EL BARRIO, EL ALMA INQUIETA DE LA CIUDAD

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El Barrio, El alma inquieta de la ciudad (una mirada al barrio desde la semiótica de cuarta generación) Barrio plateado por la luna, rumores de milonga son toda tu fortuna. . . Barrio, barrio, que tenés el alma inquieta de un gorrión sentimental. (Melodía de arrabal. Tango, M.Battistella, A. Le pera y C. Gardel)

Juan Carlos Pérgolis, Universidad Nacional Danilo Moreno H, Universidad Central

Calvin va con su mamá, en automóvil, a hacer compras en un indefinido centro comercial, tal vez un hipermercado. La familia Simpson tiene, aparentemente, un solo vecino; lo mismo ocurre con la familia que hospeda al extraterrestre Alf. Desde el antejardín de los Simpson se insinúa -en la distancia- un perfil urbano, similar al que veíamos, hace ya muchos años, en los cómics de Mickey Mouse o en la ciudad de Patolandia, donde el Pato Donald vive en una casa rodeada por un pequeño espacio verde (igual que los Simpson, Alf o Calvin) y Rico Mc. Pato en un edificio-caja fuerte rodeado de un gran jardín. En los cómics y en los dibujos de televisión la ciudad siempre aparece distante, apenas un perfil de edificios en altura, un skyline lejano tanto de la casa de Donald, de Simpson o de Calvin, quienes seguramente viven en periferia, como del edificio de Rico Mc. Pato, que por sus actividades financieras debería estar en el corazón de la ciudad. Evidentemente la actividad de estos personajes se desarrolla en la ciudad pero su vida no pasa por la ciudad, al menos en los términos en los que la conocemos en nuestro medio. En estas historietas la ciudad no tiene protagonismo porque no lo tiene la comunidad: la anécdota se desarrolla a nivel intrafamiliar, o quizás, intrahabitacional, porque es muy difícil entender la estructura familiar de Donald y sus sobrinos o de los más recientes Beavis & Butt-head, dos niños preadolescentes, hiperexitados, que viven solos en una casa, ajenos a cualquier referencia familiar. Más allá de la vivienda la acción transcurre en lugares puntuales -nunca referidos a la ciudad- o en medios naturales, generalmente un bosque para acampar. En la tradición de la ciudad colombiana (e iberoamericana), más allá de la familia -no de la vivienda- como unidad referencial, están los vecinos que conforman la comunidad inmediata: el barrio, algo así como otro escalón en la secuencia de agrupaciones que constituye la sociedad y, al igual que ésta, el barrio es heterogéneo. Por eso resulta difícil comprender la ciudad (y la sociedad) en que habitan los personajes de los cómics y de las series extranjeras. Desde la perspectiva que acompaña nuestras ciudades, podemos ver, que el barrio es la sede y la escala de las ambiciones y los proyectos colectivos, es el último reducto de la utopía social ante el avance de una sociedad que parece encontrar su salida en el sálvese quien pueda de un individualismo cada día más desaforado. Manga en Cartagena, Laureles en Medellín, Chapinero en Bogotá, San Fernando en Cali, son unos pocos ejemplos que bastan para mostrar la relación entre el barrio y la ciudad, a través de la cual ambos se explicaron mútuamente, en un momento de la historia, porque a la ciudad siempre se la entendió a partir de su centro y a través de sus barrios, a la vez que a éstos en el marco de referencia de la ciudad. En términos semióticos, se podría decir que el barrio fue, y sigue siendo, una parte-detalle (1), un recorte explicatorio del todo-ciudad. Un barrio nunca fue un fragmento (2) arbitrario de la ciudad, ya que un fragmento es indefinido, impreciso, aleatorio y por el contrario, el barrio siempre estuvo definido por el alcance de la comunidad, de sus interacciones y sus relatos, más allá de los cuales comienzan los relatos de otra comunidad con su territorio: otro barrio. En cambio, son fragmentarias las nuevas intenciones que conforman la ciudad actual:


Ciudad actual: intenciones fragmentarias a- la identidad periférica del barrio Viejo... barrio...perdoná que al evocarte se me pianta un lagrimón. Que al rodar en tu empedrao es un beso prolongao que te da mi corazón. (Melodia de arrabal. Tango, M. Battistella, A. Le pera y Carlos Gardel)

La palabra barrio viene del árabe barri que según el Diccionario de la Lengua Española significa «lo exterior, lo propio de las afueras, el arrabal. Cada una de las partes en que se dividen los pueblos grandes o sus distritos» (3).

Esta mirada etimológica nos aproxima al barrio desde una de sus múltiples significaciones, aquella que lo considera como el lugar en que se vive afuera, en el arrabal, en el exterior, la ciudad de la periferia o, sumada a esta óptica, desde la marginalidad, que también se puede encontrar en otros espacios de la ciudad. Parece, desde este enfoque, que el barrio, como tal, solo existe en las zonas «secundarias» de las megaciudades. Ese sentido de lo barrial adquiere importancia en tanto se le pueden agregar elementos como la solidaridad, el reconocimiento, la vecindad, el espacio público comunitario, las organizaciones locales. El conjunto de estos elementos consolidan el barrio, en el que sus habitantes se sienten miembros de una comunidad. La idea de que el barrio es una unidad periférica, aparece como contraparte de la ciudad que pierde su centro por la especialización del mismo en actividades administrativas (recordemos el skyline de los cómics) y el posterior deterioro que conlleva la salida de las otras actividades, en especial la vivienda. Resulta obvio señalar que una estructura sin centro tampoco tiene periferia. El centro de Bogotá, al igual que el centro de todas las ciudades latinoamericanas, fue el gran emisor y receptor de los flujos culturales, afectivos y económicos que conforman la vida de la ciudad. ¿Qué pasa, entonces, cuando ese centro se rompe y estalla en numerosos puntos, dispersos en el territorio urbano, sobre los que actúan infinidad de redes y la cultura, los afectos y la economía de la ciudad bullen en cientos, miles de nodos dispersos en un territorio sin límites? Desde la visión del pensamiento moderno se intentó comprender a la ciudad a través de la dicotomía territorial ciudad-campo, que presentó como antagónicos los medios urbano y rural, uno consumidor, el otro, productor; uno progresista, el otro tradicional, etc. Consecuente con la anterior dicotomía, apareció otra: centro-periferia, que trató de explicar la estructura interna de la ciudad y su crecimiento como el juego de dos sistemas de ondas expansivas sobre el territorio antagónico, uno centrífugo, que irradia las pautas urbanas hacia el medio rural y otro centrípeto que tensiona el entorno hacia la ciudad, específicamente, hacia el centro de la ciudad, expresado por la imagen histórica de la Plaza Mayor, el sitio de todos los poderes. (4) El deslinde entre ambos medios es la periferia, lugar donde los llegados del campo se arriman a la ciudad y los desplazados de la ciudad se mantienen cercanos a ella, pero no en ella: arrabal, deslinde, borde, periferia. Porque en el modelo dicotómico, la ciudad se entendía simplemente como su centro, es decir la plaza, lugar de la fundación y la sede de los poderes, allí donde vivir en el marco de la plaza connotaba el prestigio de vivir cerca del poder, participar de él.


Cuando vivía en mi pueblo el barrio para nosotros tenía significado, pertenecíamos a él. Su nombre "Real Cartagenita" no era más que el deseo colectivo de querer ser verdaderos, reales, porque habían más cartagenitas. El nombre evocaba, también, la ciudad costera, la simulación y el anhelo de tener el mar que nunca vimos y que era reemplazado por una chucua.. El barrio era parte de la casa, un patio grande, al que podíamos salir con toda confianza. Teníamos el equipo de fútbol, la tropa scout, nos organizábamos, había un sueño colectivo. Dos lugares han quedado inscritos de una manera bien especial: la casa embrujada y el bosque. La primera una casa desocupada en la jugábamos todo el día, nos inventamos lo de embrujada, los fantasmas y los sustos que nunca ocurrieron. El bosque estaba al otro lado de la carrilera, por donde pasaba el tren, era privado, pero siempre encontrábamos un camino para entrar. Hoy ninguno de los dos espacios existe: la casa la construyeron algún día mientras me volvía adolescente; el bosque lo demolieron para construir casas.(5)

b- diferencias y coincidencias entre los conceptos de barrio y conjunto cerrado Las «agrupaciones de viviendas» o «conjuntos», propios de la tipología con que actualmente se construye la vivienda en Bogotá, no son edificios ni casas individuales; tampoco es muy clara su condición arquitectónica, ya que la escala y el tamaño de la solución parecen propias de la visión macro del urbanismo, pero el refinamiento del detalle formal y el minucioso cuidado en la conformación de los espacios, evidencian su origen en el proceso de diseño arquitectónico: los conjuntos cerrados de vivienda resultan del macroproyecto de una entidad constructora mientras que el barrio es la sumatoria de las múltiples acciones de sus habitantes; por eso el conjunto cerrado es un fragmento especializado en una única actividad (vivienda). El barrio es cercano al centro e interactua con él, los habitantes tienen muy claro el alcance de las actividades y las posibilidades en uno y en otro; el conjunto, en cambio, interactua con el centro comercial; ambas tipologías son inherentes a la nueva ciudad, la del territorio enorme y fragmentado, compuesto por enclaves cerrados para sectores específicos de la sociedad. (6) El conjunto cerrado de viviendas surge -aparentemente- de dos intenciones: seguridad y verde, aspectos enfatizados en la publicidad que promueve sus ventas. Aunque en ambas intenciones subyacen las ideas individualistas de la solución personal, la no-ciudad y la comunidad atomizada, el conjunto cerrado de viviendas responde a la idea segregacionista de "vivir rodeado por iguales" y esto, en la sociedad actual significa rodeado por iguales económicamente: ni más pobres, ni más ricos, la misma posibilidad que permite comprar los costosos apartamentos en el conjunto exclusivo repleto de servicios o las modestísimas casas de interés social agrupadas también, en un conjunto cerrado. La seguridad que produce la reunión de semejantes resulta del concepto de "exclusividad" y éste significa excluir a los diferentes. Históricamente el barrio fue heterogéneo, abierto y permeable, sus espacios fueron públicos, a diferencia de los espacios privados, con guardianes también privados, de los conjuntos cerrados. Pero junto a estas estructuras cerradas, que fragmentan el territorio, aparecen en forma espontánea otras estructuras continuas, en los intersticios entre los fragmentos, a modo de barrios populares con viviendas, servicios y comercio diario, que se nutren, incluso, de la base poblacional segregada en los conjuntos. Estos son barrios abiertos y continuos, que envuelven con una textura menor, a los islotes cerrados y crean la doble imagen de la ciudad actual: sectores segregados y ciudad popular, último reducto de la ciudad tradicional con una comunidad integrada. Cuándo me preguntan sobre mi barrio lo asocio a una gran manzana que nos pertenecía a todos. Las casas tenían patio o antejardín. Pero el verdadero patio era la calle, el lugar en el que vivíamos. Ese espacio público que no era de todos, porque en realidad nos pertenecía, era un territorio marcado. Sitio de entretención para los del barrio, pero no para los foráneos. Mi niñez no fue ver programas por T.V., este aparato, en blanco y negro, estaba reservado para unas pocas casas. Mi niñez fue la gallada, el juego constante: escondidas


chinas o el juego del tarro, las competencias en los carros de balineras, el concurso de cometa, fútbol, etc.. El barrio era el escenario y nosotros los protagonistas.(7)

c- los pequeños edificios de vivienda en altura rearticulan el sentido del barrio. Barrio y casa conformaron el binomio que permitió que el tejido de vivienda se constituyera en un elemento de significación de las ciudades: el barrio estructurado en manzanas, estas en lotes y el modo como la vivienda ocupa el lote fueron la base de la morfología urbana. La casa de patio y solar respondió tipológicamente a las primeras estructuras urbanas, luego toda la variedad de la arquitectura moderna y de los nuevos modos de ocupación del territorio de la ciudad definieron los barrios: las casas con antejardín que rompieron la continuidad de los paramentos; las viviendas de crecimiento progresivo, con arrume de materiales en la última placa, para continuar la obra algún día; las casalotes generalmente derivadas en talleres mecánicos; las herencias de las entidades crediticias (ICT,BCH), con la regularidad de sus fachadas disimulada tras la personalización que el tiempo da a cada propiedad. La lectura del tejido urbano, en sus rasgos particulares, explicó la ciudad y cada barrio asumió así ese carácter de detalle que interactuaba con el todo ciudad. La propiedad horizontal y el sistema UPAC produjeron un progresivo reemplazo de las casas por edificios. La ciudad comenzó a crecer en altura y a densificarse por sectores a través de la construcción de pequeños edificios de apartamentos, en su mayoría de cinco o seis pisos, tanto en los barrios más tradicionales y consolidados, como en los más recientes. Estas construcciones posibilitaron la aparición de innumerables nuevos propietarios pero redefinieron las relaciones de vencidad más tradicionales. En principio, debieron asumir el hecho de ser propietarios de un pedazo de aire, es decir, la propiedad en altura, algo nuevo para una comunidad que siempre asoció a la propiedad con la tierra; luego la vida en comunidad vertical, a diferencia de las relaciones horizontales que caracterizaron al vecindario barrial y la participación en áreas comunes en el interior de los edificios. Finalmente, el crecimiento del número de vecinos y el aumento de densidad impidieron los estrechos contactos de la vida de barrio. Si bien en muchos sectores la aparición de estos pequeños edificios fue un golpe que destruyó la vida de barrio, en otros, donde el cambio de usos sin renovación arquitectónica (vivienda a comercio u oficinas) produjo deterioro, estas construcciones inyectaron una nueva vitalidad al recuperar el uso habitacional; lo mismo puede decirse en aquellos barrios donde el progresivo abandono de sus habitantes también llevó al deterioro. Por otra parte, los pequeños edificios de vivienda, metidos en lotes urbanos y relacionados limpiamente con la línea de paramento permitieron la variedad, propia de los múltiples constructores, a la vez mantuvieron la identidad de los espacios públicos (calles y parques). Vivíamos en el Centro Nariño que era uno de los primeros conjuntos residenciales de la ciudad, lo compraron en 1974. Mi papá nos decía que la gente no quería comprarlos porque si había un terremoto no había forma de saber a quién le pertenecía el pedazo de tierra, en cambio si se tenía una casa, por más terremoto, la gente siempre iba a saber de quién era la tierra, por eso pudieron comprar barato. Vivíamos en quito piso del bloque B-1. Había muchos árboles, eucaliptos, como si se viviera en el parque. Teníamos un grupo de amigos, de otros bloques y de otros edificios. Mi mamá nunca pudo olvidar a sus amigas del barrio, en donde vivíamos antes, en el Conjunto no hizo más que un par de amigas.(8)

La mirada y el método


A partir de esos tres rasgos que se señalaron, se trata de construir una aproximación al concepto de barrio en la ciudad actual. Durante muchos años se intentó abordar el problema urbano desde el terreno de la significación. Desde allí, en una operación semiótica se buscó relacionar los significantes formales que la ciudad propone con los significados que el ciudadano encuentra. Esta es una instancia denotativa que sugiere una relación lineal entre la ciudad-objeto y el habitante-sujeto. Sin importar en qué sentido se origine la relación, resulta innegable la preponderancia de la forma urbana en este tipo de aproximación. Pero el reto actual es mirar a la ciudad desde la óptica del sentido que la ciudad adquiere cuando satisface (o insinúa la posible satisfacción) del deseo de sus habitantes. Allí se produce un acontecimiento (la fusión habitante-ciudad) o se mantiene viva su expectativa. Con el acontecimiento nace el sentido, la ciudad pierde discursividad, entra en nuestros relatos a la vez que nosotros en los de ella, entre ambas partes configuramos el relato del acontecimiento. Por ese motivo, este método de observación se basa en el análisis de relatos, que nos acercan a esa ciudad narrada que cada habitante busca construir, a ese espacio urbano tejido a partir de la práctica significante, es decir, el modo de producción de signos y el deseo, en palabras de Kristeva (9). Porque acceder al lenguaje es articular el sentido: contar un pensamiento es organizarlo, introducirle un discurso con sentido. El lenguaje, como sistema de signos, es entonces, mucho más complejo que la dicotomía significantesignificado que planteara de Saussure en el Curso de lingüística general (10). En tanto el lenguaje da sentido (11), la semiótica se desplaza del discurso a la práctica significante, esto es, a la constitución y a la travesía de un sistema de signos, algo que exige, para su constitución, la identidad de un sujeto hablante y una institución social que enmarque esa identidad. Esta observación a partir de la semiótica de cuarta generación nos confirma las diferencias señaladas entre los conceptos de barrio-ciudad contínua y conjunto cerrado de viviendas-ciudad fragmentada. En tanto somos nosotros y no los objetos los productores de signos (a través de cualquier acción cotidiana), somos -como sujetos en proceso- los actores de la práctica significante y aunque en una primera observación, parecería que lo hacemos desde el lenguaje, Kristeva (12) confirma el origen de la práctica en la pulsión, el instinto. Así, las palabras no determinan el lenguaje ni éste define una estructura gramatical, porque no está determinado por lo racional sino por las pulsiones, a diferencia de los significantes formales que surgen del mundo de la razón. Si el conjunto residencial es resultado de un significante, el barrio lo es de la significancia (13) que determina el sentido, porque el barrio más que una entidad física es una identidad social y afectiva, emocional: la significancia excede la razón, el concepto de barrio va más allá del lenguaje y de sus definiciones. El barrio existe por el afecto: tiene sentido, el conjunto residencial en cambio, está concebido por la razón: tiene significado.

Sentido Desde el punto de vista histórico, la construcción del barrio dio pautas para la construcción de una ciudad articulada del mismo modo que se organizó su comunidad, esto es, a través de agrupaciones sociales y actividades: lo habitable, lo familiar, configurado a partir del sentido de uso, que se mantiene como eje primordial, la ya citada práctica significante. Quizás en donde se presentó y se presenta, de una forma más clara esta imagen colectiva de lo barrial, caracterizada por la puesta en común de una serie de actividades, fueron y siguen siendo, como lo indica la definición etimológica, en los barrios de la periferia, del entorno, el escenario de la marginalidad.

Práctica comunicativa: redes y nodos El escritor caleño Humberto Valverde (14) se convierte en un relator de la ciudad barrial, de las historias de amor, de las tardes de los sábados, de la búsqueda, de la verbena, del encuentro. Narra un espacio concreto a


partir de unos personajes de ficción, nos cuenta de los muchachos y muchachas del barrio obrero de Cali, que como una red pueden estar representados en cualquier otro barrio de la ciudad o de otras ciudades. Es así, siempre es así y todo el barrio tiene su manera de ser, de caminar, de bailar, jugar al fútbol en las calles y poner discos de Daniel Santos y hablar de los vecinos, sacarle cuento a las jovencitas que a uno no le caen bien, y pensar cuándo llegará el asfalto por las calles y el polvo que cubre sus rostros. Les gusta hablar de su barrio, y sus voces se derraman infatigables bajo el sol, sin cesar, mientras el tiempo, lento y sofocante, va tornando sus gestos... (15). Más allá de la espacialidad que nos evidencia lo barrial, está la construcción simbólica de un segundo hogar. Esta construcción posibilita que el barrio cobre vida y adopte una colectividad, simboliza comunidad, agrupación. El espacio arquitectónico es resignificado, los procesos de interacción y uso le dan una dimensión más amplia. Los cuentos de Valverde no se refieren al diseño de las casas, hablan de los acontecimientos, que como hemos planteado, son los que satisfacen la realización de los deseos. Cuando se habla de este imaginario de lo barrial tenemos que pasar por espacios comunes y el más obvio, por su uso y su interacción en la práctica significante es la calle. Valverde nos muestra este espacio vital, cuya importancia antecede incluso a la del barrio, porque constituye un escalón entre la familia y la comunidad barrial: la calle es la primera prolongación del grupo familiar, la vecindad más próxima, el espacio de socialización primario: Nacimos en esta calle, a una cuadra de la octava, muy cerca del centro; comienza desde la 21, la única entra salida y no termina en la 20 como sería lo normal, sino en la vieja casona de misia Concepción que se cruza de pronto y le cierra el porvenir. Siempre tuvimos problemas con el resto del barrio, todavía hay disputas, por eso cuando se organizó un torneo de gorriones, estábamos muy pelados, sacamos nuestro propio equipo y le dimos un nombre que parecía nuestro grito de guerra: La Calle Mocha, y todo el barrio nos llamó así. Nuestros recuerdos están tirados por la calle, dentro y fuera de las casas... (16) Pero existen otros puntos comunes, otros nodos en la red barrial: el lugar de la tienda, que deviene en los múltiples no-lugares de los acontecimientos que allí ocurren y se transforma en el ámbito de encuentro esencial. La referencia a este espacio es amplia, no se pretende abordar un solo tipo de tienda, allí existen y conviven numerosas significancias: compras, encuentros, esparcimiento, chismes, billar o tejo, cerveza, trago. Todo concurre a la tienda, centro de la comunidad y de la información que le da sentido. La tienda acoge temporalmente a unos visitantes asiduos que la transforman en parte de su territorialidad, lugar de encuentro, un nodo vital en la vida del barrio; por eso la tienda, contrario a lo que pudiera pensarse, no va a desaparecer ante las nuevas formas de mercado. Los súper e hipermercados, los almacenes en cadena, no pueden reemplazar este espacio que, como lugar de encuentro, de transacción, de reconocimiento, se fortalece en los sectores más populares de la ciudad y aún en aquellos donde la fragmentación se expresa en conjuntos cerrados, la tienda se "cuela" como alma del barrio continuo que se desparrama por los intersticios entre los fragmentos. Otro escenario común, sin duda, es el de la esquina, otro nodo en el barrio que posibilita la idea de integración, con el que se marca un terreno. Por su ubicación en la estructura urbana tradicional de nuestras ciudades (la cuadrícula) a ella convergen, de una manera fácil, los vecinos de las diferentes calles. Es un lugar tan común que sobre su sentido podemos leer: La esquina del herrero barro y pampa, tu casa, tu vereda y el zanjón y un perfume de yuyos y de alfalfa


que me llena de nuevo el corazón ... Nostalgia de las cosas que han pasado, arena que la vida se llevo, pesadumbte del barrio que ha cambiado y amargura del sueño que murio Sur Tango. H. Manzi, A. Troilo. 1947.

A partir de estos lugares, de esa recuperación de una memoria de largo plazo, asociada con el origen, la emoción, el sentido de lo barrial, no desaparece, por el contrario, en ciudades menores se muestra de una manera clara: actividades participativas, fiestas y proyectos comunes En una ciudad como Bogotá el sentido de barrio, de comunidad, se relega a la periferia por la descontrolada conversión de áreas de vivienda en sectores de oficinas y por la conversión de las vías mayores en ejes comerciales, sin embargo, la gran mancha urbana que ocupa la sabana, más que una estructura fragmentada en conjuntos, aún hoy expresa la continuidad de numerosos barrios. Para muchos el conjunto cerrado es un sitio de paso, lugar de tránsito, su sueño es vivir en un edificio con menos gente. Es decir que en ese orden ascendente de la sociedad, se quiere pasar de los estratos 3 y 4 a los estratos 5 y 6. Parecería que llegar a la cúspide de la escala es llegar a la aniquilación del sentido de vecindad, de barrio. La ciudad la configuro más a partir de mis recorridos. (17) Sin embargo, para algunos habitantes, el barrio se desdibuja, ya no es un lugar de comunidad, de encuentro. La ciudad se convierte en el espacio de los recorridos, el espacio de vivienda es reemplazado por los lugares transitorios, se va al colegio, a la universidad, se va a la casa de los amigos que viven en otros lugares de la ciudad: hay que ir a, a diferencia de la tradición que relacionaba a la comunidad con una vecindad cercana; los desplazamientos, la extensión de la ciudad y la especialización del urbanismo moderno indujeron a la comprensión actual de la ciudad que parece ser el resultado de una acción de zapping, como el que se realiza con el control remoto del televisor y así como cada quien arma su propio programa de televisión juntando velozmente las más dispares imágenes de diferentes emisiones televisivas, podemos decir que cada quien arma «su ciudad» escogiendo arbitrariamente entre la multiplicidad de fragmentos que ofrece el paisaje urbano y son vistos desde los desplazamientos. Así, para muchos, la ciudad es una secuencia de puntos simbolizantes a lo largo de un recorrido, no de barrios que expresan a la comunidad.

____________________________ Agradecemos especialmente a Juan Carlos Pérgolis y Danilo Moreno, autores, así como a Fabio H. Avendaño T, director de Barrio Taller, por su colaboración y autorización para la publicación de este artículo. Este documento fue publicado en Serie Ciudad y Hábitat, documento No 5, "El Barrio, Fragmento de Ciudad", publicado por Barrio Taller. Los artículos publicados en los primeros cinco números se pueden consultar en la página Web de Barrio Taller, www.barriotaller.org.co. Los demás se encuentran en los documentos editados, consultables en nuestra oficina de la carrera 29A No 71A-53. Bogotá


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