor Nemesio Canales renovó en Puerto Rico la tradición ensayística fundada por Michel de Montaigne, lo cual le ubicó en una relación conflictiva con el canon literario isleño. Este trabajo pretende disertar sobre el modo en que se posiciona Paliques (1915) de Canales ante la alta cultura y, específicamente, ante algunos asuntos excluidos de ese ámbito cultural como son los tópicos ligados al cuerpo, lo cotidiano y la mirada irónica del sujeto del ensayo sobre la realidad social y cultural que vive.
La hipótesis de este estudio es que Nemesio Canales, en lugar de acogerse a la concepción culturalista (Gelpí) en torno a la misión trascendental del intelectual como guía del pueblo a través de la senda de la Cultura y la Civilización, se dedicó precisamente a socavar las premisas de ese metarrelato propio de la metafísica, oponiéndole una ensayística caracterizada por la ironía, la inversión de los valores de la alta cultura y la autoparodia.
La escritura de Canales, que caracterizaremos como carnavalesca, optó por valorar las realidades del cuerpo y sus goces, lo cercano y lo presente, lo intrascendente y lo cotidiano. Además, rechazó la aversión hacia la cultura estadounidense, típica del contexto modernista en Hispanoamérica, al criticar el binarismo dominante entre los letrados puertorriqueños que tendía a asociar a Estados Unidos con la civilización y a Latinoamérica con la cultura, de manera que los primeros ostentarían la riqueza material, mientras que los segundos monopolizarían la riqueza espiritual. Por esta razón, el escritor jayuyano asumió posturas que, de acuerdo con los intelectuales tradicionales isleños, se percibieron como política y literariamente triviales.
El título mismo de su colección de ensayos: Paliques, de entrada, señala la filiación montaigneana en la medida en que el texto se autofrivoliza. Contrariamente, la tradición humanista dominante tendía a simular la transparencia del mensaje tras la máscara de la nobleza de su prédica. Para nuestro ensayista montaigneano, lo relevante en sus textos no es tanto la trascendencia del tema, sino el modo inusitado en que se discurre sobre los asuntos, muchos de ellos contingentes y frívolos. Digamos que Canales se tomó libertades en su escritura que la solemnidad letrada no permitía.
La cultura popular vs. la alta cultura
En este estudio, echaremos mano a las ideas que Mijaíl Bajtín expone en su libro La obra de François Rabelais y la cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento (1941). Este teórico ruso propone al carnaval como un elemento relevante de la cultura popular que influye de manera notable en el canon literario. El carnaval escenifica la abolición de las jerarquías y la liberación de la verdad dominante (Bajtín 18). También plantea que el carnaval ignora toda distinción entre actores y público. Bajtín destaca el factor humanizante de la fiesta popular: El hombre, en el estado de igualdad carnavalesca, se siente hombre entre los hombres (19). También destaca su factor regenerador: La risa carnavalesca es ambivalente porque es alegre y burlona, afirma y niega, sepulta y resucita a la vez (20). Este crítico identifica algunas de las tácticas discursivas de lo que llama rebajamiento carnavalesco: el uso del tuteo y los apodos, el relajo, los epítetos burlones o afectivos, las imágenes del cuerpo y sus apetitos como comer, beber y copular.
Bajtín define el realismo grotesco como la transferencia de todo lo que es elevado, abstracto, ideal o espiritual a lo material, corporal o terrestre (29). El realismo grotesco gusta de representar lo que está en transformación e inacabado. Se trata de la violación del canon clásico que imita las formas y proporciones de la naturaleza. Bajtín opone la alegría regeneradora del grotesco renacentista al tono luctuoso del grotesco romántico. Propone, en fin, que el canon occidental moderno se caracteriza por la incorporación de este elemento de la cultura popular. En ese canon figuran autores como Giovanni Boccaccio, William Shakespeare, Miguel de Cervantes y el fundador del ensayo, Michel de Montaigne.
Montaigne ante la cultura
Montaigne inició el género del ensayo en el Renacimiento rechazando todo propósito edificante y trascendental (Castañon 36). En su escritura, Montaigne no pretendió servir a la humanidad ni se percibió como un guía espiritual del lector. Dice Montaigne en el prólogo de sus Ensayos (1580): “De entrada te advierto que con él no me he propuesto otro fin que el doméstico y privado. En él no he tenido en cuenta ni el servicio a ti, ni mi gloria” (Montaigne 39). Termina el prólogo rebajándose: “Así, lector, yo mismo soy la materia de mi libro: no hay razón para que ocupes tu ocio en tema tan frívolo y vano” (39). La primera impresión que tenemos al leer estas líneas es que estamos ante el tópico de la falsa modestia. Sin embargo, dada la consistencia y coherencia de sus planteamientos, se percibe que el interés del ensayista por lo trivial más que por lo trascendental corresponde a su postura filosófica. Montaigne rehúye el escenario pedagógico, más bien, su ensayo se construye como un lugar para la interrogación del yo.
La postura de Montaigne ante la cultura puede calibrarse a partir de su opinión sobre la Conquista de América. El fundador del ensayo fue una de las primeras voces críticas de las crueldades de la Conquista. En su conocido ensayo titulado “De los caníbales”, el ensayista francés expone su punto de vista relativista:
Y el caso es que estimo, volviendo al tema anterior, que nada bárbaro o salvaje hay en aquella nación, según lo que me han contado, sino que cada cual considera bárbaro lo que no pertenece a sus costumbres (267).
Respecto a los llamados salvajes, en ese mismo ensayo dice que al menos ellos “no combaten para conquistar nuevas tierras” (273), “ni asan poco a poco a sus vecinos y conciudadanos bajo pretexto de piedad y religión” (272). Como vemos, nuestro autor se alejó del antagonismo clásico entre los conceptos de civilización y barbarie, binarismo que se traduce o corresponde a la oposición entre la alta cultura y la cultura popular.
En el ensayo titulado “De Demócrito y Heráclito”, Montaigne propone lo que podríamos calificar como su poética de la improvisación (Gómez). Manifiesta el propósito de meramente discurrir, con lo cual destaca el interés por el proceso espontáneo del pensamiento, azaroso y asistemático: “Tomo al azar el primer tema que se me presenta. Todos me son igualmente buenos” (369). Los temas pueden serle familiares o no, pueden ser nobles o vanos.
Sembrando una frase aquí, otra allá, muestras desgajadas de su conjunto, separadas sin designio ni promesa, no me veo obligado a hacer cosa que valga ni a mantenerme yo mismo sin variar cuando me plazca y sin rendirme a la duda o a la incertidumbre o a mi estado original que es la ignorancia (369).
Su modo de desarrollar el tema es desordenado, lo que puede verificarse en cualquiera de sus ensayos. Dicha práctica muestra una noción de libertad que contrasta con la rigurosidad propia de la alta cultura. El ensayista no pretende persuadir, sino explorar. Montaigne produce una textualidad caracterizada por el escepticismo y por lo inacabado: “Y jamás pretendo tratarlos [los temas] por entero. Pues de nada puedo ver el todo” (369). Esta poética responde al concepto que tiene el escritor francés respecto del ser humano. Nos dice que las condiciones del conocimiento humano son la incertidumbre, la parcialidad y la ignorancia, por lo que cualquier pretensión de alcanzar la verdad o abarcar el conocimiento sobre un asunto mediante la escritura es ilusoria.
Montaigne reconoce la relevancia del ámbito de lo cotidiano:
Todo acto nos descubre. La misma alma de César que se muestra al ordenar y dirigir la batalla de Farsalia, muéstrase también al organizar la empresas amorosas del ocio (369).
Borra así la jerarquía clásica de lo épico sobre lo doméstico. El autor aborda desenfadadamente los asuntos del cuerpo. En el ensayo titulado “De las costumbres antiguas”, este escritor discurre sobre el baño, la depilación, el descanso, el modo de comer, el defecar y los diversos deleites corporales.
Montaigne concluye el ensayo “De Demócrito y Heráclito” profesando el carácter risible de la condición humana:
Demócrito y Heráclito son dos filósofos, el primero de los cuales, estimando vana y rídicula la condición humana, no salía en público sino con el semblante burlón y sonrriente; Heráclito, sintiendo piedad y compasión de esa misma condición nuestra, tenía por ello el semblante apenado continuamente y los ojos llenos de lágrimas (371).
En esta cita queremos llamar la atención sobre la inclusión del sujeto del ensayo en la muchedumbre, igualitarismo que se desprende de la frase en itálica. La opción del sujeto del ensayo es la de Demócrito. Podemos relacionar la oposición entre la risa de ese filósofo y la pena de Heráclito con la oposición entre el grotesco popular y el grotesco romántico como hemos visto que Bajtín la plantea.
Esta escritura, sin duda, socavó los discursos autoritarios y unívocos, tanto de la Iglesia como de la monarquía. El tribunal de la Santa Inquisición censuró Essais entre la cristiandad a partir de 1676. La primera vez que se publicó el texto del ensayista francés en español fue en 1898.
La crítica en torno a Canales
Un escritor que, a principios del siglo XX en Puerto Rico, se insertó en la tradición de Montaigne es Nemesio Canales. José Luis González, en su artículo titulado “Literatura e identidad nacional en Puerto Rico” (1980), argumenta que Canales representó “la tradición progresista de la intelectualidad burguesa puertorriqueña del siglo XIX” (González 85).
María Elena Rodríguez Castro, en su artículo titulado “Tradición y modernidad: El intelectual puertorriqueño ante la década del treinta” (1988), traza un mapa de la modernización del campo letrado en Puerto Rico luego de la invasión de 1898. Señala que los literatos se representaban en relación problemática con el Ateneo Puertorriqueño, al cual asociaban con la preservación de una alta cultura anquilosada (Rodríguez 49). Estos escritores modernistas, más bien, buscaron ponerse a tono con los últimos cambios y mostraron cierta euforia ante la modernidad.
Añade Rodríguez Castro que la complejidad ideológica de estos intelectuales está lejos de ser nombrada por la rúbrica que le impuso posteriormente la generación treintista, que les bautizó como la generación del trauma (52). La generación modernista rechazó el orden colonial y autoritario, a la vez que celebró los aspectos modernizadores que se impulsaron en la Isla a principio del siglo XX (53).
El sujeto ensayístico de Canales se representa en oposición a la corriente arielista del procerato representado por José de Diego. Este último fue defensor de la situación isleña previa a la invasión norteamericana y representó la ideología del patriciado boricua: los hacendados que vinieron a menos a causa de los cambios políticos y económicos que dicha invasión provocó. A partir de su hispanofilia, De Diego postuló la tesis de que Estados Unidos poseía el poder político, pero que los hispanos ostentaban la cultura. Fue el abanderado de la hispanidad, por lo que se le conoció como “El Caballero de la Raza”. Ello no fue impedimento para que, también, fuera abogado de las monopolísticas corporaciones azucareras norteamericanas (González).
El crítico Rogelio Escudero ha planteado que la militancia de Canales se fue radicalizando desde posiciones liberales hacia una confrontación directa con el estado burgués en la etapa final de su vida. En su libro Literatura y periodismo en Nemesio Canales, Escudero examina la reflexión que desarrolla Canales sobre los medios de comunicación masiva como el periódico, el teatro y el cine. Para Canales, los medios de comunicación masiva eran instrumentos utilizados por las élites burguesas para dominar al pueblo.
Denunciaba a los periódicos porque sólo enfocaban los asuntos relacionados con las personalidades artísticas o políticas vinculadas a la alta cultura, omitiendo la reflexión crítica en torno a los procesos sociales y la cultura popular.
Rafael Bernabe es autor del libro La maldición de Pedreira (Aspectos de la crítica romántico-cultural de la modernidad en Puerto Rico), en el que expone su tesis sobre el predominio de la ideología románticoburguesa en nuestra ciudad letrada. Este crítico reconoce que en Canales no hubo nostalgia por el pasado, sino que “su temperamento democrático e igualitario, le llevaban a abrazar con considerable entusiasmo los cambios económicos y sociales que vivía el país a principios del siglo XX” (Bernabe 65). Define a Canales como un socialista romántico (70). Bernabe compara a Canales con otros teóricos que él considera socialistas románticos como Herbert Marcuse, Walter Benjamin, el joven George Lukács, Oscar Wilde, el mismo joven Carlos Marx, entre otros. También plantea la afinidad ideológica entre Rosendo Matienzo y Canales en tanto simpáticos a la lucha de la mujer, a las ideas republicanas más radicales, a la distribución igualitaria de la riqueza y al movimiento obrero (Bernabe 78).
Carlos Rojas Osorio le dedica unas páginas a nuestro escritor en su libro Pensamiento filosófico puertorriqueño. En el capítulo titulado “Nemesio Canales: vitalismo y socialismo”, el autor explica lo que propone como los objetivos más relevantes de la crítica canalesiana: la moral convencional, el individualismo liberal y la situación política de la mujer. Rojas acierta en destacar la crítica de Canales contra la noción moderna del progreso. En el momento de definir el socialismo, Canales vislumbra que este sistema acaso no nos traiga progreso económico, a lo que resta importancia aduciendo que el ser humano tiene mejores motivaciones para sus actos que el sencillo afán de acumular riquezas, como lo son el afán de saber, amar y ser reconocido.
Por mi parte, propongo matizar la lectura ideológica de los ensayos de Canales en tanto que en su escritura predomina la estrategia de socavar la figuración de un sujeto fijo y estable de la escritura, según se desprende de las propias palabras de Canales citadas en el libro de Bernabe: “Consecuente con la vieja costumbre de llevarme la contraria a mí mismo” (84). Canales no se autofiguraba como un sujeto determinado monolíticamente por una ideología, sino como una articulación nómada de contradicciones. Samuel R. Quiñones y Rogelio Escudero han comentado el recurso de la autodegradación del sujeto del ensayo canalesiano. A ello, podemos añadir que, en el prólogo de Paliques, Canales se declara humorista filosófico, por lo que sospechamos que nuestro autor valoraba los argumentos filosóficos como formas de relativizar las ideas y de confrontar al lector y a la alta cultura.
La crítica de la alta cultura en Paliques
El propio título Paliques alude al tono lúdico y ligero de los textos. El ensayo “La seriedad de mi tío” comienza con un epígrafe de Federico Nietzsche: “La madurez del hombre consiste en hallar la seriedad que de niño ponía en sus juguetes” (Canales 7). Inmediatamente, al comienzo del ensayo se ridiculiza este epígrafe al hacerse referencia a la dificultad de titular, al “problema terrible del epígrafe” (7) y a la fealdad del nombre del autor. Canales expone así el proceso espontáneo, azaroso y contingente de la escritura. El texto comienza exhibiendo su condición de artificio literario, uno de los principales rasgos de la carnavalización de la literatura, según Bajtín.
Además de la autoparodia y de la autoreferencialidad, observemos que la ambigüedad de ese epígrafe despliega un juego de palabras que consiste en invertir la relación tradicional de la oposición juego infantil vs. seriedad del adulto, haciendo coincidir los contrarios. De esta manera, Canales aborda un tema que ya hemos destacado en la escritura de Montaigne, la condición ridícula del hombre. En este primer ensayo de Paliques, se plantea el propósito de ir a contracorriente de la alta cultura, esto es, ir en pos de “todo lo que en [la vida] parece risible y absurdo” (7). El sujeto ensayístico presenta a una figura de autoridad, el tío serio, austero, de apariencia majestuosa y respetable, que es, además, alcalde, en fin, modelo de “las magnas cosas que el mundo venera...” (8). Las metáforas que utiliza para caracterizar al tío sugieren pesadez: un convento, una catedral o una momia. Estas imágenes que asocian religión y caducidad nos remiten al conocido escepticismo del autor.
A esa pesadez del tío se opone el reconocimiento, como condición humana, de la imposibilidad de conocer trascendentalmente. Para Canales, vivir es “marchar a tientas en la densa lobreguez de un misterio insondable; no saber ni de dónde venimos ni a dónde vamos” (7-8). Igual que en la obra de Montaigne, la voz del ensayo se destrona al reconocerse ignorante. La relativización del saber enfrenta a Canales con la actitud magisterial de quien se siente ocupando el lugar de la verdad.
A su reflexión sobre los límites de la alta cultura, Canales incorpora lo festivo y carnavalesco por medio de una alusión a Don Quijote con la que Canales predica el rebajamiento de lo elevado según lo plantea Bajtín: “Aquella zapateta que le pedía el cuerpo a Don Quijote en su escondrijo de Sierra Morena, como para desentumecer su cuerpo y emanciparlo un momento de su incómoda pose caballeresca” (9). Ese primer ensayo de Paliques termina aludiendo al suicidio del tío como un destino figurado de la pesadez de la alta cultura y su hegemonía cultural.
Canales dedica varios ensayos a la reivindicación de las mujeres. En estos, se define claramente la crítica del sujeto ensayístico a la alta cultura, dado que lo femenino ha estado tradicionalmente recluido en la esfera de lo doméstico. Es conocido que Canales fue el primer político que propugnó en 1909 en la Cámara de Delegados la igualdad plena de los derechos de las mujeres y los hombres.
En el ensayo “El voto femenino”, el Derecho, uno de los más importantes ámbitos de la alta cultura, se convierte en objeto de la mirada irónica del sujeto, quien se refiere a “las atrocidades jurídicas que se llaman leyes” (188). Los defensores de la alta cultura, opuestos al proyecto presentado por Canales para que las mujeres puedan ejercer el voto, se caracterizan por la seriedad y la pesadez: “Todos los hombres serios de la Cámara miraron mi proyecto con esa cargante risita de desdén que los tales hombres serios tienen para todo aquello que no entienden” (188). Estos hombres a los que se enfrenta el sujeto ensayístico son enrostrados por José de Diego, quien convenció “a todo el mundo de que yo [Canales] estaba loco y que nuestras castas y angelicales mujeres estaban muy bien como estaban” (189) (énfasis paródico del autor). Estos próceres, que generalmente son representados en nuestra historiografía con cierta distancia y respeto épicos, aparecen aquí rebajados por medio de la ironía. Como Bajtín señala, la risa les niega a estos personajes cualquier aura de excepcionalidad.
Además de la irónica caracterización del procerato que defiende la alta cultura y de la idealizada representación de la mujer que profesa ese sector, el sujeto ensayístico se autorepresenta burlonamente como: “este pequeño hombre de cara gorda, irregular y aburrida, nacido en Jayuya” (189). La autocaricaturización es un rasgo carnavalesco de su escritura. El ensayista se destrona representando su propia corporeidad de forma grotesca.
Canales se burla del binarismo establecido por la alta cultura entre “las graves cuestiones” de los hombres y “las bellas frivolidades del mundo femenil” (17). Según propone en el ensayo “Ponce femenino”, las mujeres han servido “para librar un poco a este mundo de la carga abominable de sosera y de tedio a que nosotros los hombres le hemos condenado” (17). Otra vez el texto aparece estructurado por los ejes gozo/aburrimento, frivolidad/ pesadez o risa/seriedad, donde se privilegia al gozo, la frivolidad y la risa.
El conflicto entre la pesadez de la alta cultura y la liviandad popular tiene como trasfondo filosófico al espíritu de la pesadez y el de la risa según se desarrolla en Así habló Zaratustra de Federico Nietzsche. En el ensayo “Mi sueño”, el sujeto ensayístico intenta dormirse para olvidar la historia y la civilización. Canales echa mano del filósofo alemán para criticar el carácter ilusorio del progreso: “yo no simpatizo con el hombre del porvenir, con el superhombre, si no me lo imagino sin piernas” (28). Ello, con el objeto de no “correr tras tanta ilusión engañosa,” como es la idealización del progreso (28). Esa crítica al idealismo, que el autor adjudica al procerato isleño, se desarrolla ampliamente en muchos de los ensayos de Paliques.
José Luis González y Rafael Bernabe reconocen la afinidad ideológica entre Matienzo y Canales, basada en una profunda convicción democrática. Sin embargo, podemos señalar una de sus divergencias. En Matienzo, se da la defensa de la alta cultura, mientras que en Canales observamos lo contrario. La crítica de los altos ideales hace a nuestro autor aparecer ante el procerato como un reaccionario. En el ensayo “Mi fe”, el sujeto del ensayo se justifica ante la acusación de Rosendo Matienzo de que él es un “hombre sin fe y sin amor a los ideales” (151). Canales le responde a Matienzo (a quien, de hecho, admiraba): “Todas las abominaciones de la historia son hijas, precisamente, de la pindonga esa [la fe]” (153). Culmina ese ensayo diciendo que él le canta “a la inmensa vanidad y a la infinita vacuidad de todo” (154). De acuerdo con la alta cultura que representa Matienzo, la posición de Canales es la de un charlatán de feria. Pero para el sujeto ensayístico, se trata más bien de una crítica a las verdades absolutas, al autoritarismo, al elitismo y a la rigidez ideológica.
En síntesis, he pretendido mostrar cómo se articula en Paliques la crítica de la alta cultura a partir de la noción bajtiniana del carnaval. Destacamos que la risa de Canales entronca con la escritura irreverente de Montaigne, sobre todo, con su escepticismo, la exploración de puntos de vista inusuales y el rebajamiento del sujeto de la escritura. La valoración del cuerpo, lo cotidiano y la cultura popular destacan como alternativa al idealismo y el autoritarismo que Canales identifica en muchos de sus compañeros políticos.
Este posicionamiento canalesiano ante la escritura y la cultura fue valorado de forma conspicua por la generación del 1970, una de nuestras generaciones de autores más desenfadadamente críticos.
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Imágenes
Pág. 63, Michel de Montaigne.
Pág. 65, Nemesio Canales.