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Más allá de la noticia
Por: P. Gustavo COVARRUBIAS, mccj
Conversión a la misión
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En julio pasado, en plena pandemia, cuando después de meses de confinamiento se hacía fuerte la tentación de encerrarnos aún más en casa y en espacios «seguros», la Congregación para el Clero publicó la Instrucción «La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia», con la que pretende promover una mejor aplicación de las normas vigentes relacionadas con la actividad evangelizadora de las parroquias, así como estimular mayor participación y corresponsabilidad de todos los bautizados, la cercanía a las personas y a las familias y la colaboración entre parroquias.
El documento también pide una mejor distribución de las comunidades y los papeles que se desempeñan en ellas, así como una administración de los sacramentos más evangé
lica. Además, en la línea de lo que el papa Francisco apuntaba desde el inicio de su pontificado, se destaca la necesidad de una conversión pastoral de la parroquia, a fin de que todos sus miembros, estructuras y servicios se vuelvan más misioneros, dinámicos y creativos. En una constante actitud de «salida», tan necesaria y urgente en la actualidad. Pues sólo de esa manera la parroquia («casa entre las casas») podrá colaborar efectivamente con la difusión de la Palabra hasta los confines del mundo, asumiendo una decidida opción misionera «capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación» (Evangelii gaudium 27). •
«San Pedro» del Araguaia
«Tuve ocho malarias y tomé mucha medicina. Espero, al menos, conservar el oído para continuar escuchando siempre la voz del pueblo y la voz de Dios. Nunca pensé en dejar São Félix. Quiero morir en la región del Araguaia y ser enterrado en las márgenes del río Araguaia». Así se expresó Pedro Casaldáliga, obispo, poeta y profeta de la Iglesia latinoamericana, en una entrevista concedida en 1996 a la televisión brasileña. Veinticuatro años después, el 8 de agosto de 2020, cumplió parcialmente su deseo, pues falleció en el sur del país, anciano, con párkinson y por complicaciones respiratorias. Pero fue enterrado, como él soñó, en Mato Grosso, con muchos nombres en el corazón, en medio de un peón y de una prostituta. Sin pompas, recibió como única lápida una tierra regada por la sangre de mártires y una sencilla placa con un epitafio que sintetiza su entrega fiel y radical, hasta el fin: «para descansar yo sólo quiero esa cruz de madera con lluvia y sol, estos siete palmos y la resurrección».
El día de su entierro, cuando su cuerpo era abrazado por la tierra y su espíritu acogido por el Padre, la voz del pueblo clamaba: «San Pedro de Araguaia, ¡ruega por nosotros!»; mientras otros cantaban «vidas por la Vida, vidas por el Reino, con la vida de Él, del mártir Jesús». Así, en sencillez y esperanza evangélica, se despidió a un pastor con mitra de paja que gastó sus energías y su vida «por el Reino de Dios en la Amazonia» (cf Exhortación postsinodal Querida Amazonia, 95). •