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San Juan o la ciudad que (no) se repite en Simone de Eduardo Lalo
San Juan o la ciudad que (no) se repite en Simone de Eduardo Lalo
Nancy Bird Soto
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[literatura-crítica-urbanismo-estudios culturales]
La temática de la ciudad y sus posibilidades narrativas se han emblematizado por medio de una gama de personajes y acercamientos teóricos. Desde el flâneur en las calles parisinas, ya teorizado por Walter Benjamin, hasta el afamado capítulo “Walking in the City,” de Michel de Certau, desplazarse por el entorno citadino conlleva un acto creativo: el hilvanar rutas-historias que a su vez implica actos o intentos de comunicación, por más fallidos que puedan parecer. La ciudad cosmopolita o metropolitana evoca una gama de reacciones: fascinación, angustia, nostalgia y –como en el caso de la novela Simone (2012) del puertorriqueño Eduardo Lalo– un espacio en el cual se experimentan niveles de aislamiento. Así pues, las experiencias vividas desde los márgenes sociales emergen como elementos clave en el tejido citadinonarrativo que se forja en la novela.
Tal como Michel de Certau indica, el caminar por la ciudad comparte los rasgos de un acto enunciativo y comunicativo. Para Walter Benjamin, encontrar el sendero propio no significa tanto como el aprendizaje que requiere la pérdida del mismo (352). ¿Qué sucede, entonces, cuando el sendero “propio” está matizado por un neoliberalismo rampante en una sociedad sujeta a un complejo entorno colonialista, como lo es el caso puertorriqueño? ¿Es la pérdida del mismo, entonces, el aprendizaje y reconocimiento no solamente de los gajes de la vida moderna/postmoderna en la ciudad sino de las múltiples historias fragmentadas que se entrecruzan en las identidades personales? Como pondera el narrador de Simone, “¿Cuántos años en esta ciudad viendo cómo las historias de otros sirven para hilvanar la mía? (57). El acto comunicativo requiere del otro –el diálogo que comienza “con el otro” como destaca Rosario Castellanos en “Poesía no eres tú”– y ya que Simone es una obra que explora los márgenes socioculturales, sus otros principales van a ser un escritor, una inmigrante china, y una ciudad –que se repite y no se repite– llamada San Juan.
En Simone, hay dos personajes cuyos caminos como interlocutores se cruzan en la intersección del aislamiento intelectual de uno y la marginación basada en factores étnicos y de orientación sexual del otro. Ellos son el narrador sin nombre y la inmigrante china Li Chao, quien inicialmente utiliza el pseudónimo “Simone Weil” para comunicarse con el narrador. San Juan, como el espacio común por el que se desplazan, se vuelve una ciudad-protagonista moderna-postmoderna en su versión caribeña, compuesta por un mosaico o tejido de invisibilidades.
En efecto, la capital puertorriqueña se hace personaje protagónico desde su condición simultáneamente moderna y postmoderna. El eurocentrismo de la impronta de la modernidad y las manipulaciones neoliberales de la misma al igual que su implícita postmodernidad, hacen que ambos conceptos coexistan, en especial en espacios como el Caribe, donde lo colonialista y el colonialismo económico-cultural forman parte de sus tensiones identitarias. El Caribe, de por sí periférico, incluso ante las naciones de tierra firme latinoamericanas, contiene tanto sus ciudades modernas-postmodernas como las marginalizaciones que se trazan dentro de ellas. Así pues, en Simone, San Juan es un espacio determinante para las narrativas que forjan el narrador y Li Chao, como también lo es para la manera en que estos se comunican.
El propio Lalo confiere que, mediante Simone, “quería escribir una novela en la que [San Juan] tuviera casi el mismo protagonismo de un personaje” (Delgado García & Whitesell 115). Superando esas intenciones, el texto hace de la ciudad tanto el espacio como el personaje que genera las coordenadas para no solamente los intercambios comunicativos y afectivos del narrador y Li Chao, sino también de las intertextualidades que nutren la narrativa. Entre esas intertextualidades se encuentran los fragmentos y apuntes del narrador, los mensajes de “Simone Weil” y las obras de arte plástico que crea Li, elementos que a su vez forman parte de la experiencia citadina. Parafraseando el tropo de la isla que se repite de Antonio Benítez Rojo, esta obra de Lalo ilustra que San Juan es la ciudad que se repite y a la vez no se repite en la medida en que sus personajes marginalizados tejen sus propias lecturas en sus trayectorias por el entorno citadino. Como parte de un mosaico, cada fragmento –o invisibilidad coexistente– puede aislarse como entidad propia, aunque sumergida en el aparato casi automático de las dinámicas citadinas. Y, en esta ciudad caribeña no todas las (in) visibilidades son iguales.
La trayectoria del tratamiento que hace Lalo de lo citadino se hace notar en obras como La inutilidad (2004) y Los países invisibles (2008). En referencia a la experiencia de vivir en París, el protagonista alter ego del autor confiere en La inutilidad: “La ciudad tenía para mí un aura literaria” (84), no sin haber establecido que “La literatura crea hermandades literarias” (37). Mientras, en el texto híbrido narrativo-filosófico Los países invisibles, la reflexión sobre San Juan y Madrid se basa en un vaivén de memorias y observaciones entre una ciudad y otra, según la propia ruta creada por el cronista. Según confiesa, estas son “ciudades de las que no me podré ir nunca, las que dicen he aquí la escritura” (54). Parecería ser que Lalo se ha dado a la tarea de captar a nivel narrativo lo que de Certau plantea teóricamente. Como destaca María Paz Oliver sobre Simone:
[...] la caminata dispone la mirada del protagonista para continuamente leer el paisaje urbano como un conjunto de signos dominado por la cultura globalizada que, al igual que los mensajes anónimos, reclama ser descifrado (577).
En el caso del escritor puertorriqueño nacido en Cuba, cuando se trata de San Juan en su galardonada novela Simone, el acto de descifrar busca respuestas a dos grandes interrogantes: cómo se vive en la capital puertorriqueña como un intelectual y cómo se sobrevive como una inmigrante no-heterosexual.
Si la literatura crea hermandades literarias y hay ciudades de las que no se puede partir nunca, lo que Benedict Anderson propone sobre la nación como una comunidad imaginada, adquiere nuevas dimensiones desde la perspectiva de Lalo. Las fronteras geopolíticas se hacen más artificiosas mientras que las fronteras contextuales de quienes viven en los márgenes de su propia cultura se hacen más patentes. Esos márgenes se acentúan en una ciudad como San Juan, aunque no exclusivamente. Según de Certau, la ciudad-concepto es un lugar de transformaciones y apropiaciones, además de ser la maquinaria y la figura heroica de la modernidad (105). En Simone, las trasformaciones y apropiaciones rebasan las conceptualizaciones hegemónicas de la modernidad como lo son los cánones literarios y socioculturales.
Carmen Centeno Añeses puntualiza que “las obras llamadas canónicas o escritas por profesionales no son plenamente entendidas si no se analizan en su interacción con las alternativas y periféricas” (25). Adaptando este pensamiento al contexto de la ciudad como entorno común desde el cual descifrar otredades, en Simone no solamente se cuestionan ideas sobre la vida caribeña, puertorriqueña y sanjuanera, sino que también se ofrece un cuestionamiento de cómo la norma se posiciona ante el margen. El propio Lalo señala que con esta obra buscaba “hacer una novela que problematizara la situación de la novela en nuestros días” (Delgado García & Whitesell 116). Sin duda, se problematiza lo totalizador, algo que el narrador aborda cuando se refiere a Walter Benjamin y la idea de que una obra “dotada de sentido” se compone de “un collage de citas, fragmentos, ecos de otras obras” (53). Estos son los elementos que hilvanan el texto de la obra de Lalo. Simone no totaliza, sino que realza los fragmentos de la ciudad, exaltando los márgenes que la pueblan.
Simone es una obra alternativa por su carácter fragmentario y metaficcional. También lo es por su exploración de los márgenes y exclusiones irónicamente contenidas en el entorno globalizado moderno-postmoderno de San Juan. No es casualidad que parte de la tensión que emerge en la obra tiene que ver con desdenes editoriales. Una de las escenas finales de la novela incluye una acalorada conversación entre el narrador, su amigo Máximo Noreña y un personaje llamado Juan Rafael García Pardo, escritor español. Este último, marginando la producción literaria puertorriqueña porque “no sois una república” es aleccionado por Noreña:
Lo que no quita que seamos tan hispanohablantes como un español. Además, la influencia del inglés en el Caribe hispano ha sido una constante que en muchas ocasiones se menosprecia o se ignora por purismos. Puerto Rico no es en este caso más que el polo extremo de las Antillas Mayores. (184)
A la merecida lección, García Pardo riposta que “En España pensamos siempre en Argentina, en México, en cualquier otro de los grandes países, pero jamás en Puerto Rico” (184). Este intercambio se da dentro de uno de los márgenes sanjuaneros: el espacio de una fiesta entre intelectuales, y cómo en ese mundo se cuecen otredades culturales. García Pardo no pensará en Puerto Rico, pero hay otras personas que sí porque no tienen más sino hacerlo: quienes viven sus realidades cotidianas y quienes se encuentran dentro del mundo de la migración e inmigración.
Por el estilo narrativo y por la dinámica principal entre la figura del escritor y la de la inmigrante, salen a relucir las realidades contiguas entre lo moderno y postmoderno latinoamericano y caribeño. Por ende, se resaltan las fisuras que las experiencias del margen representan en el contexto citadino. Al exponer esas realidades solapadas bajo el artificio de la modernidad y la incredulidad postmoderna ante los relatos fundacionales, se revela la crisis de los seres marginados, a diversas escalas, dentro de un entorno aparentemente homogeneizado como se pretende en la globalización neoliberal. Según el propio Lalo:
Tanto Li Chao como el narrador […] son supervivientes, su relación amorosa se da a la luz de ese encuentro entre náufragos en el mar urbano de la capital de Puerto Rico (Delgado-García & Whitesell 117).
Este no es el Caribe estereotípico del perenne bullicio festivo y de la hipersexualización de los cuerpos racializados, ni mucho menos el Puerto Rico desdeñado por los García Pardo del mundo literario. En efecto, entre la cotidianidad de la ciudad que se repite en pasajes como el de “una insulsa librería de un centro comercial insulso” y la que a la vez no se repite en el reclamo de “un lugar en el mundo”, el narrador de Simone tiene otras miras y preocupaciones. Por eso declara que “luchar y escribir es lo mismo” (20). Si San Juan es un mar urbano, San Juan es un fragmento compuesto por fragmentos; es decir, es una ciudad aislada en un mar metafórico que, como el Caribe, a su vez excede su condición de aparente limitación geográfica. Contigua a la experiencia individual del momento –e.g. cuando el narrador dice: “Aquí estoy, sentado ante un café, leyendo un libro, escribiendo en un cuaderno” (33)– se pasea la experiencia simultánea (o compartida en fragmentos) de la soledad.
Pintando el cuadro del entorno globalizado de una ciudad moderna-postmoderna, el narrador recalca: “La rutina de la ciudad: la soledad transita por autopistas y recala en gasolineras que abren veinticuatro horas” (40). Esta ciudad llamada San Juan, no obstante, “existía como destino, como punto de llegada para otros” (36). Ese lugar en el mundo del narrador –motivo de curiosidad y fascinación quizás para turistas– es además (o a la vez) lugar de invisibilidad para sus habitantes, para quienes negocian su lugar dentro de la cotidianidad citadina.
Uno de los diálogos clave entre el narrador y Li Chao, por lo que permite descifrar de las dinámicas socioculturales de la ciudad en que se encuentran, lee así:
–A mí casi nadie me lee –dije.
–A mí casi nadie me ve –contestó Li – o si me ven, ven a una china.
Pocos pueden darse cuenta de algo más. (97)
Es un intercambio fundamental pues el narrador, como hombre intelectual que se siente invisible en su propia sociedad, se enfrenta a la realidad de otra persona, en este caso una mujer inmigrante, lesbiana, intelectual y artística también. Se revela de este modo que incluso en los márgenes hay jerarquías; el desencanto de alguien puede ser un factor en el reclamo de otra persona.
Según Lyotard, “La condición postmoderna es […] tan extraña al desencanto, como a la positividad ciega de la deslegitimación” (4). Se podría decir que, por un lado, el narrador vive las consecuencias de la modernidad cuestionada. Por su parte, Li enfrenta la condición postmoderna desde un lugar mucho más recóndito dentro de los márgenes de la ciudad. Lo hace, desde sus mensajes con el audaz pseudónimo que ha escogido: Simone Weil, filósofa francesa que exploró temas como el de la amistad y la vida moderna. Es un reclamo de visibilidad a partir de sus coordenadas identitarias y estableciendo las reglas del juego en lo que será su relación erótico-amorosa con el narrador. Así pues, la seducción no se queda al nivel físico, pues es una seducción que más bien busca interpelar al gran espacio co-protagonista de la ciudad de San Juan.
Aunque Li y el narrador experimentan una sensualidad que va más allá de orientaciones sexuales, ella sabe que su fragmento dentro del gran mosaico citadino continuará siendo la invisibilidad que se repite de una inmigrante china. Similar pero a su vez diferente del intercambio entre el narrador, Noreña y García Pardo, Li entiende cómo operan las exclusiones en su situación, a pesar de su gran talento para el dibujo. Cuando el narrador le sugiere que utilice mejor papel y mejores bolígrafos, ella sentencia:
No cambiaría nada. Incluso le quitaría fuerza. No te das cuenta que estás frente a un anónimo. Li Chao no existe. Una china entre mil trescientos millones de chinos, sin contar los que han emigrado y viven en el extranjero, y entre cuatro millones de puertorriqueños que no se ven ni a sí mismos. Una lesbiana que le dio por perseguir con palabras de otros a un escritor que hoy se lo come el fracaso. (103)
Estas palabras punzantes denotan la imposibilidad del poder existir –Li Chao no existe– dentro de diversos mares: sea el globalizado, el caribeño o el urbano.
Esos “mares” y/o donde todo se sumerge, se marginaliza o se invisibiliza, exhiben “marejadas” que hacen que la comunidad imaginada de la nación, imagine sus propias otredades, no siempre sabiendo qué hacer con ellas. La colonialidad moderna-postmoderna parece arroparlo todo. Curiosamente, el narrador emplea la metáfora marítima al exaltar su relación con Li, no sin olvidarse de la complejidad del contexto mayor: “en la cama nos sumergíamos en una marea en la que apenas percibíamos nuestras siluetas. Aún allí, no quedaban lejos nuestros temores” (11).
Por otra parte, es significativo que Li mencione que usar mejores materiales –o hacer su oficio más estándar– es quitarle fuerza a su producción artística. Es un modo de resistir, de buscar lo que no se repite dentro de lo que se repite. Sus dibujos se crean de manera orgánica. Su propio anonimato es clave. Su expresión creativa se asemeja al desarrollo de la relación entre ella y el narrador. Lo que se logra en ambos casos es algo particular dentro del mar urbano sanjuanero que reduce el tedio de la cotidianidad repetitiva. Como confiere el narrador en referencia a su relación con Li: “Negociábamos así […] los rápidos de una sociedad en la que siempre nos habíamos sentido demás” (111).
Por supuesto, al ser la ciudad que se repite en su cotidianidad, San Juan adquiere sus dimensiones particulares –las que no se repiten– desde el marco narrativo de la relación entre el narrador y Li Chao. Recorriendo la ciudad en auto luego del intercambio sobre los dibujos y los mejores materiales, el narrador describe: “Las avenidas se habían liberado. […] La cabina del carro nos contenía con una placidez que hasta entonces no habíamos conocido” (104). Como en un fragmento de mosaico, como en una cápsula de visibilidad mutua aunque específica al acto comunicativo de ambos, la ciudad personaje mediante sus avenidas –como metáforas del desplazamiento enunciativo– se libera del tedio rutinario y se abre a un recorrido memorable.
No obstante, Simone está lejos de ser una novela amorosa, por lo menos, en su versión formulaica. Li Chao desaparece de la vida del narrador, no sin despedirse por medio de un mensaje en el cual declara que ha “habitado los márgenes sin ser libre” (201). En este además, reconoce haber experimentado una relación de iguales, precisamente por ser ella y el narrador, personajes del margen. Lo sagaz de la novela en su desarrollo narrativo fragmentario-metaficcional es que San Juan, como un subestimado centro cultural del mundo hispanohablante también pertenece al margen. La relación entre iguales, por ende, se da entre los tres personajes principales: el narrador, Li Chao y San Juan. Sus cotidianidades repetitivas encuentran momentos irrepetibles, memorables, dignos de narración, en la interrelación entre los tres.
Para concluir, Simone es una novela enfocada en diversos niveles de marginalización e invisibilización, sea la del intelectual, la de la inmigrante o de la la ciudad capital de un país que “no se piensa” (según García Pardo) y de gente que “no se ve a sí misma” (según Li). Así, San Juan emerge como ciudad-protgonista –co-protagonista del narardor y Li– que se repite y a la vez no se repite dependiendo de cómo sus co-narradores incidan en ella. No es casualidad que al final el narrador declare que: “La ciudad era lo que quedaba, el territorio, al que pese a todo, cotinuaba perteneciendo” (201). Como él ya había establecido, su preferencia es por “la lucidez del margen” (174).
Bibliografía
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