Otra vida

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“OTRA VIDA” Verónica Miranda Maldoror

Julio 2013


I Sucedió que yo había nacido en un lugar de América Latina, en México para ser exactos. Nunca me encontrarías, porque además tú no creías en la reencarnación. Siempre me sentí extraña en mi mundo. Sentía que había vivido otra vida. Los recuerdos de viejos áticos siempre venían a mi memoria como sí de mis propias experiencias se trataran. De pequeña mis sueños se mezclaban con la realidad. Es decir, en sueños veía mi vida pasada y a al despertar pensaba que era parte de mi vida. La prueba fehaciente de que yo había pertenecido a otro vida, fue cuando aprendí a leer sin que nadie me enseñara. Me bastó ver letras y reconocer que con ellas formaba palabras. Tenía 3 años cuando eso sucedió. Era la hija de un matrimonio en desavenencia, y mis padres decidieron dejarme al cuidado de mi abuela. Yo crecí en una casa vieja, con olores a colonias de sándalo y almizcle. Sé que te has dado cuenta incluso que mi Samsara es una búsqueda a mis recuerdos. Vestía de encajes pardos y grises sobre un tafetán cuando nos conocimos en la galería de la colonia San Rafael. Sonreías y departías con tu público que se había reunido para ver tu exposición: " Le club des libertines ". Potros, ganzúas, cadenas, látigos eran parte de la escenografía que enmarcaba los potentes cuadros donde representabas el dolor y la felicidad de la entrega S&M. Mis gafas de fondo verde botella, te hicieron gracia. "Un topo", eso te parecí. Más ciega que un ciego natural. Te acercaste a mi sintiendo un imán que no sabías explicar, pero que tu subconsiente definió con un :"yo le conozco de otra vida".


II Bajaba la escalera cuando tropecé con la alfombra vieja. Caí y me rompí la boca, sangrando de forma inmediata. Corriste a auxiliarme, pero el olor a sangre fresca y mi cara partida, te hicieron sentir una pasión abrasadora. Me diste un beso que sorprendió a todo mundo. La realidad del beso fue para meterte en mi boca y deleitarte con mi sangre. Paseaste en mi cavidad con tu lengua reptante. Tus ojos entrecerrados hablaban de una felicidad inefable. Las risillas de la gente te volvieron a la realidad. Era una chica tan "X", pero que sin embargo te había hecho sentir "Amo y maestro".


III Fue en los años veinte, poco después de la caída de Porfirio Díaz, cuando tú y yo vivimos juntos. Eramos un matrimonio venido a América desde la vieja España. La esperanza de encontrar una mejor situación económica nos habían hecho migrar a estas tierras. No traíamos mucha plata con nosotros, y poco a poco se fue terminando. Tu me amabas más que a tu misma madre, me idolatrabas por mi juventud y belleza. Pero sentías que me habías fallado, porque la situación que vivíamos me había llevado a servir a unos alemanes que se pudrían de dinero. Yo era la sirvienta. Como conocía el alemán a la perfección, los señores de la casa me habían dado un lugar privilegiado. Pero entonces la pesadilla comenzó. Tú me comenzaste a celar, a torturarme con ideas de acoso y seducción. Tu mente lo fraguaba, ya que la realidad era otra.


IV

Alucinabas conmigo, en tu mente me veías tomar posturas de una dominatrix. No lo podías soportar. Veías como le hacía felaciones al alemán y te enardecías de celos. Me empezaste a torturar. Cuando teníamos sexo me hacías colgar del techo con un par de arneses bien puestos y me latigueabas. Comenzaste a frecuentar el Casino que estaba en la calle Madero, eras un gran jugador y poco a poco te hiciste de dinero y reputación. Te iba bien en los trucos y muy pronto te diste cuenta de tu gran atractivo con las damas de sociedad. Eran unas putas. Todas ellas, todas y cada una de ellas, desde la mismísima esposa del presidente, hasta la Conesa!, Todas fueron tus mujeres, tus putas. Pero tal vez fueron por unas horas, la que más te aguanto lo fue por un día. Todas salían llorando de sus habitaciones, con los ojos enrojecidos y la piel lacerada. Entonces.... acudías a mi. A tu mujer. Estabas enfermo de sexo y lujuria, nadie te daba lo que yo: sumisión. Las hubieras querido a todas ellas juntas en un baño de sangre, mientras te follabas a aquella o a la otra. Y yo, mirando sin decir nada. Temblando de pies a cabeza, esperando tu polla en el culo.


V El alemán me dijo que sabía lo que me pasaba. Que la enfermedad de mi marido no tenía cura, que la mejor cura para eso era darle muerte. Le miré con los ojos bien abiertos. Quise huir y me tomó de la muñeca con tal fuerza que me hizo caer al suelo. Me jaló los cabellos e hincada me hizo chuparle la polla.

“Eso te gusta puta!, por eso tu esposo está loco de sexo por ti”. Me hizo llorar de rabia, de coraje. Le arañé las nalgas y le mordí la polla furiosamente. El alemán gritó como un perro, mientras me comenzaba a golpear. Salí de la casa herida. Cuando llegaste al día siguiente y me viste en tal estado querías matarme. Porque sabías qué había pasado. -¿quién te ha puesto la mano encima putisima? -nadie... me caí. - ¿con qué te has hecho todo eso? -no........... Ya no tuve tiempo de defenderme. La muerte me vino bien. Sentí el mazo chocar con mi cráneo. Vi luces, vi estrellas. No sé si cerré mis ojos, pero ya no pude ver nada más. No pude ver que me hacías el amor como nunca lo habías hecho antes. Mi cuerpo muerto, rígido. Tú en mi. Yo ausente. Tú en mi, penetrándome con furia. Llenándome los agujeros con semen y lujuria..... Lujuria de mi carne muerta. Y no te volví a ver más.



VI En 1986 nací, era un diciembre frío cuando mi madre me trajo a luz. Vi la vida y sentí que la conocía. Los adultos son unos tontos, que piensan que los bebés deben de entender con “agu, agus”. Yo conocía sus voces, conocía los sonidos, y era mucho más grande que mi propia madre. Caminé antes que muchos niños, cualquier padre se hubiese sentido orgulloso de tener una niña como yo. Pero no los míos. Era débil visual, y es que mis dones eran tantos que la luz de mis ojos fenecía mientras avanzaba la edad. Mi abuela era una señora rica venida a menos, cuyos recuerdos los podía uno ver en sus muebles caros y viejos. En esos olores a naftalina y encierro. Desde pequeña fui independiente, en la casona de la abuela siempre era de noche, así que no necesitaba de mucha vista que digamos. Me sabía la casa al revés y al derecho. Una casa vieja enclavada en la colonia Roma, muy clásica, de época de Don Porfirio Díaz. Las paredes estaban tapizadas con ese papelete de rosas y jazmines en tonos verdes y violáceos. Me gustaba pasar la mano y sentir los bordes. Era como estar leyendo en Braille. Las paredes tienen secretos, eso lo sabía. Nos hablan de historias pasadas. Y poco a poco lo fui descubriendo.


VII Había quedado impresionada con aquel beso que me diste en la galería. Sentí que te conocía de muchos años atrás. A ciencia cierta no sabía definirlo, pero yo te empecé a amar. Te busqué después de ese día. Y supe donde estaba tu estudio. Llamé a la puerta y me recibió una chica esplendorosa, con olor a aqua de Gio. De ese perfume que hace cerrar los ojos para aspirarlo y llevarlo hasta dentro. Que te hace pensar que la portadora es una sirena de ojos verdes y cabellos de oro. Mis sentidos son más sensibles, porque casi estoy ciega. Y sentí que esa mujer era una especie de lapa en tu vida. Ahora quería yo, ser tu musa. Pero seamos sinceros, a quién le interesaría una chica como yo?. Ni quitándome las gafas verdosas, ni desnudándome podría suplir el encanto de tu modelo. Cuando me viste diste un salto de tu banquillo de trabajo. Me sonreíste y sin más preámbulos me hiciste pasar. Despediste a tu modelo y nos quedamos solos. - ¿Nos conocemos? -No, te dije tajantemente y muy seria. -¿Por qué siento que te conozco , eh?, eres brujita? -No, tú lo eres. -Ja, ja, ja... ¿yo?. Estás loca. Ahora bien, sí lo que quieres es sexo. Ven y chupa. Te bajaste el zipper del pantalón y te miré la polla. Demonios!!!! Me la llevé a la boca... primero apretando un poquito con los dientes, con los labios... después hundiendola en mi cavidad y una y otra vez sacándola tiernamente, dulcemente... apretando y jugando con esa maravilla de tu cuerpo. Y gemiste, y yo gemía.


Mi coño se empezó a humedecer. Mi piel se electrizaba. No resistí más y te pedí suplicando me la metieras. Me jalaste hacia tu banquillo y subiste mi pierna y allí me arremetiste con toda tu fuerza. Viste mis nalgas enormes y redondas y empezaste a amasar con tus manos fuertemente. Después tus uñas se clavaron en mi y me hiciste sangrar. Un hilillo de sangre corrió por mi trasero y tú te corrías en mi coño.


VIII Después de que morí, tú te quedaste solo en casa. No salías. No querías que nadie descubriera lo que habías hecho. Así que me cortaste en pedazos y mis huesos los incineraste. Dejaste esparcidas mis cenizas óseas en el jardín de la casa. Mi carne la compactaste y le ibas poniendo cal hasta que perdió su consistencia y olor. Nadie me buscó. Nadie te cuestionó. No volviste nunca más al casino. Te quedabas conmigo encerrado en la casona. Y digo conmigo, porque mi voz nunca se apartó de ti. Te hablaba. Te decía que la oscuridad me iba bien, que mis ojos se estaban habituando a ese nuevo mundo del sueño de la muerte. Empezaste entonce a sentir miedo, miedo de mi forma no córporea y a mi voz gutural. “Te castigaré!”, me decías. La casa empezó a oler mal, no comías lo que come la gente común. Empezaste a cazar ratas y animales nocturnos. Orinabas y defecabas allí mismo, gritabas enardecido y la razón se fue de tu mente. Los vecinos montaron guardia y te llevaron al Manicomio “La Castañeda”, al sur de la ciudad.

Hasta allá una que otra vez te visité. Te hablaba al oído. Te recordaba nuestra infancia en Valencia, de lo mucho que te quería y que este amor que tú también sentías era más fuerte que la misma muerte. -¡Vete!, me gritabas desesperado.

-¡Vete!.


Moriste de hipotermia, la noche anterior te habían dado tu receta de “ agua fría” y macanazos en el húmero. Que extraño es este mundo del sueño de la muerte. Según la ley que rige esto, tú tendrías que venir conmigo y no fue así. Te salvó tu estado de locura y demencia, y fuiste al cielo de los locos. Yo.... me quedé en la oscuridad, buscando respuestas.


IX Pero la casa estaba viva. Estaba mi esencia. Tus gritos, mi sangre, tus blasfemias.

X La casa, esta casa nos ha vuelto a reunir. ¿ Te gusta? Ya sabes porque busco en la piel de los muros... busco nuestra historia, busco la forma de que no quede inconclusa, en que me sigas amando y no enfermando de rabia y celos. -No creo en la reencarnación, pero me ha gustado tu historia. ¿dices que en esta casa hay un potro y arneses?, Venga putita que yo no te mataré.

FIN


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