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25 años de cine de terror en México 1953-1978

25 años de cine de terror en México 1953-1978

Édgar Sobrerón Torchia

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[crítica-cine-estudios culturales-historia-memoria]

Este escrito comenzó como una lista de cintas de terror mexicanas que vi y disfruté en mi infancia y adolescencia, pero devino en una travesía a lo largo de 25 años en que se produjeron significativos títulos del género en «el país más surrealista del mundo»... y en los cuales, curiosamente, muchos actores del cine de Luis Buñuel desempeñaron papeles claves.

El cine de terror, visto con respeto, es uno de los géneros más románticos del séptimo arte. Es el que aborda, desde una peculiar perspectiva, la muerte, el odio, el vicio o lo deforme en franca oposición a la belleza, el amor y la vida plena. Unas pocas veces llegan a finales felices, aunque a costa del dolor, pérdidas o defunciones, pero la mayoría tiene resultados lamentables, en propuestas en las cuales predominan los crímenes, las mutilaciones, el derramamiento de sangre, jugos de todos los colores, efectos visuales y despiadado humor.

Dado el culto a la muerte en México, que incluye originales manifestaciones festivas y ritos, no resulta extraño que, a principios de la década de 1950, se desatara una abundante producción de películas terroríficas, que se extendió por 25 años. A continuación, a partir de títulos escogidos, les propongo un recorrido por esa filmografía curiosa y no pocas veces brillante, que enriqueció el legado del género en el ámbito mundial.

El monstruo resucitado (1953)

Santiago Luciano Urueta Rodríguez, alias Chano, hijo de un político mexicano que tuvo participación de relieve en la revolución de 1910, fue probablemente el director de cine de terror más prolífico de México. Cinco de sus películas están incluidas en esta lista, pero el cineasta no es tan bien conocido o elogiado como Fernando Méndez y Carlos Enrique Taboada. Por un lado, Urueta hizo sus películas cuando el género era menospreciado por las industrias y los críticos cinematográficos en todo el mundo; y, por otro, la mayoría de los fanáticos del cine de terror no ha visto su obra.

Típica producción de bajo presupuesto rodada dentro de estudios, El monstruo resucitado fue su primera aventura en el género de terror, mezclado con ciencia ficción, una frecuente combinación. La acción transcurre en un lugar «exótico» (los Balcanes) con nombres extranjeros, pero todo se ve tan genuinamente mexicano como un puesto de venta de tacos. Dos años antes de aparecer en Ensayo de un crimen, retrato de un necrófilo dirigido por Luis Buñuel, la bella actriz checa Miroslava [Stern] fue elegida para el papel de una periodista que conoce a un hombre misterioso, el cual resulta ser un científico loco deforme, y que termina siendo cortejada por un cadáver viviente. 1953 fue un buen año para Urueta, pues también realizó La bestia magnífica (con Wolf Ruvinskis y Miroslava), una de las películas que desató el gusto por el «cine de lucha libre» que fue muy popular durante décadas.

La Bruja (1954)

Después de El monstruo resucitado, Chano Urueta regresó a los Balcanes sin salir de los estudios Churubusco Azteca y rodó esta peliculita encantadora con un presupuesto exiguo. Cuenta una historia parecida a la del monstruo, aunque sin la visión imparcial de un extraño, como la periodista, en aquélla: aquí, otro científico loco (Julio Villarreal, coprotagonista de Una mujer sin amor de Buñuel) busca vengar la muerte de su hija asesinada.

Sin embargo, en lugar de resucitar muertos, Villarreal se vale de una mujer fea apodada la Bruja, a la que transforma en la deslumbrante Lilia del Valle, cada vez que la intermediaria debe seducir a alguno de los tres culpables y matarlo. Pero el amor se interpone en el camino, todo se complica y nos conduce a un juicio (que recuerda a M, el maldito de Fritz Lang), en el cual la Bruja es juzgada por sus compañeros del bajo mundo. El elenco incluía al galán Ramón Gay, que intervino en otras películas de terror que se enumeran aquí, antes de morir asesinado por un marido celoso.

Ladrón de cadáveres (1957)

Al director Fernando Méndez no le pasó inadvertida la popularidad de La bestia magnífica y filmes similares, y reconoció el potencial de combinar terror y lucha libre en el cine. Gracias a ello, en septiembre de 1957, se anotó el primer éxito del año con la historia de un campesino que llega a la ciudad de México, triunfa como luchador y se transforma en un monstruo, al caer víctima de un científico loco, que hace experimentos criminales con luchadores y animales. Al éxito del filme en las taquillas ayudó la impresionante presencia de Wolf Ruvinskis, el apuesto luchador y actor profesional argentino, nacido en Letonia de padres judíos. Su ascenso final, convertido ya en bestia, por las paredes de un edificio es evocador de la secuencia final del King Kong original.

El vampiro (1957)

En octubre de 1957 se inició el reconocimiento internacional de las películas de terror mexicanas, con el estreno de El vampiro, obra maestra de Fernando Méndez que se convirtió en filme de culto. El éxito de la película tomó a todos por sorpresa, ya que era un título en el marco industrial del cine mexicano. Además la obra era firmada por un cineasta que podía terminar una comedia erótica urbana en la noche, y comenzar un drama de charros a la mañana siguiente. Escrito por el guionista costarricense Ramón Obón (asociado con todas las principales películas de terror mexicanas hechas durante la edad de oro del género) y producido por el actor Abel Salazar (que había financiado El monstruo resucitado de Urueta), esta vez los Balcanes fueron sustituidos por localizaciones reales de la campiña mexicana y por sombríos decorados en los estudios Churubusco, y por primera vez se abordaba una historia de vampiros.

En la sombría hacienda de su familia, la heroína (Ariadne Welter, la novia católica en Ensayo de un crimen de Buñuel) descubre a sus parientes aterrados, sometidos a la sumisión de un noble europeo, que vive de sangre. A pesar de sus efectos especiales de bajo costo, varios elementos fueron notables: la originalidad del guion, la cinematografía en blanco y negro, la primera aparición mundial de un vampiro con colmillos, el papel proactivo que las mujeres juegan en la trama y, sobre todo, el seductor desempeño del actor español de 28 años, Germán Robles en su primera actuación en cine, como el conde Lavud. Todos estos elementos contribuyeron al éxito comercial de la cinta, dando lugar a una continuación, El ataúd del vampiro.

La momia azteca (1957)

El tercer éxito de terror mexicano de 1957 fue lanzado en noviembre, dirigido por Rafael Portillo y escrito por Alfredo Salazar, hermano del actor y productor Abel Salazar. Fue la primera entrega de una trilogía con los mismos personajes, en la que se combinaba el terror (al resucitar a una momia, clásico icono del género) y el folclor mexicano, incluyendo un número musical interpretado por el ballet de Stella Inda, que interpretó a la madre en Los olvidados de Buñuel.

La momia del guerrero Popoca sale de su tumba en una pirámide, cuando varios científicos (Ramón Gay, entre ellos) la profanan y roban el peto de oro que contiene la clave para encontrar el tesoro de los aztecas. Además, la momia desea a la hermosa Flora (Rosita Arenas, esposa de Abel Salazar), vivo retrato de Xóchitl, su amada princesa azteca. En la trama, también hay un villano interpretado por Luis Aceves Castañeda, que trabajó con Buñuel en siete películas, incluyendo Subida al cielo y Abismos de pasión, y participan varios luchadores profesionales como sus secuaces. La película fue un gran éxito y aunque las dos continuaciones fueron menos efectivas, mantuvieron a "la momia" en demanda.

El castillo de los monstruos (1958)

La mezcla de actores cómicos con iconos de terror es una práctica muy antigua en el cine, desde la época silente, y no era rara en las películas mexicanas: para 1958, ya Germán Valdés «Tin Tan» había hecho Hay muertos que no hacen ruido en 1944, Mario Moreno «Cantinflas» protagonizó Un día con el Diablo al año siguiente, y Adalberto Martínez «Resortes» intervino en Yo dormí con un fantasma en 1949 y Muertos de risa en 1957. Pero fue Antonio Espino «Clavillazo» quien, bajo la dirección de Julián Soler, tuvo el mayor éxito con esta comedia en la que conoce a Drácula, Frankenstein, la momia, el hombre lobo y el monstruo de la Laguna Negra, al llegar al castillo de otro científico loco para salvar a su novia, interpretada por la cantante, bailarina y comediante Evangelina Elizondo. Después de esta película, la combinación de cómicos y monstruos se hizo aún más popular, incluyendo La casa del terror dos años después, en la cual Tin Tan tuvo como coprotagonista a Lon Chaney Jr., en el papel del hombre lobo.

Misterios de la magia negra (1958)

A fines de 1958, durante dos días consecutivos, Miguel M. Delgado y el emigrante alemán Alfredo B. Crevenna hicieron honrosas contribuciones al cine de terror mexicano. El primer estreno fue el de este drama de Delgado, realizador favorito de Cantinflas, a quien dirigió en 30 películas. El cineasta no era ajeno al terror y terminó su carrera haciendo películas sobre luchadores y monstruos. Sin embargo, la verdadera rareza fue el guionista Ulises Petit de Murat, quien había escrito varios clásicos del cine argentino, incluyendo filmes de Mario Soffici como El extraño caso del hombre y la bestia, adaptación cinematográfica de la historia de Robert Louis Stevenson sobre el Dr. Jekyll y el Sr. Hyde.

En México, Petit firmó este drama mórbido sobre una bruja (Nadia Haro Oliva, una de las invitadas en El ángel exterminador de Buñuel) y muertos vivientes que, tal vez por la falta de experiencia de Delgado en el género, no alcanzó el nivel de grand guignol que su relato poseía en potencia. Sin embargo, no es una película que pasó inadvertida y, aún hoy, a pesar de la ausencia de una versión restaurada, cuenta con admiradores.

El hombre que logró ser invisible (1958)

El segundo lanzamiento fue una nueva versión de la historia de H.G. Wells sobre el científico cuyos experimentos lo llevan a experimentar la invisibilidad en sí mismo, y debe pagar las consecuencias. Un año antes, Crevenna había dirigido a Ninón Sevilla en Yambaó, una historia de sexo y santería, con elementos de fantasía macabra, como brebajes mágicos, posesiones de espíritus y hechizos.

En este relato, las pasiones también se desbordan: el hombre invisible enloquece y varias personas mueren asesinadas en extraños eventos. Sin embargo, al final se reestablece el orden sin cuestionamientos morales. La presencia del primer actor Arturo de Córdova (protagonista de Él de Buñuel, de varios clásicos del cine mexicano y algunas cintas extranjeras, como Dios se lo pague y ¿Por quién doblan las campanas?) le dio prestigio al producto, pero poco más. Después de este estreno, Crevenna siguió alternando entre terror, melodramas, películas eróticas y dramas con los mejores luchadores de México.

Misterios de ultratumba (1959)

En 1959 Fernando Méndez confirmó su título de maestro mexicano de terror gótico y Rafael Baledón tuvo la oportunidad de dirigir un filme de género muy efectivo. Ambos cineastas, así como el guionista Ramón Obón, se pusieron al servicio del rubio jinete Gastón Santos, matador de toros profesional e hijo de un acaudalado y poderoso político mexicano, cuando quiso convertirse en estrella del cine, en filmes en los que usualmente aparecería montando su caballo Rayo de Plata.

A la verdad, a Gastón no le fue mal en la taquilla con sus charro-westerns, en los que había elementos de terror. De todas sus intervenciones, la mejor es Misterios de ultratumba, cinta lúgubre en la que no hubo lugar para Rayo de Plata, y que, para algunos fanáticos del género, marcó el punto álgido de la breve carrera de Méndez en el cine de terror. No tan coherente y efectiva como El vampiro, la película relata en tono fatídico el drama de dos científicos (Rafael Bertrand y Antonio Raxel) que pierden la cordura al explorar los "misterios del más allá ", en la tradición de Mary Shelley y Edgar Allan Poe. Dos años después, Méndez, Obón y Santos trabajarían juntos una vez más en El grito de la muerte, última película de terror del director.

El hombre y el monstruo (1959)

Apuesto protagonista en sus años mozos, Rafael Baledón había dirigido a Gastón Santos en el amorfo western de terror El pantano de las ánimas, que fue muy popular en 1957, a pesar de sus deficiencias. En El hombre y el monstruo, producido por Abel Salazar, Baledón se tomó un descanso de los filmes del joven torero y hubo un notable progreso, con este cuento inspirado en la leyenda de Fausto.

El director contó con el buen actor español Enrique Rambal (Nobile, el rico anfitrión en El ángel exterminador de Buñuel) como el pianista Samuel Magno, un hombre que hizo un pacto con el Diablo para convertirse en gran pianista. Cumplido su deseo, el pacto, sin embargo, tiene secuelas: cada vez que interpreta una determinada pieza musical, el pianista se convierte en un monstruo... Sólo logra domesticarlo su madre (Ofelia Guilmáin, también en El ángel exterminador como invitada de Nobile), pero Magno decide tomar bajo su tutela a una muchacha (Martha Roth), y las cosas se complican cuando un periodista (Salazar) llega a la siniestra hacienda del pianista, en busca de una entrevista. Un drama de terror apreciable, lleno de suspenso y momentos de gran tensión.

Macario (1960)

En 1960 Roberto Gavaldón, uno de los cineastas más distinguidos de la llamada «edad de oro del cine mexicano», dirigió esta versión cinematográfica de The Third Guest, relato de B. Traven (el mismo que inspiró El tesoro de la Sierra Madre de John Huston), a su vez basado en un cuento de hadas de Jacob y Wilhelm Grimm. La película fue nominada a la Palma de Oro en Cannes y al Oscar a Mejor Filme Extranjero, mientras que Ignacio López Tarso fue escogido Mejor Actor en el Festival de Cine de San Francisco.

Macario (López Tarso) es un campesino que se enriquece cuando la Muerte (Enrique Lucero) le otorga una poción que puede curar casi todas las enfermedades, como un gesto de agradecimiento por compartir su comida. La codicia, la envidia y la Inquisición no tardan en ocasionar la tragedia. Aunque Macario es menos filme de terror que fábula moral con dosis de fantasía, Gavaldón creó atmósferas efectivas y ricos conjuntos visuales que solemos asociar con el terror gótico. Fotografiada por el maestro Gabriel Figueroa, sus imágenes se encuentran entre las mejores que crearon los cinefotógrafos mexicanos activos en el género, como Víctor Herrera y José Ortiz Ramos.

La Llorona (1960)

La leyenda de la Llorona volvió a la pantalla 27 años después de que el cineasta cubano Ramón Peón hiciera la primera versión. Para dirigir este recuento se contrató a otro cubano, René Cardona, que tuvo una larga carrera como actor en más de cien películas, y dirigió aún más cintas de todos los géneros. La mejor película de terror de Cardona quizá sea este drama, basado parcialmente en una obra de teatro que relata los orígenes de la leyenda. Volviendo a los días de la conquista española de América, una bella mestiza es traicionada por el conquistador español que ama, con consecuencias letales para todos, como la maldición que persigue a los descendientes del hombre hasta el presente. La producción fue respetable, con un elenco de grandes nombres en la industria de cine mexicano, encabezado por María Elena Marqués, que tuvo el papel de la madre en la versión cinematográfica que hizo el Indio Fernández de La perla de Steinbeck, en 1947.

Muñecos infernales (1961)

En 1961, tres directores firmaron sus mejores contribuciones al cine de terror mexicano y mantuvieron viva la popularidad del género: Benito Alazraki, Fernando Cortés y Alfonso Corona Blake. Alazraki había creado expectativas con su ópera prima Raíces, por su corte social y el enfoque antropológico de los personajes.

Sin embargo, la obra era más afín con los cuentos de Francisco Rojas González, que con Alazraki, quien rápidamente pasó a dirigir productos comerciales predecibles, como Muñecos infernales, película de terror lanzada en abril, que fue un éxito sorpresivo. La historia versa sobre la maldición mortal de cuatro arqueólogos que profanaron un templo vudú y robaron un ídolo sagrado durante viaje de investigación en Haití. El elenco incluyó a la frecuente estrella de Alazraki, la bella actriz española Elvira Quintana, que murió en 1968 pocos meses antes de cumplir 33 años.

La marca del muerto (1961)

El puertorriqueño Fernando Cortés era miembro de una popular familia de artistas del mundo del espectáculo, entre ellos su esposa Mapy Cortés y su sobrina Mapita Cortés (que fue la «dama joven» de la ya comentada Misterios de ultratumba). Don Fernando hizo su primera aproximación al cine de terror (en clave de comedia) al dirigir a Tin Tan en la graciosa El fantasma de la opereta, y luego realizó esta única incursión seria en el género.

La marca del muerto no es tan mala como algunos creen, al pensar que la fea versión reeditada y doblada al inglés por el mercenario Jerry Warren o K. Gordon Murray, es la película original. Pero no: a los fanáticos del género, les complacerá descubrirla tal como fue concebida. El título alude a un científico ejecutado por los crímenes que cometió al tratar de lograr la inmortalidad. Cuando un descendiente le devuelve la vida, el resucitado no ha aprendido su lección y vuelve a sus malas acciones. Ambos personajes fueron interpretados por el galán mexicano Fernando Casanova, quien intervino en Él de Buñuel.

El mundo de los vampiros (1961)

Como Alazraki, Alfonso Corona Blake debutó con una obra de prestigio titulada El camino de la vida, drama social escrito por Matilde Landeta, a quien se le arrebató la dirección de la cinta. El producto final fue elogiado en Berlín y ganó los principales premios de cine de México. Pero con los años, se comprobó que Landeta era la inspirada autora y cineasta, mientras que Corona Blake fue un útil artesano que, en toda su carrera, se inclinó hacia el melodrama. De modo que es una rareza que firmara esta película de vampiros, lanzada en noviembre de 1961.

Producida por Abel Salazar y escrita por Ramón Obón, es una historia muy original, en torno a un apuesto y aristocrático vampiro que quiere controlar el mundo, pero primero tiene que ultimar a todos los descendientes de la familia que mató a los suyos. Para su desgracia, el conde tiene que enfrentarse a un hombre que puede neutralizar su estirpe a través de la música. Corona Blake no hizo mucho cine y se retiró joven. Sin embargo, tenía buen ojo para lanzar mujeres hermosas y sensuales en las tres cintas de terror que hizo. Más adelante veremos, cómo es recordado por eso.

Espiritismo (1962)

El productor Guillermo Calderón –el hombre detrás de los clásicos melodramas musicales de Ninón Sevilla, la trilogía de la momia azteca y los filmes del Santo, el Enmascarado de Plata- volvió a formar equipo con el director Benito Alazraki, un año después de la exitosa Muñecos infernales (Cf.) Ambas cintas comparten la tendencia a predicar sobre el ocultismo, con sermones sobre la actividad paranormal, las religiones extranjeras y los fantasmas... Lo curioso es que, al final de Espiritismo, la arenga de poco sirvió y nos deja la nefasta aparición de un muerto vivo que espanta al elenco central. Aunque Calderón se acredita el argumento, el filme es otra versión fílmica de The Monkey Paw de W.W. Jacobs, condimentada con la ambición pequeño-burguesa y el temor católico de una matriarca (Nora Veryán) que lleva a su familia a la destrucción.

El espejo de la bruja (1962)

En 1962, Chano Urueta lanzó dos clásicos: el primero fue esta producción de Abel Salazar, un cuento de brujería, locura y desquite, cuya originalidad quizá provenga del guionista Carlos Enrique Taboada, el cual se convertiría en uno de los principales directores del cine de terror mexicano. Taboada había escrito argumentos y guiones para series como Nostradamus y Chucho el Roto, pero en esta historia co-escrita con el guionista argentino Alfredo Ruanova, la acción está en manos de pocos personajes y transcurre en un par de localizaciones, lo cual resultó en una obra contundente de tensión y terror.

El drama cuenta la historia de un científico (Armando Calvo) que envenena a su esposa, para contraer nupcias con su amante, lo cual provoca la ira de la madrina hechicera de la difunta, que decide vengarse. Siempre he pensado que es una pena que El espejo de la bruja no tuviera un presupuesto holgado para contar con buenos efectos visuales. Sin embargo, es un drama de terror eficaz, con actuaciones apropiadas de Isabela Corona como la bruja, y Dina de Marco y Rosita Arenas como las dos mujeres del villano.

El vampiro sangriento (1962)

Antes de llegar a América, Miguel Morayta Martínez luchó con los republicanos durante la guerra civil española. No hay referencias de ninguna obra previa como director de cine o guionista, pero tres años después de su llegada a México, el manchego empezó a dirigir cine, con énfasis en los melodramas. Por lo cual, el lanzamiento de esta película en septiembre de 1962 fue una sorpresa bienvenida.

El vampiro sangriento es la primera parte de un díptico con nombres rebuscados, en torno al vampiro Siegfried von Frankenhausen, conde alemán que vive en la ruralía mexicana con su malvada ama de llaves, Frau Hildegarda (la argentina Bertha Moss, invitada a cenar en El ángel exterminador) y su esposa Eugenia (interpretada por la guapa Erna Martha Bauman, Señorita México 1956). De vez en cuando, el conde se convierte en murciélago de orejas enormes, mientras que su némesis Válsamo de Cagliostro (Antonio Raxel), su hija Inés (Begoña Palacios) y su novio, el Dr. Ricardo Peisser (Raúl Farell), intentan destruirlo. Sin embargo, Frankenhausen es más listo... El papel lo interpretó otro español, Carlos Agostí, que carecía del siniestro encanto de Germán Robles para inducir el terror con gracia. Continuada por La invasión de los vampiros.

Santo contra las mujeres vampiro (1962)

El año siguiente al Mundo de los vampiros, Alfonso Corona Blake hizo esta película de vampiros de culto que tiene pocas cosas que elogiar. A veces se torna muy aburrida con largos discursos y luchas interminables; y su presupuesto exiguo no ayudó. Sin embargo, en compensación, la cinta contó con la participación de Santo, el Enmascarado de Plata, luchador que sobresalía entre el montón; buena fotografía de José Ortiz Ramos; y tres bellas actrices que eran mucho más sensuales que cualesquiera «dama en peligro» o monstrua de la productora británica Hammer Film: la escultural Lorena Velázquez como Zorina, reina de los vampiros; la bonita María Duval como la potencial heredera del reino, y la más bella de todas, Ofelia Montesco (otra exalumna de El ángel exterminador), como Tundra, la suma sacerdotisa de los vampiros.

Es posible que el éxito de la película de Corona Blake, más que la ya citada Bestia magnífica, sea la responsable directa de la demencial ola de películas baratas protagonizadas por luchadores de todo tipo y color que combatían contra cualquier monstruo, sobrenatural o extraterrestre, incluyendo a Neutrón, Blue Demon o Mil Máscaras que, para 2015, aún luchaba contra la momia azteca. En 1963 Corona Blake hizo su tercera y última incursión en el género de terror, Santo en el museo de cera, antes de volver a los melodramas. En el elenco, participaron otros invitados de El ángel exterminador: Augusto Benedico, Xavier Loyá y Antonio Bravo.

El barón del terror (1962)

Después de Santo contra las mujeres vampiro, otra rareza de culto llegó a los cines en noviembre y superó la historia de luchadores y vampiros por su extrañeza y valor kitsch. El barón del terror fue la segunda oferta de Urueta en 1962 y probablemente sea el título de terror por el cual el cineasta es más recordado, a causa de su concepto insólito. La historia tiene un comienzo similar al de La máscara del demonio de Mario Bava, en el cual el barón Vitelius d'Estera es sentenciado a morir en la hoguera por la Inquisición, acusado de brujo y seductor. El barón maldice a sus jueces y 300 años después regresa para vengarse, como un horrible monstruo que se alimenta de cerebros humanos. Vitelius ultima a descendientes de los inquisidores y tiene suficientes embutidos cerebrales en casa para comer, pero, sin razón alguna, también mata brutalmente a personas inocentes.

Producido con un presupuesto ínfimo por Abel Salazar, quien además asumió el papel del barón, el dinero parece invertido solamente en el elenco (que incluye a "estrellas buñuelianas" como Ariadne Welter y Ofelia Guilmáin). Lo curioso de El barón del terror es que, aunque todos coincidimos en que es una película mala, ninguno puede negar la extraña fascinación que ejerce.

La cabeza viviente (1963)

Chano Urueta estrenó la primera película importante de terror de 1963, La cabeza viviente, la cual resultó la menos efectiva y su última colaboración con Abel Salazar. Los escritores, a falta de algo original, reciclaron una vez más el cuento de la profanación de una tumba de nativos americanos y el precio que los arqueólogos deben pagar. Esta vez, sin embargo, no hay momia de la cual huir, por lo cual la acción se centra en la inmóvil cabeza del título, que no resulta muy aterradora.

Después de esta producción, Urueta hizo algunos melodramas, muchos westerns y películas de lucha libre, en una de las cuales introdujo a la nueva estrella, Blue Demon. También interpretó el papel de Tsekub Baolyán en la adaptación cinematográfica de los cómics de Chanoc, y revivió su carrera como actor de cine, incluidas producciones extranjeras de Ralph Nelson, Henri Verneuil y dos de Sam Peckinpah (The Wild Bunch y Bring Me the Head of Alfredo García), antes de retirarse.

El beso de ultratumba (1963)

Después del retiro de Méndez en 1961 y la tardía preferencia de Urueta por los westerns y las películas de lucha, la oferta de cine de terror se redujo en los años siguientes. Rafael Baledón se convirtió en la figura central del género, con tres estrenos consecutivos en 1963-64, y un nuevo nombre que se sumó a la lista de cineastas: el director de arte Carlos Toussaint, hizo a un lado diseños de escenografías, decoraciones y utilerías, y optó por dirigir películas solamente. Sin embargo, solo hizo esta cinta de terror, que tiene sus admiradores.

Cuando en la segunda mitad el filme se convierte en un relato de casa embrujada, Toussaint hace un uso inteligente de los espacios y la atmósfera, evoca el pavor potencial en lo cotidiano y llega a una resolución decisivamente fantasmagórica. Escrito por dos periodistas (que también fungían como productores), se ha sugerido que la historia pudo estar basada en una crónica sangrienta de la vida real. Es la clásica trama del hombre que se casa por dinero y, cuando descubre que el padre de la novia murió arruinado, trata de enloquecerla y matarla para cobrarle su seguro de vida. Es un ejercicio de crueldad que conduce a la muerte y un final sorpresivo.

La maldición de la Llorona (1963)

Baledón estaba muy ocupado en ese momento, pero en agosto de 1963 tuvo suficiente inspiración y respiro para ofrecer La maldición de la Llorona, que los especialistas consideran su principal aporte al cine de terror mexicano. El productor Abel Salazar y su esposa Rosita Arenas interpretaron a una pareja casada que, para preservar su vida, debe luchar contra una bruja, un mayordomo con cicatrices, un prisionero en el ático y un espíritu malvado. Invitada por su tía, la esposa regresa después de 15 años a la hacienda de su pariente, la cual tiene un plan para devolverle la vida a una vieja bruja. La sobrina, por supuesto, juega un papel clave en el proceso y para ello fue convocada.

La influencia de Bava es evidente una vez más (hasta en el cartel original), la partitura musical de Gustavo César Carrión para El vampiro se vuelve a usar efectivamente una vez más, y una vez más José Ortiz Ramos ofrece excelente fotografía en blanco y negro. La conexión de las películas de terror mexicanas con El ángel exterminador, se da aquí con la protagonista, Rita Macedo, quien fue la elección original de Buñuel para el papel de la señora Nobile, pero fue sustituida por Lucy Gallardo al quedar embarazada. Con todo, Macedo aparece como tal en la escena final de la iglesia.

Museo del horror (1964)

En 1964 Rafael Baledón estrenó ocho películas, por lo cual es fácil deducir que tuvo que rodar cada cinta en cuestión de semanas. En un momento en que casi todos los directores de género preferían las películas de luchadores o cómicos contra monstruos, Baledón fue fiel al terror de la «vieja escuela», al proponer este cuento con pocas sorpresas, pero con una atmósfera tensa y de mal agüero.

Doña Emma Roldán, mandona y malhumorada como sólo ella sabía hacerlo, administra una pensión en la que hay tres sospechosos de la desaparición de mujeres: Julio Alemán, un estudiante de medicina, demasiado apuesto para ser el malo; Carlos López Moctezuma, demasiado viejo para correr detrás de las víctimas; y Joaquín Cordero (protagonista de El río y la muerte de Buñuel), un sospechoso demasiado obvio. Las víctimas son secuestradas y asesinadas por un enmascarado. Aunque no es tan sombría como La maldición de la Llorona, este Museo del horror mantuvo vivo el espíritu del cine de terror gótico.

La loba (1965)

El mejor aporte de las nueve películas que dirigió Rafael Baledón en 1965 fue La loba. Nuevamente el cineasta produjo una película de terror sin pretensiones, pero creo que es el único aporte original que hizo el cine mexicano de la época al cine de licantropía y la única cinta sobre una mujer loba. Baledón contó con el experto Ramón Obón como guionista y, en mi opinión, esta fue la mejor contribución que hizo el cineasta a los años dorados del cine de terror mexicano.

Kitty de Hoyos (una de las actrices pioneras en interpretar escenas de desnudos en el cine mexicano) es pedida en matrimonio por un médico (Joaquín Cordero, otra vez) que no tiene idea de la conversión que sufre su prometida cada vez que la Luna está llena. Baledón hizo que un acróbata interpretara a la loba, y la Hoyos (que en nada se parece al hombrelobo de Lon Chaney, con camisas de mangas largas y jeans) se desnudó voluntariamente cuando afloraba su lado canino. La loba fue un buen adiós al género de Baledón, quien siguió dirigiendo y reanudó su carrera como actor.

Cien gritos de terror (1965)

En 1965, los luchadores mexicanos prácticamente habían asumido el linaje expresionista y peleaban contra los monstruos clásicos de los estudios Universal y algunos propios, como la momia azteca y las de Guanajuato. Un nuevo tipo de terror (en realidad, nuevo para México) se convertía en la norma: las películas aspiraban a tener un toque de «sofisticación» que atrajera a la clase media. La película de transición, en mi opinión, es este buen ejercicio de espantos, integrada por dos historias diferentes escritas y dirigidas por Ramón Obón, en su única labor como director ya que murió siete meses después de su estreno.

En la primera historia, Ariadne Welter queda atrapada en un complot para matar a la esposa de su amante en una casa grande y solitaria, mientras que, en el segundo cuento, Alicia Caro se encuentra encerrada en un mausoleo. Como muchas de las películas que evitan lo sobrenatural y prefieren elaborar una intriga, Cien gritos de terror deja la sensación de que algo quedó sin resolver, lo que aumenta su enigmática falta de conexiones con el mundo exterior de la casa y la cripta. Como en la mayoría de los aportes de Obón, Cien gritos de terror fue un paso importante en la evolución del cine de terror en México.

El escapulario (1968)

En 1968, mientras viejas estrellas del género –como Boris Karloff, John Carradine, Lon Chaney Jr. y Basil Rathbone– eran contratadas para aparecer en productos de bajo presupuesto indignos de su gloria pasada, el terror mexicano había entrado en una nueva era. Los tiempos habían cambiado... los filmes eran concebidos como productos de alto perfil para la intelligentsia urbana, como sustitutos de las populares películas de terror gótico de Urueta, Méndez, Baledón y los demás.

Estrenado en enero de 1968, El escapulario es un efectivo ejemplo de la fórmula con buen resultado. Rodado en blanco y negro por Gabriel Figueroa, cuenta la historia de una anciana (Ofelia Guilmáin), que llama a un sacerdote a su lecho de muerte, le entrega un escapulario y le cuenta la historia del efecto milagroso que tuvo en sus hijos, cuyas historias son evocadas en la pantalla. Al éxito de la empresa, contribuyó Servando González, quien fue traído para co-escribir y dirigir la cinta, después de haber hecho los elogiados dramas naturalistas Yanco y Viento negro.

Hasta el viento tiene miedo (1968)

Cuatro meses después del estreno de El escapulario, Carlos Enrique Taboada lanzó Hasta el viento tiene miedo, primera entrega de su tetralogía de terror. Es un melodrama sobre cuatro chicas que, durante vacaciones, permanecen en un internado asediado por un fantasma vengativo. La película convirtió a Taboada en el nuevo gurú de los sustos mexicanos con su marca de «sutil y fino horror», término que suena más forzado que inspirado. Esta fórmula usualmente consistía en sustos oblicuos, seudoartísticos y eufemísticos para sobrecoger a las audiencias pequeñoburguesas, no adeptas al terror populachero de la momia azteca, el Santo y La Llorona.

La receta se repitió en las películas restantes, El libro de piedra, Veneno para las hadas y Girón de niebla. En mi caso, el terror de Taboada se me hizo demasiado elaborado y muy frío. Sin embargo, su opción es uno de los caminos que tomó la película de terror. A veces es preferible a la alternativa sangrienta y ambas opciones han inspirado algunas buenas obras... En el elenco intervino Enrique García Álvarez, «alumno buñueliano» visto en El ángel exterminador y Simón del desierto.

La mansión de la locura (1973)

Hijo de familia pudiente, Juan López Moctezuma fue un muchacho rebelde que pasó por la radio, la televisión, el teatro y el cine de otros antes de realizar sus tres principales filmes de terror, por los que se dio a conocer internacionalmente, ganó varios premios y cerró la era dorada del cine mexicano. Lejos de las que les precedieron, sus películas eran visualmente transgresoras y de ideas anárquicas, cristalizaciones de ricos y coloridos relatos de locura que ninguno de los anteriores creadores del género en México se había atrevido ni a soñar. Sin duda fue influido por la estética del «teatro pánico» de Alejandro Jodorowsky, mientras observó al maestro trabajar en Fando y Lis y El Topo, dos películas que ayudó a producir.

López Moctezuma se independizó cuando cumplió 40 años e hizo esta adaptación de la historia The System of Doctor Tarr and Professor Fether de Edgar Allan Poe sin sus elementos de comedia negra y protagonizada por Claudio Brook, habitual en el cine de Buñuel, quien le dio el papel principal en Simón del desierto. La película fue filmada y lanzada en inglés, con la colaboración de artistas de prestigio a ambos lados de la cámara, como la fotógrafa y escritora surrealista Leonora Carrington, quien fungió como asesora visual. La trama relata cómo los internos de un manicomio toman el control de la institución, lo que lleva a actos de violencia y muerte. López Moctezuma esperó un par de años antes de lanzar su próxima película.

Alucarda: La hija de las tinieblas (1977)

En 1974 Julián Soler estrenó Satanás de todos los horrores, una nueva versión de La caída de la casa de Usher de Poe, que parece confirmar la influencia de La mansión de la locura en el cine de terror mexicano. Para Juan López Moctezuma, sin embargo, Poe y su obra fueron tan incidentales como la de Sheridan Le Fanu, cuya novela Carmilla inspiró esta obra maestra de «sangre derramada».

Los sonidos e imágenes de Alucarda son desbordantes y llevaron al editor de la revista Psychotronic Video a declarar que se trataba de la cinta con «más sangre, chillidos y desnudos que cualquier película de terror» en la que pudiera pensar. Supongo que efectivamente lo fue, al menos en su día, y cuestionó la «idoneidad» de las mini-épicas mexicanas de terror que estaban de moda, hechas para la clase media; y el erotismo estirado de los vampiros y sus víctimas, en los productos de la británica Hammer Film de esos años.

De igual manera, la cinta confrontó la presunción de aquellos directores mexicanos de género que negaban sus raíces culturales, para hacer un cine de terror hecho en el limbo. En el tiempo de maestros del género como Fernando Méndez, Chano Urueta y Rafael Baledón, los nombres y lugares exóticos de sus películas eran intentos ingenuos de cosmopolitismo, que nos hacían reír y entrar en pánico, como también lo fueron productos como La momia azteca de Portillo, que jugó con culturas precolombinas y folklore mexicano, pero también se alineó con la momia egipcia de Universal Films. Aquí el cosmopolitismo se hizo universal y se arraigó en la extrañeza y en la emoción excesiva que los mexicanos pueden sacar de sí mismos como rasgo cultural.

La representación del fanatismo, la culpa, el vicio y la muerte en Alucarda, entre monjas y monjes dementes (y lascivos), ilustra una vez más cuán correcto fue André Breton cuando declaró a México «el país más surrealista del mundo». Nuevamente con Claudio Brook a la cabeza del elenco, la película de Juan López Moctezuma cerró con broche de oro una era de filmes sugerentes y algunos magníficos, todos de bajo costo, en la historia de la creación de productos culturales de terror, hechos en México entre 1953 y 1978.

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