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BIBLIA Y MISIÓN María, discípula misionera

Por: P. Fernando MAL GATKUOTH, mccj Roma, Italia

En la historia de la salvación encontramos un gran número de mujeres llamadas por Dios para colaborar en su plan salvífico. Todas eran valientes, capaces, generosas, humildes y de fe; precisamente su fe dio sentido a sus vidas y les ayudó a comprender el llamado que Dios les hacía para cumplir una misión específica. Entre ellas destaca María, la madre de nuestro Salvador, por su rol central al concebir y dar a luz a Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios.

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María era una adolescente comprometida en matrimonio con José cuando el ángel Gabriel le comunicó que Dios la eligió para ser la madre de Jesús. Junto con su pueblo, ella esperaba la llagada del Salvador. De seguro, se sorprendió profundamente al recibir el mensaje divino de que ella sería la Madre.

María, discípula misionera

«María dijo: “Aquí está la esclava del Señor, que me suceda como tú dices”. Y el ángel la dejó» (Lc 1,38).

Escuchó con atención las palabras del ángel, las meditó e hizo preguntas para aclarar sus dudas; también habrá pensado en el gran riesgo que corría por estar comprometida en matrimonio y resultar embarazada sin haber tenido relaciones con José. Sin embargo, como mujer de fe, confió en Dios y pronunció la frase que cambió la historia de la humanidad: «Aquí está la esclava del Señor, que me suceda como tú dices» (Lc 1,38). El eco de su «sí» a la propuesta divina resuena a través de los siglos y anima la vida de millones de personas.

Con la gracia de Dios, María poseía grandes virtudes para ser la madre del Salvador. Ella era humilde, fel, tenían gran fe, vivía su vida de acuerdo a la Palabra y a los mandamientos de Dios y poseía gran disposición al servicio.

Mujer humilde: A pesar de su papel central en la historia de la salvación, María nunca pretendió más de lo que Dios le había señalado como su vocación, ni buscó puestos de honor o los primeros y más cercanos lugares a Jesús en su Reino; al contrario, ella le dijo al ángel: «soy la esclava del Señor» (Lc 1,38).

Mujer creyente: Pudo entender y aceptar su vocación porque tenía gran fe en Dios, en sus promesas, en su Palabra. Su prima Isabel le dijo: «¡Bendita tú, porque has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1,45).

Mujer contemplativa en la ac-

ción: María escuchaba con atención la Palabra de Dios, la meditaba y la vivía, también atesoraba y meditaba todos los gestos, acciones y palabras de su hijo, Jesús. En dos ocasiones, Lucas escribe: «María, por su parte, conservaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón» (Lc 2,19). También vivió de acuerdo con la Palabra de Dios (cf Lc 1,38).

Mujer servicial: El servicio era parte de su vida de fe, por esta razón aceptó la propuesta de Dios, ayudó a su prima Isabel (Lc 1,3956), ayudó a Jesús a crecer, madurar y cumplir su misión (Lc 2,51.52), ayudó en la boda de Caná cuando se acabó el vino (Jn 2,1-11).

Mujer fiel: María siempre fue fiel a Dios y a su misión. Su «sí» fue definitivo. Acompañó a Jesús a lo largo de su vida y cuando todos lo abandonaron ella estaba ahí con Él, al pie de la cruz (Jn 19,25-26). Después de la Ascensión de Jesús, ella siguió fielmente acompañando a la Iglesia naciente (Hch 1,1214). Hoy como ayer, como discípula misionera de Jesús, María sigue acompañado a la Iglesia y llevando a Jesús a quien lo quiera encontrar.

Su testimonio nos ilumina sobre cómo descubrir nuestra vocación, vivir en plenitud y ser felices. Su fórmula también puede ser la nuestra: fe, humildad, servicio, fdelidad y escucha y práctica de la Palabra.

Los invito a leer los capítulos 1 y 2 del evangelio de Lucas y, como ella, meditémoslos en el corazón y pensemos, con dos preguntas, cómo aplicarlos: ¿Cuál es mi vocación y misión en el mundo? ¿Cómo quiere Dios que participe de su plan redentor para la humanidad?

Maximino Cerezo

María siempre fue fiel a Dios y a su misión

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