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JUSTICIA Y PAZ Sanar pandemias
oscura y vivir en consonancia a ella porque el alma se alimenta de la oscuridad tanto como de la luz». San Juan de la Cruz, gran amigo de santa Teresa, pudo explorar las profundidades de Dios y experimentó momentos de profunda oscuridad, esa experiencia de pararse en el umbral de la incertidumbre, cuando la zarza parece que ya no arde y las cavernas se vuelven más oscuras y tenebrosas.
Esta ha sido también la experiencia de grandes personajes bíblicos. Después de haber retado a los profetas de Baal, Elías huye, ya que el rey y la reina lo perseguían para matarlo. El profeta pasa la noche en una cueva. «Y le llegó una palabra de Yavé: “¿Qué haces aquí, Elías?”» (1Re 19,9). Joseph Campbell dice que «la cueva oscura donde temes Víctor Hugo García entrar es donde está tu tesoro». Asimismo, el renombrado psicoanalista C.G. Jung, dice que «la cueva es el espacio para renacer, es en esas cavidades secretas donde uno se encierra para ser incubado y renovado». Pasar por la noche oscura nos hace testigos, y nos capacita para hablar de «lo que hemos visto y oído» (1Jn 1,1). Así como en la metamorfosis de la crisálida, estas epifanías dan paso a procesos de transformación.
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Cuando la persona contacta con su interior y con el Dios que la habiMISIONEROS COMBONIANOS ta, se produce una transformación radical, desde dentro. Cuando los cimientos y lo conocido parecen resquebrajarse, es crucial conectarse con la fuente para conocer, confiar y abrazar el querer de Dios, quien después de la noche oscura, se manifiesta como suave brisa (cf 1Re 19,12).
Por eso Jesús invita a sus seguidores a remar mar dentro, a no quedarse en la superficie, sino ir a lo profundo (cf Lc 5,1-11). Los evangelios narran que en el ministerio de Jesucristo, la gente y su andar itinerante «no le dejaba tiempo ni para comer» (Mc 6,31). Sin embargo, los evangelistas coinciden en que, pese al bullicio y ajetreo, Él buscaba espacios para propiciar el encuentro profundo con Dios.
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En su libro Jesús Hoy, Albert Nolan, afirma que Jesús «aprovechaba cada oportunidad de alejarse a un lugar tranquilo y solitario para rezar y reflexionar». Estos espacios interiores le permitieron ahondar en su identidad de hijo amado de Dios y captarlo como Abbá, compasivo, vivo y cercano. De hecho, el joven nazareno estaba tan conectado con Dios, que sólo con tocarlo, sanaba el corazón y el cuerpo de quienes buscaban su ayuda (cf Mc 5,24-29).
La necesidad de nutrir la interioridad era tan clara para Jesús que en su parábola de la semilla se dio cuenta que, si la semilla no tiene espacios profundos, no puede dar fruto. Por tanto, es necesario propiciar espacios de contemplación y silencio sagrados. Estos encuentros personales e íntimos con la divinidad nos preparan para acoger al Espíritu que sana, santifica y da vida. Sólo quien crece en la interioridad puede disponerse a una conversión radical. En un mundo donde la norma es lo superficial, la banalidad, lo efímero; conectarse con la fuente, ese espacio en tu ser donde la imagen de Dios es clara, nítida, constituye un acto profético. Aquí es donde se encuentra mi principio y fundamento, aquello que nadie puede arrebatarme ni dañar. El padre comboniano José
Alberto Pimentel dice que es en el silencio que aprendemos a comunicarnos con Dios en su idioma, a su manera. De ahí que una persona que conoce a Dios deja fluir esa belleza, bondad, ternura y compasión. Como decía santa
Teresita, que quien me ve, te vea.
Así lo describe Howard Zinn en el libro El Optimismo de la Incertidumbre, «quien se conecta desde lo profundo con Dios está atento para captar dónde va, se va haciendo camino el bien; reconocerlo cuándo y dónde lo encontremos, nos dará nuevos ojos para ver y para vivir».
Por: P. Fernando MAL GATKUOTH, mccj Roma, Italia
Misionero entusiasta e incansable
«Enviamos a Timoteo, nuestro hermano y colaborador de Dios en el evangelio de Cristo, para fortalecerlos y alentarlos respecto a la fe de ustedes, para que nadie se deje desalentar por las tribulaciones... Ahora Timoteo ha regresado de Tesalónica y nos ha traído buenas noticias de su fe y su amor…» (1Tes 3,2.6).
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