El amor a todas las edades ¿Cómo expresar el amor el amor sin edad el amor a todas las edades?
Yo tenía quince años, y tú treinta y cinco. Vivíamos en el mismo barrio, en la misma calle, en casas contiguas, tan cerca que nos teníamos que ver. Bueno, tú me veías. Yo te miraba. Te miraba siempre que podía... te observaba, te espiaba, te investigaba, te olía. Eras mi obsesión. Eras oscura, misteriosa, vestías como las hembras de mis sueños vampíricos. Desde que te habías mudado a la casa de al lado mi corazón tenía dueña, mi cuello esperaba su collar, una cadena, tus mordiscos. Aunque lo intenté de mil maneras, nunca te pude ver sin ropa. Ni desde el tejado de mi casa, ni entrando a hurtadillas en tu patio, ni de ninguna manera pude nunca contemplar la belleza de tu cuerpo desnudo. Mi ignorancia no me frenó de masturbarme once mil veces pensándote desnuda, entregada a mi, enamorada. No concebía yo entonces que el amor y el sexo pudieran caminar por separado. Yo tenía quince años y el deseo de una vida, tú tenías treinta y cinco y un hombre horrendo que te pegaba, un desengaño que dominaba tu existencia y te hacía desear la muerte. No pasaba mucho tiempo en casa, pero cada vez que estaba te hacía llorar. Os oía desde el patio de mi casa, desde mi habitación, desde la cocina... me ofendían sus insultos y me indignaba tu humillación, los golpes que te daba lastimaban mi cuerpo. Nunca pude saber si tus gemidos de placer eran reales o fingidos, pero me dolían tanto que cuando los oía sentía mis venas crecer y explotar, y deseaba ser grande y fuerte para despedazarlo con mis manos.
Te amaba en silencio. Soñaba que eras una campesina secuestrada por un dragón, una doncella encadenada por un ogro, una hermosa vampira torturada por un demonio con disfraz humano; me veía salvándote, huyendo los dos juntos, enamorada tú de mi tanto como yo de ti. Tenía quince años, pasaba horas jugando con la consola y espiándote. Mis sueños eran producto de mi realidad. Tú tenías treinta y cinco y ya no tenías ganas de jugar, habías olvidado todos los cuentos de tu infancia expoliada, tu realidad estaba peleada con los sueños.
No sabía nada más de ti, de tu familia, de tu trabajo, de tu origen, ni siquiera tu nombre. No conocía más que las calaveras y esqueletos con los que adornabas tu belleza lúgubre, tus andares sensuales, tu cuerpo voluptuoso, tu alma triste y sombría que me fascinaba y me seducía. Yo también amaba a la muerte sin saberlo, sin saber que estaba hecha a medida para mi, que mi muerte iba vestida con tu cuerpo. Supe más de ti una noche que robamos un coche. Mis amigos quisieron ir a donde las putas de la carretera vieja, querían contratar a una entre todos. Allí te vi. Eras una de las que se calentaban junto a una hoguera hecha dentro de un un bidón esperando al próximo cliente. Tenías casi todo el culo al aire, tan corta era la falda elástica que vestías. Tú no me viste a mi, porque subimos a otra mujer al coche y nos fuimos. Porque el amor y el dolor me atenazaron la polla no pude usarla, y todos mis compañeros se rieron de mi. En ese momento, mientras veía lo que le hacían mis amigos a la prostituta, mientras la veía a ella actuar, pensaba en ti, en ti haciendo eso cada día, en ti humillada, usada, vendida. Los celos, el odio, la rabia que sentía, liberados, hubieran incendiado la ciudad, reduciéndola a brasas y cenizas.
Matarlo fue fácil. Escuché una vez más cómo te daba una paliza y llorabas y cómo después te follaba y jadeabas a su ritmo. Cuando se fue con el dinero que te obligaba a ganar para él le seguí en bicicleta hasta una taberna donde se detuvo a beber. Mis habilidades como ladrón de coches adolescente me fueron muy útiles: me metí en el suyo y esperé. Regresó tan borracho que desde el asiento trasero me fue fácil cortarle la yugular con un cuchillo de cocina bien afilado. Aunque no fue el crimen perfecto -sus amigos vieron como lo degollaba, salieron del bar, me persiguieron, me rodearon, me apuñalaron once veces- fue el satori perfecto: la sangre que salía de mi cuerpo parecía un manantial bermellón interpretando para todos nosotros una sinfonía de frío, dolor y silencio. La extraordinaria belleza de ese momento no fue para corazones frágiles ni para mentes obtusas. Mis asesinos no fueron conscientes de la perfección de su obra. En el desierto de la agonía sentí que venías a mi como un abrazo negro y me besabas en la boca con tu boca roja.
La muerte es un presente infinito, sin futuro, sin pasado. Mi vida fue corta, pero ese beso que nunca me diste, ese beso que tan solo soñé, es eterno y durará para siempre.
A. Brotons Agosto/2013