![](https://assets.isu.pub/document-structure/201001012145-c4f50fe9c3becaada83d98d82124c2fc/v1/a6757707a0599d814b7b24de83a8d6c3.jpg?width=720&quality=85%2C50)
4 minute read
EN CLAVE DE MUJER Experiencias de desierto
Por: Mons. Victorino GIRARDI, mccj, obispo emérito de Tilarán-Liberia
Las dos Teresas... y Daniel
Advertisement
Tengo ante mí una fotografía de santa Teresa del Niño Jesús. Ella sostiene en una mano una hoja de papel en la que está escrita una impactante afirmación de santa Teresa de Ávila: «Daría mil vidas para salvar una sola alma».
1. Octubre, el mes «más misionero», abre recordando a santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones junto con san Francisco Javier. Y el día 15, nos encontramos con la fiesta de santa Teresa de Ávila, doctora de la Iglesia. Dos santas muy distintas por la lejanía del tiempo y de la geografía, pero indisolublemente unidas por la misma «pasión».
Después de la fundación del monasterio de san José en Ávila, santa Teresa recibió la visita de un misionero franciscano, Alfonso Monaldo, que había vuelto de las que entonces se llamaban Indias Occidentales (América). Ella sintió un íntimo y apremiante deseo por la salvación... de todos. Experimentaba lo que hoy llamamos el «problema misionero»; le tocaba y le hacía sentirse responsable de la salvación de cuantos no conocen y no aman a quien, por amor, entregó su vida por todos. Le brotaba una necesidad, «gritar»: ¡si tuviera mil vidas, todas las entregaría por la salvación de mis hermanos!
La biografía de Teresa de Ávila relata que niña aún, con su hermano Rodrigo, abandonó su casa para irse a «Tierra de Moros» para anunciarles a Cristo o «para ser descabezados»...
El encuentro con el misionero Alfonso Monaldo, como ella misma lo afirma en su obra Las Fundaciones, determinó de manera definitiva su orientación espiritual interior.
Esa experiencia hace que sienta «envidia» de aquel misionero: «Él tenía los mismos deseos por la salva
pnsp.net
ción de las almas que yo misma, pero desde el momento que él los podía poner en práctica y yo no, yo estaba muy celosa».
![](https://assets.isu.pub/document-structure/201001012145-c4f50fe9c3becaada83d98d82124c2fc/v1/e7701e8b24b691dbe079d88feed464e6.jpg?width=720&quality=85%2C50)
2. Santa Teresa del Niño Jesús narra la que consideró su «completa conversión». «Fue el 25 de diciembre 1866 –escribió– cuando recibí la gracia de salir de la infancia, o dicho en otras palabras, la gracia de una completa conversión (...) Aquella noche de luz comenzó el tercer periodo de mi vida, el más hermoso, el más lleno de gracias del cielo».
Desde entonces, ella se veía a los pies de la cruz para recibir la sangre de Cristo y derramarla sobre la
humanidad. «Desde entonces –prosigue– resonaba continuamente en mi corazón el grito de Jesús, “¡Tengo sed!”. Estas palabras encendían en mí un ardor desconocido, vivísimo. Quería dar de beber a mi Amado y yo misma me sentía devorada por la sed de almas... no me atraían aún las almas de los sacerdotes sino la de los grandes pecadores. Ardía en deseos de arrancarlas del fuego eterno».
Entró al Carmelo para una vida de oración y contemplación para ser fiel a su vocación misionera. Quería ser misionera, pero renunciando a disfrutar los frutos de su apostolado. Ella entendía su existencia de carmelita, con todo lo
![](https://assets.isu.pub/document-structure/201001012145-c4f50fe9c3becaada83d98d82124c2fc/v1/9c6be67d329f550ba634a2f96e90f48e.jpg?width=720&quality=85%2C50)
que podía ser y hacer, como ofrenda a Cristo (la llama Holocausto), por la salvación de mundo. Ha sido en el Carmelo, durante esos breves nueve años en que ella realizó su vocación de «pescadora de almas». Santa Teresita había asimilado, haciéndola convicción personal
radiomaria.org.ar
![](https://assets.isu.pub/document-structure/201001012145-c4f50fe9c3becaada83d98d82124c2fc/v1/1e7fe74666492003959960cce8c5644b.jpg?width=720&quality=85%2C50)
![](https://assets.isu.pub/document-structure/201001012145-c4f50fe9c3becaada83d98d82124c2fc/v1/7c2905294f105929cab96d599073f693.jpg?width=720&quality=85%2C50)
![](https://assets.isu.pub/document-structure/201001012145-c4f50fe9c3becaada83d98d82124c2fc/v1/d6a0596dae7f87e6e862317fdf14c1d3.jpg?width=720&quality=85%2C50)
y profunda, la afirmación de san Juan de la Cruz: «nada nos une tanto a Dios y coopera con Él a salvar almas, como el desapego de uno mismo y el sacrificio». A la vez, la acompañaba otra verdad insistente por el mismo santo: «un rato de verdadera adoración tiene más valor y fruto espiritual que la más intensa actividad, aunque se tratara de la misma actividad apostólica». De esa manera, esta santa fue misionera... sin serlo, según los criterios humanos normales, pero le fue alcanzado tal heroísmo misionero que la Iglesia la proclamó modelo y patrona de todos los misioneros y misioneras.
«Quisiera ir por todo el mundo, predicar tu nombre y plantar sobre el suelo de los pueblos paganos tu cruz gloriosa. Desearía anunciar asimismo el Evangelio en las cinco partes del mundo, en las islas más remotas... quisiera ser misionera no sólo algunos años, sino desde la creación del mundo y seguir siéndolo hasta la consumación de los siglos... querría sobre todo, ¡oh amadísimo Salvador mío!, derramar por ti hasta la última gota de mi sangre».
Teresita comprendió que el amor es el motor de la Iglesia y que si éste se apagara, los apóstoles no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre. Comprendió que el amor encierra toda vocación. De esta forma exclamó: «Por fin encontré mi vocación: es el amor. En el corazón de mi madre la Iglesia yo seré el amor».
3. Entre las memorias de las Teresas, el 10 de octubre celebramos la de nuestro fundador, san Daniel Comboni. ¡Lo recordamos e invocamos! De él escribió el venerable Guillermo Massaia: que había nacido para ser modelo de misioneros. Comboni fue comprendiendo y experimentando que el don más grande y precioso para la naciente Iglesia en África, consistía en darle su vida, su entrega, su anhelo de martirio... Él mismo lo expresó en varias ocasiones, haciendo suya la afirmación de Teresa de Ávila, «mil vidas para la misión».
Cuando Comboni fue nombrado pro vicario apostólico en Jartum en 1873, dijo: «Yo vuelvo entre ustedes para nunca dejar de ser suyo, y totalmente consagrado para siempre a su bien... Y el día más feliz de mi existencia será aquel en que por ustedes pueda entregar mi vida».