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Teatro testimonial argentino en Las putas de San Julián de Rubén Mosquera
Teatro testimonial argentino en Las putas de San Julián de Rubén Mosquera
Fernando Opere
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Entre 1920 y 1922 tuvo lugar en la región más austral del continente americano, en la Patagonia, uno de los acontecimientos más luctuosos de la problemática historia del país, el fusilamiento sin juicios previos de mil doscientos peones de las estancias de ovejas, que durante cerca de dos años habían mantenido unas huelgas intermitentes con el fin de conseguir mejoras en sus deplorables condiciones laborales. Los desdichados acontecimientos pasaron relativamente inadvertidos, y pronto fueron olvidados. Como siempre ocurre, hay un testigo, un sencillo y simple testigo que se empeña en dar luz a lo que se ha ocultado. Así fue como Osvaldo Bayer, historiador nacido en Río Gallegos, capital de la provincia patagónica de Santa Cruz, abrumado por lo que se oía, decidió investigar lo ocurrido en aquellos años. Se interesó por el tema a partir de relatos orales, y del libro La Patagonia Trágica, escrito por José María Borrero y publicado en 1928. En este libro, Borrero acomete contra los estancieros del sur argentino, por el humillante trato impuesto a las comunidades originarias, y por las indignantes condiciones de trabajo que imponían a los trabajadores, pero principalmente, por las masacres de peones rurales perpetradas entre 1921 y 1922. La estructura del texto tiene el formato crónicas periodísticas con interpretaciones que el autor aventura no apoyadas siempre con evidencias documentales. Así por ejemplo, Barrero desliga toda responsabilidad tanto del coronel Varela, que llevó a cabo la persecución y posterior orden de fusilamientos, como al presidente del país cuando las acciones tuvieron lugar, Juan Hipólito Yrigoyen. En su análisis carga toda la culpa en las espaldas del gobernador del territorio de Santa Cruz, Edelmiro Correa Falcón, un ultraconservador, que ejercía también como secretario de la Sociedad Rural en la provincia.
Osvaldo Bayer conocía el libro y conocía también los cuentos orales que seguían circulando en el territorio de boca en boca. Decidió que había que intentar dar luz a lo que parecía nebuloso. Para ello, se desplazó a la zona y durante largas temporadas, visitó las estancias y pueblos donde tuvieron lugar los eventos, entrevistó a los pocos protagonistas aún con vida, e inició una larga y difícil investigación. El resultado fue la publicación en cuatro volúmenes con el título de Los vengadores de la Patagonia trágica, conocido también como La Patagonia rebelde, publicado entre 1973 y 1974. La publicación fue un bombazo editorial, y despertó la conciencia del pueblo argentino. Basado en este libro en 1974, Héctor Olivera lo llevó al cine con el mismo título La Patagonia rebelde, que recibió muy buenas críticas, inició un largo debate y facilitó que los acontecimientos que dieron vida al texto siguieran vivos en la conciencia nacional. Basándose en el libro, y con la colaboración directa de Osvaldo Bayer, el dramaturgo y director de teatro Rubén Mosquera, realizó una interesante e inteligente versión teatral, que estrenó en Buenos Aires en el teatro Cervantes, con el título de Las putas de San Julián. Me propongo en esta ponencia seguir la trayectoria de los acontecimientos que dieron vida al libro de Osvaldo Bayer y su transformación de texto histórico primero, en versión cinematográfica después, para desembocar en el éxito de público y de crítica de la versión dramática que Rubén Mosquera montó en Buenos Aires y que alcanzó las cien representaciones en numerosos escenarios de todo el país.
Los inicios del siglo XX fueron unos años combativos de grandes luchas de clase que expresaban el mal contento de las clases obreras, animadas por las recién llegadas doctrinas socialistas, marxistas y anarquistas, surgidas en el siglo anterior pero que cobraron especial vida a primeros del siglo XX. En 1910 estalló la Revolución Mexicana, en 1917 la Revolución Rusa, que se presentaron como modelos a seguir. Estas revoluciones no se limitaron a un país, sino que en su base llevaban implícitas la idea de la revolución proletaria por todo el mundo. Su foco originario fue Europa con el inicio de la sindicalización, la Primera y la Segunda Internacional, y la difusión de acciones de las células anarquistas. La situación en Argentina tenía sus características propias y ritmo, aunque desde primeros de siglo la aparición del Partido Radical estaba abriendo una vía a la conciencia proletaria. La Patagonia es un enorme territorio en el sur del continente que, hasta finales del siglo XIX había carecido de interés. De hecho, los límites del territorio patagónico entre Chile y Argentina no habían sido establecidos hasta muy tarde, e incluso en esas fechas todavía eran tema de litigio. Tenía una extensión de más 100.000 kilómetros cuadrados vagamente poblado por partidas de indios tehuelches y en las zonas andinas por mapuches provenientes del lado chileno de la cordillera. La llamada Conquista del Desierto liderada por el que más tarde sería presidente de la nación Julio Argentino Roca entre 1878 y 1890, limpió estos territorios de sus históricos pobladores, y arrinconó las tribus sobrevivientes en los valles y lagos del oriente andino. Las puertas se abrieron a la explotación minera y a la creación de extensas estancias de ganado lanar, que a primeros de siglo gozaban de amplia demanda internacional. Para 1920 Mauricio Braun, de origen alemán, era dueño de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego con una extensión de 1,376,160 hectáreas, que grosso modo producía unos 5,000 millones de kilos de lana, 700 kilos de cueros, y dos millones de kilos de carne, anuales. Era también propietario de minas de cobre, bancos y frigoríficos. Los Braun pronto se asociaron con la familia Menéndez con los que ampliaron sus propiedades.
En ellas prestaba sus servicios una población variopinta compuesta por descendientes de indios mapuche, gauchos, peones de origen mayoritariamente argentino, pero con considerable presencia chilena y española. Los años posteriores al final de la Primera Guerra Mundial sufrió un descenso notable de los precios de la lana en los mercados internacionales, provocando una crisis financiera en estas compañías exportadoras y una acumulación de stocks de lana con incierto futuro. La crisis coincidió con las primeras demandas de mejoras económicas y laborales entre los peones de algunas de las estancias de mayor raigambre que en esas fechas empezaban a asociarse. Entre 1920 y 1921 se produjeron las primeras huelgas impulsadas por la FORA (Federación Obrera Regional Argentina), y lideradas por sindicalistas venidos de Europa, entre ellos Antonio Soto, de origen español, y a la sazón secretario de la Sociedad Obrera de Río Gallegos, así como el alemán Shultz y el argentino Facón Grande.
Las huelgas se extendieron intermitentemente dos años, 1920-22, con algunos incidentes violentos como los ocurridos en la estancia Los Cerritos. En 1920 una comisión de indios mapuche había solicitado audiencia del presidente Yrigoyen que, haciéndose eco del conflicto y las distintas demandas, decidió enviar al teniente coronel Héctor Benigno Varela al mando del Décimo Regimiento de Caballería para pacificar la zona. Varela, en su primera visita simpatizó con los huelguistas ya que algunas de sus reivindicaciones le parecieron justas. Logró un acuerdo que representaba la implementación de algunas de las reformas exigidas por los peones y esquiladores a pesar de la resistencia de los estancieros. Sin embargo, tras la firma, estos no cumplieron su parte del trato, y tras un largo paréntesis las huelgas retornaron, en esta ocasión con actos violentos incluso vandálicos, con ocupación de estancias, toma de rehenes y enfrentamientos a las fuerzas del orden. Las huelgas tuvieron el efecto de detener toda actividad portuaria y comercial en Puerto Deseado, Santa Cruz, San Julián y Río Gallegos, las ciudades más emblemáticas de la Patagonia. Los propietarios y el gobernador llevaron de nuevo sus quejas a Buenos Aires, por lo que el gobierno envió un segundo batallón del ejército, de nuevo al mando del coronel Varela, en esta ocasión con órdenes más determinantes. Había que acabar con las huelgas a toda costa. En este segundo viaje, el coronel Varela se comportó como un militar que cumple órdenes, no como una representante que media en un conflicto. La caballería, bajo su mando, persiguió a los grupos huelguistas en las principales estancias donde se habían atrincherado y llevaron a cabo las primeras ejecuciones en masa: 480 en Cañadón León, 500 en La Anita y cifras similares en otras estancias hasta alcanzar la suma de 1,200. Además, cientos de huelguistas que se creían anarquistas o bolcheviques fueron encarcelados en prisiones locales o enviados a Buenos Aires.
El film de Héctor Olivera, La patagonia rebelde, se estrenó en 1974. Aunque Olivera afirmó que tuvo la idea de hacer la película cuando leyó el libro de David Viñas, Los dueños de la tierra de 1959, en realidad la película es bastante fiel al libro de Osvaldo Bayer, La patagonia rebelde, quien coescribió el guion junto con Olivera y Fernando Ayala.
La versión teatral de Rubén Mosquera parte de una anécdota casi ignorada entre las 429 páginas del texto de Osvaldo Bayer. En la página 307 se hace referencia a un incidente que ocurrió cuando, como premio a sus acciones pacificadoras, se permitió a los soldados que habían llevado a cabo la represión y los fusilamientos, asistir por tandas a las prostíbulos de los pueblos lindantes. Así lo narra Bayer:
En San Julián se avisó a Paulina Rovira, dueña de la casa de tolerancia “La Catalana”. Pero cuando la primera tanda de soldados se acercó al prostíbulo, doña Paulina salió presurosa a la calle y conversó con el suboficial. Algo pasaba, los muchachos se comenzaron a poner nerviosos. El suboficial les vendría a explicar: algo insólito, las cinco putas del quilombo se niegan. Y la dueña afirma que no las puede obligar. El suboficial y los conscriptos lo toman como un insulto… Todos en patota tratan de meterse en el lupanar. Pero de ahí salen las cinco pupilas con escobas y los enfrentan al grito de ¡asesinos! ¡porquerías!, ¡con asesinos no nos acostamos! (307-08).
Bayer anota las detenciones e interrogatorios a que fueron sometidas las pupilas rebeldes, y su envío a presidios en el corazón de la Patagonia, y a Usualla en la Tierra del Fuego. En la investigación realizada por Bayer muchos años después de ocurridos los luctuosos acontecimientos, solo se pudo hallar el paradero de una de ellas, Maud Foster, que regresó a San Julián y regentó el prostíbulo hasta su muerte. Su tumba se conserva en esta ciudad. La historia de las pupilas, de dos páginas de extensión, la cierra Bayer con esta nota emotiva: “He aquí sus nombres, tal vez los mencionaremos como un pequeño homenaje o, no digamos homenaje, digamos recuerdo de las cinco mujeres que cerraron sus piernas como gesto de rebelión” (309). Las meretrices de San Julián usaron su mejor arma, sus cuerpos. Para el ejército esta era una afrenta imperdonable. Sin embargo, la versión oficial se esforzó por mantener el silencio sobre este evento y sus pormenores. La Catalana era un local popular, prostíbulo o quilombo en el pueblo de San Julián. No había mucho que hacer en este perdido pueblo patagónico. Allí arribaban los peones de las estancias y los esquiladores los días de paga. Con el tiempo se habían establecido unas relaciones entre estos dos grupos marginales. Las meretrices hacían su trabajo y recibían el reconocimiento y la paga correspondiente.
El texto de Mosquera se centra en la anécdota intrascendente a partir de la cual se humaniza lo que puede ser considerada una epopeya del far south. En la historia del continente han sido muchos los acontecimientos represivos de este tipo que han pasado inadvertidos por el silencio oficial o por carecer del historiador o dramaturgo de turno que las haya sacado del ostracismo. Las putas de San Julián protagonizaron un acto heroico, se convirtieron en modernas Lisístratas, la comedia de Aristófanes, del 411 aC, que se centra en la postura intransigente que las mujeres griegas adoptaron para acabar con la guerra del Peloponeso, negando a sus maridos y amantes sexo para forzarles a negociar la paz y dar fin a la guerra.
El aspecto humano y reivindicativo de las mujeres de San Julián sirvió de eco para que los luctuosos acontecimientos se conociesen miles de kilómetros al norte, en la capital de la nación, lugar donde en la Argentina o ocurre todo o no ocurre nada. Los fusilamientos sin juicios previos hubieran pasado inadvertidos a no ser por la respuesta de estas cinco mujeres del prostíbulo La Catalana, quienes decidieron enfrentarse a la injusticia con sus propias armas. Mientras el film La patagonia rebelde se centra en torno al aspecto social y político de las huelgas, es decir las confrontaciones entre estancieros, peones de las estancias y las fuerzas civiles y militares, la obra de Rubén Mosquera desciende al drama humano. Parte de la anécdota y combina las vidas en el prostíbulo, las expectaciones de las pupilas y sus esperanzas, con sus indignadas reacciones cuando empiezan a llegar las primeras noticias de las huelgas y los fusilamientos. El drama de Mosquera nos permite conocer a las trabajadoras del prostíbulo, sus nombres, sus deseos e inclinaciones, también sus limitadas esperanzas en esa parte del mundo un tanto perdida. Varios de los actos se centran en la dramatización de las vacilaciones y dudas de estas mujeres cuando se ven obligadas a enfrentar las consecuencias de la huelga y sus efectos, es decir, la posibilidad de que los peones no lleguen jamás a buscar sus servicios y por lo tanto pierdan sus emolumentos, o cuando echen en falta a ese cliente particular que les ha regalado un vestido rojo y con el que han establecido cierta conexión emocional. La tensión crece pues no todas ellas están de acuerdo en cómo responder a las acciones del ejército. Mosquera les otorga nombres, emociones y sensibilidades. Bien es cierto que son los nombres reales que aparecen en el libro de Bayer, pero también es cierto que Mosquera les dota de una personalidad con la que enhebrar los conflictos humanos que las escenas del prostíbulo van a representar. Son escenas de un gran realismo dramático que el autor combina con los feroces interrogatorios a que fueron sometidas las pupilas por parte de oficiales del ejército en su intento de hallar un chivo expiatorio, un culpable o incitador de lo que se entendía como un insulto al ejército y su alto destino. No es posible, se pensó, que la idea hubiera surgido de ellas, desgraciadas prostitutas. Incluso en esas escenas de una gran violencia, los torturadores se dirigen a las pupilas hurgando en sus debilidades en función de sus biografías. A la española María Juliache, de 28 años y soltera, la amenazan con deportarla a su país, sino colabora. Lo mismo a Maud Foster, inglesa, que había estado prometida a uno de los Menéndez, es decir uno hijo de la familia de los grandes propietarios estancieros. La madama, doña Paulina, dueña del local, es la más indecisa. Se juega más que las demás, conoce a sus clientes que son la élite de la ciudad, al gobernador y los comisarios. No puede defraudarles y pone presión en sus pupilas para que cumplan con su obligación y atiendan a los meritorios soldados. Posiblemente el acierto escénico de Mosquera fue descender a lo más sensible del drama humano. Una muerte de un niño mueve más que cien muertes en un bombardeo.
La versión teatral de Rubén Mosquera contó con la presencia en el escenario de Osvaldo Bayer, quien había colaborado en el guion, como lo hizo en la película. Su rol consistió en dar vida a un testigo presencial que en escena habla con la Muerte que lo viene a buscar, dialoga también con su madre, quien había sido testigo de los acontecimientos sucedidos entonces y por lo tanto su principal informante, e incluso baila con Marlene Dietrich, su eterno amor platónico, que lo persigue para llevarlo al sueño final. Bayer tenía 87 años cuando se brindó a representar la obra por los diversos escenarios del país, concretamente actuó en 90 representaciones. El personaje Bayer, actuado por él mismo a los 87, convive en la obra con el Bayer de 60 años, edad que tenía cuando realizó la investigación histórica. Este personaje estaba representado por otro actor. Con este mecanismo dramático se ponía sobre el tapete la ausencia de contradicciones entre las diferentes etapas de la vida de Osvaldo, a pesar de los distintos niveles de información de cada uno de los tres en relación a la Argentina de su tiempo y a la Argentina actual.
En la versión que montamos en la Universidad de Virginia, sustituimos a Osvaldo Bayer, por un historiador. La misión consistía en hacer participar a la audiencia mediante relatar algunos de los acontecimientos históricos que rodearon el drama. Es decir, la situación social y económica de las estancias, las amenazas de los movimientos obreros y anarquistas a inicios del siglo XX, las desigualdades sociales, la controvertida participación del gobierno radical de Hipólito Yrigoyen ordenando poner fin a la huelga, etc. Este personaje historiador-narrador, invitaba a la audiencia a participar a través de preguntas, bien para aclarar posibles malos entendidos, o para enmarcar el drama humano que se estaba desarrollando en el escenario. Su actuación establecía cortes en la representación, de tal forma que el texto quedaba fraccionado o dividido en tres partes bien definidas: el interior del prostíbulo La Catalana con sus pupilas y la madama, la actuación del historiador que enmarcaba el texto y contestaba las preguntas de la audiencia, y las torturas a las que cada una de las pupilas se veía sometida durante los interrogatorios.
Con Las putas de San Julián se cerraba uno de los episodios históricos más luctuosos de la historia argentina. La aparición del libro fue vital para recuperar el interés de numerosos intelectuales en la investigación de los sucesos por tanto tiempo silenciados, y darles difusión. El propio Osvaldo Bayer confesó en Los vengadores de la Patagonia trágica, que su acercamiento al tema y las investigaciones que dieron forma a la obra, fueron incitadas por la lectura del libro de Borrero La patagonia trágica. Sin embargo, el texto de Bayer tiene otro enfoque y dimensión, que surge a partir del desarrollo de las palpitaciones políticas que conectaron los crímenes y fusilamientos, y que involucraron directamente a Hipólito Yrigoyen, el presidente Radical y su gobierno, en las toma de decisiones y decretos para acabar con las huelgas a toda costa. La película, basada en el libro, se estrenó durante el breve y segundo mandato del general Domingo Perón. Pero tras su muerte el 12 de octubre, fue prohibida por el gabinete que presidía su segunda esposa, Isabel Perón. Incluso los realizadores y la mayoría del elenco tuvieron que partir al exilio. Jorge Cepernic, gobernador peronista de Santa Cruz, fue encarcelado seis años durante la dictadura militar por haber permitido la filmación de la película en la provincia.
En Argentina el film se pudo volver a exhibir en 1984, al final de la dictadura militar y la recuperación de la democracia. Ganó el Oso de Plata en el Festival Internacional de Berlín de 1974. Por su parte la obra de teatro de Rubén Mosquera fue todo un éxito en la Argentina. Fue vista por más de 25,000 espectadores. Se presentó en la gran mayoría de las provincias de la república, y recogió el clamor de la crítica y el público. Bayer, por su parte, fue declarado huésped de honor, y visitante ilustre en la Legislatura de la provincia de Santa Cruz que estableció que La patagonia trágica, con sus cuatro tomos, fuese lectura obligatoria en los colegios de la provincia. En la tumba de Maude Foster, la pupila que regresó tras su exilio, hay flores constantes que anónimos visitantes o vecinos renuevan.
Bibliografía
Bayer, Osvaldo. Los vengadores de la Patagonia trágica. Buenos Aires: Editorial Galerna, 1972
Bayer, Osvaldo. La patagonia rebelde. Buenos Aires: Editorial Nueva Imagen, 1980.
Borrero, José María. La patagonia trágica. Buenos Aires: Continente, 1999.
Mosquera, Rubén. Las putas de San Julián (manuscrito)
Olivera, Héctor. La patagonia rebelde (1974).
Imagen
Pág. 85, puesta en escena de la obra en Virginia University.