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La columna de Monseñor La misión ad gentes
Manuel Casillas
Hola, jóvenes, en noviembre celebramos la festa de Todos los Santos, por eso los invito a refexionar y meditar la vocación a la santidad. Dios nos llama a ser santos: «Yo soy Yavé, el que los sacó de Egipto para ser su Dios. Sean, pues santos porque yo soy Santo» (Lev 11,44-45).
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SANTOS Y CAPACES
Responder a este llamado es dar testimonio de su presencia en el mundo, es manifestar a la humanidad el amor y misericordia de Dios; es poner en práctica el bautismo que nos une a Cristo en su misión profética; es vivir el amor y la libertad; es disfrutar la alegría de las Bienaventuranzas; es ser misioneros de la luz de Cristo en un mundo, donde la oscuridad del pecado se impone y provoca situaciones de odio, violencia, sufrimiento y muerte. Vivir la santidad es ser hombre de fe, esperanza y caridad en una sociedad que está alejada de Dios y pierde los valores que dan sentido a la vida.
No sólo nos llama a ser santos, sino también nos elige por medio de su Hijo: «En Cristo Dios nos eligió antes de que creara el mundo, para estar en su presencia santos y sin mancha» (Ef 1,4). Dios también nos da todos los medios para alcanzar la santidad: los sacramentos, la caridad, el trabajo por la justicia y la paz.
En la Gaudate et exsultate (GE) el papa Francisco nos dice que «esto debería entusiasmar y alentar a cada uno para darlo todo, para crecer hacia ese proyecto único e irrepetible que Dios ha querido para Él desde toda la eternidad: “Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré” (Jr 1,5)» (GE 13).
La santidad también es un don que Dios nos ofrece a todos y la viven quienes se dejan guiar por el Espíritu. Para ello necesitamos ser sencillos, humildes, dóciles a su Palabra; hombres y mujeres de oración. El Papa nos invita a dejar que la gracia del bautismo fructifque en un camino de santidad; dejar que todo esté abierto a Dios y, para ello, optar por Él. A no desalentarnos, porque tenemos la fuerza del Espíritu Santo para que esto sea posible, y la santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu en nuestra vida (cf Ga 5,22-23) (cf GE 15). «La santidad es el rostro más bello de la Iglesia», dice el Papa, por eso, encontraremos en ella a mu-
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