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La columna de monseñor
Por: Mons. Victorino GIRARDI, mccj, obispo emérito de Tilarán-Liberia
T
engo ante mí una fotografía de santa Teresa del Niño Jesús. Ella sostiene en una mano una hoja de papel en la que está escrita una impactante afirmación de santa Teresa de Ávila: «Daría mil vidas para salvar una sola alma».
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Las dos Teresas... y Daniel
1.
Octubre, el mes «más misionero», abre recordando a santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones junto con san Francisco Javier. Y el día 15, nos encontramos con la fiesta de santa Teresa de Ávila, doctora de la Iglesia. Dos santas muy distintas por la lejanía del tiempo y de la geografía, pero indisolublemente unidas por la misma «pasión». Después de la fundación del monasterio de san José en Ávila, santa Teresa recibió la visita de un misionero franciscano, Alfonso Monaldo, que había vuelto de las que entonces se llamaban Indias Occidentales (América). Ella sintió un íntimo y apremiante deseo por la salvación... de todos. Experimentaba lo que hoy llamamos el «problema misionero»; le tocaba y le hacía sentirse responsable de la salvación de cuantos no conocen y no aman a quien, por amor, entregó su vida por todos. Le brotaba una necesidad, «gritar»: ¡si tuviera mil vidas, todas las entregaría por la salvación de mis hermanos! La biografía de Teresa de Ávila relata que niña aún, con su hermano Rodrigo, abandonó su casa para irse a «Tierra de Moros» para anunciarles a Cristo o «para ser descabezados»... El encuentro con el misionero Alfonso Monaldo, como ella misma lo afirma en su obra Las Fundaciones, determinó de manera definitiva su orientación espiritual interior. Esa experiencia hace que sienta «envidia» de aquel misionero: «Él tenía los mismos deseos por la salva-
ción de las almas que yo misma, pero desde el momento que él los podía poner en práctica y yo no, yo estaba muy celosa».
2.
Santa Teresa del Niño Jesús narra la que consideró su «completa conversión». «Fue el 25 de diciembre 1866 –escribió– cuando recibí la gracia de salir de la infancia, o dicho en otras palabras, la gracia de una completa conversión (...) Aquella noche de luz comenzó el tercer periodo de mi vida, el más hermoso, el más lleno de gracias del cielo». Desde entonces, ella se veía a los pies de la cruz para recibir la sangre de Cristo y derramarla sobre la