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PUNTO DE VISTA «Soñadores solidarios»

«Soñadores solidarios»

Para celebrar el Día internacional de la solidaridad (20 de diciembre), reúno una serie de fábulas, parábolas, historia y películas para exponer esa dimensión del ser que ayuda a empatizar con quien sufre dolor o desventaja, para, juntos, intentar superarlas.

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Gracias a las redes sociales, se han hecho «virales» algunos videos de animales de distintas especies que «ayudan» a otros animalitos o a seres humanos en alguna situación dolorosa. No sé si aplique llamar «solidaridad» a lo ocurrido en estos casos, pero deseo ejemplificar que algunos seres vivos, no humanos, «sienten» esa urgencia por ayudar a los demás.

En una ocasión, en algún aviario de la Ciudad de México, todo indicaba un día normal de vuelo, cantos y sonidos, claro, para las aves... De repente, un pequeño pajarillo se atoró entre las rejas del recinto y comenzó a piar y aletear. Todas las aves se alertaron y los humanos expectantes deseábamos ayudar; no faltó quien ya había corrido para avisar a los cuidadores. Sorpresivamente, una hermosa cacatúa blanca desplegó su copete y se acercó presta a echar «una mano», que digo, «un pico». La cacatúa intentaba rescatar al ave con su pico. Al no poder, se quedó junto al ave atrapada y armó semejante escándalo. Llegaron los encargados del aviario y rápidamente rescataron al pajarillo para revisarlo.

Esta anécdota ilustra algunos rasgos de que los seres vivos sienten el dolor de otros, pero la solidaridad humana va más allá. En la

experiencia humana y cristiana, la parábola de Jesús del buen samaritano rompe todos los discursos y esquemas legales de ese y otros tiempos, en donde un miembro de un pueblo enemistado, ve, se detiene, atiende, lleva y brinda tiempo, gestión y dinero para que otro ser humano en desgracia salga del atolladero. No me detengo en los detalles, podemos encontrarla en el evangelio de Lucas (10,25-37) y profundizar, paso a paso, el actuar solidario del samaritano desde cualquier enfoque.

Con atrevimiento, diría que Jesús, Buen Samaritano, vivió, murió y resucitó en solidaridad; suena actual, pero deseo utilizar el término más allá del discurso a veces trillado hoy en las políticas públicas e internacionales. A su tiempo, los cristianos ya vivían en fraternidad, como buenos samaritanos; esos «incómodos habitantes» de Roma que, con su estilo de vida solidario, doblegaron a todo un imperio orgulloso de su bien organizado sistema legal. De la antigua Roma nos llega mucho de esa estructura legal, claro, las leyes se han reescrito y reinventado. Siglos más tarde, la redacción de leyes civiles en Francia acuña la palabra «solidaridad» y la separa de la expresión cristiana «fraternidad».

Tiempo después, las naciones determinan que, «unidas» pueden gestionar desde cierta organización (ONU) los «actos de solidaridad entre los pueblos», y que en ocasiones sólo quedan en papel o buenas intenciones, como si las «leyes lucrativas del mercado mataran» o se impusieran sobre los tratados solidarios internacionales. La misma ONU dice que un poco de voluntad mundial podría mitigar situaciones de sufrimiento entre los pueblos, ya sea por el cambio climático, la pobreza, el drama de los migrantes, etcétera.

Como en la anécdota o en la parábola, un acto solidario, por pequeño que sea, modifca el entorno enormemente, lo estremece hasta despertar una «ternura sostenida», actos que impacten largo tiempo y no sean sólo de un día o etapa. Si sumamos con tareas integrales de solidaridad se generará, tal vez, una costumbre que acabe imponiéndose a las leyes del actual imperio socioeconómico que explota y se ensaña con los más vulnerables. Tengamos por seguro, que la empatía y la compasión estarán por encima del lucro y las ganancias. Quizá sea sólo una utopía, pero espero que cada vez haya más «soñadores solidarios».

Del cine me llegan dos referencias solidarias de bote pronto: Cadena de favores, una emotiva invitación a tomar conciencia de cómo podemos incidir positivamente en el bienestar de otros, y La Lista de Schindler, que muestra a un próspero empresario que pudo seguir siéndolo, sin embargo, ante el dolor de otros seres humanos, no ve enemistad ni prejuicios y, como el buen samaritano, se detiene a salvar a una pequeña, pero significativa, porción de humanidad hasta quedar en la quiebra.

Para la cultura del egoísmo, inmersa en el individualismo, significaría «desprogramarse», «cambiar el chip». En todo lo solidario que se hace «viral» en nuestro entorno y en redes, está la oportunidad de tomar conciencia de ayudar cada vez más y más sostenido. Precisamente de un pequeño y curioso niño aprendí que cuando algo cause dolor y parezca «emotivo», no sólo externes duelo o des consuelo por un instante; investiga las causas de dicho mal para luego intentar cambiarlas a través de tus actividades cotidianas. Eso es «solidaridad en sostenido». Los hechos dolorosos que impactan a cualquier ser, incluido nuestro planeta, deben marcar un cambio radical en cómo apoyamos con nuestras conductas; casi como aquella cacatúa que desplegó su cresta y armó escándalo para echar «un piquito» de ayuda.

Jesús Mafa

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